miércoles, 29 de mayo de 2013

Christopher Hitchens sobre su Mortalidad


Recién publicado Hitch-22, en julio de 2010, el ensayista Christopher Hitchens comenzaba la gira promocional de sus memorias cuando recibió en Nueva York la más desconcertante de las noticias: sufría cáncer de esófago y le quedaba poco tiempo de vida. Aunque la enfermedad y la muerte pueden tocar a cualquier ser vivo a cualquier edad, sobre todo a uno que en casi todas las fotos se le ve con un cigarrillo en la mano, un hombre que fue sano hasta los 60 años, felizmente casado, padre de tres hijos, con una carrera de poco riesgo como lo es ser intelectual, por más conflictivo que fuera, es lógico que aspirara a tener  por lo menos 20 años más de vida productiva. 
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross describe las 5 etapas de dolor ante un diagnóstico fatal: negación, rabia, negociación, depresión y aceptación. Hitchens decidió saltarse varias de estas etapas y lidiar con su enfermedad como lidian los escritores con las tormentas de la vida: escribiendo sobre ella. 
Mortalidad es un libro corto porque se origina como una serie de ensayos destinados a ser publicados en la revista Vanity Fair, en la cual a lo largo de los años ya Hitch había tocado temas difíciles como atacar a la Madre Teresa de Calcuta y apoyar a la guerra contra Irak. En su último trabajo para la revista que lo hizo famoso escribió sobre su repentina emigración a lo que él llamaba Tumortown: "El país de la enfermedad, donde todo el mundo sonríe para darte fuerza, no hay racismo sino un espíritu igualitario... el humor es débil y repetitivo, no se habla de sexo y la gastronomía es la peor de todos los países que he visitado". 
"Enfermedad" se debió haber titulado la despedida intelectual del controversial ensayista británico, porque en ella más que un enfrentamiento a la nada que espera un militante del ateísmo, o cualquier otra idea, angustia, filosofía de vida que pueda tener sobre la muerte en sí; es un tratado escrito con su característico humor sobre la perplejidad de mudarse a Tumortown. Hitchens sugiere que debería existir un libro de etiqueta para saber qué decir y qué no decir a los pacientes de enfermedades mortales, en cierta forma, él lo hace con este libro.
Pero no solo es el infierno de los demás a lo que se refiere el escritor radicado en los Estados Unidos en la inesperada continuación a Hitch 22, también es el enfrentar su enfermedad sin perder la acidez de su pluma. A este ateo le divierten y le parecen inofensivas las cadenas de rezos por su salud, aunque le aseguraba a los bien intencionados que oraban por él, que el milagro de su cura sería ir contra las más elementales leyes de la naturaleza, sería aspirar a una excepción. También señala el dedo acusador contra aquellos fundamentalistas religiosos quienes vieron su cáncer como el lógico castigo divino a un blasfemo. 
El período de negociación de Hitch no es con una fuerza divina sino con la Ciencia, cuenta que para vivir un poco más se debe ofrecer a cambio: "tus papilas gustativas, tu habilidad para concentrarte, tu habilidad para digerir, y los pelos de tu cabeza". 
Año y medio sobrevivió Hitch el diagnóstico fatal, las últimas páginas del libro son una especie de diario, deja de interesarse en los bien intencionados que oran por él, de quienes le desean la más dolorosas de las muertes, de los imprudentes que le cuentan historias de éxito o dolor de Tumortown, Mortalidad se vuelve más intimista a medida que a Hitch lo va venciendo la enfermedad, escribe párrafos cortos, pensamientos aislados, recuerda poesías ajenas, a Nietzche, se nota que escribir se le hace cada vez más difícil, y "escribir no es solo cómo me gano la vida, es mi vida".  
Notas que iba escribiendo para profundizar en ellas después, cuando estuviera mejor, porque la esperanza de que la enfermedad le daría más tiempo, otra oportunidad, estaba hasta en el más convencido de los ateos. Pero el libro quedó inconcluso, su esposa Carol Blue escribe el epílogo: 19 meses después de migrar a Tumortwon, el contestario por excelencia, murió sin terminar su último libro. 


