sábado, 28 de febrero de 2009

Ante el despecho Serratiano

Tardó Joan Manuel Serrat en romper su silencio con respecto a la situación política en Venezuela, hasta que por fin en una entrevista en Viña del Mar El Nano asomó sus simpatías     pidiéndole a quienes se oponen al presidente Chávez hasta el dosmilquiénsabecuando, reconocer su triunfo en las urnas electorales. La concentración de poderes civiles, el amedrentamiento a la oposición, el abuso de los entes públicos para las campañas gobierneras, entre otras pequeñas cosas que ayudan elección tras elección a que el Comandante se eternice en el poder, el bardo catalán no las toma muy en cuenta.  
Ante el despecho  de quienes no creemos en líderes todopoderosos, no pude dejar de recordar este artículo que escribí hace poco menos de tres años.
 
Gracias Diosito

                                       

 De vez en cuando la felicidad política nos llega en pequeñas dosis, y la semana pasada, ¡ay qué feliz fui!

El origen de tanta dicha lo encontré en la prensa al leer el titular: “Bryce Echenique afirma que Chávez es nefasto y arruina al país”. Sé que no es mucho. Poco o nada cambiará el curso de la historia venezolana que un escritor peruano de 67 años de edad, radicado en España y famoso por su prosa habitada por antihéroes insomnes, damiselas idealistas, escritores pobres (pero siempre enamorados), y seudo revolucionarios con mocasines de lujo; opine que “aún no se nota que Chávez está arruinando a su país porque tiene una gran cantidad de dólares de petróleo que pesa mucho...” .

Después de todo, con la ayuda de esos petrodólares, miles de corazones antiimperialistas llegaron a Caracas esta semana a darle un espaldarazo a la revolución bolivariana en el VI Foro Social Mundial. Y seguro se llevarán como souvenir un reloj con el rostro del líder... o una franela con su ídolo vestido de gala militar.

Ante tantas buenas voluntades internacionales, la ojeriza antichavista de Alfredo Bryce Echenique parece apenas un consuelo, pero me entra como un fresquito que uno de mis escritores preferidos vea la realidad venezolana reflejada en el mismo espejo en el que la veo yo.

Sé que no deberíamos alegrarnos de la desgracia propia. Ningún venezolano debería celebrar el augurio de un nefasto futuro para el país. Pero es que cada vez que sale un comunicado lleno de firmas de artistas e intelectuales apoyando a la revolución bolivariana, lo leo con el alma en un puño buscando el nombre de algún ídolo que crea en esta sin razón. Por favor Diosito qué no esté Joaquín Sabina, que no esté Muñoz Molina, que no esté Serrat. Ya estoy acostumbrada a encontrar a los eternos incondicionales de las causas revolucionarias. Aquellos que a la palabra revolución siempre le dan un cheque en blanco: Chomsky, Saramago, Benedetti. Y se les quiere igual. Pero me alegro tanto cuando intelectuales como Carlos Fuentes tumban el mito del que no está con Chávez está con Bush, como lo hizo en el artículo: “El año que fue”, criticando con la misma dureza ambos juegos de poder: “... se oponen en todo salvo en un punto: la fructuosa relación petrolera, indispensable para Chávez y para Bush. Lo demás es demagogia”.

Tampoco falta el idealista de fama mundial que desde una de esas ciudades en las que recogen la basura puntualmente y asfaltan los huecos de las calles (proezas inauditas en estas latitudes), aplaude revoluciones ajenas como método infalible para exculparse de vivir en la comodidad de un imperio.

Pero una cosa son los gringos y los europeos no hispanos ( “tan excepcionalistas”, como diría Susan Sontag: “En cualquier lado menos en mi país” ) ; y otra cosa son los latinoamericanos y los españoles a quienes les ha tocado vivir terribles dictaduras, y con quienes no sólo estamos unidos por el idioma, sino también porque durante años Venezuela fue considerada el puerto de aquellos que soñaban con vivir sin represión.

Sin embargo, también en los tiempos de la cuarta república Venezuela distaba de ser un país perfecto. No podía serlo una sociedad donde la diferencia entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco era (y sigue siendo) abismal. Precisamente esa diferencia de clases que durante siglos nos ha caracterizado a los latinoamericanos es el tema principal de Un mundo para Julius de Bryce Echenique: la historia de un niño limeño que crece en un medio privilegiado  y desarrolla una sensibilidad particular contra la injusticia social.

Hoy, que Caracas recibe a tantos soñadores de un mundo más justo, se les da la bienvenida. Sólo espero que puedan ver un poco más allá de la rumba y de los oropeles del turismo revolucionario, y se den cuenta de que siete años después de empezada esta gesta bolivariana, mientras la libertad de expresión comienza a condicionarse, la pobreza sigue igual y el país se cae a pedazos... abundan los mocasines de lujo en los pies de quienes dicen llamarse revolucionarios

Publicado en el diario El Nacional el 28 de enero de 2006. Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.

