miércoles, 25 de mayo de 2011

Vicisitudes de una madre de dos niños con lechina

Cuando Camila nació hace 20 años, la vacuna contra la Lechina todavía no había llegado a Venezuela, entonces seguían siendo comunes los brotes de esta eruptiva, ninguna mamá se daba mala vida por ellos, mas bien agradecíamos que a los niños les diera pequeños porque la también llamada Varicela, en adultos se podía complicar y hasta ser mortal, sin contar las terribles consecuencias para el bebé si a la madre le daba durante el embarazo.
Por eso me alegré cuando a Camila le dio a los 5 años: unas cuantas ronchas por el cuerpo, fiebre que no pasó de 38 y medio, abundante caladryl, y listo, en menos de una semana estaba de regreso en el preescolar.
Recuerdo que cuando ya se le había quitado el malestar pero todavía le quedaban ronchas activas, algunas mamás trajeron a sus niños a jugar a casa para que se les pegara, pero Camila la lechina no se la contagió ni a su hermana Isabel, que entonces tenía 2 años.
15 años después, el ya no tan pequeño Ozzie de vacaciones en Margarita, inapetente, tras dos días con fiebre creyéndolo insolado, se levantó la franela para enseñarme su espalda llena de postulas: "Me pica".
 Lo llevamos a la emergencia de la clínica frente a Rattan Plaza donde ni siquiera lo dejaron entrar no fuera a desatar una epidemia, porque solo con verle la cara el Médico Residente le diagnosticó en la sala de espera "varicela". El doctor recomendó reposo, mucho líquido, acetaminofén para bajar la fiebre, que no se rascara, y evitar el sol como si fuera un vampiro: "Y váyanse de aquí que esta es una enfermedad sumamente contagiosa, hasta respirándole al lado se pega".
En Margarita post-Semana Santa fue difícil conseguir acetaminofén pediátrico, hubo que recorrer varias farmacias, y ni soñar caladryl. La atormentada criatura no podía evitar rascarse, como resultado se le infectaron varias ronchas en los brazos y la espalda, las tenía rojas e hirviendo. De regreso en Caracas, su pediatra le recetó antibiótico local y tomado. En total el niño perdió dos semanas de clases.
En pleno año 2011 la gran pregunta era ¿por qué a los 11 años Ozzie no estaba vacunado contra la lechina? Hasta su pediatra se extrañó, él desde hace tiempo la tenía en el esquema de vacunas, pero por alguna razón a Ozzie esa vacuna se le escapó.
Quizás porque tras pasar Camila una lechina tan leve sin contagiar a su hermanita, yo había optado por no vacunar a sus hermanos mientras fueran niños, ya se comenzaba a hablar en 1996 de la vacuna de la varicela en Venezuela, pero era casi experimental, poco se sabía de ella, se decía que su efecto duraba 10 años y no garantizaba inmunidad contra la eruptiva, solo aseguraba que de dar, daría más leve, y por eso mejor que a las niñas les diera lechina pequeñas porque si les daba en estado, por más leve que fuera, representaba un riesgo para el bebé. Y así con el tiempo, lo dejé pasar.
Sabiendo que la lechina en la adolescencia también podía complicarse, me hice la firme promesa tras el lechinón sufrido por Ozzie, que llevaría a mi hija del medio a vacunar apenas fuera posible, pero dos semanas exactas después de que el paciente 0 de la familia cayera enfermo, Isabel a sus casi 17 años llegó del colegio un viernes en la tarde prendida en fiebre, brotándose dos días después.
A Isa se le llenó de ronchas la cara, como un ataque violento de acné, pero sabiendo que las consecuencias de rascarse serían quedar marcada de por vida, aguantó estoica la piquiña mientras su mamá zanqueaba farmacias buscando Caladryl para aliviarla, loción que en Caracas tampoco fue posible conseguir.
A falta de Caladryl, buenas son las recetas caseras como untar a la enferma de leche de magnesia, pero el viejo remedio contra la acidez está tan desaparecido en Venezuela como el caladryl. Pretendí bañarla con harina de avena, pero harina de avena #nohay. Casi apelo a la caña brava que según la señora María le quitó la picazón de la lechina a todos sus nietos, decidí irme por un método más tradicional: Maizena Americana de Alfonzo Rivas & Cia. Si en Venezuela nos faltara la maizena americana, ahí si tendríamos que emigrar.
Siguiendo una receta que encontré en Internet, llené la tina del baño (suerte que había agua en mi edificio) y poniéndole unas cucharaditas de maicena al agua tibia, mientras le duró la picazón, Isa se dio 2 baños cortos al día para refrescarse mientras el almidón cumplía la misión de cicatrizar. Además del acetaminofén para bajar la fiebre, y el aciclovir para que el virus atacara lo más leve posible, llamé a la dermatóloga para que a la adolescente no le quedaran marcas en la cara. Recomendó tres cremas: "compra la que encuentres que no se consigue ninguna".
Conseguí una de Aveeno en Farmatodo.
Como se cuidó de no rascarse, a Isa no se le infectaron las ronchas como a su hermano, y diez días después de los primeros síntomas, ya estaba presentando examen de francés. Las marcas apenas se le ven.
Sin duda pudo haber sido peor pero también pude evitar estas dos lechinas de haber tenido la precaución de vacunar a mis hijos, porque en un país donde no se consigue ni leche de magnesia ni caladryl, por lo menos la vacuna contra la varicela no escasea.
Cuando pensaba que salí de esta, que ya mis tres hijos habían quedado inmunizados contra la varicela, el otro día hablando con mi madre se me ocurrió insistir: "¿Estás segura de que a mi me dio?".
"Segura, segura, no estoy, sé que a tus hermanos mayores les dio, e imagino que a ti también, pero no te preocupes, después de pasar tres semanas atendiendo enfermos de lechina, ya te habría dado, ¿o no?".
Siento cómo los gangleos en el cuello comienzan a inflamarse.

