sábado, 27 de noviembre de 2010

El loco del Metro


Lo único peor a estar en un vagón de Metro atestado es estar en un vagón de Metro atestado con un loco gritando: “¡Soy don Diego de la Vega, vengo a rescatarlos de las garras del Capitán Monasterios!”. Busco impaciente al loco, pero hay tanta gente en el vagón, todos con igual cara de impaciencia, que la reencarnación del Zorro se me escapa.
El viaje de ida al Centro de Caracas ese sábado en la mañana no fue tan atosigado: dejé el carro en el estacionamiento de Colegio de Ingenieros y tomé un taxi rumbo a la Plaza Caracas. El taxista me dijo que este era un truco usual porque desde que cerraron al público los estacionamientos del Centro Simón Bolívar, es casi imposible encontrar donde estacionar el carro en el Centro de la ciudad.
Y qué decir del Metro colapsado si tan solo 24 horas antes 35 personas habían sido llevadas detenidas por amotinarse en un vagón en Propatria donde los tenían 45 minutos del timbo al tambo.
“Imagínese” me contó el taxista, “hace poco uno de los trenes se quedó accidentado, y a un señor le entró tal ataque de claustrofobia, que le dio un infarto y se murió ahí mismo”.
No sé si semejante cuento será verdadero, pero verídico es, yo me lo creo, si me quedo atracada en un vagón del Metro con ese gentío no dudo que me dé un ataque de pánico de la claustrofobia.  El taxista sigue su monólogo contándome que por razones como esta, un gobierno ineficaz, sus 3 hijos, todos profesionales, se fueron a vivir al exterior: “Converso diariamente con ellos por skype, y les mando cada vez que puedo un paquete de Harina Pan porque en España la venden a 6 euros”.


Hago lo que tengo que hacer en los alrededores de la Plaza Caracas, y me queda tiempo para pasear por la I Feria de Economía Comunal. Nunca he visto una Feria más vacía y triste que esta, la cara de quienes ofrecían su mercancía era desoladora, el trueque como que todavía no es atractivo, quién va a querer cambiar un dulce de Lechosa por una franelita de Hello Kitty. Hasta a la Economía Comunal le hace falta un toque capitalista de suerte. Y aunque vendían comida en esta Feria Socialista -mucho apio, ñame y yuca eso sí- la leche en polvo no se consigue ni en la gracia del Gobierno, solo un derivado de Soya que se vendía como “producto Socialista”  de marca “La Perijanera”.
De regreso me voy en Metro, ¿qué tanta gente puede haber un sábado al mediodía? Créanme que mucha, tanta que a pesar de tenerlo cerca, no consigo ver al loco que se dice el Zorro y que los pasajeros aguantan impacientes, hasta que el loco cambia de tema: “Aquí todos sabemos de quién es la culpa de que el Metro está fallando, ya no se le puede ocultar al pueblo meeeesmo tras 12 años de mal gobierno”, los pasajeros lo empiezan a escuchar sonreídos ahora que no es El Zorro sino una torpe imitación del Comandante en Jefe lo que sale por la boca del improvisado orador.
Un gordito de camisa roja desteñida grita en medio del vagón: “¡Callen a ese loco!” nadie lo apoya, el resto de los pasajeros ríe mientras don Diego clama con voz de Aló Presidente: “¡No creo en Dios, solo creo en Fidel!”.
El gordito insistía: “¡Callen a ese loco!” cuando el tren paró en la estación Colegio de Ingenieros. Me bajé apresurada recordando al señor a quien le dio un infarto tras una ataque de claustrofobia, no sin antes darle una última mirada al gordito enardecido, quizás sabía que los locos, como los niños, suelen tener la razón.

Artículo publicado en El Nacional 27 de noviembre 2010

viernes, 26 de noviembre de 2010

Banana Republic


El siguiente diálogo lo oí en la quinta edición del programa America's Next Top Model, conducido por Tyra Banks, en un reto en el que las aspirantes a modelo tenían 10 segundos para venderle una mascarilla facial a un exigente ejecutivo:
Modelo: Vengo a ofrecerle AMC, el nuevo producto elaborado con las mejores “bananas”, importadas especialmente desde Caracas.
Ejecutivo: Caracas? Where the hell is that?
Modelo: La verdad es que no sé, lo único que sé es que en Caracas se cultivan las mejores “bananas” del mundo.
Para eso quedamos, para ser considerados por las lindas chicas gringas como una Banana Republic, por eso no me sorprende que nuestra Miss Universo 1996, Alicia Machado, confundiera en Twitter  Corea con China frente al conflicto bélico entre las dos Coreas: "Esta noche quiero pedirles que me acompañen en una oración por la paz, que estos ataques entre las Chinas no empeoren nuestra situación". 
Por lo visto la belleza y la geografía no suelen ir tomadas de la mano.  

