sábado, 29 de diciembre de 2007

Personaje del año 2007


No sólo la popularidad de Hugo Chávez se notó capa caída en el referendo consultivo para una Reforma Constitucional hecha a su medida, sino también en el corazoncito idealista de los gringos: este año el presidente de Venezuela salió ubicado en la lista de los personajes del 2007 de la revista Time entre David Chase, autor de la exitosa serie de HBO Los Sopranos, y Miley Cyrus, cantante adolescente protagonista de Hanna Montana del canal Disney.
El líder del Socialismo del siglo XXI que en el año 2006 fue fuerte contrincante a ser el personaje del año del semanario que en Diciembre hace un reconocimiento a quienes moldean la opinión pública (para bien o para mal), quedó este año por detrás de los monjes rebeldes contra el régimen militar en la antigua Birmania; Barry Bonds, record jonronero acusado del uso de esteroides; Judo Apatow, productor de películas como Virgen a los 40 años; Weslley Autry, quien arriesgó su vida para salvar a un joven que cayó en los rieles del Metro; y Billian, el muñeco de nieve virtual que desde You Tube siembra conciencia sobre el calentamiento global.
¡Detrás de un muñeco de nieve! ¿quién lo diría? Que aquel romántico personaje llamado Hugo Chávez Frías considerado por los lectores del Time en el año 2006 como el líder más carismático del mundo, tan sólo 365 días después, a pesar de sus generosos descuentos petroleros, en diciembre de 2007 es descrito en la página web del Time como una caricatura de sí mismo: “regordete y fanfarrón, el hombre fuerte de Venezuela parecería un personaje salido de una comedia de Woody Allen de no ser por sus vastas reservas petroleras…”. Descripción en extremo ruda del media darling de los lectores del Time el año pasado.
Pero si el Time decidió que el personaje del 2006 no podía ser ni un político ni un famoso sino nosotros, los hombres y mujeres que no seremos noticia pero que tenemos poder gracias a la capacidad de adaptarnos a los cambios tecnológicos; en el 2007 el personaje del año fue el presidente ruso Vladimir Putin, quien al igual que el presidente Chávez, le planteó a su pueblo una Reforma que le daría más poder del que ya tenía, pero a diferencia del primer mandatario venezolano, su propuesta ganó las elecciones. Aunque dado el ventajismo del que dicen se aprovecha el presidente ruso, muchos dudan de la autenticidad de su triunfo. La nota del Time que anunció a Putin como el personaje del 2007 fue titulada: “Ha nacido un zar”.
Dos personajes menos controversiales quedaron como finalistas del reconocimiento mediático a Putin: Al Gore, premio Nobel de la Paz compartido por su campaña contra el calentamiento global, y J.K. Rowlings, autora de las aventuras de Harry Potter. Por detrás del presidente venezolano estaban Hillary Clinton y Barack Obama, es probable que uno de ellos sea el personaje del año 2008, bien sea por ser la primera mujer presidenta en los Estados Unidos, o el primer presidente afroamericano. Cualquiera que sustituya al aborrecido George W. Bush en la Casa Blanca (supuesto Némesis del presidente venezolano), sin duda opacará aún más el brillo mediático del “hombre fuerte” de Venezuela.
Y aunque cuando escribo estás líneas todavía Consuelo, Clara y Emmanuel no han sido liberados por la FARC, ojalá que el año 2008 empiece como termina el 2007 y le devuelva la alegría a tantos hogares latinoamericanos que esperan de regreso a un familiar secuestrado.

martes, 18 de diciembre de 2007

Buscando Sazón



Recién llegada de la luna de miel y profundamente enamorada, Elvira decidió que el regalo que le daría a su adorado marido en sus primeras navidades de casados sería unas deliciosas hallacas caraqueñas. Sólo había un pequeño inconveniente: ¿cómo tomaría su madre, tan carupanera de alma, que su única hija la traicionara en la tradición gastronómica más importante de toda familia venezolana?
Por eso esperó el momento preciso, un atardecer viendo el Ávila mientras madre e hija conversaban de sueños, proyectos y de lo feliz que se sentía Elvira en su matrimonio, antes de soltarle el bombazo de que esta Navidad no seguiría su estirpe culinaria sino el exigente paladar de su marido.
A la pobre señora le subió la tensión y cayó postrada en un sofá: “Me estás matando hija mía: cien años de tradición navideña desde que la primera mujer de la familia desembarcó en Carúpano agregándole pasión corsa al guiso de las hallacas, y tú, desarraigada, vas a cambiar el picante de nuestra sazón oriental por el sabor dulzón de las hallacas occidentales. Dime en dónde fallé para que escupas de esta manera sobre las tumbas de tus ancestros. ¡Hallacas dulces! ¡Buajjj!”
Elvira, a pesar del drama, no se dejó convencer, ni siquiera por esos consejos de sabiduría materna a los que nunca les falta razón: “Hija, los hombres son animales de costumbre, hay que entrenarles el paladar, sobre todo cuando están recién casados que son mansitos y todo les sabe bien”.
Una semana después de este pequeño melodrama doméstico, una mañana Elvira se presentó puntual en casa de su suegra para hacer hallacas. En el enorme zaguán de la vieja casona se reunieron cuñadas, la abuela, la tata, la tía soltera, la tía divorciada, la prima monja, y Elvira, como nuevo miembro de la familia, se vio relegada a ser la última de las ayudantes de cocina. Ya el guiso estaba preparado desde el día anterior, la abuela, General en Jefe, dudando de la longevidad de los matrimonios modernos, le aseguró: “Muchas cucharas ponen el caldo piche”.
Lo importante, la sazón, Elvira ese año no la iba a aprender, quizás con la llegada del primer bebé, pero para eso faltaba mucho.
Rápidamente se distribuyeron las tareas y a la joven nuera le correspondió limpiar las hojas de plátano, seleccionar las fajas, lavar los trastos, servir refrescos, cargar pesadas ollas, preparar sandiwches, correr al abasto si se acababa algo; pero no se fiaron de ella ni siquiera para poner las pasitas y las aceitunas, mucho menos para envolver y amarrar, y cuando acalorada se le ocurrió preguntar: “¿Dónde están las cervecitas?”- su suegra le dijo con firmeza mientras amarraba una hallaca: “ Las mujeres de esta familia no toman alcohol cuando cocinan” .
Elvira, de tanto añorar a su mamá, sin que nadie la viera abrió la botella de vino La Sagrada Familia que tenían guardada para endulzar el guiso, y se la tomó como si fuera un refresco. Borrachita, pero liberada, se disculpó ante su familia política y corrió a la falda materna a llorar: “Ni un ají picante, ni una alcaparrita, nada, mamita, nada”.
Dos días después, cuando Elvira orgullosa le sirvió hallacas a su marido, el muy consentido, después de probarlas, desilusionado exclamó: “¡Qué lástima la receta de la abuela! Menos mal que este año no quedaron tan dulces... les faltó algo. ¡Y yo que estaba soñando con las picanticas de tu mamá!” .
Elvira, una mujer nueva estas navidades, buscó un frasco de picante jalapeño que había comprado en un bazar, y lo vertió encima de la hallaca de su amado.



