lunes, 29 de enero de 2018
De Elegible a la Caja de Botones de Gwendy
Perdonen a los que les fastidia cuando las intensidades se dedican a los libros, pero este año como terapia ocupacional seguiré el ejemplo del escritor inglés Nick Hornby, quien desde 2003 -no sé si todavía- hace un recuento mensual de los libros comprados y los leídos, que rara vez son los mismos. No son análisis literarios sesudos, solo un viaje emocional sin mayores pretensiones que las de un lector ecléctico llevar un orden de su dispersa bitácora literaria
Hornby hace un balance de los libros comprados y de los libros leídos, yo arranco solo con los leídos:
*Eligible (The Austen project #4) - Curtis Sittenfield (digital)
*Robert Altman (la historia oral)- Mitchel Zuckoff (digital)
*Nothing to envy: ordinary lives in North Korea- Barbara Demick (Digital)
*Dinner at the Homesick Restaurant- Anne Tyler (Digital)
*My not so perfect life- Sophie Kinsella (Digital)
*La flor púrpura- Chimamanda Adichie Ngozi (Digital)
*El amor en los tiempos del cólera- Gabriel García Márquez (Digital)
*My ideal bookshelf - Thessaly LaForce (Impreso)
*The Vanity Fair Diaries- Tina Brown (impreso)
*The namesake - Jhumpa Lahiri (Digital)
*Gwendy´s bottom box - Stephen King y Richard Chizmar (Impreso)
*45 Master Characters: Mythic Models for creating original characters de Victoria Lynn Schmitd (Impreso).
Es la cosecha lectora de enero 2018, once libros en total, un mes bueno en cuanto a lectura se trató, la mayoría de los libros leídos en formato digital, algunos empezados hace meses, una sola relectura: El amor en los tiempos del cólera, que me gustó más que la primera vez que lo leí a los 21 años, mas allá de ciertos detalles comentados en Los Botoncitos.
La primera lectura del año fue pensada para el chinchorro en Margarita: Eligible, versión contemporánea de Pride and Prejudice de Jane Austen; no tenía mayores expectativas más que pasarla bien sin usar muchas neuronas, tampoco es que hacen falta, pero se pasa el rato sin remordimientos intelectuales al leer esta historia de las hermanas Bennet, ya rondando los cuarenta, viviendo en Nueva York, nativas de Cincinatti, a donde tienen que regresar para solucionar los entuertos de los papás y de las insufribles hermanitas. Mister Darcy un neurocirujano tan insoportable y guapo como el original.
No corrí la misma suerte con My not so perfect life de Sophie Kinsella, la compré porque estaba en descuento, porque fue uno de los favoritos de los lectores de GoodReads del 2017, y porque me divirtió Confesiones de una Shopaholic de la misma autora. Pero esta historia que se origina de una simpática premisa: alguien que se fabrica una vida ideal por Instagram, se cae en las primeras páginas y se termina de leer por inercia.
Dinner at the homesick Restaurant es una de las novelas más famosas de una de mis escritoras favoritas, Anne Tyler, pero esta historia de una familia disfuncional a lo largo de varias décadas no me pareció una de sus mejores novelas, a lo mejor en su momento fue la que le estableció por donde iría su estilo de retratar la vida cotidiana de gente común en su nativa Baltimore.
Dos excelentes novelas leídas este mes de dos escritoras jóvenes que hoy están entre mis favoritas: The namesake y La Flor púrpura. The Namesake es la radiografía de una familia hindú en los Estados Unidos, de cómo los padres nunca terminan de asimilarse mientras los hijos se hacen parte de la cultura norteamericana. Mi novela favorita leída este mes, y seguro que una de las de este año, es La Flor Púrpura, la primera novela de la nigeriana Chimamanda Aduchie Gnozi, sobrevivir dos tiranías, la que te impone un país revolucionado, y la que te impone un padre que aún luchando por los sueños libertarios, resulta ser el peor de los tiranos con su familia.
