martes, 20 de diciembre de 2011

Lo que quedó del Gran Café


La memoria emotiva de los caraqueños guarda un lugar especial para el Gran Café de Sabana Grande, nadie en esta capital nacido antes de los años 90 dejó de tomarse un café en este local con mesas al aire libre ubicado en una esquina al oeste del boulevard de Sabana Grande.
Y pongo como fecha los años 90 no porque el Gran Café haya desaparecido en esa década, sino porque a partir de más o menos el año 2000, cuando el boulevard fue tomado por filas y filas de vendedores ambulantes que dificultaban el paso, y atracos y arrebatones eran la norma más que la excepción, a Sabana Grande solo se va a algo puntual, y ni soñar ir de noche, a menos que se tenga afinidad por las experiencias extremas. Por eso muchos caraqueños, muy a nuestro pesar, hace tiempo dimos al boulevard de Sabana Grande por perdido.
  El Gran Café ha logrado sobrevivir más de cinco décadas en la misma esquina de Sabana Grande en las buenas y en las malas. Si todavía no lo es, debería ser decretado patrimonio nacional. Fundado a mediados de los años 50 por el legendario prófugo francés Papillón, desde sus inicios fue un café frecuentado por habitantes del este y del oeste por igual porque además de quedar en el mero medio de Caracas, en él se aprovecha el privilegiado clima de eterna primavera de nuestra capital, al que tan poco uso le hemos sabido dar los caraqueños.
Si bien fui de niña en los años 70 con mis papás, apenas Sabana Grande fue convertido en boulevard, los recuerdos más entrañables que conservo del Gran Café son en los años 80, cuando me reunía con los compañeros de la universidad después de clases, o en la noche, tras ir al cine o dar un paseo con los panas por Sabana Grande, terminábamos tomándonos un café o unas cervezas en el que alguna vez se llamó el Grand Café, para darle un toque afrancesado, "d" que perdió en los años 60.
El Gran Café era nuestro emulo al Deux Magots de París, pero sin turistas porque Caracas nunca ha sido ciudad de turisteo, en sus mesas bajo la luna y las estrellas se reunía todo tipo de fauna urbana: sifrinos, fumones, bohemios, ultrosos, poetas... y se podía quedar hablando de lo humano y de lo divino, o de cualquier pendejada, hasta la madrugada, amenizados por algún guitarrista versionando a Dylan o a los Beatles a cambio de unas monedas o de una cerveza.
Cuando el boulevard de Sabana Grande fue invadido de buhoneros se volvió inhóspito, muchos dejamos de ir. Hace como cinco años, tras un almuerzo en el Da Guido, llevé a mis hijos para que conocieran el Gran Café. Entonces sus propietarios protegían a la clientela del maremagnum en el que se había convertido el boulevard aislándose dentro de una pérgola.
La pasamos bien, pero ya no era mi Gran Café.
Recientemente regresé a Sabana Grande, muy a su pesar, los buhoneros fueron desalojados o rehubicados, y en cada cuadra había como dos o tres policías aspirando devolverle al ciudadano la confianza de pasear por el boulevard. Confieso que fue agradable aprovechar una fresca tarde de diciembre paseando como antaño, cómo no disfrutar el poder caminar por una ciudad donde la mayoría del tiempo estamos encerrados en un tráfico, pendientes de que no nos vayan a atracar. Aunque las tiendas que sobreviven en Sabana Grande se ven obsoletas y ya no están aquellas que algún día sentimos tan patrimonio como el Gran Café como la discotienda Archivo Musical.


Otra de las medidas tomadas por el alcalde del Municipio Libertador Jorge Rodríguez fue obligar a los comercios a quitar sus vallas, por ejemplo, la góndola del Da Guido en la vecina avenida Francisco Solano, tuvo que ser bajada y al pasar por el legendario restaurante, muchos clientes temen que haya cerrado. Sobrevive la panadería Pan 900, emporio de golfeados, aunque sin un aviso que la identifique. El gran Café también sufrió modificaciones, los obligaron a quitar la pérgola que los aislaba del boulevard, que no me parece mal porque era un recordatorio de la ciudad de ghettos en la que se ha convertido Caracas, pero del Gran Café, además de su interior que jamás conocí, solo les permitieron conservar unas diminutas mesas bien pegadas al local.
 Las únicas intervenciones admitidas en Sabana Grande son las de PDVSA recordando la impostada felicidad de vivir en el Socialismo del Siglo XXI.
Pasar al lado del Gran Café es imposible no recordar la ciudad que alguna vez fuimos y la triste ciudad en la que nos hemos convertimos.