viernes, 20 de mayo de 2011

La guitarra de Shakira


Reflejo del estado de crispación en el que vivimos los venezolanos fue la que se armó por el regalo de la guitarra de Shakira. Para quienes no estén al tanto del caso, hace algunos días el ministro de Comunicación e Información de la República Bolivariana de Venezuela, Andrés Izarra, agradecía vía Twitter a la cantante colombiana por regalarle una guitarra con su firma al presidente Chávez.
No habían pasado segundos del agradecimiento público cuando la pajarera se llenó de insultos contra la artista, se le llamó de arrastrada para arriba. La verdadera Latin-American Idol, que días antes había llenado el estacionamiento de la Universidad Simón Bolívar, súbitamente se convirtió en persona non-grata para media Venezuela.
Un día después de armado el zaperoco, como dirían en lenguaje twitero venezolano, Shakira preguntó ante la prensa: "#quesjeso", asegurando que ella no le había mandado ninguna guitarra a Chávez. Resulta que en su visita a Caracas los organizadores del concierto (Evenpro) le dieron un par de guitarras pidiéndole que las firmara para hacer relaciones públicas. Dice ella que no se le especificó los destinatarios, pero hoy ya todos sabemos para quién era una de estas guitarras rosadas semejante a la de Jossie y las pussycats.
La raya le correspondía a Evenpro.
El ministro Izarra, que el pendejo lo tiene bien lejos, agradeció públicamente el regalo presidencial de Shakira para picar a la oposición, su manera de hacerla saltar como un alacrán para derramar veneno. Y muchos cayeron en la trampa de la intolerancia. Nos hemos vuelto predecibles.
Este es el segundo caso de un escándalo por una guitarra autografíada que recuerdo. Hace algunos años, poco antes de morir George Harrison, su oncólogo le pidió que le firmara una guitarra para su hijo adolescente. La familia del compositor de While my guitar gently weeps se sintió tan indignada por lo que les pareció una falta de ética profesional, aprovecharse de un moribundo famoso, que demandó al médico por una alta suma de dinero.
Este cuento me pareció insólito no por el médico sino por la familia de George Harrison, mira que venir a demandar a la persona a quien le habían puesto los últimos días del Beatle a su cargo, ¿acaso un médico no puede ser un fan enamorado? Y si erró al pedir un autógrafo, si pecó de humano, ¿su falta de juicio vale perder su licencia profesional y una demanda millonaria?
Quizás porque nunca aprendí a tocar guitarra, me cuesta entender la alharaca sobre una guitarra firmada, para mi una guitarra es un instrumento hermoso, jamás se me ocurriría rayarla ni por el mismísimo Dios Eric Clapton. La verdad es que hasta hace relativamente poco no sabía que esta era una práctica común, me enteré hace unos años cuando el gran Simón Díaz visitó el colegio de mis niños. Fue una mañana en la que se reunió a todos los alumnos de la escuela en el auditorio, el tío Simón tocó su cuatro para los niños, y los niños tocaron sus cuatros para él. Al final del evento, los mini-fans hacían cola emocionados para que uno de los más grandes músicos populares venezolanos les firmara sus cuatros.
Por eso pienso que si lo que dicen es cierto, si es verdad que la guitarra de Shakira hoy está en manos de la pre-adolescente Rosa Inés, bien por ella.

