viernes, 20 de julio de 2012

Si Mafalda comiera pabellón


El gran Quino, con motivo de su 80 cumpleaños, se permitió confesar que tenía un hijo favorito: Libertad.  El dibujante argentino dice que Libertad es su preferida entre la pandilla de Mafalda porque la diminuta hija de hippies fue el último personaje que creó en la tira cómica y le ofreció nuevas posibilidades que no llegó a quemar. En cambio Mafalda la estaba dibujando desde 1964, ya lo tenía cansado, por eso en 1973 dio por cerrado en su carrera de dibujante el capítulo de Mafalda y sus amigos.
Así como la generación de mis hijas creció junto con Harry Potter y la pandilla de Hogwarths, mi generación creció con Mafalda. Leía Mafalda teniendo la edad de los personajes de la popular tira cómica argentina. Los sentía mis amigos. Compartía su amor por los Beatles, aunque nunca entendí la pasión por el Pájaro Loco. Como Quino dejó a sus famosos personajes en eterna prepubertad y quedaron flotando en el imaginario colectivo, desarraigándolos de Buenos Aires y haciéndolos venezolanos, me atrevo a especular qué sería hoy de las vidas de estos contemporáneos míos. 



Mafalda debe cuestionar a gobierno y oposición por igual. Se debió graduar de una carrera humanista en la UCV e intenta ganarse la vida estirando el sueldo como profesora a tiempo completo.  Va a almorzar los domingos con sus padres y su mamá ya no la obliga a comer sopa pero la tiene frita porque no se ha casado ni le ha dado un nieto al que malcriar. Su papá sigue en la guerra contra las hormigas y todavía no ha podido cambiar de carro, al que tiene desde hace meses en el taller porque se le dañó el carburador y no se consigue repuesto. Los pobres viejos viven con una angustia irremediable ya que el nervocalm hace meses está agotado en la ciudad. 




Susanita cumplió su sueño de casarse y tener muchos niñitos, aunque no lo hiciera con su amado Felipe porque amor con hambre no dura. Es madre a tiempo completo, en la mañana va al gimnasio y en la tarde pasa horas en el tráfico trayendo y llevando muchachos. La más escuálida entre las escuálidas, ya le han robado como cuatro celulares porque aprovecha el tráfico para mandar cadenas por mensajería de Blackberrie sobre las marramucias del Gobierno. 
Felipe sigue siendo un soñador, montó una pequeña empresa a la que le cae el Seniat por lo menos una vez al mes, y tiene como tres demandas en el Ministerio del Trabajo que todavía no entiende porqué. Se arrepiente de haber votado por Chiabe y no se pela una marcha. Divorciado con un hijo por el que tiene que pagar una fortuna en ortodoncia, hace un año sufrió un secuestro express que entre Miguelito y Manolito tuvieron que pagar. Sigue dejando para mañana lo que puede hacer hoy y espera con ansia el estreno de El llanero solitario con Johnny Depp.


Miguelito se ha hecho multimillonario con negocios cambiarios. Dicen que le maneja la cartera financiera a varios personeros revolucionarios, a nadie le consta, él sigue teniendo la misma cara de muchacho bonachón, solo que ahora con jet privado y chalet en Colorado. Da fuertes sumas de dinero a las campaña de candidatos de la oposición. A la familia la tiene viviendo en Miami, él va y viene.
Manolito hoy es un gran empresario que modernizó el abastico de su padre y lo convirtió en una lujosa cadena de supermercados a la que también le cae el Seniat a cada rato.  Él y su familia andan con escolta y carro blindado. De vez en cuando hace parrillas en su mansión en La Lagunita e invita a sus viejos amigos, inclusive a Mafalda, aunque todavía no entiende la mitad de las cosas que habla. En los mundiales de fútbol él y Miguelito compran entradas e invitan a Felipe para que los acompañe a ver los partidos en los que juega España. 

Guille, en cuanto pudo, se fue demasiado. Hoy es un exitoso profesional que vive en Montreal, forma parte de la comunidad de venezolanos que se reúnen para preparar pabellón y compartir nostalgias. Llama todas las semanas a su familia y la tía Mafalda ve a sus sobrinos crecer por Skype, pero Guille a Venezuela no vuelve porque no aguanta la monotemática discusión política y la sensación de inseguridad.
Y a Libertad, la consentida de su papá Quino, me la imagino a la izquierda del Comandante, ministra revolucionaria rodilla en tierra, viaja en Primera Clase y tiene varios escoltas que interrumpen el tránsito para que pase la ministra. De sus antiguos amigos solo ve a Mafalda pero no discuten de política porque Libertad no tolera disidencia, también evita discutir con Mafalda temas como la censura en China y el trato a la mujer en Irán, pero jura que seguirá luchando hasta el final por la igualdad social sin querer admitir que hoy forma parte de una nueva oligarquía.  







