sábado, 29 de diciembre de 2007

Personaje del año 2007


No sólo la popularidad de Hugo Chávez se notó capa caída en el referendo consultivo para una Reforma Constitucional hecha a su medida, sino también en el corazoncito idealista de los gringos: este año el presidente de Venezuela salió ubicado en la lista de los personajes del 2007 de la revista Time entre David Chase, autor de la exitosa serie de HBO Los Sopranos, y Miley Cyrus, cantante adolescente protagonista de Hanna Montana del canal Disney.
El líder del Socialismo del siglo XXI que en el año 2006 fue fuerte contrincante a ser el personaje del año del semanario que en Diciembre hace un reconocimiento a quienes moldean la opinión pública (para bien o para mal), quedó este año por detrás de los monjes rebeldes contra el régimen militar en la antigua Birmania; Barry Bonds, record jonronero acusado del uso de esteroides; Judo Apatow, productor de películas como Virgen a los 40 años; Weslley Autry, quien arriesgó su vida para salvar a un joven que cayó en los rieles del Metro; y Billian, el muñeco de nieve virtual que desde You Tube siembra conciencia sobre el calentamiento global.
¡Detrás de un muñeco de nieve! ¿quién lo diría? Que aquel romántico personaje llamado Hugo Chávez Frías considerado por los lectores del Time en el año 2006 como el líder más carismático del mundo, tan sólo 365 días después, a pesar de sus generosos descuentos petroleros, en diciembre de 2007 es descrito en la página web del Time como una caricatura de sí mismo: “regordete y fanfarrón, el hombre fuerte de Venezuela parecería un personaje salido de una comedia de Woody Allen de no ser por sus vastas reservas petroleras…”. Descripción en extremo ruda del media darling de los lectores del Time el año pasado.
Pero si el Time decidió que el personaje del 2006 no podía ser ni un político ni un famoso sino nosotros, los hombres y mujeres que no seremos noticia pero que tenemos poder gracias a la capacidad de adaptarnos a los cambios tecnológicos; en el 2007 el personaje del año fue el presidente ruso Vladimir Putin, quien al igual que el presidente Chávez, le planteó a su pueblo una Reforma que le daría más poder del que ya tenía, pero a diferencia del primer mandatario venezolano, su propuesta ganó las elecciones. Aunque dado el ventajismo del que dicen se aprovecha el presidente ruso, muchos dudan de la autenticidad de su triunfo. La nota del Time que anunció a Putin como el personaje del 2007 fue titulada: “Ha nacido un zar”.
Dos personajes menos controversiales quedaron como finalistas del reconocimiento mediático a Putin: Al Gore, premio Nobel de la Paz compartido por su campaña contra el calentamiento global, y J.K. Rowlings, autora de las aventuras de Harry Potter. Por detrás del presidente venezolano estaban Hillary Clinton y Barack Obama, es probable que uno de ellos sea el personaje del año 2008, bien sea por ser la primera mujer presidenta en los Estados Unidos, o el primer presidente afroamericano. Cualquiera que sustituya al aborrecido George W. Bush en la Casa Blanca (supuesto Némesis del presidente venezolano), sin duda opacará aún más el brillo mediático del “hombre fuerte” de Venezuela.
Y aunque cuando escribo estás líneas todavía Consuelo, Clara y Emmanuel no han sido liberados por la FARC, ojalá que el año 2008 empiece como termina el 2007 y le devuelva la alegría a tantos hogares latinoamericanos que esperan de regreso a un familiar secuestrado.

