jueves, 18 de diciembre de 2014

La flor en el estiércol


Varios amigos me han preguntado porqué tengo abandonada Evitando Intensidades. Es reconfortante saber que esto de lanzar un mensaje en una botella al mar tiene sus lectores. Uno de estos panas me decía que extraña leer con un toque de humor sobre el actual desastre de país. He ahí una de las respuesta del porqué este blog parece haber entrado en año sabático: ¿cómo evitar intensidades en momentos tan críticos como los que vivimos en Venezuela? 
El desgano en la lucha en contra de las intensidades se debe, quizás, al percatarme que de hace como dos años para acá las colas en las farmacias y los supermercados son mi principal fuente de inspiración. Las crónicas de ciudad se han ido convirtiendo en crónicas de la escasez. 
Tanto desgano de país se respira en las calles y domina las redes sociales, cómo no sentirlo viviendo en Venezuela una situación que parece de post guerra donde quienes encuentran una oportunidad, emigran, y los que se quedan deben resignarse a hacerlo adaptándose a vivir en medio del miedo, censura, anarquía de Estado y grandes privaciones.  
Por eso no deja de sorprenderme cada vez que encuentro un intento optimista de recuperar un poco de civilidad, como por ejemplo los promotores del hashtag #Caraqueando, un esfuerzo en las redes sociales de compartir fotos y experiencias que demuestren que en Caracas todavía pasan cosas divertidas que poco tienen que ver con la política: chamos que montan patineta, exhibiciones caninas, lo que sea que sirva para humanizar la ciudad. 
O el esfuerzo titánico de convocar en la Plaza Altamira a un Festival de la Lectura en un momento donde los problemas de divisas afectan tanto a la importación de libros como a la producción nacional. Y ahí siguen insistiendo con las uñas editoriales, libreros, escritores, bibliófilos, y todos aquellos caraqueños que durante diez días en diciembre buscan recuperar aunque sea por una horas la sensación de bienestar urbano. 
O el Festival Suena Caracas, el último recurso megalómano revolucionario que consistió en convocar artistas de fama nacional e internacional para demostrar que en un país donde no se consiguen pañales, ni leche, ni acetaminofén... todavía el gobierno invierte millones de dólares para que por unas noches los jóvenes sientan que la muerte no está en cada esquina, que aunque no haya mucho futuro en Venezuela, gracias a los favores del Gobierno Revolucionario, todavía se la puede pasar bien. 
Pero no, no estamos bien, estamos mal, muy mal, para los más mala sangre estos intentos de felicidad urbana terminan siendo como aquella imagen de la flor en el estiércol, porque quién puede negar que para Venezuela el año 2014 ha sido un año de porquería: los primeros meses signados por protestas, represión, muertos y detenidos, guarimbas; cuatro meses viviendo en Estado de sitio en medio de una censura oficial de la que a duras penas se salvaron las redes sociales.
Después de Semana Santa la situación de Venezuela se regularizó si regularizarse se puede llamar a que sigue la censura institucional y de los medios de comunicación social, que sigue el miedo a ser víctimas de la violencia, el  tener que acostumbrarnos a que tantos jóvenes y profesionales encuentren la manera de emigrar como único futuro posible, y que ya ni siquiera puedan venir a visitar a sus familias en Venezuela, o ser visitados por ellas, porque los pocos pasajes que se consiguen son desde hace unos meses los más costosos del mundo. Sin olvidar el objeto de mis musas: la escasez, que ha extendido sus tentáculos a artículos de primera necesidad como pañales para niños y adultos, productos de limpieza y tocador, y sobre todo, medicinas. Difíciles de encontrar desde analgésicos hasta medicamentos para la lucha contra el cáncer.
Estamos mal, señores, muy mal, y eso no lo pueden ocultar ni bailantas en la Cota Mil, ni ferias de libros ni exhibiciones caninas, y mucho menos oír a Estopa a las cuatro de la mañana en la Plaza Diego Ibarra cortesía de la Alcaldía de Caracas. 
¿Con esto quiero decir que debemos prescindir de cualquier posibilidad de que en Caracas, o en el resto de Venezuela, se batalle por conservar un ápice de bienestar urbano? 
El caso más reciente de quienes se resisten a que se cuele un rayo de luz entre tanta oscuridad fue el acto de vandalismo contra el árbol de Navidad en la Plaza Altamira, con el supuesto argumento de que mientras vivamos en Dictadura no hay espacio para frivolidades como la Navidad, destrozaron las luces. Tremendo autogol, ni al Grinch más furibundo se le ocurriría pisar una optimista flor que nace entre tanto estiércol.  