Gwendy´s bottom box es un divertimento de King, una novelita que se lee en dos horas, más de fantasía que de horror.
Cuatro libros de no ficción leídos este enero: la biografía oral de Robert Altman que al principio iba a ser una biografía autorizada de Altman, o un libro de entrevistas con el famoso director de Mash, pero Altman murió y el autor decidió terminar lo empezado con una pequeña ayuda de los amigos de Bob, contando la historia que va desde que filmaba películas caseras con sus hermanas hasta Gosford Park. Lectura grata para los amantes del cine de Altman.
My Ideal bookshelf es uno de esos libros de mesa que uno compra porque son bonitos, que de vez en cuando se ojean, una noche me senté y lo leí de un tirón comparando gustos entre los estantes ideales de escritores, músicos, artistas y diseñadores. Autores y libros que se repiten en estos estantes ideales: Joyce, Murakami, Borges, García Márquez, Joan Didion, Foster Wallace, Carver, Updike, El Principito, Fitzgerald, Tobias Woolf, Rushdie, Graham Greene, Hemingway, Virginia Woolf, Middlemarch...
Los Diarios de Vanity Fair a ratos me divertían a veces me parecían de una frivolidad insoportable, lo que no los encontré fueron naifs como deben ser los diarios, se le nota demasiado las costuras de la edición a Tina Brown rememorando cuando siendo una joven editora inglesa, sacó a flote la que sería, y sigue siendo, una de las mejores revistas de las últimas décadas.
Termino este recuento con otro de mis libros favoritos leídos este mes, Nada que envidiar, vidas comunes en Corea del Norte; comprado por carambola en una de esas ofertas en Amazon, este libro para quien vive en la actual Venezuela, hay que leerlo con Alpram, la historia oral de varios emigrantes coreanos que lograron escapar de una de las más terribles dictaduras comunistas, dictadura que ha logrado sobrevivir, en medio de la más grande hambruna y retroceso, a tres dictadores de la misma dinastía.
Ya veremos si seguimos en febrero con este recuento literario
PD: Tras escribir esta intensidad agregué un doceavo libro a la cuenta de libros de enero: 45 Master Characters.... leído en dos sentadas, sobre la clasificación de distintos arquetipos para construir personajes basados en los dioses griegos. De amena lectura pero ante clasificaciones tan encajonadas cuesta entender la diferencia entre arquetipo y estereotipo que maneja la autora.
miércoles, 24 de enero de 2018
Los botoncitos
Releyendo "El Amor en los Tiempos del Cólera" de Gabriel García Márquez, casi al final de la novela despertó un recuerdo de la más temprana pubertad: de niña me sentía a mis anchas en el club, andaba sin supervisión por sus instalaciones. A los señores que jugaban golf con mi papá los sentía mis tíos, a las señoras que se bronceaban en las sillas de extensión con mi mamá eran como mis tías, y los niños que comparábamos saltos en los trampolines de la piscina -siendo yo la más cobarde a la hora de saltar- eran como mis primos. Como nunca fui del tipo campamentos de verano, ni mi familia de viajar en agosto, mis vacaciones escolares las pasaba feliz en el club al que sentía una divertida extensión del hogar.
Ustedes dirán que esta intensidad les recuerdo mas bien a Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique, y así era, hasta que una mañana, no tendría yo más de doce años, mi mamá se encerró en el cuarto para hablar conmigo, no quería que mis hermanos escucharan la conversación. Sin mayor dramatismo me pidió que no volviera andar sola de la piscina a las canchas y de las canchas a la piscina, podía hacerlo acompañada, pero sola, no. Y que ya era hora de que empezara a usar sostén, aunque tetas, tetas, nunca me crecieron más allá de como le crecieron a Lisbeth Salander antes de operarse en "La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina".
Como todavía era una niña, de las que aun jugaba con Barbies, me extrañó por qué el club, en el que me sentía segura como en mi casa, ya no lo podría sentir así. Mi mamá me preguntó si el día anterior no recordaba haberme encontrado con un amigo de mi papá.