miércoles, 22 de mayo de 2013

A un año y medio del Kindle Fire



A fines de noviembre de 2011 compré mi Kindle Fire para probar el mundo de la lectura en formato digital. Casi año y medio más tarde, tengo en mis manos un cacharro al que le agoniza la batería, y al que apenas meses después le llegó un hermanito más agraciado: el Kindle Fire alta definición, por los mismos 199 dólares que pagué por mi tableta innovadora. La tableta original bajó de precio 40 dólares en menos de un año. ¿Quién me manda a comprar la primera generación de Kindle Fire?
En año y medio he notado cómo el número de los lectores en formato digital en el mercado hispano ha ido en ascenso, lo que no me sorprende, cuando publiqué en el blog el artículo: "Un mes con el Kindle Fire", sin mayores aspiraciones que narrar mi breve experiencia tanto con la tableta de Amazon como con la lectura digital, rápidamente se volvió el artículo más leído en Evitando Intensidades, teniendo hasta los momentos el 11 por ciento de la cantidad de entradas en el blog, y el mayor número de comentarios, buscando ayuda porque la tableta digital fuera de los Estados Unidos, por razones legales, no sirve para bajar películas por Amazon. Varios trucos para burlar esta restricción se compartieron en ese improvisado foro.
A pesar de que lo he disfrutado mucho, le comentaba a un amigo mi indignación porque mi Kindle Fire, de apenas año y medio, ya estaba a punto de morir, cada vez le cuesta más cargar la batería y esta se agota rápido. Él me decía que por el precio de las tabletas de Amazon, eran prácticamente desechables. Que lo viera desde este punto: ¿cuántos libros he leído ya en ella?
 Revisando en mi Cloud me doy cuenta que en año y medio he leído más de cincuenta libros digitales, todos bajados en Amazon, la mayoría en descuento, desde clásicos gratis como Los Tres Mosqueteros de Dumas hasta la más reciente novela de Manuel Vincent: El azar de la mujer rubia. He leído novelas densas como Freedom de Jonathan Franzen, y los llamados kindle singles como el naufragio del Costa Concordia, novelas cortas o grandes reportajes de aproximadamente 60 páginas que venden en Amazon por menos de un dólar. Estoy suscrita a un par de revistas y he leído las biografías de músicos como John Lennon y Frank Sinatra, además de libros de memorias como el recuento de Joyce Carol Oates de su inesperada viudez. No solo he leído libros que hace tiempo están descontinuados, por lo menos en las librerías venezolanas, sino también muchas novedades que no han sido traducidas al español o que sabemos que con las restricciones del dólar, difícilmente llegarían a nuestras librerías. Cuando tengo un trabajo pendiente y necesito material de lectura que me sería imposible encontrar en la actual Venezuela, es bueno saberlo al alcance de un clic, cortesía de Cadivi. 
En año y medio con el Kindle Fire me acostumbré a la lectura en formato digital, y ya contagié a mi mamá y a mi hija. A mi hija de 18 años fue fácil, le regalé en Navidad un Kindle Fire de la nueva generación, compartimos la biblioteca digital, aunque sé que muchos de mis libros no le interesan y bajo para ellas muchos libros que no leeré.
Mi mamá estaba más reacia a la lectura digital por el romanticismo bibliófilo del peso de los libros, la sensación de pasar las páginas... pero apenas le regalé en navidad el Kindle PaperWhite, que solo sirve para leer porque mi mamá  no es de quienes navegan en Internet, tras refunfuñar ante el primer libro digital: "Yo no me voy a acostumbrar",  me pidió que le bajara otro, y otro, y otro,  y ya tiene su propia biblioteca digital. Lástima que no podamos compartir libros como antes hacíamos. 
Sin embargo ni mi madre ni mi hija ni yo hemos abandonado la lectura impresa. La alternamos,  por ejemplo, yo alterné la lectura de Freedom, que es un libraco, entre digital (no me podía quedar pegada una noche porque se le agotaba la batería al Kindle)  y el libraco de casi 600 páginas al que no le había entrado antes por su densidad. Y eso que Jonathan Franzen despotrica contra la lectura digital, pero a mí me resultó muy conveniente leer su novelón en ambos formatos. Sorry Jonathan. 
Y a un año y medio de tener Kindle Fire, no dejo de llevar siempre dos libros en el carro, un libro bolsillo en la cartera, y una torre de cinco libros en la mesa de noche. 
A un año y medio de mi Kindle Fire, me doy cuenta que ya soy presa de la nueva tecnología, cuando se termine de morir la batería de mi tableta, no me quedará más remedio que comprar una tableta nueva, aunque creo que para la próxima me dejaré de pichirrerías y probaré con el IPadMini, al doble de precio (si lo quiero con una memoria eficiente) pero con el doble de posibilidades que la tableta de Amazon. Tendré que transferir mi Amazon cloud (o inventario de libros comprados hasta el momento) a mi nuevo aparato de tecnología Mac, pero hasta ahora mi computadora Mac y mi IPod han tenido más larga vida -toco madera- que la tecnología Amazon.
A un año y medio del Kindle Fire me doy cuenta que disto de ser la única que hoy está alternando con la lectura digital en Venezuela, es un formato de lectura que ha ido creciendo considerablemente en nuestro devaluado país, sin embargo, a pesar del problema del dólar que trae la inminente escasez de papel para publicar en Venezuela, la  publicación en formato digital, más allá de unos cuantos autores que se autogestionan,  sigue tan cruda como hace año y medio. 
¿Cuánto tardarán los editores venezolanos en compartir sus publicaciones en digital?

