sábado, 27 de marzo de 2010

El paño de Spiderman



Después de sacar una cerveza bien fría de la cava, hundí los pies en la arena de playa El Agua disfrutando los kilómetros de azul que tenía ante mí. Y aunque suene a lugar común, sintiendo la cálida brisa marina no pude evitar exclamar: “¡Este comunismo me está matando!”.
A pesar del intenso sol, confrontada con la fauna humana de la hermosa playa margariteña, no hay que ser socióloga ni muy suspicaz para darse cuenta de que “este comunismo” nos está matando a los venezolanos de distintas formas: en el toldo de al lado un niño juega con su tobito, su madre lo mira atenta mientras su padre se enfrenta a una botella de whisky Etiqueta Negra. De poblado bigote, generosa barriga y ojos vidriosos que hacen juego con la botella que va palo abajo, al vecino “este comunismo” quizás lo mate del hígado, pero jamás de inanición.
“He aquí un retrato de la boliburguesía”, me digo escuchándolo pedir unos langostinos a la plancha para acompañar el escocés. Enseguida me arrepiento de tanto prejuicio.
No me gusta ser malpensada, pero es que desde que el mundo es mundo estos despliegues de boato se ligan con el poder de turno. Quizás la botella de whisky y los langostinos son merecida recompensa de un trabajo lucrativo pero honrado. Quizás sea casualidad que a la entrada del local de playa El Agua esté estacionada una camioneta último modelo con una enorme calcomanía del Ché Guevara, de esas que se asocian con la revolución.
A las decenas de vendedores ambulantes que ofrecen su mercancía a lo largo de la playa “este comunismo” no los está matando de una manera tan sabrosa. Los vendedores sudan la gota gorda no sólo por el inclemente sol, sino también porque cómo les cuesta vender. “Se fía” grita un muchacho ofreciendo collares de perla mientras otro replica: “Dos por uno por cambio de ramo” . Un tercer artesano remata sus zarcillos: “Todo a mil”. Los “cidiceros” llevan equipos de música para probar el último reggeatón.
Espléndidas morenas ofrecen masajes terapéuticos con aceite de coco. Infinidades de niños venden desde empanadas de cazón hasta pañitos de cocina. Un flaco alto carga un enorme fieltro amarillo mostrando toda una gama de tatuajes: rosas, dragones, corazones sangrantes, los signos del zodíaco, el Ying y el Yang, madre coraje, el Ché Guevara y el último grito de la temporada: aquel delgado teniente de boina roja que una aciaga mañana juró: “Por ahora”. Afortunadamente, todavía no me he cruzado con ninguno tatuado en un brazo o en una nalga.
Imposible resistir el bazar playero. Siguiendo la moda retro, me compro una pulsera hippie y un anillo plateado con un símbolo de la paz. Ya había dado por terminadas las compras del día cuando mi niño se antojó de un paño de Spiderman.
Quise regalárselo antes de que la ley antiglobalizadora de la cultura me lo impida. Mientras el vendedor despliega al hombre araña ante la mirada emocionada de mi hijo, me cuenta que es margariteño de pura cepa, orgulloso descendiente de aquellos feroces guerreros que por su valor frente a los conquistadores españoles merecieron que su tierra fuera calificada como la “Nueva Esparta”. Estudiante de Turismo, el joven vende paños para rebuscarse. “¿Qué tal la están pasando?” pregunta ejerciendo su futura profesión.
Después de asegurarle mi incondicional amor por la isla, le confieso que nunca he sentido tanto calor, agravado por el racionamiento de luz que este septiembre de 2005 me remonta a la época en la que para ir a Margarita, había que hacerlo con velas y linternas en la maleta. Le cuento que desde que llegué, en el sector donde me alojo han cortado la luz casi todas las noches antes de las siete hasta pasadas las nueve.
“¡Y eso que ahí está el sifrineo!” suspiró el vendedor. “Por donde yo vivo la cortan más tiempo. Pero lo prefiero así. Con tal de que no afecte el turismo”.
No puedo echarle la culpa a la revolución. La electricidad en Nueva Esparta está en manos de una compañía privada y se dice que nunca ha habido mayor consumo de energía en la isla que esta temporada vacacional. Petróleos de Venezuela ofreció construir dos plantas eléctricas para subsanar el problema.
El vecino oye las promesas de la nueva Pdvsa con sonrisa complacida. O quizás me vuelvo a prejuiciar, porque cuando el vendedor siguió su camino, ante los ojos iluminados del chiquillo del tobito, su padre saca la billetera y pregunta: “Mano: ¿a cómo la toalla de Spiderman?”.


Publicado en el diario El Nacionalel sábado 10 de septiembre de 2005, casi 5 años después, lo único que parece haber cambiado es que la crisis eléctrica se hizo nacional y que mi chamo ya no usa su paño de Spiderman ni amarrado. La ilustración para Nojile es de Rogelio Chovet.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Crónica de un valle en llamas


Este reportaje gráfico es para quienes no viven en Caracas, porque quienes seguimos aquí no podemos ignorar que el valle se nos quema. Desde hace tres días ese inmenso pulmón vegetal que para muchos es lo único todavía admirable de esta infernal ciudad, está en llamas. Estamos a punto de creer que aquel monte sagrado que los indígenas llamaron Guaraira Repano, en realidad es un volcán que comienza a hacer erupción.


Incendios en el Ávila suceden en temporada de sequía todos los años, ya los caraqueños deberíamos estar acostumbrados, pero nada nos prepara para ver nuestra venerada montaña arder, y éste parece ser el peor incendio en décadas. Comenzó el domingo en la tarde, estaba en un almuerzo familiar en el Alto Hatillo, zona al sur de Caracas con una privilegiada vista a la ciudad, cuando alguien dio la voz de alarma: el Ávila se estaba quemando otra vez. El horizonte parecía afectado por dos rasguños de fuego. Entrada la noche, los rasguños se habían unido en forma de corazón abarcando una alarmante extensión de la montaña.

El Gobierno parece preparado para una invasión del Imperio con todos los helicópteros de guerra que ha comprado, pero no cuenta con una buena infraestructura para apagar un incendio forestal en grandes proporciones, apenas 5 helicópteros de rescate. Y a pesar del esfuerzo de todo un batallón de bomberos, el fuego esa noche consumió varias hectáreas de la montaña.


El lunes pensamos que el fuego había sido sofocado, pero dos días después, nuevos focos de humo se ven desde distintos puntos de la montaña, sin contar la calina que nos tiene a los caraqueños asfixiados. Todavía el miércoles el helicóptero cargado de bolsas de agua sobre vuela el Ávila a la altura de Los Chorros-Boleíta


mientras la erosión política aprovecha la montaña en llamas para echarle leña al fuego: la oposición señala que la incapacidad de apagar el incendio es una prueba más de la ineptitud de un Gobierno que sólo sirve para reprimir y hacerse propaganda; y a la hora de señalar responsables el oficialismo también trata de sacar punta: leí en Facebook un chavista que le echaba la culpa del Ávila en llamas a una guarimba pirómana de la oposición para perjudicar al Gobierno.
Mientras tanto, los caraqueños que no podemos ni respirar con tanto humo y vemos como nuestra amada montaña se achicharra, nos preguntamos en qué momento la sucursal del cielo se convirtió en infierno.



