domingo, 26 de abril de 2009
Toda la vida
jueves, 23 de abril de 2009
Kerouac detrás del mostrador
A pesar del otrora alcalde Rudy Giuliani y de su política “cero tolerancia” que logró reducir considerablemente el índice delictivo en Nueva York quitándole el brillo de metrópolis impredecible, algunos ladrones no pierden sus mañas y se siguen desapareciendo libros en las vigiladas librerías de la Gran Manzana.
Las mega cadenas no se quejan, si los roban, ni cuenta se dan, víctimas son aquellas pequeñas librerías que han logrado sobrevivir al neoliberalismo con sacrificio y esfuerzo de sus irreductibles dueños quienes se resisten a rendirse al mundo de los bestsellers. Estas oscuras librerías llevan un meticuloso inventario y pueden contabilizar cada uno de los libros robados. Según un estudio publicado en el New York Times, el botín varía dependiendo de la zona saqueada. En el elegante Upper East Side no es raro encontrarse con distinguidos ladrones ya entrados en años tratando de embolsillarse un costoso libro de fotografías o una novela de moda. En cambio en los barrios bohemios de Manhattan, los ladrones ignoran despectivamente las novedades y prefieren robar obras de escritores de la Generación Beat, especialmente de su precursor Jack Kerouac; a tal punto se ha extendido esta epidemia hamponil que en algunas librerías de Soho los libreros se han visto obligados a venderlo como a los chicles y a los cigarros, detrás del mostrador, y si usted desea llevarse una copia de En el camino (On the Road), tiene que hacerlo de la manera tradicional, de la manera burguesa, comprándola.
En el camino está basada en una carta escrita por el poeta Neal Cassady a Kerouac evocando su mutuo deambular a fines de los años cuarenta por los Estados Unidos y México. Kerouac escribió en 1951 su recuento de este viaje en forma de novela en apenas tres semanas -aunque tardó seis años en publicarla-. Medio siglo después, En el camino sigue siendo el manual favorito del rebelde sin causa, lectura obligada para aquel que sueñe con desechar los convencionalismos y llevar una vida errante en la que no deben faltar drogas, alcohol, música, mucha música, un toque de misticismo y bastante sexo.
Jean Louis Kerouac, hijo de padres francocanadienses, nació en 1922 en un pueblito en el estado de Massachussets en los Estados Unidos, escritor de vocación temprana fue becado como futbolista en la Universidad de Columbia, al partirse una pierna se dedicó a viajar primero con la marina mercante y después en auto-stop. Padre de la llamada “prosa espontánea” carente de afecciones y de recursos estilísticos, su reconocimiento como escritor tardó años en llegar, hoy es considerado inspiración no sólo de poetas de su generación como Allen Gingsberg y Abbie Hoffmann sino también de músicos como Bob Dylan y Patti Smith. Su muerte prematura en 1969 a los 47 años, consecuencia de su afición por el whisky y las drogas, fue el esperado desenlace de un autor que vivió lo que predicó.
Místico y rebelde hasta el fin de sus días, nos preguntamos qué diría Kerouac de saberse el autor más robado en las librerías de Nueva York en un siglo en el que la tecnología y el libre mercado se quieren devorar a la literatura; sin duda recomendaría a los pillos leer el dichoso libro, después venderlo... y tomarse un trago en su honor.Diciembre 2002, ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.
sábado, 4 de abril de 2009
Vacación o no vacación
Contra la barbarie

Tras la masacre de libros en diversas bibliotecas nacionales, especialmente en el estado Miranda entre los años 2007-2008, evoqué "Por fin tiempo suficiente" un capítulo de la serie Dimensión Desconocida que simboliza el inmenso amor a los libros que no cualquiera puede entender: un hombre de mediana edad (Burguess Meredith), único sobreviviente del Apocalipsis, celebra su destino al encontrarse en la desolada Biblioteca de Nueva York. El afortunado ratón de libros, hasta entonces agobiado por su fastidiosa mujer, se siente feliz de poder dedicar el resto de su vida al placer de leer. Tanta dicha se vuelve calamidad cuando sus anteojos caen al piso y se le rompen los gruesos cristales.
“Típica pesadilla capitalista”, dirán los fundamentalistas del Socialismo del siglo XXI, “interés individual sobre el colectivo”. Y es que el placer de la lectura suele ser individualista, cada quien escoge el libro que le acomode, en el momento que le acomode, bien sea literatura, novela rosa, poesía, autoayuda… quién es quién para juzgar los gustos literatos de los demás.
Mas allá de las lecturas obligatorias de bachillerato, el placer de leer no se impone, por eso da dentera las declaraciones de los responsables del servicio de bibliotecas nacionales sobre un cambio de paradigma en nuestras bibliotecas. A cualquier bibliófilo que no esté interesado en la estantería de los 5 motores de la revolución, lo estremece que hoy las máximas autoridades bibliotecarias consideren que hay una sola vía de pensamiento político, la del gobierno actual, y opinan que las bibliotecas están plagadas de libros de ideología capitalista. Ya hemos visto lo sucedido en las últimas ferias de libros promocionadas por el Estado, donde más atención recibe el Che Guevara que la poesía nacional. El mismo sesgo adoctrinador tienen las librerías Kuai Mare y Monteávila desde que se transformaron en Librerías del Sur.
No sólo las bibliotecas, librerías estatales y las ferias del libro están a la merced del Proceso, gracias a que los libros ya no están en la lista de prioridades de Cadivi, las librerías están desiertas, sobreviven con pasados inventarios, editoriales nacionales, con los libros más económicos que se consiguen en el mercado de habla hispana – en su mayoría bestsellers repudiados por quienes satanizan el capitalismo- y algunos libros importados con dólar del mercado paralelo tan costosos que sólo bolsillos holgados pueden adquirir.
El otro día me topé en una librería con una muchacha buscando Orgullo y prejuicio de Jane Austen, el librero se disculpó de que a Venezuela ya casi no llegan clásicos de la literatura. Me sentí acaparadora, tengo dos ejemplares de Orgullo y prejuicio en mi biblioteca, por eso me pareció excelente la idea del escritor Rodrigo Blanco Calderón desde la página web Relectura, de unir fuerzas para reponer los más de 62 mil libros de las bibliotecas mirandinas vendidos como pulpa de papel. Los invito a estar atentos a Relectura y buscar entre sus libros novelas contemporáneas, clásicos, autores venezolanos y latinoamericanos, poemarios, biografías… que estén dispuestos a donar para contribuir a darle un nuevo aire sin tintes ideológicos a las bibliotecas o puntos de lectura de nuestra comunidad. Construir en lugar de destruir. Sólo queda un temor: que de un plumazo fundamentalista, los libros del colectivo de nuevo terminen convertidos en papel toilet.
Hay que estar en guardia para que esto no vuelva a suceder.