Leo en las redes sociales comentarios de venezolanos que hoy viven en el exterior a quienes a menudo los mandan a callar con la frase: "quién eres tú para opinar sobre lo que está pasando en Venezuela si ya no vives aquí". Difiero, siento que la distancia da otra perspectiva de país que vale la pena conocer. Pero confieso que he usado una versión de esta antipática frase más de una vez aunque solo con apologistas de la gesta revolucionaria que desde hace tiempo viven en la comodidad de los Estados Unidos, o en alguna ciudad progre de Europa: "Si tanto te gusta la revolución bolivariana, regresa a tu país a chuparte esta mandarina, qué rico alabarla desde lejos".
No recuerdo haberle hecho reproche similar a quienes han sido críticos a estos años revolucionarios, por algo se fueron.
Sin embargo muchos de mis afectos no emigraron de Venezuela por la desazón política, hay quienes lo hicieron por las mismas razones que alegan los panas chavistas: por motivos personales o por alguna oferta de trabajo o de estudios antes de que arrancara el éxodo revolucionario. Pero no exagero al decir que la mayoría de los amigos que emigraron de Venezuela a diversas partes del mundo lo hicieron tras poner en acción el llamado Plan B al ver que esto de la revolución iba para largo. Y no los culpo, si se me ocurriera una forma para que mis hijos no tuvieran que estar expuestos a tanta violencia, a tanto odio, como hoy lo están en su país, de tener un plan B razonable, sin duda ya lo habría puesto en marcha.
Pero como soy de quienes sigo con mi familia en esta Venezuela convulsionada, me permito la osadía de redactar un manual de etiqueta a los amigos que están afuera, a quienes quiero mucho y me consta que siguen amando y doliéndoles Venezuela con toda el alma. Sería incapaz de cuestionar este amor, pero les confieso que he leído comentarios por las redes sociales escritos desde miles de kilómetros de distancia, que realmente caen mal a quienes nos sentimos asfixiados entre las llamas de la cruenta represión política vivida en nuestra amada Venezuela desde la semana pasada.
Por ejemplo, quienes desde el exterior repiten hasta el cansancio el lema: "El que se cansa pierde". Vamos a estar claros, la mayoría de la emigración venezolana (especialmente quienes se fueron al Estado Florida) se fue precisamente porque se cansó de este atajaperros.
Insisto, no los culpo.
Pero quienes seguimos en Venezuela, quienes en estos días turbulentos hemos vivido sin saber cuándo nos van a regresar al niño del colegio porque el ambiente de la ciudad no anda bien; o nos quedamos con el alma en un hilo cuando nuestros muchachos salen a manifestar porque sabemos que fuerzas de la seguridad del Estado y los paramilitares los tienen en la mira y no comen cuento; días en los que la ínfima capacidad productiva se ve aún más reducida entre manifestaciones saboteadas por el oficialismo, o cuando unos cuantos vecinos deciden trancar las calles prendiendo hogueras y no sabes si podrás salir de tu casa o regresar a ella; días cuando vas al mercado y ahora sí que los anaqueles están vacíos sin embargo haces horas de cola para comprar lo poco que hay; cuando prendes la televisión en medio de este bloqueo informativo para buscar alguna noticia que se cuele en la actual Globovisión, y te encuentras con quien hoy ejerce como presidente de Venezuela rindiéndole honor a las fuerzas de Estado que han golpeado salvajemente, y hasta matado a perdigonazos, a más de un venezolano por el delito de manifestar contra el Gobierno.
Por eso amigos en el exterior es lógico que nos sintamos no digo yo cansados, mamados (y me perdonan la expresión, pero así estamos), exhaustos emocionalmente. A lo mejor entre quienes seguimos aquí podemos tratar de darnos fuerza y decirnos un ocasional: "el que se cansa pierde" y hasta ponernos la franela para alguna marcha de la oposición luciendo el lema que hizo famoso Leopoldo López, pero júrenlo que no agradecemos leerlo de quienes hace rato se cansaron y bien tuvieron la capacidad de activar su Plan B.
