viernes, 18 de abril de 2014

A la espera de la quema de Judas


Recuerdo solo dos oportunidades en las que me he quedado en Semana Santa en Caracas: la primera de niña cuando arreglado todo para irnos a Barinas en carro, se desató una temporada de lluvia tan violenta que papá temiendo inundaciones en las carreteras, decidió cancelar el viaje y mis tres hermanos y yo nos tuvimos que quedar encerrados en casa viendo tv, que en esa época era de tres canales, en blanco y negro, y con una programación exclusivamente bíblica.
La segunda vez que prescindí de este asueto religioso se debió a que en la Semana Santa de 1991 yo era una piñata apunto de explotar: estaba esperando a Sebastián para el miércoles santo, pero quien nació fue Camila dos semanas después. 
De resto debo asumir el privilegio de haber salido de la ciudad todas las semana santas sin falta, desde que estoy casada principalmente con destino a la isla de Margarita, y en tres o cuatro oportunidades con destino a distintas ciudades en el exterior, cortesía de Cadivi.
Pero este año 2014 no pudo ser, y no por razones puntuales como en las dos ocasiones anteriores, para ser sincera no perdía la esperanza de viajar al exterior, pero hoy en Venezuela planear un viaje al extranjero en vacaciones se ha vuelto de una logística complicadísima: ante la multimillonaria cantidad de dólares que les adeuda el Gobierno Venezolano, las líneas aéreas internacionales no permiten reservar boletos sino días antes del viaje, y en temporadas altas a precios que ya dejan de parecer a dólar preferencial.  Difícilmente se cuenta con el suficiente tiempo para arreglar los trámites de Cadivi para dólares de viajeros.
Nuestra segunda opción era ir a Margarita pero como no reservamos con meses de anticipación, fue imposible conseguir pasaje en avión para cinco pasajeros con destino a la isla, aunque leí en el periódico que bajó el turismo con respecto a años anteriores. Y tras el triste destino de Mónica Spear y el padre de su hija a comienzos de año, a más de uno se nos quitaron las ganas de hacer turismo nacional en carro. 
Al igual que yo muchos de mis amigos esta Semana Santa 2014 no salieron ni al Litoral, además de por la dificultad de planificar un viaje en estos tiempos, porque quedarse en Caracas tras los revuelos de estos últimos dos meces de manifestaciones, represión y guarimbas... no nos parecía tan mal programa poder tener una mínima tregua de siete días de paz en la ciudad para recuperar un poco las fuerzas. Aunque en el municipio Chacao siguieron los enfrentamientos hasta en viernes santo. 
Si en carnavales el ambiente era que aquí nos quedamos todos en #Resistencia por Venezuela, fue un  fracaso el intento de crear una "Semana Tranca" porque más de un fiero combatiente salió de Caracas para recargar las baterías. Pocos se atreven a juzgar a quienes se escaparon por unos días de este campo de batalla porque los últimos dos meses han sido de una violenta tensión, no solo en Caracas, sino en distintas ciudades de Venezuela. 
Aunque para ser sincera en mi zona la hemos tenido leve, al vivir en el vecindario por lo menos tres altos jerarcas del gobierno nacional, por la Alta Florida no hemos sabido lo que es una guarimba, el ruido de detonaciones represivas se oyen a lo lejos en el vecino Chacao, y la máxima #Resistencia por acá son unos cartelones pegados en árboles que denuncian la escasez,  la censura y la violencia en la que hoy vivimos en Venezuela. Además de alguna que otra vecina dictando cátedra en el abasto. 
