domingo, 26 de julio de 2009

Ratón Playero QEPD


La semana pasada cumplí cuarenta y pico de años y mi mamá todavía me regaña. El último regaño se debió a que teniendo carro me monté en una camionetica. ¿Acaso no leo en la prensa que es uno de los principales objetivos de los malandros? Que a cada rato se suben en ellas para robar a conductor y pasajeros, y al que rechiste, lo matan. Me defiendo ante mi madre alegando que en Caracas hoy no hay medio de transporte que se salve del hampa: quien tiene carro se expone a que lo encañonen para robárselo, o ser sometido a un Secuestro Express, sin contar los asaltos en el tráfico. Quienes andan en moto, lo mismo: hay unas motos a las que llaman “15 días” porque es lo que suelen durarle a sus propietarios antes de que se las roben. Quienes usan el Metro, y quienes caminan, se ven expuestos a arrebatones de cartera, reloj, celular y hasta ser despojados de sus zapatos.
Por más que la actual defensora del pueblo asegure que la inseguridad es un problema sensorial, por lo menos en Caracas, estamos a la merced de la providencia y de los malandros.
Mi marido también me regaña, pero por estar en Facebook, acaso no me doy cuenta de los peligros de exponer mi vida en Internet. Le digo que apenas soy una de millones de usuarios. Además, sigo un mínimo de precauciones como no aceptar a quien no conozco -aunque he hecho excepciones-, y no cuento mi rutina diaria. Le insisto al muy cascarrabias que gracias a Facebook hasta tuve una fiesta virtual de cumpleaños donde recibí tortas, canciones, flores y muchos regalitos.
Pero una de las mayores alegrías que he recibido por Facebook se la debo a la escritora Gisela Kozak, quien un sábado en la mañana escribió en mi muro algo así como: “Coooorreee antes de que se agoten, ya están a la venta las entradas para ver a Gustavo Dudamel y Gabriela Montero en el Aula Magna”. Inmediatamente me fui a la taquilla en la Ciudad Universitaria donde encontré una cola como de 10 personas. El muchacho frente a mi contó estar llegando del Teatro Teresa Carreño donde para comprar entradas para ver a Dudamel dirigir el concierto para piano y orquesta No. 4 de Beethoven con Emmanuel Ax como solista, la cola comenzó a la 5 de la mañana. Gracias al dato de Gisela por facebook, hice menos de media hora de cola para ver el viernes 17 de julio en el Aula Magna a dos glorias musicales en el concierto para piano y orquesta No. 2 de Rachmaninoff junto con la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar.
De regreso a casa con las entradas en la cartera, ante un embotellamiento inusual para un sábado al mediodía en la encrucijada de las avenidas La Salle con Andrés Bello, temí un arrebatón en el tráfico. Más que el celular, el reloj o la cédula (aunque no tanto como la vida) temía perder las entradas de un concierto histórico. Al pasar frente a una funeraria me di cuenta del motivo de la tranca: partía el cortejo fúnebre de quien supuse otra víctima del hampa. Con una caravana de autobuses, camionetas y taxis se le rendía homenaje póstumo a un colega, a un amigo, escribiendo en sus vidrios: “Ratón Playero QEPD”, y frases de dolor y de indignación como “¿Dónde está la guardia?”. Ese entierro no era virtual, en la carroza cubierta de coronas iba una nueva ausencia en una familia venezolana.
Descansa en paz Ratón Playero, que tu muerte no quede impune en una Venezuela donde para algunos la inseguridad es sólo una matriz mediática.
Artículo publicado el sábado 25 de julio de 2009 en El Nacional.

