miércoles, 28 de enero de 2015

Los niños que dirán que no


Hace unas semanas entre las ofertas de lectura digital compré "The boy who said no- an escape to freedom" de Patty Sheehy, novela sobre un niño que se resiste a ser adoctrinado durante los primeros años de euforia de la Revolución Cubana. En Amazon la promocionan como una novela aunque es un relato de vida, Sheehy, una ejecutiva de Mercadeo, ni siquiera era escritora más allá de publicaciones corporativas, cuando le piden que redacte la historia de Frank Mederos, que como miles de cubanos antes que él y después que él, llegó a los Estados Unidos en una balsa apunto de naufragar, abarrotada de gente.  
Esta norteamericana que no debe haber salido más allá del su nativo estado de Pensilvania, al oír la historia de Mederos, que es la historia de tantos cubanos que entre vivir una vida sumisa llena de privaciones sometidos a los dictámenes de un régimen, y arriesgarse a morir comido por los tiburones con tal de vivir en Libertad, pensó: "Oh my god, esto es como una novela" y se dispuso a escribirla como tal alegando que hizo ciertos cambios para proteger a los amigos de Mederos que siguen en Cuba, que más de cuarenta años después de su huída, se podrían ver afectados por su relato. 
La escritura de Sheehy es amateur pero la historia de Mederos es apasionante, como la de tantos cubanos que pasaron por situaciones similares. "Gusanos" llamaron durante años los millones de simpatizantes de la Revolución Cubana alrededor del mundo a quienes se les ocurriera escapar de la vida digna del buen revolucionario. "Gusanos", peor que canallas, aquellos que se negaran a vivir en la sacrificada utopía de los hermanos Castro. Hasta los años 90 esa era la corriente de pensamiento de la mayoría de la intelectualidad venezolana, sin duda más simpatizante con el buen revolucionario que con el cubano de la Calle Ocho. Corriente de pensamiento que como buena ucevista, alguna vez compartí aunque sin mucha euforia. 
Hasta que en Venezuela nos tocó vivir una historia similar. 
Regresando a Mederos no era un niño rico, vivía una vida sencilla jugando con sus amigos de la calle y yendo a pescar con su abuelo. Leyendo cuántos de los personajes de esta historia desde un principio desconfiaban de las intenciones democráticas de Fidel, intuyo que tampoco era que Mederos venía de un barrio pobre de La Habana. Tanta desconfianza se justifica apenas comienza la interferencia del Estado en la educación aboliendo la educación privada e imponiendo medidas como obligar a pre-adolescentes como Frankie, con un avanzado nivel de lectura, a abandonar a sus familias durante unos meses para dedicarse al proceso de alfabetización de campesinos en distantes provincias rurales.
Resultó tan exitosa esa experiencia, que Frankie es instado a entrar interno en una Academia Militar, a pesar de estar por encima del nivel académico de la escuela de su barrio, el niño se escapa presintiendo que estaba en camino de ser adoctrinado al comunismo. En esta ocasión, los padres tuvieron la última palabra y el adolescente regresó a su escuela del barrio.
Algunas de las anécdotas en "El niño que dijo no" son narradas con innegable melodrama como la del pequeño limpiabotas a quien unos soldados despojan de forma cruel de su caja de lustrar zapatos porque en la Cuba revolucionaria se prohibía cualquier tipo de actividad comercial.
Recordando historias similares de los padres de tantos amigos de origen cubano que emigraron a Venezuela en los años 60 y 70,  es fácil llegar a la conclusión que a pesar de los estrechos lazos con Cuba del Gobierno chavista, durante quince años en Venezuela habremos nadado en aguas turbias con esto del Socialismo del siglo XXI, pero ni remotamente nos acercamos a la represión vivida por los cubanos durante seis décadas: en Venezuela hasta los hijos de los jerarcas revolucionarios, y de los burócratas medios, van sin vergüenza a colegios privados. Y a pesar de que el Ministerio de Educación ha metido la mano adoctrinadora en los textos escolares, y que tras las recientes elecciones presidenciales, muchas maestras de escuelas públicas fueron reprendidas por sus simpatías con la oposición, los mejores estudiantes no son escogidos a dedo para enviarlos desde pequeños a academias elitistas de adoctrinamiento revolucionario.  Tampoco se puede negar que cientos de miles de niños venezolanos han emigrado estos últimos años sin pasar por las tribulaciones de Eliancito de ver morir ahogados al resto de los pasajeros de su balsa.