martes, 18 de diciembre de 2007

Buscando Sazón



Recién llegada de la luna de miel y profundamente enamorada, Elvira decidió que el regalo que le daría a su adorado marido en sus primeras navidades de casados sería unas deliciosas hallacas caraqueñas. Sólo había un pequeño inconveniente: ¿cómo tomaría su madre, tan carupanera de alma, que su única hija la traicionara en la tradición gastronómica más importante de toda familia venezolana?
Por eso esperó el momento preciso, un atardecer viendo el Ávila mientras madre e hija conversaban de sueños, proyectos y de lo feliz que se sentía Elvira en su matrimonio, antes de soltarle el bombazo de que esta Navidad no seguiría su estirpe culinaria sino el exigente paladar de su marido.
A la pobre señora le subió la tensión y cayó postrada en un sofá: “Me estás matando hija mía: cien años de tradición navideña desde que la primera mujer de la familia desembarcó en Carúpano agregándole pasión corsa al guiso de las hallacas, y tú, desarraigada, vas a cambiar el picante de nuestra sazón oriental por el sabor dulzón de las hallacas occidentales. Dime en dónde fallé para que escupas de esta manera sobre las tumbas de tus ancestros. ¡Hallacas dulces! ¡Buajjj!”
Elvira, a pesar del drama, no se dejó convencer, ni siquiera por esos consejos de sabiduría materna a los que nunca les falta razón: “Hija, los hombres son animales de costumbre, hay que entrenarles el paladar, sobre todo cuando están recién casados que son mansitos y todo les sabe bien”.
Una semana después de este pequeño melodrama doméstico, una mañana Elvira se presentó puntual en casa de su suegra para hacer hallacas. En el enorme zaguán de la vieja casona se reunieron cuñadas, la abuela, la tata, la tía soltera, la tía divorciada, la prima monja, y Elvira, como nuevo miembro de la familia, se vio relegada a ser la última de las ayudantes de cocina. Ya el guiso estaba preparado desde el día anterior, la abuela, General en Jefe, dudando de la longevidad de los matrimonios modernos, le aseguró: “Muchas cucharas ponen el caldo piche”.
Lo importante, la sazón, Elvira ese año no la iba a aprender, quizás con la llegada del primer bebé, pero para eso faltaba mucho.
Rápidamente se distribuyeron las tareas y a la joven nuera le correspondió limpiar las hojas de plátano, seleccionar las fajas, lavar los trastos, servir refrescos, cargar pesadas ollas, preparar sandiwches, correr al abasto si se acababa algo; pero no se fiaron de ella ni siquiera para poner las pasitas y las aceitunas, mucho menos para envolver y amarrar, y cuando acalorada se le ocurrió preguntar: “¿Dónde están las cervecitas?”- su suegra le dijo con firmeza mientras amarraba una hallaca: “ Las mujeres de esta familia no toman alcohol cuando cocinan” .
Elvira, de tanto añorar a su mamá, sin que nadie la viera abrió la botella de vino La Sagrada Familia que tenían guardada para endulzar el guiso, y se la tomó como si fuera un refresco. Borrachita, pero liberada, se disculpó ante su familia política y corrió a la falda materna a llorar: “Ni un ají picante, ni una alcaparrita, nada, mamita, nada”.
Dos días después, cuando Elvira orgullosa le sirvió hallacas a su marido, el muy consentido, después de probarlas, desilusionado exclamó: “¡Qué lástima la receta de la abuela! Menos mal que este año no quedaron tan dulces... les faltó algo. ¡Y yo que estaba soñando con las picanticas de tu mamá!” .
Elvira, una mujer nueva estas navidades, buscó un frasco de picante jalapeño que había comprado en un bazar, y lo vertió encima de la hallaca de su amado.



Publicado en El Nacional, el sábado 20 de diciembre de 2003
Ilustración: Rogelio Chovet.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Benditos por el sol