sábado, 25 de julio de 2009

Los 16 nuevos nuevos periodistas restantes



Después de las primeras tres entrevistas del libro The New New Journalism reseñadas en Evitando Intensidades, los 16 escritores restantes seleccionados por Robert S. Boynton para discutir sobre el nuevo periodismo no parecieron tan distintos entre sí, quizás porque Boynton repetía las mismas preguntas para obtener las mismas respuestas, como por ejemplo: “¿Se considera usted un nuevo periodista?”.
Nadie respondió que sí, ese término puesto de moda cuando Tom Wolfe y Hunter S. Thompson comenzaron a utilizar técnicas literarias para narrar sus investigaciones periodísticas, a sus herederos les suena pretencioso, prefieren considerarse escritores de no-ficción o simplemente reporteros.
Otra coincidencia entre los escritores consultados fue que a ninguno les gusta escribir sobre actores, músicos, deportistas o políticos famosos porque son  historias que ya están contadas. Además, es poco el tiempo que los famosos les pueden dedicar, no es lo mismo hacerle la entrevista número 356oo a Madonna que la primera a una madre desesperada en contar cómo el desecho tóxico de una fábrica en el río de su pueblo pudo ser el causante de la leucemia de la que murió su hijo.
Algunos de los periodistas entrevistados por Boynton trabajan sólo historias en los Estados Unidos, otros cruzan fronteras, pero  dependen de traductores, por eso los prefieren jóvenes sencillos, no profesionales, estudiantes a quienes no se les ocurra modificar la intención de lo dicho.
La forma narrativa varía poco, la primera persona sólo si la historia lo requiere, como  por ejemplo en crónicas informales o cotidianas, pero para investigaciones periodísticas más serias, la tercera persona sienta un necesario distanciamiento. Lo importante es la historia, no quien la cuenta. Por eso también evitan inmiscuirse de manera directa en la vida de sus temas. 
Estos escritores de no ficción suelen disfrutar más el trabajo de campo, el reportaje, que sentarse a escribir. Sienten que es hora de  hacerlo cuando ya la línea narrativa está completa con principio, desarrollo y final, o cuando les empieza a pasar que al entrevistar conocen más del tema que el entrevistado, o simplemente, que ya no tienen nada que agregar. Para llegar a esa etapa, los nuevos-nuevos periodistas pueden pasar años.
La mayoría de los consultados por Boynton son hombres, de los 19  autores incluidos en el libro, no más de 4 eran mujeres. Todos tienen esposas comprensivas, sus mejores críticos, dispuestas a oírlos hasta el agotamiento divagar sobre el mismo tema, leen cada uno de sus borradores, y son capaces de darse cuenta del detalle que faltaba. Las pocas mujeres entrevistadas no parecen tener semejante dependencia por sus parejas.
Los autores entrevistados por Boynton prefieren escoger los temas a investigar, pero no dudan en confiar en la voz de un editor para decirles qué funciona y qué no. También suelen ser ordenados en sus investigaciones codificándolas en carpetas, temas, personajes y barras de colores. A la hora de escribir buscan hacerlo en lugares y horarios que no presenten distracciones, cuando los niños están en la escuela, o tarde en la noche, y en oficinas con escaso mobiliario y sin vista. Sólo un romántico confesó que le gusta hacerlo a lo Hemingway, en un café, así se siente más escritor. Sacar el perro a pasear siempre ayuda a despejar la mente.
Una regla de oro en el periodismo es prohibido pagarle a los entrevistados o sobre quien se hace el reportaje, aunque siempre hay la excepción como el periodista que escribió la historia de dos niños de un ghetto  y con las ganancias del libro publicado estableció una beca para que pudieran culminar su educación. Lo único que se les puede ofrecer a los entrevistados es pagar la cuenta en los restaurantes donde se realizarán las entrevistas.  A la hora de hacer un reportaje, el periodista tampoco debe aceptar ningún obsequio de su entrevistado u objeto de su reportaje, se podría considerar como un soborno.
Un tema álgido entre los nuevos y no tan nuevos periodistas es el famoso “off record” esas dos palabras que una vez dichas impiden al reportero citar la fuente. Eso no quiere decir que lo dicho no pueda ser investigado por otros medios, sólo que no se puede decir de quién salió el pitazo. La mayoría de los  reporteros prefieren tomar notas antes que grabar las conversaciones, y cuando lo hacen, consideran que la mejor parte de la conversa suele ocurrir cuando se apaga el grabador.
El principal punto en el que todos los nuevos nuevos periodistas concuerdan es que no existe la verdad absoluta, sino distintas maneras de manejar los datos investigados. Lo que sí existe es la honestidad y la minuciosidad del periodista en llegar al corazón de una historia para hacerla veraz y fiable al lector. 
Estos son los 16 entrevistados  restantes entre los mejores escritores de no-ficción norteamericanos: William Finnegan, Jonathan Harr, Alex Kotowlitz, Jon Krakauer, Jane Kramer, William Langewiesche, Adrian Nicole Le Blanc, Michael Lewis, Susan Orlean, Richard Preston, Ron Rosenbaum, Eric Schlosser, Gay Talese, Calvin Trillin, Lawrence Weschler y Lawrence Wright.

jueves, 23 de julio de 2009

Conjuro


Ante la oferta de reelección presidencial continua, la amenaza de expulsar a los extranjeros en Venezuela que critiquen al gobierno revolucionario, y la convicción de quienes hoy ejercen el poder de que la única senda educativa posible es la que enseña los caminos de la Revolución Bonita; sé que debí buscar opciones de entretenimiento menos imperialistas, pero qué puede hacer una madre de tres cachorros enjaulados si los campamentos vacacionales de pioneritos todavía no son una realidad. Para vencer el tedio no se me ocurrió mejor idea que llevarlos al cine a ver “Harry Potter y la orden del Fénix”.

Tiemblo al pensar que la patria potestad de mis niños pueda estar en riesgo por tal desatino. Les aseguro, camaradas, que no pretendía ser revisionista ni inculcarles a mis hijos pensamientos contrarrevolucionarios. Sólo aspiraba gozar dos horas de magia y escapismo.

Ya que el mal está hecho, les advierto compañeros que ¡qué Supermán ni qué Supermán! La prepotencia del hombre de acero hace tiempo pasó de moda, el semillero neoliberal, el Némesis de la gesta bolivariana, no está en la gran Metrópolis, ni es más rápido que una bala ni más fuerte que una locomotora; está en Hogwarts, un elitista colegio inglés al que sólo tiene acceso un puñado de jóvenes privilegiados, escuela sin control de contenidos pedagógicos ni mensualidades reguladas que se resiste a acatar los sabios lineamientos del ministerio popular para la magia y la educación.

El líder estudiantil de semejante pandemónium, un tal Harry Potter, es un  mago adolescente venático y de hormonas alborotadas, cuyo mayor credencial es haber derrocado, cuando apenas era un bebé, las fuerzas de Lord Voldemort. En otras palabras, un chamo golpista. 

La película comienza bien, hasta ejemplarizante, cuando a Hogwarts, institución con visos subversivos, le es impuesta como  maestra de defensa para las artes oscuras una  funcionaria del Ministerio de la Magia  con el fin de vigilar que su director, estudiantes y docentes no sigan cayendo en irregularidades que contraríen el incuestionable ideario moral y político del Gran Ministro.