Las fotos son mías a excepción de la foto de la noche del domingo, que fue difundida en varias agencias de noticias y multiplicada en Facebook, no logré una foto tan buena, pero así se veía el incendio desde el sur de la ciudad.

sábado, 20 de marzo de 2010

Top Win


Después de un mes fuera, hoy vuelve a salir publicada mi columna en El Nacional, la censura se ejerce de maneras distintas, una de ellas es complicando la importación de papel, por eso mi trabajo ya no puede ser con la regularidad de un reloj como solía hacerlo un martes cada quince días dedicando unas horas a escribir sobre la actualidad venezolana, en exclusiva, para ser publicado el sábado en El Nacional, porque no sé si esas horas se van a perder. Debo acomodarme a los nuevos tiempos y aprovechar las oportunidades de tener acceso a Internet, mientras el Gobierno no cumpla su amenaza de regularlo también.
Por eso la columna hoy en El Nacional fue la adaptación de una crónica más larga publicada en Evitando Intensidades hace unos días sobre mi visita al hipermercado Bicentenario.  Mucho fue lo que le quité al texto para que entrara en la cuartilla y media requerida en el espacio del periódico, sin embargo, también le agregué, porque un par de días después de mi visita al desabastecido hipermercado, el canal del Estado abría su emisión meridiana de noticias con un reportaje sobre el rotundo éxito (valga el adjetivo) de este ejemplo de Comercios del Socialismo del Siglo XXI.
Las cámaras del país de la fantasía que se llama VTV, se posaron en una montaña de tomates, en ropa para niños y en la gran oferta del día, un limpiador de pisos socialista en oferta, que abajo el Imperialismo mediante, ironías del proceso, su marca es Top Win.
De los anaqueles vacíos de los que había sido testigo dos días antes no se hizo referencia, pero sí de la oportunidad de nuevos productos socialistas al alcance del bolsillo del pueblo venezolano.
"¿Será que fui en un mal día?" me pregunté "¿que estoy prejuiciada?"
Así que mandé a mi marido el lunes siguiente a comprar cloro. Llegó furioso y deprimido por la desolación del local: "hacia allá nos quieren llevar". Los huecos en las estanterías seguían ahí, no consiguió cloro.
Llámenme masoquista, pero regresé el siguiente jueves a Bicentenario, cuando ya había mandado mi artículo a El Nacional, y debo confesar que el Hipermercado esa tarde estaba bien surtido, lo que en Caracas hoy se le llama surtido, es decir, conseguir azúcar y aceite. Era un buen día para comprar, hasta el aire acondicionado estaba prendido.
No compré nada, sólo fui a sacar dinero del cajero automático. Mientras hacía la cola oí a una parejita  quejándose desilusionada: "Esto del mercado socialista es la misma mierda a los mismos precios, pero vestida de rojo, no sé a quién pretenden engañar".

jueves, 18 de marzo de 2010

Barbara


El mediodía en el que Karl Krispin nos invitó a hablar con un grupo de estudiantes de la universidad Metropolitana sobre el tema "Mujeres escritoras o Literatura femenina", después de que Krina Ber y yo leímos nuestras ponencias; Gisela Kozak, con la autoridad que le da no sé cuantos años siendo profesora de la Escuela de Letras de la UCV, se quedó viendo fijamente a la audiencia, tan sentida fue su pausa, que los estudiantes se enderezaron porque sabían que lo que les venía era bueno: "Muchachas ustedes están aquí, son estudiantes universitarias, serán profesionales, gracias a un grupo de mujeres que luchó por ello, hace tan solo 50 años eran pocas las que llegaban a la universidad, no saben cómo les costó a ese grupo de pioneras que ustedes estén donde están" y de ahí arranco Gisela a disertar sobre cómo a pesar de que en ese auditorio se veían muchachos y muchachas por igual, todavía hay notables diferencias en el tratamiento de un profesional hombre y de una mujer.
Recuerdo la palabras de saludo de Gisela a las estudiantes de la Metro tras leer Audition (Audición) de Barbara Walters, apasionantes memorias de una de las primeras mujeres en romper con el paradigma que el Periodismo es cosa de hombres.
"Audition, a memoir" comienza con un secreto de familia que Walters, acostumbrada a sacar confesiones inéditas de sus entrevistados, jamás había tratado públicamente: Jackie, su única hermana, sufría un leve retraso mental, y a pesar de que ella la ignoró durante años, le dedica sus memorias porque la considera una de las grandes influencias en su vida.
Tampoco fue que la periodista tuviera mucha estabilidad en su infancia, Barbara nació en Boston en 1929 en el seno de una familia judía no practicante, su padre, Lou Walters: "ganó tantas fortunas en el mundo del espectáculo como las que perdió". La familia pasaba de la ruina a la riqueza con la misma facilidad como se mudaba de Boston a Nueva York a Miami. Walters confiesa en el prólogo que crecer con su hermana mayor pegada a la falda de su madre, la hizo querer destacarse por las dos pero también le dio un inmenso temor al fracaso, por eso a la hora de escoger universidades, aplicó a Barnard, una excelente universidad de mujeres aunque habría preferido su vecina Columbia. A fines de los años 40 que una muchacha entrara en una Universidad en igualdad de condiciones que un chico, no era lo esperado.
Una vez graduada, sus inicios profesionales en los años 50 fueron como asistente de producción y escritora de televisión, la oportunidad de estrenarse frente a las cámaras se le da de manera fortuita en un programa de variedades tratando temas como jardinería y cocina. Los productores asumían que "a las mujeres no les gusta ver en Televisión mujeres sino hablando de temas femeninos".
Poco a poco, Walters va subiendo escalones hasta compartir la conducción de un noticiero con un importante periodista, a quien le daban las noticias más importantes y a Barbara las triviales.
Su gran break, no sólo de igualarse sino de superar a los periodistas del sexo opuesto, fue en la gira a China del presidente Richard Nixon en el año 1971, donde a pesar de que sus colegas trataban a esta rubia ambiciosa con desdén, y que sólo le hablaban para que los ayudara a escoger souvenirs para sus esposas, Barbara supo ganarse la confianza de Nixon y conseguir tubazos y entrevistas con otros líderes mundiales que ya habrían querido veteranos periodistas.
Casi 40 años después de estas primeras entrevistas, Barbara sigue ganándose la confianza de aquellos en posición de poder, el presidente de Venezuela Hugo Chávez exigió que fuera ella la periodista que lo presentara ante el público norteamericano más que como el líder que llamó Diablo al presidente Bush, como un hombre de carne y hueso que ama a los pobres pero también a las películas de Charles Bronson.
La oposición venezolana estaba indignada con Barbara, en su programa hizo ver a un Caudillo como un tipo simpático, pero la periodista hizo su trabajo, precisamente por esa fama de empatía con sus entrevistados es que tiene acceso a ellos: establece contacto humano con líderes tan variopintos como el rey Hussein, Anwar Sadat, Golda Meier, Arafat, Ferdinand Marcos, George W. Bush, Barack Obama. Lo mismo da un líder de Izquierda o de Derecha, lo importante es el atractivo del poder. Además de estrellas de Hollywood, y alguno que otro criminal famoso. Muy pocos de sus entrevistados no han logrado hacer click con Barbara, dos ejemplos notables: Barbra Streisand, quien pidió derecho a editar la entrevista a su conveniencia (Walters accedió por primera y ultima vez en su carrera) y Warren Beatty, un patán a la hora de ser entrevistado pero un encanto tras las cámaras.
La periodista dista de ser perfecta: ella misma considera uno de sus grandes pelones el aspirar en el año 2000 a que Ricky Martin admitiera en 20/20 que era gay: "su sexualidad es asunto de él, nadie es quién para sacar a alguien del closet", confesaría tiempo después ante sus compañeras del programa "The view".
Se puede no simpatizar con Barbara, fue satirizada en los años 70 por Gilda Radner como Baba Wava en el programa Saturday Night Live por hablar rápido, nasal y comerse las eres; se le puede tildar de ambiciosa, de llevarse, si es necesario, hasta a su mamá por delante, pero no se puede negar que Barbara Walters es una pionera entre las mujeres periodistas, que en aquellos tiempos que sólo éramos adornos de la televisión, que no pasábamos de ser las chicas del tiempo, supo imponerse en un mundo que parecía exclusivo de hombres gracias a su inteligencia, a su tesón, abriendo el camino de miles de mujeres periodistas que han venido tras de ella.
 Cumplidos 80 años, Barbara Walters anunció que su programa anual antes de la entrega de los premios Oscar sería el último tras veinte años entrevistando a las estrellas más destacadas del año.
No, Barbara Walters no se retira, simplemente, otros proyectos la esperan.