miércoles, 25 de febrero de 2009

La batalla de Bahía


 I
El ataque fue tan esperado como sorpresivo, algo así como un Pearl Harbor del siglo XXI. Quienes disfrutábamos de la soleada tarde de playa sabíamos que en cuestión de minutos seríamos atacados. Sin embargo ahí estábamos, cerveza en mano, comiendo tequeños y tostones con salsa de ajo, sentados en las incómodas sillas playeras discutiendo si habrá referendo o no. Algunos temporadistas precavidos comenzaban a rodar sus sillas al final de la playa, a pesar de que ya en esa zona el sol había sido reemplazado por la sombra. Yo no, soy carne fresca en Bahía del Mar: ¿cómo imaginar que un apacible lunes de Carnaval la pequeña playa de un edificio del Litoral Central se iba a convertir en una réplica exacta de la primera escena de Salvando al Soldado Ryan? ¿ Cómo imaginar que estaba a punto de vivir una versión carnestolenda de la invasión a Normandía?
Quizás debo comenzar por el principio, recordando unos Carnavales 2004 que prometían más desde el punto de vista noticioso que desde lo que se suponen que deben ser los Carnavales: cuatro días de asueto en los que hasta los políticos de turno se van de vacaciones. Pero cómo descansar tranquilos si el destino del país dependía del buen juicio democrático del Consejo Nacional Electoral de si debíamos ir a un Referendo Revocatorio Presidencial o no, juicio que estaba tardando demasiado en llegar.
Camila se había ido a un intercambio estudiantil a los Estados Unidos, para el pequeño Ozzie carnaval representaba disfrazarse de Batman, yo disfruto de una Caracas desierta, pero para Isabel -a sus rebeldes nueve años- quedarse en casa era una raya: ¿qué diría el miércoles de ceniza cuando le preguntaran en el colegio qué hizo en Carnavales? ¿cómo justificar tanta palidez? ¿Una vida tan aburrida? Sus quejas y lamentos parecían inútiles porque su padre decidió que la masa no está para bollos, cualquier viaje desequilibraría nuestro presupuesto familiar.
 Pero la noche del domingo de Carnaval, cuando al son de la musiquita de Globovisión vimos como Fundapatrimonio -desconociendo el fallo del Tribunal Supremo de Justicia- se preparaba para arrebatarle la reina María Lionza a la Universidad Central; a pesar del tráfico, a pesar de la peladera, el fanático de mi marido dijo ya basta, hay que descansar de tanta revolución, aunque sea por un día, y decidió regresar ese lunes de Carnaval a uno de los lugares más entrañables de su infancia, a sus Carnavales de hace treinta años: al 9A de las Residencias Bahía del Mar. El apartamento playero de su abuelita que todavía disfrutan los nietos.
II
Salimos a las once de la mañana tras empacar trajes de baño, franelas, cachuchas, bronceador y cuatro paños. Nos agarró un poco de tráfico, aunque no el que se esperaría un lunes de Carnaval, pero como yo tenía más de cinco años sin visitar el Litoral, aproveché la cola para detallar el paisaje.
No hay que ser Geólogo para darse cuenta de los dramáticos cambios que se han producido en el estado Vargas y no sólo debido al deslave: la autopista está desprotegida, el peaje abandonado, se robaron las barandas que sirven de defensas, en la cola en lugar de vender papita, maní y tostón, se venden cervezas; sendos carteles a lo largo de la vía aseguran que con Chávez y Barreto saldremos adelante en la Gran Caracas, mientras tanto, no sólo gran parte de la autopista está sin luz, sino también los túneles que atraviesan la montaña están tan oscuros como la conciencia de un político.
Los cambios geográficos son más desgarradores: a cuatro años del deslave que arrasó al estado Vargas, los rasguños que surcan la cordillera de la costa aprietan el alma recordándonos como la naturaleza se ensañó con el pequeño estado cobrando más de diez mil vidas. La colonial casa Guipuzcoana sigue en pie y está remodelada, el mural de Cruz Diez enfrente no corrió con la misma suerte: los pedazos que quedan de la obra cinética están desteñidos y no hay Fundapatrimonio que quiera hacerle un cariñito. El contraste entre ruinas y conservación marca el estado Vargas: por un lado balnearios como Camurí Chico lucen modernos e impecables, por otro lado hoteles que alguna vez fueron de lujo como el Sheraton y el Melia Caribe, están abandonados. El mar se alejó con el deslave ganando kilómetros de playa, pero urbanizaciones como Los Corales, son ruinas de rocas y tierra y no hay corazón humano que las logre levantar.
Ni el terremoto del 68, ni el deslave del 99, ni los diferentes gobiernos han hecho mella en Bahía del Mar y Laguna Beach, dos edificios hermanos separados por un malecón, diseñados en los años cincuenta por el arquitecto Juan Andrés Vegas. Además de su hermosa arquitectura lo que hace tan especial a este par de edificios es la particularidad de que sin ser club privados, cuentan con pequeñas playas para el disfrute de sus propietarios.
Cuando por fin llegamos y el vigilante de Bahía le abrió la puerta eléctrica al fanático de mi marido, al muy sentimental se le aguaron los ojos y le tembló la voz: “Aquí no pasan los años”. Todo estaba igualito a como lo recordaba en su infancia: el hall de la entrada, la piscina, el jardín, los ascensores, la fuente de soda, las mismas caras que lo vieron crecer jugando en esa playa de arena oscura y que hoy con afecto le reprochaban: “Tenías tiempo que no venías por aquí”. 
El 9A también está impecable: de pisos blancos y muebles de fórmica, sin lujos como lavaplatos y televisión, cuenta con dos cuartos con sus baños y una inigualable vista al mar. Como los hijos de la tía Helena –a quien le tocaba este asueto- tenían otros planes, mi cuñada Calen logró el premio gordo de la familia que es poder usarlo en Carnaval.
III
Corina, la única hembra de los cuatro hijos de Calen y de su esposo Antonio, estaba con una amiga en Camurí Grande, pero las niñas que estaban en Bahía acogieron a Isabel como se recibe a un miembro de su casta. Así, mientras el pequeño Ozzie chapoteaba entre las olas con sus primitos Diego y Fernando, Isabel fue reclutada como cadete raso en el Batallón Femenino de Bahía: responsables de llenar bombitas de agua en cuanto chorro encontraran. Nunca había visto tanta bombita de agua junta, ni en los carnavales del colegio cuando esperábamos en la salida a los profesores para mojarlos: había tobos, poncheras, cavas, ollas, palanganas repletos de bombitas multicolores. Antonio Enrique, el sobrino mayor, a sus trece años era el líder natural del grupo juvenil: saltando descalzo y con su traje de baño de cayenas, daba órdenes a diestra y siniestra ubicando en puntos estratégicos el numeroso arsenal acuático.
Ante tanta agitación infantil, pregunté nerviosa a mi cuñada:
-¿Qué es lo que está pasando aquí?
Calen, tan tranquila, cerró los ojos y tomando sol en la cara, me contestó:
-Nada, que estamos esperando una invasión.
¡¡¡Invasión!!! y me lo dice así, como quien avisa que por ahí viene una nube que va tapar momentáneamente el sol. ¡Qué suerte la mía! Salgo de la ciudad para descansar de tanta política y el coletazo revolucionario me viene agarrar en la playa. Imposible huirle al destino. El fanático de mi marido, viendo la angustia reflejada en mi rostro, se rió un buen rato antes de explicarme que la invasión no era de Tupamaros ni de Carapaicas:
"Es parte de una tradición milenaria, desde que Bahía es Bahía y Laguna es Laguna, los niños de ambos edificios se enfrentan en una guerra sin cuartel de bombitas de agua".
A diferencia de los viejos tiempos, los líderes de ambos bandos llegaron a un acuerdo de que en estos Carnavales no usarían como mísiles ni huevos, ni bolas de arena, ni agua congelada.
 “¡Estos muchachos de hoy en día!”- suspiró decepcionado el fanático de mi marido. Pero en la línea de fuego todo objetivo vale: niños, ancianos, bebés, mujeres embarazadas, nadie se salva de un bombazo.
Nuestros guerreros decidieron picar primero y mandaron a una comitiva naval en dos botes de goma con un buen cargamento de bombitas a invadir la playa vecina. La misión fue un fracaso, al poco tiempo regresaron los valientes soldados con lágrimas en los ojos: fueron derribados antes de llegar a la playa  perdiendo en las turbias aguas de Laguna un importante arsenal.
El contraataque no se haría esperar, sería cuestión de minutos, debíamos prepararnos. Mi marido, general retirado de estas lídes carnestolendas, me llevó a una esquina de la playa donde ya se encontraban apretujados la mayoría de los adultos, zona donde supuestamente seríamos respetados como los cascos azules de la ONU, observadores imparciales, pero mi sobrino Antonio, aquel dulce niño a quien hace no tantos años le hacía “atunacatunatún”, con cara de santo me escogió como escudo humano, depositando calladito sus bombas de agua detrás de mi silla. Menos mal que su tío lo descubrió a tiempo: “Antonio a los veedores hay que respetarlos”. El pequeño Ozzie tampoco quiso participar en la contienda, y arropándose en un paño se sentó en mis piernas a dormir la siesta mientras sus primitos se iban a la guerra.
Primero pasó el Ferry que va para Margarita, “ya verás las olas” me dijo Calen, y a los pocos minutos el apacible mar de Bahía se inquietó, pequeñas olas estallaron con violencia en la playa, la adrenalina subía, la invasión la esperábamos de un momento a otro, pero puedo jurar que nada prepara para el impacto de encontrarse con que tras la fuerza de las olas, se escondían cinco botes de goma llenos de preadolescentes con un grito de guerra en la garganta.
 La batalla empezó, el objetivo de los invasores era desembarcar en la playa de Bahía y a punta de bombazos, humillar al enemigo. Nuestros jóvenes guerreros tenían un plan: aguantar la embestida para dejar a los piratas sin municiones y después contraatacar. Una lluvia de colores surcaba el cielo de Bahía, y mi marido, impotente, veía como arremetían contra nuestros pobres soldados. Las más feroces invasoras eran un grupo de cinco muchachas que no tendrían más de catorce años, aguerridas amazonas con el brazo de Nolan Ryan y la puntería de Roger Clemens. No faltó un adulto que advirtiera: “A mi no, a mi no” y ¡zuacatela! Si estabas en la línea de fuego, no había permisito que valiera.
Un antiguo guerrero no aguanta tanta humillación, por eso, cuando ya habían logrado desembarcar las fuerzas hostiles y el bombardeo no cesaba, el fanático de mi marido saltó de su silla y se fue a rescatar la dignidad de su terruño playero. Como en las películas de guerra, evitó milagrosamente los proyectiles antes de esconderse detrás de un cocotero y dirigir a su ejército: “Contra el agua no, que las bombas no se rompen y perdemos municiones; Isa, ataca a la muchacha del bikini azul, que a esa ya se le cansó el brazo. El narizón, el narizón, hay que darle con fuerza al narizón porque es el líder del grupo, todos contra él. Diego métete escondido en el mar y voltea el bote pequeño que ahí está su arsenal. Cuidado Fernando, que estás en la mira del peludo. ¡Se escapan, se escapan, todos al malecón!” Y la fuerza patriota corrió al malecón mientras el ejercito invasor se despedía gritando: “¡Ganamos!” y mi marido, como si tuviera doce años, se los refutaba: “¡Mentira! ¡Ganamos nosotros!”.
El pequeño Ozzie durmió placidamente durante la batalla y sólo despertó cuando las aguas habían vuelto a su cauce. Después de comer un perro caliente con papas fritas, se unió a sus primos Fernando y Diego a recuperar algunas bombitas que intactas, yacían hundidas en el fondo del mar. Las metió en su tobo rojo y se niega a explotarlas, las está guardando para la revancha de Carnavales 2005.

Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.

lunes, 23 de febrero de 2009

Carnaval bajo las ruinas de un cine

En Carnaval 2009 nos quedamos en Caracas y para celebrarlo fuimos en familia a almorzar al restaurante Da Guido en la avenida Francisco Solano. Esperando tallarines carbonaras y salteados, mi marido y yo calculamos que como pareja teníamos aproximadamente 15 años sin pasear por el boulevard de Sabana Grande. 
Así que decidimos tomarnos el café en el Gran Café para recordar viejos tiempos. Pésima decisión, lunes de carnaval, lejos de encontrarnos con una terraza apacible donde podríamos reconciliarnos con el boulevard esta fresca tarde de febrero, en medio de una música estruendosa nos vimos rodeados de papelillo, confite y de muchachitos disfrazados, en un Gran Café en el que los mesoneros son más diligentes sirviendo cubetas de cervezas, que expresos y marroncitos.
  En medio del bullicio le contamos a los chamos que cuando éramos novios, a fines de los años 80, nuestra vida nocturna transcurría en Sabana Grande, por ejemplo, nos encantaba ir al cine Radio City a la función de las 9:3o y después cruzábamos al Gran Café.
Quisimos mostrarle la joya del Art Deco caraqueño que fue inaugurada en el año 1953 con una película de María Félix, año en el que ¡ojo! ni sus abuelos se habían casado, pero que su madre igual disfrutó hasta poco antes de que ellos nacieran porque este cine de pantalla gigantesca enmarcada por sirenas, sobrevivió hasta principios de los años 90 y en él recordaba haber visto, entre tantas películas:  "Out of Africa", "Matador" y "Camila". 
Nos costó reconocerlo, del espléndido cine Radio City -a pesar de que una gigantografía en la fachada lo señala como parte de nuestra memoria histórica- hoy no queda sino el nombre y las marquesinas quebradas. Dicen que pasó de cine a ser un centro de apuestas hípicas que expropió Juan Barreto, siendo Alcalde Mayor, para convertirlo en un centro de Seguridad Ciudadana, y esto fue lo que quedó. 

sábado, 21 de febrero de 2009

De 9 semanas y media a El Luchador



En 1986, un año después de su exitosa Flashdance y uno antes de su no menos exitosa Atracción Fatal, el director Adrian Lyne estrenó 9 semanas y media protagonizada por dos de las estrellas de Hollywood más atractivas de la década de los 80: la rubia Kim Bassinger y el sensual Mickey Rourke. Esta historia sobre la breve e intensa relación entre un ejecutivo de Wall Street y una Galerista de Soho, fue lo que los gringos llaman "una bomba", un fracaso de taquilla, apenas recaudó 7 millones de dólares, de los cuales me atrevería a apostar que la mitad se logró en los cines venezolanos: 9 Semanas y media era la película por ver entre la camada de quienes bailábamos en el Antró en Los Chaguaramos, nuestro símbolo de hedonismo, de sacarle el jugo al presente, de a mí nadie me quita lo bailao.
No reniego de 9 semanas y media, aunque tampoco era de sus cultoras, en una década en la que los calentadores, las hombreras y los peinados batidos eran sinónimo de belleza, la minimalista y fría estética de Lyne hoy se agradece por haber elegido como obsesos sexuales a una elegante Kim Bassinger y a un sobrio Mickey Rourke, para demostrarle a nuestros escépticos hijos que no todo era tan horrendo en los 80. 
Kim Bassinger, pasados los 50 años sigue siendo la misma, con su blonda melena despeinada y hermoso rostro que no necesita maquillaje para ser perfecto. En cambio Mickey Rourke, como el frío ejecutivo de Wall Street, en su carrera más bien emuló al borrachito pendenciero de la película Barfly, basada en la vida del escritor Charles Bukowski. La afición de Rourke de vivir al límite, que hizo que cambiara los platós de cine por el ring de boxeo, lo volvió un actor de alto riesgo que pocos productores se atrevían a llamar para un proyecto.  
Hasta que le llegó El Luchador de Darren Aronofsky,  película que parece hecha a la medida de Rourke, la historia de Randy 'The Ram' un ídolo de lucha libre en Nueva Jersey que vivió sus momentos de gloria en los años 80, y que en la primera década de 2000, sobrevive con digno tesón. 
"¡Amo los 80! ¡Cómo odio los 90!"
Le dice El Carnero oyendo rock de la época a la única amiga que encuentra fuera de los rings, Cassidy (Marissa Tomei), una cansada stripper cuarentona con quien intenta establecer una relación.  Los dos coinciden que los 80 eran divertidos, en los 90 tuvo que venir ese chico Cobain a inyectarle intensidad al rock. 
Intensidad no es lo que busca The Ram,  tras un primer aviso de ataque al corazón, quiere arreglar pasados entuertos, conseguir otra manera digna de ganarse la vida, quizás un nuevo amor. Pero el Carnero sólo puede ser el Carnero, y Mickey Rourke siempre será Mickey Rourke. Ojalá los carcamales de la Academia lo premien por eso y este sea el año de un luchador que no se rindió.

El vecino del altavoz


De mi crónica postelectoral en Evitando Intensidades, decidí rescatar la anécdota del vecino del altavoz para El Nacional, lo que resultó un excelente ejercicio de edición y demostró una vez más aquel viejo adagio que dice: less is more.

Al igual que en las 14 elecciones anteriores de los últimos 10 años, este domingo 15 de febrero fui a votar. Como me llegaron   decenas de emails diciéndome que debía hacerlo en la mañana, y decenas que en la tarde, fui al mediodía para quedar bien con todo el mundo. Pasé directo, sólo tenía por delante una preciosa viejita en silla de ruedas que debió haber nacido durante el gobierno de Cipriano Castro, a quien su familia engalanó, como para que no quedara duda de cuál sería su voto, con un enorme lazo rojo recogiendo su larga cabellera ceniza. La acompañaba un nieto quien votaría por ella. Yo tampoco voté sola, mi hijo de 9 años votó conmigo.

De regreso donde vivimos se oía un estruendo que parecía provenir de una casa aledaña: un altavoz transmitía a todo volumen una grabación del presidente Chávez cantando el Himno Nacional. No era ni siquiera la una de la tarde. Comenzaron a llegar por mensajería de texto alertas sobre votos nulos y  sobre la tinta indeleble que se podía quitar con cloro. Mi marido logró quitársela. Yo, por más que me di, no salió. Supe que sería un día largo viendo mi dedo morado y reseco.

Pero no lo fue tanto, Tibisay Lucena, que cuando la marea es adversa al Gobierno se hace esperar, poco más de tres horas después de cerradas las mesas, dio los primeros resultados en los que el SÍ ganaba obteniendo el 54 % de los votos escrutados. 6 millones y pico de votos por el Sí contra 5 millones y pico por el NO. La abstención, de nuevo, se hizo sentir. En la sala del CNE se oyeron vítores, casi todos los presentes se pusieron sus gorras y franelas con estrellas -logo de campaña del SÍ- como si estuvieran celebrando el triunfo de una Serie Mundial.

No fue una sorpresa, los rumores y las noticias cruzadas favorecían al SI a excepción de los eternos optimistas que aseguraban que los cantos de victoria antes de tiempo del PSUV, eran parte de su estrategia para amilanar a la oposición.

Lo que sí fue una sorpresa, una nueva modalidad de triunfalismo, fue que como a las 8 de la noche, a la espera de que Lucena hablara, se volvió a oír el altavoz en mi vecindario con un reducido repertorio que incluía la salsa Uh ah Chávez no se va, un joropo chavista y aquel viejo tema de Billo que dice: "Así como bailas, es que me gusta... Sí, sí, así así".

Por fin se hizo silencio para dejar oír a la Presidente del CNE dar los resultados, apenas terminó,  volvió a todo volumen  la voz del presidente Chávez cantando el Gloria al Bravo Pueblo. Pensé que una vez demostrado su punto, el vecino del altavoz se iría a celebrar al balcón del pueblo, pero no, el discurso triunfal del gobernante que aspira quedarse hasta el dosmilsiempre nos fue impuesto a los vecinos. Ni con las ventanas cerradas, ni con audífonos puestos oyendo música, ni con una almohada sobre la cabeza; había forma de no escucharlo.

Una amiga me sacó de mi error: no se trataba de ningún vecino jactancioso, en el edificio de Petróleos de Venezuela en La Campiña instalaron unas cornetotas de tal magnitud y potencia que a kilómetros de distancia se oía el discurso presidencial con la misma claridad que quienes lo oían bajo el balcón del pueblo. En otros sectores cercanos a edificios públicos, los vecinos también se tuvieron que calar el discurso del Comandante.

