martes, 3 de mayo de 2016

Sobreviviendo a Mugabe



Las autobiografías están pasadas de moda, ahora se escriben "memorias", género que se ha democratizado porque no hay que ser famoso para publicar un libro narrando una singular experiencia de vida.  Hay memorias que son consideradas Literatura como I Know why the caged bird sings de Maya Angelou, Night de Ellie Wiesel, y The year of magical thinking de Joan Didion; hay memorias que tras estar de primeras en la listas de venta de no-ficción son llevadas con éxito a la gran pantalla y así a Elizabeth Gilbert se le conoce con la cara de Julia Roberts en Eat, Pray, Love; y a Cheryl Strayed como Reese Whiterspoon en la versión fílmica de Wild
 Soy lectora de este género que puede rayar con placer culposo, en el 2016 he leído como ocho memorias de temas tan diversos como las aventuras de un groupie de los Rolling Stones (Under their thumb de Bill German), la envidiable vida en Venecia de la escritora Donna Leon (My Venice and other essays), y Teacher Man, el recuento de los años de docencia de Frank McCourt tras escribir sobre su miserable infancia irlandesa en Las cenizas de Ángela
Por más diferentes que puedan ser estas memorias a nuestras culturas y experiencias personales, a menudo encontramos puntos en común, por ejemplo en Teacher Man cuando Mr. McCourt le narra a sus estudiantes que en Irlanda eran tan miserables que no tenían ni papel toilette. Cómo no remitirse a la actual Venezuela en la que conseguir papel higiénico es un calvario. Los muchachos creían que el maestro exageraba: ¿En qué tipo de sociedad no se consigue papel toilette? 
Nancy levanta la mano: "Profe, ¿podemos seguir con la clase? Mejor no hablar sobre estos temas antes de almuerzo".
Hay estómagos demasiado delicados para las penurias ajenas.
Unas memorias en las que imposible no subrayar innumerables coincidencias fue en The last resort: A memoir of Zimbabwe de Douglas Rogers; que descubrí entre las ofertas digitales en Amazon, me llamó la atención porque tenía buenos comentarios, pero sobre todo porque hoy sobran las comparaciones entre el país africano que tiene más de treinta años bajo el mando de Robert Mugabe, y la Venezuela revolucionaria de Chávez a Maduro.  
De Zimbabue sé lo que debe saber un zimbabuense de mediana cultura sobre Venezuela, absolutamente nada, o por lo menos nada hasta que comenzaron a ser comparadas nuestras miserias políticas, y en verdad pareciera que los líderes de la gesta cívico-militar venezolana siguieran el manual de Mugabe, por ejemplo: 
"Con una inflación acercándose a 20.000 por ciento y los precios subiendo cada hora, salió una ley: bajar los precios un 50 por ciento alegando que comerciantes sin escrúpulos en `coalición con el Occidente´ los subían para tumbar el gobierno. El resultado fue un robo propiciado por el Estado. Era una locura, una orgía de compras que duró más de una semana. Los anaqueles de los supermercados quedaron vacíos. Los militares determinaban los precios mientras sus familiares y amigos tenían prioridad para comprar. Panaderías, licorerías, y las pocas carnicerías que quedaban resultaron arrasadas. Los espantados comerciantes que se atrevieron a protestar fueron llevados detenidos como especuladores. No solo los precios de alimentos fueron forzados a bajar, también de artículos de lujo: computadoras y televisores pantalla plana se vendían por unos pocos dólares al precio del mercado negro. Los carros se los llevaban jóvenes milicianos que semanas antes no tenían ni para comprar una hogaza de pan. La cava de un hotel fue saqueada, vendían las botellas del mejor vino francés a menos de cinco dólares". 