martes, 16 de marzo de 2010

Cine, literatura y genética.



A veces los temas de nuestras lecturas no los buscamos sino que nos encuentran. Tras leer “My sister's keeper” (2005) de Jodi Picoult seguido por “Nunca me abandones” (2005) del inglés Kazuo Ishiguro, sólo espero que el tema de la ingeniería genética sea mera coincidencia, porque ambas novelas, cada una en su estilo, pintan un panorama desolador de uno de los avances más importantes de la medicina moderna.

Picoult e Ishiguro no son los primeros autores en cuestionar el afán de los humanos de alcanzar la perfección, vencer el dolor, o ganarle a la muerte gracias a la genética. Cómo olvidar “Un mundo feliz” (1932) de Aldous Huxley, novela pionera en infundir paranoias a futuro si seguíamos insistiendo en trastocar las leyes de Mendel. Huxley, periodista y escritor inglés nacido en 1894, provenía de una familia de eminentes científicos: su padre era biólogo y su medio hermano fue premio Nobel de medicina. Pero el joven Aldous salió al abuelo poeta: idealista, místico y espiritista, dedicando su pluma a cuanta causa noble se le cruzaba por delante. Quizás con tanto científico en la familia, Huxley temblaba al pensar qué pasaría si los grandes avances de la ciencia del siglo XX fueran usados por razones equivocadas, como por ejemplo, un sistema de castas en el que si bien se erradica las grandes miserias de la vida como el crimen, la guerra y la pobreza, controla y domina hasta la sexualidad de los hombres y mujeres del futuro.


Siguiendo esta premisa, muchos admiramos la película Gattaca (1997) del neozelandés Andrew Niccols, donde la palabra “pelón” cobra fuerza cuando en un futuro no tan lejano una mujer queda embarazada tras un irresponsable arrebato de pasión con su marido, en el que por supuesto, faltó el respaldo de la ingeniería genética. El resultado del “pelón” es un Ethan Hawke a quien después de un examen de sangre siendo bebé, le pronostican cuanta tara pueda haber latente en la familia: miopía, problemas del corazón y una alta probabilidad de alcoholismo. El muy testarudo se las arregla para escalar posiciones furtivamente en Gattaca, la compañía aeronáutica donde trabaja como personal de limpieza, hasta llegar al mayor escalafón: astronauta; probando que el espíritu humano puede ser más poderoso que cualquier etiqueta represiva.

A diferencia de “Un mundo felíz” y “Gattaca”, “My sister's keeper” de Jodi Picault no narra el futuro ni tampoco es Ciencia Ficción, trata sobre los efectos de la ingeniería genética en una familia del presente estadounidense. Picoult, escritora nativa de Long Island nacida en 1967, se ha destacado como autora de unos melodramones con temas escabrosos como infanticidio y pactos suicidas entre adolescentes; difíciles para un escritor abordar y para cualquier lector, sin el morbo exaltado, digerir.

“My sister's keeper” como lo testimonia su título en español: “La decisión más difícil”, no es la excepción, por algo el título es literalmente intraducible al castellano puesto que tiene un doble sentido ese “keeper” en inglés: el bíblico, el famoso “acaso soy el guardián (keeper) de mi hermano” que le contesta Caín a Jehová cuando éste le pregunta por Abel, y el “keeper” de mantener, de ser sostén, como es el caso de la pequeña Anna que nace para que su hermana Kate pueda seguir viviendo.

La idea de la novela surgió tras dos años de constantes entradas y salidas al hospital cuando uno de los hijos de Picoult enfermó, y aunque el niño se recuperó, la escritora quedó con la obsesión de cuánto estaría dispuesta una familia a arriesgar con tal de salvar a uno de los suyos. Así nace la historia de Kate quien a los dos años le diagnostican leucemia y su único hermano no resulta el donante adecuado. Sus padres, aconsejados por los médicos, deciden tener un nuevo bebé genéticamente compatible con la niña enferma. Pero Kate nunca termina de sanar y 13 años después, esa bebé, Anna, demanda a sus padres judicialmente buscando su independencia médica: se niega a seguir sometiéndose a dolorosos tratamientos y arriesgar su salud a futuro, ni siquiera para prolongar la vida de su adorada hermana. Una vida llena de sufrimiento.

La antagonista de esta historia es Sara, madre de las adolescentes, abogada que decide regresar al ejercicio de su profesión para pelear en corte la negativa de su hija menor de donarle un riñón a su hermana. Picoult describe a Sara como a una mujer capaz de todo por salvar a su hija mayor, aún poniendo en riesgo el resto de la familia. A pesar de lo antipático del personaje es imposible no sentir empatía por Sara: ¿quién no estaría dispuesto a todo por no ver morir un hijo? Pero este interesante dilema moral que expone Picoult lo resuelve haciendo lo que ningún escritor que se respete debería hacer: dejarle al cruel destino la última palabra. Picoult se escabulle de afrontar hasta la última consecuencia la difícil interrogante que se plantea, y una vez terminado el epílogo, queda la sensación de un cazador que muerto el tigre, le tuvo miedo al cuero. Quizás producto del moralismo de la era de George W. Bush, presidente norteamericano que entre otras cosas pasará a la historia por negarse a la investigación con células madres.