El Proceso como que por fin encontró un sistema infalible de invadir todos los espacios, hasta el silencio en nuestros hogares.

miércoles, 18 de febrero de 2009

El gran Clint


"¿Por qué no te mudas hombre blanco", le pregunta su anciana vecina en miao. Walt no entiende nada, pero lanza un escupitazo al piso, su forma particular de demostrarle su inmenso desprecio. Y pareciera ser verdad, Walter Kowalski(Clint Eastwood), veterano de la Guerra de Corea y jubilado de la Ford automotriz, como que es el único hombre blanco que queda en este vecindario en Michigan -Midwest norteamericano- cuya población esta dividida en asiáticos, afroamericanos y chicanos; todos con bandas juveniles sectarias y territoriales.  
Gran Torino de Clint Eastwood es la historia de un viudo solitario, y así prefiere estarlo, su única compañía es su vieja perra Daisy, y el único amigo que frecuenta es el barbero italiano a quien visita cada tres semanas. No pareciera que Walt quiere tener a más nadie en su vida: trata con desdén al joven sacerdote a quien su esposa le encomendó salvar su alma, y con indiferencia a sus hijos, nueras y nietos. Cuando su nieta adolescente le pide después del entierro de su abuela, que cuando se muera él le dejé su Gran Torino 1972 -un clásico de la Ford entre quienes conocen de carros-, el abuelo Walt le responde con un despectivo escupitazo al piso.
Irónicamente son sus vecinos adolescentes: Sue y Tao, huérfanos de padre, primera generación americanizada de una tradicional familia miao(o hmong en inglés, grupo étnico oriundo del sudoeste de China), quienes logran con desenfado ganarse al viejo y racista Walt, que a pesar de su reticencia inicial, se convierte en protector de esta familia del vandalismo de las bandas vecinales, en especial, de la patota asiática en la que el líder es un primo del joven Tao que hace lo posible porque el retraído adolescente se una a ella. 
Walter Kowalski es Harry el Sucio jubilado, el rudo entre los rudos, dispuesto a enfrentarse a su destino final que lavará sus culpas del pasado. Dicen que es la última actuación de Clint Eastwood, quien a los 78 años todavía no se retira como director. 
Ojalá que no, porque a nadie le sientan mejor los años que al gran Clint.

martes, 17 de febrero de 2009

A dónde se fue fortuna fortuna

De regreso de Miami, mi tía me invitó a una cena de despedida a un ingeniero amigo que se iba con su esposa “a probar fortuna”, precisamente, en Miami. Y yo que vengo cansada de la comida chatarra y de recorrer autopistas, todavía no me acostumbro a oír la frase “a probar fortuna” como justificación para irse a vivir fuera de Venezuela. “A probar fortuna” llegaron miles de europeos a nuestras costas a mediados del siglo XX huyendo del hambre, del frío, de la guerra, de la intolerancia.

“A probar fortuna” vinieron miles de vecinos latinoamericanos en la segunda mitad del siglo pasado buscando refugio de dictaduras militares, de economías estancadas. Pero a qué venezolano en su sano juicio se le habría ocurrido hace algunos años probar fortuna fuera de Venezuela, un país que parecía tocado por la gracia divina.

Oigo hablar al ingeniero con ilusión sobre su nueva vida y pienso que, pasados los cincuenta años, su edad no es la que solemos relacionar con la frase “a probar fortuna”. Pero el ingeniero y su esposa tienen buenas razones para emigrar:

“Tres de nuestros cuatro hijos viven en el exterior, dos en Miami, donde hay un boom de construcción, mientras en Caracas, desde que llegó la revolución bolivariana, la construcción está parada”.

Curiosamente, un boom que se ha despertado en la revolución bolivariana es el de libros venezolanos publicados en el país. Hasta hace poco el único camino para que muchos de nuestros escritores vieran sus obras en las librerías era financiarlas ellos mismos; pero de hace unos meses para acá impresiona la cantidad de libros venezolanos en buenas editoriales. Imposible nombrar algunos sin quedar mal con otros, por eso me limito a una muestra representativa como fue la presentación el martes 22 de noviembre en el hotel Tamanaco de libros de Isaac Chocrón, Antonio López Ortega, Federico Vegas y Héctor Concari, publicados por Random House Mondadori.

Sergio Dahbar e Isaac Chocrón esa noche hicieron hincapié en que si este fenómeno editorial se está dando debe ser porque, a pesar de lo que aseguran las malas lenguas, los venezolanos nos estamos leyendo. Ante su optimismo recuerdo el “buscar fortuna” del ingeniero y pienso que quienes nos quedamos en Venezuela quizás estamos buscando en nuestra literatura alguna explicación de cómo llegamos a convertirnos en un país en el que la fortuna ya no parece estar a nuestro alcance.

Entre la oferta literaria venezolana de Mondadori, comencé por la más reciente novela de mi querido profesor Isaac Chocrón: El vergel. Un ejercicio de memoria emocional en el que diversas voces cuentan una vida rodeada de afectos entrañables. Chocrón cree en las travesuras del azar, y yo también después de que en el cuarto capítulo de la novela de mi maestro, el narrador se topa con dos jóvenes que sueñan con “probar fortuna” en el exterior (uno en España y otro en Canadá), y ante la coincidencia de que para estos muchachos la ilusión del futuro está en emigrar, el narrador se pregunta: “¿Es que ya no hay posibilidades de probarla (fortuna) en nuestra propia tierra? ¿Qué pasará si ese éxodo aumenta y aumenta?”.

Sin embargo, para muchos la fortuna no emigró de Venezuela, tan sólo se vistió de rojo, y al que no le guste, que se vaya “pa’ l carajo” (como diría el vicepresidente Rangel). Ese parecía también ser el mensaje en la Feria Internacional del Libro en el Parque del Este, donde había pocas novedades literarias y mucho compromiso revolucionario.

Este evento fue una muestra más de cómo la propaganda del Gobierno se adueñó de los espacios públicos con descaro y sin control: no sólo llegar un domingo al parque y toparse en la entrada con un gigantesco afiche del presidente Chávez abrazando a una niñita, sino también el estruendo de un camión repartiendo propaganda electoral —convenientemente ubicado en los linderos de la avenida Rómulo Gallegos— con potentes altavoces que prometían hasta en el foso de los tigres: “Uh, ah, Chávez no se va”.

Imposible entrarle aunque fuera al primer párrafo de la última novela del compañero Saramago.

Difícil no salir deprimidos de la FIL si no se sueña con un país rojo quinta república. Queda la esperanza que mientras todavía haya quienes escriban, publiquen y lean venezolano con libertad de pensamiento, la diosa fortuna no nos habrá abandonado del todo.


Artículo publicado en El Nacional en 2005, me pregunto cómo le habrá ido al Ingeniero porque la construcción ha sido una de las industrias más afectadas con la crisis económica en los Estados Unidos. Ilustración para Nojile Rogelio Chovet.

lunes, 16 de febrero de 2009

Silencio


¿Qué le vamos a hacer? Ganó el Sí a un Emperador. Como dice mi amigo Roberto: "A recoger los vidrios rotos y a comenzar de nuevo". La verdad es que no tenía mucha fe de que fuera otro el resultado en esta Enmienda Constitucional que buscaba la reelección indefinida, bastaba pasear por Caracas para darse cuenta de la enorme ventaja entre la opción del SÍ, que tenía las calles tomadas con todo tipo de publicidad: vallas, gigantografías, tarantines que regalaban franelas, afiches y anís con red bull (dígalo ahí, Ibsen); y la tímida propaganda del NO , apenas se veía uno que otro NO es NO en un poste aislado.

Difícil combatir con las generosas arcas de la Nación en cuanto a proselitismo publicitario se trata.

Pero aún quedaba la esperanza de que quizás ganaría el NO: contábamos con la energía estudiantil, las últimas dos elecciones habían dado resultados favorables para quienes no creemos en el llamado Proceso, y la marcha final en Caracas de esta campaña, de Petare a la avenida Libertador, pareció superar con creces la concentración en la Avenida Bolívar a favor del SÍ, que cerró con un orador suplicando que por favor, votarán por él.

Y como en las 14 elecciones anteriores de estos últimos 10 años, este domingo 15 de febrero fui a votar, y no precisamente por él. Como me llegaron una catajarra de emails diciéndome que debía hacerlo en la mañana, y otra catajarra de emails diciéndome que en la tarde, fui al mediodía para quedar bien con todo el mundo. Pasé directo, sólo tenía por delante una viejita en silla de ruedas que debió haber nacido durante el gobierno de Cipriano Castro, a quien su familia engalanó, como para que no quedara duda de cuál sería su voto, con un enorme lazo rojo recogiendo su larga cabellera ceniza. La acompañaba un nieto quien votaría por ella. Yo tampoco voté sola, mi hijo de 9 años me acompañó.
De regreso a casa se oía un estruendo que parecía de una calle vecina: altavoces transmitían a todo volumen al presidente Chávez cantando el Himno Nacional. No era ni siquiera la una de la tarde. Comenzaron a llegar por mensajería de texto y por Facebook voces alertas asegurando que la tinta indeleble se quitaba con cloro, mi marido logró quitársela. Yo, por más que me di, no salió. Sabía que sería un día largo viendo mi dedo morado y reseco.

