martes, 31 de marzo de 2009

La encomienda


Albertina llamó a Paulina para decirle que tenía un libro suyo, un libro que le había prestado Paulina hacía más de cuarenta años cuando ambas estudiaban bachillerato en el colegio San José de Tarbes de La Florida. 

De haber sido una novela rosa, o un best seller de Taylor Caldwell,  Albertina no se habría molestado en llamar a su antigua condiscípula. Pero este era un libro especial que encontró en la biblioteca de su difunto padre, Ricardo Palacios, un tomo blanco desteñido por el tiempo y la humedad. Era un libro grande pero delgado. La portada no tenía foto ni ilustración, sólo el título en mayúsculas doradas:

 
         

         LA CARACAS
               DE AYER
                Y DE HOY
       SU ARQUITECTURA

                 COLONIAL

                       Y LA

        REURBANIZACIÓN

                          DE

             “EL SILENCIO”

 

Título extraño para el gusto de unas adolescentes que estarían descubriendo los Beatles, de no ser porque su autor, Carlos Raúl Villanueva, era el  papá de Paulina.

Esta “Caracas  de ayer y de hoy” formaba parte de una edición de 2800 ejemplares numerados que el arquitecto venezolano había  editado en Francia en el año 1950. Albertina, al abrirlo y leer  en diminuta letra de alumna tarbesiana:

 

Paulina Villanueva

Caracas, 4-7-64

 

 , se dio cuenta de que aunque ella no recordaba habérselo pedido prestado a su amiga, el libro tampoco perteneció a  don  Ricardo -abogado que coleccionaba crónicas sobre Caracas- sino a la biblioteca de una joven que estaba por aprender dos amargas leyes de vida: que hay libros que no se prestan, y que nuestros padres no son inmortales.

 

                                               II

 

Paulina no podía creer el hallazgo, al graduarse de bachiller  estudió Arquitectura y durante años se dedicó a la docencia.  Hoy  reparte su tiempo entre  sus  nietos y   la Fundación Villanueva, que cuenta con una excelente base de datos, página web, fotos, planos, cartas. Documentos sobre la obra y pensamiento  de Carlos Raúl Villanueva minuciosamente catalogados por Paulina y su equipo.

 Pero el libro que  su padre publicó el año en el que  Paulina nació, año en el que  comenzaba a gestarse lo mejor de la Ciudad Universitaria,  ese mea culpa de una Caracas moderna  que se llevó por delante a la Caracas Colonial, el ejemplar que  Villanueva había reservado para su única hija hembra, su “queridita”;  mi tía lo  daba por perdido, ni siquiera recordaba si lo  prestó, o si lo  dejó olvidado en algún lugar. Por eso cuando Albertina la llamó para decirle que lo tenía, Paulina quiso recuperarlo lo antes posible, pero un obstáculo geográfico se lo impedía: ella estaba en Caracas, y Albertina y  el libro en Margarita.

 

Ahí entro yo en esta historia, como  iba a pasar Semana Santa en  la isla, mi tía me pidió que  visitara a su vieja amiga  y  le trajera la encomienda. Un martes santo por la mañana  me dirigí con mi familia rumbo al pequeño pueblo de Altagracia a recuperar  “La Caracas de ayer y de hoy” de mi tía Paulina.

La noche anterior había hablado con Albertina, me sugirió que fuera  antes del mediodía, la mejor hora para visitar la biblioteca de su padre. La dirección no era muy precisa: “Lleguen a Altagracia,  pasando Pedro González, y cuando estén frente a la bomba de gasolina, me llaman para indicarles el camino a casa”.  Gracias al celular, nos fue explicando paso a paso por donde agarrar: “Del camposanto a la izquierda, pasen la licorería, la segunda después de la plaza a mano derecha, métanse por el camino de tierra…” De un paisaje verde pasamos a uno casi tan árido como el de la península de Macanao, al otro lado de la isla.