Publicado en El Nacional, el sábado 20 de diciembre de 2003
Ilustración: Rogelio Chovet.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Benditos por el sol



Cuando los venezolanos viajamos nos cuesta acostumbrarnos a los cambios de luz de otras latitudes. A principios de otoño nos sorprende cómo a las 8 de la mañana, digamos, en París, la Ciudad Luz está en tinieblas y el sol no termina de salir. Tampoco es fácil adaptarnos a las largas noches de invierno a fines de octubre cuando los europeos atrasan el reloj una hora. La mañana no tarda tanto en llegar, pero la tarde se hace corta: antes de las 5, hora en la que los niños venezolanos juegan fútbol, en la Ciudad Luz ya es de noche. Sin olvidar el horario de verano, que para ahorrar energía, vuelven a adelantar el reloj, y si a las 8.30 p.m. en Venezuela cenamos con la luna y las estrellas, en tantas partes del mundo, a esa misma hora, está atardeciendo.
Y aunque no conozco el paisaje boreal más allá de la película Imsomnia de Christopher Nolan, recordando cómo el policía interpretado por Al Pacino se vuelve loco por la encandilante luz del verano de Alaska (Noruega, en la versión original), es imposible para un ciudadano del trópico imaginar lugares donde en invierno el sol se asoma tenue sólo por unas horas, y en verano, la noche no termina de llegar.
Por eso es difícil entender, con tantas necesidades que tenemos en este país de clima perfecto, bendecido por el siempre oportuno sol, cuál era la urgencia del Gobierno de atrasar 30 minutos la hora legal en Venezuela, cuando aquí amanecía, dependiendo de la época del año y la zona del país, alrededor de las 6, 6.30 a.m., y rara vez oscurecía más allá de las 7 p.m. Como dirían las abuelas: “¡Ganas de estar inventando!”.
Versiones hay varias, desde la del Ministro de Educación que asegura que esa media hora de atraso del reloj servirá – sobre todo en esta época del año cuando amanece más tarde- para que nuestros niños se beneficien de despertarse con el sol; hasta las supersticiosas que dicen que el nuevo huso horario tan caprichoso de 4.30 horas de diferencia con respecto al meridiano de Greenwich, se debe a que atraviesa una zona del oriente donde hay una energía babalao muy poderosa.
La verdad es que muchos caraqueños comprobamos esta semana que no es lo mismo esperar el autobús escolar en penumbras, que hacerlo a la luz del día. Lástima que ese ratito de luz en la mañana que el Estado le ofrece a los niños, significa media hora en la tarde que les está quitando. Y en diciembre, que oscurece más temprano, esa media hora se hace sentir: a las 5.30 ya es de noche. Cómo no preguntarse qué le convendrá más a nuestros niños: ¿despertarse durante todo el año con el sol, o media hora más de luz en las tardes para practicar deportes o jugar al aire libre con sus amigos?
Aparte de la certeza que dentro de seis meses el sol y los pajaritos nos levantarán a muchos a deshora, también nos preguntamos si en esta media hora menos de luz en la tarde, momento más activo para los niños que la madrugada, la mayoría de los chamos la aprovecharán para hacer sus tareas o para enchufarse a los videos juegos y a la televisión… si acaso no se consumirá más electricidad en los hogares venezolanos… dónde queda la conciencia del calentamiento global.
Pero sobre todo, ante la noticia que 237 menores fueron asesinados los últimos 12 meses en Venezuela, no es baladí preguntar: ¿cuándo se tomarán medidas que le garanticen a nuestros niños protección contra una amenaza más terrible que tener que madrugar antes de que salga el sol?

viernes, 14 de diciembre de 2007

La indómita carrucha veloz








Cuando Camila comentó con cierta indiferencia que en su colegio se realizaría una competencia de carruchas, su padre emocionado proclamó: “Ya ganamos porque a mí en materia de carruchas no hay quien me supere”.

La sola mención de la palabra carrucha hizo que se le removiera la infancia al fanático de mi marido. Mis hijas se prepararon resignadas para escuchar por enésima vez de labios de su padre como los tiempos de antes, cuando se jugaba libremente por las calles de El Paraíso, eran mejores que los tiempos de ahora en que los niños están obligados a vivir encerrados entre las cuatro paredes de un apartamento.

Un concurso de carruchas. Por fin uno de los sueños de mi marido se iba a hacer realidad: ¡sería propietario de una escudería!
Esa noche no durmió estudiando las estrictas reglas del concurso: la carrucha no debía exceder de un metro de largo, cincuenta centímetros de ancho y cuarenta centímetros de altura. Los pilotos debían ser alumnos entre primer y tercer grado del colegio. Sólo un pequeño obstáculo lo atormentaba: la alumna entre primer y tercer grado de nuestra familia, Camila, había heredado el espíritu deportivo de su madre y desde un principio participó: “Yo ni de broma me monto en una carrucha”.

Su padre no se molestó en convencerla, tantos años de afición a la Fórmula Uno le habían enseñado que sin un buen piloto, no hay máquina que valga.

Al día siguiente, Camila llegó con una solución: “Joanna se ofrece como piloto de nuestra escudería”.

La vimos con cierto escepticismo, su amiga Joanna es harina sacada de su mismo costal. Sin embargo, era nuestra única alternativa, así que aunque con reservas, ya teníamos a nuestro piloto, sólo nos faltaba la máquina.

Después de un viaje a la ferretería, mi marido se encerró en el maletero todo el fin de semana y sólo lo vimos cuando subía al apartamento a buscar los más curiosos materiales: una cuerda de saltar, patines viejos, un retazo de tela. El domingo por la mañana, con ojeras y barba de dos días, subió para anunciar a la familia que el bólido estaba listo. Rápidamente nos pusimos las batas y las pantuflas, cargamos al bebé, y las niñas y yo nos preparamos para ser deslumbradas por la imponente máquina: “cierren los ojos, con cuidado, pasen, tataaán, les presento a ¡Hi-yo Silver!”.

¡Qué decepción! La máquina que le costó dos noches de desvelo al jefe de nuestra escudería -una tabla vertical, en sus extremos dos tablas horizontales con unas rueditas- era una simple y vulgar... carrucha.

“No la miren así” comprendió el genio de la aeródinamica la incomprensión familiar: “Escondido entre la sencillez de sus líneas está un portento que sobrepasará la velocidad del sonido”.

Nos reunimos esa misma tarde con nuestra piloto y su familia en la bajada del colegio escogida como circuito. Ellos no se habían querido quedar atrás y también confeccionaron una carrucha. Sería manejada por el pequeño Jonathan de siete años y medio -un año menor que su hermana Joanna-, quien ya tenía rato practicando en la elegante nave de fórmica blanca construída por su papá.
Joanna, al ver la máquina que le tocaba pilotear, no pudo evitar un gesto de desdén, la que hizo su padre era más bonita. Se alistó en el rústico asiento del que sería su carro, y con una sonrisa que pronto se transformaría en mueca de terror, se dejó deslizar por la empinada bajada. A los pocos segundos salió disparada del asiento, y viéndose las rodillas raspadas, entre lágrimas juró que más nunca se montaría en una máquina de esas.

Nos habíamos quedado sin piloto.

Gallardo como pocos, Jonathan se ofreció a suplantar a su hermana, quería demostrar de una vez por todas que a pesar de Milka Duno, el automovilismo seguía siendo cosa de hombres. Acostumbrado a la estabilidad de la carrucha de su padre, Jonathan duró menos que su hermana montado en nuestra raudo vehículo. Asustado, pero decidido, se volvió a montar en la bestia mecánica dispuesto a domarla. A los pocos metros volvió a rodar.

Mi marido tenía que salvar el honor de su máquina: “Ella no es peligrosa, es que hay que saber manejarla” y regresando treinta años atrás, se montó en su carrucha y nos dio una clase de cómo se era feliz siendo niño, a principios de los años 70.

Viendo lo lejos que podía llegar nuestra carrucha en comparación con la suya, Jonathan accedió a ser nuestro piloto pero se negaba a montarse en la máquina antes de que la escudería hiciera unos mínimos ajustes de seguridad. La semana de la competencia, decenas de jóvenes pilotos aprovechaban las tardes y las noches para practicar con sus padres y sus carruchas la mejor ruta a seguir, mientras que nuestro mecánico se dedicaba a hacer los ajustes necesarios para que ¡Hi-Yo Silver! resultara vencedora. Craso error, se concentró en la máquina y olvidó al conductor.

La mañana de la competencia, 62 carruchas hacían fila para someterse al escrutinio de estrictos jueces quienes vigilaban que no se pasaran de las medidas reglamentarias. Doce carruchas fueron descalificadas, cincuenta carruchas entraron en competencia, entre ellas ¡Hi-yo Silver! No era una carrera, el primer premio se lo llevaría la carrucha que llegara más lejos. Cada escudería tenía derecho a dos lanzadas de su máquina y se podía cambiar de piloto. Un piloto podía participar en varias escuderías.