Dolores Umbridge, inspectora esmerada en hacer acatar la línea de pensamiento oficial -dama regordeta, amante de los gatos, uniformada de rosado- es ridiculizada en la película por su condición de patriota inquisidora dando pie no sólo a que nuestros sensibles jóvenes piensen que cualquier ente impuesto por el gobierno es  aborrecible,  sino que después a los más alienados les de por pintarse las manos de blanco y salir a la calle a gritar “¡Libertad!”.

La señorita Umbridge, cual burócrata bolivariana, se desvive por imponer los cánones gubernamentales de lo que debe ser una juventud ejemplar, prohibiendo amapuches, reuniones desestabilizadoras y otros males, ¿y cómo termina la pobre? en las fauces de una manada de centauros. ¿Habrase visto metáfora más machista y humillante para una servidora pública que sólo cumplía su deber?

En las salas de cine caraqueñas se oyen risas sarcásticas, los gracejos claman con cada decreto de la abnegada funcionaria: “¡una inspectora chavista en Hogwarts!”. Por eso, ante semejante analogía, propongo hacerle un conjuro a la multimillonaria J.K. Rowlings y al joven mago golpista, y pedirle al incondicional José Saramago que se decida, y escriba de una buena vez su versión del encanto de la saga revolucionaria bolivariana.

Publicado en El Nacional el 28 de julio de 2007. Dos años después, cuando se estrena  "Harry Potter y el príncipe mestizo" y  el proyecto de ley de educación vuelve a estar en la palestra, rescato este conjuro para Evitando Intensidades


domingo, 19 de julio de 2009

Antología personal del despecho


La brecha generacional entre mis primas y yo se hizo sentir discutiendo las canciones de nuestros despechos. Producto de una adolescencia y juventud transcurrida entre los años 70 y 80, maticé buena parte de mis desamores con Rocío Durcal y Juan Gabriel. Mis primas, cuya adolescencia y vida universitaria transcurrieron entre fines de los años 80 y la década del 90, se despecharon con Luis Miguel.
Yo les digo que Luis Miguel es para los boleros lo que Rod Stewart para el cancionero americano: un buen interprete que rescató un excelente repertorio que otros cantaron mejor. Ellas no comprenden mi gusto por el kitsch de Juan Gabriel. No logran ver en el amanerado cantante a uno de los supremos compositores populares hispanoamericanos.   
Tras esta conversación decidí hacer una antología personal del despecho, escarbando en You Tube logré una primera selección de 200 temas que le cantan a un amor que no se dio. Tras una segunda selección entre boleros, rancheras, baladas, salsa, nueva trova, blues, pop, disco, soul y rock; escogí para Evitando Intensidades esta antología del despecho, más de 60 canciones dedicadas a amores frustrados o no correspondidos. 
Aprendí varias lecciones copilando esta antología como lo difícil que es despecharse oyendo rocanrol. Tampoco incluye blues, son un universo aparte.  Muchos boleros, temas que hicieron suspirar a mis abuelos que las nuevas generaciones conocen en la voz de Luis Miguel, además del cancionero americano que ha hecho a Rod Stewart un sexagenario multiplatino. El resto es la historia de los barrancos de mi generación. No repito cantantes aunque sí compositores, ni incluyo temas con los que quizás me abrí las venas en su momento, pero que no lograron sobrevivir el paso del tiempo. Sólo una canción en versión inglés y español.
 Aquí va mi antología personal del despecho,  una ecléctica muestra del desamor.
 La Gata bajo la lluvia- Rocío Durcal.
Punto.
 Le siguen en orden aleatorio:
 Al estilo Jalisco:
 Se me olvidó otra vez- Juan Gabriel, Que te vaya bonito-  Vicente Fernández,  Me cansé de rogarle-  Pedro Infante, Un mundo raro- Chavela Vargas, Te solté la rienda-Maná
 Boleros femeninos:
Qué te pedí-La Lupe, Esperaré- Presuntos Implicados, Miénteme- Olga Guillot, Arráncame la vida- Toña La Negra, Nosotros- Soledad Bravo, Algo Contigo- Rosario.
 Boleros masculinos:
 En un beso la vida- Orlando Contreras, Perdón- Daniel Santos, Reloj- Lucho Gatica, Llanto de Luna- Tito Rodríguez, Mía- Armando Manzanero, Lágrimas negras- Barbarito Diez Desesperanza, Alfredo Sadel.
Despechos de anteayer:
 The man I love- Billie Holliday, I'll be seeing you (versión sorpresa), Every time we say goodbye-  Robbie Williams, Stormy Weather- Lena Horne, I can’t stop loving you- Ray Charles.
 Despechos Pop:
 It’s too late- Carole King, Ticket to ride- Beatles, If not now- Tracy Chapman, With or without you- U2, Drive- Cars, How can you mend a broken heart, Bee Gees.
 Despechos Soul:
 Touch me in the morning- Diana Ross, Ain’t too proud to beg- The Temptations. (Video versión sorpresa), Don’t play that song- Aretha Franklin,  Midnight train to Georgia- Gladys Knight & the Pips,  Still- Lionel Ritchie.
 Despechos en salsa: 
Periódico de ayer- Héctor Lavóe, Dime por qué- Ismael Rivero, Dime- Rubén Bládes, Llorarás- Oscar D’León, Que alguien me diga- Gilberto Santa Rosa. (Versión bolero)
 Una ñapa para la vilipendiada salsa erótica:
 Lluvia- Eddie Santiago, Bailemos otra vez- El Canario
 Despechos de película:
 As time goes by-  (Casablanca), The way we were- Barbra Streisand (The way we were), Moon river- Louis Amstrong (Brakfast at Tiffany), Somewhere - (West Side Story),  Against all odds- Phil Collins, Oh Sandy, John Travolta (Grease)
 Despechos Disco:
 I will survive- Gloria Gaynor, Last dance- Donna Summer, Borderline- Madonna, Don’t leave me this way- Thelma Houston, Gonna get along without you now- Viola Wills
 Despecho a la brasilera:
 Un gesto estúpido de amar- María Bethania, Qué será de ti- Roberto Carlos, Folletín- Gal Costa, Procuro olvidarte- Simone, Triste- Elis Regina.
 Despechos Pop en español:
 Copa Rota- Andrés Calamaro, La Tormenta- Miguel Bosé,  Me cuesta tanto olvidarte- Mecano, Si tú no vuelves- Miguel Bosé, Temblando- Hombres G.
 Despechos de autor:
 Contigo- Joaquín Sabina, El romance del Curro "El Palmo"- Joan Manuel Serrat, Ojalá- Silvio Rodríguez, Para vivir- Pablo Milanés, El amor después del amor- Fito Páez. 
 Así nos despechamos los venezolanos de mi generación:
 Manantial de corazón- Yordano,  Es verdad- Ilan Chester,  Seré un buen perdedor- Franco de Vita, A quién- Karina, A Flor de piel- Luz Marina, Si tú te vas- Colina.
 Despechos de los 90 para acá:
 No sé tú- Luis Miguel, Corazón partío- Alejandro Sanz, Moscas en la casa- Shakira, Es mentiroso- Olga Tañón, Tears dry on their own- Amy Winehouse.
  Demasiados  desamores quedaron por fuera, esta lista sigue abierta para el que la quiera continuar…