Albertina nos estaba esperando en la puerta de una casita ocre moviendo los brazos entre cactus para avisarnos que era ella. Debí conocerla de niña, pero no la recuerdo, ella sí se acordaba de mí, aunque la última vez que me vio yo era una muchachita y ahora le impresionaba el parecido con mi mamá. Nos contó que tenía  años viviendo  en Holanda, se  casó con un holandés, se divorció, tenía dos hijos, y había regresado a Venezuela para ayudar a su madre a vender Villa Palacios, buscar un apartamento más céntrico, y ver qué hacían con la extensa biblioteca qué dejó don  Ricardo. A pesar de que eran varios hijos,  los que no vivían fuera de Venezuela, no tenían espacio para tantos libros.

Nos sentamos en el corredor de la rústica casa admirando el lugar y poniendo al día las historias de familia. Se nos unió la madre de Albertina, doña Norma, una señora alta y buenamoza quien  contó que tenía más de diez años viviendo en esa hermosa casa alejada de la civilización. Cuando su marido abandonó el ejercicio del derecho en Caracas, se mudaron a Margarita. Villa Palacios la construyeron a mediados de los años noventa, con la ayuda de un arquitecto de la isla. A pesar de estar en terreno árido,  el jardín era fecundo  en árboles, plantas y flores. Parecía un oasis en un desierto caribeño. Imagino que tanto verde se debía al tesón de doña Norma. Don Ricardo vivió los últimos años de su vida en ese pequeño paraíso rodeado de sus amados libros para los cuales reservó un cuarto especial.

Mis niños, acalorados, miraban con ansia la alberca, Albertina los invitó a bañarse  y  doña Norma  los sorprendió con  sandiwches de Diablito. Mientras tanto, sus papás nos fuimos a la biblioteca a buscar la encomienda para Paulina y a ver si  nos interesaba otro  título.

 Atravesando la casa, subimos por unas escaleras de cemento pulido, llegamos a un ático de sombras y luces,  como si estuviéramos entrando en una biblioteca en la cresta de un árbol. El espíritu bibliófilo de don Ricardo se sentía  presente en su colección de libros que además de amante de Caracas, lo delataban como a un apasionado de la literatura, del arte y del derecho.

   Albertina  hizo entrega formal  de la encomienda, estaba algo avergonzada porque la  veía en mal estado, a mi, por el contrario, me sorprendió el buen estado en el que estaba  más allá de la decoloración de los años. Sus páginas seguían enteras, los bichos no lo habían descubierto. Intactas estaban las fotos del Tocuyo, de la casa de don Felipe de Llaguno, los  dibujos de  Lessmann y los planos de la vieja Santiago de León de Caracas.  Reconocí esta “Caracas de Ayer y de Hoy”  como la primera edición de una obsesión de mi abuelo: el fin de la Caracas Colonial. 28 años después, en 1966, lo reeditó con Armitano con el título “Caracas en tres tiempos”, preámbulo al  cuatricentenario  de la ciudad.

En el 2000, en los sótanos de Armitano,  encontraron  una caja con 200 ejemplares sin portada. Paulina y mi abuela Margot volvieron a editarlo como homenaje al centenario de Carlos Raúl Villanueva.

 

 A pesar de tener la encomienda en mi poder, me tomé unos minutos para revisar  la biblioteca de don  Ricardo. Encontré la colección empastada de El cojo ilustrado. Me habría gustado comprarla, pero un hermano de Albertina la quería para él,  pronto se la llevaría  a su casa en Trujillo.

El resto de los libros sí estaban a la venta, aunque les  costaba encontrar comprador, los amantes de los libros viejos no suelen deambular por las afueras de Altagracia.

Como lectora lo que más me impresionó fue la colección de libros sobre Caracas,  era extensa,  “La Caracas de los techos rojos” de Enrique Bernardo Núñez la tenía don Ricardo en por lo menos diez ediciones. Comparto su pasión, heredé las crónicas sobre la ciudad de las bibliotecas de mi abuela  Margot y de mi tía Pimpa. Muchos de los libros que dejó  el padre de Albertina  los tengo. Sin embargo, encontré un libro que  desde hacía tiempo andaba buscando: “La ciudad y su música” de José Antonio Calcaño, en una hermosa edición empastada con fecha 1958.