Pero no lo fue tanto como esperaba, Tibisay Lucena, que cuando la marea le resulta adversa se hace esperar, en esta ocasión a las 9 y 30 de la noche dio los primeros resultados en los que el SÍ ganaba obteniendo el 54 % de los votos escrutados. 6 millones y pico de votos por el Sí contra 5 millones y pico por el NO. La abstención, de nuevo, se hizo sentir. En la sala se oyeron vítores, casi todos los presentes se pusieron sus gorras y franelas de la victoria roja como si estuvieran celebrando el triunfo de una serie mundial.

No fue una sorpresa, los rumores y las noticias cruzadas de esa noche favorecieron al SI a excepción de los eternos optimistas que aseguraban que los cantos de triunfo antes de tiempo del PSUV, eran parte de su estrategia para amilanar a la oposición.

Lo que sí fue una sorpresa, por lo visto una nueva modalidad del triunfalismo, fue que como a las 8 de la noche, a la espera de que Lucena hablara, se volvieron a oír los altavoces en mi vecindario, esta vez no tocaban el himno, sino un reducido repertorio que incluía la salsa Uh, ah Chávez no se va, un joropo chavista y aquel viejo tema de Billo que dice: "Así como bailas, es que me gusta... Si, si, así así".

Por fin se hizo silencio para dejar oír a la Presidente del CNE dando los resultados, y apenas terminó, además de los fuegos artificiales se oyó en mi vecindario la voz del presidente Chávez de nuevo cantando el Himno Nacional. Pensé que una vez demostrado su punto, el vecino de los altavoces se iría a celebrar al balcón del pueblo, pero no, el discurso de victoria del Presidente que aspira quedarse hasta el dosmilsiempre les fue impuesto a juro a los vecinos. Ni con las ventanas cerradas, ni con el IPod puesto, ni bajo la regadera, había forma de no oírlo.

María Gabriela, una amiga en Facebook, me sacó de mi error: no era ningún vecino jactancioso, en el edificio de Petróleos de Venezuela en La Campiña, instalaron unas cornetotas de tal magnitud que a kilómetros de distancia se oía el discurso presidencial con la misma claridad como si estuviéramos en el balcón del pueblo. Amigos en otros sectores cercanos a edificios públicos, también se tuvieron que calar el discurso del Emperador. Por lo visto el Proceso encontró un sistema infalible de invadir todos los espacios, hasta el silencio en nuestros hogares.

Este lunes amaneció apacible despúes de la resaca moral de más de 5 millones de venezolanos. Ya no podemos decir No es No, pero todavía queda mucho camino por recorrer contra el autoritarismo y la imposición.

sábado, 14 de febrero de 2009

El interminable caso de Benjamin Button


Aprovechando el asueto pre-electoral fui a ver El curioso caso de Benjamin Button con mis hijas adolescentes en un cine abarrotado de muchachos. Afortunadamente, se portaron bien, suelo temer a este tipo de público, y eso que la película es larga, casi tres horas, demasiado larga para mi gusto, tan larga que me hizo recordar la famosa frase de Woody Allen que una película no debe durar más de lo que dura la vejiga humana en llenarse.
No me pasa con todas las película largas, jamás me atrevería a tildar los dos primeros Padrinos de Francis Ford Coppola como demasiado largos, fueron perfectos, pero El curioso caso de Benjamin Button de David Fincher, basada en un relato de F. Scott Fitzgerald que narra la historia de un niño que nace con las características de un viejo y a medida que van pasando los años, se vuelve cada vez más joven; por más 13 Oscares que esté nominada, como a las dos horas, a medida que Brad Pitt se iba poniendo espectacularmente bello, se me hizo interminable. 
Los primeros años fueron encantadores, los del viejo-niño críado en un ancianato por una madre adoptiva negra quien recoge al recién nacido abandonado en la puerta de su casa por considerarlo tan desafortunado: "que hasta nació blanco".  Benjamín crece como un viejito más entre los viejitos: achacoso, débil, pero con la inocencia de un niño para quien todo es nuevo en la vida. Brad Pitt es convincente en esta primera parte de la película, emular a un niño le debió resultar fácil con la tropa de muchachitos que tiene con Angelina Jolie.
Comencé a sentir que la silla se volvía incómoda,  a chequear la hora en mi celular,  a buscar la última cotufa de la cajita; cuando Benjamin adulto se reencuentra con Daisy(Cate Blanchett), su amiga de infancia, y comienza la serie de encuentros y desencuentros románticos hasta que por fin coinciden en una edad física compatible, aunque ambos saben que esta compatibilidad no puede durar.  ¿Qué les puedo decir?  Cate Blanchett,  una de las mejores actrices de su generación, no da con el personaje de la joven bailarina, aunque se le ve más cómoda como la madura profesora de ballet, y a Brad Pitt como el Benjamin adulto ya no le resta mucho por actuar más que ser espectacular, y lo logra con creces:  no hubo close up del rubio actor cuarentón en el que no se oyera un suspiro general entre la audiencia femenina  y parte de la masculina. Sin embargo, el hermoso Benjamin careció del encanto del niño viejo. 
Salí del cine con la sensación de que esa película  la había visto antes, tenía muchas características similares a Forrest Gump de Robert Zemeckis: el protagonista narra su vida desde la infancia; el primer amor sólo logra darse tras muchos desencuentros; el sur de los Estados Unidos como escenario; énfasis en el momento histórico-cultural de cada escena. Luego descubrí que ambas películas comparten guionista: Eric Roth, nominado este año al Oscar como mejor guión-adaptación por El curioso caso de Benjamin Button, y ganador en 1994 por Forrest Gump. 
Pero Forrest Gump, tan vilipendiada por algunos corazón de piña que la consideran una cursilería Pop, es una película que he visto más de una vez sin dejarme de emocionar con momentos como: "corre, Forrest, corre" o el "Jeeeeenyyyy" en la multitudinaria protesta antiguerra frente al Obelisco de Washington. No siento que lo mismo me pueda pasar con El curioso caso de Benjamin Button, aunque no me arrepiento de haberla visto en cine: un close up de Brad Pitt en pantalla grande bien vale la pena una vejiga a punto de reventar.   