jueves, 25 de noviembre de 2010

Isabel ante La Ola


Somos animales de costumbres, nuestra familia tiene el rito que los domingos en la noche se come pizza, por eso cuando me cambiaron la seña porque a Isabel, mi hija de 16 años, la invitaron del colegio a ver en el Teatro Trasnocho "La Ola" del grupo Skena, me preguntaba malhumorada llevándola bajo un diluvio: "¿A quién se le ocurre ir un domingo en la noche al teatro?".
Por lo visto que a mucha gente porque el teatro Trasnocho estaba lleno, de casualidad logré conseguir una entrada a un lado de la sala. Isabel no tenía problemas porque Sergio, su profesor de Filosofía, había comprado las entradas el viernes en la tarde para los alumnos de 4to y 5to año que se anotaron en una lista. Pensé que con ese aguacero a lo mejor algún muchacho se echaría para atrás y me quedaría con su entrada, pero de los aproximadamente 14 que se anotaron, fueron 15 porque una de las muchachas a última hora sus amigos la convencieron de que esta era una Ola que valía la pena surfear.  El que se tuvo que quedar afuera fue el profesor de Filosofía, que como había visto la obra, le cedió la entrada a Valentina.
A las 8 en punto ya estaba sentada en mi rincón en una sala llena de parejas jóvenes, familias con hijos adolescentes, algunos adultos contemporáneos; tras abrirse el telón mostrando un aula con varios monitores que transmitían a Hitler dando un discurso frente a las masas enardecidas, la obra comienza con un estruendo de música rock y un grupo de colegiales que en su dinámica social no parecen muy distintos a Isabel y a sus compañeros de clase.
La Ola del grupo Skena, dirigida por Armando Álvarez, está basada en la película alemana La Ola del director Denis Gansel, que a su vez se basa en el libro sobre un experimento realizado a fines de los años 60 en una universidad de California por un profesor de Ciencias Políticas quien tenía la teoría de que cualquier grupo de personas, ante la seducción de un líder carismático, podía abrazar una conducta fascista y agresiva.
Aunque en los monitores muestran imágenes de Caracas y su soundtrack es rock nacional, el escenario de La Ola puede ser un colegio cualquiera, en una ciudad cualquiera, donde el rebelde y popular profesor  Zelko Rainer ( Basilio Alvarez)  buscando cómo darle la vuelta a un tema aborrecible como lo es la "Autocracia", ante la certeza de sus estudiantes de que después de la experiencia de la Alemania Nazi el hombre moderno no volvería a cometer el mismo error de entregarle el control a un líder desaforado, Rainer decide demostrarle a su escéptica clase que siguiendo paso a paso el manual del fascismo (líder irrefutable, disciplina férrea, darse un nombre como grupo, no aceptar disidencias, uniformarse) la mayoría de sus alumnos, sobre todo los más débiles, serían presa fácil del delirio de sentirse pertenecer a una fuerza todopoderosa.
Ahí está el tema, hay que ver la obra para vivir la experiencia aunque muchos de sus espectadores esa noche sentimos vivir en ella desde hace 12 años, solo queda decir que más allá de las excelentes actuaciones de los adultos, además de Basilio Álvarez (un rock star en las tablas), Catherina Cardozo y Juan Carlos Ogando; el elenco juvenil es para quitarse el sombrero de la generación de actores que se está formando.
Ante semejante elenco apenas un poco mayor que los alumnos de Sergio, viendo en los monitores su ciudad, tras oír la música que ellos oyen, quizás el grupo Skena logró que ninguno de los muchachos presentes ese domingo en la noche deje de anotarse la próxima vez que en el colegio vuelvan a sugerir ir al teatro, y quién sabe si logran comprender un poquito no sólo la historia en la que les tocó criarse, sino que hasta en la escuela pueden llegar a ser carnadas de un proyecto totalitario.

domingo, 21 de noviembre de 2010

6ta Filven


Cansa reseñar a FILVEN (Feria del libro de Venezuela) una feria cuya oferta de propaganda gobiernera supera con creces la oferta literaria. Cada año este detalle se va haciendo tan descaradamente obvio que el escritor Salvador Fleján, tras esta sexta edición, sugería que sus organizadores debían quitarse la careta y en lugar de FILVEN, rebautizar la feria Filche. A mi mas bien me parece que la deberían llamar Filchávez, porque hasta el fotogénico rostro del guapo Ernesto pasa a segundo plano con respecto al héroe de la épica del Socialismo del siglo XXI.