miércoles, 18 de mayo de 2011

El método Griswold para visitar el Louvre

Una de las escenas de película más divertida que recuerdo es cuando en "National Lampoon's European Vacation" (1985) los Griswold visitan el Museo del Louvre en París. Clark y Ellen Griswold y sus hijos adolescentes, Rusty y Audrey, son una típica familia clase media norteamericana, quienes en un programa de concursos de TV ganan un viaje a Europa al estilo tour de quinceañeras, no más de dos noches por ciudad.
Con tan apretada agenda, luego de visitar diversos monumentos en París, los Griswold finalmente llegan al Louvre cuando el museo está a punto de cerrar. Tienen 15 minutos para recorrer el palacio de 60,600 metros cuadrados que alberga más de 35 mil obras abarcando desde la Pre-Historia hasta el Siglo XIX.
"No problem" dice el padre de familia interpretado por el genial Chevy Chase "Let's hurry!!!".
Más que una visita a un museo el recorrido de los Griswold por el palacio cuyos orígenes datan del siglo XII, parece un rally donde lo importante no es el deleite ante lo que se ve, sino el saberse ahí.
25 años después de reír ante la hazaña de los Griswold, de visita al Louvre en octubre 2010 me doy cuenta que no fue ninguna hazaña, la mayoría de los 15 mil visitantes diarios al museo más importante del mundo (8.5 millones en el año 2010) siguen el recorrido Griswold, quizás no les tomará 15 minutos, pero de los 35 mil objetos en exhibición, muchos solo aspiran a ver aquellas obras emblemáticas, y con la facilidad de la cámara digital, posar al lado de ellas, como coleccionando barajitas para un álbum en facebook.


La primera de estas obras emblemáticas del Louvre, aquella que recibe en la escalera de la entrada principal, es "La Victoria de Samotracia". Contaba mi abuela Margot que Carlos Villanueva, en su primer viaje a París de recién casados donde el arquitecto venezolano se crió, insistió en llevarla al Louvre para que su joven esposa conociera el museo no con ojos de turista apenas interesada en la Mona Lisa: "Eso no es el Louvre". Deteniéndola ante la famosa estatua alada del período Helénico que data del año 190 A.C., le dijo :"De esto se trata el Louvre".
Aunque Marinetti en su Manifiesto Futurista asegurara: "Un automóvil de carreras es más hermoso que la Victoria de Samotracia".


A pocos metros, escalera arriba, ante la multitud de hombres, mujeres y niños cual torre de Babel agolpados en una sala, se llega a la obra más popular de la Historia del Arte: "La Gioconda" de Leonardo Da Vinci, mejor conocida como la Mona Lisa. Para llegar a ella hay que pasar frente a otros lienzos de Da Vinci como "La Virgen de las Rocas" y "La virgen y el Niño con Santa Ana"; obras hasta más bellas pero ni con un tercio de admiradores que la doña de la misteriosa sonrisa.


