miércoles, 24 de junio de 2009

Polvo de estrellas


No veía Stardust memories de Woody Allen desde su estreno en 1980, tenía 17 años cuando se estrenó, la woodymanía estaba en plena ebullición gracias a que el humorista nativo de Brooklyn no hacía mucho había roto los moldes de la comedia romántica con Annie Hall(1977)
Semi calvo, encorvado y  de lentes, Allen era el darling de los neuróticos del mundo entero a pesar del fracaso de Interiores (1978), su primera película “seria”, que fue considerada un intento fallido de emular al director sueco Ingmar Bergman.  Entonces yo no sabía ni de Bergman ni de homenajes, y aunque Interiores me pareció un ladrillo, me encantaban las comedias de Woody Allen. 
28 años después de verla, no recordaba de Stardust Memories más allá que era en blanco y negro, con Charlotte Rampling, y que al igual que Interiores, tampoco fue bien recibida ni por el público ni por la crítica. Recuerdo que me gustó, me dejó un sabor que  no supe precisar, no exactamente el de una comedia. Era extraño que no la volviera a ver, sobre todo cuando semanas atrás me topé en televisión con otra película de Allen: “A midnight’s summer sex comedy” (1982), tan simpática como banal.
En el libro de entrevistas “Woody Allen on Woody Allen” donde el cineasta discute sus filmes con Stig Björkman, Allen reconoce que su comedia shakesperiana no es más que un divertimento que filmó al mismo tiempo que la ambiciosa Zelig (1983), película que también se ve a menudo en televisión; al igual que sus películas más aplaudidas como Manhattan, Crímenes y  faltas, Hannah y sus hermanas; y otras que no lo fueron tanto como Alice, Días de radio y La maldición del Escorpión de jade. En cambio a Stardust memories nadie la recuerda, nadie la cita, jamás la vemos en TV, ¿por qué?
Una tarde la compré en los pasillos de la UCV para entender tanto olvido,  28 años después reconocí como amargura ese sabor que a los 17 años no supe precisar. Stardust memories es una comedia filmada desde el resentimiento de un comediante a quien su público no le tolera que desista de hacerlos reír. Y aunque Allen se niega a llamar a personajes escritos, dirigidos e interpretados por él, alter egos, Sandy Bates, protagonista de Stardust Memories, al igual que Allen, es un escritor-director-actor a quien hasta los extraterrestres le reclaman que se vuelque a temas intensos  ¿cómo se atreve a desperdiciar el don de hacer reír?
El inicio de Stardust memories es también un homenaje, esta vez a Federico Fellini, con close ups a rostros desolados de los pasajeros de un vagón infeliz, contrastando con los rostros hermosos y alegres de quienes viajan en el inalcanzable tren de la felicidad. Al final ambos trenes llegan al mismo  destino (¿cuál va a ser?) en esta película de Bates dentro de una película de Allen, pero ni el público de ficción quiere este tipo de filmes de Sandy Bates, ni el público real parecía querer otro que no fuera el jocoso Woody Allen (Match Point es una de las raras excepciones).
Allen le asegura a Björkman que Stardust Memories, después de La rosa púrpura del Cairo, es su película favorita, en cambio a Manhattan la quemaría. Yo que amo por encima de todas las obras de Allen a Manhattan, creo que Stardust Memories es una película a la que le han pasado bien los años a pesar del humor amargo de un artista que rechaza ser encasillado. Pero al igual que el público que detiene a Sandy Bates para decírselo, soy de las que de las películas  de Allen, prefiero “the early funny ones”.  

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