Nuestra carrucha era la última en concursar. Jonathan primero probó suerte con la carrucha de su padre sin llegar más allá de unos metros, su carrocería era demasiado pesada. Cuando le tocó montar ¡Hi-yo Silver!, ya se había olvidado del trauma de la semana anterior y estaba contagiado por la euforia de los demás participantes. Se montó en la carrucha, se ajustó el casco, esperó a que le dieran la orden de partida, y en la curva maldita se volvió a caer.
Ahora sí habíamos perdido a nuestro piloto definitivamente, ningún poder humano haría que Jonathan se montara de nuevo en nuestra indómita carrucha veloz.

En medio de la desesperación vimos al pequeño Pedro, de segundo grado, cabizbajo porque la carrucha que iba a pilotear había sido descalificada porque su tamaño sobrepasaba los límites reglamentados. Un niño sin carrucha y una carrucha sin niño. Mientras esperaban a que las otras 49 carruchas concursantes hicieran su segundo recorrido, mi marido trató de darle al joven Pedro un curso intensivo de cómo se maneja una carrucha veloz. Quizás pecamos de ilusos, uno no le da a un piloto novato a manejar un carro de fórmula uno, el valiente Pedro cayó en la misma curva que sus compañeros. ¡Hi-yo Silver! había quedado descalificada.

La carrucha ganadora del evento fue “Guacamóvil” piloteada por un alumno de tercer grado: Alan, una especie de reencarnación de Ayrton Senna Da Silva. Triunfó el piloto más que la máquina. Pero al final de la competencia los organizadores del evento tenían preparada una sorpresa: la competencia de padres. ¡Esta era la oportunidad de demostrar el potencial de la mejor máquina conducida por un experto piloto! Uno a uno se fueron lanzando los niños treintones con las carruchas de sus hijos. Cuando por fin le tocó el turno a ¡Hi -yo Silver! demostrar cuan lejos podía llegar, debí haber sospechado que algo extraño iba a pasar porque mi marido se despidió de mí con un beso: “Cuida a los niños que quizás vaya a tardar un poco en regresar” y se impulsó por la bajada con tal fuerza que temí que se iba a caer en la curva, pero no, la logró sortear y siguió rodando hasta pasar al público, y siguió rodando hasta salir del colegio, y siguió rodando hasta llegar a la autopista, y siguió rodando hasta Puerto Ordaz, y siguió rodando y lo último que supe de él es que vieron a un hombre feliz, en una indómita carrucha veloz, atravesando la frontera de Brasil a Paraguay.

(Crónica publicada en la sección: Juego de Palabras en El Nacional en enero de 2002).

domingo, 2 de diciembre de 2007

Crónica de una jornada angustiante













La actitud de Mario Silva cuando salió La Hojilla a las once de la noche lo decía todo: en lugar de vejar, de humillar, de burlarse del enemigo, de todo aquel que no cree en el proyecto de Hugo Chávez hasta el 2050; tenía a un invitado gris. Hablaban de política como cualquier programa de opinión. Mientras tanto, en Globovisión, las caras eran sonrientes, caras de triunfo, caras de por fin ganamos una; pero a primera hora de la madrugada el optimismo se estaba evaporando. Un mensaje de texto corría de celular en celular: “El rey Juan Carlos manda a preguntar: ¡coño, por qué no hablas!” y nada que aparecía Tibisay Lucena con el primer boletín.
En Aporrea ya estaban cantando el triunfo del Sí y por las cámaras de VTV se veía cómo el balcón del pueblo se comenzaba a llenar.¡Morrocoy volteado!
El día había sido largo, pero por las llamadas y los mensajes de celular, era fácil darse cuenta de que en la madrugada del 3 de diciembre nadie se iría a dormir sin saber en qué país amaneceríamos.
Al principio todo era desesperanza para ambos lados: las mesas de votaciones estabas vacías. Voté más rápido que en las Municipales. Sólo una señora por delante. Los mensajes de texto corrían instando a votar. Antes del final de la tarde, la prensa extranjera daba como ganador al Sí. Pero quién leía bien, podía darse cuenta de que la información venía de fuentes ligadas al gobierno.
El boca a boca de la oposición al Referendo Constitucional esa tarde fue derrotista, mensajes iban y venían, pocos con esperanza del triunfo del NO. Mensajes triunfalistas de los amigos chavistas exigían que asumiéramos galantemente la derrota. ¡Por mí! Estoy tan acostumbrada a las derrotas de mi opción electoral como a no ver a los Tiburones de la Guaira en la final.
Pero al pasar por enfrente de mi centro de votación supe que la ola de rumores no era acertada: estudiantes se agolpaban a las puertas del liceo Jesús Enrique Lossada en El Pedregal de Chapellín con cara de alegría, finalizado el escrutinio, la opción del No le había ganado a la opción del Sí por seis puntos. La abstención era del cuarenta por ciento. Decía un estudiante que la abstención no fue sólo la del eterno indiferente, sino la del chavista al que no le gustaba la Reforma Constitucional, pero tampoco quería votar contra Chávez.
En el liceo Jesús Enrique Lossada los resultados suelen ser idénticos al del CNE. Por eso nunca dejé de votar. Si el No había ganado en Chapellín, la fe volvía a mí: ¿Sería posible que la opción del No triunfara a nivel nacional? ¿Qué este año los Tiburones de la Guaira por fin lleguen a la final?
La noche fue larga y bipolar, se pasó de la euforia a la depresión y otra vez a la euforia. Casi a las dos de la madrugada, al fin, Tibisay Lucena dio al No a la Reforma Constitucional como ganador en un supuesto final de fotografía, minutos después, en cadena nacional, el presidente Chávez aceptó la derrota de su proyecto del Socialismo del Siglo XXI, eso sí, “por ahora”.
La oposición estaba demasiado agotada emocionalmente para celebrar.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Arrechera con confort















Oyendo a la diputada Iris Varela llamar al “pueblo arrecho” a ir a Globovisión para manifestar en las puertas de ese medio “golpista”, uno aspiraría que el “pueblo arrecho” contra una de las últimas rendijas disidentes al Gobierno que quedan en Venezuela, guardara un mínimo de disimulo en las formas a la hora de ir a demostrar su enojo revolucionario.
No sé, que por lo menos fuera un tantito más parecido a los entusiastas que siguen la bandera retratada por el pintor Delacroix en su famoso cuadro “La Libertad guiando al pueblo”; o que, por lo menos, tuviera un ligero parecido con el furibundo pueblo de Transilvania agolpado con antorchas a las puertas del castillo del conde Drácula. Uno aspiraría que “el pueblo arrecho” que sigue la orden de la diputada Varela, aunque sólo fuera para tener un poco de credibilidad, reflejara ser un espontáneo grupo de personas que hartas de lo que consideran una sarta de mentiras, se unen apoyados por su rabia y su sentimiento de indefensión.
Pero en la Venezuela Revolucionaria no sucede así, “el pueblo arrecho” al que convoca la asambleísta tachirense contra los medios “golpistas” adversos al Gobierno, no se moviliza a pie empujado por la indignación de sentirse víctimas de la falacia mediática; no, las hordas revolucionarias se movilizan en autobuses de lujo, en camionetas último modelo sin placas, en motos de primera. De descamisados, nada, la mayoría va uniformada con camisas rojas que no han tenido ni una lavada, recién salidas de las cajas, estampadas con el último lema del Gobierno, planchaditas, ni una arruga, sólo el mejor algodón. Y por supuesto, con la gorra roja que hace juego.
Ni siquiera tráfico agarra este “pueblo arrecho”: motorizados con pinta de policías se adelantan a la caravana roja para trancar el tránsito de un miércoles al mediodía en La Florida asegurándose de que lleguen los autobuses a su destino, todos a la vez, que “el pueblo arrecho” se baje con su arrechera oficialista armados con latas de spray, para que con el beneplácito de la policía que vigila que el orden no se altere, que la violencia no llegue a mayores, el uniformado “pueblo arrecho” raya las paredes del canal de televisión con sus consignas rojas a favor del Gobierno, gritando unos cuantos: “Uh, ah, Chávez no se va”; antes de regresar al confort de los autobuses de lujo, de las motos de primera, de las camionetas último modelo sin placas, del no tener que calarse el tráfico por estar haciendo patria.
Mientras tanto una ciudadana común, presa en su carro viendo los autobuses con el “pueblo arrecho” pasar, se pregunta si entre tanta comodidad este “pueblo arrecho”, auspiciado por el bolsillo sin fondo del gobierno, no sentirá cómo pierde la dignidad de saberse un pueblo verdaderamente arrecho.