Así que en la Alta Florida no habíamos tenido una guarimba por lo menos hasta esta Semana Santa que me crucé con la primera, eso sí, una guarimba disfrazada de tradición autóctona y popular: los preparativos para la Quema de Judas. 
Quizás por eso de salir de Caracas en estas fechas puede que no esté familiarizada con los ritos tradicionales en esta época del año, por ejemplo, nadie me había contado que en la capital de la República Bolivariana de Venezuela la quema de Judas podía servir como un ejercicio de peaje y extorsión. De eso me pude dar cuenta el lunes pasado cuando fui a hacer unas compras en el abasto, y vi que en el medio de la calle principal de mi vecindario había un flamante muñeco de trapo sentado en una silla de plástico sosteniendo un pote de donaciones. Lo que me sorprendió de este enorme muñeco era lo bien vestido que iba: blanco de un blanco Nevex, y con unos zapatos de goma que ya quisiera mi hijo de 14 años tener. 
Hice mis compras en el abasto, con la misma angustia de siempre por todo aquello que escasea y por cómo han subido los precios estas últimas semanas, pero contenta que había menos gente por ser Semana Santa y no tuve que hacer tanta cola. Cuando guardaba las compras en el carro me percaté que el muñeco de trapo se había multiplicado en tres, dispuestos a lo largo de la calle custodiados por mujeres encargadas de recoger las donaciones. 
No fue que me vi obligada a detenerme, yo frené el carro, abrí la ventana, y sacando el sencillo que tengo desperdigado en la guantera que uso para llenar el tanque de gasolina de mi carro, lo di como ofrenda mientras le preguntaba a la muchacha que recibió mis moneditas con cara de desprecio, a quién personificaba ese Judas.  Por mí que quemen a quien les dé la gana, pero tampoco quería contribuir  a la posible quema de la MUD, o Capriles, o Leopoldo López, o María Corina, o los estudiantes, o cualquiera de los posibles Judas para los simpatizantes del oficialismo. 
La mujer, una rubia joven, me contestó mientras introducía la cabeza en mi carro de manera intimidante:
- ¿A quién quieres que queme? ¿A Maduro? ¿A Capriles? A quien tu quieras lo quemamos pero no nos des moneditas sino billetes. 
Le dije la verdad, esas moneditas en esos momentos era todo mi capital en efectivo. Metió la cabeza inquisidora tan adentro del carro que por un momento pensé que la catira me iba a atracar. Falsa alarma, me dejó ir con la advertencia:
"Ya sabes, para la próxima solo billete".
Al día siguiente me comentaba alguien que pasaba a pie por esa calle en La Alta Florida que fue testigo en uno de esos tres puntos de peaje de la quema de Judas cómo un señor que se negó a dar una "donación"  fue amenazado que si volvía a pasar por ahí : "Te reventamos el vidrio del carro, viejo güón".  
Confieso que desde entonces evito esa calle de mi vecindario, aunque como que el método del amedrentamiento no debió haber funcionado porque el miércoles que no me quedó más remedio que pasar por ahí, las donaciones para la quema de Judas las pedían unas tiernas niñitas de tirabuzones a quien ni el más pichirre vecino les habría dicho que no. 
Solo falta esperar quiénes serán los tres Judas quemados este domingo, y si les quitarán los zapatos finos para quemarlos
.