El autor parece describir el "Dakazo" ocurrido en Venezuela cuando Maduro decretó bajar los precios aspirando ganar popularidad previo a unas elecciones (y lo logró por un tiempo breve). Sin embargo nuestros procesos históricos son tan distintos como los de cualquier país africano comparado con cualquier país americano: si ambos continentes fueron colonizados siglos atrás por conquistadores europeos, en los países americanos -por lo menos en Venezuela- se produjo un proceso de mestizaje que hoy conforma la mayoría de nuestra población, en África el dominio de una minoría blanca sobre una mayoría negra duró siglos. La independencia al dominio blanco se comenzó a conquistar tan solo a mediados del siglo XX, siendo uno de los resultados más extremos la política de Mugabe, que aspira abiertamente a una "Zimbabue sin blancos". 
Douglas Rogers (1968), nacido en Umtali de la antigua Rodesia, al igual que sus tres hermanas, y que la mayoría de los jóvenes blancos de la hoy República Zimbabue, ante prohibiciones como que los blancos no podía ser propietarios de tierras, optaron por emigrar al constatar que bajo el mando de Mugabe, sus vidas serían muy difíciles a pesar de ser zimbabuense de varias generaciones. Sus padres quedaron en su tierra natal aspirando que tarde o temprano la situación habría de cambiar. Hay una edad en la que es difícil desarraigarse, a pesar de temer por su seguridad -muchos de sus amigos fueron asesinados- ser víctimas de expropiaciones y de todo tipo de represiones, y de vivir alejados de su familia, los Rogers no abandonaron Zimbaube.  
Cuando Douglas Rogers comienza a redactar estas memorias en el año 2000: "Mi padre tenía 66 años, mi madre 61; ya era hora de que comenzaran a pensar en su futuro". Pero por más que insistieran los hijos que la pareja se mudara a la vecina Mozambique -donde vivía una de sus hijas- país vecino que progresaba tras superar años de guerras civiles, los viejos se negaron.  
Ros Rogers había sido un abogado especialista en sacar patentes de licor, la mayor parte de su clientela era negra, al retirarse compró una finca con Lyn, su mujer. Eventualmente, al igual que toda propiedad en manos de blancos, la finca le fue expropiada por el gobierno, pero se les permitió permanecer y así ha pasado de pensión de mochileros, a burdel, a pensión multiracial escogida por los amigos blancos a quienes iban expulsando de sus propiedades, a siembra de marihuana. 
Lo que sea necesario por sobrevivir sin irse de su amado país. 
Ocho años tardó Douglas Rogers escribiendo la historia de sus padres en la Zimbabue de Mugabe, hasta que por fin publicó The Last Resort en el año 2010.  
Rescato otra crisis narrada por Rogers que asemeja a la actual Venezuela:
"El país comenzó a sumirse en la oscuridad. Las turbinas de Hwange, cerca de las cataratas Victoria, habían colapsado por mal mantenimiento y por falta de personal apto, el gobierno, incapaz de pagar la energía importada de Zambia, Congo y Sur África, empezó a imponer apagones que llamaron "racionamientos".
En 2016, a los 87 años, Mugabe sigue gobernando. Hasta donde llego por Internet, Lyn y Ros Rogers deben continuar regentando la pensión llamada "Drifters" (por lo menos hasta 2012 lo hacían), sobreviviendo las medidas del dictador. Llegó un punto que Douglas y sus hermanas dejaron de insistir que sus padres salieran de ese infierno, a pesar de que en el año 2000 cuando Rogers comenzó a escribir estas memorias: "a diferencia de este año 2007, el país por lo menos conservaba un resto de una sociedad funcional". 
Con el pasar de los años los hermanos Rogers se dieron cuenta que el caos en el que viven sus padres: "les ha dado propósito de seguir, una razón para vivir. Todos los días durante los últimos ocho años se levantan buscando una manera de sobrevivir, y sin dejarse aplastar por tanta lucha, se han crecido, encontrando una rara energía, pasión, que los ha mantenido jóvenes, activos y vivos". 
Rogers desde la comodidad de su apartamento en Brooklyn, preocupado por sus padres y por su país pero con un leve sentimiento de culpa por reconocer sentirse feliz de saberse lejos de ahí, se pregunta si sus padres llegaran a ver la luz al final del túnel de la tiranía. 
 Ros -que debe tener casi la edad de Mugabe- brinda porque sí:
"Tan solo quiero sobrevivir, quiero ver el fin de los responsables de esto". 

¿Qué mejor razón puede haber para vivir?