domingo, 18 de diciembre de 2011

El obrero arrejuntado




De nuevo las lluvias hacen estragos en Venezuela, a los damnificados del 2010 se les unen los del 2011. Los responsables de un Gobierno que cumple trece años en el poder estarán felices porque lo que en cualquier país sería motivo de bochorno: el déficit de viviendas y la necesidad de tantas familias de construir sus hogares en terrenos inestables, para este gobierno parece ser motivo de alegría: nadie como los gestores del socialismo del siglo XXI para sacar ganancias políticas de la miseria.
Ojalá esas ganancias se basaran en otorgar viviendas dignas a los más necesitados, pero ¿cuántos damnificados tienen más de un año viviendo en refugios improvisados y cuántos de ellos han recibido viviendas?
Ustedes se preguntarán, ¿y qué beneficio puede sacar el gobierno de promesas incumplidas? Aparentemente una lealtad a toda prueba como me cuenta mi amigo Omar, quien tiene un pequeño negocio con un socio, no es un negocio para hacerse ricos, pero da para vivir y para pagarle un buen sueldo a los cinco empleados, además de comisiones.
La empresa de Omar iba bien, con sus altos y bajos, hasta que uno de los empleados comenzó a faltar con regularidad, por lo menos una vez a la semana, a veces más. En una micro-empresa la ausencia de uno de los engranajes se hace sentir, por eso Omar habló con el muchacho, que no llega a los 24 años, para ver qué era lo que estaba pasando: "¿Estás enfermo? ¿Tienes algún problema familiar?”.
"No le voy a mentir jefe, usted sabe que me arrejunté, para no vivir arrimados mi mujer y yo nos mudamos a un refugio de damnificados, anotándonos en una lista de la Misión Vivienda para ver si nos otorgan una casita. Todavía no sabemos cuándo nos va a salir. A cambio debemos ir a las convocatorias masivas del gobierno, hay que tener lealtad revolucionaria".
Omar no podía creer lo que estaba oyendo, trató que el obrero lo comprendiera: "Tu afiliación política no le incumbe a la empresa siempre que no afecte tu trabajo, entendemos si estuvieras enfermo, pero no podemos aceptar que uses tu tiempo laboral en proselitismos. Lo lamento pero debes escoger, o marcar tarjeta en las marchas pro-revolucionarias para  ver si te dan una casa, o el trabajo, porque cumpliendo con el horario laboral a tu conveniencia política estamos a media máquina, además, tus compañeros de trabajo se comienzan a sentir y también a faltar".
El obrero contestó que no pensaba renunciar a ninguno de las dos: "Recuerde que hay inamovilidad laboral decretada por el gobierno, seguiré faltando al trabajo cada vez que me convoque la revolución y usted no me puede despedir".
Y tiene razón, hay inamovilidad laboral, si el empleado llega con un machete y ataca al jefe, quizás podría haber un atenuante para despedirlo, y cuidado si ni siquiera. Así que el obrero faltará cada vez que el PSUV lo convoque a clamar "Ordene mi Comandante", y para cumplir con los clientes, Omar debe pagarle horas extras para hacer un trabajo que debió haber hecho en su horario laboral, y que no está haciendo, no para hacer patria, sino para hacer propaganda gobiernera.
Así no hay micro-empresa que sobreviva.
Este año Omar y su socio tendrán que pedir un crédito para pagarle las utilidades a los empleados, entre ellos, al que falta cada vez que lo llama el PSUV. Quién sabe cuántos "¡Ordene mi Comandante!" tendrán que clamar el joven obrero y su pareja antes de ver cumplido el sueño de una casita.


Artículo publicado en El Nacional el sábado 18 de diciembre de 2011.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Un mes con el Kindle Fire


Esta semana cumplo un mes que me estreno como lectora digital, aproveché el lanzamiento del Kindle Fire de Amazon para dar el gran paso y comprar una tableta que a tan solo 199 dólares, podría navegar por Internet, ver películas, twitear, bajar libros y juegos. Lo compré por Amazon, me llegó a Nueva York donde a fines de noviembre me encontraba visitando a unos familiares.
Apenas lo tuve entre las manos lo comencé a usar sin leer el manual, quien está acostumbrado a las computadoras maneja el Kindle Fire instintivamente. La primera impresión fue que la tableta negra es más pesada de lo que imaginaba.
Como es mi primera experiencia con lectura digital no lo puedo comparar con otras versiones de Kindle, pero dicen que en cuanto a lectura se trata, el Fire es menos grato a la vista y se hace difícil de leer cuando hay mucha luz como en la playa.
Con la compra del Kindle Fire en los Estados Unidos viene un diccionario en inglés y se nos afilia un mes de prueba a Amazon Prime, que en teoría está muy bien ya que desembolsillando 73 dólares anuales -entre otros servicios que no usaría porque vivo en Venezuela como la llegada en dos días de los pedidos por Amazon- hay una larga lista de películas y series de tv que se pueden bajar gratis como Lost, Grey's Anatomy, Dimensión Desconocida.
En el viaje a Nueva York me enfermé y bajé gratis el documental Food Inc y varios capítulos de la primera temporada de Ally Mc Beal, serie de abogados de los años 90 que entonces no llegué a ver, se bajaron en cuestión de segundos. Otra prerrogativa de los subscriptores de Amazon Prime es que hay disponible cientos de libros para bajar en calidad de préstamo como "Home" las memorias de Julie Andrews.
Sin embargo no fueron los recuerdos de la Novicia Rebelde de los libros en bajar en mi Kindle Fire. Comencé bajando clásicos como novelas de Charles Dickens, Arthur Conan Doyle, Jane Austen y George Elliot. Tampoco fueron los clásicos ingleses los primeros libros digitales en leer, opté por algo más fácil, una colección de ensayos sobre TV. Una vez acostumbrada a la lectura en el kindle, el segundo libro en leer fue "Reading my father" de Alexandra Styron, escritora radicada en Brooklyn que evoca crecer siendo hija del tan famoso como atormentado autor Willian Styron (La decisión de Sofía). No extrañé el pase de las páginas o aquellas sensaciones de quienes juran jamás cambiarse a la fría lectura digital.
De regreso en Venezuela fue la prueba de fuego de cómo funcionaría el Kindle Fire: adiós Ally Mc Beal, Amazon no permite bajar películas fuera de los Estados Unidos por problemas legales. Creo que tampoco se puede bajar música, antes de irme a NY traté de bajar en mi computadora el último cd de Eric Clapton por Amazon, es más barato que en ITunes. No se pudo: la venta está restringida a los Estados Unidos. No tuve problema comprándolo por I Tunes. Para quien vive fuera de USA, no vale la pena afiliarse al Amazon Prime.
De todas maneras el Kindle no lo tengo para bajar música sino para bajar libros y películas, se pueden ver videos en Venezuela suscribiéndose a Netflix, aunque la oferta de películas y series de televisión es más limitada que el Netflix de Estados Unidos o que la oferta de Amazon Prime. Olvídense de estrenos y series nuevas. Tampoco tienen Ally Mc Beal, pero estoy viendo Weeds.
Otra de las razones por las que opté por el Kindle Fire en lugar de un Kindle sencillo fue para navegar por Internet, que se hace con la rapidez de la conexión local, aunque por el tamaño del monitor -7 pulgadas- la experiencia es más limitada que hacerlo desde la computadora.
Siendo dos pulgadas más pequeño que el Ipad, el Kindle Fire si bien tiene muchas de las funciones de la tableta de Apple, es la mitad de máquina a menos de la mitad de precio. Los ejecutivos de Amazon aseguran que no son competencia directa con Apple, pero sí lo son porque la verdadera lucha no está en los aparatos sino en dónde se compra el contenido para llenarlos. El campeón será el portal que logre vender más libros, juegos, películas y música. Por eso el Kindle Fire lo está ofreciendo Amazon a precio de pérdida.
A pesar de su buen precio, muchos de los primeros compradores del Kindle Fire lanzado el 15 de noviembre de 2011 lo han devuelto, le encuentran grandes fallas como la falta de control de privacidad, aquel que lo agarre casualmente puede acceder a él sin problemas y saber en qué andábamos, por ejemplo, en Internet. Como soy una mujer aburrida, para mi ese no es ningún problema, mis hijos lo agarran con confianza y ya bajaron el odioso juego Angry Birds.
Otro de los inconvenientes de leer digital para los hispano lectores es que se consigue poca literatura en español mas allá de los típicos Isabel Allende, el Nobel Vargas Llosa y "Mi Vida" de Ricky Martín. Por ejemplo, Alberto Barrera Tyszka, uno de los escritores contemporáneos más importantes en Venezuela, traducido a varios idiomas, ganador del premio Herralde por La Enfermedad, respaldado por una buena editorial, quien acaba de publicar su más reciente novela: Rating; no existe digitalmente, por lo menos en Amazon. Boris Izaguirre, escritor venezolano que ha hecho carrera en España quien tiene aún un respaldo editorial más importante que Barrera Tyszka, tampoco se encuentra todavía en Kindle. Los escritores venezolanos que hoy se consiguen en Kindle, creo que lo están gracias a la autogestión, habrá que ver cómo les ha ido.