Leyendo cómo se las ingenió Mederos para huir de Cuba mientras estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio, pienso que en Venezuela durante quince años nos habíamos movido en una dudosa frontera demócrata con los poderes civiles tomados, hasta esta situación caótica marcada por la represión y la escasez cuando el actual presidente de la República, a falta de carisma y sapiencia, ha ido apretando las tuercas hacia una dictadura.
No hay duda que todavía quedan muchos venezolanos que lo que temen es que se aproxime el fin del sueño revolucionario: ya ni los más optimistas en la página web pro-oficialista Aporrea son capaces de negar que Venezuela está en el punto más crítico de nuestra Historia Contemporánea. Hay quienes aseguran que este caos es por culpa de una cruenta guerra económica patrocinada por Uribe, el Imperio Norteamericano y la Derecha Reaccionaria, sumándose un complot internacional para bajar el precio del petróleo; tampoco faltan quienes aseguren que tantas privaciones por las que hoy pasa el pueblo venezolano se deben a que Maduro perdió la brújula revolucionaria.
Quienes así piensan no es que se están pasando a la oposición al criticar al nuevo líder máximo, por el contrario, son más radicales pensando que para que la Revolución vuelva a su cauce es necesario profundizarla, es decir, emular el camino que hace sesenta años inició Fidel Castro, camino que hasta que no le terminen de levantar el veto comercial a Cuba, tiene sumida a la isla en un sin fin de privaciones.
Uno de esos dinosaurios del comunismo es el antiguo Ministro Eduardo Samán, hoy alejado del poder por  discrepancias con el gobierno, pero no por eso alejado de la revolución.  En entrevista para Aporrea, previendo que la actual crisis alimentaria tenderá a acrecentarse por la falta de producción en la que estamos sumidos, entre las medidas que sugiere el antiguo ministro está una parecida a las tomadas en la Cuba de los años sesenta: que durante unos meses los muchachos dejen de ir a la escuela para dedicarse exclusivamente a la actividad agraria.
¡Azúcar! A sembrar caña muchachos, pero a estas alturas de la Revolución, mucho me temo que hasta el más fósil de los dinosaurios sabe que de millones se contarán los niños que dirán que no.

jueves, 15 de enero de 2015

Aquellos maestros...


Como hoy es 15 de enero y en Venezuela se celebra el Día del Maestro, me tomo la libertad de ponerme intensa recordando aquellos maestros que dejaron marca en mi vida.
La primera maestra que recuerdo es Yolanda, del Kindergarten Tamanaco, recuerdo poco nítido porque Yolanda me dio clases en pre-kinder cuando apenas tenía 4 años. Yo era su consentida no por simpática y querendona, sino porque del grupo de niños fui la primera que aprendió a leer. Rosa Elena era la maestra del salón de al lado, más vieja y más fea que Yolanda (así la recuerdo, a lo mejor no lo era), estaba celosa porque Yolanda tenía en su clase una niña que leía y ella no. Por eso una mañana Rosa Elena se dispuso a desmontar el mito de la pequeña lectora sentándome a descifrar palabras como "cigüeña". Gracias a Rosa Elena aprendí que no todas las maestras eran dulces y pacientes como Yolanda. 