Tres series para un fin de semana electoral















Quería dedicar este espacio de El Nacional a las elecciones de mañana, pero olvidé que el CNE exige 24 horas de recogimiento político antes de que los venezolanos ejerzamos nuestro derecho al voto. Por eso se me ocurre que este sábado de ley seca y de descanso al Sí y al No, podríamos aprovecharlo para ponernos al día con algunas series de televisión. Tres recomendaciones:
Napoleón: coproducción internacional con actores de la talla de Isabella Rossellini (Josefina), John Malkovich (Talleyrand), Gérard Depardieu (Fouché) y Christian Clavier como Napoleón Bonaparte; muchos le critican a esta miniserie de 6 horas el dejar por fuera importantes conquistas de uno de los militares que más poder acumulara en la Historia. Sin embargo, su espíritu está ahí: la ambición sin límites del pequeño gran hombre que hizo de Francia un Imperio en el albor del siglo XIX, y que murió en el exilio en la isla de Santa Helena, despojado de toda gloria.
De educación casi espartana, el joven general corso supo hacerse imprescindible para la salvación de la República Francesa, hasta el punto de llegar a creer que la República sólo podía ser él, y ante el beneplácito del pueblo, coronarse a sí mismo Emperador con la bendición del Papa, quien termina siendo un subordinado más de los caprichos de Napoleón.
Poder alimentado por sangrientas guerras y el odio del pueblo a la aristocracia francesa y al imperialismo inglés, los mejores momentos de la serie son los juegos políticos entre Bonaparte y sus no siempre leales consejeros: un Talleyrand sagaz como un zorro, y un Fouché cuya sinceridad lo hará caer en desgracia con el Emperador.
Roma: Producida por HBO, la primera parte de esta serie británica gira alrededor de las aventuras de Lucius Vorenus y Titus Pullo, soldados de ficción en tiempos de Julio César, quien en el año 52 A.C., victorioso tras conquistar Galia, descubre que en Roma el Senado y Pompeyo habrían preferido que la guerra durara 20 años más para mantener a César alejado del centro del poder.
Durante 400 años la República había sobrevivido evitando que un solo hombre acumulara todo el mando. Pero el poder no se comparte, es la moraleja de ambas Romas: la Roma de César, quien después de acabar con Pompeyo termina siendo asesinado por Brutus (al que consideraba un hijo); y la segunda Roma, que en la serie comienza en el año 44 A.C. con el caos originado por la muerte de Julio César, y narra a través de las peripecias de la aristocrática familia de Atia, y de la plebeya vida de los soldados Pullo y Vorenus, la lucha por el liderazgo del Imperio Romano entre Octavio y Marco Antonio, y el sometimiento del Senado a la voluntad del vencedor.
Los Sopranos: si la ambición, la inefabilidad, el fin justifica los medios de Julio César, de Octavio, de Napoleón, se trasladara al pequeño estado de New Jersey de principios del siglo XXI, el máximo jerarca de los negocios sucios sería Tony Soprano. Esta serie de HBO que, tras seis temporadas, en el año 2007 llegó a su capítulo final, refleja -ya no con la Historia como protagonista- cómo la cotidianidad del ejercicio del poder, la arrogancia de quien lucha sin tregua por ser el jefe supremo, que aplasta implacable al adversario; suele ser similar ejérzala un capo de la mafia(aunque atento padre de familia) o la cabeza coronada de un Imperio.
Magníficas series las tres, disfrútenlas, si pueden.

viernes, 23 de noviembre de 2007

La cocina como cosa de hombres

















El cocinero y escritor Anthony Bourdain, en el libro Confesiones de un chef, narra cómo su primer trabajo fue en la cocina de un antro en Provincetown, un pueblo turístico en la costa este de los Estados Unidos.
Era mediados de los años 70, a Tony Bourdain –un adolescente que no tendría más de 18 años, acostumbrado a colegios privados y viajes a Europa- se le había metido en la cabeza la romántica idea de ser chef. Casi desiste cuando al tomar una sartén caliente por el mango se dio la primera gran quemada de su vida. Un jugoso Osso Buco quedó tirado en el piso, mientras Tony, sintiendo la ampolla que le comenzaba a salir en la mano, pedía lloroso ungüento para quemaduras y una curita. Tyrone, el chef, que era una mole negra, paralizó la ocupada cocina exclamando con frío desdén: “¡¿una curita, white boy?!”, y le acercó sus manotas curtidas de cicatrices para que las viera.
La humillación apenas comenzaba, Tyrone, sin quitarle la vista de encima al blanquito llorón, tomó una olla caliente de las brasas depositándola frente a él. Así aprendió Bourdain que el fogón no es asunto de pusilánimes.
En la cocina que dirige Kate (Catherine Zeta-Jones) en la película Sin Reservas de Scott Hicks, tan ordenada, tan pulcra, tan metódicamente femenina, cuesta reconocer el mundo de testosterona que asegura Bourdain son las cocinas de los restaurantes, que poco tienen que ver con Martha Stewart, con Kristina Wetter o con Narda, sino más bien con un barco pirata, un equipo de béisbol o un conjunto de rock & roll: cónclaves de hombres rudos que se pellizcan las nalgas y se cuestionan la virilidad jocosamente, donde no hay cabida ni para la corrección política ni para sensibilidades heridas, y donde el valor no sólo se mide en las cortadas y quemaduras que se lucen como medallas, sino también en las toscas relaciones laborales entre cocineros, mesoneros, lavaplatos, proveedores; y en cómo se sobrevive la presión de atender bajo el mando de un chef a decenas de hambrientos y exigentes comensales, que en el caso de los grandes restaurantes, aspiran a lo sublime y a la perfección.
Más parecido al mundo que describe Bourdain es la cocina dirigida por la rata Remy en la película de Pixar: Ratatouille. Collete, la única chica en la cocina de Gasteau -restaurante parisino que alguna vez fue cinco estrellas- afirma que una mujer en un medio tan hostil sólo logra ascender siendo más hostil que el medio.
Pero hace falta mucho más que ser rudo para llegar a ser un gran chef, y no sólo es la inspiración que tiene la rata Remy a la hora de combinar sabores, sino también su insistencia para lograrlo. Narrar esa insistencia, ese talento, esa pasión a tiempo completo que es cocinar en un restaurante, se convirtió en el ars de Anthony Bourdain, quien además de su popular programa de televisión y de servir como relaciones públicas en la brasería neoyorquina Les Halles, ha publicado una serie de libros escritos con un estilo irreverente y divertido, donde saca al aire los trapitos sucios del mundo de la cocina profesional.
Lleno de consejos para futuros chefs, desde utensilios obligados (buenos cuchillos, ollas pesadas), hasta ingredientes infaltables en toda cocina (mantequilla, ajo, perejil), Bourdain tampoco olvida a los comensales a quienes entre otras cosas les sugiere jamás pedir pescado los lunes en un restaurante(suele estar viejo).
Quizás la principal falla de Bourdain es su insistencia en que el mundo de la alta cocina es cosa de machos. Hace falta una chef de equivalente pluma para demostrarle lo contrario.