 Entre los principales atractivos de la lectura digital, además de que  se puede calibrar el tamaño de la letra, está que los clásicos se   bajan gratis o a precio módico si es una mejor edición con notas e ilustraciones, y que muchos libros actuales sus autores permiten bajarlos sin pago alguno. La lista de libros gratis se reduce considerablemente en español. Quizás la oferta aumente con el lanzamiento de Kindle Fire en España.
 Como en el caso de la más reciente novela 11/22/63 de Stephen King -de los primeros escritores en apostar por la lectura digital- muchas novedades están casi al mismo precio el libro físico en su versión quality paper back que el libro digital, la mayoría de las veces la diferencia no supera los tres dólares, a veces ni siquiera, a pesar de que entre las bondades ofrecidas por los promotores de la lectura digital estaba que al bajarse los costos de producción, se bajarían considerablemente los precios del libro. Pero este no ha sido el caso, las principales editoriales no aceptaron vender a tan bajo costo, por eso los ebooks pueden ser hasta más caros que los impresos, como el caso de la memorias: "Helen Mirren, a life in words and pictures", en Amazon cuesta 10 dólares más caro en Kindle que en su versión impresa.
Ya que entre las ofertas de lanzamiento de Kindle estaba que ningún libro digital debía superar los 10 dólares, ante el elevado costo de la descarga de algunos libros, en la página de Amazon especifican: "El precio fue puesto por la editorial".  Esperemos que por lo menos los escritores salgan mejor parados en los dividendos.
Lo que sí bajó considerablemente fue mi problema de equipaje, cuando viajo suelo regresar cargada de libros, esta vez lo hice, pero la mayoría digitalmente dentro de mi cloud de Amazon. No todos los libros los compré digitales: el catálogo de la exposición en el Guggenheim del artista italiano Maurizio Catellan lo compré en tapa dura, al igual que la recién publicada biografía de Steve Jobs, en este caso porque sé que es un libro, que por lo menos en mi familia, tendrá múltiples lectores.
Ahora estoy leyendo mi tercer libro en Kindle Fire que bajé en Venezuela tan rápido como se bajan en los Estados Unidos: "Los Enamoramientos" de Javier Marias. De los escasos autores hispanos contemporáneos que se consiguen en Kindle. En el caso de Los Enamoramientos, editado por Alfaguara, el libro digital sin duda salió más económico que si lo hubiese comprado en físico: 9.90 dólares contra 24.99 dólares (precio de Amazon), pero leyendo esta novela en la que se habla de amor y de muerte; pienso en mis padres, en mi vecina Beatriz, en mi amiga Larissa; en aquellas personas con las que comparto lecturas, a quienes se la habría prestado y no podré hacerlo porque leer en digital es instranferible, y comienzo a comprender la noticia que sale en los periódicos de hoy de cómo las librería en los Estados Unidos están viendo un repunte de clientes tras el ataque de las tabletas y de los e-readers.
 A quienes estén interesados sobre el tema los invito a leer mi más reciente post, a tres meses con el Kindle Fire:  Apología a la lectura digital