Entré en el colegio Santiago de León de Caracas en primer grado recién cumplidos seis años, la mayoría de mis compañeros ya tenían siete, pero mis padres insistieron que entrara a pesar de que iba ser la menor del salón porque recuerden que yo era la lectora precoz... la niña genio. Hasta primer grado me duró la fama de niña genio, mis notas decían lo contrario, y para colmo, casi todos mis compañeros cursaron preescolar en el Santiago y ya eran amigos entre sí. Que yo fuera un año menor y una niña despeinada y retraída no ayudaba mucho en mi popularidad. No me fue fácil hacer amigos, en los recreos me sentaba en un banco con una novela de Enid Blyton mirando de reojo a los demás niños jugar. Por eso recuerdo a Rosita en tercer grado como una de mis mejores maestras, no porque supo desarrollar mi potencial académico, sino porque fue capaz de identificarme como una niña solitaria y darme las herramientas sociales para hacer mis primeros amigos, los del colegio, a quienes todavía hoy considero mis amigos del alma. 
De Yolanda y de Rosita no conocí ni sus apellidos. De Yolanda no supe más, de Rosita solo que al año siguiente de ser mi maestra se casó y se retiró de la docencia.
A pocas de mis otras maestras de primaria las recuerdo por nombre, en cambio a casi todos los profesores de los tres primeros años de bachillerato los recuerdo como si hubiera tenido clases con ellos ayer: Cándido Millán, Guillén, Toro, Tortugón, Pedro Hernández, El Gocho Vivas, Pernalete, Echezuría; muchos de estos profesores tenían tantos años dando clases en el Santiago que habían sido profesores de mis tíos. A mi me parecían unos viejos, eran mayores que mi papá. Por eso cuando entró Elizabeth Uzcátegui, la nueva profesora de Literatura, fue como si abrieran una ventana en una tienda de Antigüedades para que entrara una bocanada de brisa fresca. 
Elizabeth en ningún lado habría pasado inadvertida, menos en un colegio donde las niñas estaban obligadas a llevar faldas grises y los profesores lucían fluxes de color marrón. Era una catira menuda con muy buen cuerpo apenas unos añitos mayor que sus alumnos. La recuerdo dando clases vestida de blanco con faldas vaporosas y escotes pronunciados. Y no solo fue una brisa fresca por el contraste de esta joven y alegre licenciada con el resto de sus colegas: Elizabeth fue la primera profesora que insistió que la llamáramos por su nombre y la tuteáramos, lograba mantener el respeto en su clase porque siempre era interesante, si tocaba hablar de La Ilíada, ella era Aquiles Pélida. 
No fue monedita de oro Elizabeth, no todos mis compañeros la quisieron, más la queríamos sus alumnos de Humanidades que los de Ciencias, pero para mí fue la primera profesora en romper el molde de la formalidad escolar y la primera en demostrar la importancia de la creatividad y el amor por enseñar la Literatura más como una pasión que como una materia requerida por el Ministerio de Educación. Gracias a Elizabeth volví a sentir el orgullo de ser una de las mejores de la clase, aunque en esta oportunidad fue un orgullo compartido con varios, y no hubo señorita Rosa Elena para demostrar lo contrario. 
Cuando entré en Humanidades pasé de ser una alumna mala, de las que reparan, a una alumna buena, de las que eximen, pero no fue sino hasta que entré en la Escuela de Arte de la Universidad Central que el mundo se me volvió technicolor como a Dorothy cuando llega a Mushkinlandia. Mi mago de Oz fue Isaac Chocrón, aunque a diferencia del de la película de Warner, Isaac -que también insistió desde el primer día que lo llamáramos por su nombre- no era un charlatán. 
Las clases de Expresión Oral y Escrita que impartía Isaac en el primer semestre eran los viernes en el auditorio de Humanidades, incluía a los más de 100 alumnos que empezábamos la carrera, siendo la clase más masiva. Isaac decía que se preparaba para ella como si lo hiciera para un show en Las Vegas, y se notaba porque semana tras semana era un stand up comedy nuevo, habilidad que ya quisiera tener más de uno que ha hecho carrera montando monólogos sobre sus vidas. 