Artículo publicado en la revista Contrabando

Con la estrella en la cédula (2004)

 Antes nos jactábamos de que venezolano no emigra, pero a partir de los años noventa, cuando nos convertimos en un infierno político, son tantos los compatriotas que se han ido que los podemos dividir en dos categorías: aquellos que quemaron los barcos y aunque se interesan cibernéticamente por los amigos y la la familia, no quieren saber más del país; y aquellos que ni mares ni óceanos han logrado desvincularlos de lo que está pasando en Venezuela.
 Mi prima Pali pertenece a la segunda categoría. Todas las mañanas, antes de leer Liberation, hace un recorrido por Internet de la prensa venezolana desde El Nacional hasta Aporrea. Como hay seis horas de diferencia entre París y Caracas, mientras aquí todavía dormimos el inquieto sueño revolucionario, Pali ya está enterada de los últimos avatares en Venezuela. Quizás esta urgencia de estar al día se debe a que Pali no emigró harta del país, sino que se fue por amor: conoció en Choroní a un director de fotografía galo, y ocho años después, tienen en Francia tres hijos y una productora. Siempre que puede, Pali viene a visitar a sus abuelas, a sus padres, a sus hermanastros, a sus tíos y a sus primos; y cada vez se encuentra con una Venezuela más fracturada, incluyendo su familia: un lado chavista y el otro lado de oposición. Y ella no logra entender en qué momento se rompió el país, cuándo nos dividimos en dos.
Estar en medio de dos visiones políticas que se enfrentan no debe ser cosa fácil, a veces pienso que Pali habría sido una excelente rectora del CNE. Pero a la hora de elegir árbitro electoral el TSJ escogió a tres de cinco jueces que siempre, siempre inclinan la balanza a favor del régimen: ¿Dónde están los ninís cuando se les necesita?
 Aunque Pali se ofende si la llamo niní, especialmente después de tantas retaliaciones contra aquellos que firmaron pidiendo un referendo revocatorio presidencial. La imparcialidad de mi primita terminó de explotar al no encontrar respuesta chavista a su pregunta: “Si en la constitución está la posibilidad de convocar a un RR, ¿qué delito cometen aquellos que lo solicitan? ¿Por qué debe costarles su trabajo, su pensión y hasta la cobertura social a la que tienen derecho?”
Convictos del delito de firmar Pali y yo conocemos a varias personas: por ejemplo a la abuela de nuestra amiga Larissa, la señora de 84 años se enfermó y al pedir ayuda para su tratamiento al Seguro Social, se lo negaron con un “quién la manda a firmar”; o el hermanastro de Pali, un arquitecto que diseñó un proyecto comunal y aunque a los jóvenes teatreros encargados en dar el visto bueno les gustó su propuesta, no lo pudo realizar porque “Chamo, tu firmaste”; o la hija de Castillo, el chofer de nuestra abuela, que es maestra y que también firmó, le están reteniendo el sueldo en el liceo: “mientras vemos qué hacemos con casos como el suyo”. Sin contar la cantidad de amigos a quienes se les ha negado su derecho a renovar cédula o pasaporte porque aquí no hay documentos para golpistas.
Yo le digo a Pali que hasta miedo da ir a ver a la cantante española Rosario al Teresa Carreño, no vayan a pedir la cédula al entrar y a los que firmamos no nos dejen pasar por terroristas.
Mientras tanto el Gobierno se contradice, algunos ministros declaran orgullosos que despedir a quienes firmaron del sector público es una necesidad, pero la Ministra del Trabajo, María Cristina Iglesias, dice que no hay pruebas de represalias del Gobierno por razones políticas, que el que las tenga que vaya al Ministerio del Trabajo a poner la denuncia. ¡Ja! Si este salto de democracia a dictadura no fuera una tragedia, hasta gracioso me parecería cuan caradura se puede ser. Pali, quizás porque vive en Europa y allá el holocausto no se olvida, no le encuentra ninguna gracia, ella dice que los que firmamos aún no nos damos cuenta de que llevamos una estrella de David cosida a la cédula.

Publicado en El Nacional el 27 de marzo de 2004
Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.

lunes, 19 de noviembre de 2007

En el Parque del Este















Para quienes como yo no conocemos más Ferias del Libro que la de nuestra revolucionada capital, habría sido un falso esnobismo deambular por el Parque del Este comparando Filven con las Ferias de Guadalajara, Madrid, Bogotá o Berlín. Pero paseando del pabellón Che Guevara al Martin Luther King, del Salón José Martí al del Alba, imposible no evocar pasadas ferias del libro en Caracas, aquellas donde la literatura era la protagonista. Hoy el protagonismo sin máscara es la ideología chavista.
En noviembre del 2007, hasta los empleados del parque estaban uniformados con la franela roja del Sí a la Reforma. En Filven no hubo el mínimo pudor en disimular la campaña del Gobierno para las elecciones que se avecinan. A todo el que llegaba se le extendía el folleto: “Avances y beneficios de la Reforma Constitucional”.
Sin contar afiches y panfletos de propagandas gubernamentales por doquier, y stands en ubicación privilegiada entre los que se encontraba el del Ministerio de Relaciones Exteriores proclamando a la Venezuela “pacifista y antiimperialista”, y a su canciller Nicolás Maduro, como adalides del tema del Cambio Climático(qué tupé, cuando en Venezuela la gasolina es más barata que el agua), además de un stand de CONATEL con una televisión prendida donde el ministro Jesse Chacón hablaba sin parar, y otro del BCV con una pantalla plana explicando a punta de doñitas haciendo mercado con un monedero, de cómo se va a repotenciar la economía venezolana en enero gracias al bolívar fuerte.
















Sin duda fue una feria mediática, las cámaras de Telesur y de VTV estaban presentes en todos lados y en la Casa del Alba se proyectaban en una televisión filmes de la cinematografía cubana, conciertos de la Nueva Trova, “La revolución no será transmitida”, “Disparen a matar” de Carlos Azpúrua y “El pez que fuma” de Román Chalbaud. “Señor Presidente”, de Rómulo Guardia, no fue transmitida.
Pero si uno lograba resistir esa primera parte de Filven, la del rojorojismo, la del omnipresente Che, la del patria, socialismo o muerte, la del endogenismo puro, y llegaba a los rincones donde la literatura era tímida participante, a los stands de las editoriales que ofrecían novelas, cuentos y poesía, y sobre todo, al maravilloso stand de libros de ocasión, en una semana en la que el cielo de Caracas fue sólo azul, en la que el verde del Parque del Este hacía fácil reconciliarse con la ciudad, la III Feria Internacional del Libro de Venezuela bien valía la visita.
Claro, adaptándonos a la realidad nacional, a que ya en Caracas no llegan novedades literarias, ni siquiera en las Ferias Internacionales del Libro. A que en nuestro país estas ferias, revolucionarias o no, hoy sólo han quedado para encontrar libros viejos a precios de remate.
En Filven, además de cruzarme con varios amigos y disfrutar de una disertación sobre la Novela Policial, salí, entre otros títulos, con las memorias de Celia Cruz a 5 mil bolívares, los dos primeros tomos de la trilogía de Javier Marías a 30 mil bolívares, y Abril Rojo de Santiago Roncagliolo a 15 mil bolívares; no precisamente con un cargamento de novedades, pero sí con el bolsillo contento de haber gastado no más de 100 bolívares fuertes en buenos libros.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Serrat y Sabina en Caracas