 Como no logramos ponerle precio al libro, Albertina me lo regaló por haberle hecho la encomienda a mi tía Paulina. El resto de los libros quedaron ahí, en esa biblioteca árbol, esperando que alguien los valore como algún día los amó don Ricardo.

jueves, 26 de marzo de 2009

La conspiración de los maleteados





  





Todos dicen lo mismo: “Esa mujer se volvió loca, la trataba como a una reina, ¿dónde va a conseguir un marido como yo? Quiero ver cuando se le acerque un tipo y le diga que tiene tres carricitos la carrera que va a dar, porque eso sí no pueden decir de mí, que no me ocupo de mis hijos, por lo menos una vez al mes los llevo a montar bicicleta a la Río de Janeiro. Déjala que se encuentre con una cucaracha, Sanidad va a tener que clausurar el apartamento porque esa mujer les tiene un asco horrible pero se las da de la Madre Teresa de Calcuta y es incapaz de matarlas”.

Después viene el Mea Culpa con atenuantes: “Está bien, los programas de opinión me seducen más que una noche de pasión... lo confieso, ya no me llevan ni amarrado a ver el Ciclo de Cine Francés... y sí, quizás estoy un poco alterado y paso todo el día viendo Globovisión, pero es que la situación del país...”.

Porque la Revolución Bonita y el Paro Cívico además de hundirnos en la peor crisis económica de nuestra historia contemporánea, crearon un nuevo gremio de parias que está tramando un macabro complot: El golpe de los maleteados.

La historia de los maleteados se remonta a los lejanos años sesenta del siglo pasado, cuando gracias a ese grito de libertad que se conoció como el Movimiento de Liberación Femenina, las mujeres se sintieron dueñas de las riendas de su vida y capaces de sobrevivir sin necesidad de estar bajo el ala de un marido Todopoderoso. Durante los cuarenta años del llamado Puntofijismo, en Venezuela abundaron los maleteados por distintas razones: rumberos, donjuanes, flojos, violentos, desatentos y a menudo inocentes víctimas de una mujer a la que el matrimonio no le sentó; pero no fue sino a partir de la V República que este fenómeno tomó proporciones epidémicas cuando debido al paro cívico que duró más de dos meses y a la escasez de gasolina que lo acompañó, miles de parejas se vieron obligadas a permanecer encerradas en el claustro hogareño sintiéndose más claustrofóbicas que Richard Burton y Elizabeth Taylor en ¿Quién le teme a Virginia Wolf?, y más de un hasta hace poco feliz matrimonio se desmoronó al no poder soportar tanta cercanía frente a un futuro tan incierto.

Sin duda no son buenos tiempos para los maleteados, antes de la crisis económica muchos vivían en cómodos apartahoteles matando el despecho mientras limaban asperezas con la señora o finiquitaban los papeles de divorcio. Hoy tienen que vivir arrimados con otros maleteados o con una mamá que disfruta repitiendo: “Te lo dije”.

Por eso entre el humo de los bares, al son de Julio Jaramillo, ante unas cervecitas bien frías -quizás el único lujo que se pueden dar-, se está agremiando un tenebroso grupo de maleteados golpistas y dicen que cuando se sindicalice, será el fin de la Revolución, lo que no sabemos es si se refieren a la Bolivariana o a la Femenina.

Publicado en El Nacional, sábado 28 de junio de 2003. Ilustración para Nojile Rogelio Chovet.

lunes, 23 de marzo de 2009

Tres picks culposos

En facebook hay una nueva aplicación, "5 Picks", donde podemos escoger 5 favoritos de lo que sea: libros, discos, series de televisión, hasta los 5 mejores restaurantes en Tenesse. Las posibilidades son infinitas porque cualquiera de los 300 millones de suscritos en facebook puede crear cuantos 5 picks se les ocurra.

Entre los 5 picks más populares está el de las películas que vemos una y otra vez. Como facebook es una red de autopromoción,  quien se las dé de cinéfilo hará una esmerada selección que seguro incluirá clásicos de Hollywood, o autores del cine europeo como Bergman, Visconti, Fellini o Kusturica. Estuve tentada a escoger clásicos por ese estilo; pero mi conciencia no me dejó porque las películas que más he visto estos últimos años, gracias a que a cada rato las repiten en televisión, son el tipo de comedias románticas producidas en los años 90 (conocidas despectivamente como Chick Flics) que ningún cinéfilo serio se atrevería incluir en lista alguna.