En cambio el ala de arte español donde comparten Goya y Velazquez no entra en el objetivo de los ávidos cazadores digitales del Louvre, quizás estarán esperando para retratarse frente a obras de estos artistas cuando vayan a Madrid y visiten el Museo del Prado, pero en París se puede buscar emular al gran Goya sin que una ola de turistas incomode para posar frente al retrato de monsieur Guillemardet.



Quedando el Louvre en Francia era de esperar que entre las alas más visitadas del museo esté la del movimiento romántico francés, las maestras de escuela se sirven de gigantescos lienzos como "La Coronación de Napoleón" del artista Jean-Louis David para dar clases de Historia a les enfants, así como los niños venezolanos aprendimos sobre el suplicio de Francisco De Miranda viendo en la Galería de Arte Nacional: "Miranda en la carraca" de Arturo Michelena.


Hay quienes aprovechan estas clases para recibir un curso rápido sobre alguna obra en particular, como por ejemplo ante el gigantesco lienzo La balsa de Medusa de Gérome Géricault, que plasma un escándalo que afectó a la re-instaurada monarquía francesa en el siglo XIX cuando tras el naufragio del barco Medusa se culpó a la incompetencia del capitán por la muerte de 147 de las 163 personas a bordo. Los 15 sobrevivientes en la balsa que muestra el cuadro de Géricault reflejan la desesperación, el delirio y hasta el canibalismo de pasar a la deriva 13 días en el mar. Cuento delicioso para el morbo infantil.

Sin embargo lo que buscan la mayoría de los turistas no es la historia tras el cuadro, ni sus méritos estéticos, ni su importancia histórica, lo que se anhela mirando la cámara digital al decir: "cheese!" es el recuerdo que testimonie que se estuvo ahí, coleccionando imágenes ya no para pasarlas en diapositivas ante un grupo de amigos, sino para montarlas en Facebook: se posa frente al gran lienzo, sonríe, déjame ver cómo quedé, download, y listo, ya podemos regresar a las tediosas vidas en las tediosas ciudades donde a los museos nacionales, rara vez se nos ocurre visitar.

