lunes, 16 de septiembre de 2013

El héroe discreto


La semana pasada, el mismo día que salía a la venta la más reciente novela de Mario Vargas Llosa "El héroe discreto" publicada por la editorial Alfaguara, me apresuré a entrar en Amazon para hacerme de su versión digital y colearla en mi cola de lecturas. 
No soy fan incondicional de don Mario, algunas de sus novelas están entre mis libros favoritos, otras me parecen divertimentos, y otras medio ladrillos; pero "El héroe discreto", con solo leer su título sabía que me iba a gustar porque prometía ir por el estilo de una de mis novelas preferidas: "La tía Julia y el escribidor", gala de humor finamente entretejido con buen melodrama. 
Días después me di cuenta que "El héroe discreto" dejó de estar disponible a la venta por Amazon en digital, aunque sigue disponible la versión impresa por 13.98 dólares. Imagino que siendo el premio Nobel peruano uno de los autores más leídos de habla hispana, y prometiendo esta no ser una de sus obras "ladrillo", la editorial querría darle la oportunidad a una buena distribución en la librerías de España y Latino América antes de hacer accesible las aventuras del atípico héroe piurano a un globalizado "Buy Now" de distancia. Quizás hacen bien, pero yo comí avispas y compré mi versión digital apenas salió, y me la devoré en tres días. 
Lo que más he admirado siempre del oficio de Vargas Llosa es su versatilidad, a diferencia de tantos autores que se siente cómodos al encontrar un nicho creativo, y de ahí no salen, don Mario no se queda pegado ni en un tema ni en un estilo. Por eso muchos dirán que del Vargas Llosa de "Conversación en la Catedral" a "El héroe discreto" hay un gran trecho, y tienen razón, pero también porque no se escribe igual a los 30 y pico que rozando los 80, comenzando porque la primicia de "Conversación en la Catedral" es un inquietante: "¿Cuándo se jodió el Perú?", y el lema de estos héroes discretos del hoy abuelo Varguitas, es que a punta de trabajo y de honradez, gracias a millones de héroes anónimos, en algún momento ese Perú jodido se volvió a componer. 
Pero como explicaba el moralista Ortega Gasset en La Rebelión de las masas; todas las sociedades tienen sus picos altos y sus picos bajos, y el problema de cuando se llega a un pico alto, es que solo queda ir para abajo; y justo en este vértice comienzan estas dos historias paralelas que en realidad son más: la historia de cómo Felícito Yanaqué, disciplinado dueño de una empresa de transporte en Piura, es capaz de arriesgar todo lo que tiene con tal de no dejarse extorsionar; la historia de Ismael Carrera, viudo propietario de una aseguradora planeando una sagaz venganza contra sus hijos impacientes por heredarlo; y la de don Rigoberto, ya conocido por los lectores de Vargas Llosa, en vísperas de su jubilación más preocupado por la extraña amistad de la que habla su hijo Fonchito, y por las consecuencias de verse involucrado en la venganza de don Ismael, que por los galanteos con doña Lucrecia. 
Y como si fuera poco esta ensalada, Vargas Llosa rescata otros personajes de sus viejas novelas como el sargento Lituma, o el recuerdo de aquella Casa Verde. 
La acción de "El héroe discreto" avanza mucho gracias a que está llena de diálogos, eso no quiere decir que sea una obra fácil de escritura, en ella Vargas Llosa demuestra lo aprendido en sus décadas de oficio, y qué oficio; aunque como es lógico cuando tantas historias se entrelazan, hay unas más interesantes que otras, unas mejores logradas, mi favorita la del héroe del título, don Felícito, no dispuesto a dejarse vencer por "el hombre de la arañita". Me habría gustado leer más Felícito y menos don Rigoberto, que aquí entre nos, me resulta medio baboso, aunque en esta novela babosos es lo que sobran. Algunos lo llamarán picaresca. Pero como dicen hoy en día, yo le habría bajado dos a la babosidad. 
Al final pareciera que hay un hilo conductor que va más allá de cuando la historia limeña y la piurana coinciden, al leer las últimas páginas la sensación que queda del héroe discreto es que es una obra moral, del trabajo y la honestidad bien recompensadas, del negarse a ser débiles y a ceder ante lo que creemos que está mal, pero sobre todo, es una historia de padres e hijos, del legado que se da con el ejemplo, pero que de poco sirve el ejemplo cuando no viene acompañado de amor. 