Otra falta de sensibilidad es quienes pretenden hacernos sentir que su angustia particular pueda equipararse a la de quienes hoy estamos aquí, e insisten en demostrarlo repitiendo en las redes sociales: "¡Ni se imaginan cómo sufrimos quienes vivimos estos duros momentos lejos de Venezuela!". Imagino que no debe ser fácil, pero jamás se podrá igualar a la preocupación de quienes vemos a nuestros hijos salir a la calle y no sabemos qué pueda pasar, cuando vemos en televisión nacional al irresponsable de Nicolás Maduro reunirse con los colectivos armados para encomendarles la seguridad de la Revolución, o cuando se riega la voz de que comienzan los saqueos en Maracay, que murió otra muchacha en Valencia, que las cosas en Táchira están prendidas, que en Palo Verde están casi en pie de guerra. Cuando oímos un disparo a lo lejos desde nuestra ventana...
Se les agradece a los panitas en el exterior su incuestionable solidaridad para con quienes aquí seguimos, sus palabras de fuerza y de consuelo, sus críticas bien fundamentadas, pero no podemos evitar sentir cierto escepticismo cuando se atreven a comparar su sufrimiento de país con el de quienes aquí seguimos. No puede ser lo mismo vivir un incendio cuando se está dentro que cuando se está afuera. Quizás por eso aborrecemos los insistentes mensajes: "El que se cansa pierde", como quien entrena al otro lado del ring. Les aseguro que quienes seguimos en Venezuela estamos cansados, pero distamos de rendirnos en la lucha para que Venezuela vuelva otra vez por el camino de la Democracia y dejemos de ser un país partido en dos.
Por último, los comentarios que realmente indignan leer cuando quienes los escriben no viven aquí son los tipo: "Hace falta estar dispuestos a arriesgar el pellejo". O en menor grado de quienes claman a kilómetros de distancia que salgamos a la calle hasta que encontremos #lasalida, así sea guarimbeando: "no joda, ¡que no quede calle sin trancar!". Los generales en jefe, vencer o morir es su lema, solo así se acaban las Dictaduras: "Es que en Venezuela han sido unos pendejos, en otros países si saben derrocar dictadores, fíjense qué arrechos son en Ucrania".
Este tipo de comentarios, aunque no los comparto, los puedo respetar si eres de quienes estás en Venezuela dispuesto a que te desbaraten la masa encefálica de un perdigonazo, o no te importa calarte una guarimba porque lo consideras un sacrificio por un bien mayor, o sales a quemar escombros dispuesto a que te menten la madre los vecinos que no están de acuerdo contigo y necesitan llegar a sus trabajos. Pero créanme que llamar al caos desde el exterior -llámese guarimba o un extremista y poco frecuente "derramamiento de sangre" o del otro lado de la barrera política llamar a la "defensa a ultranza de la revolución"- , jamás es bien recibido por quienes seguimos en Venezuela y sabemos que de la sangre de la que se habla, puede ser la propia. Como dijo el padre de uno de los muchachos asesinados de una certera bala en la cabeza en la manifestación del Día de la Juventud: "Mi hijo no pretendía ser ni héroe ni mártir, solo quería protestar".
Quizás sean intensidades mías, amigos que viven en el exterior, vivimos tiempos más que intensos en la Venezuela post-Chávez. Me complace que la gran mayoría de ustedes haya estado a la altura de las circunstancias, sé que casi todos están muy preocupados y sufriendo como Bambi por esta Venezuela que llevan en su corazón, que sigue siendo su país y nunca dejará de serlo, aunque los hayan adoptado en otro países para el resto de sus vidas. Siempre leo y celebro sus comentarios, y los respeto aún cuando no estemos necesariamente en todo de acuerdo. Solo les pido a quienes se puedan sentir aludidos por estas líneas que me perdonen si desde la sufrida Caracas en algún momento me canso, me permita dudar que andan en el mismo nivel de angustia como quienes seguimos aquí, y rechace categóricamente aquellos poquísimos que claman que en este país lo que hace falta es que corra más sangre.
La ilustración es de mi sobrinita Eli, que cada vez que viene a visitarnos a Venezuela, se regresa llorando