martes, 14 de julio de 2009

Up en tiempo de censuras descabelladas


Hasta que por fin pudimos ver UP, julio es un mes tan agitado que fue difícil encontrar un espacio en nuestra familia para la película de PIXAR ambientada en La Gran Sabana, Venezuela. En parte el problema era que mis panas cinéfilos insistían que debíamos verla en su versión tridimensional, y los cines en Caracas adaptados a la tecnología 3D quedan en centros comerciales a los cuales es difícil  llegar en días de semana por el tráfico, y en fines de semana se llenan.
Mis hijos tenían miedo de que fueran a prohibir UP en Venezuela, habían escuchado rumores que en el Ministerio del Ambiente estaban indignados por la invasión de los viejitos gringos a los tepuyes venezolanos. Que eso de dejar una casita de vereda blanca construida en medio de la desolación del paisaje casi prehistórico,  podía ser interpretado como una muestra más del ansia gringa de colonializarnos.  
A pesar de ese rumor de censura tan descabellada(aún en tiempos de censuras descabelladas), no nos quedó más remedio que esperar hasta que por fin encontramos un espacio para ir en familia a ver UP antes de que la fueran a quitar, y no por imperialista, ese rumor ya había pasado, sino para darle paso a nuevas superproducciones hollywoodenses como La Era del Hielo 3 y la sexta entrega de Harry Potter. 
Intenté seguir las recomendaciones cinéfilas y ver UP en 3D, en la cartelera del periódico salía que todavía la estaban exhibiendo en los cine de El Recreo, Sambil y El Tolón. Pero ni en la página WEB de Cinex, ni llamando por teléfono para comprar las entradas daban esas tres opciones. Traté de comunicarme con algún operador, un ser humano y no una máquina al otro lado de la línea, fue inútil, así que decidimos no tomar riesgos y ver Up a la antigua, bidimensional, en vespertina en el cine San Ignacio.
Viendo como la casita cargada por globos multicolores sobrevolaba los tepuyes venezolanos, lamenté no haber hecho un esfuerzo por ver UP tridimensional, dicen que la tecnología ha avanzado mucho de los incómodos anteojitos que era hace unos años.  Además de los imponente paisajes, no me quería ni imaginar el terror ante la manada de perros amaestrados del villano Charles Muntz,  la banda de canes rabiosos que siguen ordenes del macho Alfa. Comiendo cotufas pensé que después de todo UP no era una película que pueda gustarle a quienes siguen ordenes a ciegas o gustan ser obedecidos incondicionalmente. Mas que por una casita cargada por globos de colores que se lleva por delante tepuyes para salvar a un ave rara, un funcionario público que hace amenazas descabelladas se debe sentir intimidado ante el destino del macho Alpha cuando su manada de perros bravos deja de obedecerlo. 
Claro, eso sería hilar demasiado fino para quienes todavía se piensan los muchachos de la película revolucionaria. 
Aún en tiempos de censuras descabelladas.