Al igual que la novela de Picoult, “Nunca me abandones” de Kazuo Ishiguro (1954) transcurre si no en el presente, en un pasado cercano (comienza en los años noventa), lo que la hace una Ciencia Ficción atípica, género que Ishiguro – autor de seis novelas, entre ellas, el premio Booker 1989: “Lo que queda del día”- asegura no dominar pero fue la única manera que encontró de narrar la historia de este bizarro colegio inglés, Hailsham, en el que el lector no se entera sino hasta bien pasada la mitad de las páginas de dónde vienen los estudiantes, y hacía dónde van. Difícil escribir sobre “Nunca me abandones” sin revelar sus secretos, sólo basta con decir que es una novela que va dejando calar una especie de horror frío gracias a la voz de la narradora: una de las estudiantes, Kathy H, tan despegada a cualquier tipo de sentimentalismos como Stevens, el mayordomo narrador de “Lo que queda del día”. Las cosas son como son y así las va recordando Kathy, sin cuestionar el destino, sin cuestionar el futuro, sin cuestionar a las autoridades. Sin siquiera dar la pelea.

Después de todo cuál es el sentido de la vida, inclusive de la ciencia, si al final tenemos tan poco control sobre ella.

Esta crónica la escribí para Ficción Breve hace unos años, desde entonces salió la película basada en "My sister keeper" con Cameron Díaz en el papel de la madre, y aunque la película no es buena, tiene una final más lógico

domingo, 14 de marzo de 2010

La pasividad como protagonista


Nada llega solo, temas coinciden como fuerzas cósmicas, como por ejemplo: hombres pasivos, de esos que tratan no complicarse la existencia, que esperan que las vicisitudes de la vida simplemente pasen como llegaron, sin buscarlas ni combatirlas. El tipo de hombre que ni un lector espera encontrar como protagonista de un libro ni un espectador como muchacho de la película.
Y de repente se me presentan dos hombres de esta calaña, uno en el cine y otro en la literatura: A Serious Man de los Hermanos Coen, y Noah's Compass (El compás de Noe) de Anne Tyler.
La película A Serious man de mis admirados hermanos Coen, si bien en algún momento leí sobre ella, no recordaba que existía, creo que no la llegaron a estrenar en Caracas. El día antes de la entrega de los premios Oscar me di cuenta que de las películas nominadas en el 2010 era la única que me faltaba por ver y la fui a buscar en mi cidicero de confianza. Gracias a la portada del CD de un hombre vestido a la usanza de los años 60 parado en un techo, pensé que se trataba de la primera película de Tom Ford, el protagonista en la foto se parece a Colin Firth. Después me dí cuenta que la película de Ford es A Single man, y recordé lo que hace poco me recomendó mi profesora Victoria De Stéfano: "No es conveniente que dos obras contemporáneas tengan un título similar, se presta a confusiones".
Aunque todavía no he visto a Single Man, apostaría que entre el profesor universitario homosexual  deprimido por la muerte de su amante, interpretado por Firth, y el profesor universitario que interpreta Michael Stuhlbarg a quien un mal día su vida se le comienza a desplomar, hay poco que ver.
Tampoco pareciera tener mucho que ver el inicio de la película de los hermanos Coen, una historia de fantasmas del siglo XIX, con el eventual tema de la película sobre una familia en los suburbios de Minessota de finales de los años 60, que se prepara para el Bar Mitzva de su hijo. Pero una antigua maldición familiar es lo único que puede explicar tanta pasividad de Larry Gopnik, su incapacidad para actuar como la física lo indica: toda acción tiene su reacción.
La primera escena de Larry tampoco muestra a un hombre pasivo sino a uno de rigurosos principios: un alumno asiático trata de sobornarlo para que no lo raspe, perder la materia significaría perder su beca de estudios y regresar a su país. Larry no puede hacer nada por él, quien no entienda matemáticas menos puede entender Física. Lástima que esa determinación no la ejerce con su abominable familia: una mujer que lo deja por un viudo horrendo, lo echa de su casa, y además, lo desfalca, y un par de adolescentes malcriados que de su padre sólo exigen. Su familia le hace horrores a Larry, y él sin reaccionar. Desconcierto parece ser su única reacción al maltrato familiar. Algunos llaman metafísica este aceptar que contra los designios de la vida no se puede luchar, pero el espectador que tampoco está acostumbrado a ver tanta pasividad en el protagonista de la película, provoca jamaquear a Larry, gritarle: "¡pero bueno mijo, reacciona, no se puede ser tan bolsa en la vida!".
Ese fue el sabor que me quedó del Hombre Serio, pasa de momentos sublimes al ladrillo: una espectacular puesta en escena, maravillosas actuaciones, pero al final no es sino la historia de un pusilánime, porque aunque Larry se hace las mismas preguntas existenciales que los protagonistas de tantas películas de Woody Allen, les falta su ingenio, pareciera que en su venas en lugar de sangre corriera passiflorina.


Passiflorina también parece correr por las venas de Liam, el protagonista de El compás de Noé de Anne Tyler (Random Mondadori), un divorciado de 60 años en Baltimore, filósofo de formación a quien despiden como maestro de quinto grado porque en la escuela donde trabaja hicieron una drástica reducción de personal fusionando dos salones en uno. La novela comienza con un hueco en la memoria de Liam, la primera noche mudado a un pequeño apartamento que imagina será la última vivienda de su vida, se despierta al día siguiente en un hospital sin saber qué lo llevó ahí.
Esa es quizás la única reacción de Liam: investigar qué pasó esa noche que su memoria no le deja recordar. Sus tres hijas y su ex esposa no entienden tanta insistencia en recuperar un mal recuerdo. Ojalá hubiese demostrado tanta determinación para establecer vínculos en su vida como para descubrir qué diablos pasó esa noche. El final queda inconcluso. No toda acción tiene la reacción deseada o esperada.
Soy admiradora de la pluma de Anne Tyler y del cine de los hermanos Coen, pero la pasividad no es una característica que me atraiga en la vida, mucho menos en la ficción.


jueves, 11 de marzo de 2010

De Éxito a Bicentenario


Monté esta foto en Facebook para compartirla con aquellos que emigraron, porque para los que viven en Venezuela, la imagen de un supermercado con los estantes vacíos se ha convertido en parte del paisaje local.
Mis amigos, hasta lo que viven en Caracas, se asombraron con la foto tomada con el celular como si hubiese sido un montaje del famoso fotógrafo de guerra Frank Cappa, después de todo no era cualquier mercado, éste es un nuevo orgullo del Socialismo del Siglo XXI, el hoy llamado Hipermercado Bicentenario, antiguo Éxito, un gigantesco local en Terrazas del Ávila que cuando el cambio del dólar subió en Enero, al remarcar una plancha eléctrica, el gobierno no se conformó con multarlo sino que se lo expropió a Cativen, sociedad de una compañía colombiana con una transnacional francesa, que entre otras inversiones en Venezuela, tenía los automercados Cada.
Yo era asidua cliente de Éxito, en artículos de limpieza y de tocador era más económico que la mayoría de los supermercados en Caracas, también compraba ahí los artefactos eléctricos cuando los de mi casa morían. Al necesitar una vajilla de diario, fue en Éxito donde la conseguí buena, bonita y barata. Sus verduras y frutas eran frescas y a precios razonables. Su charcutería y carnicería no tanto, aunque vendían un pollo a la brasa que resolvió de vez en cuando un almuerzo familiar. Lo que sí era un verdadero éxito era su panadería donde ofrecían un pan con queso parmesano que los clientes se llevaban de a cuatro. Otro de los éxitos de Éxito era que solía estar bien surtido: se encontraban productos desaparecidos de otros supermercados como Mazeite y café El Peñón. Tan bien surtido estaba y sus precios eran tan razonables, que a este hipermercado venían de todos lados de Caracas a comprar. Entre su clientela se veía barrio y urbanización por igual.
Pero en esta Venezuela revolucionaria no se expropia lo que no funciona sino lo que funciona, por eso argumentando una política de cero tolerancia a la especulación, el presidente de la República decretó en su programa dominical: "¡Exprópiese!". De ahora en adelante ese enorme local sería el mercado modelo del Socialismo del Siglo XXI que no conocería ni el remarcaje, ni el desabastecimiento. Un Hipermercado para el pueblo manejado por el pueblo.