jueves, 9 de mayo de 2013

De cacerolazos y otras formas de intolerancia política



Afortunadamente nunca me ha tocado presenciar un cacerolazo a una persona en particular, odio la cayapa a quien sea, esta fue un práctica muy común en los inicios de la oposición en el año 2002 cuando cada vez que un personero del gobierno se le ocurría ir a un restaurante, era recibido por buena parte de la clientela dándole a los platos y a los vasos con los cubiertos mientras cantaban consignas como "Sí va a caer, sí va a caer, este Gobierno va a caer". Para gran angustia del propietario del local, los comensales no se quedaban tranquilos hasta que el objeto de los cacerolazos, o cubiertazos, se marchara enfurecido del lugar. 
 Semejante forma de protesta creíamos que había pasado a la historia hasta que en días recientes le ha sido aplicada, entre otros, a María Gabriela Chávez en un restaurante en Caracas, a la presidenta del CNE Tibisay Lucena en un restaurante en Valera, y ayer fue trend en twitterzuela que Winston Vallenilla y Roque Valero, acompañados de sus esposas y bebés, fueron a comer a un restaurante en Lechería, donde se armó una guerra de voluntades porque mientras los artistas twiteaban que ninguna horda "fascista" les iba a prohibir el derecho de visitar un lugar público por su ideología política, el resto de la clientela no cesaba en el afán en darle a los cubiertos y a los platos hasta que los artistas abandonaran el lugar. 
Para quienes no sepan quiénes son Winston Vallenilla y Roque Valero, y qué cargo ocupan en el Gobierno, les cuento que son dos personalidades de la farándula nacional y hasta ahora, más allá de la concesión que le dieron a Vallenilla junto con su esposa para animar el Kino Táchira, no forman parte de la macoya del poder. 
Tanto Vallenilla como Valero durante años fueron muy discretos en sus simpatías políticas, hasta que en la última campaña electoral del presidente Chávez, Vallenilla se decretó "rodilla en tierra", y en la campaña de Nicolás Maduro, Roque Valero, junto con un pequeño grupo de artistas, apoyó la continuidad de la Revolución.
Desde su salida del closet chavista, y ante la crítica y los insultos de muchos de sus compañeros que sienten que en Venezuela vivimos en Dictadura, Winston Vallenilla ha tomado una actitud camorrera.  El antiguo animador de "Aprieta y Gana" y "La guerra de los sexos", acompañó a Maduro en su gira de campaña presidencial, presentando en todos los mítines al candidato rojo no sin antes dedicarle su ronda de insultos a la "Derecha Apátrida" comandada por "Caprichito". 
En cambio Valero desde que declaró públicamente su apoyo a Maduro, tras los insultos recibidos por  muchos de sus compañeros que lo acusaron de "tarifado", asumió el rol de víctima denunciando la intolerancia política que hoy vivimos en Venezuela. 