Claro, con G. y lo saludé, como ellos me habían enseñado a saludar a los adultos conocidos. Estaba con otro señor, no me fijé bien en él, no se fija una niña de doce años en un hombre que se aproxima a los cuarenta. Pues bien, muy apenado G. le comentó a mi papá que nos cruzamos en el club y cuando seguí mi camino el muy baboso de su amigo comentó:
"Qué teticas tan ricas, dan ganas de mordizquear esos botoncitos".
Según G, ahí mismo le dio un parado: "Respeta que es hija de unos amigos, además, ¿tu eres enfermo? Es apenas una niña".
El comentario de mis apetecibles "botoncitos" para mis padres fue como si les vertieran ácido en los oídos al oír referirse así de su muchachita. Para evitar más disgustos, G. prefirió no decir el nombre de quien comentó semejante babosidad, la idea no era llevar chismes, sino que yo estuviera pendiente. Le correspondió a mi mamá prevenirme de los hombres babosos, que mucho cuidado porque viejos verdes había en todos lados. Como en esta familia desde siempre evitamos intensidades, no tardé en volverme a sentir en el club a mis anchas, aunque ya no volví a ser la misma inocente pichoncita, cuando estaba en la piscina e iba a la fuente de soda a pedir un refresco o una ración de tequeños, procuraba ir con la franela puesta o tapada con un paño para no provocar pensamientos lascivos en ningún viejo cochino.
La anécdota de los botoncitos la recordé hace un par de años cuando durante la campaña presidencial en los Estados Unidos fueron desempolvados comentarios babosos del hoy presidente Donald Trump con respecto a diversas mujeres -por lo menos no respecto a ninguna niña- , que sus apologistas entonces excusaron como típica conversación en la intimidad de cualquier locker de caballeros, conversación que, supuestamente, no debería salir de ahí.
También recordé los botoncitos cuando le pregunté a un conocido intelectual cómo le había ido en una charla que dictó para alumnos de cuarto y quinto año del colegio donde estudiaban mis hijas, y me respondió que perturbado ante los picones de las minifaldas de las colegialas que dejaban asomar sus apetecibles muslos adolescentes
Guarro.

Lo único que no me cuadraba era cómo un mujerón como la dulce chica interpretada por Mariel Hemingway, podía ser creíble sufriendo de amor por un viejo tan feo y neurótico como el Isaac Davis de Woody Allen.
Si mal no recuerdo a finales de los años 70 no era escandaloso el amor entre una adolescente y un hombre de mediana de edad, tampoco era tan común como en la época de nuestras abuelas que se casaban a media adolescencia con hombres hasta más de veinte años mayores que ellas con el beneplácito de sus familias. En mi adolescencia caraqueña salíamos con chicos no más de tres años mayores que nosotras, raras veces un poco más. Aunque siempre hay la excepción: tenía una amiga que a los 14 años se consiguió un novio que le doblaba la edad. No era la envidia de nadie, a mi me parecía como loco andar con un viejo de casi treinta años, a los papás de ella también, pero como les dio la impresión de ser un buen tipo, aceptaron el noviazgo, que si mal no recuerdo, duró como dos o tres años, antes de llegar a su fin.
En este año 2018 si una chica de 14 años se presenta en casa con un novio de 28, en el acto sería acusado de corrupción de menores. En los Estados Unidos iría preso.
Treinta años después Manhattan es señalado por los detractores de Woody Allen como posible prueba de su gusto por las niñas, cuando en su momento nadie dijo ni "ñ". A mi me sigue gustando mucho la película y a Allen le sigo otorgando, lo que la escritora Margaret Atwood llama: "la presunción de la inocencia".

De eso me doy cuenta hoy porque la primera vez que leí "El amor en los tiempos del cólera" no entendía mucho a qué se refería García Marquez, a quien admiraba - y sigo admirado- tanto, cuando escribía sobre la diferencia entre "el amor de la cintura para abajo" y "el amor de la cintura para arriba".