Este artículo fue actualizado con A un año y medio del Kindle Fire

domingo, 20 de noviembre de 2011

La Cazaniní



De la fauna política venezolana ninguna especie tan incomprensible para mí como los NiNi: tras más de doce años siendo gobierno, aspirando seguir siéndolo siete años más, todos los venezolanos mayores de 18 años deberíamos estar claros si el chavismo es lo que queremos para nuestro país, o si no nos parece la vía. No creo en medias tintas, creo en matices, desentenderse de la encrucijada política o sentirse mejor que las circunstancias, me resultaba una manera cómoda de pasar agachado en un momento decisivo para nuestra historia… hasta que esta semana testimonié el desagradable encuentro entre una cazaniní con un NiNi que casi me hace comprender cómo puede una persona declararse “ni con el Gobierno ni con la Oposición”.
Sucedió poco más de doce horas después de que los cinco precandidatos de la unidad se enfrentaran por primera vez en un debate nacional, aunque lejos de debatir, cada quien hizo sus propuestas de Gobierno sobre temas como la educación y la inseguridad. Vi el debate por Globovisión, pero a la mañana siguiente andaba pendiente de otra cosa cuando una mujer eufórica me increpó en el estacionamiento de la peluquería: “¿Viste el debate? ¿Por quién vas a votar en las primarias?” .
 Apenas la conocía de vista, una rubia desgarbada como de 50 años. Le respondí con la verdad: “ todavía no sé”.
Me preparaba para hacer un sesudo análisis de la noche anterior pero la encuestadora amateur había perdido su interés en mi, por lo visto yo no era un target interesante, me dejó hablando sola dirigiéndose a un par de señores que conversaban sobre béisbol.
“¿Ustedes por quién van a votar en las primarias?”.
Uno de los hombres hizo como que no la oía, continúo lavando el carro de una cliente de la peluquería. El otro, un chofer que esperaba que saliera su patrona, no se logró escabullir tan fácil, contestó incomodo: “Por ninguno, señora, yo no me meto en política”.
Más vale que hubiese dicho que su único candidato era el Comandante Presidente Hugo Chávez porque la señora resultó ser el peor tipo de predicadora: una cazaniní en ejercicio de su vocación. Estos Torquemada los hay de ambos lados del espectro político como por ejemplo, Los Espanta-Escúalidos como los que ahuyentaron a tiros a la precandidata María Corina Machado en su comienzo de campaña en el 23 de Enero.
Pero esa mañana en el estacionamiento de la peluquería pensé que la indignada rubia le iba a dar al pobre hombre un carterazo, le gritaba desaforada acercándosele intimidante “¡Por gente como usted está Venezuela como está! ¿le va a entregar el país al Comunismo? Después no se queje”.
El chofer se encogió de hombros soportando su palo de agua estoicamente como todo un caballero, mientras el lava-carros hacía esfuerzos para contener la risa ante el regaño a su amigo. Debí haber intervenido, la señora estaba fuera de sus cabales, pero temí que la cazanini arremetiera contra mí, y esa mañana no estaba con ánimos para polemizar.
Frente el fanatismo no hay quien pueda.
La cazanini se fue mascullando rumbo a la peluquería, iría con su cacería de brujas a interrogar a la señora que lava cabezas, al señor que surte los tintes, a la chama leyendo Vanidades; para después compartir con sus amigos los resultados de su encuesta sobre el próximo presidente de Venezuela, que sí sería fidedigna porque le preguntó a “gente joven y a mucho pueblo”.
Cuando se había perdido de vista la predicadora del cambio por venir, oí a los señores reírse entre sí comentando: “¡Trozo e’loca!”.
Y me quedé pensando qué flaco favor le hacen apasionadas cazaniní como esta a la causa de la Democracia.