Desde que fue expropiado, no había regresado al Hipermercado de Terrazas del Ávila, casi tres meses después, cansada de vagar por Caracas buscando leche en polvo, me dije: "por qué no, también soy Pueblo, extraterrestre no soy, vamos a darle una oportunidad al Socialismo del Siglo XXI, vayamos a Bicentenario porque si algún mercado debe estar bien abastecido debe ser este modelo del nuevo país".
Así que en una mezcla de venderle mi alma al diablo a cambio de un paquete de leche en polvo, y una labor de reportaje ciudadano, un miércoles en la tarde me fui para el hoy Bicentenario a ver qué tal.
Mi primera impresión fue que en lo que si no escatiman gastos en este Socialismo del Siglo XXI es en vallas y en pintura roja. Del antiguo amarillo de Éxito ya no quedaba rastro sino en los tickets de estacionamiento, el manubrio de los carritos de supermercados, y las bolsas. De resto, casi todo rojo.


Un enorme cartel de hipermercado Bicentenario recibe a la clientela, que comparado con el logotipo del Banco Venezuela que hace esquina en el local, es fácil darse cuenta que ambos artes son muy similares. Se uniforma la creatividad. Los minilocales que incluyen la reparación de artefactos eléctricos y la tintorería, también se uniformaron de rojo. Sólo faltó que vistieran al chichero y a la señora de las cocadas de colorado, pero mejor no dar ideas.
Más allá de algunos cartelones recordándonos que las excelentes ofertas ya no son de Éxito sino de Bicentenario, adentro parecía igual de no ser porque el ahorro energético también llegó al hipermercado del Socialismo del siglo XXI y sus pasillos están sin aire acondicionado y a media luz. Si bien la forma es la misma, el contenido ya no es igual, parece un local en liquidación: sus anaqueles están más vacíos que los de cualquier supermercado sujeto al Capitalismo.
No podría decir que los precios estaban más económicos que los de cualquier otro supermercado porque no había mucho que comprar. Se veía que en algún momento del día les llegó Harina Pan, pero no quedaba sino los paquetes desgarrados donde llegó. No había rastro de leche de ningún tipo, tampoco aceite sino de Oliva, de azúcar me pareció ver un paquete desgarrado, pero sólo uno. Arroz tenían apilado en montañas como la atracción del día. La sal también estaba apilada en una montaña, así que agarré una bolsita, dicen que en una casa nunca debe faltar sal. En la zona de pastas sólo encontré unos lingüinis más amarillentos de lo usual.
Podríamos responsabilizar a la sequía de que sus frutas y verduras no lucían muy apetitosas, salvaba la patria unas alcachofas que se veían tan buenas que un funcionario de camisa roja les tomaba fotos con su celular como para demostrar lo bien que andaba este mercado socialista.
Carne sí había, pescado también, y la charcutería no cambió en su oferta. La panadería, afortunadamente, parecía intacta. En cambio la parte de artículos de tocador estaba disminuida, el champú y el acondicionador eran una contradicción: sólo se conseguía champú "paralísalo", con acondicionador para "rizos definidos". Entre los artefactos eléctricos vi abundantes televisoras de los modelos viejos y dvds multizonas. La parte de artículos para el hogar todavía estaba abastecida con los productos colombianos que eran un Éxito, habrá que ver qué pasará cuando se acabe el inventario.
No sé quien maneja hoy Bicentenario, dicen que la transnacional a la que le fue arrebatada se quedó con la administración, otros dicen que son sus antiguos empleados aunque la alta gerencia no sobrevivió. La verdad no sé, pero como aspiraba la canción de Sam Cooke, el cambio llegó.


Había pocos compradores en este hipermercado Bicentenario quizás porque tampoco había mucho que comprar. Me llevé las preciosas alcachofas, tomates y una lechuga criolla que tampoco estaba mal, además de un champú 2 en 1 que encontré, la sal, y no recuerdo qué más. No pagué mucho pero me fui con la tristeza de ver que en el hipermercado Bicentenario está el perfecto modelo de la desolación que va quedando del Socialismo del siglo XXI.

miércoles, 10 de marzo de 2010

La voz de los Adirondacks



Por lo menos en Venezuela, Joyce Carol Oates es una de esas escritoras que muchos hemos oído nombrar - eterna candidata en las listas de favoritos al Nobel de Literatura- pero pocos hemos leído, quizás porque mas allá de Blonde, la historia novelada de la vida de Marilyn Monroe, sus novelas no suelen encontrarse en las librerías caraqueñas.
Nacida en Lockport en el estado de Nueva York en el año 1938, Carol Oates es una escritora prolífica: ha publicado 36 novelas entre los años 1964 y 2009, la más reciente, Little bird of heaven (2009), me la prestaron recientemente y la leí en dos días.
Sucede en Sparta, pueblo al norte del estado de Nueva York, zona del parque forestal Adirondack, cuyos habitantes tienen más que ver con la conservadora clase media baja del midwest que con su vecina Manhattan. En el año 1983, Zoe Kruller, cantante de una banda de música Country local, mesonera favorita del café del pueblo metida a yonqui, es golpeada y estrangulada en su pequeño apartamento en el lado "malo" de la ciudad.
La historia está narrada desde el punto de vista de dos víctimas colaterales del asesinato: Krista, la hija preadolescecente de Ed Kiehl, de oficio constructor, casado, amante de Zoe y uno de los principales sospechosos del asesinato, y Aaron, el hijo de Zoe de 14 años que encontró el cadáver de su madre y atestiguó que la noche del crimen estuvo con su padre, Conrad, para evitar sospechas de que el ex esposo pudiera ser el culpable.
Leyendo Little Bird of Heaven reitero que en la literatura no hay nada nuevo bajo el sol: la inocente Krista, rubia, delicada, vulnerable, queriendo creer en la inocencia de su padre, pero sobre todo su obsesión con el mestizo Aaron, rebelde, pendenciero, misterioso, quien también se obliga a creer en la inocencia del suyo, recuerdan a dos de los amantes más famosos de la historia de la literatura universal: Catherine y Heathcliff, the starcrossed lovers de Cumbres Borrascosas de Emily Brönte.
Pero la Literatura es mucho más que sacar personajes y situaciones nuevos del sombrero de la imaginación, la Literatura es la capacidad de un escritor de volver a tocar temas tantas veces contados, como historias de amores imposibles, y hacerlas suyas, así el lector sentirá como si la trama entre sus manos la estuviera leyendo por primera vez con un leve toque de deja vú. Porque si bien la historia de Aaron y Krista pudiera parecer de encuentros y desencuentros, de seres que se atraen pero que no pueden estar hechos el uno para otro, también es la historia del incondicional amor a la familia, con un poco de whodunit, en una excelente ambientación en un humilde pueblo donde las diferencias sociales se sienten tan profundas como en la más esnob de las grandes ciudades.
Recuerdo haber leído hace años alguna otra novela de Joyce Carol Oates que entonces no me impresionó siquiera para recordarme cuál, pero no sé si es que hoy soy una lectora más madura o que esta es una novela mejor, pero leyendo The little bird of Heaven reconozco porqué Carol Oates está en la eterna lista de nominados al premio Nobel contando historias de familias en serios problemas, y es porque logra con creces aquello que separa a los grandes escritores de los mediocres: eso que llaman tener una voz.
Recorriendo las librerías caraqueñas me doy cuenta que por lo menos en Alejandría, se consigue La hija del Sepulturero de Joyce Carol Oates editada por Alfaguara.