lunes, 16 de mayo de 2011

Lecturas Semana Santa 2011

 Mi criterio de lectura en Margarita es sencillo: para el avión llevo un libro pequeño, que quepa en la cartera, y que eventualmente lo puedan disfrutar mis padres o hermanos al encontrarlo en la biblioteca de la casa de la playa.
Por eso esta Semana Santa 2011 llevé "Juliet, Naked" de Nick Hornby, escritor inglés cuyo principal tema son los púberes eternos, hombres que rozando la cuarentena se comportan como adolescentes.
Quienes no hayan leído las novelas de Hornby puede que conozcan sus personajes por las adaptaciones fílmicas de About a Boy (Hugh Grant), High Fidelity (John Cusack) y Fever Pitch (Jimmy Fallon); muchachones incapaces de mantener una relación adulta, con alguna obsesión bien sea por la afición deportiva, equipos electrónicos o el rock.
En el caso de "Juliet, Naked" son dos los eternos púberes, el primero en aparecer es Duncan, habitante de un pueblo costero de Inglaterra quien tras 15 años de relación con Annie, esta se da cuenta de que el verdadero amor de su pareja es Tucker Crowe, estrella de Rock norteamericana cuyo retiro de la música es caldo de leyendas de Internet, leyendas que Duncan se toma con la seriedad de un estudioso de las Santas Escrituras.
Tucker también es un hombre emocionalmente estancado, padre de varios hijos con quienes no tiene relación filial, el menor, Jackson, es su tabla de salvación, por el pequeño se ha convertido en un "soccer dad", lo que parece llenarlo más que estar escribiendo canciones a las que una cuerda de locos encuentra más significado del que tuvo al componerlas.
"Juliet, Naked" es el título del último LP de Tucker antes de desaparecer de la vida pública, sus fans tienen años sin saber del artista, y Tucker, ahora un sesentón anodino, cómodamente ha dejado creer que su greñudo vecino es la elusiva estrella de Rock.
No es la mejor novela de Hornby "Juliet, Naked", pero es divertido este enredo del estudioso de la obra del artista que en realidad no ha entendido nada, y de cómo la imagen pública de un ídolo suele ser puras pamplinas.
Otra novela breve que llevé a Margarita fue "Esperando a Robert Capa" de la escritora española Susana Fortes, obra ganadora del premio Fernando Lara, historia novelada que más que contar la vida del atractivo fotógrafo húngaro que logró captar con su lente la "Muerte de un Miliciano", es la historia de su amante alemana, la fotógrafo de guerra Gerda Taro.
Hace un par de años leí la biografía de Capa de Richard Whelan que narra los mismos acontecimientos que Fortes nos presenta bajo la subjetividad de la obra literaria, quizás por eso esta novela no me terminó de entusiasmar, precisamente porque de lo mismo de lo que se lamenta la voz narrativa, que un personaje tan interesante como Gerta fuera eclipsado por su famoso novio hasta el punto que algunas de sus fotografías son asumidas como de Capa, se vuelva a eclipsar hasta con el título y la portada de la obra de ficción.
Otro de mis criterios para lectura vacacional es llevar en la maleta novelas densas para achinchorrarse. En Semana Santa 2011 opté por una que tiene más de 20 años de publicada, comprada hace 5 en su versión de bolsillo: "Los pilares de la tierra" del escritor inglés Ken Follet. Hasta ahora la había evitado no tanto por esnobismo anti-bestseller, sino porque con más de 1400 páginas, es un verdadero  compromiso de tiempo y lectura.
Habría seguido postergándola de no ser porque me prestaron la miniserie de Starz producida por los hermanos Ridley y Tony Scott, y quería leer la novela antes de verla.
No me entusiasma el boom de novelas históricas medievales, me aburre, pero en el caso de "Los pilares de la tierra" por algo sigue siendo un éxito en ventas tras 20 años de publicada. Narra la obsesión de un par de hombres, un abad y un constructor, por hacer una Catedral en un pueblo ficticio en la anárquica Inglaterra del siglo XII.
Ken Follet es un escritor de oficio, a pesar de la extensión, esta novela es lo que en inglés se llama un "page turner", no pierde en ningún momento el interés del lector, ni deja suelto ningún cabo de la ventena de personajes que comparten un periplo de más de 50 años entre el incendio de la humilde abadía de Kingsbridge hasta que a la Catedral la dan por terminada.


Quizás por haberla visto inmediatamente después de leer la novela, no me gustó la miniserie canadiense-alemana producida por los hermanos Scott, es una versión libre de la novela, sin duda de espectacular ambientación y escenografía, como era de esperarse con semejantes productores, pero encontré a sus personajes unidimensionales, se recurre al efectismo dramático como el incesto y la flagelación para suplantar lo que hace que la obra de Follet haya sobrevivido tantos años: tan solo una historia bien contada.

