jueves, 30 de agosto de 2012

El fiel



Al verlo con la gorra tricolor como la que usa Capriles me dije, ahora sí que hay un camino, si hasta el encargado del estacionamiento en el Centro Comercial de La Florida le hacía campaña a Capriles Radonski, al Flaco no lo para nadie. Chapellín siempre ha sido territorio rojo y aunque votando en el Liceo Jesús Enrique Losada me consta que tampoco es que el chavismo arrasa electoralmente en la zona, los chavistas de por aquí son atrinca territorialmente y no admiten sino propaganda roja.
Imagino que más de una doñita lo habrá abrazado esta mañana: "Así es mijo, hay un camino, faltan 37 días para alcanzarlo", y el encargado del estacionamiento paseando por su pecunio de lo más sonreído con la gorra tricolor, muy parecida a la que el Comandante trató de prohibirle al candidato de la oposición por considerarla "un irrespeto". 
Orondo con su gorra tricolor compraba mortadela para el almuerzo, cuando un charcutero del supermercado Luvebras lo increpó:
"¿Entonces? ¿Saltaste la talanquera? ¿Por fin te diste cuenta de que hay un camino?".
 "¿Saltar la talanquera? Nooooo, mi hermano, jamás, moriré chavista. Fíjate bien, esta es una gorra de ocho estrellas, la que usa Capriles tiene siete".
En este tipo de discusiones suelo permanecer callada, preferí evitar comentar en voz alta lo obvio: que gústele a quien le guste, lo prohiba el comandante o no, hoy la gorra tricolor se asocia con el candidato de la oposición, nadie se va a poner a contar las estrellas. Quizás en una bandera de Venezuela grande, como la de siete estrellas con la que Pastor Maldonado celebró su victoria en el gran premio de Barcelona, o la de siete estrellas que llevó Stepania Fernández cuando ganó Miss Universo, pero en una gorra tricolor, una estrella más o una menos no remiten a la Revolución sino a un camino para salir de ella.  
La conversación no terminó ahí porque si el encargado del estacionamiento era chavista, el charcutero era aguerrido soldado de la oposición:
"¿Pero bueno pana cuándo te vas a dar cuenta de que este gobierno no sirve? ¿Qué me dices de la explosión de la Refinería en Paraguaná?".
"Precisamente, eso demuestra que hasta Dios es chavista, pudo haber sido peor, ahí no hubo casi muertos, ni cuatro pues...".
En ese momento me tuve que morder la lengua: "¡Ni cuatro muertos!" Si hasta ahora la cifra oficial va por 44 víctimas sin contar heridos críticos por las quemaduras y los desaparecidos ante la explosión, ¡qué tupé decir ni cuatro muertos! Habría querido apostarle fuerte contra locha que jamás tendremos una cifra oficial definitiva de víctimas de la tragedia de Amuay.
A pesar de tan deplorable matemática del desastre, nadie lo interrumpió, el encargado del estacionamiento continuó su sermón:
 "Si Dios hubiera querido joder a Chávez la explosión habría ocurrido un día de semana, imagínate que hubiese sucedido un lunes a las nueve de la mañana, ese poco de muertos, o peor, como sucedió cuando explotó Tacoa en la Cuarta República, esa sí fue una tragedia, murieron niños y mujeres embarazadas. No cabe duda de que Dios es chavista, vale, por eso la explosión en Amuay ocurrió en la madrugada de un fin de semana y solo murieron cuatro gatos, lo que pasa es que los escuálidos se pusieron a chillar porque quieren desprestigiar a la Revolución. Culpa de los medios golpistas que siempre buscan sabotear. Dios ama a Chávez".
Agarré mi trozo de queso mozzarella (porque queso Paisa no hay) y me fui. El charcutero en lugar de refutar al compinche se reía de tanta barbaridad, como si estuviese hablando con uno de esos loquitos fundamentalistas que claman que se aproxima el juicio final. 
Quizás el charcutero tiene razón, de nada sirve discutir con el miembro de un culto, porque para muchos ser chavista es como pertenecer a un culto religioso, no digo que todos los patria o muerte lo sean, pero cuántos partidarios incondicionales del Gobierno callan, cierran los ojos, se tapan los oídos, se niegan a aceptar lo irrefutable; porque quien diga que en Amuay no pasó nada, que no hubo ni cuatro muertos, que en Venezuela los puentes no se caen, la comida no escasea, que no hay deficit de viviendas, quién ha dicho inflación, que la violencia es cuento, que todo es amor (si no fuera por los malditos majunches) no puede ser sino un fiel como esos que cuando estaba a punto de ser desenmascarado su líder como farsante, se suicidaron en masa en Jonestown.