Este año 2010 Filven volvió a aprovechar los espacios privilegiados del Parque del Este, pero en esta ocasión no dentro del parque sino en uno de sus estacionamientos. Luego de un fuerte aguacero a primeras horas de la tarde del sábado, el tiempo se despejó y a las 4 de la tarde la feria estaba muy concurrida tanto de quienes buscaban material de lectura revolucionaria como de quienes buscaban alguna oferta literaria, porque "novedades", como se buscan en otras ferias internacionales, es una palabra que hace tiempo desapareció del imaginario de las ferias literarias caraqueñas.


Tenían suerte quienes buscaban material didáctico revolucionario, en un stand atendido por gentiles anfitriones además de afiches de Bolívar y del presidente Chávez entregándole el diploma a un viejito de la Misión Ribas, se regalaban ediciones ilimitadas de folletos infantiles con títulos como: "El feroz embrutecimiento mediático", "Venezuela asegura su arepa", "Dos modelos enfrentados en Venezuela... por ahora", "En Venezuela gana el deporte", "La fortaleza de la Economía Venezolana" y "El Fantasma de la Codicia recorre la historia".
En este mismo stand se repartían libritos resumiendo el pensamiento del Comandante en Jefe además de un folletín titulado: "Cómo los diarios españoles inventaron nexos entre Venezuela y la Eta" de Iñaki Gutiérrez.


No se puede negar que quedan editoriales literarias sobrevivientes como Santillana, Random House Mondadori y Ediciones B con una oferta cada vez más escuálida, y no en el sentido político sino literario de la palabra.
Y antes de que vuelva a saltar algún enardecido a decir: " ¿De qué te quejas si tu libro estaba ahí?"  Si, mi novela El Móvil del Delito publicado por Edidiciones B está en Filven, corran antes de que se agote, pero lleven efectivo, porque por lo menos ayer sábado, no había punto de venta en el parque y el que quería comprar un libro debía pagarlo chinchin.


Todo el dinero que tenía en efectivo lo gasté en la edición del Quijote de Cervantes del Grupo Santillana que me costó 70 bs, regalo para mi hija mayor que comienza a leerlo en la universidad, no me quedó en la cartera dinero ni para brindarles una chicha a mis hijos, por eso preferí evitar mi stand preferido, el de los libros de segunda mano, pero le dimos un paseo a la feria ya que la tarde estaba muy bonita. Así pasamos por el stand de la Casa Militar, el del Alba, el de la Procuraduría, el del Che, un pabellón dedicado al comic que debo decir que estaba muy bien, y otro pabellón infantil donde presentaban a Manuelita, una muñeca que como dice la canción que la promociona: "Nací con la constitución, por eso soy una niña revolucionaria".


Cuando a la gigante Manuelita se la llevaban de la mano mientras unas niñitas se le acercaban a abrazarla cual Barney venezolana, también llegó la hora de irnos, no sin que antes me regalaran a la salida del parque una edición de la correspondencia entre Bolívar y otra Manuelita, la Libertadora del Libertador, cuyas cenizas simbólicas hoy reposan en el Panteón.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Sobre la ambigüedad de la inocencia


Si mal no recuerdo la primera serie de televisión sobre abogados que seguí fue Perry Mason, a finales de los años 70 la pasaban después de almuerzo, así que apenas llegaba del colegio, prendía la televisión para ver esta vieja serie que entonces tenía más de 15 años de producida. Raymond Burr hacía el papel del abogado que siempre defendía casos de asesinatos donde todo parecía señalar a sus defendidos como culpables. A lo largo del capítulo que se desarrollaba en la corte, no por la fuerza de la ley sino por la fuerza de las evidencias Mason demostraba lo contrario.
Quienes hoy gustan ver series legales dirán que la ley está en las evidencias que se presentan, pero en el caso de Perry Mason, sus defendidos eran encontrados inocentes porque realmente lo eran, más que una serie de abogados era de detectives. Creo que solo una vez un crimen fue perpetrado por uno de los defendidos de Mason, en esta serie no había cabida para las ambigüedades.
En cambio en las series modernas los defendidos solo son fallados inocentes en la medida que consiguen buenos abogados. Ya no estamos hablando de una verdad blanco o negro, sino de todo tipos de grises.