Tampoco es que me gustan todas las películas románticas, pero 3 de estas chick flics las asumo como filmes que veo una y otra vez, aunque me arriesgue a que más de un lector cierre Evitando Intensidades con asco y no vuelva a pasar por aquí.

Esta es mi primera lista de películas culposas:


You've got mail (1998) con Meg Ryan y Tom Hanks, dirigida y escrita por Norah Ephron, basada en el clásico de Ernest Lubitch : "The shop around the corner", trata sobre una pareja que se enamora en el mundo virtual sin saber que en el mundo real son adversarios. Katleen (Ryan) posee una librería de vecindario heredada de su madre, negocio que peligra desde que una cadena de librerías le montó una enorme sucursal enfrente. Joe (Hanks) heredero de las megalibrerías, trata de explicarle que no es personal, así es el mundo de los negocios: el pez grande se come al pequeño. Cómo saber que a quien le está dando esta ruda lección de Neoliberalismo Salvaje es a la misma "shopgirl" a quien le sirve de pañuelo de lágrimas en el anonimato de Internet.

Recientemente la volví a ver en Warner Channel, una verdadera prueba de fuerza porque empezó a las 10 de la noche, pero dada la cantidad de comerciales, terminó a la una de la madrugada. Me trasnoché sólo para ver a Katleen diciéndole a Joe, cuando por fin se revelan las identidades de los enamorados virtuales: "Quería tanto que fueras tú". Y eso que Meg Ryan en esta película está especialmente insoportable.



Quien no está en lo absoluto insoportable es Julia Roberts como Julianne en La boda de mi mejor amigo (1997) de P.J. Hogan, la historia de una encantadora crítica culinaria que intenta a toda costa impedir la boda de su mejor amigo Michael (un guapísimo Dermot Mulroney) al darse cuenta que es el amor de su vida, pero se tiene que enfrentar con una rival: Kimmy (Camerón Diaz) que además de rica y hermosa, es todavía más encantadora que ella. Este chick flic sobresale en su género por un excelente casting donde brilla Rupert Everett como George, el amigo gay de Julianne que le canta I say a little pray for you y la acompañará hasta el baile final.



La tercera película que repiten a cada rato en televisión por cable y que no dejo de ver es One Fine Day (1996) dirigida por Michael Hoffman, la historia de Melanie (Michele Pfeiffer) y Jack (George Clooney), un par de divorciados cuyos pequeños hijos pierden un paseo organizado por la escuela, y los padres se ven obligados a compartir su cuidado un complicado día en el que ambos tienen importantes compromisos de trabajo.

One fine day dista de ser una gran película, pero algo tiene que cada vez que la pasan en televisión, subo el volumen y me quedó pegada en la pantalla hasta que los exhaustos papás se rinden de sueño renunciando a una noche de amor mientras los chamos, tras terminar de ver El Mago de OZ, los contemplan desconcertados, y la película se va a off con What a wonderful world cantada por Louis Amstrong.

Tres películas fáciles, complacientes a almas romanticonas, que por alguna extraña razón, para mí son como un imán cada vez que las pasan en televisión.



sábado, 21 de marzo de 2009

El gato aguafiestas



Cuando la noche del martes 10 sentí un frío que no se me quitaba, no le di importancia, en la prensa salió que la temperatura en Caracas las primeras semanas de marzo de 2009 era más baja de lo usual. Pero cuando me comenzaron a llorar los ojos y picar la garganta, no hizo falta el primer estornudo para saber que más que frío, tenía gripe, y de la mala.


El miércoles pretendí pasarlo en reposo para sentirme bien la noche del jueves 12 cuando sería la inauguración de “El cuadrado perfecto”, la tercera subasta a beneficio de Acción Solidaria, asociación civil sin fines de lucro presidida por Feliciano Reyna, dedicada a la prevención y atención del SIDA en Venezuela. Con un voluntariado patria o muerte, entre ellos, mi tía Nena Villanueva, Acción Solidaria desde el año 2006 organiza una subasta anual gracias a la donación de obras de artistas plásticos nacionales; las ganancias van por entero a esta causa que en más de trece años de fundada, nunca ha contado con ayuda estatal.