La voz del descontento


A todo articulista cada cinco años le toca su crónica sobre el martirio de sacarse el pasaporte. Esta es la mía. Y la escribo no para quejarme sino para reconocer lo fácil que fluyó el trámite, por lo menos la primera etapa que comenzó solicitando la cita por Internet. A la semana recibí un correo informándome que mi cita para estampar firma y huellas sería el 2 de julio, entre la 1 y las 3 de la tarde, en las oficinas de la Plaza Caracas. Lástima que coincidía con el acto de fin de año escolar de mi niño. Qué remedio, me lo tuve que perder porque si hay una cita impostergable es con extranjería.
En menos de hora y media ya estaba de salida, el único inconveniente fue cuando intenté sonreír para la cámara. “Boca cerrada”, me exigió la funcionaria. En la foto del pasaporte no hay lugar para la coquetería. Prometieron que en menos de 15 días hábiles estaría listo el documento. Recordé con alivio que cinco años atrás realizar este mismo trámite me tomó una mañana. 
Salí tan rápido que decidí hacer algo que tenía años sin hacer: deambular por el centro de Caracas. Caminando ante gigantografías y murales con la imagen del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, lamenté no haberme traído la cámara para dejar constancia del abuso del culto al líder en el espacio ciudadano, mi esposo se la había llevado para retratar al niño con sombrero de cogollo cantando “El sapo”. Estuve tentada de sacar el celular y retratar la idolatría que en cualquier ciudad civilizada no se toleraría pero que muchos admiran en tierras lejanas. La cautela venció a la indignación: hace poco una amiga fue sometida por tres zagaletones para arrebatarle el celular en la Plaza Caracas.
Aunque deambular no es la palabra para una travesía con destino, en mi caso los libreros bajo el Puente de Las Fuerzas Armadas. Compré tantos libros como fui capaz de cargar, entre ellos: “Contra el fanatismo” de Amos Oz que comienza con el escritor israelí aborreciendo la “…típica reinvindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea…”.
A la hora de regresar a casa lo hice en un medio de transporte que tenía años sin usar: una camionetica. No sabía ni cuánto costaba el pasaje, así que pagué con un billete de diez. El chofer tenía el vuelto preparado con una moneda suelta y un bojote de billetes gastados. Adentro parecía la buseta de un colegio de monjas, todos los pasajeros éramos mujeres. El chofer me preguntó si sabía qué era lo que estaba pasando, el porqué de una guarimba roja trancando parte de la avenida Urdaneta. Le conté que también por La Hoyada, frente a no sé que edificio público, funcionarios de rojo manifestaban contra el golpe militar en Honduras.
Mi vecina de asiento, una mujer que no llegaría a los 40 años, mostró poca paciencia para este tipo de  protestas: “pareciera que en Venezuela no tuviéramos problemas, que esos vestidos de rojo no saben lo que es la delincuencia, ni enfermarse, ni que en su calle falte el agua y la luz…”. Nadie le refutó. Oyéndola al mismo tiempo que los funcionarios públicos clamaban por el regreso de Zelaya a Tegucigalpa, pensé que por lo visto no soy la única en cometer el error de tener años sin montarse en una camionetita, quienes manejan los hilos del poder en Venezuela desde 1998 como que tampoco lo han hecho. Es como si hubiesen perdido la sintonía con la voz del descontento.
Artículo publicado en El Nacional el sábado 11 de julio de 2009. Como ese día no llevé cámara, para ilustrar  el abuso de la iconografía revolucionaria en los edificios públicos seleccioné esta foto tomada poco antes de unas elecciones  en la que sale el Instituto Nacional de Nutrición dándonos doble ración de proselitismo:  imagen del líder rojo en la fachada del edificio, y publicidad electoral en el techo.

viernes, 10 de julio de 2009

Tres nuevos-nuevos periodistas


Hasta que me decidí abrir un libro que tenía años esperando en la montaña de libros por leer: “The new new journalism- conversations with America’s best nonfiction writers on their craft” de Robert S. Boyton (Vintage Books 2005), tema que me apasiona desde que tomé en el año 2001 el Taller de Literatura sin ficción dictado por Milagros Socorro, patrocinado por la Fundación Polar, del que salió mi primer libro: “Margot: retrato de una caraqueña del siglo XX” (2003).
Con apenas tres entrevistas leídas de las 19 que realiza Boynton a los herederos de Tom Wolfe, Hunter S. Thompson y Gay Talese, lo reseño para Evitando Intensidades porque encontré tantos datos interesantes que no quisiera que se me pase alguno.

El primer entrevistado del libro es Ted Conover, cuya formación no es el periodismo sino la antropología.  Nacido en Okinawa, Japón, en 1958, Conover se crió en Denver, Colorado, como el Príncipe Feliz de Oscar Wilde, rodeado de mimos y de lujos hasta que se decidió a salir de la comodidad de su mundo privilegiado para conocer el de los desposeídos. David Remnick, editor de la revista New Yorker, presenta a Conover como “El tipo que se gana la vida durmiendo en el suelo”. Razón no le falta porque Conover es Stanislavskiano a la hora de enfrentarse a un tema que lo apasiona. Investigando para su primer libro “Rolling Nowhere: Riding the rails with American Hoboes” (1984) convivió con mendigos que vagaban por los trenes de Norteamérica; para “Coyote”(1987), historia sobre los inmigrantes ilegales, cruzó con ellos la frontera; para “New Jack: guarding Sing-Sing” (2001), consiguió empleo como guardia de la famosa cárcel donde trabajó durante meses.  
No todo es válido en la no-ficción, el antropólogo escritor tiene su código de ética: jamás invadir la intimidad familiar de a quienes perfila, por eso no aceptó cuando un guardia, creyéndolo colega, lo invitó a cenar en su casa. Conover también tiene su estilo particular: no se esconde como narrador, sus historias las cuenta sin disimulo un tipo clase media que se infiltra en un universo que le es ajeno.