Por ejemplo Boston Legal, estupenda serie de la cadena ABC que duró 5 temporadas entre 2004-2008 (la 5ta temporada fue recortada) derivada de The Practice, las mejores temporadas de Boston Legal fueron las primeras cuando el antihéroe Alan Shore( James Spader) era capaz de cualquier marramucia con tal de ganar un juicio. En Boston Legal nunca fue un asunto de si el cliente era inocente o no, sino de cómo se manipulaba al jurado de forma tal que fallara a favor de los defendidos por la firma Crane, Poole & Smith.
A medida que se fue desarrollando la serie, los métodos inescrupulosos de Alan Shore perdieron protagonismo a favor de su amistad con Denny Crane (William Shatner) el abogado estrella de la firma que decía sufrir  del Mal de las Vacas Locas lo que era principios de Alzeheimer. Suena dramático pero nada más lejos del drama, Boston Legal fue una divertidísima serie de abogados con el ingrediente agregado de la improbable amistad de un viejo Republicano y un intransigente Demócrata.
Precisamente ahí estuvo la decadencia de Boston Legal, la temporada final se volvió una plataforma política demasiado obvia. Ya no importaba si el defendido era culpable o no, lo importante es que Alan Shore habría de pontificar sobre algún tema, hasta los mismos personajes hacían bromas al respecto como los jueces que se llevaban las manos a la cabeza cada vez que comenzaba con un monólogo: "No empiece con sus sermones, mister Shore".


El mensaje político, cuando es tan obvio, aburre, mucho más divertida la abogada Patty Hewes (Glen Close) en Damages, serie que ya tiene tres temporadas y está por estrenarse la cuarta. Sin contar con un alto rating, Damages es de lo más creativo y emocionante que se está produciendo en la televisión. Trata sobre una abogado especialista en atacar peces gordos quien para lograr sus objetivos es capaz de llegar hasta las últimas consecuencias. En Damages, a diferencia de los demás programas mencionados, no se trata de cada capítulo un caso, sino de un caso por temporada, su grandeza es la ambigüedad, hay malos, muy malos, pero los buenos deben dejar de serlo si quieren sobrevivir en un mundo donde las leyes parecen ser un mero formalismo, lo que impera es el tráfico del poder.
Este también parece ser el caso de la reciente The Good Wife, donde la política es protagonista pero no  con objetivos de propaganda sino emulando lo que hemos visto repetidas veces en los canales de noticias: un hombre poderoso, con su sufrida esposa al lado, pide a la opinión pública que le perdone los errores cometidos.

En este caso el hombre poderoso se trata de Peter Florrick (Chris Noth) fiscal de Chicago quien se ve envuelto en un escándalo sexual y de corrupción, va preso y su esposa Alice (Julianna Margulies) abogada egresada de la Universidad de Georgetown, deja su vida de Country Club para volver a trabajar gracias a que Will, un antiguo compañero de universidad, la contrata a modo de prueba en su firma.
The Good Wife se desarrolla entre dos aguas, la de la vida familiar de los Florrick que hay que recoger en pedacitos, y la de la Firma de Will que pasa apuros económicos a pesar de su lema tantas veces repetido: "No importa que nuestros clientes sean inocentes o no, lo importante es convencer al jurado".
Y así vemos a la noble Alicia, tragando fuerte y defendiendo a quien sospecha que es un asesino que mató a su esposa a sangre fría, no quiere mitigar su condena, aspira a que el acusado salga libre, a que las dudas caigan sobre otro, después de todo, ese es su trabajo, defender celosamente los intereses de quien la contrata para tal fin.
Cómo no recordar al Perry Mason de mi adolescencia, ese mundo en blanco y negro en el que si sus clientes eran fallados inocentes, cero ambigüedades, realmente lo eran.

