No tuve la suerte de tener hermanas, pero si tuve la suerte de tener dos grandes amigas que en mis años universitarios fueron como dos hermanas mayores: Esther y Laurita. Aproximadamente diez años mayores que yo, sin conocerse entre sí, cada una a su manera me acogió bajo su ala siempre dispuestas a aconsejar a esta despistada muchachita en cuestiones de amor y otras menudencias. Hablo de ellas en pasado porque además de coincidir en su amistad conmigo, en que ambas eran geminianas, muy amigueras, que amaban la vida, también coincidieron en que murieron hace poco, con un año de diferencia, tras batallar con dos tipos distintos de cáncer a los que dieron valientes la pelea.
Hasta ahí las semejanzas porque Esthercita era una mujer que se enorgullecía de su sencillez, en cambio Laurita siempre se enorgulleció de su condición de princesa valenciana. Sobre Esther escribí a raíz de su muerte en el año 2013. A Laurita tras su muerte en agosto de 2014 le quedé debiendo su intensidad, no sé si porque estaba de viaje cuando sucedió, o porque me negaba a recordar a esa amiga con quien tan buenos momentos compartí, con un opaco obituario.
Y así pasó el tiempo, debiéndole su intensidad a Laurita, hasta que ayer cuando se juramentó Henry Ramos Allup como presidente de la Asamblea Nacional no pude evitar pensar, como seguro estarían pensando sus numerosas amigas, lo que habría gozado este momento histórico mi pana Laurita, si es que no lo estaba gozando desde el cielo.
Porque Laurita fue la primera esposa de Henry, y Henry fue el primer esposo de Laurita.
Qué confianzuda, llamar Henry al actual presidente de la Asamblea Nacional a quien jamás he visto en persona. Cuando conocí a Laurita, Ramos Allup era parte de su prehistoria, corría mediados de los años 80, la linda valenciana se había divorciado por segunda vez, vivía sola en un pequeño apartamento en La Alta Florida y al igual que esta estudiante de la Escuela de Arte, orbitaba por los predios del Taller del Actor de Enrique Porte.
Jamás me habría atrevido a decirlo en su cara porque no me lo habría perdonado, pero Laurita como que tenía un talento para la actuación similar al mío, pero Enrique nos consideraba sus amigas y de su esposa Rosa -que era la tercera pana de nuestro triunvirato-, y nos invitó a participar en el primer espectáculo de Yordano en el Teatro Teresa Carreño, solo que tras bastidores: Laurita se encargaría del vestuario, y yo acompañaría en la cabina de luces a Rhazil Izaguirre para ver si aprendía algo.
No es necesario volver a narrar la emoción de tener la oportunidad de participar en la puesta en escena de ese primer espectáculo solo de Yordano en el TTC, ya lo he contado varias veces. Laurita por muy princesa valenciana que fuera, no era ajena a la euforia compartida, por eso cuando le perdió la pena a Yordano, a quien todos le perdimos la pena rápidito porque ahí mismo se hizo parte de la familia escogida del Taller del Actor, Laurita le pidió que la primera noche en el Teresa Carreño cuando cantara eso de "princesa de mi corazón", le dedicara una mirada fugaz, no porque pretendiera ser la princesa del corazón de Yordano, sino porque ella era la princesa por excelencia. Pero Yordano, que siempre ha sido como es, se le olvidó, o no la miró quizás pensando en otra princesa de su corazón.
Algún día le pregunto si se acuerda para que me aclare ese misterio.