PD Siete años después: El amigo John Manuel Silva especulaba en twitter que no nos equivocáramos, que si Mafalda fuera venezolana sería chavista, hace diez años me atreví a especular sobre qué sería de la vida de los personajes de Quino a quienes crecí sintiendo mis amigos de infancia, que sería de sus vidas si hubiesen comido pabellón. Diez años después de escrito esta intensidad me atrevo a especular que tras la Dictadura de Maduro hoy en Venezuela no quedaría ni Mafalda, se habría ido para Argentina, Perú, México o Colombia; sus papás seguirían en Caracas, huérfanos de hijos como dicen por ahí, Mafalda y Guille angustiados de por qué sus viejos no se terminan de ir, que ellos los reciben, la mamá les contesta: "Porque a mi ninguna dictadura me saca de mi país", el papá ya está senil, en las farmacias de Caracas no se encuentran los medicamentos para sobrellevar su vejez, sus hijos se los mandan desde el exterior, para colmo desde el último apagón a su apartamento todavía no les ha llegado ni el agua ni la luz, y se la pasa caído Internet; lo más seguro es que Felipe también siga en Caracas porque a su edad, pa dónde va ir y además conseguir trabajo pasados los cincuenta no es fácil, pero también es que el cree con su usual optimismo que el cese de usurpación es para ya, que vamos bien, y que alguien se tiene que quedar luchando por el regreso de la Democracia en Venezuela; Miguelito y Manolito desde hace tiempo estarían despachando desde Miami o desde Madrid, puede que Susanita siga viviendo en Caracas pero tras el apagón debió haber agarrado el primer vuelo disponible en Láser para Miami a esperar que la situación se estabilice en el usual letargo revolucionario o que a Venezuela por fin lleguen los marines. En Miami consiguió la gorra roja que dice: "Make Venezuela Great Again", se la piensa llevar a Caracas para las próximas marchas. Y Libertad, qué decir de Libertad, la pobre debe tener sus cuentas en dólares congeladas y su visa americana revocada y ahora no es el momento de disfrutar de su piso en Madrid, pero sigue siendo Patria o Muerte con el compañero Maduro siendo citada por los progresistas del mundo como fuente fidedigna, que la culpa del desastre de Venezuela la tienen las sanciones del Imperio y que el verdadero problema es que Trump se quiere agarrar el petróleo de Venezuela.

