martes, 30 de agosto de 2016

Si un país te hace llorar


No iré a la Toma de Caracas por la sencilla razón de que no estoy en Caracas, no porque me fui demasiado sino porque me fui demasiado de vacaciones de país. La invitación de la Mesa de la Unidad a tomar Caracas el primero de septiembre en protesta, entre tantas cosas, a la lentitud del CNE de activar el referendo para revocar al nefasto presidente Nicolás Maduro, se hizo cuando ya tenía un viaje planificado, viaje que inventé con mi familia tras las pálidas sufridas en junio luego de lidiar dos secuestros en menos de tres días, a lo que se unió la pesadilla que tantas familias venezolanas están padeciendo desde hace más de un año de zanquear farmacias en busca de un medicamento desaparecido, en este caso, la medicina de la tensión de mi mamá. En menos de una semana temí por la vida de varios seres queridos por vivir en una Venezuela miserable. 
Este viaje no es cualquier vacación, es el primer viaje que hago con la mirada alerta y la conciencia de si nuestra familia, que éramos hasta hace un par de meses de quienes repetíamos el lugar común de que el único plan B posible era echarle bola al plan A, debería comenzar a plantearse seriamente si en manos de Maduro y su pandilla, Venezuela acaso no es un país desahuciado, sin futuro para nuestros hijos, de presente más que inseguro para los enfermos y los ancianos. 
Si no viene siendo hora de asumir lo que tanto le costó asumir al escritor húngaro Sándor Marai, quien narraba en sus memorias "¡Tierra, Tierra!" que seguir viviendo en la Hungría comunista en medio de las amargas restricciones de un gobierno totalitario era una forma de aprobarlo, de decir, estamos mal, pero no tanto, todavía se puede vivir aquí. En la Venezuela de Maduro llegamos al punto de quiebre, no solo por la inseguridad, la escasez de alimentos y medicinas, también por la actual represión, la dificultad de producir, a lo que se suma el desparpajo que altos militares sindicados internacionalmente por delitos como narcotráfico, en Venezuela son recibidos como héroes nacionales y se les asigna altas posiciones de poder. 
Este viaje es un respiro, no me voy todavía, ni tengo un plan cocinando, pero ya el plan B comienza a ser una luz en el horizonte que llama cada vez más. Por primera vez salgo de mi país sin ganas de volver, quizás efecto normal después de pasar por la experiencia de que unos malandros amenazaran la vida de mi muchachita.

                                                                          II
Un descubrimiento en estas vacaciones son los Thrifts Shops, o ventas de objetos usados, en Nueva York los espacios suelen ser muy reducidos, a menos que se sea horder (acumulador) la gente aprende a desprenderse fácilmente de sus pertenencias, nada de conservar el juego de té de la abuelita. Yo voy a comprar libros, casi nadie guarda libros aquí, cuando los leen, los venden o los donan, así este verano me he ido haciendo de una buena colección por lo que antes gastaba en una visita a Barnes & Noble. La mayoría de los libros que he comprado son de autores que conozco, no hay que ponerse a inventar, pero curucuteando encontré un libro cuyo título describe exactamente lo que siento por la Venezuela actual: "If a place can make you cry" (Si un lugar puede hacerte llorar).
El libro escrito por un tal Daniel Gordis, trata de una familia californiana que se toma un año sabático para vivir en Israel, era el año 1998, entonces se asomaba una esperanza de paz en los conflictos del Medio Oriente. Cuando esa ilusión gradualmente se fue disolviendo, ya era tarde, la familia Gordis se arraigó tanto en Israel que el año sabático se convirtió en una mudanza definitiva. No es una novela ni son unas memorias, es una colección de emails que Gordis compartió con familiares y amigos para narrar el desarrollo de su vida en un país en pie de guerra. Eran tan interesantes los correos masivos de Gordis que se hicieron virales porque describían la cotidianidad de una familia en medio de semejante conflicto, que a quienes están lejos llevando una vida medianamente normal sin tantos sobresaltos, les cuesta entender cómo se puede vivir así bajo constante amenaza. 
Para ser sincera si no fuera por el título ni lo hubiera notado, no soy versada en los problemas del Medio Oriente y tampoco me entusiasma la idea de libros basados en emails. Fue la contraportada lo que me hizo llevármelo junto con una colección de cuentos de Alice Munro. 
Si bien no hay que ser internacionalista para saber que lo que hoy se vive en Venezuela y lo vivido en Israel no tienen punto de comparación, a las palabras de la contraportada del libro de Gordis le cambias Jerusalem por Caracas, Israel por Venezuela, y lo que describe como padre es muy parecido a lo que sentimos quienes seguimos arraigados en Venezuela, ese vivir conscientes de que podemos morir, o ver a morir a un ser querido, si bien en el caso nuestro no por una inesperada explosión en un sitio público, sino por falta de medicamentos, o víctima de la violencia ciudadana que en la Venezuela revolucionaria se convirtió en nuestra marca de país. 
El texto de la contraportada comienza con una conversación entre Gordis y su hijo Avi, ¿por qué su mamá no lo deja agarrar el autobús? 
El problema en Israel no es que vayan a entrar en el autobús unos malandros gatillo alegre a pedir que "colaboren", es otro tipo de miedo. Pero es el mismo miedo a la peor muerte: la muerte de quienes más queremos por insistir en vivir en una tierra hostil:
"¿Sabes lo que pienso? Que cuando los adultos realmente aman a Israel, hasta están dispuestos que sus hijos mueran por ello" le dice el niño.
Continua Gordis: 
"Entonces lo supe. Que esto tenía que terminar. ¿Militarmente? ¿Diplomáticamente? No sé. Pero esta locura no podía seguir. Porque francamente, no estoy preparado a que mi muchacho piense eso. Llegamos a este país en un momento en que la paz parecía estar a la vuelta de la esquina, cuando la pregunta no era "Si" sino "Cuando". Ya la gente no le queda ni la energía de soñar con la paz. Estamos agotados. Exhaustos de día tras día de noticias devastadoras, hasta nuestros hijos creen que el estar aquí es una manera de sacrificarlos. 
¿Cuánto tiempo más puede vivir uno así? No tengo idea. Pero sé que tenemos que hacer algo. No puedo tolerar que mi hijo piense que amo más a una tierra de lo que lo amo a él.
Basta ya". 
El caso de Israel es un conflicto entre dos pueblos en el que no me atrevo a opinar sin temor a meter la pata. El caso de la Venezuela revolucionaria lo vivo y lo sufro desde hace 18 años, pero hoy se podría simplificar en que una banda de malandros bajo la falsa promesa de un sueño revolucionario, convirtieron al que fuera durante décadas el país más envidiable de Suramérica, en una de las naciones más miserables del mundo. Pero mientras sigan haciendo fortunas sin control, sabiendo que tendrían judicialmente tanto por lo que responder, prefieren que el pueblo venezolano se mantenga en la peor de las miserias, antes de claudicar al poder.

                                                                          III

El jueves primero de septiembre es la toma civil de Caracas, tampoco todos podemos rendirnos y dejar a Venezuela a la deriva. La lucha y la voluntad de cambio tienen que seguir. Yo no estaré en esta ocasión, por unos días no me tocó estar, si estuviera en Caracas sin duda estaría ahí. No quiero vivir fuera de Venezuela, no está entre mis planes en un futuro cercano, sería una medida extrema que representaría demasiados cambios y sacrificios, pero también hay que tomar conciencia de que si un país te hace llorar... una y otra y otra vez... es  humano planteárselo, por lo menos mientras continue la Dictadura en la que vivimos.