jueves, 9 de mayo de 2024

¿Quién te Cantará?




   
Anoche soñé que estaba en un gran banquete, como esos banquetes medievales, una mesa cuadrada rodeada de amigos. Además de comer y de beber cantábamos, cuando me tocó elegir la canción, me fui por “Curanderos” de Sergio Pérez, me encanta, sobre todo el comienzo de la canción: “Quien abra un hueco que caiga en él, ahhhh, que caiga, y después que caiga que salga…”, en el sueño me dan el micrófono, balbuceo, no doy con la primera frase de la canción, no importa, todos en el banquete se la saben, sigue la fiesta cantando a coro: “Somos los curanderos del alma, los curanderos del corazón”. 
Lo que pudiese ser considerado un sueño angustioso, no recordar micrófono en mano ante un público a la expectativa que arranque la canción, hasta el mismo estribillo: “somos los curanderos del alma”, podrían reflejar si no un alma atormentada, por lo menos un momento difícil, pero no me pongo freudiana  porque desde que tengo uso de razón cada mañana me levanto cantando una canción, una canción como dirían mis hijas “random”, una canción “sin ton ni son”, y hoy fue “Curanderos”, un tema del pop venezolano de los años 80.  
La primera vez que caí en cuenta de este hábito de abrir el ojo entonando una canción fue gracias a mi amiga Rosa en un viaje a Margarita, no fue un viaje de playa, fue un viaje de compras en el entonces Puerto Libre, ella quería comprar ropa para su bebé y yo quería sábanas y paños para mi futuro matrimonio. 
Rosa en esa estadía me hizo ver que yo amanecía todas las mañanas cantando: 
-¿Y eso qué tiene de raro?- le pregunté extrañada -¿Acaso no amanece todo el mundo cantando?
-No- me contestó Rosa- la gente normal amanece con sueño, o de mal humor, no cantando, mucha gente solo es gente después del primer café.
Debo haber salido a mi bisabuela Bebelita, mi abuela Margot contaba que su mamá se la pasaba cantando, no a voz en cuello, cantaba para si misma, y cuando más cantaba, era cuando estaba más brava o más triste:
-Mamá está cantando, ¿qué le estará pasando?- se decían sus hijas.
Yo también canto, cuando estoy triste, cuando estoy feliz, no canto bien, pero la música es parte importantísima de mi vida, canto en la mañana, canto en la tarde, canto en la noche, ni en voz alta ni en público, pero me gusta cantar como aquellos que bailan mal, pero no les importa, igual bailan.
En mis cantos matinales soy más arrabalera que rocanrol, más Radio Sensación que Radiodifusora Venezuela. Recuerdo otro viaje a Margarita en los años ochenta, esta vez con mis primas, todavía solteras, yo estaba pasando por un despecho desgarrador, pero no me despertaba cantando “La gata bajo la lluvia” sino “Se hunde el barco, mi querido capitán”, pasamos ese viaje sanador cantando mis primas y yo los merengues del gran Porfi Jimenez.
Pasan los años y sigo cantando cada día al despertar, no sé si son canciones con las que sueño, a veces sí a veces no, ni idea de dónde salen estos mensajes del subconsciente, hace dos días amanecí cantando "Volare", en la versión de Danny Ocean, ¿por qué? No sé, porque me gusta, es una canción que rescata un clásico para las nuevas generaciones, una canción que oía en mi infancia cantada por Domenico Modugno, también por Dean Martin, hoy como ayer “Volare” es un canto a la vida.
No siempre amanezco en subidón, hace unos días amanecí tarareando: “¿Quién te cantará?”, del cuarteto español Mocedades, otra canción del soundtrack de mi infancia: “Qué fácil es decir adiós, qué fácil olvidar, qué difícil será para los dos”.
Cómo no preguntarse porqué en un universo de canciones lo primero que me vino a la cabeza esa mañana es esa tristeza de canción.
“¿Quién te cantará?” produce en mí el mismo efecto del tema "Superstar" de Los Carpenters, una sensación de melancolía de tiempos pasados pero no olvidados, tiempos entrañables que no volverán, pero también de algo que no fue, de un amor que no se dio. Amaya, al igual que Karen Carpenter, tiene un tono de voz tan dulce que trasciende lo cursi, que logra sobrevivir, al menos en mí, al paso de los años, y cada vez que la oigo, se me arruga el corazón.
La canción con la que me levanto, bien sea alegre o triste, bien sea nueva o añeja, no es ninguna indicación de cómo transcurrirá mi día, tampoco soy pitonisa, pero después que va pasando el día y esa primera canción se desvanece como se desvanece un aroma, en la noche al apagar la luz me pregunto con expectativa: ¿cuál será el tema con el que comenzaré el día?