Cuando los venezolanos viajamos nos cuesta acostumbrarnos a los cambios de luz de otras latitudes. A principios de otoño nos sorprende cómo a las 8 de la mañana, digamos, en París, la Ciudad Luz está en tinieblas y el sol no termina de salir. Tampoco es fácil adaptarnos a las largas noches de invierno a fines de octubre cuando los europeos atrasan el reloj una hora. La mañana no tarda tanto en llegar, pero la tarde se hace corta: antes de las 5, hora en la que los niños venezolanos juegan fútbol, en la Ciudad Luz ya es de noche. Sin olvidar el horario de verano, que para ahorrar energía, vuelven a adelantar el reloj, y si a las 8.30 p.m. en Venezuela cenamos con la luna y las estrellas, en tantas partes del mundo, a esa misma hora, está atardeciendo.
Y aunque no conozco el paisaje boreal más allá de la película Imsomnia de Christopher Nolan, recordando cómo el policía interpretado por Al Pacino se vuelve loco por la encandilante luz del verano de Alaska (Noruega, en la versión original), es imposible para un ciudadano del trópico imaginar lugares donde en invierno el sol se asoma tenue sólo por unas horas, y en verano, la noche no termina de llegar.
Por eso es difícil entender, con tantas necesidades que tenemos en este país de clima perfecto, bendecido por el siempre oportuno sol, cuál era la urgencia del Gobierno de atrasar 30 minutos la hora legal en Venezuela, cuando aquí amanecía, dependiendo de la época del año y la zona del país, alrededor de las 6, 6.30 a.m., y rara vez oscurecía más allá de las 7 p.m. Como dirían las abuelas: “¡Ganas de estar inventando!”.
Versiones hay varias, desde la del Ministro de Educación que asegura que esa media hora de atraso del reloj servirá – sobre todo en esta época del año cuando amanece más tarde- para que nuestros niños se beneficien de despertarse con el sol; hasta las supersticiosas que dicen que el nuevo huso horario tan caprichoso de 4.30 horas de diferencia con respecto al meridiano de Greenwich, se debe a que atraviesa una zona del oriente donde hay una energía babalao muy poderosa.
La verdad es que muchos caraqueños comprobamos esta semana que no es lo mismo esperar el autobús escolar en penumbras, que hacerlo a la luz del día. Lástima que ese ratito de luz en la mañana que el Estado le ofrece a los niños, significa media hora en la tarde que les está quitando. Y en diciembre, que oscurece más temprano, esa media hora se hace sentir: a las 5.30 ya es de noche. Cómo no preguntarse qué le convendrá más a nuestros niños: ¿despertarse durante todo el año con el sol, o media hora más de luz en las tardes para practicar deportes o jugar al aire libre con sus amigos?
Aparte de la certeza que dentro de seis meses el sol y los pajaritos nos levantarán a muchos a deshora, también nos preguntamos si en esta media hora menos de luz en la tarde, momento más activo para los niños que la madrugada, la mayoría de los chamos la aprovecharán para hacer sus tareas o para enchufarse a los videos juegos y a la televisión… si acaso no se consumirá más electricidad en los hogares venezolanos… dónde queda la conciencia del calentamiento global.
Pero sobre todo, ante la noticia que 237 menores fueron asesinados los últimos 12 meses en Venezuela, no es baladí preguntar: ¿cuándo se tomarán medidas que le garanticen a nuestros niños protección contra una amenaza más terrible que tener que madrugar antes de que salga el sol?

viernes, 14 de diciembre de 2007

La indómita carrucha veloz








Cuando Camila comentó con cierta indiferencia que en su colegio se realizaría una competencia de carruchas, su padre emocionado proclamó: “Ya ganamos porque a mí en materia de carruchas no hay quien me supere”.

La sola mención de la palabra carrucha hizo que se le removiera la infancia al fanático de mi marido. Mis hijas se prepararon resignadas para escuchar por enésima vez de labios de su padre como los tiempos de antes, cuando se jugaba libremente por las calles de El Paraíso, eran mejores que los tiempos de ahora en que los niños están obligados a vivir encerrados entre las cuatro paredes de un apartamento.

Un concurso de carruchas. Por fin uno de los sueños de mi marido se iba a hacer realidad: ¡sería propietario de una escudería!
Esa noche no durmió estudiando las estrictas reglas del concurso: la carrucha no debía exceder de un metro de largo, cincuenta centímetros de ancho y cuarenta centímetros de altura. Los pilotos debían ser alumnos entre primer y tercer grado del colegio. Sólo un pequeño obstáculo lo atormentaba: la alumna entre primer y tercer grado de nuestra familia, Camila, había heredado el espíritu deportivo de su madre y desde un principio participó: “Yo ni de broma me monto en una carrucha”.

Su padre no se molestó en convencerla, tantos años de afición a la Fórmula Uno le habían enseñado que sin un buen piloto, no hay máquina que valga.

Al día siguiente, Camila llegó con una solución: “Joanna se ofrece como piloto de nuestra escudería”.

La vimos con cierto escepticismo, su amiga Joanna es harina sacada de su mismo costal. Sin embargo, era nuestra única alternativa, así que aunque con reservas, ya teníamos a nuestro piloto, sólo nos faltaba la máquina.

Después de un viaje a la ferretería, mi marido se encerró en el maletero todo el fin de semana y sólo lo vimos cuando subía al apartamento a buscar los más curiosos materiales: una cuerda de saltar, patines viejos, un retazo de tela. El domingo por la mañana, con ojeras y barba de dos días, subió para anunciar a la familia que el bólido estaba listo. Rápidamente nos pusimos las batas y las pantuflas, cargamos al bebé, y las niñas y yo nos preparamos para ser deslumbradas por la imponente máquina: “cierren los ojos, con cuidado, pasen, tataaán, les presento a ¡Hi-yo Silver!”.