jueves, 18 de noviembre de 2010

La magia de Cape Cod


¿Terminamos convirtiéndonos en nuestros padres? es el tema de El Verano Mágico en Cape Cod (Alfaguara-2010) del escritor norteamericano Richard Russo -Premio Pulitzer 2002 por Empire Falls- novela deliciosa de leer gracias a su fino sentido de la ironía que a veces deja riendo a carcajadas y a veces es como una espinita que duele en algún lado.
La magia de Cape Cod comienza con el escritor Jack Griffin rumbo al matrimonio de una amiga de su hija en Maine, en la maleta del carro lleva las cenizas de su padre quien tiene un año de haber muerto inesperadamente. A los 56 años a Jack le cuesta desprenderse de su pasado en más de una manera. Su esposa Joy se lo dice, pero él piensa que exagera, por eso no llegan juntos al matrimonio, Jack pretende esparcir las cenizas de su padre en algún lado de los Cod, el único lugar donde se podría decir que vivieron en familia algo parecido a la felicidad.
No es que Jack tuviera una infancia trágica como la de los sufridos niños de las novelas de Charles Dickens, nada material le faltó, sólo el afecto de sus papás, una pareja de académicos egresada de una gran universidad, quien al casarse les fue imposible conseguir como profesores los puestos para los que se sentían preparados. Quizás cada uno por su lado habría conseguido una buena cátedra en una institución Ivy League, pero juntos solo consiguieron trabajo en una mediocre universidad en el "mid-fucking-west".
Y en el "Mid-fucking-west" nació y se crió Jack, aunque a sus padres definitivamente no les interesaban los niños, tuvieron un hijo casi que como una obligación, un trámite, porque era de esperarse en los años 50 que todo matrimonio tuviera aunque fuera un hijo, y los Griffin, en el fondo, eran tan clase media como cualquiera. Por eso disfrutaban sus vacaciones de verano, escogiendo todos los años algún lugar distinto en las playas de Cape Cod, las casas vacacionales para los padres de Jack se dividían en dos: aquellas que no podían costear, y aquellas que ni que se las regalaran.
Si bien solían alquilar el tipo de casa de "ni que se las regalen", haciendo retrospectiva de su infancia Jack siente que a sus padres solo los vio dichosos en los Cod. Jack también vivió el momento más feliz de su infancia cuando un verano la familia vecina lo adopta como uno de los suyos, una de esas familias tradicionales en la que el papá juega pelota con los muchachos mientras la mamá prepara picnic para un batallón.
Al principio los padres de Jack se sienten incómodos ante la amabilidad de los vecinos, pensaban que estarían esperando retribución: "Con tal de que no nos pidan una noche que les cuidemos a sus hijos", pero al darse cuenta de que era un afecto desinteresado, simplemente dejaron que el niño hiciera lo que quisiera así no lo tendrían molestando: "¿Cuándo nos vamos para la playa?".
Pero como escribió Tolstoi: cada familia es infeliz en su manera particular, y los vecinos de Cape Cod tenían su cruz con una niñita enferma. Muchos años después pensando que había logrado lo que a la mayoría se le escabulle: una feliz vida familiar, Jack se arriesga a perderla ante el legado de esnobismo de sus padres, un esnobismo que le es cada vez más difícil disimular.
Solo asumiendo que sí, tarde o temprano terminamos convirtiéndonos en nuestros padres, encontrará Jack el camino a la redención.