lunes, 9 de mayo de 2011

Nuestra normalidad

Muy triste leer las declaraciones de los compañeros de Ruzbeh Ahmadi, estudiante alemán de intercambio en la UCAB que murió en una balacera en Chichiriviche. Lisa Schwitz, David Sommer  y Melroy Philogene contaban a El Nacional lo bien que el grupo de universitarios alemanes la estaba pasando en Venezuela, enamorados del clima, de su gente, de sus paisajes… tanto, que se les hacía difícil la idea de saber que en julio terminaba la estadía y regresarían a Alemania.
Pero la noche del Sábado de Gloria, Ruzbeh, de 26 años,  de visita en la costa falconiana compartió el cruel destino de cientos de jóvenes venezolanos: una bala fortuita acabó con su vida, haciendo también trizas lo que resta de las de su madre viuda y su único hermano.
Desconsolado, Sommer admite que los estudiantes alemanes sabían de la inseguridad que vivimos en Venezuela, pero ellos “tomaban precauciones”. Tarde se dieron cuenta que ante la violencia no hay precauciones que valgan.  Tras el fatal fin de su compañero, el grupo de estudiantes regresó a la seguridad teutona, lamentándose por los amigos que hicieron aquí. Se pregunta Schiwtz: “cómo harán tantos jóvenes venezolanos que no tienen para dónde irse”.
Este mismo desasosiego de saberse en un país donde la suerte  depende de no toparse con Juanito Alimaña, afecta a los padres venezolanos que no pueden con la angustia cada vez que sus hijos salen de casa: “por favor llama, repórtate, ten cuidado”.
Ante el terror que sean víctimas de la violencia muchos venezolanos de segunda generación mandan a sus muchachos a vivir a casa de familiares en el exterior, bien sea Colombia, España o los Estados Unidos. Algunos buenos estudiantes con cierto apoyo económico, y los deportistas destacados, tienen la posibilidad de optar por becas en universidades foráneas. Pero son una ínfima minoría, y lo que es más curioso, he sabido de varios casos de chicos exiliados por la angustia de sus padres que no se adaptaron a vivir lejos por las mismas razones que Ruzbeh, David, Lisa y Melroy se sentían tan felices en Venezuela: porque creen que las compensaciones de vivir en un país como el nuestro, a pesar de la inseguridad, valen la pena el riesgo. Tan solo hay que saber cuidarse.
Basta imaginar a cualquier muchacho venezolano, recién salido de bachillerato, acostumbrado a la playa, a los amigos, a la calidez de la familia, con la confianza de saberse en su país; sintiéndose extranjero, bajo varios pies de nieve, extrañando la comida casera, una parrillita Imagínense a esos pobres muchachos viendo a los amigos por Facebook, añorando el clima, a la novia (o), a la familia. Porque el miedo a la violencia, los secuestro Express, las balaceras, no suele aparecer en las redes sociales juveniles, y se diluye con la distancia.
La realidad que no se ve en Facebook es que la violencia no deja de ser una constante en la actual Venezuela,  tanto en los barrios como en las urbanizaciones. Pareciera que nuestros muchachos ya están inoculados a vivir a su merced, es parte de su normalidad, quizás porque no conocen otra realidad.
Elías Jaua declaró: “No deja de sorprender como se ha naturalizado el crimen y el asesinato…”, claro, el Vicepresidente se refería a la muerte de Osama Bin Laden, nuestra normalidad, la espada de Damocles de la violencia a la que están acostumbrados a vivir los jóvenes venezolanos, esas son exageraciones mediáticas.