A pesar de lo mal que me sentía, cuando el miércoles en la tarde recibí el mensaje de mi tía invitándome a ver el montaje de las 117 obras a subastar en el Espacio Capuy en Centro Expreso Chacaíto, no me hice rogar, me encanta la etapa de cuadros en el piso, artistas impuntuales que llegan corriendo con sus obras bajo el brazo, organizadores plano en mano decidiendo donde irá cada cual; además de reírme con la tía Nena, hecha un manojo de nervios a la expectativa de la inauguración. Ya los artistas habían puesto un precio solidario a sus “cuadrados perfectos”, que subirá a medida que se reciban ofertas las dos semanas que durará la exposición.


El jueves 12, un poco mejor de la gripe, llegué puntual a la hora de la invitación: 7.30 pm. Al principio pensé que sería la subasta más exitosa de todas ante la cantidad de personas agolpadas en la planta baja a las puertas de la tienda Beco en lugar de estar arriba, en el Espacio Capuy. Asumí que era la cola para  los ascensores, pero no, mis primas me contaron que a las 4 de la tarde un gato se coló en las instalaciones eléctricas del edificio causando un corto circuito. Murió achicharrado y se llevó con él una fase de la luz. Me dijeron que La Nena estaba en la azotea, al borde de un colapso nervioso, esperando solución al problema. Pasadas las 8.30, los ascensores seguían sin funcionar y la fiesta abajo, aunque sin brindis ni arte, estaba muy buena; pero sintiendo que la gripe se volvía pulmonía, me fui con la angustia que mañana enterraríamos de disgusto a la tía Nena.


Al día siguiente la llamé temprano, qué broma con el desgraciado gato. A Nena apenas le quedaba voz, pero me contó que la inauguración sí se dio, antes de las 9 decidieron abrir contra viento y marea, aunque los ascensores esa noche no se pudieron arreglar. Quien quisiera ver la muestra, tendría que subir 6 pisos por las escaleras de emergencia. Ella pensó que casi nadie lo haría, le habían dicho que se fue mucha gente, por eso cuando finalmente abrieron la subasta se sorprendió hasta las lágrimas que una tropa de más de 200 incondicionales -entre ellos operados de rodilla, personas mayores y algún asmático- subieron a respaldar la causa contra el SIDA, a Acción Solidaria y al arte nacional.


Ya arreglaron los ascensores, los Cuadrados, casi tan Perfectos como solidarios, siguen expuestos al público en Espacio Capuy hasta el jueves 26 de marzo, noche del martillo final.



sábado, 14 de marzo de 2009

Todos los hombres del Presidente, 33 años después.