A pesar de que Isaac era la única estrella en su clase, y a pesar de tener tantos alumnos, nos iba conociendo porque todas las semanas mandaba de tarea una cuartilla sobre diversos temas, ejercicios de memoria emocional parecidos a esta crónica que están leyendo. A la semana siguiente los devolvía corregidos y con un comentario al margen. De trabajo final Isaac nos pidió que le entregáramos lo que quisiéramos, yo hice una versión criolla del primer acto de Pigmalión de Bernard Shaw que a Isaac le gustó tanto que se la dio a Enrique Porte, un joven director de Teatro recién llegado de Londres, para ver si le servía para su Taller de Actuación.
Así comenzó mi amistad con Enrique Porte antes que siquiera fuera su alumna. Cuando me enteré que algunos alumnos del Taller de Actuación de Enrique estaban amotinados por tener que trabajar con la obra inacabada de una chama dos semestres por abajo de ellos, le fui a llorar a Enrique, quien me regañó: "Si voy a trabajar tu Pigmalión es porque me gusta, y deja la pendejada que no es la primera crítica que vas a recibir en tu vida...", excelente lección eso de "deja la pendejada que no será la primera crítica que vas a recibir en tu vida", aunque es una de las enseñanzas que más cuesta asimilar.
Enrique hasta su temprana muerte en el año 1990, fue uno de mis mejores amigos. 
Enrique e Isaac no fueron los únicos grandes maestros que tuve en la Escuela de Arte, pero sí fueron los que más influencia tuvieron en mí, en cambio en mi rasante paso por la Escuela de Comunicación Social solo recuerdo un profesor inolvidable, de quien tampoco volví a saber, Luis Angulo se llamaba, era un profesor prestado de la Escuela de Letras y su sensibilidad para dar clases casi me hacen cambiar de carrera: si así eran los profesores en Letras, yo me tenía que ir para allá.
El profesor Angulo era venerado por todos sus alumnos, y al igual que Isaac, mandaba a escribir una cuartilla por clase de diversos temas, la diferencia era que teníamos una hora para escribirlas en las viejas máquinas de la escuela. 
Hoy me doy cuenta que muchas de las herramientas que aprendí en las clases de Angulo son las que aplico en el blog, sobre todo escribir contra reloj y concretar. Mi gran despecho académico fue cuando un lunes inesperadamente el profesor se despidió de sus alumnos a mitad de semestre, tenía demasiada carga académica y debía ceder la cátedra de Comunicación Social, a la semana siguiente tendríamos una nueva profesora.
No volví a saber de él.
 Este no es sino un breve recuento de algunos maestros de mi vida, al que podría incluir a muchos de los maestros de mis hijos, pero esas ya serían sus historias. Si hoy me dio por escribir esta intensidad fue para que quienes ejercen la vocación de enseñar sepan que vale la pena, que seguro en más de una ocasión en pequeños detalles hicieron la diferencia en algún estudiante que nunca los olvidará. 

lunes, 12 de enero de 2015

La corrección política, la libertad de expresión y los Golden Globes


A los frívolos de corazón nos divierte más la noche de la entrega de los Golden Globe que la de los premios Oscar porque la prensa extranjera no celebra al Cine (o a la televisión) sino a la industria del espectáculo. Cero premios técnicos ni demás intensidades, estrellas y nada más. Pero anoche en medio de la nota de la moda y de las joyas, de la expectativa de la primera aparición en la alfombra rojo como hombre casado de George Clooney, y de si la mejor comedia se la llevaría Birdman o El Gran Hotel Budapest... se dejaron colar un par de temas nada frívolos que pueden resultar antagónicos entre sí: la corrección política y la libertad de expresión.  
Cuatro días después del ataque en París al semanario humorístico Charlie Hebdo en el que fueron ajusticiadas doce personas, entre ellas cuatro caricaturistas, por publicar ilustraciones provocadoras sobre el islamismo; no fueron tantas como se pensaba las estrellas de Hollywood que aprovecharon la noche para pronunciarse con el solidario "Je suis Charlie". 
Entre las pocas que lo hicieron: Helen Mirren, Diana Kruger, Jared Leto, Kathy Bates, y el recién casado George Clooney, homenajeado de la noche con el premio Cecil B. De Mille por su labor humanitaria.    