Y es cierto, vivimos en niveles peligrosos de intolerancia política, como podrían testimoniar los estudiantes presos y maltratados en Barquisimeto la semana después de las elecciones por exigir auditoría electoral, además de todos aquellos funcionarios públicos que han visto sus trabajos en peligro al ser acusados de "Caprilistas", y las descalificaciones gubernamentales a las ONG que denuncian semejantes atropellos.
Intolerancia política como la que caracteriza a los medios del Estado donde desde hace 14 años está vetada cualquier voz crítica al pensamiento oficial. Hegemonía comunicacional que se usa no solo para hacer propaganda oficialista sino también para humillar y difamar a la voz disidente a la Revolución.
Intolerancia política negarle el Orgasmo a Norkys Batista en los hoteles de Venetur, y dejarlo por la mitad a punta de gases lacrimógenos en el Aula Magna de la UCV, así como que a la animadora, Caterina Valentino, Conatel le haya cerrado su programa: "¿Hay corazón?", con la excusa de que salieron unos niños en un programa de adultos (aunque todos sabemos que este cierre se debe a que fue la atractiva animadora quien presentó los mítines de Capriles). 
Y no hablemos de la guinda de la torta de la intolerancia política de los últimos años: la emboscada a los diputados opositores en plena sesión de la Asamblea Nacional donde además de negárseles el derecho de palabra, fueron agredidos salvajemente.
Intolerancia política que a los profesores universitarios que piden un justo aumento de salario, sean recibidos con piedras y botellas frente al Ministerio de Educación; sin olvidar a las hordas simpatizantes al oficialismo que amenazan de tanto en tanto a Globovisión, canal de noticias que sus propietarios se vieron obligados a vender como única posibilidad de salvarlo, precisamente, de la intolerancia política  cuando el actual Gobierno le negó la posibilidad de participar en la red digital. 
Intolerancia política que Nicolás Maduro amenace sin disimulo al resto de canales privados de tv si siguen pasando las ruedas de prensa de Henrique Capriles, y encadene los medios cada vez que su némesis Capriles está en televisión.
Intolerancia política que el cineasta estadounidense, Timothy Hallet, esté preso como "agente de la CIA" y  el general  retirado, Antonio Rivero, lo esté por haber denunciado la injerencia del Gobierno Cubano en las Fuerzas Armadas Nacionales. 
Sin olvidar a la juez Afiuni, a quien ni siquiera se le permitió votar.
Sí, camarada Roque Valero, en Venezuela hoy vivimos en medio de una gran intolerancia política, pero desde anoche mismo, mientras ustedes se recuperaban del mal rato de los cacerolazos en Lechería, en el portal Prodavinci salió publicada una nota del escritor Willy McKey contra tan abominable práctica, al día siguiente se le concedió una entrevista en El Nacional y apuesto diez a uno que tanto Henrique Capriles como los miembros de la MUD exigirán a sus partidarios no continuar con esta irracional y poco provechosa forma de protesta. 
Mientras tanto, ¿qué hacen los ardientes revolucionarios contra la intolerancia política que desde hace 14 años toca desde el poder?