martes, 10 de septiembre de 2013

Traducción de "echarle bola", al que no entiende venezolano.


El primer ataque de acidez del día -en la actual Venezuela estamos acostumbrados a sufrir varios- lo tuve esta mañana al despertar tras leer en el País el artículo de Santiago Roncagliolo: "Machotes" donde el escritor peruano comenta sobre la vergonzosa homofobia en el mundo actual, comenzando, y terminando, por el caso Venezuela. 
Coincido con Roncagliolo en su planteamiento principal, en Venezuela somos una sociedad homofóbica, tanto, que el desprecio a la diversidad sexual se utiliza como descarada arma política. Casualmente mi artículo del sábado en El Nacional trató sobre ese tema, aunque me afinco en las groseras palabras con las que se refirió el diputado Carreño a Henrique Capriles en el seno de la Asamblea Nacional, también pretendía plantear en mi breve espacio impreso mensual, que los ataques con expresiones homofóbicas distan de ser exclusividad del bando revolucionario. 
Al ser publicada mi crónica, leí con asombro como algunos de los comentarios en la web parecían no haber entendido el punto principal: que la homofobia debería ser inaceptable como arma política. Punto. Por ejemplo, no faltaron, porque fueron varios, quienes recordaron que si Nicolás Maduro hace poco estaba hablando de "penes en vez de peces, por algo será".
Si, para dolor de a quienes nos gustaría vivir en una sociedad más justa en el trato de su diversidad sexual, y a pesar de la batalla de muchos activistas por lograrlo, Venezuela sigue siendo un país profundamente homófobo, tanto, que en la balanza política personajes como Pedro Carreño -siguiendo el ejemplo de su maestro Mario Silva-  prefieren sacrificar la simpatía de unos cuantos simpatizantes de la causa LGBT, y usar el adjetivo "maricón" como si fuera tan denigrante como llamar al contrincante corrupto, inepto o ladrón. Al igual que en la trinchera de la contra-revolución abundan los chistes fáciles sobre la sexualidad de la bancada oficialista.
Si, es verdad, en Venezuela la homofobia parece ganar por K.O. a la batalla por la igualdad de derechos de la comunidad LGBT, que en otras sociedades pudiera estar mucho más avanzada. Quizás en la peruana lo esté, como se siente satisfecho Roncagliolo en apuntar, o por lo menos con respecto a los líderes venezolanos. En eso estoy de acuerdo con el autor de "Óscar y las mujeres", en lo que no puedo estar de acuerdo con su artículo Machotes, es en poner a Henrique Capriles Radonski al mismo nivel humano de quienes pretenden agredirlo por su supuesta sexualidad, y además, cerrar el artículo llamándolo "troglodita".
No hay que ser barra brava de Capriles para sentir que Roncagliolo lo trata con extrema rudeza por dos comentarios sacados fuera de contexto, o por lo menos del "maricón" en marras: Capriles es vilipendiado por el columnista peruano porque en alguna oportunidad de su campaña tras la constante pregunta de por qué sigue soltero, dijo: "no tengo una mujer sino miles de mujeres", y también lo acusa de invitar a Nicolás Maduro a: "echarle bolas". 
Eso de tener "miles de mujeres", al menos yo, no le daría la lectura de Roncagliolo que el candidato de la oposición venezolana se jacta de ser un supermacho. Para mi las "miles de mujeres" a las que se refería Capriles somos las mujeres venezolanas que todavía apostamos por su proyecto de país. Que no debería dignarse a contestar preguntas que se refieran a su sexualidad por no tener que ver con el tema político, que eso es seguirle el juego a la homofobia, quizás. 
En cuanto al invitar a Maduro a "echarle bolas", toda la mañana he estado rumiando esa expresión tan criolla, y lo juro que hasta hoy no me había percatado de su connotación machista, porque en Venezuela "echarle bola" es una expresión tan típica para describir nuestra disponibilidad para dar al máximo, que hombres y mujeres le echamos bola por igual. 
Después de leer a Roncagliolo y en pos de la corrección política, me pregunto si de ahora en adelante habrá que decir un más neutro: "Vamos a echarle pierna", o un feminista: "vamos a echarle ovario" para no ser tildados de hombristas por la comunidad internacional.  

