lunes, 11 de abril de 2016

Un lunes cualquiera en la actual Venezuela


Esta mañana fue una mañana como cualquier otra en la actual Venezuela: el café tuve que tomarlo sin leche porque leche #nohay (debo darme con una piedra en los dientes porque por lo menos tengo café y un poquito de azúcar). Tomo mi guayoyo mientras leo en El Nacional un nuevo episodio de cómo  en la Venezuela de Maduro, quienes hemos porfiado en seguir aquí, vivimos en uno de los países más miserables del mundo. 
El capítulo del día es la falta de tratamiento para controlar el Mal de Parkinson, denuncia que hace la periodista Isayen Hernández aprovechando que ayer fue el Día Internacional de esta enfermedad degenerativa que suele atacar a los ancianos, pero no discrimina: pacientes que apenas pasan la treintena también son diagnosticados con este mal neurológico que combina rigidez con espasmos incontrolables. 
Como tantas otras enfermedades crónicas, a los afectados de Parkinson -que según el artículo en nuestro país hoy suman 30 mil- en la Venezuela de Maduro les está costando Dios y su ayuda encontrar los medicamentos necesarios para combatirla, medicamentos que si bien no darán una cura a su mal, son imprescindibles para contenerlo el mayor tiempo posible. 
Los pacientes de Parkinson con medios económicos a un alto costo logran importarlos, pero quienes no tienen dólares para hacerlo, sus familiares deben zanquear farmacias y redes sociales hasta lograrlo, muchas veces siendo necesario cambiar de tratamiento por uno menos efectivo, pero con suerte más fácil de conseguir.  
Cuánta impotencia que se nos esté volviendo normal los llamados desesperados de quienes buscan en las redes sociales medicinas para sus ancianos padres, tan normal como los llamados desesperados para conseguir los tratamientos para pacientes de cáncer. Pero no por volverse normal deja de ser  indignante vivir en un país donde el Gobierno parece incapaz de resolver la grave crisis de salud que enfrenta desde hace ya suficiente tiempo como para hacerla prioridad en su agenda, y haberla resuelto.  
También se nos ha vuelto normal que frente a la mayoría de los mercados venezolanos casi siempre haya cola para entrar para conseguir cualquier artículo regulado. Esta mañana en Los Campitos de Campo Alegre la cola era porque llegó salsa de tomate de una marca tan tapa amarilla como las que buscaba el joven protagonista para su madre, fiel comunista cuyo corazón no podría soportar enterarse de que había caído el Muro de Berlín mientras ella estuvo en coma. El precio 317 bolívares. También había llegado mayonesa tapa amarilla, pero no tuve la suerte de que alcanzara para llevarme un frasco. 
Y eso que en Los Campitos a quienes íbamos a hacer un mercado mayor nos dejaban entrar sin necesidad de hacer cola, la cola era para quienes estaban solo para comprar esa salsa "a base de tomates", de la que dejaban llevar un máximo de dos frascos por cliente. Yo había ido a Los Campitos con la esperanza de conseguir carne, pero el buen carnicero me aconsejó no llevármela porque estaba dura: "Usted me la compra y seguro regresa mañana para devolverla", así que solo llevé carne molida, muslos de pollo, algo de legumbres, y dos frascos de salsa tomate tapa amarilla. 