Artículo retocado, publicado en El Nacional 19 de noviembre de 2011

sábado, 12 de noviembre de 2011

El smoking torero blanco


Leyendo Rating, la divertida novela de Alberto Barrera Tyszka sobre las incidencias tras bastidores de un canal de televisión venezolano, recordé mi brevísimo paso por la televisión nacional, tan breve que en su historia no debió haber un cometa más raudo.
Corría el año 1988 cuando Flavio Caballero apareció una tarde por el Taller del Actor contando que el próximo proyecto de Radio Caracas Televisión sería una novela escrita por José Ignacio Cabrujas, protagonizada por Carlos Mata y Maricarmen Regueiro; Flavio y Caridad Canelón serían los antagonistas. La novela se llamaría "Señora" y él interpretaría al multimillonario Anselmo Itriago, que no sería el típico antagonista, su descripción encajaba más bien con la del estereotipo de galán: guapo, rico y de nobleza sin par. 
Flavio había acudido al Taller del Actor buscando a su maestro, Enrique Porte, quería que lo ayudara a construir el personaje que el libreto describía como a un sofisticado cuarentón (Flavio, si acaso, llegaba a los 30 años), mezcla entre Julio Sosa Pietri y Bertil Kalen. ¡Una güará!
A Julio Sosa Pietri lo conocía de vista porque era amigo de Enrique Porte y de su esposa Rosa Helena, de vez en cuando frecuentaba las fiestas del Taller del Actor. Creo que era cineasta, parecía un príncipe moro, nunca llegué a hablar con él. En cambio a Bertil Kalen, socio de la famosa discoteca Le Club, casi que lo llamaba tío, unos años menor que mis padres, era de los amigos que más frecuentaban. Eran compadres: mi mamá es madrina del hijo mayor de Bertil. Quizás por eso Enrique decidió que esta soldado raso del Taller del Actor debía ayudar a nuestro amigo Flavio a que el personaje de Anselmo Itriago fuera de una rigurosidad stanilavskiana. 
Enrique, Flavio y yo leímos en la oficina del Taller la primera escena de Señora en la que aparecía Anselmo Itriago. La escena presentaba al personaje, sin diálogos, un atardecer en el jardín de su mansión paseando a sus perros (de una raza bien fru-fu como afganos) vestido con un elegante smoking torero blanco. 
"¡¿Smoking torero blanco?! " exclamé. 
Flavio asintió.
Con razón necesitaba nuestra ayuda. 
No sé si Julio Sosa, tan príncipe en su desarreglada manera bohemia, se habría puesto uno de esos chaquetines, pero juraría por la memoria de Cary Grant que Bertil Kalen, jamás, pero ni en broma -porque con la elegancia no se juega- se habría puesto esa espantosa pieza de vestir, fugaz moda en los años 80: chaqueta de smoking corta, a la altura de la cintura, como las que usan los toreros. Traté de buscar un ejemplo por Internet para ilustrar esta crónica y no encontré imágenes de semejante esperpento, fue una moda que no llegó a calar. Y el vestuarista de Radio Caracas Televisión se la quería poner a este elegante personaje híbrido de Julio Sosa con Bertil Kalen. Mon Dieu.
Si Bertil hubiese sabido que a un personaje inspirado en él lo querían vestir con smoking torero blanco le habría dado un infarto, tan Saville Row que era, uno de los hombres más vanidosos que he conocido en mi vida. Vanidad que asumía con orgullo de pavo real. Bertil, que murió en el año 1991 a los 48 años en un accidente en lancha, era más lord inglés que cualquier lord inglés. Tenía un gran parecido con el actor Roger Moore: alto, rubio, ojos claros y buen porte. Hijo de una venezolana de origen británico y de un ejecutivo sueco, el catire Bertil no podía ocultar su ascendencia europea, pero bastaba que abriera la boca para que se le saliera el venezolano. Le encantaba una grosería, las soltaba a cada rato, pero su elegancia era bien medida inclusive en la forma de soltar tacos.  
Bertil desde joven tuvo buen ojo para los negocios, a los 21 años se asoció con su amigo Oscar "Catire" Fonseca, juntos fundaron la discoteca Le Club, que durante décadas fue templo de la rumba caraqueña en el sótano del Centro Comercial Chacaíto. El inolvidable Drugstore, también en Chacaíto, lugar emblemático de la Caracas de los años 70, fue otro negocio de la dupla de Bertil y El Catire. Bertil además hizo varios negocios inmobiliarios con distintos niveles de éxito, algunos en sociedad con mi papá.
 Mi familia viajó varias veces con Bertil y con quien entonces fuera su pareja (se casó tres veces), se puede decir que lo vi desde recién despertado hasta rumbeado, y créanme que nunca perdió la elegancia. Es que hasta saliendo del mar parecía el agente 007. Por eso le dije a Flavio que no se preocupara, vino al lugar indicado, si bien Enrique Porte como maestro de actores lo ayudaría a dar con el alma de Anselmo Itriago, yo lo ayudaría a dar con el look.
 La amistad de mis padres con Bertil y mi amistad con Flavio no fueron las únicas razones que me impulsaron a intervenir entonces en la televisión, lo hice también de puro farandulera que era por ser ávida consumidora de telenovelas. Desde hacía un tiempo transmitían en Venevisión las telenovelas urbanas cariocas, que en Venezuela empezamos a ver con Dancing Days de Gilberto Braga. Imposible no compararlas con nuestras producciones: en las telenovelas brasileñas las locaciones eran de lujo y los personajes de carne y hueso, en cambio en las nuestras las actuaciones eran engoladas y los escenarios cartón piedra. Creía yo, a mis idealistas 24 años, que un primer paso para alcanzar la excelencia dramática de Brasil, sería evitar que el "sofisticado" antagonista de Señora llevara un smoking torero blanco. 
No recuerdo si nos encontramos en el canal de Bárcenas o si Flavio me pasó buscando, mi recuerdo de esa tarde es en el carro de Flavio, vía Oripoto, el actor manejaba, yo -su asesora- iba al lado, y atrás iba el director, que tampoco llegaba a los treinta años, y desde un principio me pareció antipático. No entendería que hacía Flavio con esa sifrinita flaca que ni su novia era. Estaría seguro de que algún dolor de cabeza le iba a traer. Flavio le explicó que Adrianita lo estaba ayudando a construir el personaje de Anselmo Itriago.
El director no pareció convencido pero optó por callar, señal que tomé como buen momento para que el actor, el director y la asesora discutiéramos detalles del personaje, como por ejemplo, el smoking torero blanco. Saqué a colación a los ricos y elegantes en las producciones brasileñas, parecían salidos de una película de Visconti, eran fiel retrato de una sociedad pudiente ¿se imaginan a Reginaldo Faria con un smoking torero blanco? Por qué en Venezuela todo tenía que ser de cartón piedra, y no me refería al decorado sino a la mentalidad, por qué a un personaje, descrito como elegante y sofisticado, se le tenía que vestir de smoking torero blanco.
Flavio iba callado manejando por la autopista, nunca le pregunté si esa tarde, después de mi perorata, se sintió orgulloso o avergonzado de su amiga. Hay preguntas que es preferible no hacer. Lo que si recuerdo es que el director me oyó malhumorado, antes de responder de manera impaciente que en Venezuela y en Brasil se hacían dos tipos distintos de televisión, la de nosotros no intentaba ser espejo de una sociedad, la nuestra era ilusión pura: los ricos en la televisión venezolana eran simple y llanamente como los habitantes del cerro se los imaginaban. En Radio Caracas Televisión sabían su negocio, les iba bastante bien, los números lo decían, los habitantes del cerro a los ricos no se los imaginaban con trajes de Saville Row, sino de smoking blanco torero. Eso era todo. 
Creo que ahí terminó la conversación, el resto del trayecto lo hicimos en silencio. Al antipático director no lo volví a ver, hoy es un reputado director de cine nacional cuyas ambientaciones distan de ser de cartón piedra. Flavio sigue siendo mi queridísimo amigo aunque emigró a Florida y tengo años sin verlo. Ese breve trayecto subiendo a Oripoto representó mi hola y adiós a la televisión venezolana, imposibilitada de comprender la mentalidad de "subir cerro" como sinónimo de majunchería, que hoy sigue prevaleciendo en nuestras producciones nacionales.
La casa en Oripoto donde se grabaron los exteriores era de la familia de la novia de un amigo, menos mal que ella estaba para conversar porque esa tarde descubrí lo fastidioso que era hacer televisión. Pasaron horas filmando escenas de Anselmo saliendo en el Mercedes Benz, o el mayordomo avisándole a Anselmo que lo llamaban por teléfono. La escena del atardecer paseando los perros vestido de smoking torero, esa tarde no se filmó.
"Señora"  fue una novela de mucho rating en Venezuela, por supuesto que la vi, y el papel de Anselmo Itriago resultó uno de los mayores éxitos en la carrera de Flavio, tal fue el carisma del personaje que le robó escena al del protagonista interpretado por Carlos Mata. Todas queríamos que el desahuciado Anselmo se salvara de su enfermedad para quedarse con Eugenia. 
Con cierto orgullo me di cuenta en la escena del atardecer que Anselmo no paseó sus perros vestido de smoking torero blanco, sino con los pantalones negros de smoking, la faja del traje, y la camisa blanca entre abierta, como lo haría cualquier hombre que saca sus perros a medio vestir antes de salir a una gala.
Mi asesoría no volvió a ser consultada por Flavio, desde entonces, y mientras duró la telenovela, al personaje de Anselmo Itriago lo vistió Clement a cambio de publicidad. Hoy, leyendo Rating, creo que mi humilde batalla por mejorar la televisión venezolana no fue una derrota total.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La hija goy de Isaac Chocrón