martes, 10 de febrero de 2009

La calle Revolución

Él escribió: "Una catástrofe de película". Ellas le refutaron: "Es excelente". Esta polémica se suscitó la semana pasada en mi wall de Facebook en torno a Revolutionary Road.
Algo similar pasó entre la prensa extranjera y los miembros de la Academia de Cine a la hora de valorar la película de Sam Mendes: fue nominada a los más importantes renglones en los Globos de Oro... y apenas al actor secundario, dirección de arte, y vestuario de los premios Oscar.  
La mayor sorpresa fue que los miembros de la Academia ignoraran a la inglesa Kate Winslet para el Oscar por el papel de joven esposa insatisfecha que le mereció el Globo de Oro 2009 como mejor actriz; y que Winslet fuera nominada en este mismo renglón como la colaboracionista nazi en The Reader, con el que obtuvo el Globo de Oro como actriz de reparto.
Peter Travers, crítico de la revista Rolling Stone, recordaba en su blog un capítulo de la serie de HBO Extras donde a la eterna nominada le recomiendan hacer una película sobre el Holocausto, sólo así ganaría su primer Oscar. Palabras que resultaron proféticas, y es que sin desmerecer The Reader, película que no he visto, la actuación de Kate Winslet en Revolutionary Road parece insuperable.
La historia comienza con el final de muchas historias, cuando April (Winslet) aspirante a actriz, se enamora del guapo comerciante Frank Wheeler(Leonardo DiCaprio), y pocos años después, en 1955, la pareja es el retrato del American Dream viviendo en una casa de vereda blanca, con dos lindos niños y todos los artefactos eléctricos que una ama de casa de la época puede desear. 
Pero April no es feliz.
Su esposo Frank, cumpliendo 30 años, tampoco es feliz como vendedor en una empresa. Una hormiga trabajadora más de los suburbios como tantas hormigas con sombrero que toman el tren para Manhattan todas las mañanas, se bajan en Grand Central Station, y tras un monótono día en un cubículo de oficina, regresan en el tren de las 5 de la tarde a sus casas donde los esperan sus muchachitos, sus perros, y sus rubias mujeres con un martini en la mano y un pastel de carne en el horno.
¿Esto es todo lo que se puede esperar de la vida?
Sin duda hay vidas peores, pero April y Frank son los Wheeler, para los vecinos la pareja 10: jóvenes, hermosos, con niños bellos, y un promisorio futuro por delante. Lo que sus vecinos en su enorme simpleza son incapaces de imaginar es que lo único en común que queda entre  la pareja, a parte de sus hijos, es la desesperanza, y un último sueño: mudarse a París. 
Sólo el vecino loco de la película, como todos los locos en las películas, termina siendo la voz de la razón, capaz de vaticinar que si pierden ese último sueño, la fatalidad se precipitará en casa de los Wheeler. 
Sin duda Revolutionary Road no es una película para quienes Evitan Intensidades, carece por completo de sentido de humor, April es el descarnado retrato de una depresión, y como tantas obras que tocan la fragilidad del sueño americano, los dilemas existenciales de los protagonistas son de una privilegiada clase media que se mira ante el espejo y se encuentra con una imagen cuya alma se perdió en el camino.
Nada nuevo bajo el sol que ilumina el río Hudson: en el conformista Frank vemos a un futuro Willy Loman, el cansado vendedor de La muerte de un viajante de Arthur Miller; en su relación con April vemos a los irascibles Martha y George de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1962) de Edward Albee. Acercándonos a los 80, los Wheeler podrían ser como los protagonistas de La Guerra de los Roses (1989), película dirigida por Danny DeVito basada en la novela de Warren Adler, con Kathleen Turner y Michael Douglas como los Roses, un matrimonio sólo en apariencia modelo. 
Sin olvidar personajes más recientes como la ama de casa deprimida interpretado por Julianne Moore en la película Las Horas(2002), basada en la novela de Michael Cunningham. O en la serie Mad Men, del canal TCM, la bella esposa del exitoso publicista que visita al siquiatra para superar su inexplicable melancolía. 
Pero los Wheeler de Revolutionary Road (1961), la novela de Richard Yates en la que se basa la película de Mendes -con la excepción de La muerte de un viajante (1949)-  preceden a estos personajes que hoy forman parte del colectivo imaginario norteamericano del descontento. Dicen quienes la han leído recientemente, que a pesar de que temas como el divorcio, la infidelidad, el aborto, esposas que trabajan y maridos que se quedan en casa,  dejaron de ser revolucionarios hace bastantes años -por lo menos en la costa este de los Estados Unidos- es una novela que aún refleja la fragilidad del sueño americano, porque la vida, a diferencia de los comerciales de televisión, no está diseñada para ser perfecta.
 

lunes, 9 de febrero de 2009

El periodismo según Tomás Eloy Martínez


En la serie de entrevistas de Juan Cruz  a leyendas del periodismo para el semanario dominical de El País, ayer le tocó el turno a Tomás Eloy Martínez (1934), escritor y periodista argentino, quien pasó parte de su exilio político en Venezuela trabajando para El Nacional y, posteriormente, para El Diario de Caracas.  Martínez  hoy vive entre New Jersey y Buenos Aires, y sus crónicas publicadas en el New York Times, podemos leerlas todos los domingos en El Nacional.
 
Pregunta Juan Cruz:

¿Y el periodista cómo ve ahora este oficio?

R. Ante el periodismo, ante lo que vendrá, siento una cierta perplejidad; las formas de lectura están cambiando vertiginosamente y el periodismo de papel se está convirtiendo en un vehículo incómodo para la lectura. Mucha gente prefiere las versiones on-line de los periódicos, y yo les encuentro un riesgo, sobre todo en los comentarios a las noticias o a las opiniones. Por un lado, hay una libertad necesaria para escribir y para expresarse con soltura. Por el otro, el anonimato de los posteos abre el camino a una peligrosidad impunidad. No me preocupan tanto los descuidos y malos tratos a que se somete el lenguaje, que es nuestra herramienta esencial. Me preocupa más que se lea mal y que esa ligereza en la lectura derive en una ligereza en la acusación. El anonimato encubre una cierta infamia, encubre a veces sentimientos deleznables. Esto no es el periodismo, por supuesto; es una perversión del periodismo, pero es algo para lo cual el periodismo es un vehículo en este momento.

P. Pero ya había periodismo amarillo.

R. Lo había y lo hay. Lo que pasa es que esto potencia, multiplica, la fuerza del periodista amarillo. Todos los días vemos señales de este tipo de periodismo que se manifiesta en forma de acusación. Escribí una columna sobre la carnicería que se hizo con Ingrid Betancourt y con Clara Rojas cuando fueron liberadas por las FARC. Periodistas muy serios, con una larga trayectoria, añadieron leña al fuego de los chismes sobre la intimidad de las ex rehenes...
 
Después de conversar un poco sobre  el periodismo en América Latina, cómo antecedió el Nuevo Periodismo de Estados Unidos, y sobre el génesis de Santa Evita, Juan Cruz asegura que entre el periodismo y la literatura, a menudo:

P: Se mezclan las aguas.

R: Yo parto del hecho de que el periodismo es ante todo un acto de servicio, un servicio al lector. Con el periodismo tú le sirves a un lector; le presentas una realidad con la mayor honestidad posible, con los mejores recursos narrativos y verbales de que dispones. Pero en todo momento tienes que dejar bien claro que esa es la realidad que tú has visto, en cuya veracidad confías... En la ficción, en cambio, tienes que dejar en evidencia que esos datos que das no son confiables. Por eso puso debajo del título de Santa Evita la palabra novela.

P. El periodismo es una materia omnipresente. ¡Hasta en Borges!

R. Borges empieza siendo un periodista; dirige un suplemento cultural en el diario Crítica, ¡imagínate, el diario más popular de Buenos Aires! Ahí él arranca haciendo un periodismo de imaginación. De hecho, su Historia universal de la infamia está basada en hechos reales que él transforma en ficciones.

P. Y la obsesión de Gabriel García Márquez por el dato es equivalente a la que siente Truman Capote porque no se le escapen detalles en A sangre fría...

R. En el caso de García Márquez es porque a él le importa mucho la creación de un universo verosímil, aun en las novelas. El lector se identifica más con lo que narras si esto le parece verdadero... García Márquez es un obsesivo de la información; yo lo he visto trabajar en Noticia de un secuestro con una obsesión por la información precisa que va más allá de todo cálculo. Ya era en ese momento un escritor de primera línea, había ganado el premio Nobel y estaba trabajando en ese libro-reportaje como en cualquiera de sus novelas de otro registro. No hay que descreer de un solo dato. En cambio, no le creas ni un solo dato de El general en su laberinto: es todo invención e imaginación.

P. Se retroalimentan el periodismo y la ficción, y juntos constituyen el llamado nuevo periodismo. ¿Qué le dio el uno a la otra?

R. En primer lugar, un mayor y mejor acercamiento del lector al hecho tal como es. Porque proporciona una identificación entre el lector y los personajes a los cuales estás aludiendo. El viejo periodismo decía: "En el tsunami habido ayer en el sureste asiático murieron equis personas; una gran ola avanzó kilómetros y alcanzó aldeas y ciudades...", mientras que el nuevo periodismo empezaría así una noticia como esa: "La señora Tapa Raspatundra estaba en la orilla de su pueblo en Java cuando un enorme nubarrón en el horizonte le hizo prever la catástrofe, tomó a sus niños en brazos y escapó de una tragedia que causó equis muertos". Cuentas el horror de la ola e identificas al lector con un personaje que vive en primer plano la tragedia. El relato introduce al lector en la historia.

Siempre es interesante saber cómo se ejerce el periodismo donde la Libertad de Expresión está  restringida: 

P. Los políticos también son presentados ahora como parte del espectáculo, y ellos mismos se comportan a menudo como si fueran actores, ávidos de la cámara...

R. No dudo que el efectismo sea más entretenido, pero la misión del periodismo es no obedecer. El periodismo es un acto de servicio, pero no es un acto de servilismo, y por lo tanto los periodistas tienen que hacer aquello que su conciencia le dicta... El poder o amordaza o trata de comprar al periodista; pero primero trata de halagarlo, y hay formas muy sutiles de halago; programas en las televisiones del Estado, una forma nueva del sobre a fin de mes.

P. Usted pasó una experiencia central en su vida, la dictadura militar. En épocas así el periodismo no se reconoce a sí mismo.