La homofobia como arma política


A mediados de agosto, el guapo protagonista de la serie Prison Break, Wentworth Miller, admitió ante la luz pública ser gay al rechazar la invitación al festival de cine de San Petersburgo. Miller, de 41 años, escribió una carta al organizador agradeciendo la invitación, en ella aducía: “Mi consciencia no me permite participar en una celebración en un país donde a gente como yo se le está siendo negado sistemáticamente el derecho de vivir y amar libremente”.
En junio fue aprobada una ley en la Rusia de Putin prohibiendo que “propaganda de relaciones no tradicionales” pudiera tener acceso a menores, ley que incluye cualquier discusión pública de temas como los derechos LGBT (Lesbianas- Gays-Bisexuales-Transgéneros).

La controversia internacional ante semejante ley comenzó en agosto en el Campeonato Mundial de Atletismo en Moscú, cuando el atleta norteamericano, Nick Simmonds, dedicó su medalla de plata en la carrera de 800 metros a sus amigos gays y lesbianas. Posteriormente, dos atletas suecas participaron en sus respectivas competencias con la uñas pintadas con los colores del arco iris, símbolo de la lucha por los derechos LGBT.  
Yelena Isinbayeva, una de las atletas rusas más populares y rostro del Campeonato, criticó semejantes gestos de solidaridad con la comunidad gay rusa alegando que cuando uno está invitado a un país, debe respetar sus leyes. Ante el repudio internacional suscitado por sus palabras, Isinbayeva añadió posteriormente algo así como: “conste que no tengo nada contra los homosexuales… es que no sé expresarme bien en inglés”.

Ese mismo agosto de 2013, en un país al sur del mar Caribe aliado del presidente Putin, un asambleísta revolucionario conocido por sus lujosas corbatas y por sus fijaciones paranoicas; en plena sesión de la Asamblea Nacional no encontró mejor manera de increpar al líder de la oposición que llamándolo “Maricón”.
Inmediatamente comenzaron a leerse manifestaciones de repudio en las redes sociales -de los pocos espacios todavía no tomados por la revolución-. Bajo el hashtag “#PSUVhomofóbico” tantas fueron las expresiones de indignación por los ramplones insultos del diputado de las corbatas de seda, que eventualmente, al igual que Isinbayeva, el diputado homofóbico se vio obligado a semi-retractarse: “Pido perdón si tuve excesos en el vocabulario… pero mi reacción es la de miles de venezolanos que se sienten representados por mi”.
Y quizás razón no le falte, la homofobia es un mal que afecta a rojos y a no rojos por igual: entre quienes escribieron indignados en twitterzuela bajo el hashtag #PSUVhomofóbico, se leyeron expresiones tan homofóbicas como las del diputado de las corbatas de seda. Como tampoco extrañó que en esta polarización, desde el caribeo de la bancada revolucionaria, esa que se autodenomina “humanista e incluyente”, no saliera alguna voz rechazando el uso de adjetivos homofóbicos como arma de esta cruenta guerra política.