El canto a la libertad sí se dejó oír en Tenerife

DOS PÁJAROS DE UN TIRO

A parte de un “¡Viva Chávez!” en las gradas seguido por una tímida pita, y de un “Si va a caer” que se dejó escuchar a la hora de los aplausos; la polarización política no logró colarse en el Poliedro la noche del concierto de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina. Vaya que trató: una franela roja voló un par de veces al escenario a los pies de Sabina. El músico ubetense ni siquiera se secó el sudor con ella, hizo del rojo un manojo y la volvió a lanzar al público. Y eso que si alguien se llama rojo es Sabina, con el orgullo de ser rojo República. Si no, no sería Sabina.
De Serrat ya sabemos que no viene a Venezuela a meterse en política sino a cantar, así lo advirtió la última vez que se presentó en el Poliedro, cuando ante los primeros acordes de Para la Libertad, La Rinconada se vino abajo en consignas. Serrat paró la canción, recordándole al público que esa noche era para la música, pidió olvidar, aunque fuera por unas horas, las diferencias políticas. Era de esperar que en el 2007 el canto a la libertad se quedaría en España.
Las mayores expectativas estaban en qué haría Sabina, ¿cantaría con Chávez en Aló Presidente “La del pirata cojo”? ¿o saldría con una irreverencia antiautoritarismo a lo Charly García? Pero en una semana de fuertes enfrentamientos estudiantiles, ni Sabina ni Serrat quisieron dividir aún más lo dividido, y prefirieron mantener distancia con la crispación nacional cuando vinieron a presentar en Venezuela su concierto: “Dos pájaros de un tiro”.
En “Sabina a carne viva”, un sabroso libro de conversaciones sobre lo humano y lo no tan divino con el periodista Javier Menéndez Flores, cuenta Sabina que en un viaje a Cuba hace algunos años, una mañana recibió la inesperada visita de una de las hijas de Hugo Chávez con unos libros de regalo, entre ellos, la hoy “obsoleta” Constitución. La joven aprovechó para extenderle al músico una invitación de parte de su padre para que fuera Embajador Cultural de la República Bolivariana de Venezuela en España. Sabina, que había tenido una de esas noches de juerga como las que narra en sus canciones, no aceptó, no por la resaca, sino por no conocer bien lo que estaba pasando en Venezuela. Dijo que si le hacía caso a la prensa española, desde El País hasta La Razón, el gobierno de Chávez era un desastre, pero leyendo entre líneas, encontraba importantes avances sociales.
Habría sido maravilloso que Sabina retribuyera el regalo a la República Bolivariana de Venezuela logrando que apareciera en nuestras desoladas librerías “Sabina en carne viva”, donde no sólo habla de amores, de canciones, de farras, de penas, de su familia, de amigos y de antipatías, sino también desprecia los maniqueísmos, los guerracivilismos, “el nosotros” y “los otros”, “el estos son los míos”…
Ojo, y no estaba hablando de Venezuela.
Me pregunto si la mañana del concierto en Caracas habrá recibido Sabina el periódico en la suite de su hotel, si vio en primera plana la impactante imagen de cuatro estudiantes divididos por una puerta y una pistola. Quisiera creer que a estos muchachos enfrentados en una Venezuela a punta de estallar por el odio, le dedicó horas después su hermosísima Noche de bodas, sobre todo aquella frase que es el mejor parabién que un artista le puede desear a un país fracturado en dos bandos irreconciliables: “Que el diccionario detenga las balas…”.
Así sea Sabina, así sea.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

La batidora






Una siente cuando la están mirando extraño, por eso bajé la vista para ver si tenía la bragueta abierta o zapatos de distinto color. Después de cerciorarme de que el escote de la blusa no daba picón, miré el reflejo de mi rostro en una tostadora para constatar que no estaba despeinada o tenía corrido el maquillaje, y aunque me hacía falta un poco de color, tampoco vi nada de que avergonzarme.
¡Entonces por qué rayos en la sección de electrodomésticos de la tienda Éxito todo el mundo me estaba mirando raro!
La parejita que parecía recién casada, tan tierna con sus franelas del Che Guevara “el y ella”, esos que ilusionados llenaban un carrito de artefactos, al verme agarrar una batidora se quedaron boquiabiertos y casi dejan caer al piso la tostiarepa. Quizás peco de paranoica, pero sentí que se reían de mi. La señora que no sabía qué plancha comprar, me miró con profunda lástima. Hasta la niñita que armaba una pataleta porque quería la licuadora de la línea “Mickey Mouse”, dejó de llorar para abrazar asustada a su mamá. Lo peor fue la cara de estupor del señor que se llevaba la televisora de plasma, que al ver mi futura batidora en el carrito, se le sintió un grito reprimido en el alma: “¡Pero bueno mija, en qué país crees que estás viviendo!”.
Si llevara un elefante rosado entre mis compras habría llamado menos la atención en el hipermercado de Terrazas del Ávila, sobre todo cuando dejé la nutrida sección electrodomésticos y llegué al escuálido departamento de alimentos con la batidora. Aún sin saber cuál era mi desliz, decidí obviar las miradas burlonas y apresurarme en terminar el objetivo de ese jueves en la tarde: las clases estaban por comenzar y a mis niños les gusta llevar ponqué en la lonchera. Me preguntaba cuántos mercados haría falta visitar para conseguir los ingredientes para preparar un sencillo ponqué.
Afortunadamente, harina de trigo había en Éxito, y también limón para rallarle un poco de cáscara a la mezcla. El problema empezó con los huevos: el ponqué lleva seis y en Éxito no había ni uno. No me preocupé, los buhoneros en la calle los venden. La margarina repostera se me había terminado, en Éxito sólo había con sal. Azúcar, ¿desde cuándo no hay azúcar en los mercados? Creo que en junio fue la última vez que llegó al abasto cerca de mi casa, y aunque mi mamá me regaló dos kilos de cumpleaños, no me queda lo suficiente para preparar un ponqué. Dicen que se consigue en Petare, que los buhoneros venden a 3 mil bolívares el paquete de a mil, que a veces la tienen en Mercal, y que quienes madrugan, con suerte, encuentran los preciados cristales blancos en los mercados de Chacao, Coche, Guaicaipuro y Quinta Crespo.
Y a pesar de que con los ingredientes conseguidos en Éxito no lograría preparar el ansiado ponqué, no di la tarde por perdida: como iluminados por una luz divina, encontré los dos últimos litros de leche que quedaban en el hipermercado. A lo mejor podría estrenar la batidora preparando un chantilly. En la casa tenía gelatina. Si tan sólo tuviera huevos y azúcar.
Fue en el momento de pagar, ante la mirada atónita de la cajera al cobrar el artefacto, cuando caí en cuenta de mi excentricidad, que no fue sino una combinación de ingenuidad, escapismo, rebeldía y fe, porque en esta Venezuela de estantes vacíos y de alimentos que no se encuentran por ningún lado ¿qué carrizo se puede preparar con una batidora?

domingo, 11 de noviembre de 2007

Cómo espantar a un escritor


















Luis Barrera Linares en su blog “La duda melódica” celebró la tertulia literaria cibernética donde las opiniones se confrontan con la libertad que da el anonimato, sin rigores académicos, y la única certeza “de nuestra convicción de lo que hemos leído”.

Esta tertulia se ha convertido en la crítica literaria emergente en Venezuela, sirviendo de promotor y catalizador no sólo de tantos autores nacionales que publicaron el año pasado, sino de eventos como la semana de la nueva narrativa urbana a la cual se le dio mayor importancia en Internet que en la prensa.

Lástima que la libertad que da el anonimato también sirve, en algunos casos, para tratar con desmedida saña a los escritores y sus obras; y aunque no salí tan mal parada cuando me tocó el turno de comparecer en el foro de Relectura por mi primera novela “El móvil del delito”(más allá de un “vieja peorra” y repetidos “ama de casa que se las da de lectora”), logré superar el trance gracias a “Spooky art: thoughts on writing” del veterano Norman Mailer, cuya traducción al español sería algo así como: “Cómo espantar a un escritor”.

Después de más de sesenta años en el oficio, el chico malo de las letras norteamericanas que ha tratado temas tan variopintos como sí mismo, la II Guerra Mundial, el Evangelio y Marilyn Monroe; en 2002, en vísperas de cumplir ochenta años, enfiló su musa a explicarle a las nuevas generaciones lo que significa dedicarse en cuerpo y alma a la dura vocación de narrar, advirtiéndoles que se preparen, la vida del novelista dista de ser un camino de pétalos de rosas.
Enfilar la musa quizás no sea el término apropiado, después de todo “Spooky art” no es uno de esos libros escritos de un solo tirón sino una recopilación de ensayos, entrevistas y pensamientos aislados que van desde la conveniencia de escribir en primera o tercera persona, hasta la perniciosa influencia de la televisión.