lunes, 27 de agosto de 2012

"Escribir es una celebración", Martin Amis junto al puente


Cuando se va de visita a Nueva York la primera compra que hay que hacer es la revista Time Out, te pondrá al día de la oferta cultural en la ciudad: cine, conciertos, exposiciones de arte, ballet, teatro, la movida nocturna... yo lo que siempre busco es qué escritores estarán presentando un nuevo libro. En verano no se suele tener mucha suerte en este renglón: agosto es un mes dormido en Nueva York ya que gran parte de los neoyorquinos huyen del calor de la ciudad. Las buenas novelas, al igual que las buenas películas, son presentadas en otoño dejando los meses de verano para libros de playa y películas cotufa.
Por eso no podía creer mi suerte cuando leí en Time Out que el lunes 13 de agosto, para cerrar el ciclo Books beneath the bridge, el escritor inglés Martin Amis estaría leyendo en el parque del puente de Brooklyn extractos de su nueva novela: Lionel Asbo: State of England.
No se puede decir que soy seguidora de la obra de Martin Amis, sus libros más famosos: Money y London Fields, se encuentran invernando en la estantería de los libros que debo leer. También siento curiosidad por Koba, su biografía de Stalin; de Amis solo he leído Experience (2000) las memorias que escribió a raíz de la muerte de su padre el famoso humorista británico Kingsley Amis, en las cuales hace un repaso de su vida, de su carrera y de sus afectos, en especial de su relación con su padre y con su amigo Christopher Hitchens (Hitch), con quienes tuvo marcadas diferencias ideológicas entre ellas la publicación de Koba, libro que Hitch deploró publicamente con la misma agudeza con la que despotricó contra la Madre Teresa de Calcuta. Polémica que distanció a los dos amigos por un tiempo.
 Experience fue una pausa para reflexionar sobre la primera mitad de su vida, la fama se la debe Amis es a sus novelas, sobre todo a las escritas en los años 80, que los críticos alaban por la habilidad del autor de jugar con el idioma inglés, aunque hay quienes resienten que hoy Amis escribe con mayor economía del lenguaje.
En entrevista en Time Out, el escritor explica el cambio: "A medida que pasan los años la musicalidad disminuye, nada malo con las oraciones nuevas pero no son tan pirotécnicas como solían ser".
A los 62 años Amis asegura que ya no siente necesaria esa pirotecnía para que sus novelas sean buenas: "Pero algunos críticos tienen una idea preconcebida de cómo debe ser cada autor, lo que llaman "su narrativa", y al no encontrar ejercicios pirotécnicos en la mía dicen que estoy en decadencia como escritor a pesar de que mis dos últimas novelas fueron muy elogiadas por la crítica".
Camino al parque del Brooklyn Bridge compré en Barnes & Noble una de sus más recientes novelas: The pregnant widow (2011), para ver si tenía suerte y el autor me la dedicaba. Comencé a leerla en el Metro, en las primeras páginas el narrador deplora el paso del tiempo: "Envejecer es ver como tras innumerables ensayos, nuestra vida se vuelve una película de horror, una película sin talento, irresponsable, una película de bajo presupuesto, en la cual (como suele suceder en las películas de horror) se guarda lo peor para el final".
Este fragmento me acordó las últimas novelas de Philip Roth donde la inclemencia de la vejez es el tema. En la entrevista a Time Out Amis reconoce su obsesión con el paso de los años: "La ilusión de la inmortalidad se evapora, eso te cambia, y hasta se agradece, porque no queremos vivir de ilusiones".

Viendo a Martin Amis a pocos metros de distancia, es fácil comprender esta obsesión con su propia mortalidad, a los 62 años, extremadamente delgado, el escritor se ve frágil  cuando es presentado ante un público mayoritariamente joven.
El acto comienza a las 6.30 en punto con unas palabras de Christien Shangraw de la librería Book Court en Brooklyn instando a los presentes a que compren en librerías independientes para que estas sobrevivan.
Menos mal que boté la bolsa de Barnes & Noble y llevaba a La viuda embarazada en la cartera, porque qué pena.
Amis, con su delicioso acento británico, comenzó admitiendo que su nueva novela tiene implícito un homenaje a los Beatles: "La vida sería más sencilla si asumiéramos los estereotipos que representan los Beatles. Por ejemplo, si alguien comete un crimen, sería una atenuante ser un Ringo. Mi esposa Isabel dice que yo soy un Paul que se las da de John, pero en realidad soy un George".
Roto el hielo, Amis inició la lectura del primer capítulo de Lionel Asbo protagonizada por una familia donde los hijos se llaman como los Beatles: John, Paul, George y Ringo; incluyendo los Beatles olvidados: Stuart y Pete. Lionel, el protagonista antihéroe, es el hermano menor nacido cuando ya se habían agotado los nombres de la Beatlemanía, quien queda encargado de su sobrino Desmond, adolescente más interesado en el amor y en la Literatura que en las malandras enseñanzas del pillo de su tío.
Lionel Asbo: state of England esa noche todavía no había salido a la venta, por una semana la ofrecerían en exclusiva en la pequeña librería en Brooklyn, barrio aledaño a Manhattan donde Amis se acaba de mudar.
A las siete y media se abrió el micrófono para una ronda de preguntas, la primera fue: "¿por qué Brooklyn? ".
"Por asuntos familiares me mudé a Nueva York, también la distancia con Inglaterra me hacía falta como escritor, ¿por qué no Manhattan? Ya estoy muy viejo para vivir en Manhattan, si como dicen es la ciudad que nunca duerme seguro es la ciudad en la que yo nunca puedo dormir. Me molestan los ruidos en la madrugada, prefiero la paz de Brooklyn, el aire de vecindario. Brooklyn es el paraíso".