Hace unas semanas el diario El Mundo cerró su etapa de vespertino, en Venezuela ya no hay mercado para un periódico de la tarde. Internet y los canales de 24 horas de noticias se lo comieron. Quién va a comprar un titular de última hora si la noticia ya la habrán desmenuzado en la radio Martha Colomina, Maripili Hernández, Pedro Penzini, Leopoldo Castillo, Carla y Vladimir... sin contar los Noticieros Digitales. Los diarios matutinos a nivel mundial no están mucho mejor: en los Estados Unidos se contempla la próxima desaparición de periódicos emblemas de varias ciudades.  
¿Acaso estamos ante el posible fin del periodismo impreso?
Quien hoy vea la película de Alan Pakula Todos los hombres del presidente (1976) llegará a la conclusión de que nunca: la inmediatez de Internet y de los canales de noticias difícilmente producirían dos periodistas como Bob Woodward y Carl Bernstein (o Woodstein, como los llamaban en la redacción), el team que tras mucho bregar, destapó la olla podrida del escándalo de Watergate  para el Washington Post.
Basado en el libro del mismo título escrito y publicado en 1974 por Woodward y Bernstein, la historia comienza en el año 1972 cuando Bob Woodward (Robert Redford), periodista novato, con la ayuda de un contacto al que sólo menciona con el seudónimo de Garganta Profunda, se afinca en el robo en la sede del Comité Demócrata Nacional ocurrido en el complejo de oficinas Watergate en Washington al constatar que están involucrados agentes de la CIA. Carl Bernstein (Dustin Hoffman) periodista con un poco más de experiencia que Woodward, le ve carne al hueso, y lo secunda en una investigación que pasa de notas en las páginas interiores del periódico hasta el mayor titular de todos: "Renuncia el Presidente".
"Tienen hambre", es la explicación que da el jefe de redacción para dejarle una noticia  tan complicada políticamente a dos periodistas con poca experiencia, este hambre los llevará a dedicarse en cuerpo y alma a descubrir quiénes están tras esta red de corruptela que al principio funcionarios del partido Republicano prefirieron callar por lealtad, o por miedo, hasta que los Woodstein encuentran quienes se deciden a seguir su conciencia, y exponer la corrupción del Gobierno en curso.
Es difícil que ese hambre de investigar, esa insistencia que lleva a Woodstein a desenmarañar el nudo de Watergate, se pudiera dar en Internet, y si se da parecería una teoría conspirativa de poca credibilidad sin el respaldo de un gran periódico y de un editor como Ben Bradlee (Jason Robards en la película), quien a pesar de enormes presiones del Gobierno de Richard Nixon y de jugarse el prestigio del  Washington Post, respaldó a "sus muchachos" hasta el final.
Hoy, en Venezuela, podrían haber decenas de Woodstein con hambre de la verdad y necesidad de destapar más de una olla podrida del poder, requeterespaldados por sus editores, pero es dolorosamente risible soñar que, por ejemplo, un par de periodistas criollos que le llegaran hasta al hueso al caso del maletín de los 800 mil dólares decomisados de un avión de PDVSA en Argentina, con todos los poderes civiles doblegados ante el gobierno ¿de qué serviría? 
Pero viendo Todos los hombres del Presidente en el año 2009, a uno le entra la esperanza de que las grandes proezas periodísticas, proezas al fin, no suelen ser fáciles, pero insistir en la búsqueda de la verdad, en algún momento tiene que dar resultados.
  

Mujercitas



Emilia llora, y no precisamente por la muerte de Beth. No lo puede creer, ¿cómo es posible que Jo no termine casada con Larry? ¿Cómo va a preferir a un insulso profesor alemán? Amy, tan malcriada ¿cómo va a ser la hermana merecedora del premio mayor en la lotería marital: el apuesto vecino multimillonario, que además es inteligente, culto y encantador? ¿No fue suficiente que la caprichosa tía se la llevara a Europa? ¿Qué su madre la  dejara ir a bailes más joven que a sus hermanas mayores?
Y yo que pensaba que las preadolescentes del siglo XXI no leían Mujercitas, jurando que la novela de Louisa May Alcott escrita en el siglo XIX había sobrevivido hasta las niñas de mi generación que crecimos viendo televisión en blanco y negro, que los primeros y rudimentarios video juegos sólo aparecieron en nuestra adolescencia, y para quienes las computadoras eran aparatos para hacer despegar cohetes que ocupaban media cuarto en la NASA. Niñas que leíamos cuanto libro nos cayera en las manos pero que nuestra  novela favorita, porque era la vida misma, era Mujercitas, a pesar de que trataba sobre los avatares de cuatro hermanitas yanquis durante la Guerra de Secesión.
Las niñas en los años 70 tampoco nos perdíamos la película Mujercitas cada vez que la pasaban en televisión alguna lluviosa tarde de domingo, aunque rechazáramos a la Jo de Katherine Hepburn en la versión de 1933, a la de  June Allyson  de 1949, y posteriormente, la Jo de  Winona Ryder de los años 90; por la sencilla razón de que Jo, destinada a algo diferente que a jugar casitas como soñaba la doméstica Meg; o a vivir como una reina, como soñaba Amy; o a una vida en la sombra como la tímida Beth; esa segunda hermana March con inquietudes que iban más allá de las mujeres de su época, era la muchacha que las lectoras de Mujercitas, generación tras generación, veíamos en el espejo.
A diferencia de Emilia, no me importó que Jo y Larry no quedaran juntos, ¿quién se enamora de su mejor amigo? Para mí Larry era más apropiado como marido para mimar a la frívola Amy que para adentrarse en profundidades intelectuales con Jo. Tampoco me entusiasmaba el profesor del cual terminó enamorándose: un intelectual sin encanto ni ambición.  Creía que el destino de Jo debió ser el de su autora, una mujer que no necesitó fundar una familia para sentirse completa. Pero la mentalidad del lector decimonónico no toleraba un final feliz de una heroína sola, quizás por eso Louisa May Alcott no se atrevió a dejar a su alter ego soltera, aunque a la autora le fastidiaban los niños y nunca se casó.
Emilia no está mal acompañada en sus despechos por Larry, Simone de Beauvoir (1908-1986) en Confesiones de una joven formal, cuenta reconocer a los 10 años en Mujercitas: “mi rostro y mi destino”, viendo reflejado en el espejo de Jo: “su superioridad, tan evidente como la de algunos adultos, le garantizaban un destino insólito; estaba marcada…”, pero al finalizar el primer libro, al abrir una página al azar en la continuación de la saga: Aquellas Mujercitas, y leer que Larry y Amy se casan, Simone tiró el libro con asco: “el hombre que amaba y del que me creía amada me traicionaba por una tonta”. 
De este primer desengaño por un personaje literario, Simone tardó en recuperarse, quizás a causa de ello fue una de las primeras escritoras en romper con el patrón literario de final feliz en el que la heroína encuentra el amor de su vida. La pequeña Simone, muchos años después, habría de escribir sus libros sin concesiones.
Viendo a Emilia llorar por Larry, me pregunto si estaré ante la próxima gran feminista de la historia