¡Qué decepción! La máquina que le costó dos noches de desvelo al jefe de nuestra escudería -una tabla vertical, en sus extremos dos tablas horizontales con unas rueditas- era una simple y vulgar... carrucha.

“No la miren así” comprendió el genio de la aeródinamica la incomprensión familiar: “Escondido entre la sencillez de sus líneas está un portento que sobrepasará la velocidad del sonido”.

Nos reunimos esa misma tarde con nuestra piloto y su familia en la bajada del colegio escogida como circuito. Ellos no se habían querido quedar atrás y también confeccionaron una carrucha. Sería manejada por el pequeño Jonathan de siete años y medio -un año menor que su hermana Joanna-, quien ya tenía rato practicando en la elegante nave de fórmica blanca construída por su papá.
Joanna, al ver la máquina que le tocaba pilotear, no pudo evitar un gesto de desdén, la que hizo su padre era más bonita. Se alistó en el rústico asiento del que sería su carro, y con una sonrisa que pronto se transformaría en mueca de terror, se dejó deslizar por la empinada bajada. A los pocos segundos salió disparada del asiento, y viéndose las rodillas raspadas, entre lágrimas juró que más nunca se montaría en una máquina de esas.

Nos habíamos quedado sin piloto.

Gallardo como pocos, Jonathan se ofreció a suplantar a su hermana, quería demostrar de una vez por todas que a pesar de Milka Duno, el automovilismo seguía siendo cosa de hombres. Acostumbrado a la estabilidad de la carrucha de su padre, Jonathan duró menos que su hermana montado en nuestra raudo vehículo. Asustado, pero decidido, se volvió a montar en la bestia mecánica dispuesto a domarla. A los pocos metros volvió a rodar.

Mi marido tenía que salvar el honor de su máquina: “Ella no es peligrosa, es que hay que saber manejarla” y regresando treinta años atrás, se montó en su carrucha y nos dio una clase de cómo se era feliz siendo niño, a principios de los años 70.

Viendo lo lejos que podía llegar nuestra carrucha en comparación con la suya, Jonathan accedió a ser nuestro piloto pero se negaba a montarse en la máquina antes de que la escudería hiciera unos mínimos ajustes de seguridad. La semana de la competencia, decenas de jóvenes pilotos aprovechaban las tardes y las noches para practicar con sus padres y sus carruchas la mejor ruta a seguir, mientras que nuestro mecánico se dedicaba a hacer los ajustes necesarios para que ¡Hi-Yo Silver! resultara vencedora. Craso error, se concentró en la máquina y olvidó al conductor.

La mañana de la competencia, 62 carruchas hacían fila para someterse al escrutinio de estrictos jueces quienes vigilaban que no se pasaran de las medidas reglamentarias. Doce carruchas fueron descalificadas, cincuenta carruchas entraron en competencia, entre ellas ¡Hi-yo Silver! No era una carrera, el primer premio se lo llevaría la carrucha que llegara más lejos. Cada escudería tenía derecho a dos lanzadas de su máquina y se podía cambiar de piloto. Un piloto podía participar en varias escuderías.

Nuestra carrucha era la última en concursar. Jonathan primero probó suerte con la carrucha de su padre sin llegar más allá de unos metros, su carrocería era demasiado pesada. Cuando le tocó montar ¡Hi-yo Silver!, ya se había olvidado del trauma de la semana anterior y estaba contagiado por la euforia de los demás participantes. Se montó en la carrucha, se ajustó el casco, esperó a que le dieran la orden de partida, y en la curva maldita se volvió a caer.
Ahora sí habíamos perdido a nuestro piloto definitivamente, ningún poder humano haría que Jonathan se montara de nuevo en nuestra indómita carrucha veloz.

En medio de la desesperación vimos al pequeño Pedro, de segundo grado, cabizbajo porque la carrucha que iba a pilotear había sido descalificada porque su tamaño sobrepasaba los límites reglamentados. Un niño sin carrucha y una carrucha sin niño. Mientras esperaban a que las otras 49 carruchas concursantes hicieran su segundo recorrido, mi marido trató de darle al joven Pedro un curso intensivo de cómo se maneja una carrucha veloz. Quizás pecamos de ilusos, uno no le da a un piloto novato a manejar un carro de fórmula uno, el valiente Pedro cayó en la misma curva que sus compañeros. ¡Hi-yo Silver! había quedado descalificada.