Todo lo contrario al segundo entrevistado: Richard Ben Crammer, quien sí es periodista de profesión  famoso por lograr las historias que muchos colegas daban por imposibles como la biografía del inaccesible Joe Di Maggio: “Joe Di Maggio: The Heroe’s life”(2000). Crammer (1950), nacido y criado en Rochester, New York, es egresado de Columbia University, y a diferencia de Conover, prefiere evitar la primera persona a la hora de narrar,  y su método es invadir la intimidad de sus presas, viviendo en sus pueblos, hurgando en sus anuarios de escuela, haciéndose confidentes de familiares y amigos. Además de Di Maggio, Crammer ha publicado libros sobre Bob Dole y Ted Williams, que distan de ser las típicas biografías favorecedoras, mas bien close-ups que se afincan en las imperfecciones, como en el caso de Di Maggio, quien bajo la lupa de Crammer queda como un hombre tacaño y hasta miserable.
No es muy apreciado entre algunos de sus colegas el estilo de escritura de Crammer, muchos lo aborrecen por el abuso de signos de exclamación, palabras cuchis y onomatopeyas. Como también suele ser criticado el tercer entrevistado de los nuevos-nuevos periodistas: Leon Dash, aunque no por su estilo narrativo sino por su perenne tema: la miseria en los ghettos.

Dash, nacido en el año 1944 en el seno de una familia clase media en Harlem, Nueva York, se aferró a la historia a la cual habría de dedicarle años de su vida: Rosa Lee Cunningham, una abuela que traficaba drogas para mantener a sus numerosos hijos y nietos, familia en la que el tráfico y consumo de estupefacientes pocos se libraron. Gracias a esta serie de reportajes para el Washington Post que eventualmente fueron publicados como libro con el título de: "Rosa Lee, una madre y su familia en la América urbana" (1996), Dash ganó el premio Pulitzer de periodismo en el año 1995, honor del que se enteró el mismo día en el que fue asesinado uno de los nietos adolescentes de Cunningham, y ella era ingresada en un hospital en donde habría de morir poco tiempo después a causa de un mal relacionado con el sida.
Pero la crítica a Dash  no está en su estilo, que es un cómodo centro entre la primera persona de Conover y la tercera de Crammer -trata de mantener distancia como narrador pero no teme usar la primera persona - se le cuestiona el contenido de sus investigaciones: algunos afroamericanos clase media lo acusan de hundir su raza en clichés de violencia y promiscuidad sexual. Tirria que comenzó con su libro: “Cuando los niños quieren niños” (1989) sobre la enorme cifra de embarazos en la población negra adolescente. Dash se defiende de sus detractores aduciendo que la violencia en los ghettos y la alta tasa de maternidad en las adolescentes negras son temas importantes a los que hay que enfrentarse sin pudor.  
Conover, Crammer y Dash, a pesar de la diferencia de sus intereses a la hora de elegir tópicos, a pesar de tener voces tan disímiles, usan métodos similares para conseguir lo que se proponen, como por ejemplo tomar notas: los tres lo hacen en pequeñas libretas que siempre llevan en el bolsillo. No les gusta entrevistar a sus fuentes en sus casas, especialmente en la sala del entrevistado: “Si me veo en una sala,  invento una excusa para conversar en la cocina, lugar más propicio para las confidencias”, dice Crammer. Para Dash nada da paso a las intimidades como picar un pedazo de pan en un restaurante. Ninguno de los tres escritores se conforma con una entrevista, por lo menos 5 o 6 para ganar confianza, y por escrito no sirve, el lenguaje corporal es importante, y lo dicho, dicho está. Pero lo que más une a estos tres escritores de no-ficción es la obsesión: pueden pasar años pegados en un tema que cualquier otro periodista no le habría dedicado más de unas líneas, y la meticulosidad y disciplina para alcanzar que estas obsesiones se conviertan en libros.
Si acaso “The New New Journalism” sigue despertando en mi y en algún lector casual el mismo interés de estos tres primeros entrevistados, volveremos a él en una próxima intensidad.  