lunes, 8 de marzo de 2010

La zona del miedo entre adolescentes


Cuando anoche Tom Hanks sin preámbulos -porque recordar las 10 películas nominadas en el 2010 llevaría por lo menos media hora- anunció: "And the winner is: The Hurt Locker". Imagino la reacción de las tres muchachas que estaban entre el público la tarde del miércoles que se me ocurrió ver en el cine San Ignacio la en Venezuela titulada: La Zona del miedo. Se habrán texteado de inmediato:
"Marika ganó la ladilla!!!!!"
"WTF!!!!!!"
Carita asombrada.
Tan asombradas como todos aquellos que esperaban el triunfo de los N'avi, los hombres azules de Avatar, en especial su director James Cameron, que en similares circunstancias en 1998, ante el avasallador triunfo de Titanic, proclamó: "I'm the king of the world!".
La competencia del Oscar del año 2010 será recordada como el enfrentamiento de James Cameron, el cine de efectos especiales, 300 millones de dólares de presupuesto, historia sencilla, pensada para llegar a la mayor cantidad de público posible; contra el cine intimista de Kathryn Bigelow, ex-esposa de Cameron, que hizo su película con tres centavos sabiendo que no iba a ganar en taquilla porque al tratar sobre la guerra de Iraq, tocaba temas más que incómodos, incomprensibles para gran parte del público, como por ejemplo, tres adolescentes venezolanas que van una tarde al cine a pasarla bien.
También voy al cine a pasarla bien, por eso hago lo posible por ir en horario de escaso público, como a las cuatro de la tarde de un caluroso miércoles cuando imagino que el grupo demográfico que más molesta en el cine, los adolescentes, estará saliendo del clases.
En una Venezuela marcada por el calor y la crisis energética ver The Hurt Locker es una experiencia stanilavskiana, comiendo cotufas hipersaladas, aquel calorón y sin nada que tomar porque en la caja de las chucherías no hay cambio para un billete de a 10. Llego cuando la película está comenzando, la sala oscura, las luces de emergencia apagadas y no hay quien alumbre con una linterna para saber dónde están los escalones y qué puestos están vacíos. Suelo sentarme en la parte de atrás de los cines, pero lo único que pude discernir en la oscuridad fue un ruido que me heló la sangre: risas de adolescentes. Tanteando no fuera a perder las cotufas por un traspiés, llegué hasta el medio de la pequeña sala buscando alejarme lo más posible de los chamos sin terminar con dolor de cabeza por la cercanía a la pantalla.
Cuando por fin logré sentarme, me pareció estar ante un Western apocalíptico: un pueblo polvoriento, en la hora de más calor, parece muerto, sólo se respira polvo y tensión, como a la espera de un duelo, en este caso entre el jefe del equipo de marines encargado de desmantelar bombas en Irak al que sólo le faltan semanas para concluir su misión, y una bomba a punto de estallar. Escena emocionante que presenta el ambiente, el momento histórico, y nada que me logro concentrar porque desde esa primera escena se oyen risas y parloteos juveniles que no mitigan ni los espectaculares efectos de sonido de la película de Bigelow. Parloteos que no pararon hasta que el sargento James (Jeremy Renner) reconociera que lo suyo es la adrenalina del peligro antes de regresar a desmantelar bombas en Iraq. Corto monólogo que me perdí por estar mandando a callar a los muchachos detrás de mí.
Y con aquella sed y aquel calor, porque el aire acondicionado estaba apagado para ahorrar energía, me sentía de lo más stanilavskiana: Caracas en Bagdag, encandilada por el flash de los adolescentes que se tomaban fotos entre sí. Pensaba que ser joven en Caracas es también vivir en el peligro de una ciudad  violenta, chamos expuestos a la delincuencia, pero qué pueden saber nuestros alegres jóvenes lo que significa tener 18 años, que te monten en un avión para luchar una guerra incomprensible en un país dos continentes de distancia del tuyo. O peor aún, ser un joven iraquí y sentirte colonizado por los hombres de verde que no hablan tu idioma y que transitan las calles de tu ciudad en tanques, calles donde cadáveres de niños sirven como depósitos de explosivos.
La película de Bigelow es mucho más que los horrores de la guerra, es una película dirigida por una mujer que trata sobre testosterona pura, sólo dos mujeres salen en la película: la señora que saca a empujones al sargento de su casa cuando éste trata de averiguar la suerte del niño que vendía CDs en el campamento, y la esposa del teniente James, la aguerrida Kate de Lost (Evangeline Lilly), que aquí hace de sufrida esposa.
Conflictos internos de hombres en batalla, invasores en un país sumido en la anarquía, que no saben -ni parece interesarles, es su misión como soldados- si hacen bien o hacen mal, si podrán recuperar sus vidas, ser humanos, sentir. Si cuando regresen a los Estados Unidos, si es que lo logran, podrán regresar a ese estado de seguridad interior que llaman home.
Demasiadas intensidades juntas para los adolescentes, debieron ver otra vez Sherlock Holmes, y dejar que los intensos disfrutaran The Hurt Locker en todo su esplendor.
No me puedo quejar, alguna vez fui adolescente, y hoy soy madre de dos y de un chamo que desde ya pinta como que va ser de los que echan broma parejo en el cine.
Pero esto no se va a quedar así, no los voy a dejar que salgan impunes, espero a los fascinerosos en la salida para decirles que qué fastidio. Eran tres muchachas, fueron simpáticas, se sonrojaron cuando les dije que no me dejaron disfrutar la película, me contestaron entre risas reconociendo sus propias limitaciones: "Es que para nosotras era muy fastidiosa". No quise ser aleccionadora, pero les propuse que para la próxima no tenían que calarse una película fastidiosa, fastidiaban a los demás, mejor era salir y tomarse un café viendo a los papis pasar. Sonrieron y me dijeron que tenía razón. Ni una película ladilla más.
Imagino que las chamas ayer viendo la entrega del Oscar serían del team Avatar, y cuando el galardón por fin fue a parar a manos de Bigelow, se habrán texteado consternadas:
"¿Será que la volvemos a ver?"

viernes, 5 de marzo de 2010

Una educación.


