La semana pasada cumplí cuarenta y pico de años y mi mamá todavía me regaña. El último regaño se debió a que teniendo carro me monté en una camionetica. ¿Acaso no leo en la prensa que es uno de los principales objetivos de los malandros? Que a cada rato se suben en ellas para robar a conductor y pasajeros, y al que rechiste, lo matan. Me defiendo ante mi madre alegando que en Caracas hoy no hay medio de transporte que se salve del hampa: quien tiene carro se expone a que lo encañonen para robárselo, o ser sometido a un Secuestro Express, sin contar los asaltos en el tráfico. Quienes andan en moto, lo mismo: hay unas motos a las que llaman “15 días” porque es lo que suelen durarle a sus propietarios antes de que se las roben. Quienes usan el Metro, y quienes caminan, se ven expuestos a arrebatones de cartera, reloj, celular y hasta ser despojados de sus zapatos.
Por más que la actual defensora del pueblo asegure que la inseguridad es un problema sensorial, por lo menos en Caracas, estamos a la merced de la providencia y de los malandros.
Mi marido también me regaña, pero por estar en Facebook, acaso no me doy cuenta de los peligros de exponer mi vida en Internet. Le digo que apenas soy una de millones de usuarios. Además, sigo un mínimo de precauciones como no aceptar a quien no conozco -aunque he hecho excepciones-, y no cuento mi rutina diaria. Le insisto al muy cascarrabias que gracias a Facebook hasta tuve una fiesta virtual de cumpleaños donde recibí tortas, canciones, flores y muchos regalitos.
Pero una de las mayores alegrías que he recibido por Facebook se la debo a la escritora Gisela Kozak, quien un sábado en la mañana escribió en mi muro algo así como: “Coooorreee antes de que se agoten, ya están a la venta las entradas para ver a Gustavo Dudamel y Gabriela Montero en el Aula Magna”. Inmediatamente me fui a la taquilla en la Ciudad Universitaria donde encontré una cola como de 10 personas. El muchacho frente a mi contó estar llegando del Teatro Teresa Carreño donde para comprar entradas para ver a Dudamel dirigir el concierto para piano y orquesta No. 4 de Beethoven con Emmanuel Ax como solista, la cola comenzó a la 5 de la mañana. Gracias al dato de Gisela por facebook, hice menos de media hora de cola para ver el viernes 17 de julio en el Aula Magna a dos glorias musicales en el concierto para piano y orquesta No. 2 de Rachmaninoff junto con la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar.
De regreso a casa con las entradas en la cartera, ante un embotellamiento inusual para un sábado al mediodía en la encrucijada de las avenidas La Salle con Andrés Bello, temí un arrebatón en el tráfico. Más que el celular, el reloj o la cédula (aunque no tanto como la vida) temía perder las entradas de un concierto histórico. Al pasar frente a una funeraria me di cuenta del motivo de la tranca: partía el cortejo fúnebre de quien supuse otra víctima del hampa. Con una caravana de autobuses, camionetas y taxis se le rendía homenaje póstumo a un colega, a un amigo, escribiendo en sus vidrios: “Ratón Playero QEPD”, y frases de dolor y de indignación como “¿Dónde está la guardia?”. Ese entierro no era virtual, en la carroza cubierta de coronas iba una nueva ausencia en una familia venezolana.
Descansa en paz Ratón Playero, que tu muerte no quede impune en una Venezuela donde para algunos la inseguridad es sólo una matriz mediática.
Artículo publicado el sábado 25 de julio de 2009 en El Nacional.
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