sábado, 31 de enero de 2009

Kafka era la moda



La portada lucía bien: en medio de un fondo amarillo mostaza una foto sepia de unos jóvenes fumando en un bar anunciaba: “Kafka was the rage” (algo así como Kafka era la moda), además del sugestivo subtítulo: “Una memoria del Greenwich Village”. El autor no me sonaba: Anatole Broyard. Lo que realmente me sedujo a comprar el libro fue la promesa de la contraportada que este recuento del barrio bohemio neoyorkino de mediados de los años 40 era equivalente al de la Rive Gauche de los años 20 de Ernest Hemingway en “A Moveable Feast”.


Sentí cierto recelo de estar ante una comparación exagerada: “París era una fiesta” – título en español del libro de Hemingway- es el nirvana de las memorias literarias: leyendo sus páginas imposible no soñar ser joven, pobre pero feliz en París, bebiendo como si no hubiera un mañana, con las hormonas a millón, amigos como los Fitzgeralds, dólares sobrevaluados, y un talento único para la literatura que apenas empezaba a florecer.


Si “Kafka was the rage” era el equivalente neoyorkino de “A moveable feast”, ¿por qué jamás había oído hablar de él?


Quizás el error era mío: mera ignorancia porque la contraportada de “Kafka was the rage” describía a Broyard como a un reconocido crítico literario del New York Times de los años 70 y 80, quien narra en estas páginas cómo a los 26 años, después de luchar en la II Guerra Mundial, se mudó de la casa de sus padres en Brooklyn a un pequeño apartamento en el Greenwich Village con una sensual artista llamada Shira -protegida de la escritora Anais Nïn- y con el dinero que obtuvo en el mercado negro en Tokio durante la guerra, en 1946 abrió una pequeña tienda de libros usados frecuentada por poetas como Dylan Thomas.


Las memorias bohemias-juveniles de Broyard, al igual que “París era una fiesta”, son breves, no más de 150 páginas, pero a diferencia de la juerga parisina de Hemingway, es fácil darse cuenta de que Broyard no llegó en su libro a donde quería llegar, apenas alcanzó a hacer un boceto de un lugar, de una época, de una relación sentimental. En las últimas dos páginas nos enteramos el porqué al contar su viuda, en el epílogo, que Anatole estaba escribiendo en 1988 sobre cómo lo afectó la muerte de su padre dando un giro a su vida, cuando le fue diagnosticada una enfermedad mortal y dejó las memorias de su juventud a medias para comenzar a escribir sobre su mal. Libro que sí llegó a terminar con el título “Intoxicado por mi enfermedad”.


La aclaratoria de la viuda de Broyard explica la sensación de borrador que se tiene al leer “Kafka was the rage”, hasta cuyo título resulta exagerado porque el escritor de “El proceso” apenas se menciona, pero estas memorias no están exentas del encanto de lo que pudo ser como las breves líneas que dedica Broyard a describir su sueño empresarial: “1946 era un buen momento para una librería de ocasión, porque todo estaba fuera de imprenta y la revolución de los libros de tapa blanda no había comenzado”, también logra Broyard dar pinceladas nítidas describiendo Greenwich Village como un lugar cuya gran pasión era la lectura : “los libros eran nuestro clima, nuestro medio ambiente, nuestra vestidura… fueron para mi generación lo que las drogas fueron para la generación de los años 60”.


Asegura Broyard que el Dios del Village de la posguerra fue Kafka, aunque sus libros eran difíciles de conseguir en los Estados Unidos porque se habían editado pocos números en inglés. Pero al igual que la relación entre Anatole y la sensual pintora, el negocio de libros usados en la calle Cordelia del Village no prosperó, quizás, o debido a que, la mayoría de los habitantes del Village: “tenían más libros que dinero”.


Es difícil no terminar “Kafka was the rage” sin sentirse estafado por la promesa de la contraportada de estar ante el equivalente a “París era una fiesta”, aunque la trampa no es de Broyard (quien murió en 1990) sino de los editores que ofrecen este libro como la memoria de una juventud literaria que marcó una época, en lugar del boceto de un recuento emocional donde el Greenwich Village apenas es el telón de fondo.


¿Qué diría el crítico Broyard al respecto?

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