Siguiendo la nota de los 60s, terminé la segunda parte de la serie de TCM: Mad Men, y ví la única película inglesa nominada al Oscar 2010: An Education. Ambas se desarrollan en el año 1961 con una maravillosa ambientación de la época, y no me refiero a la dirección artística, que también es excelente, sino a la mentalidad de sus personajes, sobre todos los masculinos. Esa mentalidad misógina a lo Dean Martin-Sammy Davis Jr que en el siglo XXI nos parece tan arcaica como la de un caballero victoriano.
Comparando estos conservadores años 60 donde los Beatles cantaban "Do you wan't to know a secret" de flux y corbata y el pelo apenas tapándole las orejas (melena para los estándares de entonces), con la segunda mitad de los 60, de unos Beatles barbudos, desarrapados, exigiéndole al mundo darle a la paz una oportunidad, pienso que no debe haber otra década en la historia contemporánea que se parezca menos su inicio a su final.
Ni en Mad Men ni en An Education hay indicios de ese movimiento juvenil que habría de ser símbolo de los 60. Principios de la década parece ser una era adulta, conservadora y masculina. Las mujeres apenas empiezan a tomar las riendas de sus vidas.
En el caso de Mad Men, serie que trata sobre el mundo publicitario en Nueva York, la segunda temporada abre con John F. Kennedy como presidente de los Estados Unidos y con una campaña publicitaria de ropa íntima que divide a las mujeres en dos: Marilyns y Jackies. En la Agencia Sterling & Cooper ha habido un gran avance: contrataron a una de las secretarias como redactora. Pero sigue siendo a man's world. Peggy se siente ignorada, una mujer no tiene cabida en el Rat Pack sino como objeto sexual.
El lento ascenso de Peggy no nos sorprende a los ciudadanos del siglo XXI, sabemos que a partir de los años 60 la mujer comenzó a igualarse en oportunidades laborales a los hombres. Lo que impacta al televidente contemporáneo son los pequeños detalles de la época que hoy serían el colmo de la incorrección política, detalles como la niña de 8 años preparando un Bloody Mary a su papá, la madre que fuma embarazada, llamar babes a las secretarias, boys a los mesoneros afroamericanos, y una escena que es un clásico de la incorreción política: tras una idílica tarde de picnic, la familia sacude el mantel en la grama dejando la basura regada en el parque.
Ser políticamente incorrecto no es el punto de An Education de la directora danesa Lone Scherfig, basada en una crónica autobiográfica de la periodista británica Lynn Barber, Nick Hornby es el responsable del guión que narra la historia de Jenny (Carey Mulligan) una linda adolescente con todos los cañones enfilados a alcanzar la excelencia académica para entrar en la universidad de Oxford antes de conocer a David (Peter Saasgard) un treintón, de oficio tracalero, que le demuestra que una Educación no sólo se encuentra en los libros de estudio.
Al igual que Mad Men, la trama de An Education sería impensable en otra época que no fuera principios de los años 60, cuando el universo femenino comienza a despertar de la sumisión de siglos. Pero tampoco podría haber sido filmada en el año 1961, hizo falta regresar a ella con el filtro de los casi 50 años que han pasado entre la niña para quien casarse era una opción más atractiva que estudiar, y la escritora que evocando su adolescencia, demuestra cómo las mujeres avanzamos más en cuatro décadas, que en dos mil años de historia.

jueves, 4 de marzo de 2010

Helter Skelter



Hay novelas que por alguna razón quedan grabadas en la memoria como si las hubiésemos leído la semana pasada. Es el caso de Before & After (Antes y después, 1992) de Rosellen Brown, la leí recién editada, y 18 años después, recuerdo el escalofriante efecto que me causó.
En 1996 el director Barbet Schoereder estrenó la versión fílmica con Liam Neeson y Meryl Streep, la película no es tan buena como el libro, el tema se diluía en el drama matrimonial. La novela era mucho más que eso: trataba sobre el impacto de una familia modelo enfrentándose primero con la posibilidad, y después con las consecuencias, que su adorado hijo fuese capaz de cometer un acto brutal.
Caroline Reyser y su esposo Ben viven en un pueblito en Nueva Inglaterra, respetados y queridos miembros de su comunidad. Carolyn es la pediatra del pueblo, Ben es escultor, sus dos hijos adolescentes son muchachos estudiosos y populares. La vida se les derrumba el momento en el que la policía toca el timbre de su casa para llevarse a Jacob, el hijo de 17 años, acusado de haber dado muerte a Martha, una compañera de escuela que apareció asesinada en un bosque aledaño.
Días antes del arresto a Carolyne le tocó hacer la autopsia de la desfigurada muchacha preguntándose qué tipo de ser humano sería capaz de semejante atrocidad. Cómo imaginar que el monstruo que mató a golpes a Martha, salió de sus entrañas.
Cada vez que pasa un incidente como el asesinato de la linda Oriana Monasterios, de 20 años, y de su mamá, cuyos cuerpos calcinados fueron encontrados en Parque Caiza la semana pasada, pienso como Carolyne: ¿qué tipo de ser humano puede ser capaz de semejante atrocidad?
Por lo leído en la prensa Oriana era una muchacha estudiosa, deportista, con novio nuevo, lo tenía todo para ser feliz, y su mamá Joaquina, a los 53 años, todavía le quedaba mucho por vivir después de haber criado a su hija.
Dicen quienes las conocieron que eran muy unidas, ellas contra el mundo, aunque el papá de Oriana, un maestro de Artes Marciales, estaba presente en la vida de su hija.
Sus muertes no fueron un acto impulsivo, por la saña como fueron encontrados sus cadáveres se supuso que había varios implicados en el crimen. ¿Qué engendros del mal pudieron ser capaces de dejarlas así de irreconocibles? ¿No hubo uno que levantara la voz para protestar tanta crueldad?
Suponíamos que sería un caso como el de Charles Mason y sus seguidores, una comuna de fanáticos del satanismo que se volaron el coco con las drogas, Helter Skelter, maldad descontrolada, incapaces de sentir empatía con sus víctimas. Asesinos como los que protagonizan semana a semana la serie de televisión Mentes Criminales, para quienes acabar con una vida humana supone la misma frialdad de ejecución de un matadero.
El horror no tiene límites al enterarnos por la prensa que el principal responsable de los asesinatos de madre-hija estaban en su círculo de afectos: Geomar, un ex novio de Oriana que le pidió una oportunidad para despedirse, y la muchacha accedió. Imposible sospechar que su amor de adolescencia quería robar el dinero ahorrado por Joaquina para comprarle un carrito a Oriana. No estaba solo, el crimen lo realizó con la complicidad de un primo y 5  jóvenes más.
Atrocidades que pasan, que han pasado y que seguirán pasando hasta en el último rincón de la tierra, pero nunca esperamos que semejante maldad se asome en nuestro vecindario, entre nuestros amigos, y mucho menos, en nuestros muchachos.

