domingo, 20 de noviembre de 2011

La Cazaniní



De la fauna política venezolana ninguna especie tan incomprensible para mí como los NiNi: tras más de doce años siendo gobierno, aspirando seguir siéndolo siete años más, todos los venezolanos mayores de 18 años deberíamos estar claros si el chavismo es lo que queremos para nuestro país, o si no nos parece la vía. No creo en medias tintas, creo en matices, desentenderse de la encrucijada política o sentirse mejor que las circunstancias, me resultaba una manera cómoda de pasar agachado en un momento decisivo para nuestra historia… hasta que esta semana testimonié el desagradable encuentro entre una cazaniní con un NiNi que casi me hace comprender cómo puede una persona declararse “ni con el Gobierno ni con la Oposición”.
Sucedió poco más de doce horas después de que los cinco precandidatos de la unidad se enfrentaran por primera vez en un debate nacional, aunque lejos de debatir, cada quien hizo sus propuestas de Gobierno sobre temas como la educación y la inseguridad. Vi el debate por Globovisión, pero a la mañana siguiente andaba pendiente de otra cosa cuando una mujer eufórica me increpó en el estacionamiento de la peluquería: “¿Viste el debate? ¿Por quién vas a votar en las primarias?” .
 Apenas la conocía de vista, una rubia desgarbada como de 50 años. Le respondí con la verdad: “ todavía no sé”.
Me preparaba para hacer un sesudo análisis de la noche anterior pero la encuestadora amateur había perdido su interés en mi, por lo visto yo no era un target interesante, me dejó hablando sola dirigiéndose a un par de señores que conversaban sobre béisbol.
“¿Ustedes por quién van a votar en las primarias?”.
Uno de los hombres hizo como que no la oía, continúo lavando el carro de una cliente de la peluquería. El otro, un chofer que esperaba que saliera su patrona, no se logró escabullir tan fácil, contestó incomodo: “Por ninguno, señora, yo no me meto en política”.
Más vale que hubiese dicho que su único candidato era el Comandante Presidente Hugo Chávez porque la señora resultó ser el peor tipo de predicadora: una cazaniní en ejercicio de su vocación. Estos Torquemada los hay de ambos lados del espectro político como por ejemplo, Los Espanta-Escúalidos como los que ahuyentaron a tiros a la precandidata María Corina Machado en su comienzo de campaña en el 23 de Enero.
Pero esa mañana en el estacionamiento de la peluquería pensé que la indignada rubia le iba a dar al pobre hombre un carterazo, le gritaba desaforada acercándosele intimidante “¡Por gente como usted está Venezuela como está! ¿le va a entregar el país al Comunismo? Después no se queje”.
El chofer se encogió de hombros soportando su palo de agua estoicamente como todo un caballero, mientras el lava-carros hacía esfuerzos para contener la risa ante el regaño a su amigo. Debí haber intervenido, la señora estaba fuera de sus cabales, pero temí que la cazanini arremetiera contra mí, y esa mañana no estaba con ánimos para polemizar.
Frente el fanatismo no hay quien pueda.
La cazanini se fue mascullando rumbo a la peluquería, iría con su cacería de brujas a interrogar a la señora que lava cabezas, al señor que surte los tintes, a la chama leyendo Vanidades; para después compartir con sus amigos los resultados de su encuesta sobre el próximo presidente de Venezuela, que sí sería fidedigna porque le preguntó a “gente joven y a mucho pueblo”.
Cuando se había perdido de vista la predicadora del cambio por venir, oí a los señores reírse entre sí comentando: “¡Trozo e’loca!”.
Y me quedé pensando qué flaco favor le hacen apasionadas cazaniní como esta a la causa de la Democracia.