“Spooky art” no llega a la altura de libros como “Plotting and writing suspense fiction” de Patricia Highsmith, o “Mientras escribo” de Stephen King, pero Mailer, a pesar de su fama de autor pendenciero, toca un tema que Highsmith y King, más preocupados por la trama y la carpintería de la prosa, pasan por alto: la vulnerabilidad del escritor.

Se pregunta Mailer cuántas plumas excepcionales se habrán quedado en el tintero después de una decepción. Porque las decepciones en la vida del narrador suelen comenzar temprano, en los primeros talleres literarios, cuando leyendo nuestros textos ante un público crítico no son recibidos con entusiasmo y hasta pueden ser tratados con burlas despectivas, como le pasó a Mailer siendo alumno de un taller en Harvard. Nadie más cruel que un grupo de colegas en ciernes buscando fallas y puntos débiles por doquier.

Por eso para Mailer la principal virtud que debe tener un escritor es coraje. El coraje de seguir adelante. Pero ¿coraje ante qué? ¿Ante las críticas negativas? Ojalá fuera tan sencillo. Los monstruos con los que se topará el escritor comienzan con uno mismo, con esas debilidades de nuestro carácter que siempre aparecerán en lo que escribimos y que sólo algunos talentos logran volverlas a favor de eso que llaman estilo.

“El estilo hace la mitad de la novela”, afirma Mailer, el tema puede ser tonto, pero si una novela está bien escrita logrará sobrevivir durante años. Por eso para escribir además de talento hace falta esfuerzo, dedicación, ser un verdadero profesional, porque a un estilo propio sólo se le llega tras mucho ensayo y error.

Mailer, aún pasados los ochenta años, tiene una disciplina férrea de ocho a diez horas de trabajo, cuatro días a la semana, cuatro horas de escritura continua, y el resto del tiempo de corrección. Para lograrlo sin caer en la tentación de flojear, asegura Mailer, es necesario mandarle una orden al subconsciente, hasta en los días más grises de inspiración, que esto es un trabajo serio, un compromiso al que no se debe fallar. Cuando empezamos a encontrar excusas para no escribir, vamos rumbo a dejarnos vencer por el desánimo.

Comprende Mailer a los que se quedan por el camino: resulta aterrador estar solos, ante una página en blanco, todos los días, preguntándonos ¿de dónde vienen las palabras? ¿Regresarán mañana? A pesar del pánico, algunos persistirán en ir al encuentro de esas palabras mágicas que quizás llenarán un libro, que al ser publicado, en mayor o menor grado, será víctima de despiadadas críticas de las cuales el escritor no podrá defenderse.

No es fácil sobrevivir a la crítica negativa, pocos lo logran, sobre todo los jóvenes: son frágiles y suelen desistir. Tampoco es fácil sobrellevar la crítica entusiasta: “frente al escritorio no es bueno sentirse autocomplaciente”, recomienda Mailer, por eso no hay mejor juez de la obra de un escritor que si mismo, en eso se basa lo que él llama la “confianza profesional”: saber cuándo algo funciona y cuándo está de más. Cuándo un personaje está fallando y cuándo es coherente. Confiando en nuestra intuición y oficio, sabremos reconocer si una crítica es justa o si el que la hace sólo está lavando “sus medias sucias”.

Según Mailer uno de los monstruos más temibles a enfrentar es saber que la literatura (sobre todo la novela) jamás alcanza la perfección: por más grande que sea un talento, por más inmensa que sea una obra, siempre podría haber sido mejor. Hasta la buena lectura puede ser mala consejera, ¿cuántos aspirantes a escritores no se quedan estancados en una primera página por no sentirse dignos sucesores de Stendhal?

Por eso el principal consejo que el viejo zorro da a los jóvenes narradores más allá de ser sinceros con lo que quieren decir y seguir sus instintos, es que tengan coraje, coraje ante las críticas negativas pero acertadas, las injustas, las complacientes, la indiferencia, coraje ante la página en blanco, ante el temor a perder la inspiración, a no ser lo suficientemente buenos, a no ser comprendidos por nuestros contemporáneos, en pocas palabras, coraje ante el terror a fracasar en esta espinosa vocación.
Porque sin el debido coraje, no habría escrito ni Tolstoi.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

La pregunta que no tiene respuesta

La bandeja servida



























Fueron superadas las expectativas de Procura de la Parálisis y sus "Famosos en bandejas", casi doscientas bandejas se subastaron en la Galería Freites bajo el martillo de Pedro León Zapata y Clementina Mendoza. Yo quería la de Joaquín Sabina, pero no pudo ser. Vamos a ver quién será el valiente que sirva café en un Ángel Sánchez, en un Pancho Quilici, o sobre la arquería del rey Pelé.
GOTAS FRÍAS

El pasado 12 de octubre tuve la suerte de ser testigo del I desfile Latinoamericano en Madrid. Yo no fui, él me encontró. Deambulaba por la capital española cuando por casualidad desemboqué en el Paseo del Prado atestado de gente de todas las edades.
Al principio pensé que era una fiesta ecuatoriana ante la gran cantidad de banderas tricolores con escudo que ondeaban en el ambiente. Al preguntarle a un viejito qué se estaba celebrando, me contestó: “La presencia latinoamericana en España”.
Como mi presencia en Madrid no pasaría de cinco días, tomé fotos, ví desfilar unas carrozas, grité: “¡Viva Venezuela!” y seguí mi camino. Me fui con el gusto de sentir el orgullo hispanoamericano, mezclado con la felicidad de tantas familias que han encontrado en España una nueva patria que les brinda un presente mejor.
Al llegar al hotel, prendí la televisión: la fiesta seguía con el cantante colombiano Carlos Vives y sus vallenatos. Esa misma mañana había sido el desfile del ejército español, decenas de madres latinoamericanas vitoreaban a sus hijos soldados. Los locutores narraron ambos eventos con una emoción que no se molestaron en disimular.
Tras tanta concordia, de regreso a la díscola Caracas, resultó una verdadera gota fría ver en el noticiero las imágenes xenófobas de un zagaletón en el metro de Barcelona insultando y vejando a una adolescente ecuatoriana antes de patearla. Estas violentas imágenes coincidieron en la semana en la que ocurrieron en Caracas distintas agresiones hacia los estudiantes universitarios que quieren debatir sobre la Reforma Constitucional en Venezuela.
Sabía que la nariz rota del líder estudiantil Yon Goicochea quedaría impune, la violencia del oficialismo contra la oposición es considerada por la justicia actual como defensa popular ante la provocación golpista; pero me complacía pensar que el vándalo del metro catalán, después de haber sido filmado cometiendo semejante vileza contra una joven indefensa, mínimo unos meses de cárcel tendría que pagar. Por eso, doble gota fría me cayó al leer días después en la edición digital de El País, que el energúmeno está libre por tecnicismos leguleyos: a pesar del video que lo incrimina, como la muchacha no lo denunció el día del ataque, no hay prueba física de que resultó agredida.
Por leguyelismos uno está acostumbrado (aunque no conforme) a que más de un villano se salga con la suya, lo que es difícil entender es que en un foro como el del los lectores de El País, un diario “progre”, haya quienes justifiquen la libertad del agresor con argumentos tales como: “¿Dónde está la sangre? En el video no se ve”, “La ley es la ley”, “¿Y quién defiende al chico del perjuicio contra su imagen?”, “A ver si la chica fuera española se hubiera formado tanta bulla”. El único consuelo que resta a quienes nos es imposible justificar la violencia, es que si este tipo de agresiones quedan impunes, por lo menos hay testimonios irrefutables de que sucedieron.
Pero por cada grabación de un estudiante golpeado, de una adolescente pateada, cuántas agresiones no pasan por debajo de la mesa, y aunque estos testimonios queden filmados con la esperanza de que en un futuro escenas así no se vuelvan a repetir, qué impotencia sentir que en octubre de 2007 no hubo justicia que resarciera de la violencia ni a Yon Goicochea en la Venezuela en la que nació, ni a la chica ecuatoriana en la España que su familia eligió para vivir.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Famosos en bandejas

Una cuñita para los amigos de la Fundación ProCura de la Parálisis: este domingo se realizará en la Galería Freites en Las Mercedes la primera subasta de bandejas "de autor" para la cual donaron su talento no sólo destacados artistas plásticos nacionales, sino también creadores de otras tendencias.
152 bandejas serán subastadas a beneficio de esta noblísima causa que trabaja incansablemente, desde el año 1991, consiguiendo sillas de ruedas a quienes las necesitan.
Así que si tienen unos cobres guardados bajo el colchón y ya se aburrieron de la bandeja que les dejó la abuelita, no dejen de ir este domingo a las 11 de la mañana a la galería Freites, y quién quita que el próximo cafecito se lo servirán a los invitados en un Cruz Diez, en un Gustavo Dudamel o en un Carolina Herrera.