jueves, 9 de julio de 2009

La plaza de don Luis


Mi abuela de 91 años se siente como Venezuela: descuidada y desmoronándose. Su salud de roble está afectada por los nervios de vivir en una ciudad en ruinas a la cual no reconoce:  "¿Tú crees que algún día podré regresar a la Plaza Bolívar?". Como toda buena caraqueña nacida en la primera mitad del siglo XX, los primeros años de su vida transcurrieron alrededor de la céntrica plaza que hoy no se atreve a pisar porque la sabe tomada por una banda de radicales afectos al gobierno cuyo trabajo es amedrentar todo aquello que huela a oposición.
Pasar por la Plaza Altamira no ayuda mucho su depresión: "Tu abuelo siempre decía que lo que más le costaba entender a sus estudiantes de historia de la arquitectura era qué es una plaza, los muchachos creían que una plaza apenas era un sitio público donde se ponía una estatua, no, una plaza es más que eso, una plaza es lo que la rodea". A la Plaza Altamira la rodea la desolación.
No hay tráfico esta mañana de febrero en Caracas, a pesar de que supuestamente se acabó el paro y la escasez de gasolina -según el gobierno- ya se está solventando, las únicas aglomeraciones de carros que se ven en las calles son las largas colas que se forman en las gasolineras cerradas. El caraqueño este año 2003 vive de datos, a Castillo, el chofer de mi abuela desde hace cuarenta años, le dieron el dato de que en La Bandera había gasolina y en dos horas logró llenar el tanque del carro. Corrió con suerte, historias abundan de conductores que después de más de 24 horas en cola, le cierran las gasolineras en las narices. También abundan los datos de Guardias Nacionales que por "apenas" diez mil bolívares, te llenan el tanque del carro.
Son las nueve y media de la mañana, mi abuela me pasó buscando con Castillo para que la acompañara al médico porque se siente fatigosa, dice que la Passiflorina se le fue por el camino viejo. El carro se detiene momentáneamente en el semáforo en rojo en la intersección de la Avenida Luis Roche con la Francisco Miranda, frente a la hoy Plaza Francia en pleno corazón de Altamira. Mi abuela conoció mucho a Luis Roche, era uno de los mejores amigos de su padre: Juan Bernardo Arismendi. Juntos construyeron en Caracas en los años veinte urbanizaciones como San Agustín y La Florida. Altamira no formó parte de esta sociedad, fue obra exclusiva de don Luis.
Castillo, mi abuela y yo contemplamos en silencio y con tristeza la Plaza Altamira, está en ruinas, como si un huracán acabara de pasar: sucia y abandonada pero lentamente recuperando su carácter de plaza. Algunos estudiantes caminan apurados morral al hombro, ya no hay quien se preocupe por su ideología; una pareja de enamorados se come a besos en un banco de piedra mientras un viejito indiferente lee la prensa a su lado. No hay cámaras de televisión, no se ven militares por ningún lado, ni oradores de turno, ni personas disfrazadas de banderas de Venezuela. Todavía se ven tienditas de campaña en algunos sectores de la Plaza, ¿quién dormirá en ellas? Los toldos de los diferentes partidos políticos de la oposición siguen montados, pero están abandonados. En la tarima frente al Obelisco quedó un altar improvisado con todo tipo de estampitas y santos, presididos por una gran imagen de la Virgen resignada como preguntándose: "¿Se habrán olvidado de mí?".
Cuando el semáforo cambia a verde, mi abuela suspira: " Si por el gobierno fuera ya la habrían bombardeado. ¡Qué lástima! ¡Qué diría don Luis si viera su plaza!". 
Escrita en enero 2003, hoy recuerdo esta crónica de la plaza post paro cuando se cumplen 4 años de que ña Margot se nos fue.

lunes, 6 de julio de 2009

El embarque de Warner Chanel


En los años 80 cuando transmitían series dramáticas como Falcón Crest, imposible dejar de ver un capítulo sin perder el hilo de la trama. Todos los domingos en la noche había que sentarse frente al televisor para ser testigos de qué nueva maldad tramaría la pérfida Angela Channing. Si por alguna razón perdíamos un episodio, nos tenían que contar a detalle lo que pasó, porque al igual que con los capítulos de las telenovelas, no habría repetición. Hoy, que podemos grabar nuestras series favoritas o bajarlas por Internet, quienes no somos avezados en tecnología ni compramos la temporada completa en DVD, nos queda la opción que los programas de mayor popularidad los pasan indefinidamente en TV por cable. Tanto los pasan, que hasta las series que en un principio no nos llamaban la atención, de repente, en un momento de ocio, las comenzamos a ver, y sin darnos cuenta, nos volvemos adictos a ellas.
Esto me sucedió con Gilmore Girls, tras 7 temporadas, justo el año en el que la serie llegó a su final, me enganché por Warner Chanel en la historia de Lorelai Gilmore(Lauren Graham), una madre  treintañera, y Rory (Alexis Bledel), su hija adolescente, que viven en un pueblito en Connecticut. Cuando la serie se comenzó a transmitir en el año 2000 no me interesó, tanto madre como hija me parecían insoportables, pero como en Warner la pasan por lo menos tres veces al día, agarrando un poquito aquí, un poquito allá, me fui familiarizando con el alcalde latoso, con la coreana roquera, con Christopher -el papá de Rory que aparece y desparece de sus vidas-, con los abuelos sifrinos, y en especial con Luke, el dueño de la lunchería tan malhumorado como atractivo. Sobre todo me aficioné al rápido diálogo entre madre e hija, un ping pong de frases ingeniosas salpicado de referencias Pop. Además, me encantaban las sorpresas: en un capítulo Norman Mailer tomaba té frío en la posada de Lorelai, y en otro Carole King vendía instrumentos musicales. Así que aprovechando que en Warner repetían por enésima vez la quinta temporada, el pasado julio 2008 decidí comprometerme con Gilmore Girls  justo después de que Rory pierde la virginidad con su ex novio ahora casado, al mismo tiempo que Lorelai, ¡por fin!, se besa con Luke. No me importó comenzarla por la mitad, la vería como en cine continuado que entramos cuando la película está empezada porque sabemos que una vez termine, podremos verla desde el principio.
Pero en Warner tienen un bizarro concepto del principio y del final: después de seguir Gilmore Girls  durante dos meses, un capítulo emocionantísimo terminó cuando ante la guabina de Luke, Lorelai se despierta en la cama del padre de su hija, pero me quedé sin saber qué pasaría después porque al día siguiente,   retrocedieron a la tercera temporada, ni siquiera a la primera. De gafa insistí, me quedaban baches por llenar: ¿qué llevó a Rory a perder su tan guardada virginidad con un ex novio casado? ¿cómo después de cuatro años siendo mejores amigos, Lorelai y Luke deciden empatarse? Así que me volví a pegar Gilmore Girls con la esperanza de que esta vez, aunque no comenzó desde el principio, sí llegaría a su final. Pero cuando ya la trama se estaba enrumbando al momento en el que la madre se deja besar y la hija deja de ser doncella, ¡zuass!, en Warner se saltaron la cuarta temporada y Gilmore Girls volvió a donde la empecé: con Lorelai besada y Rory desvirgada.
Por eso queridos amigos, si deciden enfrascarse en una serie de televisión vieja como quien ve una telenovela: cómprenla, alquílenla, bájenla por Internet, pero, nunca, nunca, se les ocurra verla por Warner Chanel.    
Artículo publicado en la revista Contrabando. Justo antes de salir publicado, en Warner Chanel  dejaron de transmitir Gilmore Girls tres veces al día. Desde entonces, he cumplido mi promesa y no sigo ninguna serie vieja en televisión por cable.