Artículo retocado, publicado en El Nacional 19 de noviembre de 2011

sábado, 12 de noviembre de 2011

El smoking torero blanco


Leyendo Rating, la divertida novela de Alberto Barrera Tyszka sobre las incidencias tras bastidores de un canal de televisión venezolano, recordé mi brevísimo paso por la televisión nacional, tan breve que en su historia no debió haber un cometa más raudo.
Corría el año 1988 cuando Flavio Caballero apareció una tarde por el Taller del Actor contando que el próximo proyecto de Radio Caracas Televisión sería una novela escrita por José Ignacio Cabrujas, protagonizada por Carlos Mata y Maricarmen Regueiro; Flavio y Caridad Canelón serían los antagonistas. La novela se llamaría "Señora" y él interpretaría al multimillonario Anselmo Itriago, que no sería el típico antagonista, su descripción encajaba más bien con la del estereotipo de galán: guapo, rico y de nobleza sin par. 
Flavio había acudido al Taller del Actor buscando a su maestro, Enrique Porte, quería que lo ayudara a construir el personaje que el libreto describía como a un sofisticado cuarentón (Flavio, si acaso, llegaba a los 30 años), mezcla entre Julio Sosa Pietri y Bertil Kalen. ¡Una güará!
A Julio Sosa Pietri lo conocía de vista porque era amigo de Enrique Porte y de su esposa Rosa Helena, de vez en cuando frecuentaba las fiestas del Taller del Actor. Creo que era cineasta, parecía un príncipe moro, nunca llegué a hablar con él. En cambio a Bertil Kalen, socio de la famosa discoteca Le Club, casi que lo llamaba tío, unos años menor que mis padres, era de los amigos que más frecuentaban. Eran compadres: mi mamá es madrina del hijo mayor de Bertil. Quizás por eso Enrique decidió que esta soldado raso del Taller del Actor debía ayudar a nuestro amigo Flavio a que el personaje de Anselmo Itriago fuera de una rigurosidad stanilavskiana. 
Enrique, Flavio y yo leímos en la oficina del Taller la primera escena de Señora en la que aparecía Anselmo Itriago. La escena presentaba al personaje, sin diálogos, un atardecer en el jardín de su mansión paseando a sus perros (de una raza bien fru-fu como afganos) vestido con un elegante smoking torero blanco. 
"¡¿Smoking torero blanco?! " exclamé. 
Flavio asintió.
Con razón necesitaba nuestra ayuda. 
No sé si Julio Sosa, tan príncipe en su desarreglada manera bohemia, se habría puesto uno de esos chaquetines, pero juraría por la memoria de Cary Grant que Bertil Kalen, jamás, pero ni en broma -porque con la elegancia no se juega- se habría puesto esa espantosa pieza de vestir, fugaz moda en los años 80: chaqueta de smoking corta, a la altura de la cintura, como las que usan los toreros. Traté de buscar un ejemplo por Internet para ilustrar esta crónica y no encontré imágenes de semejante esperpento, fue una moda que no llegó a calar. Y el vestuarista de Radio Caracas Televisión se la quería poner a este elegante personaje híbrido de Julio Sosa con Bertil Kalen. Mon Dieu.
Si Bertil hubiese sabido que a un personaje inspirado en él lo querían vestir con smoking torero blanco le habría dado un infarto, tan Saville Row que era, uno de los hombres más vanidosos que he conocido en mi vida. Vanidad que asumía con orgullo de pavo real. Bertil, que murió en el año 1991 a los 48 años en un accidente en lancha, era más lord inglés que cualquier lord inglés. Tenía un gran parecido con el actor Roger Moore: alto, rubio, ojos claros y buen porte. Hijo de una venezolana de origen británico y de un ejecutivo sueco, el catire Bertil no podía ocultar su ascendencia europea, pero bastaba que abriera la boca para que se le saliera el venezolano. Le encantaba una grosería, las soltaba a cada rato, pero su elegancia era bien medida inclusive en la forma de soltar tacos.  
Bertil desde joven tuvo buen ojo para los negocios, a los 21 años se asoció con su amigo Oscar "Catire" Fonseca, juntos fundaron la discoteca Le Club, que durante décadas fue templo de la rumba caraqueña en el sótano del Centro Comercial Chacaíto. El inolvidable Drugstore, también en Chacaíto, lugar emblemático de la Caracas de los años 70, fue otro negocio de la dupla de Bertil y El Catire. Bertil además hizo varios negocios inmobiliarios con distintos niveles de éxito, algunos en sociedad con mi papá.
 Mi familia viajó varias veces con Bertil y con quien entonces fuera su pareja (se casó tres veces), se puede decir que lo vi desde recién despertado hasta rumbeado, y créanme que nunca perdió la elegancia. Es que hasta saliendo del mar parecía el agente 007. Por eso le dije a Flavio que no se preocupara, vino al lugar indicado, si bien Enrique Porte como maestro de actores lo ayudaría a dar con el alma de Anselmo Itriago, yo lo ayudaría a dar con el look.