sábado, 12 de abril de 2014

¿Y ahora qué?


En los más de 14 años de esta V República no recuerdo mayor quiebre de la oposición como estos días con el tema del supuesto diálogo por la paz. Quizás lo estuvimos en el 2004 ante la decisión de si votar o no en las elecciones para la Asamblea Nacional con un Consejo Nacional Electoral puesto en duda ante su parcialidad por el oficialismo. Ya sabemos cuáles fueron los resultados de la nefasta corriente de opinión que impulsó a tantos venezolanos a renunciar el derecho al voto entregando en bandeja de plata la Asamblea Nacional al pensamiento oficial.
Recuerdo ese episodio porque el diputado Julio Borges fue uno de quienes entonces llamaban a votar y fue atacado con la misma agresividad verbal con la que hoy está siendo atacado por acceder hablar con el oficialismo, casi con la misma agresividad con la que en la Asamblea Nacional ha recibido más de un golpe.
Debido a la férrea censura en la que vivimos hoy en Venezuela no contamos con medios televisivos para disentir de la verdad oficial, ni siquiera para debatir entre la oposición. El debate de si ir al diálogo o no se dio en las redes sociales donde muchos opinaron, con razón, que faltaban los actores más importantes de la batalla librada en la calle estos últimos meses: los estudiantes (mientras los Tupamaros si tuvieron vocero), o en su defecto los abogados de Foro Penal que han registrado los abusos de las fuerzas del Estado. Muchos insistieron que aceptar reunirse con los opresores era lavarles la cara a nivel internacional.
Soy de quienes opino que negarse la oposición a este primer encuentro público con el oficialismo tras los sucesos de estos últimos dos meses habría sido un error tan garrafal como lo fue claudicar al derecho al voto. Este encuentro no estaba planteado por el bien del gobierno sino a petición de la comunidad internacional, y la voz disidente no podía desperdiciar la oportunidad de dar su punto de vista ante la verdad oficial. A nivel de imagen en el exterior habrían sido peores las consecuencias de no ir.
Pero sabemos que una cosa fue el show internacional montado con el Nuncio como invitado especial, y otra muy distinta la represión que vivimos en Venezuela. Por eso a muchos venezolanos nos parece un gran logro lo que debería ser normal en cualquier país democrático: ver en televisión disentir a la oposición del oficialismo. ¿Una ilusión? Por los momentos sí porque no hay que olvidar que Maduro en la tarde encadenó los medios de comunicación social para despotricar contra quienes en pocas horas estaría dándoles cordialmente la bienvenida al diálogo. Como tampoco podemos dudar que el análisis en la televisión venezolana de lo conversado la noche del jueves solo podrá tener un tinte rojo, vivimos en una Venezuela marcada “por la censura y la autocensura”, como acotó Ramón Guillermo Aveledo al inicio de este Diálogo por la Paz.
Vuelvo a recordar aquella escalofriante escena de la película No de Pablo Larraín, cuando en el Chile de Pinochet un periodista se aferra a los pocos minutos en televisión concedidos por la Dictadura porque no sabe cuándo los volverá a tener. Y así por primera vez en un año, por unas horas, pudimos ver en televisión frente a frente a los representantes de dos Venezuela, aunque no en igualdad de condiciones: a la que tiene en sus manos un poder comunicacional sin límites, y a la que hoy tiene prohibido hablar en televisión, se le cercena la palabra escrita y se le amenaza hasta en las redes sociales por el delito de opinión.
Se burlaban los voceros del oficialismo de aquellos que ayer abusaron del tiempo televisivo en este diálogo, ejemplo del cinismo revolucionario no admitir que estos minutos de más no se pueden comparar con la señal abierta que tiene el gobierno para difundir su verdad oficial. Puede que esas pocas horas en las que los canales fueron abiertos a la voz de la oposición serán una alegría de tísico,  y que hoy serán vilipendiadas con todo el poder de la propaganda de Estado.

Pero era importante hacerse oír, es necesaria la política, como también es vital no abandonar la lucha pacífica de calle porque por algo el Gobierno se vio obligado a un debate cuando tienen más de 14 años sin admitir una pregunta incómoda al aire.  