Creo que ya es hora de que la comunidad hebrea de Venezuela se entere: Isaac Chocrón, querido escritor, pilar y orgullo de vuestra comunidad, a quien hasta ahora se le conocen casi una veintena de obras de teatro, siete novelas, pero ni esposa ni hijos; tiene en realidad una hija goy que heredó de su padre judío su pasión por la escritura, por el teatro, por Shakespeare, y por la literatura del sur de los Estados Unidos. Puedo dar fe porque esa hija soy yo.
Tan extraña paternidad se remonta a principios de la década de los ochenta, y para aquellos a quienes las cuentas no les dan, valga la aclaratoria que vi la luz por primera vez a los 18 años en el Taller de Expresión Oral y Escrita dictado por Isaac Chocrón, en el Auditorio de la Facultad de Humanidades de la UCV. 
 “Escribir no es escribir, sino corregir”, “Escritor sin disciplina no sirve”, las sensaciones de Proust, la naturaleza de Thoreau y las enseñanzas de Rousseau eran las lecciones que el maestro Chocrón –quien prefería que  sus alumnos lo llamáramos Isaac- nos daba a los más de cien estudiantes del primer año de la Escuela de Arte. 
Chocrón asumía con pasión esta cátedra de primerizos para deslastrarnos de los vicios del bachillerato, como se lo confesó a la periodista Miyó Vestrini en el libro Isaac Chocrón frente al espejo (1980): “...me encanta hablar y que me paguen por hablar me parece estupendo, más aún si tengo poder para no dejar hablar a nadie o para escoger quien lo va a hacer...” Chocrón daba poco margen a la improvisación: “... me pegaba grandes puñales...” que le permitían durante toda una mañana “estar en pie y sin papeles en la mano. Yo hago mi clase como si fuera un Show en las Vegas. Siempre dejo una sorpresa para el final”.
 Nuestra filiación no fue reconocida instantáneamente, yo era apenas una estudiante más a quien Isaac pedía semanalmente que escribiera cortos ensayos sobre Zanzíbar, sobre personajes inolvidables, o sobre la calle donde vivía. Las breves notas con las que el maestro Chocrón corregía y aupaba mis primeros pasos como escritora, eran asomos de una paternidad no biológica sino intelectual y espiritual. 
La relación se afianzó por la casualidad de ser vecinos de urbanización, a Isaac le gustaba llegar caminando a la universidad pero el calor del mediodía lo obligaba a pedir cola para regresar, y yo siempre estaba dispuesta a dársela para continuar unos minutos más las lecciones de mi querido profesor, a pesar de que éste me incitaba –en ese entonces era una inexperta y nerviosa conductora- a comerme una flechita para poder llegar más rápido a su edificio.
No obstante esta breve dosis de anarquía urbana, la paternidad de Isaac no fue irresponsable:  a los cincuenta años era un buen momento para tener su primera hija, especialmente si ya estaba criada, porque Chocrón pasaba por una de las mejores etapas de su carrera: acababa de publicar la novela 50 vacas Gordas; su amigo José Ignacio Cabrujas dirigía Simón, una de sus más hermosas obras de teatro; pleno auge del Nuevo Grupo; La Compañía Nacional de Teatro estaba por nacer, y Chocrón, su primer director,  sin falsas modestias inauguró la primera temporada con su obra Asia y el Lejano Oriente.   
Cuando tímidamente le presenté como trabajo de fin de curso una adaptación ambientada en la Caracas ochentosa de la obra Pigmalión de George Bernard Shaw, Isaac añadió a sus éxitos personales la paternidad espiritual de una hija, crecidita ya, que algún día podría llegar a ser una gran escritora: “como Lillian Hellman” y así me presentaba orgulloso a sus amigos, entre los cuales no se escapó ni   Edward Albee, autor de “¿Quién le teme a Virginia Wolf?”, quien educadamente tuvo que soportar los alardes de padre orgulloso de su amigo Isaac cuando vino de visita a Caracas a mediados de los años  ochenta.
Si Isaac era un padre complaciente y consentidor no por eso dejaba de ser estricto y exigente. Cuando llegaba a la universidad vestida a lo Madona a Papá Chocrón no le gustaba nada y me decía: “Niña tápate, que se te ve el ombligo”, se molestaba si siempre escogía el mismo pupitre para sentarme: “Hay que aprender a ver la vida desde distintos ángulos” y cuando no llenaba las expectativas académicas de mi exigente maestro, como el día en que olvidé mencionar en una exposición a Ricardo III entre los grandes malvados shakespereanos, habría cambiado mi reino de minifaldas por un caballo para no tener que enfrentarme a la fría ira chocroniana. 
Los cinco años que duró mi carrera universitaria estuvieron marcados por el constante apoyo de Isaac quien fue mi profesor en las cátedras de Shakespeare y el Teatro Isabelino, Teatro Norteamericano y Talleres de Dramaturgia.  
Pero el legado más hermoso mi padre-maestro no me lo dio en el aula, sino con su cariño, ese legado fue la certeza de que sí bien a nuestra familia biológica no la podemos elegir, la vida nos da la oportunidad de tener una familia “ elegida” que nace de afectos y   compatibilidades.
 La hija elegida de Chocrón resultó con el tiempo una hija ingrata: al terminar la universidad pasé años sin verlo, y todavía no he escrito la “gran obra” que Isaac de mí esperaba –“Esperaba no, espero”-. Casualmente nos reencontramos en la isla de Margarita en diciembre de 2000, y reiniciamos  nuestra relación como si  quince años no fueran nada: “sigue tus crónicas deportivas, que ahí está tu novela”. Isaac rápidamente retomó el hábito de  encaminar y arrear a su ya no tan joven hija.
 Estos quince años de nuestro involuntario distanciamiento para Chocrón fueron activos: fue director del Teatro Teresa Carreño, ejerció hasta hace poco la docencia en La Escuela de Arte, y los últimos tres años antes de su jubilación fue su director; ha dado cátedras especiales en universidades del exterior, y  en ningún momento ha  parado de escribir. El año 2001 fue un año especial para él: cumplió 70 años y fue homenajeado por todos los que lo quieren y admiran en el Teatro Teresa Carreño, pero el 2002 no se quedó atrás: Chocrón recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela y su novela Pronombres Personales fue publicada por entregas en El Nacional. 
 Sólo me asalta una duda: ¿seré hija única? Lo llamo celosa a preguntarle: “Imagínate, en veinte años de docencia miles de estudiantes pasaron por mis aulas. Entre tantos muchachos, poco más de media docena fueron para mí muy especiales, mis hijos elegidos: Xiomara Moreno, Martín Hahn; ¡No me voy a poner a contarlos!”. Como buen padre consentidor, Isaac prefiere cambiar de tema: “¿Sabías que  estuve en Londres dictando unas cátedras? Los ingleses son tan excéntricos que les ha dado por estudiar mi obra”.
 No quiero despedirme de Isaac sin preguntarle cómo debo terminar esta confesión de su paternidad a la comunidad judía: “Termina con esa frase de Simón, en la que Simón Rodríguez le dice a Bolívar: ‘Sal a reclamar tu parte. Todos tenemos derecho a reclamar nuestra parte del mundo. Para eso nacimos’ ”
 Pero el que parece que nunca se cansa de reclamar su parte del mundo, es mi querido Papá  Chocrón.