 La amistad de mis padres con Bertil y mi amistad con Flavio no fueron las únicas razones que me impulsaron a intervenir entonces en la televisión, lo hice también de puro farandulera que era por ser ávida consumidora de telenovelas. Desde hacía un tiempo transmitían en Venevisión las telenovelas urbanas cariocas, que en Venezuela empezamos a ver con Dancing Days de Gilberto Braga. Imposible no compararlas con nuestras producciones: en las telenovelas brasileñas las locaciones eran de lujo y los personajes de carne y hueso, en cambio en las nuestras las actuaciones eran engoladas y los escenarios cartón piedra. Creía yo, a mis idealistas 24 años, que un primer paso para alcanzar la excelencia dramática de Brasil, sería evitar que el "sofisticado" antagonista de Señora llevara un smoking torero blanco. 
No recuerdo si nos encontramos en el canal de Bárcenas o si Flavio me pasó buscando, mi recuerdo de esa tarde es en el carro de Flavio, vía Oripoto, el actor manejaba, yo -su asesora- iba al lado, y atrás iba el director, que tampoco llegaba a los treinta años, y desde un principio me pareció antipático. No entendería que hacía Flavio con esa sifrinita flaca que ni su novia era. Estaría seguro de que algún dolor de cabeza le iba a traer. Flavio le explicó que Adrianita lo estaba ayudando a construir el personaje de Anselmo Itriago.
El director no pareció convencido pero optó por callar, señal que tomé como buen momento para que el actor, el director y la asesora discutiéramos detalles del personaje, como por ejemplo, el smoking torero blanco. Saqué a colación a los ricos y elegantes en las producciones brasileñas, parecían salidos de una película de Visconti, eran fiel retrato de una sociedad pudiente ¿se imaginan a Reginaldo Faria con un smoking torero blanco? Por qué en Venezuela todo tenía que ser de cartón piedra, y no me refería al decorado sino a la mentalidad, por qué a un personaje, descrito como elegante y sofisticado, se le tenía que vestir de smoking torero blanco.
Flavio iba callado manejando por la autopista, nunca le pregunté si esa tarde, después de mi perorata, se sintió orgulloso o avergonzado de su amiga. Hay preguntas que es preferible no hacer. Lo que si recuerdo es que el director me oyó malhumorado, antes de responder de manera impaciente que en Venezuela y en Brasil se hacían dos tipos distintos de televisión, la de nosotros no intentaba ser espejo de una sociedad, la nuestra era ilusión pura: los ricos en la televisión venezolana eran simple y llanamente como los habitantes del cerro se los imaginaban. En Radio Caracas Televisión sabían su negocio, les iba bastante bien, los números lo decían, los habitantes del cerro a los ricos no se los imaginaban con trajes de Saville Row, sino de smoking blanco torero. Eso era todo. 
Creo que ahí terminó la conversación, el resto del trayecto lo hicimos en silencio. Al antipático director no lo volví a ver, hoy es un reputado director de cine nacional cuyas ambientaciones distan de ser de cartón piedra. Flavio sigue siendo mi queridísimo amigo aunque emigró a Florida y tengo años sin verlo. Ese breve trayecto subiendo a Oripoto representó mi hola y adiós a la televisión venezolana, imposibilitada de comprender la mentalidad de "subir cerro" como sinónimo de majunchería, que hoy sigue prevaleciendo en nuestras producciones nacionales.
La casa en Oripoto donde se grabaron los exteriores era de la familia de la novia de un amigo, menos mal que ella estaba para conversar porque esa tarde descubrí lo fastidioso que era hacer televisión. Pasaron horas filmando escenas de Anselmo saliendo en el Mercedes Benz, o el mayordomo avisándole a Anselmo que lo llamaban por teléfono. La escena del atardecer paseando los perros vestido de smoking torero, esa tarde no se filmó.
"Señora"  fue una novela de mucho rating en Venezuela, por supuesto que la vi, y el papel de Anselmo Itriago resultó uno de los mayores éxitos en la carrera de Flavio, tal fue el carisma del personaje que le robó escena al del protagonista interpretado por Carlos Mata. Todas queríamos que el desahuciado Anselmo se salvara de su enfermedad para quedarse con Eugenia. 
Con cierto orgullo me di cuenta en la escena del atardecer que Anselmo no paseó sus perros vestido de smoking torero blanco, sino con los pantalones negros de smoking, la faja del traje, y la camisa blanca entre abierta, como lo haría cualquier hombre que saca sus perros a medio vestir antes de salir a una gala.
Mi asesoría no volvió a ser consultada por Flavio, desde entonces, y mientras duró la telenovela, al personaje de Anselmo Itriago lo vistió Clement a cambio de publicidad. Hoy, leyendo Rating, creo que mi humilde batalla por mejorar la televisión venezolana no fue una derrota total.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La hija goy de Isaac Chocrón