martes, 16 de noviembre de 2010

El impermeable

El impermeable,o raincoat como le dicen en inglés, es una prenda de vestir indispensable en el guardarropa de ciudades con cuatro estaciones cuando todavía hace algo de frío y la lluvia puede durar días sin cesar. Los niños se van caminando al colegio protegidos por sus impermeables y botas de goma. Los adultos también los usan para llegar a sus trabajos sin perder el glamour, por eso hay estilos que se adecuan al gusto y al bolsillo de cada quién.
Pero díganme ustedes quién usa impermeable en Caracas, solo los motorizados, que realmente lo necesitan, pero sus impermeables nada tienen que ver con la prenda a media pierna asida a la cintura a lo Roger Moore, son chaquetas sencillas, unicolor, con capucha, y si la lluvia es muy fuerte, los motorizados llevan impermeables que le cubren el cuerpo como los que se usan en las atracciones con agua en los parques de Orlando,nada glamoroso en ellos.
Por eso todavía me pregunto, ¿cuál era la fijación de mi mamá por los impermeables? Me veo en una foto como de 9 años, de cuando mis padres nos llevaron a mis hermanos y a mi a conocer el recién inaugurado Disney World, pero la foto no era en Disney sino en el Parrot Jungle en Miami, salgo con un impermeable anaranjado, muy años 70, la sonrisa a medio ganchete no puede esconder la cara de resignación. Recuerdo el momento no precisamente Kodak porque desde que de niña vi en televisión la película Los Pájaros de Alfred Hitchcock, le tengo terror a las aves, y hay que ver cómo ellas me ven a mi, creerían que era una guacamaya más.
Sin embargo no me acuerdo de ese impermeable anaranjado que hasta elegante era, del que sí me acuerdo fue de su sucesor, un impermeable azul repleto de maripositas. A mis 10 años lo guardé en el closet con la confianza de que nunca lo tendría que usar porque ¿quién usa impermeable en Caracas? Pero una mañana tan lluviosa como la de hoy, mamá me sugirió: "¿Por qué no te llevas el impermeable de maripositas al colegio? ¿Si no es hoy, cuándo lo vas a usar tan bonito que es?".
Traté de convencer a mamá que en el colegio me lo iban a quitar, si bien en el Santiago de León a los varones en los años 70 no se les exigía uniforme, con el vestir de las niñas eran más estrictos que en un colegio de monjas: falda gris, blusa y medias blancas, zapatos negros y no recuerdo si el sweater era negro o azul marino; pero cero miriñiacos, esta manada de maripositas no se le permitiría pasar por las puertas del Santiago. Por primera vez le vi la conveniencia al aburrido uniforme escolar.
Mamá insistió, toda regla tenía su excepción, con semejante palo de agua, nada de malo llegar al colegio con un impermeable que me quitaría apenas estuviera bajo techo. La impresión de la entrada es lo que cuenta. Traté de hacerme la loca, pero tenía 10 años y a esa edad mother knows best, así que salí cubierta de maripositas cual arbusto de azaleas, no sin que antes mi madre me asegurara: "Qué linda te ves con tu impermeable de maripositas, menos mal que llegaste a ponértelo".
Y me dejaron entrar al colegio con el mariposero, no me quité el impermeable en la formación de la fila porque todavía estaba lloviznando y porqué negarlo, me comenzaba a sentir a gusto en él. Imagino que alguna de mis amiguitas me habrán dicho ¡qué cuchi! Y así estaba yo, sintiéndome a punto de comenzar una nueva moda, de ser una trendsetter; cuando oí unas risas cada vez menos disimuladas en la fila de al lado, la de las niñas de un grado superior, volteé para ver que les hacía tanta gracia y sus risas sólo se hicieron más fuertes: "Ja, ja, ja ¡las maripositas! ¡Qué ridícula!".
Las muy desgraciadas se estaban burlando sin disimulo de mi y mis maripositas. No recuerdo haberme quitado el impermeable ante las risas de las niñas mayores, quiero creer que me quedé con la dignidad mariposaeda pero seca, ojalá a las muy desgraciadas les haya dado pulmonía. Pero esa misma tarde el impermeable fue guardado en el fondo del closet donde mamá no pudiera hallarlo. Más nunca volví a usar uno, ¿quién usa impermeable en Caracas?
Hoy, que amaneció lluvioso como aquella humillante mañana, Camila entra en el cuarto buscando un paraguas, como todavía estoy medio dormida le sugiero: "¿Por que más bien no usas un impermeable?", y en seguida me doy cuenta que, tarde o temprano, después de tener hijos, nos convertimos en nuestras madres.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Pablus Interruptus