Prejuicios en el equipaje






Antes, cuando los venezolanos nos encontrábamos en el extranjero, aunque fuéramos unos perfectos desconocidos, siempre nos identificábamos con agrado, saludándonos y recordando con nostalgia el terruño al que esperábamos con ansia volver.
Ya no. Ahora, si unos venezolanos nos topamos en el exterior, al oír el acento inconfundible, preferimos esquivarnos la mirada, antes de vernos de reojo preguntándonos con recelo: " ¿Chavista?", " ¿escuálido?", " ¿oligarca?", " ¿boliburgués?".
Pensé que eran cosas mías, prejuicios políticos que llevo en el equipaje, hasta que, visitando a una amiga que tiene años viviendo en Madrid, me sorprendió cómo la muy camaleona transformó su acento de caraqueña rajada a madrileña de pura cepa cuando en una tienda en la Puerta del Sol donde ofrecían abanicos, peinetas y mantillas, entró un venezolano preguntando si también vendían maletas.
Quizás sea en extremo prejuicioso asociar la palabra maleta con oficialismo, pero el vendedor madrileño algo debió haber sentido en el ambiente porque mientras empaquetaba un abanico de regalo, después de haber mandado al "tío" de la maleta al Corte Inglés, comentó: "Que la habéis puesto en Venezuela con ese Presidente que se piensa quedar mandando para siempre ¿Y ahora cómo vais a hacer?".
La pregunta de las 64.000 pesetas.
Al día siguiente, en un hotel pijo en la calle Velásquez, en el desayuno me sentaron al lado de una mesa de venezolanos. Eran dos parejas.
Apenas alcancé a detallar a una de mis compatriotas que iba trajeada de azul turquesa, con zapatos de goma y cachucha del mismo color.
Tenía más pinta de turista en Orlando que de la Madrid otoñal. De visitante del Magic Kingdom que del Reina Sofía.
Debía esperarles un día largo, porque la mujer, bastante pasadita de kilos, no perdonaba ni una de las delicias ibéricas del buffet, ni el jamón de bellota, ni el queso manchego, ni esos manjares que en nuestro país se han vuelto exquisiteces: leche, huevos y azúcar.
Decidí dejar mis prejuicios, ignorar a mis vecinos de mesa y seguir leyendo la prensa española con referencias diarias a Venezuela. Las noticias de la semana habían sido la revolución de las Hummer y el whisky, los peligros de la reforma constitucional, y de cómo a Alejandro Sanz lo dejaron sin cantar en Caracas por sus comentarios críticos al gobierno de Chávez. Comentarios hechos hace más de tres años y que hoy le vetaban el uso del Poliedro.
En esas estaba, leyendo en el diario El País cómo al cantante español lo dejaron con el corazón part ío cuando me di cuenta en carne propia de que los prejuicios no sólo son de la oposición contra el boliburgués, ni del chavismo contra los cantantes a los que les gusta opinar de política, sino también contra los lectores de prensa que ni hemos abierto la boca, porque cuando estaba enfrascada en la noticia de Sanz, mis hasta entonces discretos vecinos de mesa, empezaron a hablar en voz alta como para que los oyera: "Bien hecho que a Alejandro Sanz no le presten el Poliedro, para que aprenda a respetar. ¿En qué país del mundo dejan cantar a un artista que critica el gobierno donde va a cantar?".
Cerré el periódico y apuré el cortado, lo último que buscaba en Madrid era una discusión política. Pero no quise irme sin darle a mis paisanos una sincera recomendación.
"Si van por la Puerta del Sol, no dejen de ir a comprar abanicos".

Pequeños seres









En el año 2001, cuando se les pidió a varios intelectuales que hicieran una lista con las mejores novelas venezolanas contemporáneas, Los pequeños seres de Salvador Garmendia quedó entre las 10 grandes del siglo XX. En mayo de ese año murió Garmendia a los 73 años de edad. ¿Llegaría a saber que su primera novela publicada en 1959 era considerada imprescindible? Me pregunto si ese detalle, tan de concurso de belleza, le habría importado.
Conocí a Garmendia un atardecer del año 2000 cuando nos convocaron en un café Nelson Rivera y Sara Maneiro para el relanzamiento de Papel Literario.
Yo, nueva en estas lides, me sentía cohibida al verme sentada entre Antonio López Ortega, Jorge Rodríguez (el ahora vicepresidente) y el gran Salvador Garmendia.
Salvador, como lo anunciaba su nombre, me hizo sentir de inmediato en familia hablándome de sus hijos, de nuestro amigo Boris Izaguirre y de cómo le gustaba buscar a otros Salvadores Garmendia por Internet. Por lo cariñoso que fue con esta tímida desconocida, podría jurar que el genial escritor nunca dejó de identificarse con esos pequeños seres que de forma tan precisa describió en su novela.
Dicen que Los pequeños seres es nuestra primera novela urbana contemporánea, que retrata el caos del alma que sufrimos los habitantes de las ciudades modernas; que Mateo Martán, el aturdido protagonista, es el antihéroe por excelencia, de esos que por más que luchen contra las vicisitudes del destino lo que hace es hundirse más en ellas. Pero la lectura de Los pequeños seres en este siglo XXI en el que la desesperanza se ha instalado en el alma de tantos caraqueños, más que a Mateo Martán me remonta a sus nietos, porque ese oficinista del año 59, que un día amanece preguntándose para qué estamos aquí, por qué vivir esta vida en la que las alegrías se diluyen en la mezquina rutina, ese Mateo Martán que tiene techo, quince y último asegurado, en una Venezuela recién salida de una dictadura, ese pequeño ser de la clase media urbana que se vuelve más insecto que Gregorio Sanz, hoy le parecería a sus nietos un privilegiado.
Leemos sobre Mateo Martán hundiéndose en ese abismo existencial de hormiga trabajadora que no sabe para qué vive, si vale la pena seguir, hacia dónde lleva el día a día, y pensamos qué habrá sido de la vida de Antonio, su hijo adolescente, tan oliendo a futuro, si habrá heredado el fatalismo de su padre, si también fue de quince y último garantizado y una desazón que no se quita. Y nos preguntamos qué será de sus nietos, ¿cuántas veces habrán sido víctimas del hampa? ¿Emigrarían a Miami o a Madrid? ¿Serán de los que piensan que esta V República es una pesadilla? ¿O de los que marchan con boinas rojas defendiendo el sueño revolucionario? ¿Dónde están los nietos de Martán? Esos pequeños seres del siglo XXI cuya rutina es sufrir la desidia de una ciudad cayéndose a pedazos, del tráfico infernal, la Virgen del Carmen me saque del camino de los malandros, hay un niño con la mano extendida en cada esquina, no se consigue leche, el queso Paisa desapareció, no sé cómo voy a hacer para llegar a fin de mes...
Si los pequeños seres del nuevo milenio logran sobrevivir en este infierno llamado Caracas, al toparse con la foto del abuelo Mateo, por más cara de atormentado oficinista que tenga, sin duda exclamarán: " ¡Y él que creía que su vida era de perros!".