viernes, 4 de abril de 2014

No son "Chukis", son estudiantes



Desde hace unas semanas se hace eco por las redes sociales una frase tipo autoayuda: "estar en el lado correcto de la Historia", frase complaciente y facilona porque a menos que se sea un mercenario, en la lucha de cualquier ideología siempre creemos estar del lado correcto de la historia. 
De lo que no queda duda es que en cualquier batalla de las ideas quienes cuenten con mayor número de estudiantes en sus filas, por lo menos a nivel promocional, se acercan más a esta manida frase porque la palabra "estudiante" causa simpatía inmediata al ser sinónimo de juventud, entusiasmo e idealismo. Los estudiantes son libres de culpas más que las culpas propias de la juventud, aunque no todos los estudiantes sean iguales: hay algunos más idealistas que otros, y no todos tienen porqué compartir los mismos ideales. Hay estudiantes hedonistas, otros comecandelas, comprometidos con distintas causas, los hay más dedicados a sus estudios, otros flojazos... pero por definición a los estudiantes de cualquier credo raza o ideología los une una misma palabra: futuro.
Por eso es tan importante para el Gobierno deslindar cualquier tipo de protesta antioficialista con el movimiento estudiantil. Para el Gobierno Revolucionario solo puede haber un futuro posible:  "con la Revolución todo, sin la Revolución nada". 
Y con la misma impunidad con la que se despojó a María Corina Machado de su cargo de Diputada, con la misma impunidad con la que los alcaldes tachirenses dejaron de ser alcaldes y fueron detenidos, con la misma impunidad con la que despojan a Henrique Capriles Radonski y a Antonio Ledezma de sus presupuestos como gobernantes electos por voto popular; las Fuerzas del Estado se han abocado a despojar a los estudiantes que hoy salen a la calle a protestar de su embestidura de estudiantes. 
Es un asunto comunicacional, descarada propaganda de Estado, en una Venezuela donde el gobierno que preside Nicolás Maduro tiene la hegemonía de los medios de comunicación social y el total control de los poderes civiles, se usan todos los recursos del Estado para impedir que los estudiantes críticos a la gesta revolucionaria sean vistos en la opinión pública como chamos soñadores. Así que mientras en las redes sociales y en lo que queda de la prensa independiente a los miles de muchachos que están en la calle manifestando se les denomina "estudiantes", en el masivo desprecio de los medios oficialistas jamás serán reconocidos como tal, y para referirse a ellos solo se usan mofas e insultos, de tal manera que los estudiantes que hoy protestan contra el gobierno revolucionario disten de ser vistos como "cañón de futuro".
Desde el poder comunicacional del Estado de Chávez para acá, los estudiantes que se atreven a salir a la calle a demostrar cualquier descontento de país no son sino unos "hijitos de papá y mamá", "manitos blancas", "nalgas blancas", "Chukis", "guarimberos", "terroristas", "fascistas"...  jamás, jamás, pero jamás, simplemente estudiantes. 
Despojando a los muchachos que manifiestan contra el Gobierno del epíteto "estudiantes" convirtiéndolos en "Chukis" o "guarimberos", se logra entender cómo hay quienes se puedan mostrar indiferentes, o prefieran mirar para otro lado, ante los hechos de violencia como los que han venido sucediendo contra nuestras universidades, siendo la más atacada la Universidad Central de Venezuela, "la casa que vence las sombras", donde muchos de los líderes del actual poder revolucionario, cursaron estudios y tienen un amplio currículo de quemacauchos en su pasado.
Claro, ellos considerarán que esos, los estudiantes de entonces, si estaban luchando "en el lado correcto de la Historia".  
Pareciera que lo que más les duele a algunos oficialistas es precisamente que la UCV sea mucho más grande que los intereses particulares de los ultrosos de los años 80, hoy ungidos de poder ilimitado, y que las universidades venezolanas a pesar del estrangulamiento oficial, no se rindan a las presiones del gobierno actual y de quienes intentan dinamitar la autonomía y pluralidad de ideas que siempre han sido motivo de orgullo ucevista, y de tantas otras universidades venezolanas cuyos estudiantes hoy están en pie de lucha. 
Siendo de alma ucevista me pregunto cómo harán aquellos ucevistas que simpatizan con el oficialismo para ver para el otro lado en momentos como cuando fuerzas paramilitares entraron de imprevisto en una asamblea de estudiantes en la Facultad de Arquitectura y le cayeron a palos a un grupo de muchachos; cómo hacerse los locos tras la explosión de un par de niples en esa misma Facultad, pero sobre todo, cómo se puede cerrar los ojos ante lo ocurrido el tres de abril cuando un par de estudiantes fueron desnudados y vejados por  un grupito de encapuchados de quienes insisten que el único lado correcto de la Historia, así sea a palos, solo puede ser el lado revolucionario.
El único lado correcto de la Historia solo puede ser cuando los estudiantes venezolanos dejen de ser divididos en estudiantes oficialistas o de la oposición, y vuelvan a ser simplemente estudiantes. 