De salida me topé con una conmoción a las puertas del Seniat, el joven diputado Miguel Pizarro, acompañado de unos cuantos viejitos, aspiraba hacerle llegar al Director del Seniat, José David Cabello, una carta con la solicitud de audiencia para exponerle la Ley de Bono de Alimentación y Medicamentos para Jubilados y Pensionados aprobada el 30 de marzo en la Asamblea Nacional. 
En esta Venezuela de Maduro también quienes nos gobiernan quieren hacernos parecer normal que el Gobierno Central, imponiendo un Tribunal Supremo de Justicia nombrado a su medida, ignore  descaradamente cualquier iniciativa o ley de una Asamblea Nacional en la que hoy son mayoría los diputados de la oposición.
Los empleados del Seniat, a quienes también les tocará hacer cola cuando llega papel higiénico o arroz en el mercado a pocos metros de su oficina, pienso que seguirían órdenes, o quizás me equivoco y sentirían que hacen patria negándole acceso a la oficina pública de Administración de Aduanera y Tributaria, al joven diputado y a la decena de viejitos que lo acompañaban. 
Llegaron las cámaras de televisión, llegó la Guardia Nacional, se acabó la salsa de tomate tapa amarilla, se acabó la cola frente al mercado, y a Pizarro y los viejitos les cerraron en sus narices la reja blanca del Seniat. El diputado trataba de apelar conciencias, gritaba ante la reja cerrada algo así como: "¡Cómo pueden dormir en la noche sabiendo lo que está sucediendo en su país, que el pueblo está pasando hambre y muriendo por falta de medicamentos, mientras sus jefes hacen fortunas!".
Del otro lado de la puerta alguien responde: "¡Porqué mejor no hablas del diputado Julio Borges y sus cuentas secretas en Panamá!". 
Esa era la única respuesta disponible, y de ella los funcionarios públicos no salieron. 
Al diputado Pizarro ni siquiera le recibieron su carta solicitando una audiencia para tratar sobre el financiamiento para aumentar los beneficios de alimentación y salud a los pensionados, la única respuesta que obtuvo, a gritos a reja cerrada era en relación a que el nombre del diputado Borges se asomó en el escándalo de los Panama Papers. 
Dos personas que solo estaban en el Centro Comercial Mata de Coco para comprar salsa de tomate, entablaron la típica discusión política a la que también nos hemos acostumbrado los venezolanos. Un hombre defendía lo que queda de la revolución, hablaba algo de la historia, de cómo el puntofijismo había arruinado al país y ahora la oposición pretendía borrar la historia.  Hablaba tantas tonterías que nadie le hacía caso hasta que una humilde señora se le volteó y lo enfrentó: "No hable tanta zoquetada, que ese diputado que está luchando a favor de los pensionados, cuando llegó el chavismo al poder, apenas sería un muchachito. Lo que si le aseguro, porque en cambio yo no nací ayer, es que nunca en nuestro país se moría la gente por falta de medicinas como está pasando ahorita". 
El señor rojo no supo que contestar, en el manual del buen revolucionario faltan muchas respuestas, así que yo me fui sin carne pero con mis dos salsas de tomate a casa, después les cuento qué tal. Mientras tanto, ahí les dejo el documento subversivo que al diputado Pizarro -de 28 años- no le quisieron recibir. 


