Ante la oferta de reelección presidencial continua, la amenaza de expulsar a los extranjeros en Venezuela que critiquen al gobierno revolucionario, y la convicción de quienes hoy ejercen el poder de que la única senda educativa posible es la que enseña los caminos de la Revolución Bonita; sé que debí buscar opciones de entretenimiento menos imperialistas, pero qué puede hacer una madre de tres cachorros enjaulados si los campamentos vacacionales de pioneritos todavía no son una realidad. Para vencer el tedio no se me ocurrió mejor idea que llevarlos al cine a ver “Harry Potter y la orden del Fénix”.
Tiemblo al pensar que la patria potestad de mis niños pueda estar en riesgo por tal desatino. Les aseguro, camaradas, que no pretendía ser revisionista ni inculcarles a mis hijos pensamientos contrarrevolucionarios. Sólo aspiraba gozar dos horas de magia y escapismo.
Ya que el mal está hecho, les advierto compañeros que ¡qué Supermán ni qué Supermán! La prepotencia del hombre de acero hace tiempo pasó de moda, el semillero neoliberal, el Némesis de la gesta bolivariana, no está en la gran Metrópolis, ni es más rápido que una bala ni más fuerte que una locomotora; está en Hogwarts, un elitista colegio inglés al que sólo tiene acceso un puñado de jóvenes privilegiados, escuela sin control de contenidos pedagógicos ni mensualidades reguladas que se resiste a acatar los sabios lineamientos del ministerio popular para la magia y la educación.
El líder estudiantil de semejante pandemónium, un tal Harry Potter, es un mago adolescente venático y de hormonas alborotadas, cuyo mayor credencial es haber derrocado, cuando apenas era un bebé, las fuerzas de Lord Voldemort. En otras palabras, un chamo golpista.
La película comienza bien, hasta ejemplarizante, cuando a Hogwarts, institución con visos subversivos, le es impuesta como maestra de defensa para las artes oscuras una funcionaria del Ministerio de la Magia con el fin de vigilar que su director, estudiantes y docentes no sigan cayendo en irregularidades que contraríen el incuestionable ideario moral y político del Gran Ministro.
Dolores Umbridge, inspectora esmerada en hacer acatar la línea de pensamiento oficial -dama regordeta, amante de los gatos, uniformada de rosado- es ridiculizada en la película por su condición de patriota inquisidora dando pie no sólo a que nuestros sensibles jóvenes piensen que cualquier ente impuesto por el gobierno es aborrecible, sino que después a los más alienados les de por pintarse las manos de blanco y salir a la calle a gritar “¡Libertad!”.
La señorita Umbridge, cual burócrata bolivariana, se desvive por imponer los cánones gubernamentales de lo que debe ser una juventud ejemplar, prohibiendo amapuches, reuniones desestabilizadoras y otros males, ¿y cómo termina la pobre? en las fauces de una manada de centauros. ¿Habrase visto metáfora más machista y humillante para una servidora pública que sólo cumplía su deber?
En las salas de cine caraqueñas se oyen risas sarcásticas, los gracejos claman con cada decreto de la abnegada funcionaria: “¡una inspectora chavista en Hogwarts!”. Por eso, ante semejante analogía, propongo hacerle un conjuro a la multimillonaria J.K. Rowlings y al joven mago golpista, y pedirle al incondicional José Saramago que se decida, y escriba de una buena vez su versión del encanto de la saga revolucionaria bolivariana.
Publicado en El Nacional el 28 de julio de 2007. Dos años después, cuando se estrena "Harry Potter y el príncipe mestizo" y el proyecto de ley de educación vuelve a estar en la palestra, rescato este conjuro para Evitando Intensidades
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