miércoles, 2 de abril de 2014

Confesiones de una Guerrera del Teclado


Pocos términos más despectivos en la crisis actual que "Guerrero del teclado", frase que describe a quienes desde la comodidad de sus hogares critican, comentan o se ofrecen como indeseados estrategas ante el caos político en el que estamos sumergidos en esta República Bolivariana de Venezuela. Cada vez que leo alguien por las redes sociales despotricando contra los "Guerreros del teclado", yo que siempre he sido una mujer de cavilación más que de acción, no puedo evitar darme por aludida. 
Y ayer no me quedó más remedio que asumir lo que soy, una pusilánime guerrera del teclado, no porque jamás haya sentido la disposición de trancar las calles incendiando una pila de trastos viejos -método de protesta que no comparto- o porque no me imagino devolviendo con la mano una bomba de gas lacrimógeno a la GN cuando ni siquiera en mis años universitarios lo hice, sino porque aquí entre nos, para ser sincera, eso de "la calle" no se me da. 
"Qué posición tan cómoda, francamente", dirán los más escépticos lectores. Pero es verdad, la calle no se me da. 
Por ejemplo ayer fui a Chacaíto dispuesta a solidarizarme con la diputado María Corina Machado contra quien el Tribunal Supremo de Justicia falló para despojar de su inmunidad parlamentaria e inhabilitarla de participar en la Asamblea Nacional por un supuesto llamado a la insurrección. Más allá de que se esté o no de acuerdo con #LaSalida, el fallo en contra María Corina Machado del TSJ, como han sido las detenciones de los alcaldes tachirenses, las constantes amenazas contra los alcaldes caraqueños de la oposición, los presos políticos y demás abusos y maltratos registrados por Foro Penal del que han sido víctimas cientos de manifestantes en distintas ciudades del país; han logrado que hasta los más pusilánimes guerreros del teclado sintamos la obligación moral de salir a la calle para unirnos a la masiva voz de protesta ante un gobierno que rompe cada vez con mayor descaro las más elementales normas democráticas.   
Y eso que soy de quienes piensan que las condiciones para "La Salida" no estaban dadas; pero me sumé a la indignación republicana en apoyo a María Corina por lo que consideré una patada más a la constitucionalidad de este país, así que agarré mi cámarita Lumix y mi gorra que dice Margarita, y me fui a solidarizar en la Plaza Brión con una mujer venezolana que ha demostrado ser de una valentía y de un tesón incuestionables. 
Mi prima Eugenia me ofreció salir con ella y un grupo de amigos, pero decidí hacerlo con mi hija Camila porque soy proclive a sufrir accidentes tontos, y no me gusta importunar: en una marcha el año pasado metí el pie en un hueco en Plaza Venezuela y sufrí un esguince del tobillo izquierdo; en una concentración en El Rosal me dio un ataque de pánico al verme aprisionada entre la multitud y casi me desmayo. La peor humillación, la que demostró de qué madera estoy hecha, fue cuando en una de estas concentraciones de febrero 2014, cuando ya estaba de salida, me di cuenta que decenas de personas comenzaban a correr despavoridas por la avenida Francisco de Miranda, y tal fue la carrera que di, que debí batir el récord de velocidad de Florence Griffith Joyner llegando a mi carro en cuestión de segundos. Solo al saberme a salvo de una estampida me percaté con horror que pudo más el instinto de supervivencia que el maternal, porque minutos después mis hijas llegaron jadeantes tras de mi. 
Definitivamente no soy del tipo de soldado a quien le gustaría tener al lado en una trinchera en cualquier guerra. Un coronel con dos dedos de frente me mandaría directo a la cocina a pelar papas o a secretaría a redactar cartas. Pero en esta Venezuela ni pusilánimes como yo se pueden dignar a quedarse esperando a que otros salgan a la calle por una, y ya perdí la cuenta de cuántas veces me he unido a la masiva voz de protesta, aunque sea en "marchitas tontas" como las descalifican quienes abogan por las guarimbas como único método efectivo de lucha. 
Este primero de abril de 2014 prometía ser un día especialmente difícil: a María Corina Machado le sería negado el acceso a la Asamblea Nacional donde fue la diputada electa con mayor porcentaje de votos. Al cruzar la avenida Francisco de Miranda al mediodía no se asomaba el alto nivel de tensión política a punto de vivirse: apenas unas cuantas mujeres franela blanca, gorra tricolor, cargando sus banderas de siete estrellas; parecían una ínfima minoría ante hombres y mujeres que se tomaban una hora para almorzar. 
 Quizás por esa primera sensación de abandono, a la altura de la estatua de José Martí, cuando me di cuenta que después de todo María Corina no estaba sola, que miles de caraqueños de ambos sexos y de todas las edades se habían reunido en la Plaza Brión para apoyarla, me emocioné, bajé la guardia, aceleré el paso, y como ya comienza a ser costumbre en mi, sufrí un tropezón, perdí el equilibrio, y caí de platanazo en la acera. 