La hija Goy de Isaac Chocrón fue publicado en el semanario Nuevo Mundo Israelita en el año 2001. Adaptado para Ficción Breve en el año 2003. Esta madrugada murió mi querido profesor, me quedé huérfana de Isaac. La foto fue tomada la última vez que lo vi, cuando donó su biblioteca al Museo Sefardí de Caracas, rodeado de parte de su familia elegida.


martes, 1 de noviembre de 2011

Testimonios de la no ficción




La conversación entre los escritores Santiago Gamboa y Oscar Marcano: “Testimonios de la Ficción”, comenzó media hora después de lo pautado. A las 11.30 am, Andrés Boersner, presidente de su Sociedad de Amigos, presentó en el Centro Cultural Chacao al invitado especial de la undécima conferencia anual de La Fundación para la Cultura Urbana: el colombiano Santiago Gamboa, pero antes quiso recordarle a los presentes que hay 33 mil libros de la Fundación secuestrados por el Gobierno, y los miembros de la junta Directiva de Econoinvest, patrocinante de la Cultura Urbana, están presos desde hace más de un año sin tener cargos específicos en su contra.
El encargado de dialogar con el autor de “El síndrome de Ulises” fue el escritor Oscar Marcano,  quien de lo más organizado llegó con su IPad con los temas a tratar y empezó recordando lo que dijo en su reciente visita a Venezuela el argentino Ricardo Piglia: que hay dos vertientes opuestas en la Literatura Latinoamericana, la que se deriva de Gabriel García Márquez y la que busca emular a Jorge Luis Borges.
Gamboa no estuvo de acuerdo, sin incurrir en el patricidio de otros autores de la generación nacida en la década de los años 60, Gamboa opina que Gabo rompió el molde en su estilo, aquel que trate de emularlo no pasará de ser un copista. Para Gamboa la otra corriente distinta al camino de Borges vendrían siendo Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, especialmente el Nobel peruano, la estructura de cada una de sus novelas es una lección de estilo de la que los escritores siempre tenemos algo que aprender.
Conversaron Gamboa y Marcano, entre otros temas, sobre la diferencia entre el cuentista y el novelista, Gamboa es novelista por naturaleza pero cuando le ha tocado escribir cuentos -porque se los han pedido por encargo- ha cumplido de tal manera con el reto que gracias a un cuento publicado en la antología McOndo, logró entrar en el mercado editorial español.
Como tantos otros escritores, Gamboa no niega que a la hora de narrar a menudo incurre en la auto-ficción, le es más propicio escribir en primera persona, que sus personajes principales sean periodistas o escritores, que inventarse un narrador ajeno a sus vivencias, como por ejemplo, un policía. 
Cuando llegó la hora que el público interviniera, se recordó a Roberto Bolaño a quien Gamboa considera ligas mayores: “Una catedral de la Literatura”.
Entre el público ese mediodía había mucha gente joven, también varios escritores. Al finalizar la tertulia, Marcano le hizo un par de regalos a su colega colombiano: cuatro libros de autores venezolanos contemporáneos, y una gorra de los gloriosos Tiburones de La Guaira.
Como orgullosa Tiburona, no podía dejar pasar esta bombita, así que apenas se dio por finalizada la conversación, corrí al estrado y conseguí que el autor colombiano se pusiera la gorra escuala para tomar una foto para la posterioridad.
El  autor de “El cerco de Bogotá” preguntaba desconfiado: “¿Y este equipo es bueno?”.
“Es la tercera vía”, le respondió Oscar Marcano.
 Gamboa, quien dijo conocer algo de béisbol, quedó complacido.
A los pocos segundos, alrededor de la mesa, se agolparon quienes querían que el autor invitado les firmara sus libros. La mayoría llevó copias de “Necrópolis”(2009), yo lo hice de “Vida feliz de un joven llamado Esteban” (1995), la segunda novela de Gamboa que hace nueve años reseñé para Papel Literario cuando salió en su versión de bolsillo.
En algún momento de ese lluvioso mediodía tan grato, entre la marabunta de gente agolpada para saludar al autor, alguien cambió el maletín negro de Oscar Marcano, llevándose su Ipad  y un par de celulares, dejándole a cambio la edición del día del diario El Universal.
Aparentemente no es la primera vez que sucede en la sala de la Fundación Chacao, un hurto parecido ocurrió hace algunos días en un evento similar. Mientras Oscar y el personal de seguridad de la Fundación revisaban las cintas grabadas del evento con la esperanza de captar el momento del cambio de maletines, el invitado internacional exclamaba sorprendido: “¡Este robo debe ser un récord Guiness!”.
No, ningún récord Guiness, mi pana, robos como este son el día a día en Caracas.
Mañana Santiago Gamboa dictará la conferencia: “La ciudad y el exilio” en la sala Corpbanca, quién sabe si el ladrón se quede leyendo la novela inédita de Oscar Marcano que quedó en su IPad.