Artículo publicado en El Nacional el sábado 7 de mayo de 2011

martes, 3 de mayo de 2011

Adiós a LEA y a la Librería Centro Plaza


Continúa el Tsunami cultural: por twitter nos enteramos que cerraron las librerías Centro Plaza y LEA. No se aclaran las razones, lo que está claro es que a los caraqueños ya no nos van a alcanzar los dedos de las manos para contar las librerías que han bajado la Santa María los últimos meses: Punto y Coma, Lectura, Estudios, la librería del edificio Letonia, Centro Plaza y Lea de Mata de Coco.
Hace poco le comenté a una amiga que quizás en el cierre de Lectura influyó que en Chacaíto había muchas librerías. Me refutó con el ejemplo del Centro Plaza, donde desde hace años convivían cordialmente además de la librería que hasta la semana pasada llevaba el nombre del centro comercial, Noctua, Templo Interno, y una librería americana.
Y digo cordialmente porque me consta que cuando algún cliente llega preguntando por un libro que no tienen en cualquiera de estas librerías, los libreros los remiten a las librerías vecinas.
La librería Centro Plaza era la más antigua del Centro Comercial cuyos inicios viví estudiando en el  colegio Santiago León de Caracas en La Floresta. En bachillerato me escapaba con los amigos a almorzar al recién inaugurado Centro Plaza y de vez en cuando pasábamos por la librería que poco cambió en el transcurso de los años.
No quiero ni contar hace cuanto tiempo de eso, pero para darles una idea, entonces el libro de moda era una novela sensacionalista titulada algo así como "Pregúntale a Alicia" que trataba sobre una quinceañera que muere tras una intensa afición a las drogas. Lo traté de comprar pero se negaron a vendérmelo por no ser lectura adecuada para adolescentes.
Años después le comenté a uno de los dueños -lamento no recordar el nombre- que en su librería fui por primera vez víctima de la censura. Rió ante le anécdota asegurándome que en la actual administración lo único censurable era la censura.
Otra librería en cerrar cuya historia se remonta a mi prehistoria es LEA, no recuerdo la vida sin ella, en el Centro Comercial Mata de Coco en San Marino (y durante algún tiempo también en Chuao), la señora Oteyza abrió hace casi 50 años esta librería que desde hace años ha estado a cargo de su hija Isabel.
Generaciones de caraqueños se abastecieron en LEA de útiles escolares mientras sus mamás salían con alguna novela de moda, un álbum de fotografías, o un libro de regalo para una fiesta infantil. Cuántas veces llegué del colegio diciéndole a mi mamá: "Necesito ir a Lea porque se me acabó el cuaderno de lengua", puede que el mismo número de veces que alguno de mis hijos me pidió: "Llévame a Lea que me hace falta un juego de escuadras". Las listas de útiles escolares de principio de año de muchos colegios caraqueños se abastecían gracias a LEA, una librería tranquila la mayor parte del año que en septiembre se volvía un zafarrancho de muchachos y mamás.
Del cierre de LEA también supe por twitter pero no me tomó por sorpresa, hace un par de meses me llamaron para que fuera a cobrar los libros de "Margot en dos tiempos" que había dejado en consignación, por diversos motivos el futuro de Lea era incierto, y querían dejar las cuentas claras. No quiero ni contar el número de librerías que han cerrado sin pagarme libros en consignación.
Esta semana el futuro incierto de LEA se hizo certeza, cerró. Hoy en la mañana fui al supermercado Los Campitos en Mata de Coco, una excusa, lo que quería era despedirme de la librería de mi infancia. En la puerta de vidrio un cartel decía "cerrado", en otro cartel pegado en la vitrina se leía: "Este local se vende o alquila". Mientras le tomaba a la fachada una foto con el celular ya pensando dedicarle una intensidad, entró un señor y me di cuenta que la puerta no estaba con llave. Me acerqué y tras la vidriera vi a Isa, Valentina, Lourdes, Rosa; haciendo inventario.
Debí entrar y despedirme, pero no tuve coraje para hacerlo, con el cierre de la librería Lea, como con el de Punto y Comas, Lectura, Estudios, Centro Plaza, se cierran capítulos tanto emocionales como culturales de la historia de Caracas, y fiel a evitar intensidades, prefiero no llorar en público.

lunes, 2 de mayo de 2011

Consecuencias de viajar con un ramillete de plumas de pavo real

Viajar a Margarita, aunque sea en avión de línea, un vuelo que debería durar media hora, suele terminar siendo una travesía. A pesar de que el avión de Laser salió puntual, cuando vi embarcando a una señora con un ramillete de plumas de pavo real, supe de inmediato que esta Semana Santa 2011 no sería la excepción.
"No se puede ser tan supersticiosa", pensé 30 minutos después cuando el avión se preparaba para aterrizar en el aeropuerto Santiago Mariño. No había terminado de admitir que viajar con el pavoso ramillete no trajo consecuencias cuando próximos a abordar la pista, el avión dio un subidón.
Se sintió en la cabina un general "WTF?", preguntándonos qué habría pasado para que el piloto abortara el aterrizaje.
A los pocos minutos el Comandante explicó que se acababa de accidentar una avioneta en la pista del aeropuerto, y mientras se resolvía el percance habría que dar un par de vueltas alrededor de la isla. Si no la movían para entonces, sería necesario regresar a Maiquetía a abastecer el avión de combustible.
Con un ramillete de plumas de pavo real a bordo, por supuesto que regresamos a Maiquetía, sin posibilidad de bajar del avión, prohibido utilizar celulares, ni siquiera se podía ir al baño, cada vez que algún rebelde se paraba gimiendo: "¡Me hago, me hago!", la estricta azafata hacía uso del micrófono para recordarle a los señores pasajeros no abandonar sus asientos. No dio permiso ni siquiera cuando volvimos a despegar, quizás para evitar una estampida.
Total, el vuelo que dura media hora, terminó durando casi dos, y más de uno con la vejiga reventada.