Desde Hollywood los simpatizantes de revoluciones ajenas quizás alegarán: “es que eso de andarse llamando “maricón” es parte de su cultura, hay que  entenderlo”.  Por eso es lógico preguntarse si un cacareado humanista como lo es Sean Penn, ganador del Oscar por su interpretación del activista de los derechos LGBT Harvey Milk, tendría el coraje de Wentworth Miller de poner en su lugar a un país “revolucionario” donde se usa sin pudor a la homofobia como arma política.  



Artículo publicado en El Nacional septiembre 2013.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Los ojos de su Comandante


Como era de esperarse, los omnipresentes ojos de Chávez estarán en el tarjetón de las elecciones municipales en diciembre en las opciones de los candidatos del PSUV. La necesidad de mantener al difunto líder de la revolución bolivariana presente a como dé lugar, me hace recordar cuando hace unos años Juan Maragall renunció a la dirección del Colegio Integral El Ávila (CIEA), del que había sido fundador, para asumir la dirección General de Educación en la Gobernación de Miranda.
Vamos a estar claros, a Juan nos los robaron, el entonces recién electo gobernador, Henrique Capriles Radonski, lo llamó para decirle: "No te conozco personalmente pero me han informado quienes saben de la materia que eres la persona indicada para tomar las riendas de la Educación en Miranda".
"Todo sea por la patria", nos resignamos algunos padres al saber que Juan ya no sería el Director del colegio de nuestros hijos. Estábamos claros que antes de fundar el CIEA -con Salvador Itriago y Carmencita Mier y Terán-, Juan había sido promotor y fundador de varias escuelas públicas en las que al igual que en el Ávila, buscaba implementar su sueño de una educación integral. Por eso tras varios años como Director del CIEA, decidió continuar con su proyecto educativo en un espectro más amplio. Cuando varios representantes trataron de convencerlo de que no aceptara la oferta de Capriles porque sin él el Ávila no sería igual, Juan les respondió: "Si soy responsable de un proyecto que no se sustenta sin mi presencia, entonces considero que fracasé y ustedes no quieren ese colegio para sus hijos".
Eso es lo que parece estar pasando hoy en el seno revolucionario, sin el líder supremo de este monstruo llamado la Revolución Bolivariana, las bases parecen estar sustentadas en un lodazal, siempre a punto de desmoronarse. Esta inseguridad la tienen desde el heredero ungido por el Comandante, Nicolás Maduro, hasta el último de los aspirantes a cualquier posición de poder dentro de la revolución. No hay líder dentro del chavismo que sin el sello de los ojos rojos que lo convaliden como bendito por "El Grande", se sienta seguro de sus aspiraciones políticas.
Chávez vive, sus ojos te siguen, cuidado con lo que haces, que si el grande ya era todopoderoso en vida, imagínate cómo será desde el reino de los cielos.
Esos ojos omnipresentes que no son dulces y reconfortantes como el Papá Dios de barba blanca de la imaginería cristiana, sino puyúos viendo de reojo como "mosca pues, que la traición no pasará por alto", es el nuevo símbolo de la Revolución como durante mucho tiempo fueron los figurines que venían acompañados con el lema "Venezuela ahora es de todos". Los ojos de Chávez no necesitan lema, con su firma es suficiente. Aprobado y refrendado por "El grande" que te está viendo desde arriba.
El otro día pasaron por DirectTVla película Historias de Nueva York (1989), en la que Francis F. Coppola, Martin Scorsese y Woody Allen unieron sus talentos cada uno con un medio metraje de 40 minutos. En su momento esta colaboración de titanes no tuvo mucho éxito, y la verdad es que son tres obras menores en sus carreras, pero han sobrevivido el paso del tiempo, en especial Oedipus Wrecks, de Allen, o quizás lo digo porque esa madre que agobia, que vigila, que ama, que nada calla, que todo lo ve... no es muy distinta a lo que sus herederos buscan hacer con los ojos de su Comandante.