sábado, 11 de diciembre de 2021

El pastel de Chucho a la manera de Oscar

 


 

     Hay quienes dicen que escribir sobre muertos famosos en perfiles de las redes sociales son ejercicios de ego, textos más para hablar de uno mismo que del difunto. Puede que tengan razón, pero también son ejercicios de memoria colectiva, nos unen en torno a un ser admirado que de cierta forma marcó tantas vidas. Así que los voy a fastidiar con un ejercicio de memoria emocional sobre Rubén Santiago, otro ídolo de la gastronomía venezolana que muriera este diciembre de 2021, horas antes que se fuera de este mundo don Armando Scannone. 

    El año pasado, meses después de que murió mi esposo Oscar, haciendo mis hijos y yo un balance de nuestra vida familiar en medio de una tristeza tan grande, coincidimos en que nuestros momentos más felices como familia fueron en la isla de Margarita, donde durante mucho tiempo íbamos por lo menos tres veces al año a pasar las vacaciones escolares: en Navidades, Semana Santa y dos o tres semanas entre agosto/septiembre. 

      Mis hijos recuerdan esos días en la casita familiar en Terrazas de Guacuco como los momentos en los que tenían a su papá al cien por ciento: no había trabajo, ni amigos, ni golf... siempre con nosotros, feliz inventando el plato del día, porque más allá de comernos una cachapa con cocada en la carretera de regreso de Playa El Agua, pocas veces íbamos a restaurantes: cuando el cocinero se cansaba y exigía una noche libre, lo que no era muy frecuente porque Oscar disfrutaba mucho cocinar, íbamos a comer a la Trattoría del Porto en el Tirano, a El Faro en la 4 de Mayo, o a comer pizzas en Positano en Porlamar. 

      Oscar y yo a veces nos despertábamos más temprano que los niños, casi de madrugada, y nos escapábamos a desayunar al Mercado de Conejero, hasta que descubrimos a los Hermanos Moya, y después de comer arepas de cazón con queso pecorino (él) y  arepa con huevo y chorizo (yo), nos íbamos a las Bahías de Pampatar o del Tirano a comprar la pesca fresca del día. 

      Conocíamos de fama la Casa de Rubén pero nunca habíamos ido porque el popular restaurante en Porlamar abría solo para el almuerzo, cerraba como a las cuatro, cinco de la tarde. Creo haber ido a almorzar hace años cuando todavía estaba soltera, una vez que llegué a Porlamar con una amiga, recuerdo haber probado el pastel de chucho, solo pudo haber sido allí porque tan famoso plato de la gastronomía margariteña es creación de Rubén Santiago, pero con la familia nunca fui, no sacrificábamos un día de playa ni por el más exquisito manjar. 

     Hasta que un día aterrizamos en Margarita como a las 3 pm, la tarde estaba nublada, como estábamos muertos de hambre, se nos ocurrió ir con las maletas en el carro a La Casa de Rubén (entonces en Margarita a cada rato robaban las maletas a quienes venían del aeropuerto y se detenían a hacer compras) nos arriesgamos porque eran como las cuatro de la tarde, no daba tiempo de dejar las maletas en Guacuco, el legendario restaurante estaría a punto de cerrar. Rubén magnánimo accedió a que a esta hambrienta familia fuéramos los últimos comensales del día. 

    Yo no había vuelto a comer pastel de chucho en mi vida, mi paladar con los años se volvió menos aventurero, la combinación de plátano maduro con crema bechamel, guiso de pescado, ají margariteño y queso no me apetecía, prefería pescado, de esos tan frescos parecieran estar a punto de saltar en el plato. Los niños también optaron por pedir pescado. Oscar fue el único que se fue por la especialidad de la casa: el pastel de chucho, plato que no había probado en su vida,  para él fue como la experiencia del crítico de  gastronomía Anton Ego cuando probó la ratatouille de la rata Remy, en su caso no lo remitió a la infancia pero si a un mundo de sabores que tenía que adoptar en nuestras vidas, así que se llevó la receta del pastel de chucho de Rubén, la metió dentro del libro rojo de Scannone que teníamos en la casita de Guacuco, y entre los platos que nunca volvieron a faltar en nuestros viajes a Margarita, fue el pastel de chucho, aunque Oscar usaba el pescado que sobrara del día anterior, no solo chucho o cazón, como dice la receta de Rubén. 

     A la casa de Rubén no volvimos en familia, un día que amaneció lluvioso mis hijas y yo decidimos ir al cine en Sambil, Oscar odiaba el barullo del Sambil, decía que lo atormentaba, de una dijo que se quedaría con el compinche en plan de padre e hijo, y se lo llevó a almorzar a la Casa de Rubén. De haber sabido las chicas de la familia que semejante opción estaba en la mesa, nos habríamos anotado en el plan gastronómico en lugar de ir a ver Papita, maní, tostón.

  Oscar lo compensó con su propia versión de pastel de chucho, que no sería la de Rubén Santiago, pero tampoco desmerecía. 


Comparto la receta de Rubén Santiago que publicó mi amiga Larissa en su perfil de Facebook.