domingo, 26 de julio de 2009
Ratón Playero QEPD
sábado, 25 de julio de 2009
Los 16 nuevos nuevos periodistas restantes

jueves, 23 de julio de 2009
Conjuro

Ante la oferta de reelección presidencial continua, la amenaza de expulsar a los extranjeros en Venezuela que critiquen al gobierno revolucionario, y la convicción de quienes hoy ejercen el poder de que la única senda educativa posible es la que enseña los caminos de la Revolución Bonita; sé que debí buscar opciones de entretenimiento menos imperialistas, pero qué puede hacer una madre de tres cachorros enjaulados si los campamentos vacacionales de pioneritos todavía no son una realidad. Para vencer el tedio no se me ocurrió mejor idea que llevarlos al cine a ver “Harry Potter y la orden del Fénix”.
Tiemblo al pensar que la patria potestad de mis niños pueda estar en riesgo por tal desatino. Les aseguro, camaradas, que no pretendía ser revisionista ni inculcarles a mis hijos pensamientos contrarrevolucionarios. Sólo aspiraba gozar dos horas de magia y escapismo.
Ya que el mal está hecho, les advierto compañeros que ¡qué Supermán ni qué Supermán! La prepotencia del hombre de acero hace tiempo pasó de moda, el semillero neoliberal, el Némesis de la gesta bolivariana, no está en la gran Metrópolis, ni es más rápido que una bala ni más fuerte que una locomotora; está en Hogwarts, un elitista colegio inglés al que sólo tiene acceso un puñado de jóvenes privilegiados, escuela sin control de contenidos pedagógicos ni mensualidades reguladas que se resiste a acatar los sabios lineamientos del ministerio popular para la magia y la educación.
El líder estudiantil de semejante pandemónium, un tal Harry Potter, es un mago adolescente venático y de hormonas alborotadas, cuyo mayor credencial es haber derrocado, cuando apenas era un bebé, las fuerzas de Lord Voldemort. En otras palabras, un chamo golpista.
La película comienza bien, hasta ejemplarizante, cuando a Hogwarts, institución con visos subversivos, le es impuesta como maestra de defensa para las artes oscuras una funcionaria del Ministerio de la Magia con el fin de vigilar que su director, estudiantes y docentes no sigan cayendo en irregularidades que contraríen el incuestionable ideario moral y político del Gran Ministro.
Dolores Umbridge, inspectora esmerada en hacer acatar la línea de pensamiento oficial -dama regordeta, amante de los gatos, uniformada de rosado- es ridiculizada en la película por su condición de patriota inquisidora dando pie no sólo a que nuestros sensibles jóvenes piensen que cualquier ente impuesto por el gobierno es aborrecible, sino que después a los más alienados les de por pintarse las manos de blanco y salir a la calle a gritar “¡Libertad!”.
La señorita Umbridge, cual burócrata bolivariana, se desvive por imponer los cánones gubernamentales de lo que debe ser una juventud ejemplar, prohibiendo amapuches, reuniones desestabilizadoras y otros males, ¿y cómo termina la pobre? en las fauces de una manada de centauros. ¿Habrase visto metáfora más machista y humillante para una servidora pública que sólo cumplía su deber?
En las salas de cine caraqueñas se oyen risas sarcásticas, los gracejos claman con cada decreto de la abnegada funcionaria: “¡una inspectora chavista en Hogwarts!”. Por eso, ante semejante analogía, propongo hacerle un conjuro a la multimillonaria J.K. Rowlings y al joven mago golpista, y pedirle al incondicional José Saramago que se decida, y escriba de una buena vez su versión del encanto de la saga revolucionaria bolivariana.
Publicado en El Nacional el 28 de julio de 2007. Dos años después, cuando se estrena "Harry Potter y el príncipe mestizo" y el proyecto de ley de educación vuelve a estar en la palestra, rescato este conjuro para Evitando Intensidades
domingo, 19 de julio de 2009
Antología personal del despecho

La Gata bajo la lluvia- Rocío Durcal.
Le siguen en orden aleatorio:
martes, 14 de julio de 2009
Up en tiempo de censuras descabelladas