Creo que ya es hora de que la comunidad hebrea de Venezuela se entere: Isaac Chocrón, querido escritor, pilar y orgullo de vuestra comunidad, a quien hasta ahora se le conocen casi una veintena de obras de teatro, siete novelas, pero ni esposa ni hijos; tiene en realidad una hija goy que heredó de su padre judío su pasión por la escritura, por el teatro, por Shakespeare, y por la literatura del sur de los Estados Unidos. Puedo dar fe porque esa hija soy yo.
Tan extraña paternidad se remonta a principios de la década de los ochenta, y para aquellos a quienes las cuentas no les dan, valga la aclaratoria que vi la luz por primera vez a los 18 años en el Taller de Expresión Oral y Escrita dictado por Isaac Chocrón, en el Auditorio de la Facultad de Humanidades de la UCV. 
 “Escribir no es escribir, sino corregir”, “Escritor sin disciplina no sirve”, las sensaciones de Proust, la naturaleza de Thoreau y las enseñanzas de Rousseau eran las lecciones que el maestro Chocrón –quien prefería que  sus alumnos lo llamáramos Isaac- nos daba a los más de cien estudiantes del primer año de la Escuela de Arte. 
Chocrón asumía con pasión esta cátedra de primerizos para deslastrarnos de los vicios del bachillerato, como se lo confesó a la periodista Miyó Vestrini en el libro Isaac Chocrón frente al espejo (1980): “...me encanta hablar y que me paguen por hablar me parece estupendo, más aún si tengo poder para no dejar hablar a nadie o para escoger quien lo va a hacer...” Chocrón daba poco margen a la improvisación: “... me pegaba grandes puñales...” que le permitían durante toda una mañana “estar en pie y sin papeles en la mano. Yo hago mi clase como si fuera un Show en las Vegas. Siempre dejo una sorpresa para el final”.
 Nuestra filiación no fue reconocida instantáneamente, yo era apenas una estudiante más a quien Isaac pedía semanalmente que escribiera cortos ensayos sobre Zanzíbar, sobre personajes inolvidables, o sobre la calle donde vivía. Las breves notas con las que el maestro Chocrón corregía y aupaba mis primeros pasos como escritora, eran asomos de una paternidad no biológica sino intelectual y espiritual. 
La relación se afianzó por la casualidad de ser vecinos de urbanización, a Isaac le gustaba llegar caminando a la universidad pero el calor del mediodía lo obligaba a pedir cola para regresar, y yo siempre estaba dispuesta a dársela para continuar unos minutos más las lecciones de mi querido profesor, a pesar de que éste me incitaba –en ese entonces era una inexperta y nerviosa conductora- a comerme una flechita para poder llegar más rápido a su edificio.
No obstante esta breve dosis de anarquía urbana, la paternidad de Isaac no fue irresponsable:  a los cincuenta años era un buen momento para tener su primera hija, especialmente si ya estaba criada, porque Chocrón pasaba por una de las mejores etapas de su carrera: acababa de publicar la novela 50 vacas Gordas; su amigo José Ignacio Cabrujas dirigía Simón, una de sus más hermosas obras de teatro; pleno auge del Nuevo Grupo; La Compañía Nacional de Teatro estaba por nacer, y Chocrón, su primer director,  sin falsas modestias inauguró la primera temporada con su obra Asia y el Lejano Oriente.   
Cuando tímidamente le presenté como trabajo de fin de curso una adaptación ambientada en la Caracas ochentosa de la obra Pigmalión de George Bernard Shaw, Isaac añadió a sus éxitos personales la paternidad espiritual de una hija, crecidita ya, que algún día podría llegar a ser una gran escritora: “como Lillian Hellman” y así me presentaba orgulloso a sus amigos, entre los cuales no se escapó ni   Edward Albee, autor de “¿Quién le teme a Virginia Wolf?”, quien educadamente tuvo que soportar los alardes de padre orgulloso de su amigo Isaac cuando vino de visita a Caracas a mediados de los años  ochenta.