R. La dictadura tuvo un efecto muy nocivo, muy venenoso en mi país, y cercenó muchas de las dignidades periodísticas de ese tiempo, no sólo en Argentina, también en Chile... Y yo pasé ese tiempo en Venezuela, en el exilio. En aquella época no existía la posibilidad de acceder a la lectura diaria del periodismo en otro país. En la distancia se veía que aquel proceso que se vivía en Argentina era dictatorial, y atrozmente dictatorial. Recuerdo que a los pocos días de estar en El Nacional de Caracas, donde me acogieron, me pidieron una crónica sobre Argentina. La titulé Una larga marcha entre los escombros; recogía ahí los nueve puntos de la Junta Militar, que condenaba a la ciudadanía a la obediencia ciega. Me decían: "Te equivocas, Videla es el bueno; ha triunfado la línea más civilizada del Ejército, hay una línea más perversa..." La había, pero Videla había preparado arteramente la matanza completa de toda conciencia de la sociedad.

P. Brecht decía que había que cantar también en tiempos sombríos. ¿Y hacer periodismo?

R. En Brasil hubo momentos memorables bajo la dictadura; cuando la censura oficial prohibía la publicación de ciertas noticias los periódicos salían con espacios en blanco allí hubieran sido impresas tales informaciones. En Argentina eso no sucedió. Aquí o eras cómplice o no sabías a qué te exponías. La complicidad fue una exigencia para poder trabajar en el periodismo. Los periodistas chilenos han pedido disculpas por su obediencia a la dictadura de Pinochet. Los periodistas de mi país no han pedido disculpas. Muchos de ellos se enorgullecen de lo que hicieron: creen que hicieron lo correcto y estaban de acuerdo con lo que se hacía.

Cruz cierra la entrevista con dos temas fundamentales: el futuro y el pasado del periodismo

P. Con todo lo que hay sobre la mesa sobre lo que es el periodismo hoy, ¿cuál sería su diagnóstico sobre el porvenir del oficio?

R. Periodistas habrá siempre, como narradores. Defoe es anterior al periodismo, como Homero o Herodoto; eran todos narradores de hechos que daban como ciertos, y la historia sigue en pie gracias a que el hombre siempre tuvo vocación de narrar sus hechos. No narraba las ausencias: narraba aquello que le parecía narrable o contable. Sólo lo escrito permanece; aquello que no ha sido narrado no existe, y lo que ha sido escrito se convierte en verdad. Y eso seguirá siendo así. ¿El periodismo? Las transformaciones son muy vertiginosas. Cuando yo era un niño no había televisión, había radio y era una radio mucho más precaria que la de ahora: En mi primer trabajo en el periódico las grabaciones de las noticias se hacían en cilindros de cera. La primera vez que fui a Madrid a entrevistar a Perón, en 1966, las noticias se transmitían por télex, o por telegrama. Y ahora mira los adelantos que hay. A este ritmo, ¿cómo quieres que prediga el futuro?

P. ¿Y el pasado? ¿Qué le ha dado este oficio?

R. Un buen modo de ganarme el pan. Un modo decoroso, esforzado y muy laborioso. El periodismo generalmente no está bien pagado, pero sea cual fuese el salario yo he procurado dar lo mejor de mi, porque lo que siempre me pareció es que estaba en juego mi persona, mi ser, mi naturaleza humana, y no lo que recibiese a cambio. Eso es lo que me ha dado el oficio.


Entrevista publicada en El País Dominical el 8 de febrero de 2008, y con la libertad que  da Internet,  en Evitando Intensidades sólo montamos un resumen porque es muy larga; sin modificar, claro está, ni las palabras del entrevistado, ni las del entrevistador. A quien le interese leerla completa, se la puedo enviar por correo electrónico.

domingo, 8 de febrero de 2009

La marcha por el NO

Este sábado 7 de febrero no emulé a Ilan Chester marchando desde Petare rumbo a la CANTV; preferí  dejar mi carro en el estacionamiento de casa de mi abuela en La Florida, y bajar hasta la avenida Francisco Solano para unirme a la marcha por el NO a la enmienda constitucional que permitirá la reelección indefinida.  Me acompañaba mi hija Camila, de 17 años, era su primera concentración porque no soy de quienes les gusta mezclar a los niños con la política. 
Llegamos a la iglesia del Recreo pasadas las 12 del mediodía, y más allá de oficiales de la Policía Metropolitana que conversaban entre si, y una docena de viejitos sentados bajo la sombra de los árboles, la avenida Francisco Solano estaba desierta. "¿Está segura de que la marcha pasa por aquí?", preguntaba una señora protegida del sol por un paraguas tricolor, cuando comenzamos a oír pitos y sirenas que anunciaban que la marcha estaba por llegar a la Solano.  Corrimos tres o cuatro cuadras para unírnosle, aunque para ser sincera,  Camila y yo de los restaurantes Urrutia al Da Guido, no nos movimos, y no me arrepiento porque fue una excelente manera de calibrar si la marcha por el NO tuvo convocatoria el establecernos en un punto y ser testigos de la cantidad de personas que desfilaron durante más de tres horas. 
Primero pasaron los motorizados entre quienes se incluían aquellos que tienen motos por placer, y quienes viven de ellas.  
Después pasaron los políticos: "Por allí viene Rosales", "Se está acercando Henrique Capriles"; "¡Corre que ahí está Ledezma!".
 Con un cordón de seguridad que ni la escolta cubana del presidente Chávez, marcharon los líderes estudiantiles. Llegaron en cambote, vestidos de blanco, algunos con franelas que exigían: "Liberen a Maraco".Quise tomarles la foto en grupo parándomeles en frente,  y casi me agarran por la camisa y me lanzan hasta la gaudilesca reja de El Lagar, fue en ese momento en el que me di cuenta que a quien estaba entorpeciendo el paso era a David Smolansky, dirigente de la Universidad Católica Andrés Bello quien es uno de los líderes de mayor peso de esta nueva camada estudiantil. Antes de que su barrera de protección se deshiciera de la  loca que tomaba fotos, me dio tiempo de decirle: "Chamo mis respetos". Y él se sonrió. No debe ser fácil ser una estrella de rocanrol.Confieso que al principio me asusté, en esa primera parte de la marcha había muchos huecos, pensé: "Nos fregamos". Pero de repente, pasada la 1, fue como si se hubiese abierto el chorro con todo su poder y durante más de 2 horas pasó gente, y gente, y gente, amuñuñados, como los quería ver. Como todas las marchas, el ambiente fue festivo,  el mensaje, dicho de infinitas maneras, era uno solo: No es No. 
A las 3 y media de la tarde, la marcha ya se había ido de la Francisco Solano, Camila y yo nos moríamos de hambre.  Fuimos a almorzar  hamburguesas porque buena falta nos hacía una dosis de carbohidratos y proteínas. Cuando le pregunté a mi hija adolescente (que no recuerda otro presidente que no sea Chávez)  cuál fue la consigna que más le gustó,  me respondió sin dudarlo que la de los chamos de la foto de abajo quienes marcharon porque ellos, algún día, también quieren ser presidentes. 

El abusadorcito


En una casa rodeada de edificios de oficinas, funciona un negocio que cuenta con 4 puestos de estacionamiento. Como nunca falta un vivo que intenta dejar su carro ahí para hacer diligencias en otro lado, hay un enorme aviso que dice: “Estacionamiento exclusivo para clientes y proveedores” al que fue necesario agregarle: “Se pinchan cauchos”…  y es que de estos 4 puestos depende la supervivencia del negocio, ya que está en una zona comercial donde los estacionamientos que lo rodean, desde tempranas horas de la mañana, están congestionados.

Una tarde, uno de los socios vio como una camionetota estacionaba en su local, de ella bajó un hombre con chaleco rojo y gorra del PSUV que le hace juego. Al darse cuenta de que agarraba hacía la calle, salió persiguiéndolo para recordarle que ese era un estacionamiento exclusivo para clientes. El del chaleco rojo le contestó retrechero que ahí se quedaba su vehículo y que se atreviera a hacerle algo para que viera lo que le podía pasar. Casi, casi exigió: “Y mejor lo encuentro pulido y lavado cuando regrese”.

¿Qué pasaría si el indignado socio se le ocurría pincharle los cauchos como prometía el aviso? ¿O llamaba a una grúa para remolcar la camioneta del abusadorcito? ¿Hasta dónde llegaría el poder del funcionario? ¿Estaría blofeando? Pero prefirió tragarse su indignación antes de arriesgarse a que, o bien a la mañana siguiente lo visitara el Seniat y por cualquier tontería como que le faltaba la planilla rosada de la factura 209 de marzo de 2008, le cerraran el negocio por unos días; o peor aún, que el local pudiera ser vandalisado sin que nadie respondiera por ello.