Cuánto se puede pensar en las fracciones de segundo que tarda una caída: lo primera fue: "¡Coño! Me volví a caer!", lo segundo: "Ay que no le pase nada a mi cámara (no le pasó)", lo tercero, y todavía no había dado contra el piso: "Con tal de que no se me vuelva a torcer el tobillo (mi tobillo no sufrió)" y así me vi poniendo instintivamente las manos para frenar la caída antes de un último pensamiento: "¡Qué papelón caerme en público así!". 
Traté de restarle importancia al verme en el piso, sobre todo porque debía recuperar la dignidad ante un estúpido tropezón después de meses que los venezolanos hemos visto heridos de balas, perdigonazos, maltratos a cascazos y patadas de las fuerzas armadas, golpes de las fuerzas paramilitares, múltiples asfixiados por bombas de gases lacrimógenos, ancianas empapadas por ballenas... y esta pendeja se viene a caer por un piche desnivel. 
Rápidamente me senté en la acera, varias caras desconocidas, además de mi hija, me preguntaban si estaba bien. Les dije que sí, aunque la verdad es que caí fuerte sobre el pecho y tardé unos segundos en recuperar la respiración. Cuando por fin me pude parar ayudada por dos solidarias manos, me di cuenta que también me había golpeado la rodilla izquierda, pero no lo suficiente como para desistir en sumarme a la plaza, aunque lo hice en la parte de atrás de la tarima donde había menos gente. 
Me senté en un banco de piedra cerca de la estación de Metro donde en la santamaría trancada se leía: "MCM nuestra diputada". Estaba un poco aturdida, frente a mi pasaron varias caras amigas a quienes saludé con afecto de aquí seguimos. Unos muchachos me pidieron que les cediera el banquito para pegar volantes que hablaban de la escasez y de la inseguridad. Pedían que no les tomaran fotos porque cada vez arremetían más duro contra los estudiantes. Cuando abandonaron el banco de piedra, me volví a sentar para no forzar la rodilla, a mi lado se acomodaron dos viejitos en silencio, silencio que la señora rompió con un suspiro: "¿Y qué irá a pasar?".
No sé si la pregunta iba dirigida a mi o a su marido, ni siquiera si se refería a un futuro inmediato: qué pasaría esa tarde cuando la diputado Machado llegara a la Asamblea; o a un futuro incierto: qué pasaría en esta Venezuela en la que desde hace casi dos meses vivimos en pie de guerra. 
La de un futuro inmediato era más fácil de contestar: a María Corina las fuerzas del oficialismo le impedirían presentarse en la Asamblea. Vivimos en Dictadura y en las Dictaduras se impone la barbarie del poder. 
El "¿qué irá a pasar en Venezuela?" a corto y mediano plazo es la pregunta que a millones nos desvela porque desde que Nicolás Maduro fue ungido por  Chávez como su heredero; la represión y la censura ya no se disimulan, y lejos de un diálogo por la paz, como aseguró Maduro en un desfachatado artículo para el New York Times, la situación en Venezuela cada día asemeja más el "Diálogo según un Dictador" escrito por Rafael Cadenas: "Cuando yo dialogo, no quiero que me interrumpan".
Apenas terminó de hablar María Corina, tras el himno nacional, me fui arrastrando la magullada pierna acompañada de mi hija. Quería llegar a casa para tomar un cataflan, untarme de árnica y ponerme hielo en la rodilla. El regreso por la avenida Francisco de Miranda fue igual de tranquilo aunque más acompañado que la llegada. Por eso grande fue mi sorpresa cuando de regreso en casa, apenas prender la computadora, me enteré que en la misma avenida donde minutos antes había arrastrado mi pierna adolorida, en ese instante sucedía una batalla campal cuando la Guardia Nacional arremetió contra la manifestación de apoyo a la diputada Machado. 
No me equivoqué en mi pronóstico de futuro inmediato, todavía aturdida por el efecto de las bombas lacrimógenas que le impidieron avanzar más de una cuadra donde acababa de ser ovacionada, María Corina se montó de parrillera en un moto que la llevaría a la Asamblea Nacional, donde en efecto, no se le permitió el paso. Horas después, la represión contra los estudiantes que se habían quedado para acompañarla, seguía en la Avenida Francisco de Miranda a la altura de Chacao.
Esta mañana María Corina Machado partió a Sao Paulo para insistir en denunciar la delicada situación política que vivimos en Venezuela. Imposible no admirar su capacidad de lucha, cuando yo estoy molida por un simple tropezón. En cambio la diputada Machado, a pesar de las humillaciones, golpes y amenazas recibidas desde el oficialismo, insiste con entereza en no claudicar. 
Mientras tanto meto la piernita en sal de higuera, y regreso a las andanzas de guerrera del teclado, hasta que vuelva a ser llamada a las trincheras.