miércoles, 8 de mayo de 2013

Cuando solo quede censura



Uno de los momentos más impactantes de la película chilena NO (Pablo Larraín, 2012) es cuando tras quince años de férrea censura, ante la presión internacional, el Gobierno del general Augusto Pinochet cede a  someterse a un referéndum revocatorio pensando que al hacerlo desde el poder no había formar de perder. Para darle un viso de legitimidad a este referendo, la Dictadura permite que la oposición disponga de 15 minutos todas las noches para hacer campaña por el NO a Pinochet. El momento impactante al que me refiero es cuando un veterano periodista saluda al pueblo chileno con algo así como: “buenas noches, por primera vez en quince años la oposición tiene abierto un espacio televisivo donde opinar, después de este proceso electoral, no sabemos si lo volveremos a tener”.
Esta primera voz de la disidencia que se deja oír en tres lustros en el Chile de Pinochet, hoy impacta tanto a los venezolanos porque vemos en peligro la única rendija que todavía queda abierta a la disidencia en la televisión: el canal de noticias Globovisión, un canal que no hay que ser adicto a él, ni siquiera tiene que gustarnos, para saber que es necesario que siga al aire si se quiere aspirar a que en Venezuela quede un vestigio de eso que llaman Libertad de Expresión.
Durante los catorce años que duró la era de Chávez en el poder, al canal de noticias se le fustigó de diversas maneras: con multas y procedimientos, ejerciendo presión en los anunciantes para que el canal no tuviera casi pautas publicitarias, mandándoles hordas amedrentadoras exigiendo respeto a la lucha del pueblo revolucionario.
Pero mal que bien Globovisión legitimaba al Gobierno del presidente Chávez que tenía el control de todos las instituciones que velan precisamente, porque las Democracias no se vuelvan Dictaduras. Mientras el gobierno tuviera a Globovisión a quien echarle la culpa de cualquier “canalla mediática”, y los venezolanos con servicio de televisión por cable supiéramos que podíamos llegar a las seis de la tarde a casa y ahí nos estaría esperando el ciudadano Leopoldo Castillo con alguno de sus invitados denunciando la última patraña oficialista, en Venezuela todavía no se podía hablar de Dictadura, en todo caso de Autoritarismo porque para qué negarlo, el presidente Chávez era un líder fuera de serie y se podía dar el lujo de que en medio del abuso de poder revolucionario, quedara como en Asterix, un pequeño foco rebelde sobreviviente a los embates del poder.
¿Qué pasa cuando súbitamente falta ese carismático liderazgo al proceso autoritario? Solo queda la censura y la represión. Al negársele a Globovisión formar parte de la red digital, se le condenó a una muerte lenta pero segura, la única manera de apostar por la sobrevivencia del canal, fue cambiando de  propietarios, y en ese proceso están. Pero en este momento en el que está en el poder un Presidente sin el carisma de a quien llama “su padre”, acusado de ganar unas elecciones viciadas y en proceso de impugnación, ante una Asamblea donde no solo se le impide el derecho de palabra, sino que también se agrade físicamente a la voz opositora; ante un Ministerio de Información que el único medio de imponer su verdad es a punta de cadenas; frente a la satanización de las ONG y de cualquiera que se atreva a desmentir la versión revolucionaria; al diablo la Libertad de Expresión, la única verdad posible es la verdad oficial. En momentos como estos  a un gobierno  espurio solo le queda el camino de la censura.
(Terminando de escribir esta crónica me entero que Vladimir Villegas será el nuevo Director de Globovisión secundado por el Ciudadano Leopoldo Castillo, interesante movida que le da un nuevo aliento al canal en terapia intensiva).

Artículo publicado en El Nacional el sábado 4 de mayo de 2013.

PD: La noche del 13 de mayo Vladimir Villegas anuncia por su cuenta de twitter que declinó el cargo de presidencia de Globovisión por diferencias con la nueva junta directiva: "No hubo consenso en materia de programación ni con respecto a mis competencias". El paciente Globovisión vuelve a entrar en terapia intensiva y su pronóstico es poco alentador. ¿Qué dirá El Ciudadano hoy?