Clooney tras profesar su amor por la elegante Amal Alamuddin (vestida de Dior, con un prendedor de "Je suis Charlie" en su cartera y una cara de fastidio con balcón y vista al mar), se tomó unos segundos en el discurso de agradecimiento a la prensa extranjera para celebrar a las millones de personas que manifestaron en París y en el mundo entero por el derecho a caminar sin miedo: "Je suis Charlie", terminó el guapo George antes de ser ovacionado.
Quien quita si muchas estrellas de Hollywood prefirieron hacerse las locas para no ofender ninguna susceptibilidad,  después de todo en las redes sociales a medida que se iban multiplicando los "Je suis Charlie", también hubo quienes se apresuraron en precisar: "yo no soy Charlie", catalogando el humor de Charlie Hebdo como eurocentrista y ofensivo para la cultura islámica, sin que necesariamente por eso justificaran el acto de terrorismo sufrido en París, aunque sí con un gran "peeero". 
Si de algo podemos estar seguros es que un semanario como Charlie Hebdo hoy sería impensable en un país como los Estados Unidos donde a la libertad de expresión se la comió la corrección política. La corrección política también puede ser un flagelo porque siempre se tiene miedo de ofender a alguien y eso limita la creación, termina siendo una forma de autocensura. Sin embargo estos meses han ocurrido ciertos incidentes sobre los que Hollywood no puede mirar para otro lado como las acusaciones que señalan como violador al venerado comediante Bill Cosby.
Durante décadas las imposiciones sexuales del doctor Huxtable eran un secreto a voces en Hollywood, hasta que a mediados de 2014 un humorista irreverente se atrevió.a incluir en su acto un chiste sobre tan escabroso tema. El chiste se volvió viral por You Tube lo que animó a que poco a poco más de veinte mujeres se decidieran a confesar sus historias de cómo fueron drogadas y sometidas sexualmente por el buenote de Bill. Entre las víctimas, muchas de ellas ya abuelas, las modelos Janice Dickinson y Beverly Johnson. 
Contra Cosby no hay más evidencias que el testimonio de una veintena de mujeres, suficiente para que "el padre perfecto" perdiera el amor de gran parte de su público, además de contratos millonarios como un nuevo show de televisión.

Fuera el gato del saco del escándalo, las estrellas de cine y televisión parecen dividirse entre quienes acusan a Cosby como un hipócrita abusador de mujeres, quienes le dan el beneficio de la duda, y quienes como Whoopi Goldberg, son incondicionales y están seguras de que el pobre Bill no es sino víctima de una oscura conspiración de la cual son responsables los medios perversos.
Tal división de pareceres se percibió anoche cuando Tina Fey y Amy Poehler, las mejores presentadoras de cualquier entrega de premios de los últimos años, no perdonaron a Cosby en la introducción del espectáculo responsabilizándolo de haber tenido un encuentro con la Bella Durmiente.
Al primer chiste contra la vaca sagrada de la televisión norteamericana se oyeron unos cuantos buuus, y algunas risas nerviosas, a medida de que Tina y Amy insistieron en meter el dedo en la llaga de la reputación del actor, las risas se oían más espontáneas, pero al enfocar al público se vieron caras amarradas, como la de la actriz Frances Mc Dormand (¿quién lo habría dicho?) por lo visto la estrella de la película Fargo es de las que a Cosby le dan el beneficio de la duda. 
¿Será que hay temas que para Hollywood ni con el pétalo de una rosa? Menos mal que todavía quedan comediantes como C.K Louis, quien de la incorrección política alimenta su humor, como también lo era en su estilo la difunta Joan Rivers.
De vez en cuando salta una liebre irreverente contra los sentimientos patrios ajenos como lo ocurrido en diciembre 2014 ante las amenazas de terrorismo que se dejaron colar por Internet si Sony osaba estrenar "The Interview" con Seth Rogen y James Franco, película que trata sobre un supuesto magnicidio contra Kim Jong-un, una imagen caricaturesca y negativa del dictador de la República Democrática Popular de Corea.