martes, 5 de abril de 2016

Bíblica Semana Santa en Margarita

                                                           

                                                           1- Hágase la luz (y el agua)

Muchos cancelaron sus vacaciones cuando en las redes sociales comenzaron a difundir súplicas desde Margarita que por favor nos abstuviéramos de visitarla esta Semana Santa. La isla es una cápsula más del desastre de país en el que hoy vivimos, y estos primeros meses del 2016 a la corrupción y desidia política, se le suma una sequía espantosa que tiene a Venezuela al borde del colapso eléctrico. Me contaba una señora en la lenta cola de Sigo Market - los puntos de ventas estaban caídos-, que en la isla más allá de un par de dispersos chaparrones, no llueve desde diciembre, y eso se nota en el árido paisaje. El hermoso túnel natural saliendo del aeropuerto estaba chamuscado como si le hubieran prendido fuego. 
Los días previos a Semana Santa el racionamiento de agua en Margarita apenas daba para sus habitantes, temían que la insoportable situación empeoraría con la carga adicional del turismo propio de la época, sin contar la escasez de alimentos, productos básicos y medicinas que caracteriza a Venezuela en tiempos de Maduro. 
En cuanto a escasez no encontré la isla ni peor ni mejor que Caracas. La mayoría de los navegados que nos atrevimos a visitar Margarita esta Semana Santa a pesar de las apocalípticas advertencias, llegamos con papel higiénico, jabón de baño y otros artículos difíciles de encontrar no solo en la isla, sino en cualquier lado de Venezuela. 
En cuanto al abastecimiento en mi experiencia este año estuvo mejor que el año pasado por esta época, fue fácil dar con productos que en el año 2015 eran difíciles de encontrar como carne y pollo - ya que subieron de precio-, café se conseguía el "de lujo", pasta solo la importada, refrescos máximo dos botellones por compra, cervezas Zulia y Polar Light (pero había que llevar el vacío de botellas). 
El pescado en la isla en Semana Santa nunca falla, en Pampatar subió a cuatro mil bolívares el kilo de pargo, dos mil bolívares el de Dorado y mil trescientos el de Cazón; agua de coco a ochocientos bolívares la botella, huevos solo se consiguen a orillas de la carretera a precio de mercado negro.
Ni leche, ni azúcar, ni arroz, ni harina Pan; as usual
Llegamos confiados de que en nuestro condominio de Guacuco no suele haber problemas de agua porque cuenta con una planta desalinizadora que se surte de un aledaño pozo de agua de mar, y aunque había conciencia de la sequía que, como el resto de Venezuela, atraviesa la isla, el agua no nos llegó a faltar, a diferencia de otros hoteles, posadas y condominios, donde no era exageración que cargaban en tobos con el agua de las piscinas para bajar las pocetas. 
Mi sobrina -que llegó con un grupo de amigos a Cimarrón- me contó que en el condominio próximo a Playa Parguito les llegaba agua por dos horas tres veces al día. Otros no tuvieron esa suerte, a una amiga la llamaron de la posada en Playa El Agua donde se alojaría para cancelar la reservación puesto que estaban sin agua. Los camiones de agua fueron parte del paisaje esta Semana Santa en la isla.
Disfrutando de unos espectaculares días de playa llegaban reportes desde Caracas de la gris atmósfera de calina (o calima como algunos prefieren decir) que no dejaba siquiera ver el Ávila. En Margarita la Semana Santa 2016 el cielo estuvo azul, sin una nube, la brisa fresca. En los días que estuvimos, no cayó una gota de agua. En mi privilegiada posición de vacacionista en Terrazas de Guacuco, el agua solo me llegó a faltar el último día, y fue en el aeropuerto Santiago Mariño a punto de regresar a Caracas, donde antes de entrar en el baño me topé con un enorme pipote de basura lleno de agua, adentro un pote vacío de helado Efe con la instrucción: "agua para bajar el W.C" .
A tan sola media hora de vuelo, preferí esperar a llegar a Maiquetía. 


                                             2-  El nuevo paraíso terrenal (casi).

Desde que el año pasado mandaron a demoler los quioscos instalados desde hace años en Playa El Agua, a pesar de que lo lamento por los comerciantes que perdieron sus negocios, hay que reconocer que esta hermosa playa se convirtió en un edén, no tanto porque hoy sea más bonita con el paisaje sembrado de cocoteros en lugar de edificaciones construidas a la machimberra, sino por la paz que se siente hasta en temporada alta como Semana Santa. 
La rumba grande, esa estilo Sodoma y Gomorra de derroche etílico y ruido ensordecedor, se mudó a Playa Parguito, opción de los jóvenes que para su felicidad, los padres evitamos como la peste.
Debe ser que me estoy poniendo vieja, yo que tanto disfruté en los años 80 cuando Margarita era una fiesta en quioscos como El Rendezvous a ritmo de Juan Luis Guerra y 4.40, hoy me confieso feliz de que se acabó la mega rumba en Playa El Agua, porque la guerra de minitecas a lo largo de la playa en una competencia de en cual quiosco sonaba la música más alto y tenía el mejor flow, se había vuelto insoportable para quienes de la playa lo que más valoramos es la comunión con la naturaleza y el sonido del mar. 
Tampoco es que Playa El Agua se convirtiera en un espacio cien por ciento libre de changa y regatón, nunca faltan los vecinos de toldo que sacan sus cornetas Bosé último modelo para imponer distintos gustos musicales que suelen variar desde Chino y Nacho, hasta Ricardo Arjona. El gusto musical parece guardar estrecha relación con el volumen con el que buscan imponerlo en su entorno. Como un perro que orina marcando territorio. Solo que el recuerdo de los decibeles y la vibración que solían caracterizar a los antiguos quioscos de Playa El Agua, hacen que el Picky, Picky, Picky; que mana de las cornetas Bosé del toldo vecino suene a La Flauta Mágica. 