Si Isaac era un padre complaciente y consentidor no por eso dejaba de ser estricto y exigente. Cuando llegaba a la universidad vestida a lo Madona a Papá Chocrón no le gustaba nada y me decía: “Niña tápate, que se te ve el ombligo”, se molestaba si siempre escogía el mismo pupitre para sentarme: “Hay que aprender a ver la vida desde distintos ángulos” y cuando no llenaba las expectativas académicas de mi exigente maestro, como el día en que olvidé mencionar en una exposición a Ricardo III entre los grandes malvados shakespereanos, habría cambiado mi reino de minifaldas por un caballo para no tener que enfrentarme a la fría ira chocroniana. 
Los cinco años que duró mi carrera universitaria estuvieron marcados por el constante apoyo de Isaac quien fue mi profesor en las cátedras de Shakespeare y el Teatro Isabelino, Teatro Norteamericano y Talleres de Dramaturgia.  
Pero el legado más hermoso mi padre-maestro no me lo dio en el aula, sino con su cariño, ese legado fue la certeza de que sí bien a nuestra familia biológica no la podemos elegir, la vida nos da la oportunidad de tener una familia “ elegida” que nace de afectos y   compatibilidades.
 La hija elegida de Chocrón resultó con el tiempo una hija ingrata: al terminar la universidad pasé años sin verlo, y todavía no he escrito la “gran obra” que Isaac de mí esperaba –“Esperaba no, espero”-. Casualmente nos reencontramos en la isla de Margarita en diciembre de 2000, y reiniciamos  nuestra relación como si  quince años no fueran nada: “sigue tus crónicas deportivas, que ahí está tu novela”. Isaac rápidamente retomó el hábito de  encaminar y arrear a su ya no tan joven hija.
 Estos quince años de nuestro involuntario distanciamiento para Chocrón fueron activos: fue director del Teatro Teresa Carreño, ejerció hasta hace poco la docencia en La Escuela de Arte, y los últimos tres años antes de su jubilación fue su director; ha dado cátedras especiales en universidades del exterior, y  en ningún momento ha  parado de escribir. El año 2001 fue un año especial para él: cumplió 70 años y fue homenajeado por todos los que lo quieren y admiran en el Teatro Teresa Carreño, pero el 2002 no se quedó atrás: Chocrón recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela y su novela Pronombres Personales fue publicada por entregas en El Nacional. 
 Sólo me asalta una duda: ¿seré hija única? Lo llamo celosa a preguntarle: “Imagínate, en veinte años de docencia miles de estudiantes pasaron por mis aulas. Entre tantos muchachos, poco más de media docena fueron para mí muy especiales, mis hijos elegidos: Xiomara Moreno, Martín Hahn; ¡No me voy a poner a contarlos!”. Como buen padre consentidor, Isaac prefiere cambiar de tema: “¿Sabías que  estuve en Londres dictando unas cátedras? Los ingleses son tan excéntricos que les ha dado por estudiar mi obra”.
 No quiero despedirme de Isaac sin preguntarle cómo debo terminar esta confesión de su paternidad a la comunidad judía: “Termina con esa frase de Simón, en la que Simón Rodríguez le dice a Bolívar: ‘Sal a reclamar tu parte. Todos tenemos derecho a reclamar nuestra parte del mundo. Para eso nacimos’ ”
 Pero el que parece que nunca se cansa de reclamar su parte del mundo, es mi querido Papá  Chocrón.