Más de un enamorado le habría cantado a la rubia Laurita "princesa de mi corazón" sin pensarlo dos veces porque era linda como una muñeca, en esa época andaba por la mitad de la treintena (como buena princesa no confesaba su edad), pero no parecía mucho mayor que yo que andaba por los 23. Nos pidió a Rosa y a mí que la acompañáramos a RCTV en el edificio en de Bárcenas a Río para pedir en vestuario no sé qué prenda que pensaba usar para el concierto de Yordano. Las puertas de Radio Caracas siempre estaban abarrotadas de fans en caza de autógrafos de cualquier famoso que pudiera entrar o salir del canal. A pesar de que Laurita iba de blue jeans y zapatos de goma como nosotras, y tampoco era una mujer alta y llamativa como una Miss, soy testigo de cómo cuando llegamos decenas de muchachas la rodearon pidiéndole su autógrafo aunque nunca figuró en televisión. A mi y a Rosa Elena ni nos volteaban a mirar la horda de fans, por eso podíamos vacilarnos cómo gozaba Laurita firmando autógrafos. Recuerdo oir cuando una chica le preguntaba a otra:
"¿Y ella en qué novela sale"?".
"No sé, pero es tan bonita que debe ser alguien".
Linda, simpática, con una chispa envidiable, su apartamento lo tenía como una tacita de plata, lleno de flores con la puerta siempre abierta para compartir un café, excelente cocinera, Laurita era casi perfecta para sus amigas, solo una enorme intriga teníamos en su cuaderno de vida: ¿cómo carrizo había podido estar casada con un hombre como Henry Ramos Allup?
Ramos Allup en los años 80 era exacto a como es hoy día, solo que treinta años más joven: de grandes anteojos, el copetote y el mismito verbo capachero. Aunque Jaime Lusinchi estuviese entonces en el poder, y poco tiempo después Carlos Andrés Pérez habría de ser reelecto en su segundo período presidencial, el orgullo adeco estaba en franca picada y el diputado Ramos Allup parecía ser el último de una especie en vías de extinción. Ninguna de sus amigas caraqueñas -las valencianas de toda la vida tal vez lo entenderían- lográbamos comprender como una princesa como Laurita pudo haber estado casada con el último guerrero de Acción Democrática.
Laurita no renegaba de su pasado ni de su matrimonio con Henry, responsabilizaba el fracaso de su relación a que se había casado muy joven, a los 18 años, sin tener idea de lo que iba el matrimonio. Decía que Henry, a pesar de su imagen chabacanota, había sido un caballero con ella. Que el matrimonio no duró mucho en parte porque ella era muy joven y en parte porque tampoco tenía el talante para ser la esposa de un político, y ese era el apostolado de Ramos Allup. Siempre le conservó un gran afecto, y tenía en alta consideración a su nueva esposa Diana, tan bella como Laurita, que por lo visto compartía con Henry la vocación política de la que mi amiga carecía.
En una ocasión estando mis padres de viaje me dio un virus estomacal, esos que duran 24 horas en las que una se siente morir, Laurita me fue a buscar y mientras yo echada en su sofá veía televisión, preparó un consomé de pollo no me fuera a deshidratar, y me obligó a tomármelo casi como si fuera mi mamá. Más restablecida nos pusimos a conversar cuando el diputado Ramos Allup salió en un avance del noticiero haciendo alarde de su verbo particular. La verdad que me costaba entender cómo Laurita, tan fina, había estado casada con ese señor. Laurita no sacaba el cuerpo al tema ni le parecía una indiscreción ni tampoco se justificaba, pero sí compartía una faceta más personal del Henry público que salía en televisión. Esa tarde me contó:
"No subestimes a Henry, vas a ver que va a llegar alto, tiene el olfato político, inteligencia y tesón, además hace tiempo una bruja le vaticinó que algún día llegaría a la posición más alta de poder en Venezuela".
Si hace unos meses me hubieran dicho que Henry Ramos Allup ocuparía la presidencia de la Asamblea Nacional me habría reído, ni se diga hace casi treinta años, me parecía más probable encontrar vida en Marte. No era yo la que estaba divagando por efectos del virus estomacal, era Laurita.
Por eso ayer cuando en su primer discurso como nuevo presidente de la Asamblea Nacional, Ramos Allup habló de buscar una salida constitucional a este gobierno que está llevando a Venezuela a un despeñadero; no pude sino recordar esa sopita de pollo, un de que vuelan vuelan, y la profecía de mi amiga Laurita.