A mis 21 años, ingenua de mí, pensaba que el amor solo podía ser de cuerpo entero, nada de mitad y mitad. Aunque la insensible de Fermina Daza hubiese cambiado el amor de Florentino Ariza por una conveniente unión con el doctor Juvenal Urbino, pero si él juró amor eterno hasta que la señora de Urbino estuviera disponible otra vez, así pasaran décadas para que el buen doctor lo buscara la parca, cómo era posible que mientras tanto, el otrora telegrafista fuera un consumado seductor.
Más de treinta años después de esa primera lectura, cuando me pensaba exenta de inconvenientes puritanismos, disfrutando de la novela de García Márquez como no la disfruté la primera vez que la leí, no pude evitar escandalizarme poco antes del romántico final de la novela, cuando se narra el último amor de cintura para abajo de Florentino, pasados los setenta años, al decidir darse un gusto tras la llegada al pueblo de América Vicuña, inocente colegiala de trenza y medias tobilleras, a quien el vejete prometió cuidar, y vaya forma de cuidarla.
No recuerdo que esta parte de explícita pedofilia, detallada de manera perturbadora por García Márquez, hubiese causado mayores rubores cuando salió la novela, pienso que entonces quien señalara al fogoso Florentino como a un vil seductor de niñas hubiese sido acusado al instante de mojigatería.
Este año 2018 de movimientos y contramovimientos feministas para enfrentar el acoso sexual, quizás no sea el mejor momento para leer la seducción de la púber América Vicuña, no recordaba esa parte de la novela de García Márquez, leerla fue como agarrarme el dedo con una puerta, una mezcla de dolor y grima que me ha costado terminar la novela que tanto estaba disfrutando.
Trato de convencerme de que en la literatura, como en el arte, nada peor que moralismos retroactivos. Pero me pregunto si en estos años de despertar contra el abuso sexual hubiese sido posible que García Márquez publicara como parte de un simpático recorrido erótico, eso de un septuagenario galán besándole "la cuquita" a una niña.
Como bien me enseñó mi madre, viejos verdes hay en todos lados, hasta en las novelas de García Márquez.
miércoles, 10 de enero de 2018
Bitácora de Lecturas 2017
En 2017 en el reto de Goodreads me propuse leer cien libros, cifra ambiciosa que quizás logré cumplir gracias a los insomnios y los cuatro meses de intensa angustia política que vivimos los venezolanos de marzo a julio entre marchas y plantones, ¿qué mejor escape a tanta realidad nacional que perderse en un buen libro? Y aunque tengo un pana que opina que esto de hacer listas es de doñas, doña seré porque aquí va la mía de las veinte lecturas favoritas de un año en el que fue tan difícil concentrarse:
Ficción:








9-Unaccostumed Earth (2008) de Jhumpa Lahiri: mejor suerte en la adaptación al Sueño Americano, sin prescindir de su cultura, tienen los protagonistas de la colección de cuentos de la escritora inglesa de origen hindú que este año se convirtió en una de mis nuevas escritoras favoritas.

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y Handsmaid Tale, pero este año gracias a la mini serie de televisión medio mundo descubrió a Margaret Atwood y a Handsmaid Tale, así que no tiene gracia.
También me gustaron Berta Isla de Javier Marías, El Informante de Javier Cercas y Judas de Amos Oz.
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No Ficción:








9- Roth Unboud (2011) de Claire Roth Pierpoint- a pesar de compartir el apellido, la autora de esta biografía intelectual de otro de mis ídolos, no es familia del escritor de la Pastoral Americana, pero si contó con el visto bueno del escritor quien se prestó a compartir en detalle vivencias y documentos sobre su vida y obra. Tanta proximidad para escribir una biografía, podría desembocar en una halografía, pero en este caso no lo es quizás porque el enfoque principal es más en la obra que en la vida de Roth, aunque en su caso vida y obra tengan mucho que ver.

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