lunes, 9 de julio de 2018

Viviendo en la economía de las galletas


Barrio o urbanización se oye el mismo comentario entre los vecinos que vamos quedando: "Qué soledad se siente". Caracas pasó de ser una de las capitales más importantes de Latino América, a una mezcla entre el desahuciado pueblo que describiera Miguel Otero Silva en su novela Casas Muertas, y la vida estancada en el tiempo como aquella película con Bill Murray, Groundhog Day, en el caso de los caraqueños, estancados en un eterno dos de enero: una ciudad desierta, con resaca, desabastecida, casi sin tráfico, funcionando a media máquina. 
Si en época de Chávez los más previsivos profesionales se forjaron un meticuloso Plan B para emigrar de la debacle que vieron avecinar con la llegada del Socialismo del Siglo XXI, en el gobierno de Maduro las migraciones son casi desesperadas. En una economía arrasada, es cuestión de supervivencia: quien gane en bolívares, o viva de una pensión en bolívares, el dinero no le alcanza ni para comprar café, cuando se consigue. 
Hoy, si se consiguiese dinero en efectivo, para que alcanzara para comprar algo a quien se le da propina, habría que darle casi un millón de bolívares, cuando el sueldo mínimo está en poco más de cinco millones al mes, contando el bono de alimentación. 
En los restaurantes y en las peluquerías ya aceptan pagos en puntos de ventas para las propinas, aunque por más generosas que se crean, con semejante hiperinflación, las propinas no rinden lo que rendían antes. Quienes deben estar más fregados en esta economía revolucionaria son los empaquetadores de bolsas en los supermercados, y los "le cuido el carro" que saltan donde sea. 
Ante la falta de efectivo de los últimos meses en nuestro país, a muchos venezolanos les ha dado por dar propinas con paqueticos de galletas de soda o de Club Social.  
Hace unas semanas, fui a hacer una compra al mercado de la zona cuando me abordó un niño que no llegaría a los nueve años, ofreciendo cuidarme el carro. 
"No tengo efectivo para darte propina, chamo"- le dije.
"No importa, nos compra algo de comer a mi y a mi hermanito".
En otra Venezuela, hasta una no tan lejana, les habría brindado un sandwich, por lo menos un toddy, pero en esta Venezuela se dificulta no solo por la falta de efectivo, o por lo caro que está lo poco que se encuentra, sino también por el desabastecimiento: los mercados están pelados, rara vez se consigue pan. Lo que todavía no falta en los mercados son galletas de algún tipo. 
Esa tarde pensé que galleta llena el estómago pero no alimenta, por eso preferí regalarle unos apetitosos cambures, amarillos, sin una mancha, en su punto para comer. Los niños los recibieron dándome las gracias pero con el mismo asco de cuando a mis hijos les servía berenjenas en el almuerzo. 
"Señora para la próxima regálenos galletas".
Después de todo son niños, pensé, pero como mamá sentía que había hecho bien. Qué mejor fruta que un cambur: sabroso, listo para comer, alimenta, llena. 
Semanas después de esta anécdota, con la crisis de desabastecimiento, hiperinflación y falta de efectivo cada vez peor, fui a la inauguración de la exposición Fe de la artista Anita Reyna ayer domingo en la  galería Okios en el Edificio La Hacienda en Las Mercedes. Por la falta de efectivo decidí estacionar el carro en la calle. No tardó en saltar un hombre a quien le calculé como cuarenta años: "Madre, tranquila, que le cuido el carro y usted me compra unas galletas o algo para comer para llevarle a los muchachos". 
Como en el edificio hay un Automercado Plaza y yo le había prometido llevarle a mi mamá una bandeja de jamón, le dije que está bien, cuídame el carro. Tras disfrutar de la hermosa exposición, me fui al Plaza donde volví a insistir en eso que galleta no es alimento, así que además de una pequeña compra que no pasó de una bolsita, que requirió pasar tres veces la tarjeta (una de ellas "transacción fallida"), como este señor no era un niño sino un adulto, a pesar de que ya me había llevado un chasco dando propina en cambures, no se me ocurrió más brillante idea "para alimentar a los muchachos" que regalarle un plátano al padre de familia, jurando que me la estaba comiendo. 
Si los muchachitos recibieron con desprecio los cambures, el supuesto padre de familia despreció malcriado el plátano: "deje eso así, lo que le pedí fueron galletas". 
Yo de zoqueta tratando de venderle los beneficios del plátano: "Pero mejor un plátano, mucho más nutritivo que un paquetico de galletas".
El hombre lo rechazó como si lo que estuviera ofreciendo un huevo podrido. 
De regreso a casa me entró ratón moral, la diferencia entre quienes todavía pueden darse el lujo de llevarse una bandeja de jamón, y a quienes se les hace cada vez más cuesta arriba, en Venezuela nunca fue tan abismal. 
¿Cuál es la diferencia entre dar un paquetico de galletas y un plátano?  Valen más o menos lo mismo. ¿Será que el hombre aspiraba a que le pagara un paquete de galletas completo que hoy puede llegar al equivalente de lo que gana una enfermera en un Hospital Público? ¿O será que vive en la indigencia y pensará "cómo pretende esta señora que yo cocine el puto plátano"?
No pude evitar recordar lo conversado minutos antes con una amiga colombiana establecida hace más de dos décadas en Caracas, quien a pesar del acto de Fe de nuestra amiga Anita, me confesó que hace rato la fe, por lo menos de un cambio a mediano plazo en Venezuela, la había perdido: "Mucha gente dice que estamos tocando fondo con la hiperinflación, que la situación en Venezuela tiene que cambiar, pero si algo me consta por de donde yo vengo es que a menudo los abismos no tienen fondo, o se puede tardar demasiado tiempo en llegar a él".

¿Será que en algún momento les dará ratón moral a los responsables del abismo sin fondo que hoy vivimos en Venezuela? 

Mientras tanto, a comprar galletas 

mientras se pueda. 

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Hola Adriana. comenté en tu entrada anterior pero como que no la leíste, Esta entrada la leeré luego porque estoy en un cyber y se me acaba el tiempo. El internet acá en Coro es muy deficiente

Lucely dijo...

No puedo menos que seguir sintiendo sorpresa y tristeza, también indignación. Leyendo la negativa a recibir las frutas, pensé si se trata de reventas que hacen estas personas o bien que en la "economía de trueque" es más fácil intercambiar galletas ( por imperecederas) que frutas.