martes, 2 de marzo de 2010

Historias acabadas


 Mikal Gilmore es un autor con una historia particular: su hermano Gary se hizo famoso por ser el primer hombre ejecutado tras ser reactivada la pena de muerte en los Estados Unidos, hecho que influyó en la visión de vida de su hermano menor, una pluma en la que se siente el desencanto de las promesas perdidas.
Stories Done no es una análisis de los años 60 sino una colección de crónicas de Gilmore publicadas en Rolling Stone que abarcan desde el poeta Allen Gingsberg, precursor de la rebeldía antiestablishment  en los años 50, rebeldía juvenil que terminó explotando en los años 60,  y culmina con Pink Floyd, una banda más identificada con los años 70. Para Gilmore, Dark Side of the moon (1975) es reflejo de "las dudas y temores de una generación que tuvo que enfrentarse con la pérdida de los ideales de los años 60".
Así que Stories Done no es un libro de nostalgia, enfrenta página a página la posibilidad que el movimiento "Paz y Amor" no fue más que un grupo de comeflores que terminó convirtiéndose en uno de los grandes golpes publicitarios de la historia. Todo se sobredimensionó. Entre los mejores capítulos están los referentes a los Beatles, cuya fama al final los mismos Fab 4 terminaron sintiendo sobredimensionada. Decía George Harrison: "Si somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos, cómo vamos a ser capaces de salvar al mundo".
Para Harrison, al igual que para Gilmore, fue especialmente sobredimensionado el fenómeno de Haight-Ashbury, la calle de San Francisco famosa a fines de los años 60 por concentrar la mayor densidad de hippies abocados a la política del sexo, drogas y rocarol, con lemas tipo : "Haz el amor no la guerra".
"Hippies: medio hips", los bautizó el beatnick Gingsberg con cierta ironía, cuenta Gilmore que al principio fue un movimiento interesante, pero pronto se vanalizó y el mismo George Harrison,  en el año 1967, fue a San Francisco para constatar ese maravilloso movimiento juvenil y salió con los pelos parados de punta, un lugar repleto de adolescentes  bobalicones, tan mala fue su experiencia que a raíz de esa visita, Harrison dejó de tomar LSD y cayó en los brazos del Maharashi.
LSD y el resto de las drogas fuertes que se consumían como caramelos en los años 60 tienen papel principal en estas historias acabadas, y aunque Gilmore trata con cariño a personajes como Timothy Leary y Ken Kensey, precursores de la línea de pensamiento de los viajes psicodélicos como forma de vida, no le tiene mucha paciencia a aquellos ídolos que terminaron víctimas de los excesos, en especial  Jim Morrison, cantante del grupo The Doors, a quien en su momento se le romantizó como a una especie de Príncipe Negro, ser borracho y drogadicto era un excelente pase para ser considerado cool.
Gilmore, que también se entregó sin apologías a los excesos de su época, se alegra que personajes como Jim Morrison hoy no serían ejemplo de lo chévere, sino que serían vistos como patéticos talentos a punto de perderse.
Varias generaciones de adolescentes tuvimos un afiche del sexy Jim Morrison pegado a la pared de nuestros cuartos añorando no haber formado parte de aquella entrañable era, pero la historia fue quien terminó haciéndole la mueca más cruel a los años 60: el principal líder que salió de esa generación, aquel que saldrá en los libros de Historia, es el hoy ex presidente George W. Bush.

lunes, 1 de marzo de 2010

Hair en cuatro décadas


El año 2009 se cumplieron 40 años de la celebración del festival de Woodstock,  siempre sentí una profunda envidia por la generación que me antecedió, por ese movimiento Hippie que se dio en los años 60 que predicaba paz y amor en tiempos de guerra.  
Recuerdo el disco de vinyl en casa, la carátula mostraba la imagen de una pareja con cabellos largos y despeinados abrazada por una manta, era difícil definir quién era el hombre y quién la mujer. Soñaba que eran mis padres y me habían llevado de niña al lluvioso festival que durante tres días reunió a más de 500 mil espectadores en una granja del estado de Nueva York donde se presentaron, entre otros artistas, Jimmy Hendrix, Janis Joplin y Crosby, Still, Nash & Young. Tanto veneraba a la generación Hippie que en la adolescencia mi película favorita no era la popular Grease (1978), con John Travolta y Olivia Newton-John, que romantizaba la juventud de los años 50, sino Hair (1979), dirigida por Milos Forman, basada en la ópera rock estrenada en off-Broadway en octubre de 1967. 
Tengo años sin ver la película de Forman, no sé cómo la habrá tratado el tiempo, la crítica la trató muy mal, pero a mis 16 años Sheila (Beverly D’Angelo) era la muchacha de la película que me habría gustado ser cantándole a la estrella de la mañana en un carro descapotable lleno de hippies rumbo a visitar a su amigo Claude, quien partía a la guerra. Treat Williams, el buen doctor de Everwood, interpretaba el papel del indómito Berger.
Cuando salió la película Hair, habían pasado 12 años del montaje original, y en la era Disco en la que fui adolescente, ya parecía un anacronismo que un grupo de jóvenes viviera en comuna a punta de sexo, drogas y rocanrol. Y aunque yo era típico producto de mi generación que me la pasaba metida en una discoteca, vestía leggins de colores de neón y me peinaba a lo Farrah Fawcett, fantaseaba con el vestuario vaporoso, andar descalza con una melena llena de flores y ser antiestablishment


Por eso cuando años después me enteré de que Hair sería montada en Caracas en el Teatro 8 y que estaban abiertas las audiciones,habría vendido mi alma al diablo por formar parte del elenco, pero era el año 1983 y como estudiante de la Escuela de Arte me constaba que el canto y la actuación, no eran mis fuertes. Me tuve que conformar con ser espectadora de un montaje en su idioma original en el que participaron varios amigos, y que aunque lo recuerdo con cariño, no rompió ningún esquema porque entre otras cosas, en la Caracas de 1983, a diferencia de Off-Broadway de 1967, nadie se desnudó, y temas como las relaciones bisexuales o interraciales, y el alegre consumo de drogas, ya no escandalizaban sino a los más pacatos y se diluían en el inglés, que entonces, pocos caraqueños entendían.
En agosto de 2009 me reencuentro con Hair gracias a su  reciente montaje de Broadway, viendo al elenco de hermosos y bien torneados jóvenes que más que una comuna hippie, parecían una publicidad para una marca de blue jean costosa como True Religion, y sobre todo al público, en su mayoría respetables señores y señoras de mediana edad que cantaban con los ojos cerrados y de corazón las canciones de la obra, ellos que alguna vez sí tuvieron melenas largas y despeinadas y protestaron tronos contra la guerra; me volvió a dar otro ataque de envidia generacional. Sí, hermoso montaje, sonaba impecable, el elenco intachable, pero la distancia del tiempo la hacía sentir de otra época, de otra guerra, de otra juventud.
Cómo no envidiarles a los sesentones en el público lo que se habrá sentido ser joven en el año 1967 exigiéndole al poder: “let the sunshine in”.