No podía faltar una mención a su amigo Hitch cuando un joven en el público le preguntó que influencia había tenido en él como escritor. Amis recordó que Hitchens no era novelista, era ensayista, su influencia literaria no tuvo que ver más allá de una gran amistad que duró hasta la muerte del controversial contestario, ya se habían reconciliado y estuvieron muy cerca al final. Hitch alcanzó a leer en borrador la novela que esa noche se presentaba. La muerte del amigo en diciembre de 2011 dejó a Amis al borde de un abismo depresivo, del que el escritor pareciera no haber salido. Sin embargo terminó apuntando el mayor legado que le dejó Hitch, su amor a la vida, siempre decía: "Escribir es una celebración".
 Y como escribir es una celebración, esa noche frente al puente era una noche de alegría, no una noche de tristeza. Se apagaron los micrófonos y el escritor se sentó con el puente de Brooklyn de telón de fondo disponiéndose a firmar los libros que le pidieran.



jueves, 23 de agosto de 2012

Los dueños de la calle



Pasó lo que tenía que pasar: me llevé por delante a un motorizado. Es que en Caracas todo el que conduzca un carro tiene un alto riesgo de llevarse por delante a un motorizado, y todo motorizado tiene un riesgo aún mayor de que se lo lleven por delante.
Tampoco fue gran cosa, un congestionado mediodía, cuando el carro de en frente  avanzó unos metros, apenas soltar el freno de mi carro oí un “toc” que me congeló el tiempo, y si quienes están al borde de la muerte la vida les pasa por delante, al chocar con un motorizado vislumbré en un segundo lo que serían las próximas dos horas de la mía: imaginé a la moto en el piso y me vi rodeada de motorizados engorilados que me querrían linchar. Afortunadamente, el chico trastabilló, pero no se cayó. Ante mi mirada de pánico, sonrió avergonzado, sabía que no me lo llevé por delante, que él se me atravesó.
Tuvimos suerte, ¿cuántos motorizados han muerto o resultado heridos los últimos años en Caracas?, a veces por su propia imprudencia otras por imprudencia ajena. Pero además de los trágicos desenlaces hay pescadores en río revuelto, motorizados que aprovechan encontronazos leves para quitarle unos reales al asustado conductor, porque aunque el “toc” haya sido su culpa, por ser más vulnerables, los motorizados siempre asumirán tener la razón.
La dinámica motorizado-conductor, por lo menos en Caracas, se ha vuelto una guerra abierta, si bien la mayoría de quienes andan en motos son honestos trabajadores que dependen de ellas para su sustento, y muchos caraqueños las usan como medio de transporte en una ciudad de tráfico infernal, hoy los motorizados son símbolo de la anarquía urbana: se cuelan por donde pueden, van en zigzag por las autopistas, se comen las flechas y jamás se detienen en las esquinas… Y esos son los buenos, los malos son quienes usan las motos para cometer arrebatones, o van de carro en carro atracando en las colas. No hay caraqueño que varado en el tráfico, al sentir el runrún de una moto, no piense como reflejo automático: “Hasta aquí me llegó el celular”.
Pero no vayan a creer que esta es una guerra de clases: tengo un amigo ejecutivo que confiesa que desde que se compró una moto, hace unos meses, en este conflicto está en el bando de los motorizados: “Hoy hago lo que odiaba que me hicieran: me meto entre los carros dando golpes a los capó, estoy cansado de llevarme espejos laterales. Los conductores tampoco son unos santitos: a menudo siento que me tiran el carro. Pero el estrés de andar en moto es inferior al de tener que sufrir el tráfico”.
Cómo no envidiarlo, el trayecto que en carro o transporte público en un mal día puede tomar horas, en moto se reduce considerablemente, por eso el éxito de los mototaxistas, un oficio que en Caracas hasta una timorata como yo, ha sabido aprovechar.
Hace unos meses el gobierno hizo un amago de regular la anarquía de los motorizados redactando un reglamento que prohíbe lo que desde hace tiempo está prohibido, y que no es más que sentido común, detalles elementales como no transitar por las aceras. No tenía ni una semana de publicado cuando en la avenida Los Mangos en La Florida, una tarde de tráfico lento, fui testigo de como un par de motorizados se metían por la acera como si fuera responsabilidad del peatón quitárseles del camino.
Podría apostar que al sol de hoy, pocos motorizados, incluyendo mi amigo ejecutivo, respetan el ya obsoleto reglamento de tránsito.

Publicado en El Nacional en agosto 2012