A pesar de que ya no estábamos bajo el influjo del ramillete de plumas de Pavo Real, dos semanas después el regreso a Caracas no fue mejor: al pequeño Ozzie le dio lechina dos días antes de volver a casa y como era de esperarse, no lo dejaron montar en el avión.
"Podrá hacerlo cuando se le quiten las ronchas, de 5 a 15 días", dijo el médico que lo vio en el aeropuerto, "pero así no lo podemos dejar subir, se puede ir en ferry o en avión privado".
No había derecho a pataleo, el funcionario tenía razón, la lechina (o varicela) es contagiosa, un peligro para las mujeres embarazadas y adultos con problemas inmunológicos.
Perder el vuelo original el viernes no nos preocupó, había pasado la temporada alta, el colegio de los chamos da una semana más de vacaciones en Semana Santa, el tío con avioneta llevaría al niño a Caracas y no habría problema para conseguir vuelo ese fin de semana para el resto de la familia. Pero da la casualidad que ese sábado fueron las graduaciones en la Universidad de Oriente del núcleo Margarita, todos los vuelos del domingo estaban copados y hasta sobrevendidos.
Como la madre le tiene terror a las avionetas se decidió que el padre acompañaría al niño en la pequeña nave del tío, mientras la madre y la hermana se llevarían en avión de línea el equipaje donde las esperaba el carro dejado en Maiquetía.
No había mucha gente en el mostrador, pero Laser no acepta lista de espera, imagino que para evitar las vivezas que cualquiera anota al que todavía no ha llegado. La empleada en el mostrador me recomendó que me hiciera a un lado y organizara la cola de quienes iban llegando en pos de un cupo rezagado. Tendríamos que esperar una hora a que cerrara el vuelo para saber si quedaban asientos disponibles.
Mientras tanto mi esposo iba de aerolínea en aerolínea a ver si corría mejor suerte, pero todos los aviones a Caracas del domingo primero de mayo estaban copados. No había puesto sino hasta el lunes 2 en los vuelos nocturnos.
Para muchos pasajeros desesperados en el aeropuerto Santiago Mariño carecer de reservación no era precisamente el problema: estaban caídas las líneas de teléfono, las aerolíneas no aceptaban sino pago en efectivo, y ninguno de los cajeros automáticos del aeropuerto estaba suministrando dinero. Muchos pasajeros se quedaron varados en Margarita por no tener el diferencial para pagar el cambio de una reservación, o no tener suficiente efectivo para cancelar la tasa aeroportuaria. Si me monté en el avión de Laser de las 11.45 ese mediodía, en el último asiento que quedaba, primera fila, fue porque una señora que la había dejado el vuelo anterior, no consiguió efectivo para pagar la suma del cambio de reservación y la tasa aeroportuaria.
No me puedo quejar, el vuelo salió puntual, apenas se movió, pero ni tiempo me dio de ir para el baño en el aeropuerto Santiago Mariño. Recordando el regaño de la azafata en el vuelo de ida, preferí esperar a llegar al terminal nacional de Maiquetía para ir. Craso error: no había agua, los W.C  repletos de turbio líquido amarillo, y un pipote de agua en la entrada de los baños para llenar los tanques de vez en cuando y evitar que se desbordara la podredumbre.
Sin siquiera la posibilidad de lavarse las manos, imposible no preguntarse: ¿cómo esperar que se desarrolle el Turismo en nuestro hermoso país?