Esta pequeña anécdota urbana refleja la indefensión que muchos sentimos en Venezuela. ¿Hasta dónde es capaz de llegar el poder de quiénes hoy ostentan poder? ¿Cómo defendernos de pequeños o grandes atropellos? ¿Para quiénes funcionan los derechos ciudadanos? ¿Sólo para los que le rinden pleitesía al gobierno?

En las últimas semanas han abundado muestras de indignantes abusos de poder a gran escala sin que el Fiscal, o el Contralor, o el Defensor del Pueblo, o el Tribunal Supremo de Justicia, o  las Fuerzas Armadas, o el Consejo Nacional Electoral, o cualquiera de los entes al servicio del país que deberían ser independientes pero que descaradamente se visten de rojo, siquiera levanten una ceja: desde las apresuradas elecciones para permitir la reelección indefinida a la que en el 2007 el pueblo le dijo que NO, hasta los ataques vandálicos de grupos afectos a la Revolución que tienen carta blanca para amedrentar a quienes la contraríen. Abusos de poder como que a los gobernadores y a los alcaldes que no se identifican con el oficialismo se les ponen todo tipos de trabas para gobernar; los presos políticos que están en un limbo judicial; las amenazas a los estudiantes y a los medios de comunicación social que no siguen una línea complaciente con el Gobierno; retaliaciones contra grupos culturales; la utilización descarada de los entes públicos para la Campaña del Sí; y la guinda del pastel: que el presidente Chávez decretara de un día para otro fecha patria no laboral el aniversario de los 10 años de su llegada al palacio de Miraflores, y ay de quién se atreviera a contradecirlo.

¿Qué hacer los ciudadanos contra tantos abusos de poder? Por lo momentos se me ocurre una acción, la más importante, el domingo 15 de febrero hay que salir a votar NO.


Publicado en El Nacional el sábado 7 de febrero


jueves, 5 de febrero de 2009

Vicky Cristina Barcelona


Poco a poco nos ponemos al día en la temporada pre-oscares: Revolutionary Road fue estrenada en algunas salas de Caracas, Benjamin Button la estrenan mañana, y Vicky Cristina Barcelona se consigue en buena resolución digital en su cidicero de confianza ( para quienes le dicen un rotundo NO a la piratería, el DVD legal salió a la venta en los Estados Unidos el 27 de enero de este año).

Benjamin Button todavía no la he visto, las otras dos sí, empecemos con la película de Woody Allen, uno de mis ídolos cinematográficos, por eso lamento decir, sobre todo ante tantos amigos que me la recomendaron enfáticamente, que Vicky Cristina Barcelona no cumplió mis expectativas.

Tampoco fue que no me gustó, es una película agradable, a ratos divertida, pero no se acerca al nivel de otras obras de Allen como Annie Hall, Zelig, Broadway Danny Rose, Manhattan, Bullets over Broadway, Match Point... aunque hay quien dice que una película regular de Allen siempre será mejor que cualquier otra película.

Vicky Cristina Barcelona tampoco es de las peores de Allen, a pesar de que cae en estereotipos con este par de amigas, tan opuestas entre sí, que van a pasar un verano en Barcelona: Vicky (Rebecca Hall) es analítica y previsiva, y Cristina (Scarlett Johansson) no sabe qué quiere de la vida más que exprimirla. Es decir: la apolínea y la dionisíaca. No han pasado ni una semana en la capital del Barça cuando en un restaurante conocen al mayor de los estereotipos, la típica fantasía gringa: Juan Antonio, el spanish latin lover; rol que de haberse filmado esta película en los año 90 habría ido a parar directo a Antonio Banderas, pero que en vísperas de 2010 no podría ser nadie más que Javier Bardem, el nuevo sex simbol de Hollywood (que ya tenía un buen tiempo siendo símbolo sexual en España y América Latina). Y qué otro oficio podría tener que pintor abstracto: apasionado, hijo de poeta, propietario de una casa de ensueño y con una líbido sin fronteras.

Juan Antonio, tras un fin de semana en Oviedo, le mueve el piso al par de gringas , hasta que aparece una tercera mujer en escena: María Helena, la mercurial ex esposa de Juan Antonio, interpretada magistralmente por Penélope Cruz, y es una lástima que no aparezca hasta casi la mitad de la película porque es quien le da sabor, quien la hace divertida, evitando que Vicky Cristina Barcelona tan sólo sea un tedioso triángulo sentimental con Barcelona y Oviedo como espectacular telón de fondo, y con una insuperable banda sonora de artistas tanto clásicos como modernos de la guitarra española.

Sí, se la pasa bien viendo Vicky Cristina Barcelona, pero para quienes sean exigentes con las películas de Woody Allen, asegúrense de amarrar antes las expectativas.

martes, 3 de febrero de 2009

Niños de la Patria



La noticia es de buena fuente. Me la dijo Freddy, el hermano de una amiga, me tropecé con él en el abasto y me vio tan vulnerable con mi chamo sentado en el carrito comiéndose un titiaro mientras yo escogía con cara desolada cebollas podridas y carísimas, que sintió que era su deber advertírmelo. Por eso, después de preguntar cómo están por la casa, de las carantoñas al muchachito, de tantearme políticamente —porque uno nunca sabe, no vaya a ser que la amiga de su hermana sea clase media en positivo—; me tomó por un brazo y me alejó de las verduras (el señor que pesa está de lo más sonreído después del referéndum) y me llevó a la charcutería (los charcuteros le echan la culpa hasta de los quesos rancios al Gobierno) y sólo en confianza se atrevió a preguntarme:
“¿Te enteraste?”.

Ese “¿Te enteraste?” no me gustó para nada, sonó a mala noticia, por eso con voz entrecortada le contesté: “¿Qué pasó?”. Freddy pidió 200 gramos de queso Paisa rebanado antes de responder: “Parece que está listo el decreto de los niños de la patria, el que dice que los niños venezolanos son patrimonio de la nación y por lo tanto le pertenecen al Estado, no podrán salir del país hasta los 18 años”.
Hace algunos meses me habría reído de tan paranoico rumor, pero después de que Acosta Carlez, el general de los eructos, logró erigirse como gobernador de Carabobo, estoy convencida de que en la República Bolivariana de Venezuela cualquier cosa es posible, desde prohibirle a los niños visitar a Disneyworld hasta la libertad de emigrar si así lo deciden sus padres. Por eso, dejando abandonado en la mitad de un pasillo el carro con las compras de la semana, huí con mi Eliancito lista a retomar el primer grito de guerra escuálido del que se tiene memoria:

“¡Con mis hijos no se metan!”.

Camino a casa recordé los mitos de mi niñez, esos que decían que en los regímenes comunistas a cada familia se le adjudicaba un colchón en el que tenían que dormir por turnos, a los deportistas que no regresaban con medalla de las Olimpíadas los mandaban para Siberia a cumplir condena de trabajos forzados, estaban prohibidas la disidencia y la libertad de expresión, y la potestad de los niños no le pertenecía a sus padres sino al Estado. Desesperada y claustrofóbica, desempolvé el árbol genealógico de mi familia para ver dónde diablos podíamos encontrar una nacionalidad de repuesto: yo tenía una bisabuela francesa y tres tatarabuelos corsos pero los europeos, tan patriarcales, no les dan pasaporte sino a los descendientes de los hombres. Mi marido recordó a un bisabuelo holandés pero cómo empezar una nueva vida en Ámsterdam o en La Haya si apenas sabemos un poco de inglés, además, desde el asesinato del cineasta Theo van Gogh perpetrado por un extremista islámico, se ha desatado la xenofobia en Holanda.

Al borde de una crisis de nervios, mientras mis niños se peleaban por el control de la televisión, decidí llamar a María, una comadre que tiene la facultad de ponerme la paranoia en perspectiva, de mitigar al Robert Alonso que vive en mí.

María, a quien le está tocando ser padre y madre a la vez, me respondió con voz emocionada al saber que la patria potestad de sus niñas iba pertenecer al Estado:

“¡Qué maravilla! Espero que el Estado se encargue de ayudarlas en las tareas de matemáticas, de buscarlas a las fiestas, de enderezarles los dientes, de mediar en sus peleas”. Después de reírnos un buen rato soñando cómo el Estado aliviaría nuestras responsabilidades maternales, llegamos a la triste conclusión de que si no hay misión que se ocupe de la terrible realidad de la infancia cada vez más abandonada en Venezuela, en qué cabeza cabe que a todos los niños del país los nombren responsabilidad de la nación.

De todas maneras, oyendo que Acosta Carlez se proclamó timonel de los Navegantes del Magallanes, la semana pasada comencé clases intensivas de holandés.



Publicado el sábado 20 de noviembre de 2004 en el diario El Nacional