lunes, 9 de marzo de 2009

Marte exacerbado


Hace unos meses los astrólogos previnieron sobre el fenómeno de Mercurio retrógrado, influencia planetaria que entorpecería durante un tiempo las comunicaciones. Hoy apostaría que vivimos el fenómeno de Marte Exacerbado, el Dios de la Guerra está sacudiendo nuestros corazones, influencia que empecé a sentir en diciembre en mis vacaciones navideñas en Margarita.

El primer sacudón de Marte lo viví en el estadio en un partido entre Los Tiburones y Los Bravos. Al principio, cuando al bateador escualo le rozó la bola en el hombro, creí que al pitcher se le perdió el centro. Pero el umpire supo ver la malicia en la jugada y amenazó al lanzador que otra bola como esa, y estaría fuera del juego. Recordé que el bateador conectó un jonrón en un inning anterior y fue poco galante al respecto. La ira es una pasión difícil de controlar, en el próximo lanzamiento, el pitcher amonestado tiró a matar. “¡Fuera!”, lo expulsó el umpire. El juego terminó a favor de La Guaira 9 carreras a 1.

No todos los conflictos consiguen árbitro, una mañana en el Farmatodo de la avenida Bolívar, había tanta gente esperando por pagar en las 4 cajas abiertas, que para aligerar el proceso se formó una  cola estilo aeropuerto. Todo iba bien hasta que abrieron otra caja pero en lugar de pasar a quien le tocaba el turno, se metió un recién llegado. A pesar de que los clientes le advirtieron que había una sola cola, que la hiciera como los demás, el muchachón se hizo el loco listo para pagar un bronceador y un champú, y el cajero a cobrárselos. De la cola saltó un cliente enardecido -mi marido- dispuesto a impedir la transacción, y comenzaron los: “¿Qué es lo que te pasa a ti?”, “No, ¿qué es lo que te pasa a ti?”. Y aunque una señora quiso recordarles: “¡Amigos, no peleen que es Navidad!”, ningún empleado en Farmatodo se dispuso a mediar en el pleito, así que me tocó evitar la pelea interponiéndome entre los gallitos. Confieso que tardé unos minutos en hacerlo no sólo porque nada detesto más que un vivo que se colea, sino porque temía que evitando la ñaza (como llama mi chamo de 9 años una golpiza), podría perder el puesto en una cola que tenía más de veinte minutos haciendo.

Este fenómeno de Marte Exacerbado no sólo afecta al sexo masculino: en el aeropuerto Santiago Mariño presencié un insólito enfrentamiento entre un par de mujeres esperando para abordar el avión de regreso a Caracas cuando una bebé, de poco más de un año, chillaba para que la sacaran del coche, y la mamá como si no fuera con ella. Hasta que una señora de amplias caderas, que habría criado unos cuantos muchachos, le exigió de mala manera: “¡Pero bueno, chica, carga a esa niña que nos va a volver locos!”. La joven madre la miró con frialdad antes de contestarle: “No la cargo porque no cedo a pataletas”. Semejante argumento abrió paso a una acalorada discusión pedagógica que ni el doctor Benjamín Spock habría podido mediar, y que también habría terminado en ñaza de no haber sido porque el padre de la criatura accedió a intervenir llevándose a la llorosa bebé lejos de la gritería, para alivio de los enervados pasajeros en la sala de espera.