A pesar de las amenazas, "The interview" se estrenó, con cierta timidez, en menos cines de los que se había planeado; aunque la polémica fue para su bien, publicidad gratuita, y así una película de humor escatológico que muchos no teníamos el más mínimo interés de ver, tras la amenaza norcoreana ahora se nos despierta cierta curiosidad.  
 Lo que no necesariamente hace a "The Interview" una película interesante, sin duda el chiste más flojo de la noche del team Fey-Poehler fue cuando presentaron a la  censora norcoreana (interpretada por Margaret Cho) invitada a los Golden Globe para no herir susceptibilidades. Muchos por las redes sociales en los Estados Unidos tildaron el momento de "racista" y de "presentar una imagen estereotipada de los orientales". Solo los sagaces ojos de las redes sociales venezolanas mordieron el detalle que la funcionaria coreana admiradora de Meryl Streep, llevaba bordada en la manga una bandera tricolor similar a la ecuatoriana y a la colombiana, pero que los venezolanos inmediatamente la tomamos como el glorioso pabellón nacional. 
No tardaran los estandartes de la corrección política en pedir cortar la pajita, y lavar nuestro honor: "Je suis Kim Jong".

martes, 6 de enero de 2015

Lecturas de Chinchorro Navidad 2014


Sin Wifi ni televisión, las vacaciones navideñas en Margarita son ideales para ponerme al día con aquellos libros que he estado dejando de lado para cuando haya tiempo y concentración, por eso a la isla rara vez llevo la novela de moda sino aquellas que están agarrando polvo en mi biblioteca. La selección suele ser fortuita, en diciembre 2014 elegí al azar cuatro novelas, por casualidad tres de ellas estaban relacionadas con las atrocidades cometidas en la agitada Europa de mediados del siglo XX.
Para la espera en el aeropuerto -que en las circunstancias actuales de país sospechaba que iba a ser larga- llevé una novela que traje de Madrid hace un par de Semana Santas: El lector de Julio Verne -Episodios de una guerra interminable- (Tusquets-2012) de Almudena Grandes, la historia de Nino, un niño de nueve años hijo de un Guardia Civil en un pequeño pueblo de la España rural en el año 1947 que no es demasiado niño para percibir que del trabajo de su padre no hay mucho de lo que enorgullecerse.
Las novelas de Almudena Grande son amenas, y como El Lector de Julio Verne no está entre sus obras más densas de tamaño y no pesaba tanto en la cartera, Nino y su fascinación por las novelas de Julio Verne y por la leyenda del forajido "Cencerro" fueron la distracción perfecta hasta que el vuelo de Lasser -que esa noche tuvo cuatro de horas de retraso- por fin aterrizara en el aeropuerto Santiago Mariño. Su génesis es el relato que le hizo a la escritora Cristino Pérez Meléndez, quien siendo hijo de un Guardia Civil en el llamado "Trienio del Terror" (1947-1949) cuando el Franquismo acabó con el grueso de la Guerrilla, como las paredes de sus casas eran tan delgadas, los niños de los guardias oían los gritos de los prisioneros siendo torturados. 
Ya en el chinchorro con vista al mar, de la provincia de Jaén pasé a lo que quedó de Berlín tras la Segunda Guerra Mundial con En Busca de Klingsor (1999) de Jorge Volpi, novela muy recomendada por todo quien la ha leído a la que confieso tenía años sacándole el cuerpo porque, como le constó al profesor Camero, lo mío no es la Física. Más de 15 años después de publicada, cuando por fin me decidí a entrarle, me sorprendió que más interesantes me parecieran los párrafos dedicados a la Ciencia que a las aventuras galantes de los diversos protagonistas. 
La primera y ambiciosa novela del mexicano Volpi trata sobre un joven Físico estadounidense quien desprestigiado por un escándalo sexual, cambia el mundo académico por el militar para llevar a cabo la misión de encontrar en la Berlín ocupada por rusos y norteamericanos a "Klingsor", nombre usado por un anónimo científico para asesorar al nazismo en la carrera por desarrollar la energía nuclear. 