Hasta que por fin pudimos ver UP, julio es un mes tan agitado que fue difícil encontrar un espacio en nuestra familia para la película de PIXAR ambientada en La Gran Sabana, Venezuela. En parte el problema era que mis panas cinéfilos insistían que debíamos verla en su versión tridimensional, y los cines en Caracas adaptados a la tecnología 3D quedan en centros comerciales a los cuales es difícil llegar en días de semana por el tráfico, y en fines de semana se llenan.
La voz del descontento
viernes, 10 de julio de 2009
Tres nuevos-nuevos periodistas




jueves, 9 de julio de 2009
La plaza de don Luis
Mi abuela de 91 años se siente como Venezuela: descuidada y desmoronándose. Su salud de roble está afectada por los nervios de vivir en una ciudad en ruinas a la cual no reconoce: "¿Tú crees que algún día podré regresar a la Plaza Bolívar?". Como toda buena caraqueña nacida en la primera mitad del siglo XX, los primeros años de su vida transcurrieron alrededor de la céntrica plaza que hoy no se atreve a pisar porque la sabe tomada por una banda de radicales afectos al gobierno cuyo trabajo es amedrentar todo aquello que huela a oposición.
Pasar por la Plaza Altamira no ayuda mucho su depresión: "Tu abuelo siempre decía que lo que más le costaba entender a sus estudiantes de historia de la arquitectura era qué es una plaza, los muchachos creían que una plaza apenas era un sitio público donde se ponía una estatua, no, una plaza es más que eso, una plaza es lo que la rodea". A la Plaza Altamira la rodea la desolación.
No hay tráfico esta mañana de febrero en Caracas, a pesar de que supuestamente se acabó el paro y la escasez de gasolina -según el gobierno- ya se está solventando, las únicas aglomeraciones de carros que se ven en las calles son las largas colas que se forman en las gasolineras cerradas. El caraqueño este año 2003 vive de datos, a Castillo, el chofer de mi abuela desde hace cuarenta años, le dieron el dato de que en La Bandera había gasolina y en dos horas logró llenar el tanque del carro. Corrió con suerte, historias abundan de conductores que después de más de 24 horas en cola, le cierran las gasolineras en las narices. También abundan los datos de Guardias Nacionales que por "apenas" diez mil bolívares, te llenan el tanque del carro.
Son las nueve y media de la mañana, mi abuela me pasó buscando con Castillo para que la acompañara al médico porque se siente fatigosa, dice que la Passiflorina se le fue por el camino viejo. El carro se detiene momentáneamente en el semáforo en rojo en la intersección de la Avenida Luis Roche con la Francisco Miranda, frente a la hoy Plaza Francia en pleno corazón de Altamira. Mi abuela conoció mucho a Luis Roche, era uno de los mejores amigos de su padre: Juan Bernardo Arismendi. Juntos construyeron en Caracas en los años veinte urbanizaciones como San Agustín y La Florida. Altamira no formó parte de esta sociedad, fue obra exclusiva de don Luis.
Castillo, mi abuela y yo contemplamos en silencio y con tristeza la Plaza Altamira, está en ruinas, como si un huracán acabara de pasar: sucia y abandonada pero lentamente recuperando su carácter de plaza. Algunos estudiantes caminan apurados morral al hombro, ya no hay quien se preocupe por su ideología; una pareja de enamorados se come a besos en un banco de piedra mientras un viejito indiferente lee la prensa a su lado. No hay cámaras de televisión, no se ven militares por ningún lado, ni oradores de turno, ni personas disfrazadas de banderas de Venezuela. Todavía se ven tienditas de campaña en algunos sectores de la Plaza, ¿quién dormirá en ellas? Los toldos de los diferentes partidos políticos de la oposición siguen montados, pero están abandonados. En la tarima frente al Obelisco quedó un altar improvisado con todo tipo de estampitas y santos, presididos por una gran imagen de la Virgen resignada como preguntándose: "¿Se habrán olvidado de mí?".
Cuando el semáforo cambia a verde, mi abuela suspira: " Si por el gobierno fuera ya la habrían bombardeado. ¡Qué lástima! ¡Qué diría don Luis si viera su plaza!".
Escrita en enero 2003, hoy recuerdo esta crónica de la plaza post paro cuando se cumplen 4 años de que ña Margot se nos fue.
lunes, 6 de julio de 2009
El embarque de Warner Chanel