Justo cuando estaba a punto de darle sepultura al viejo IPod, es decir, echarlo por el bajante de la basura, quise darle una última mirada a su mensaje de adiós y me sorprendió que en la pantalla digital en lugar de anunciar Somewhere (There´s a place for us) cantada por Phil Collins, estaba Para Vivir de Pablo Milanes.
"Qué raro" pensé, "¿será que el mismo que lo bautizó "Bájale el Volumen al Bendito Aparato", lo rescató de su modo pausa eterna?".
Pero si mi marido hubiese sido el responsable en revivir a Bendito Aparato no lo habría dejado en una canción de Pablo Milanes, esa era una de las principales razones por la que él y el viejo IPod jamás se llevaron bien, más que una cuestión de celos, mi esposo nunca ha soportado a la Nueva Trova Cubana ni siquiera cuando todavía era Nueva y tantos opositores a la revolución bolivariana coreábamos entusiastas las revoluciones ajenas.
Aunque llegué a dudar si mi maquiavélico esposo hiciera esta jugarreta no para revivir a Bendito Aparato ni para ahorrarnos el dinero de un IPod nuevo (tampoco para insinuar que a nuestro matrimonio le hacía falta "carne y deseo también" -no sería capaz de citar ni una canción ni de Pablo ni de Silvio, ni siquiera sería capaz de diferenciarlos-) sino porque dejándolo estancado en una canción titulada "Para vivir", pudo ser su sutil manera de avisarme que cualquier otro Aparato por venir al que se le ocurra hacer sonar la Nueva Trova Cubana, terminaría fundido.
Estaba por llamarlo indignada: "¡Tras 20 años de casados no me vengas con amenazas, pajarito!" de no  haber sido porque me di cuenta que el padre de mis hijos no tuvo que ver con este misterioso cambio de canción cuando, por no dejar, como quien se asoma al ataúd para cerciorarse por última vez que el difunto no respira, le dí tímidamente al botón de play del Bendito Aparato y en lugar de un silencio sepulcral se oyó la voz de Pablo cantando: "Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien...".
¡Un IPod zombie! ¿O será que revivió por la Gracia de Dios como Lázaro? Lo importante es que estaba de vuelta, llamé a gritos a los muchachos para que presenciaran el milagro, pero heredaron el poco entusiasmo para la Nueva Trova de su padre y en lugar de emocionarse con eso de que La Vida no vale nada, inmediatamente quisieron cambiar la no tan Nueva Trova por un buen rock.
No se los permití, Bendito Aparato estaba convaleciente, no soportaría un cambio, si lo forzaban a una dosis de Imperio podía volver a su modo Pausa Eterna sin posibilidad de regreso. Estábamos ante un milagro y teníamos que aceptarlo con sus condiciones, y si eso significaría oír los próximos días la Nueva Trova Cubana sin pausa, en esta familia seríamos unos ejemplares pioneritos cantando Yo volveré a pisar las calles nuevamente.
Pero tras dos días de Pablus continus -días en los que aprovechando que es fin de semana, mi esposo y mis hijos abandonaron la casa- a pesar de que todavía siento debilidad por las canciones de amor de la trova cubana, no aguanté más y traté de cambiarle la sintonía al paciente como quien desconecta a un enfermo del respirador para ver si logra respirar solo, pero si bien play funciona, es el único botón que parece hacerlo, ni menu ni forward me hicieron caso, y desde hace 12 horas, no funcionan ni pausa ni stop.
 Confieso que en un momento de locura traté de aplicarle la eutanasia a Bendito Aparato antes de que fuera necesario un machete para asesinarlo, temí volverme loca, pero aunque traté de descargarle la batería para que se desprogramara, su potencial de carga tras resucitar parece infinito. Ya no hay breve espacio en casa en el que Bendito Aparato no esté sonando las canciones de Pablo una y otra vez.
Creí haber conseguido un poco de paz desconectándolo a las cornetas Altec, y por unos minutos lo logré, pero cuando por fin me quedo dormida, no había llegado siquiera al sueño REM cuando de repente sonó a todo volumen: "Si me faltarás no voy a morirme, si he de morir, quiero que sea contigo".
Cómo diablos llegó Bendito Aparato a los brazos de las cómplices Altec, que me lleve el diablo si lo sé.
Entonces fue cuando supe que se trataba de un caso de o Bendito Aparato o yo, así que señores de la Casa Socialista de la Cultura de Chapellín, perdónenme la hora pero aquí les traigo esta donación asegurándoles que jamás tendrán un IPod tan comprometido con Revolución alguna... que qué, que ni de vaina...
¡Nooooooooooo!