martes, 9 de diciembre de 2014

Los verdaderos hijos de la anarquía


Llega a su final Sons of Anarchy, serie de Fx cuyo creador Kurt Sutter describió en sus inicios como "Hamlet en dos ruedas", que a lo largo de siete temporadas ganó un prestigio en el público estadounidense similar a excelentes series más populares en Venezuela como Los Sopranos y Breaking Bad. 
Mi medidor de ranking es mis amigos, cada vez que le pregunto a los aficionados de las buenas series si siguen las aventuras de SAMCRO, la banda de motorizados al margen de la ley en la pequeña ciudad de Charming, California, me doy cuenta que con excepción de mis primas Villanueva -que estoy segura ya se tatuaron la calavera en la espalda-  a muy pocos se les ha abierto el apetito por esta serie que transmiten por Netflix, a pesar de las múltiples referencias shakesperianas, porque el personaje de Gemma, interpretado magistralmente por  Katey Segal, más que Gertrudis, la madre de Hamlet, tiene la fuerza de Lady Macbeth.
Para ser sincera tampoco me llamaba la atención Sons of Anarchy, entre tantas series por ver, no estaba en mi lista de prioridades esta saga de motorizados californianos protagonizada por el guapo Charlie Hunnam, pero mis primitas que tienen un impecable gusto narrativo, insistieron que viera esta historia de cómo el catire Jax pretende desentenderse de los negocios sucios de la banda de motorizados regida por su padrastro, la comencé a ver por Netflix, y ya voy por la tercera temporada cuando los muchachos de SAMCRO van a Belfast a rescatar un bebé de los tentáculos del IRA.  
Pero no hace falta ser seguidor de Sons of Anarchy para toparse con los hijos de la anarquía en Venezuela, como sucedió hace un par de fin de semanas cuando mi esposo y yo fuimos invitados a la casa de la playa de unos amigos. Salimos en caravana de dos carros un viernes temprano en la tarde vía Higuerote, evitando que nos agarrara la noche en la carretera por los conocidos problemas de seguridad que vivimos en Venezuela, pero susto en este país se pasa a toda hora y donde sea, como una tarde azulísima en la autopista antes de llegar a Higuerote al toparnos con una versión criolla de SAMCRO: como veinte motos con parrilleros incluidos tenían tomada la autopista impidiendo el paso de quien los quisiera pasar, lo que ya de por sí era difícil porque sus motos iban a una velocidad que superaba los 120 kilómetros por hora. 
La paranoia es libre, estaba aterrada que en algún pasaje desolado terminaran deteniéndose los motorizados, trancaran el paso, y atracaran a varios carros como ha pasado con playas enteras sometidas por malandros. Aunque a quienes temía como malandros estaban bien vestidos y sus motos no eran unos cacharros, a simple vista por las piruetas que realizaban de tanto en tanto, parecía una caravana de niñitos sifrinos con sus escoltas cuidándolos. 
Sin comunicarnos por teléfono con nuestros amigos en el carro de enfrente, se veía que compartían el recelo, de eso nos dimos cuenta cuando los motorizados disminuyeron la velocidad entre pirueta y pirueta, y nuestros amigos hicieron un amago de pasarlos, pero los motorizados no cedieron el paso.
Ingenua de mi, me alegré cuando vi a lo lejos una alcabala pensando que semejante enjambre de motociclistas habría de ser detenido para requisarle los papeles, mínimo disminuirían la velocidad, y ahí tendríamos ocasión de pasarlos, pero los muchachones cruzaron la alcabala sin disminuir ni un ápice de velocidad, sin que los guardias nacionales parecieran inmutarse.
Cuando por fin llegamos a Higuerote, cual lo acordado, ambos carros nos detuvimos en una licorería para aperarnos de agua, refrescos y cervezas para el fin de semana. Mis amigas se bajaron del carro blancas como la única nube que había en el cielo, me contaron que cuando el conductor trató de pasar a la banda de motorizados, de inmediato uno de los parrilleros que iba en una de las motos a la retaguardia de la caravana se levantó la chaqueta para que se dieran cuenta que portaban armas, y que a estos muchachones haciendo piruetas en sus motos a 120 kilómetros por hora no los pasaba nadie. Un carro tras ellos se les acercó, y bajando la ventana su conductor les confió: "Es que ahí va el hijo de la Primera Combatiente con sus amigotes, se creen que son los dueños de la autopista, y por lo visto lo son".
No nos consta que realmente se trate del hijo de la Primera Combatiente con sus escoltas y amigotes, quizás es puro chisme, pero por lo visto los muchachones en la motos si eran los dueños de la autopista, los verdaderos hijos de la anarquía.