lunes, 6 de mayo de 2013

Del gordito de la franela rosada al gordito de la chaqueta tricolor


Las de arriba son las primeras declaraciones públicas del diputado suplente del PSUV, Michael Reyes Argote, tras la tangana del martes en la Asamblea Nacional en la que fue captado por una cámara indiscreta, como bien lo dice él, cayéndole a coñazos al diputado opositor Julio Borges, con el ímpetu de un matón a sueldo de la corte de Tony Soprano. 
Estas declaraciones de Reyes Argote -docente de profesión- quien desde el martes en la noche habrá de pasar a la historia como "el gordito de la chaqueta tricolor", me inspiraron un tweet fácil: "Ya tenemos dos gorditos para el Hall de la Infamia en Venezuela: el gordito de la franela rosada y el gordito de la chaqueta tricolor". 
De inmediato tuve varias respuestas en la pajarera agregando gorditos: Rosendo, los hermanos Escarrá, Ricardo Sánchez... pero la interacción que más me sorprendió fue la de la muchacha que preguntaba: "¿Y quién es el gordito de la franela rosada?". 
Es que el chavismo ha pasado tantos años en el poder que los venezolanos menores de 30 años son incapaces de recordar la prehistoria del movimiento bolivariano. En cambio yo recuerdo la madrugada del 27 de noviembre de 1992 como si fuera ayer, estaba por cumplir tres años de casada, con una bebé de un año durmiendo en su cuna, cuando nos despertó el teléfono a las cuatro y media. Era la suegra. Mi primera reacción fue preguntar: "¿Quién se murió?". 
"Nadie, solo prendan la televisión en el canal 8", y colgó. 
Al prender la televisión comprendimos el apremio de la suegra: en pantalla tres hombres que se decían parte de un tal Movimiento 5 de Julio que acababa de tomar a la fuerza el canal del Estado, que entonces no era un canal de propaganda oficialista como el que conocemos hoy. El triunvirato declaraba una insurrección cívico-militar al Gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, llamando al pueblo venezolano a la calle para unirse a la insurrección.
Hoy habría que buscar en la hemeroteca para recordar los nombres de quienes nos amanecieron de golpe. Pero la imagen que difícilmente se borrará de la memoria de quienes lo vimos en televisión es la del gordito de la franela rosada que empuñaba un fusil en segundo plano. José Ignacio Cabrujas habría de inmortalizarlo en una de sus mejores crónicas "El hombre de la franela rosada" (Diario de Caracas, 6 de diciembre 1992).

Escribía Cabrujas que ni la destrucción del Muro de Berlín, ni Yeltsin inaugurando un MacDonalds junto a la tumba de Lenin, hicieron tanto por la derechización nacional y quien sabe si planetaria, que el gordito a quien describía: "Inexpresivo como en mi vida he visto a nadie tan inexpresivo, triponazo, desaliñado de franela mal metida en la pretina, que es el peor desaliño de este mundo, inmóvil que ni tic hizo mientras el teniente hablaba, mondonguero esencial y ubicado, a la izquierda del televisor como una cariátide de Borneo celebrando el día de la tocineta, fulminó no solo al movimiento bolivariano y a los resabios del 26 de julio y al pensamiento de Mao- Tse Tung, sino a la mismísima Guerra Federal en pleno con Juan Crisóstomo Falcón incluido, por no evocar en este día aciago al general Zamora, un hombre que en materia de aspecto y ropa planchada, solía lucir decentísimo a la hora de encarar la Historia".
No llegó a saber Cabrujas, quien murió en octubre de 1995,  que al contrario de lo que él apostó en su genial artículo, la ilusión del Teniente-Coronel Chávez del "mientras tanto" y el "por ahora", no "terminaron sus días en ese sobrepeso fatídico del hombre de la franela rosada".
Cómo imaginar Cabrujas que la causa fallida del Hombre de la Franela Rosada apenas fue un tropiezo en el camino de la revolución bolivariana, tropiezo que hoy los más jóvenes ignoran y que buscando datos por la Web que me ayudaran a escribir esta crónica, me topé con un foro en Aporrea donde se insistía de manera descarada que no hubo tal gordito de la franela rosada, otro invento de la canalla de la oposición. Su prueba está en You Tube donde se encuentra montado un video del teniente de bigoticos transmitiendo el mensaje insurgente por Venezolana de Televisión, sin la incómoda presencia del gordito aferrado al fusil.
Como si uno fuera loco y no recordara haberlo visto.
Eventualmente alguien aclara en el foro que hubo dos grabaciones del mensaje de insurrección, la primera pre-grabada sin el gordito, que era la que Movimiento 5 de julio pensaba transmitir una vez tomada la televisión nacional, pero al final el llamado a la insurrección popular tuvo que ser en vivo con el gordito de la franela rosada asido a su fusil, sin imaginar que estaba robando cámara para la posterioridad.
No habrán sido proféticas sus palabras, pero en su diagnóstico Cabrujas no se equivocó que esa madrugada del 27 de noviembre de 1992 se invadieron nuestras esperanzas. Imposible no preguntarse cómo habría tratado la pluma del gran José Ignacio Cabrujas, al gordito de la chaqueta tricolor.