jueves, 11 de noviembre de 2010

RIP para el Bendito Aparato


Este jueves al mediodía falleció inesperadamente mi primer IPod cuando estaba por sonar la canción Somewhere (There's a place for us) en la versión de Phil Collins, sencillamente, no arrancó. Lo prendí, lo apagué, le quité la pila, lo sacudí, le habría hecho masajes de haber sabido dónde estaba su corazón, todo fue inútil, el viejo Ipod quedó en modo pausa eterna.
Mi Ipod, o "bájale el volumen a ese bendito aparato" como era conocido en el entorno familiar, llegó a casa en enero de hace casi 7 años, tras un intento fallido con otro Ipod comprado en Sambil de Margarita en una tienda en la que lo vendieron sin posibilidad de conexión, quedando demostrado una vez más que nadie vende a bolívar lo que vale fuerte. 
Ante ese primer aborto de Ipod, decidí ser más prudente y comprar el innovador aparatico en una tienda certificada por Apple, como entonces la tienda Mac de Los Robles no existía, encargué por Amazon un hermoso y saludable Ipod blanco, 20GB, capacidad como de 5 mil canciones, mi nombre grabado atrás.
Todavía recuerdo cuando por fin lo tuve entre mis manos, no podía creer que en él cabría mi ecléctica discoteca. Y eso que estamos hablando de la cuarta generación del MP 3 de la Mac, cuando era un aparatico blanco y regordete que no contaba capacidad de almacenamiento de fotos, y ni soñar ver una película por él. 
Nunca fui ambiciosa, con almacenar canciones tenía suficiente, así que con esmero lo fui llenando hasta ir cubriendo su capacidad sin sobrecargarlo. Me siento orgullosa que a lo largo de su existencia, lo cuidé, no lo llevaba de viaje, ni siquiera lo metía en mi cartera ni salía con él, siempre estaba conectado a unas corneticas Altec que le cargaban la batería.
A la hora de seleccionar la música le dejaba al querido Ipod escoger, solía tenerlo en random, me gustaba que me sorprendiera, aunque últimamente estábamos un poco disgustados porque al Bendito Aparato le había dado por tocar la Nueva Trova Cubana y yo ya no puedo ni con Pablo ni con Silvio ni con ningún desangrado son corazón. ¿Sería que el Bendito Aparato en el fondo era criptorevoucionario? Sin embargo, cuando le tocaba a la música Disco sonar, lo hacía sin ningún tipo de resonancia, me consta que le encantaba Donna Summers y no le tenía asco a los Bee Gees.
Hoy, mirando su historia en retrospectiva, temo que quizás pueda tener yo algo que ver con su muerte, tiemblo ante la posibilidad que se auntofundió, hace unas semanas tuvo una sobredosis de Marc Anthony, culpa de un quemaíto que me regalaron del cantante de salsa-pop neoyorkino, como 40 canciones del marido de Jennifer López de un sólo sopetón. Demasiado para mí, no me quiero imaginar para el Bendito Aparato, a quien tanto le gustaba sonar Héctor Lavoe.
Pero el viejo IPod no murió con Marc Anthony, su muerte sobrevino cuando estaba por sonar Somewhere, la canción que le canta María al moribundo Tony en el musical de Leonard Bernstein West Side Story, quizás fue su manera de decir adiós.  Imagino que al Bendito Aparato le habría gustado despedirse con la versión del soundtrack original, pero debió sobrevenir tan rápida su muerte, que no la encontró, y se tuvo que conformar con la versión del cantante Pop.
Por eso, antes de que en mis cornetas Altec se cumpla la máxima "A rey muerto rey puesto", despido al Bendito Aparato con Somewhere cantado por Las Supremes, un trío que nos gustaba a los dos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Némesis de Roth


Tras la tragedia viene la culpa, alguien tiene que ser responsable de tanta desgracia, y la desesperación es grande en un pequeño barrio judío de Newark, New Jersey, en el año 1944: al igual que la maldición bíblica que afectó a los primogénitos de las familias egipcias, las víctimas en la comunidad hebrea de Weequahic son niños que ese caluroso verano sucumben a una epidemia de polio que a quienes no mata, los deja incapacitados.
Éste es el tema de Nemesis-(2010), la más reciente novela de Philip Roth, escritor que a medida que van pasando los años pareciera que se va tornando más lúgubre. 
Al igual que en su novela El Complot contra América que se basa en un no histórico triunfo de Charles Lindberg en la presidencia de los Estados Unidos, Nemesis se basa en una inventada epidemia de polio en New Jersey, que aunque el polio hizo estragos hasta que Jonas Salk sacó la vacuna en 1955, el diezmamiento de niños en una pequeña comunidad en Newark es obra de la imaginación de Roth.
¿Quién tiene la culpa de tan inmerecidas muertes? ¿Cómo comprender que niños saludables, bien cuidados, queridos, puedan sucumbir tan rápido a una enfermedad? La comunidad busca chivos expiatorios por todos lados, pero Roth no suele escribir sobre comunidades sino sobre hombres, en este caso Bucky Cantor, un profesor de Educación Física de 23 años quien por su mala visión queda exonerado de ir a la guerra. Bucky se siente culpable de no estar luchando contra los alemanes en Normandía junto con sus dos mejores amigos, pero trata de compensarlo encargándose del parque comunal donde entrena a los niños a llegar a su máximo potencial atlético.
La vida nunca fue fácil para Bucky, cuando empezaba a sentirse satisfecho con la mano de cartas que le había tocado jugar (un trabajo que lo motivaba, una novia que lo amaba), el polio ataca a su parque y el joven entrenador toma una decisión que habría de influir el resto de su vida.
27 años después sólo queda la culpa, pero la culpa de quién, ¿la culpa de un Dios que permite semejante horror? ¿o la culpa de las flechas invisibles portadoras inconscientes del ángel de la muerte?
A la mitad de este Némesis se revela un inesperado narrador que sólo toma protagonismo al final de la novela, y gracias a este narrador el pesimismo de Roth permite que entre un rayo de luz a la historia.
Si, a veces pasan cosas malas, tan malas como inexplicables, pero está en la capacidad del ser humano en superarlas, en sobrevivirlas, lo que nos permite creer que la vida pueda tener algún sentido.