miércoles, 18 de abril de 2018

El tío alemán

Jörg es amigo de mis padres desde que tengo como nueve años, aunque no habla español, cuando llegó por primera vez a la casa cargado de regalos para los niños que todavía no hablábamos inglés, se convirtió en uno de nuestros tíos preferidos.
Con el paso de los años no hemos perdido contacto con él, llama por lo menos una vez al mes para saber de la familia. La última vez que vino a Venezuela fue en el año 89 para mi matrimonio, llegó dos días antes del enlace cargado de exquisiteces que nos comimos esa misma noche con pan canilla de la panadería La Selva. Como buen europeo, por mucho jet lag que tuviera no se podía ir a dormir sin un café, a las 10 de la noche mis padres, mi futuro esposo y yo, lo llevamos al Gran Café en Sabana Grande, donde nos quedamos hasta las dos de la madrugada disfrutando bajo las estrellas, café tras café, del incomparable clima de Caracas. 
No ha regresado desde entonces nuestro tío alemán a Venezuela, venir para mi matrimonio fue una concesión por el cariño que nos tiene. Cuentan mis padres que Jörg dice que la única vez que lo estafaron fue en esta tierra de gracia, y aunque no por eso dejó de tener entrañables amigos venezolanos, desde entonces evitó pisar el aeropuerto Internacional Simón Bolívar a pesar de que lo tentamos recordándole el verde del valle de Caracas, nuestras hermosas playas (conoció Morrocoy cuando todavía tenía palafitos), Canaima... pero nada, Jörg, que viaja tanto, a Venezuela no quiso volver. 
Nosotras a Francia tratamos de ir cada vez que podemos, mi madre quiere visitar a las nietas que viven allá mientras el cuerpo aguante y yo la acompaño, ya mi padre no está en condición física de viajar. Jörg, a quien le faltan tres años para llegar a los ochenta, está en excelente forma, no ha dejado de ser un trotamundos, en este último viaje cuando coincidimos en París, estaba por agarrar un vuelo de doce horas a Saigón. 
Como todo aquel que tiene amigos en Venezuela, Jörg está pendiente de las alarmantes noticias que llegan de nuestro país, siempre pregunta sobre los disturbios que ve en las noticias. No me gusta entrar en detalles cuando viajo sobre la situación en Venezuela, detesto sonar patética, venir del país que en los años 70 parecía ser la democracia más afortunada de América y que hoy da tanta lástima. Es complicado explicar nuestra historia contemporánea, han pasado tantos años desde que Venezuela se embarcó en esta aventura revolucionaria que se fue tejiendo de manera fina con Chávez, hasta que con Maduro finalmente derivó en Dictadura. 
Pero esa tarde teníamos como tres botellas de vino encima, por eso cuando el tío Jörg insistió: "Explíquenme cómo es vivir hoy en Venezuela", no pude evitar intensidades y lanzarme el monólogo de la patria triste. 
Arranqué con las manifestaciones del 2017 cuando el Tribunal Supremo de Justicia buscó anular la Asamblea Nacional que por primera vez en mucho tiempo dominaba la oposición. De cómo durante cuatro meses salimos cientos de miles de venezolanos casi a diario a las calles a protestar ante la ruptura del hilo constitucional, antes de que el último día de julio en unas elecciones fantasma, con el respaldo del poder Militar, finalmente se impusiera la Dictadura eligiendo el CNE una Asamblea Constituyente hecha a la medida de Maduro. Cómo casi todos esos días de protesta las fuerzas del orden mataban a un joven, de cómo nos hacían emboscadas donde los soldados golpeaban, robaban y secuestraban a los manifestantes como métodos de intimidación a la sociedad civil. 
Terminé con esta Venezuela preelectoral 2018, unas elecciones con el mismo CNE sujeto a los intereses del poder y que por eso no serán reconocidas por gran parte de la comunidad internacional. Que ya se apuesta que Maduro se impondrá mientras en Venezuela la inflación, la violencia y la escasez han causado estos últimos dos años un éxodo tan grande, que los venezolanos nos convertimos en una crisis humanitaria para el resto del continente americano: hordas de compatriotas llegan diariamente a diversas ciudades de Sur América dispuestos a dormir en terminales de autobuses, en bancos de parques, donde sea al otro lado de la frontera, mientras consiguen un trabajo para sobrevivir. 
Le hablé a Jörg de la falta de efectivo en los bancos por la falta de papel moneda ante la vertiginosa devaluación del bolívar, ya en los cajeros automáticos no dispensan efectivo y los días de suerte tras una larga cola en taquilla, si acaso te dan el equivalente a unos centavos de dólar. Le conté cómo semejante escasez afecta sobre todo a la clase obrera por lo difícil que es pagar los transportes públicos porque en Venezuela solo aceptan efectivo. Le hablé de la escasez de medicamentos inclusive para enfermedades tan delicadas como cáncer, Parkinson, Sida y diabetes; que han regresado enfermedades que se pensaban erradicadas hace más de dos décadas. Le hablé del carnet de la patria como chantaje político, de las largas colas para comprar comida, de los presos políticos, y de cómo mientras Venezuela está en la deriva, una comisión comandada por un tocayo suyo, Jorge Rodríguez, se encontraba de gira por Europa para llevarle a la Comunidad Europea su "verdad", hablar de los logros revolucionarios, y asegurar que eso que en Venezuela se vive una crisis humanitaria es infundio de la Derecha.
También le conté que muchos de los responsables de la represión y la corrupción en Venezuela están siendo sancionados por los Estados Unidos y la Comunidad Europea, que blanquear los enormes capitales que han sacado de este Socialismo del Siglo XXI, o buscar emigrar a una vida más tranquila en un futuro después de ser cómplices de arruinar el país, se les está haciendo cuesta arriba a los principales ejecutores de la tragedia de la Venezuela socialista.
Al contrario de Jorge Rodríguez, a la mayoría de los venezolanos hablar en el exterior sobre la historia reciente de Venezuela, es como reconstruir un trauma, por eso cuando sentí que se me quebraba la voz hablando con Jörg, y lo sorprendí oyéndome con los ojos aguados, cambié de tema no nos fuera a agarrar una pea llorona, no sin que antes el tío alemán me dijera:

"Lo que me cuentas no es ni de cerca lo que sale en los noticieros sobre Venezuela".

 Hoy pienso que me quedé corta. 

No hay comentarios: