
Cuando la artista Mariana Bunimov presentó en el año 2006 una de sus obras en la vidriera de una galería en la calle principal de Sierre, un pueblito en Suiza, debió tomar un martillo y romperla para que los suizos, tan suizos ellos, se atrevieran a probar el edificio hecho con 40 kilos de chocolate que asemejaba las unidades habitacionales diseñadas en París por Le Corbusier. Aún así, el público helvético se sentía reticente a ensañarse con una obra de arte, y Mariana cual bruja de Hansel y Gretel, tuvo que ir a un parque adyacente a reclutar niños que la ayudaran a comerse su apetitosa construcción.
El edificio de chocolate duró expuesto en la vidriera suiza una semana, era necesario insistirle a indecisos transeúntes que lo probaran. Su esposo Francisco, mi hermano, siguió con su cámara de fotos el lento desarrollo de está metáfora de la imposibilidad del ser humano de vivir en un mundo perfecto. El una vez provocativo edificio de cacao, concluida la exposición, era una ruina.
Dos años después, Mariana repitió la experiencia en Caracas en la Galería Periférico Arte Contemporáneo. Contó con el patrocinio de chocolates El Rey quién le donó 85 kilos de chocolate para realizar la casa ideal, casa que la artista – con la asesoría técnica de La Praline- trabajó aún más que el edificio suizo porque no se conformó con sólo elaborar la fachada, también se esmeró con los interiores creando paredes y escaleras. La logística de la construcción y del transporte de esta casa de dos pisos tuvo a Mariana durante semanas al borde de un colapso, hasta que por fin, el domingo 18 de mayo, vestida de azul rey, se dispuso nerviosa pero emocionada a recibir al público caraqueño que engulliría su dulce distopía.

Llegué tarde, no sólo la avenida Boyacá estaba trancada ese domingo, también la avenida san Juan Bosco por un concurso de carruchas.Cuando por fin entré a la galería en la urbanización Los Chorros como a las 12.45 pm, ante el destrozo de la casita de chocolate -se habían llevado las escaleras y deformado puertas y ventanas- creí que tenía tiempo de inaugurada la exposición. Mariana me contó que comenzó hacía apenas unos minutos, pero después de darle el primer pellizco a su obra (que ya un niño había mordido), el público se avalanzó a arrancar trozos tan grandes que hasta al más adicto chocahólico empalagarían. Un señor consiguió una bolsa y ante la mirada estupefacta de la artista, arrancó paredes enteras para llevárselas con él. Se le tuvo que explicar que el propósito de la obra era mostrar la decadencia gradual de la casa ideal, no la violenta destrucción de una vivienda como si hubiera pasado un ciclón o hubiese sido víctima de un saqueo vandálico.
Más nadie se atrevió a llevarse pedazos de chocolate en bolsas, pero viendo a grandes y a chicos caerle a la casa como ratones golosos, era fácil darse cuenta de que estábamos ante el “síndrome piñata” que nos marca a los venezolanos desde nuestra infancia, porque una de las primeras cosas que nos enseñan a los niños criollos es a caerle a palos a un simpático muñeco hasta destruirlo para luego acumular un botín de nimiedades. ¿Reflejo de nuestra sociedad? La utopía de chocolate que en Suiza duró una semana, en Caracas se desvaneció en cuestión de horas.
La próxima parada chocolatera de Mariana es Corea, será interesante saber cómo tratará la cultura oriental el sueño de la casa ideal.