Muestras cotidianas entre tantos gritos de guerra con los que comenzó el año 2009 en Venezuela. Perros que muestran sus colmillos ante la menor provocación, debe ser Marte Exacerbado, un fenómeno que como todo en esta vida, tarde o temprano tendrá que pasar.

jueves, 5 de marzo de 2009

De estupenda a doñita



Suele suceder el día más inesperado, uno de esos en el que pasando la treintena de años nos vemos en el espejo antes de salir a la calle sintiéndonos orgullosas por el reflejo: el pelo brillante, el maquillaje perfecto, con esa ropa con la que nos sentimos vestidas para matar. Salimos con paso seguro y el aura particular de pensarnos la reina del baile, una diosa caribe, la última cotufa de la bolsita; cuando en la cola de un banco, en una fiesta o en un restaurante nos encontramos con una amiga a quien teníamos años sin ver, y después de abrazarnos y celebrar la coincidencia, la desgraciada se nos quedará mirando con una intensa nostalgia durante fracciones de segundos antes de exclamar: “¡Niña, estás estupenda!”.
Entonces todavía somos demasiado jóvenes para advertir que ese primer “¡estupenda!” con el que se nos piropea representa un no hay vuelta atrás a la juventud, el principio del fin de la lozanía. Poco a poco los “estupenda” comenzarán a reemplazar cualquier otra flor hasta que nosotras mismas nos encontraremos adjetivando a nuestras amigas con un “estás estupendísima”, y mientras más estupendísimas nos encuentren y encontremos, más sentiremos escabullirse la juventud.
De repente, entrados los cuarenta, cuando ya nos habíamos acostumbrado a ese “estupendísima” tribal y lo agradecíamos, un día salimos a la calle sintiéndonos más estupendas que nunca cuando nos encontramos con una amiga (quizás la misma de diez años atrás), quien después de abrazarnos y sacar cuentas de cuánto tiempo sin vernos, se nos quedará mirando con esa nostalgia que ya empezamos a temer, antes de ascendernos a la próxima etapa de nuestra vida: “Estás igualita, ¡a ti no te pasan los años!” y por más ejercicios que hagamos, por más cremas milagrosas, por más comida sana y cero carbohidratos; ese primer elogio a lo bien que nos tratan los años sólo significa que hemos acumulado los suficientes como para anhelar que el paso del tiempo no sea tan inclemente como rápido.
Si la semántica femenina es tajante aunque sutil con la apariencia física y el ocaso de la juventud, la masculina es ruda y sin adornos. Para la mayoría de los hombres las mujeres se dividen en tres: las carajitas, las que dejaron de ser carajitas y las doñitas. Cero eufemismos con la transición a la madurez. Difícilmente encontraremos un hombre que alabe a una amiga con un “estás estupenda”, pero no faltará algún insensible que con cariño te dirá: “esos kilos de más que te has metido con los años te sientan”. Y el cretino que cree que te está haciendo un cumplido y una pensando: “¡además de vieja, gorda!”. Esos son los momentos en los que a las que no escojamos entre Prozac y Tafil, optaremos por por lo menos un whisky o un ron al día, no tanto para calibrar la tensión arterial ni para ahogar las penas sino para conservarnos en alcohol.
Pero queda una última fase en este violento declinar de la juventud, la más temible de todas que llega poco después del primer: “te conservas muy bien”, aquel día en el que algún buen intencionado desconocido se le ocurra llamarnos “doñita”. Entonces sabremos de qué nos sirve la sabiduría acumulada por los años, si seremos capaces de sepultar la vanidad y servirnos un trago para brindar por nuestro recién nacido doñazgo, porque la única opción contra el desgaste físico del tiempo es morir temprano.
Crónica publicada en la revista Contrabando.