viernes, 3 de julio de 2009

Los devaneos de Rufino

La tirria con Rufino Blanco Fombona viene de años atrás, un siglo para ser exactos, cuando Carlos Antonio Villanueva publicó "Monarquías en América", polémico libro en el que mi bisabuelo aseguraba que Simón Bolívar era monárquico, y que sólo quería liberarse de los españoles para concretar otro estilo de monarquía. Según la leyenda familiar, Blanco Fombona —idólatra de la memoria del Libertador— al leer que Bolívar tenía serias dudas de la capacidad criolla para gobernarse, se puso furioso ante semejante profanación del pensamiento bolivariano y dio su amistad con el historiador Villanueva por terminada. Por eso cuando hace algunos meses encontré "Diarios de mi vida" de Rufino Blanco Fombona en una vieja edición de Monte Ávila, con cierto morbo saqué cinco mil bolívares de la cartera y me llevé el libro amarillo para mi casa.

Como en bachillerato Blanco Fombona sólo es una referencia y no lectura obligada, debo confesar que hasta ahora el único acercamiento que había tenido con la obra del detractor de mi bisabuelo era "El hombre de hierro", pero no la novela que según su autor logró un verdadero milagro en 1906: "¡Caracas leyendo!", sino el viejo culebrón de Venezolana de Televisión protagonizado por Rebeca González y Luis Abreu. Por eso iniciándome en lo más íntimo de una vida literaria como suele ser un diario, me extrañó saber que este escritor querrequerre nacido en Caracas en 1874 y fallecido en Buenos Aires en 1944, antiyanqui, editor, novelista, poeta, historiador, que vivió casi toda la dictadura gomecista en el exilio, hoy apenas leído, fue traducido a más de seis idiomas, incluyendo el sueco, y alguna vez aspiró al premio Nobel de Literatura nominado por intelectuales españoles de la talla de Valle Inclán y Marañón.

"Diarios de mi vida" es una selección de los diarios de Blanco Fombona hecha por el autor al final de su vida, arranca en París de 1904 con la publicación de su primer libro en francés: "Contes Americains". Ya en esta primera entrada en la que el joven escritor describe el inmenso tedio de tener que dedicar libros, nos encontramos con un mozalbete arrogante, sintiéndose predestinado para la grandeza, creyéndose superior a su país y a sus circunstancias políticas y sociales. 400 páginas y 26 años después, leemos a un achacoso Blanco Fombona viviendo en Madrid tras un largo exilio político, a quien no se le apacigua la prepotencia mantuana ni con las dificultades económicas ni con el amargo sabor de haber vivido una vida derrochada: "lo poco que hice no es sino un índice de lo que pudo ser".

Por más que busco, entre las múltiples veleidades del irascible Rufino no encuentro a mi bisabuelo, por el contrario, en la página 314 hay un reconocimiento a la "voluminosa e interesante obra de Carlos Villanueva". El odio profundo lo reserva Blanco Fombona a Juan "Bisonte" Gómez, a los Estados Unidos de Norteamérica y cierto desprecio a los poetas españoles modernos "carentes de luminosidad y relieve" como el jovenzuelo Rafael Alberti.
Pero el verdadero encanto de "Diarios de mi vida" no está en la política ni en la literatura —que en estás páginas poco muestran a una de las grandes mentes venezolanas de principios del siglo pasado— sino en el desenfado con el que el Rufino, tan seriecito que se veía, se jacta de sus devaneos sentimentales desde con bien chaperoneadas damiselas caraqueñas cuando era un peleado soltero de la alta sociedad, hasta del encuentro fortuito, ya cincuentón, con una pícara francesita de dieciocho años que de pura excéntrica tal vez, le pareció el vejete merecedor de sus favores una noche de verano en un tren.

De los devaneos del ardiente Rufino ninguno tan apasionado como la seducción de sor Dorotea, inocente monjita italiana quien le entregó su corazón y algo más en una romántica travesía por el océano Atlántico (Rufino no era muy caballeroso en esto de ocultar detalles galantes).

Al final de la aventura con la fruta prohibida, los años pasaron y ni un pensamiento, ni siquiera un remordimiento por la pobre sor Dorotea, quien en su inevitable despedida le reprochó al escurridizo galán el negarse a huir con ella, a pesar de que la valiente monjita arriesgó su pase a la corte celestial por amor a este intelectual venezolano que al final de sus días, se lamenta melancólico en su diario el haber atesorado una extraña capacidad para prescindir de los demás.

Artículo publicado hace aaaaños en Ficción Breve, rescatado ante la publicación de la biografía "Rufino Blanco Fombona: entre la pluma y la espada", escrita por Andres Boersner, editada por la Fundación para la Cultura Urbana.