martes, 10 de julio de 2012

Dream a little dream of me


En una de las entregas de El Fantasma, Javier Marías asegura que le fastidia cuando una novela o cuento incluye un sueño, según el escritor español, corta la narrativa. Desde entonces cada vez que leyendo me topo con la narración de un sueño, no puedo dejar de acordarme del Fantasma, ¿agrega o no agrega este sueño a la historia? Generalmente no. 
Sin embargo el tema onírico siempre me ha interesado, quizás porque soy de quienes sueñan casi todas las noches. No suelen ser sueños tormentosos, no me despierto gritando desesperada como el personaje interpretado por Gregory Peck en Spellound (1941) ni están ambientados como la imaginería surrealista de Salvador Dalí para la famosa película de Alfred Hitchcock. Lo que si me queda es sabor de nostalgia cuando sueño con un afecto que murió. Paso el día con lo que los brasileños llaman saudade. Debe ser porque me crié en esta cultura Caribe-cristiano donde entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos hay apenas una bruma blanca, intransitable para los vivos, pero para la cual de vez en cuando los muertos consiguen visa. 
Si en la cultura oriental las almas trascienden hasta alcanzar la perfección y fundirse con el universo, los occidentales-Caribe tendemos a pensar en la muerte como en una especie de emigración de la que nadie escapa, lo bueno es que casi todos vamos a emigrar al mismo lugar, por eso es que cada vez que alguien muere por este rincón del mundo, en el velorio se oyen comentarios tipo: "Ya debe estar en el cielo con...", como si lo hubiesen ido a recibir a la antesala de san Pedro. 
Este "con" suele ser un amigo o familiar que antecedió al difunto, pero lo mejor de este edenico lugar al que iremos a parar es precisamente lo democrático que es, en él no solo nos reencontraremos con nuestros seres queridos sino también tendremos la oportunidad de codearemos con nuestros ídolos, siendo el precursor de esta fantasía Dante Alighieri quien en la Divina Comedia antes de reencontrarse con su amada Beatriz, entre el infierno y el limbo tuvo como guía al poeta Virgilio.  
Cuando en 1990 murió el director de teatro Enrique Porte de un infarto fulminante con apenas 42 años, en medio del terrible impacto de la noticia porque Enrique era una fuente de energía a cuyo alrededor gravitábamos un heterogéneo grupo de amigos, nuestro único consuelo era imaginar que ya se habría reencontrado con su padre, el maestro José Ángel Porte Acero -quien había muerto unos meses antes- y habrían retomado sus habituales discusiones políticas. En su mayoría agnósticos o ateos, los desconsolados panas necesitábamos creer que Enrique y el viejo Porte Acero en esos momentos estarían debatiendo sobre el bloque soviético, y que en medio de ese purgatorio que debe ser una interminable discusión política, Enrique también tendría tiempo para hacerse amigo de su ídolo John Lennon. 
Y aquí viene mi sueño ¿o pensaban que se iban a librar de él? La otra noche soñé que estaba rumbeando con Frank Sinatra. Poniendo al personaje en la perspectiva de mi vida, nunca ha sido uno de mis ídolos, me gusta su música, tengo varios de sus temas en el IPod, pero su imagen pública no me simpatiza especialmente. Esa es la gran diferencia entre soñar despiertos y soñar dormidos: despiertos elegimos el objetivo de nuestros sueños, dormidos el subconsciente lo selecciona por nosotros. Dudo que de escoger un personaje con quien rumbear, habría escogido a Sinatra, pero heme en mi sueño con old blue eyes de smoking, y esta caraqueña con su portentoso mini-vestido negro, de tugurio en tugurio, dry martini tras dry martini, con la licencia espacio-temporal que tienen los sueños, oyendo bandas de jazz entre Caracas, Nueva York y París. 
Cuando sueño, jamás sé que estoy soñando, el sueño lo vivo, así que me encuentro rumbeando con Frankie, sin mayor intensidad que la rumba misma, cuando de repente me cae la locha: "Adrianita, ¿tú te das cuenta de con quién te estás cayendo a palos? Nada más y nada menos que con Frank Sinatra". Y como mi cámara Lumix no me abandona ni en los sueños, quise hacer lo que cualquier mortal de la era digital habría hecho: tomarse una foto con tan famoso pana para ponerla de perfil en Facebook. 
Como soy una mujer educada y este no era un sueño erótico, le pregunté a Frank si no le importaba que nos tomáramos una autofoto, me abrazó como se abraza a los amigos cuando posan juntos mientras yo extendía el brazo con la cámara para captar el momento. Pensé que los dry martinis me estarían haciendo efecto, porque al ver en la pantallita de la Lumix cómo habían quedado, me dí cuenta que no lograba dar con el objetivo: o salían las luces de local, o la alfombra, o un cenicero con collillas aplastadas, pero ni Frank ni yo. 
Ya me daba pena con Sinatra insistir en retratarnos compulsivamente cual adolescentes frente al espejo de un baño, cuando oí una risa familiar: mi primo entraba al local acompañado de unos amigos. Me salvé, excelente fotógrafo, nadie mejor para capturar este momento para la posterioridad. 
"¡Primo!", le grité, además de querer que me tomara la foto, también había algo de jactarme ante él de semejante compañero de rumba. 
Tras saludarnos con un beso, me quitó la cámara susurrándome al oído: "Tú si inventas". 
El primo nos tomó dos fotos antes de devolverme la Lumix. 
"No se puede" me dijo mostrándome la pantalla digital, tampoco él lograba dar con el objetivo. Era como si Sinatra y yo fuéramos vampiros, no había manera de que saliéramos en la foto. 
Qué raro, pensé, tratando de develar el misterio de semejante invisibilidad cuando de repente me encontré repitiendo la pregunta con la que suelo despertar cada vez que sueño con mi querido primo: "Pero oye, ¿tú no estás muerto?", solo que en esta ocasión me dio tiempo de abrazarlo antes de decirle: "Nos haces tanta falta".
En ese momento me desperté con un nudo en la garganta sintiendo el dolor de la ausencia del primo con quien crecí y quien fue uno de mis mejores amigos de juventud. Este año se cumplirán siete años de haber cruzado la bruma blanca. En ese estado de sopor entre el sueño y la recién recuperada vigilia, tardé segundos en darme cuenta de otro detalle que en el sueño había pasado por alto: Frank Sinatra, con quien rumbeé todo la noche entre Caracas-Nueva York y París, murió en 1998, y no solo él sino tampoco yo lograba salir en la bendita foto.  
Cómo no preguntarse, pellizcándome como exige el sentido común para ver si estaba despierta o si dormía: ¿será que acaso atravesé la bruma blanca también?


La foto rumbeando con Sinatra al fin fue posible gracias a Joanna Casas