La carrucha ganadora del evento fue “Guacamóvil” piloteada por un alumno de tercer grado: Alan, una especie de reencarnación de Ayrton Senna Da Silva. Triunfó el piloto más que la máquina. Pero al final de la competencia los organizadores del evento tenían preparada una sorpresa: la competencia de padres. ¡Esta era la oportunidad de demostrar el potencial de la mejor máquina conducida por un experto piloto! Uno a uno se fueron lanzando los niños treintones con las carruchas de sus hijos. Cuando por fin le tocó el turno a ¡Hi -yo Silver! demostrar cuan lejos podía llegar, debí haber sospechado que algo extraño iba a pasar porque mi marido se despidió de mí con un beso: “Cuida a los niños que quizás vaya a tardar un poco en regresar” y se impulsó por la bajada con tal fuerza que temí que se iba a caer en la curva, pero no, la logró sortear y siguió rodando hasta pasar al público, y siguió rodando hasta salir del colegio, y siguió rodando hasta llegar a la autopista, y siguió rodando hasta Puerto Ordaz, y siguió rodando y lo último que supe de él es que vieron a un hombre feliz, en una indómita carrucha veloz, atravesando la frontera de Brasil a Paraguay.

(Crónica publicada en la sección: Juego de Palabras en El Nacional en enero de 2002).

domingo, 2 de diciembre de 2007

Crónica de una jornada angustiante













La actitud de Mario Silva cuando salió La Hojilla a las once de la noche lo decía todo: en lugar de vejar, de humillar, de burlarse del enemigo, de todo aquel que no cree en el proyecto de Hugo Chávez hasta el 2050; tenía a un invitado gris. Hablaban de política como cualquier programa de opinión. Mientras tanto, en Globovisión, las caras eran sonrientes, caras de triunfo, caras de por fin ganamos una; pero a primera hora de la madrugada el optimismo se estaba evaporando. Un mensaje de texto corría de celular en celular: “El rey Juan Carlos manda a preguntar: ¡coño, por qué no hablas!” y nada que aparecía Tibisay Lucena con el primer boletín.
En Aporrea ya estaban cantando el triunfo del Sí y por las cámaras de VTV se veía cómo el balcón del pueblo se comenzaba a llenar.¡Morrocoy volteado!
El día había sido largo, pero por las llamadas y los mensajes de celular, era fácil darse cuenta de que en la madrugada del 3 de diciembre nadie se iría a dormir sin saber en qué país amaneceríamos.
Al principio todo era desesperanza para ambos lados: las mesas de votaciones estabas vacías. Voté más rápido que en las Municipales. Sólo una señora por delante. Los mensajes de texto corrían instando a votar. Antes del final de la tarde, la prensa extranjera daba como ganador al Sí. Pero quién leía bien, podía darse cuenta de que la información venía de fuentes ligadas al gobierno.
El boca a boca de la oposición al Referendo Constitucional esa tarde fue derrotista, mensajes iban y venían, pocos con esperanza del triunfo del NO. Mensajes triunfalistas de los amigos chavistas exigían que asumiéramos galantemente la derrota. ¡Por mí! Estoy tan acostumbrada a las derrotas de mi opción electoral como a no ver a los Tiburones de la Guaira en la final.
Pero al pasar por enfrente de mi centro de votación supe que la ola de rumores no era acertada: estudiantes se agolpaban a las puertas del liceo Jesús Enrique Lossada en El Pedregal de Chapellín con cara de alegría, finalizado el escrutinio, la opción del No le había ganado a la opción del Sí por seis puntos. La abstención era del cuarenta por ciento. Decía un estudiante que la abstención no fue sólo la del eterno indiferente, sino la del chavista al que no le gustaba la Reforma Constitucional, pero tampoco quería votar contra Chávez.
En el liceo Jesús Enrique Lossada los resultados suelen ser idénticos al del CNE. Por eso nunca dejé de votar. Si el No había ganado en Chapellín, la fe volvía a mí: ¿Sería posible que la opción del No triunfara a nivel nacional? ¿Qué este año los Tiburones de la Guaira por fin lleguen a la final?
La noche fue larga y bipolar, se pasó de la euforia a la depresión y otra vez a la euforia. Casi a las dos de la madrugada, al fin, Tibisay Lucena dio al No a la Reforma Constitucional como ganador en un supuesto final de fotografía, minutos después, en cadena nacional, el presidente Chávez aceptó la derrota de su proyecto del Socialismo del Siglo XXI, eso sí, “por ahora”.
La oposición estaba demasiado agotada emocionalmente para celebrar.