En busca de Klingsor no fue que me despertó un tardío amor por la Física, ciencia que según leí en el libro de Volpi a los 30 años ya se es obsoleto, pero si quedé con ganas de leer una materia pendiente: la obra Copenhague de Michael Frayn sobre el encuentro de los físicos Nells Bohr y Werner Heisenberg para discutir sobre el poder nuclear. Presentada en teatro en Venezuela por Héctor Manrique y el GA80.
De la derrota nazi retrocedí unos años a la invasión alemana en París en 1940 con Suite Francaise de Irene Nemirovski, publicada en el año 2004 pero escrita con olor a pólvora fresca mientras la escritora de origen ruso se las veía también cómo hacer para proteger a su familia. La idea de Nemirovski era escribir una serie de cinco novelas relacionadas entre sí por varios personajes, solo alcanzó a escribir dos de ellas antes de que debido a su origen judío, fuera detenida por los nazis y al poco tiempo habría de morir en Auschwitz, no sin antes poner a salvo a sus dos hijas en custodia de su aya. Con las niñas dejó el manuscrito de su ambicioso proyecto que ellas conservaron en una maleta hasta que una de las niñas, ya en la mediana edad, decidió transcribirla y entregarla para ser publicada convirtiéndose Suite Francaise en el año 2004 en un fenómeno editorial: un bestseller cuya autora, desconocida para los lectores modernos, tenía más de 60 años muerta. 
Se puede decir mucho de esta novela inacabada, lo que más se ha admirado es la capacidad de la autora para desentrañar las bajezas del alma humana, pero a mí lo que más me sorprendió fue su temple para que en medio de los bombardeos y de la desesperación de encontrar la manera de que la familia sobreviviera la guerra, Irene Nemirovski encontrara tiempo y concentración para elaborar semejante retrato de tan terrible momento histórico in situ.
Y una que en este desbarajuste histórico en Venezuela si acaso encuentro cabeza para una que otra intensidad. 
La primera novela leída en el año 2015, antes de abandonar el chinchorro para volver a la realidad caraqueña, regresé a la lectura digital y al siglo XXI con Carthage la más reciente novela de Joyce Carol Oates, que si algún parecido puede tener con las tres novelas antes leídas son las nefastas consecuencias que deja toda guerra no solo en quienes la viven. 
Carthage es una pequeña ciudad al norte del estado Nueva York -escenario de casi todas las novelas de la autora-  donde los Westfields son la aristocracia del barrio, bendecidos por una hija bella y otra inteligente. Juliet, la hija mayor,  bella y encantadora maestra de la escuela local, acaba de terminar con su novio, un Marine que no se logra desprender de los tormentos testimoniados en la guerra de Afganistán. Cressida, "la inteligente", un eufemismo de "la que no es bonita",  es una universitaria amarga que se deja vencer fácilmente por cualquier adversidad. Cuando Cressida desaparece, las sospechas recaen sobre Brett, el héroe de guerra idealizado por el pueblo que hasta hacía unos días había estado comprometido con su hermana. 
Joyce Carol Oates es una escritora tan prolífica como Stephen King, con un ojo inquisidor del alma humana comparable al de Irene Nemirovski, pero sus novelas rara vez terminan siendo best sellers, aunque suelen ser bien recibidas por la crítica en general. Carthage no fue la excepción. Quizás por ser tan prolífica, ya su obra se da por sentado, sus novelas y colecciones de cuentos rara vez son tomadas en cuenta en las listas de los mejores libros del año, aunque todos los años su nombre figura entre posibles merecedores del Nobel de Literatura. Carthage  puede que no sea la mejor novela de Joyce Carol Oates, pero es una excelente novela, dura, no es complaciente con ninguno de los personajes, en todos hay rastros de mezquindad, como en toda alma humana. 
No precisamente un pensamiento feliz para recibir este año que se avecina.