viernes, 3 de julio de 2009
Los devaneos de Rufino

Como en bachillerato Blanco Fombona sólo es una referencia y no lectura obligada, debo confesar que hasta ahora el único acercamiento que había tenido con la obra del detractor de mi bisabuelo era "El hombre de hierro", pero no la novela que según su autor logró un verdadero milagro en 1906: "¡Caracas leyendo!", sino el viejo culebrón de Venezolana de Televisión protagonizado por Rebeca González y Luis Abreu. Por eso iniciándome en lo más íntimo de una vida literaria como suele ser un diario, me extrañó saber que este escritor querrequerre nacido en Caracas en 1874 y fallecido en Buenos Aires en 1944, antiyanqui, editor, novelista, poeta, historiador, que vivió casi toda la dictadura gomecista en el exilio, hoy apenas leído, fue traducido a más de seis idiomas, incluyendo el sueco, y alguna vez aspiró al premio Nobel de Literatura nominado por intelectuales españoles de la talla de Valle Inclán y Marañón.
"Diarios de mi vida" es una selección de los diarios de Blanco Fombona hecha por el autor al final de su vida, arranca en París de 1904 con la publicación de su primer libro en francés: "Contes Americains". Ya en esta primera entrada en la que el joven escritor describe el inmenso tedio de tener que dedicar libros, nos encontramos con un mozalbete arrogante, sintiéndose predestinado para la grandeza, creyéndose superior a su país y a sus circunstancias políticas y sociales. 400 páginas y 26 años después, leemos a un achacoso Blanco Fombona viviendo en Madrid tras un largo exilio político, a quien no se le apacigua la prepotencia mantuana ni con las dificultades económicas ni con el amargo sabor de haber vivido una vida derrochada: "lo poco que hice no es sino un índice de lo que pudo ser".
Por más que busco, entre las múltiples veleidades del irascible Rufino no encuentro a mi bisabuelo, por el contrario, en la página 314 hay un reconocimiento a la "voluminosa e interesante obra de Carlos Villanueva". El odio profundo lo reserva Blanco Fombona a Juan "Bisonte" Gómez, a los Estados Unidos de Norteamérica y cierto desprecio a los poetas españoles modernos "carentes de luminosidad y relieve" como el jovenzuelo Rafael Alberti.
Pero el verdadero encanto de "Diarios de mi vida" no está en la política ni en la literatura —que en estás páginas poco muestran a una de las grandes mentes venezolanas de principios del siglo pasado— sino en el desenfado con el que el Rufino, tan seriecito que se veía, se jacta de sus devaneos sentimentales desde con bien chaperoneadas damiselas caraqueñas cuando era un peleado soltero de la alta sociedad, hasta del encuentro fortuito, ya cincuentón, con una pícara francesita de dieciocho años que de pura excéntrica tal vez, le pareció el vejete merecedor de sus favores una noche de verano en un tren.
De los devaneos del ardiente Rufino ninguno tan apasionado como la seducción de sor Dorotea, inocente monjita italiana quien le entregó su corazón y algo más en una romántica travesía por el océano Atlántico (Rufino no era muy caballeroso en esto de ocultar detalles galantes).
Al final de la aventura con la fruta prohibida, los años pasaron y ni un pensamiento, ni siquiera un remordimiento por la pobre sor Dorotea, quien en su inevitable despedida le reprochó al escurridizo galán el negarse a huir con ella, a pesar de que la valiente monjita arriesgó su pase a la corte celestial por amor a este intelectual venezolano que al final de sus días, se lamenta melancólico en su diario el haber atesorado una extraña capacidad para prescindir de los demás.
Artículo publicado hace aaaaños en Ficción Breve, rescatado ante la publicación de la biografía "Rufino Blanco Fombona: entre la pluma y la espada", escrita por Andres Boersner, editada por la Fundación para la Cultura Urbana.