                                             3- La serpiente que no tentó ni a Eva ni a Adán

Hace veinte años, cuando mis hijas mayores eran bebés, yo le tenía más miedo a los alacranes que a los malandros. Aunque ya había inseguridad en Venezuela, entonces se oían más cuentos de alacranes mortales que de robos con fatalidades. Por eso previo a cada viaje a Margarita donde toparnos con uno o dos alancracitos era lo usual, iba a la Facultad de Farmacia de la Universidad Central de Venezuela en busca de suero antiescorpiónico porque en la isla no se conseguía. Afortunadamente no fue necesario usarlo, los alacranes en Margarita, que dicen los expertos no ser de los peligrosos, solo le clavaron su ponzoña a mi papá, sin consecuencias. 
 Los años pasan y los temores cambian, hoy le tengo pavor a los malandros en cambio hace tiempo que no voy a buscar suero antiescorpiónico a la UCV,  quizás por eso esa plácida mañana de un martes de Semana Santa no entré en pánico al escuchar los alaridos de mi marido: "¡Coño! ¡Coño! ¡Coño!".
Un malandro no podía ser porque ya lo habría hecho callar de un culatazo, pensé que se había encontrado con un alacrán en el baño, qué cagueta, pero tras el sexto ¡Coño! pensé que para entonces el alacrán ya debió haber sido cazado, algo peor estaría sucediendo, así que no me quedó más remedio que dejar mi libro a un lado y pararme del chinchorro para ver qué tipo de animalejo se le habría aparecido al padre de mis hijos. 
Y yo que estaba preparada para enfrentarme a un alacrán, quizás un alacrán un poco más grande de lo usual, lo que no estaba preparada era para encontrarme en el espejo del baño con una enorme culebra verde.  
"¡Hasta que llegaste, coño! Quédate cuidándola para que no se escape mientras encuentro algo con que cazarla".
Ni que nos hubiéramos casado ayer, ¿acaso soy del tipo de mujer que se quedaría encerrada en un diminuto baño cuidando que una culebra no se escape? Cualquiera que me conoce sabe que no formo parte del ejército de las mujeres valientes de Venezuela. Sin hacer caso de las instrucciones del cazador, corrí al cuarto de mis hijas -que se habían despertado con los gritos- a cobrarles aquellas peregrinaciones a la Facultad de Farmacia de la UCV para encontrar suero antiescorpiónico: 
"Ocúpense con su papá de cazar la culebra que su mamá está indispuesta".
Como ellas si saben el tipo de mujer que las parió, no les quedó más remedio que levantarse de la cama a ayudar a su papá, mientras  mamá escondida bajo sábanas ordenaba a gritos cual Lady Macbeth tropical: "¡Llamen a un jardinero del condominio, les apuesto que caza a esa bicha en dos segundos!".
Pero macho que se respeta no llama a un jardinero para que cace una culebra por él: "¡No llamen a nadie que yo no soy una mamita!", y así a las muchachitas a las que tanto protegí en su infancia del peligro de un alacrán, quedaron cuidando a la vil serpiente en el diminuto baño mientras su padre buscaba armamento de cacería que resultó un tobo y una escoba. 
 Los "¡Coño!" no cesaron, el cazador al acecho iba describiendo el periplo de la serpiente: "¡Coño! Se está enredando en los cepillos de dientes, ¡coño se encaramó en la puerta...!".
Mi gran preocupación era que no le fuera a caer a palazos y romper el espejo del baño que lo último que necesitamos viviendo en este país, es el bono de "siete años de mala suerte".
Hasta que una de mis hijas decidió hacerme caso, logró escapar del inepto equipo de cazadores y llamar a un jardinero del condominio quien en cuestión de segundos, tocó la culebra con el palo de escoba, la hizo caer en el tobo, y la sacó de la casa. 
Viendo al reptil que el jardinero identificó como una "verdegallo" no venenosa pero sí agresiva: "Da latigazos con la cola cuando se siente en peligro", pensé que qué suerte que la culebra se le apareció al valiente pero fallido cazador, porque a esta princesa devaluada sentándose adormecida para hacer pipí, se le aparece esta amiga, las historias de la serpiente, la sequía y la rumba playera no habrían llegado a intensidades, no por morir cual Cleopatra ante el veneno de una áspid, sino porque de que me daba un infarto, me daba.