La hija Goy de Isaac Chocrón fue publicado en el semanario Nuevo Mundo Israelita en el año 2001. Adaptado para Ficción Breve en el año 2003. Esta madrugada murió mi querido profesor, me quedé huérfana de Isaac. La foto fue tomada la última vez que lo vi, cuando donó su biblioteca al Museo Sefardí de Caracas, rodeado de parte de su familia elegida.


martes, 1 de noviembre de 2011

Testimonios de la no ficción




La conversación entre los escritores Santiago Gamboa y Oscar Marcano: “Testimonios de la Ficción”, comenzó media hora después de lo pautado. A las 11.30 am, Andrés Boersner, presidente de su Sociedad de Amigos, presentó en el Centro Cultural Chacao al invitado especial de la undécima conferencia anual de La Fundación para la Cultura Urbana: el colombiano Santiago Gamboa, pero antes quiso recordarle a los presentes que hay 33 mil libros de la Fundación secuestrados por el Gobierno, y los miembros de la junta Directiva de Econoinvest, patrocinante de la Cultura Urbana, están presos desde hace más de un año sin tener cargos específicos en su contra.
El encargado de dialogar con el autor de “El síndrome de Ulises” fue el escritor Oscar Marcano,  quien de lo más organizado llegó con su IPad con los temas a tratar y empezó recordando lo que dijo en su reciente visita a Venezuela el argentino Ricardo Piglia: que hay dos vertientes opuestas en la Literatura Latinoamericana, la que se deriva de Gabriel García Márquez y la que busca emular a Jorge Luis Borges.
Gamboa no estuvo de acuerdo, sin incurrir en el patricidio de otros autores de la generación nacida en la década de los años 60, Gamboa opina que Gabo rompió el molde en su estilo, aquel que trate de emularlo no pasará de ser un copista. Para Gamboa la otra corriente distinta al camino de Borges vendrían siendo Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, especialmente el Nobel peruano, la estructura de cada una de sus novelas es una lección de estilo de la que los escritores siempre tenemos algo que aprender.
Conversaron Gamboa y Marcano, entre otros temas, sobre la diferencia entre el cuentista y el novelista, Gamboa es novelista por naturaleza pero cuando le ha tocado escribir cuentos -porque se los han pedido por encargo- ha cumplido de tal manera con el reto que gracias a un cuento publicado en la antología McOndo, logró entrar en el mercado editorial español.
Como tantos otros escritores, Gamboa no niega que a la hora de narrar a menudo incurre en la auto-ficción, le es más propicio escribir en primera persona, que sus personajes principales sean periodistas o escritores, que inventarse un narrador ajeno a sus vivencias, como por ejemplo, un policía. 
Cuando llegó la hora que el público interviniera, se recordó a Roberto Bolaño a quien Gamboa considera ligas mayores: “Una catedral de la Literatura”.
Entre el público ese mediodía había mucha gente joven, también varios escritores. Al finalizar la tertulia, Marcano le hizo un par de regalos a su colega colombiano: cuatro libros de autores venezolanos contemporáneos, y una gorra de los gloriosos Tiburones de La Guaira.
Como orgullosa Tiburona, no podía dejar pasar esta bombita, así que apenas se dio por finalizada la conversación, corrí al estrado y conseguí que el autor colombiano se pusiera la gorra escuala para tomar una foto para la posterioridad.
El  autor de “El cerco de Bogotá” preguntaba desconfiado: “¿Y este equipo es bueno?”.
“Es la tercera vía”, le respondió Oscar Marcano.
 Gamboa, quien dijo conocer algo de béisbol, quedó complacido.
A los pocos segundos, alrededor de la mesa, se agolparon quienes querían que el autor invitado les firmara sus libros. La mayoría llevó copias de “Necrópolis”(2009), yo lo hice de “Vida feliz de un joven llamado Esteban” (1995), la segunda novela de Gamboa que hace nueve años reseñé para Papel Literario cuando salió en su versión de bolsillo.
En algún momento de ese lluvioso mediodía tan grato, entre la marabunta de gente agolpada para saludar al autor, alguien cambió el maletín negro de Oscar Marcano, llevándose su Ipad  y un par de celulares, dejándole a cambio la edición del día del diario El Universal.
Aparentemente no es la primera vez que sucede en la sala de la Fundación Chacao, un hurto parecido ocurrió hace algunos días en un evento similar. Mientras Oscar y el personal de seguridad de la Fundación revisaban las cintas grabadas del evento con la esperanza de captar el momento del cambio de maletines, el invitado internacional exclamaba sorprendido: “¡Este robo debe ser un récord Guiness!”.
No, ningún récord Guiness, mi pana, robos como este son el día a día en Caracas.
Mañana Santiago Gamboa dictará la conferencia: “La ciudad y el exilio” en la sala Corpbanca, quién sabe si el ladrón se quede leyendo la novela inédita de Oscar Marcano que quedó en su IPad.