sábado, 29 de octubre de 2011

La fiesta de Gonzalo



Hace un par de años, en una parrillada en casa de unos amigos, conocí a Gonzalo, o se puede decir que lo conocí oficialmente: sabía quien era él como una chica siempre sabe quienes son los chicos ultraguapos de la ciudad. En los años 80, cuando esta humilde adolescente veía entrar al veinteañero Gonzalo en Le Club, con la corbata suelta y su melena castaña despeinada porque siempre llegaba en moto, suspiraba platónicamente como si una inalcanzable estrella de cine estuviera entrando por la puerta de la discoteca en el sótano del Centro Comercial Chacaíto. Desde esos encuentros discotequeros en los que jamás nos dirigimos la palabra -dudo que él supiera quien era yo- le perdí la pista, tengo entendido que se casó y se fue a vivir al interior, hasta el mediodía en el que lo vi llegar a la parrillada en casa de mis amigos, y supe que era Gonzalo porque me lo presentaron, no habría reconocido en ese señor de guayabera azul al malandro bien que me encandilaba en Le Club. 
Gonzalo tampoco era amigo de mis amigos, su novia lo era porque es de la misma generación de nosotros, esa tarde me enteré que Gonzalo se había separado de su primera mujer y estaba saliendo con esta contemporánea mía, también divorciada, quien imagino que igual que yo, suspiraría adolescente cada vez que veía entrar al veinteañero Gonzalo en Le Club. 
Una vez servida la parrilla, nos sentamos en la mesa con otra pareja, Gonzalo, su novia, mi esposo y yo. Conversamos de varios temas, Gonzalo participaba activamente en la conversación, la novia lo oía enamorada, ella casi no habló. Quizás porque ya me había tomado algunas copas de vino, esa tarde viví un raro momento de elocuencia, tanto, que después me dio pena, habrán creído que soy una lora, pero al día siguiente imaginé que no habría causado tan mala impresión al recibir una invitación de amistad de Gonzalo en Facebook. De la novia nunca me llegó.
El orgullo de habérmela comido con tanta elocuencia duró poco, cuando después de aceptar su amistad, me di cuenta que Gonzalo tenía casi mil quinientos contactos en Facebook, el antiguo galán era un recolector de amigos en las redes sociales.
Esa tarde de la parrilla fue la última vez que vi a Gonzalo, meses después me enteré por los anfitriones del almuerzo que murió en un accidente de tránsito regresando a su trabajo en el interior. En la papeleta de entierro no invitaba la novia sino la ex-esposa sin el prefijo de ex. Con el ejercicio de morbosidad que nos permite facebook, entré en su página a leer los mensajes de condolencia de sus amigos, y ver las fotos que había montado en su paso por facebook, fotos que incluían tanto a la novia como a la esposa, entre distintas etapas de su vida: desde el hermoso joven que conocí en Le Club hasta el padre orgulloso que lleva a su hija al altar.
Cuando muere un amigo de Facebook, su perfil rara vez desaparece, algunas familias no saben cómo cerrarlos, otras prefieren dejarlos abiertos como vínculo imperecedero. Hay quienes se van desamigando de los difuntos en Facebook, hay quienes les dejan mensajes tiempo después de muertos. Yo ni lo uno ni lo otro. De vez en cuando leía en mis anuncios de muro que taggeban a Gonzalo en fotos o lo incluían en mensajes múltiples como compartir videos, hasta que una mañana en abril, entre los cumpleañeros del día, facebook me recordó dejarle un mensaje de felicitación a Gonzalo. 
No soy de quienes escriben en los perfiles de los difuntos, ayer me encontré por primera vez dejándole una nota afectuosa a un amigo de infancia que acaba de morir tras batallar durante un año con cáncer. Al hacerlo me sentí bien, quizás por eso recordé el primer cumpleaños de Gonzalo después de muerto, cómo lo saludaban sus verdaderos amigos: "Mi pana, celébralo en el cielo con tantos seres queridos", "Bendiciones", "Se te recuerda con cariño", pero entre los pocos que le escribían al Gonzalo en un distinto plano al terrenal, había muchos más que lo hacían como si todavía estuviera en el mundo de los vivos: "Que tengas un hermoso día".
Quizás porque Gonzalo murió en agosto cuando muchos caraqueños están fuera de la ciudad, o porque muchos de los amigos de Gonzalo emigraron de Venezuela, era obvio ante mensajes como "Que la pases super bien", "Todo lo mejor", "Saludos a la familia", "Mis deseos en salud y amor para ti", "pásala chévere", que la mayoría de los amigos en la fiesta virtual de cumpleaños de Gonzalo, ignoraban que tenía casi un año de muerto. Y seguían llegando las enhorabuenas en su muro, ya nadie parecía asumirlo en el cielo, hasta que una amiga intentó romper el espejismo escribiendo un escueto: "Gonzalo se murió".
Al principio este mensaje fue ignorado, no recibió respuesta alguna, y con casi mil quinientos amigos, las felicitaciones seguían llegando, se ve que cuando felicitamos por facebook nuestros buenos deseos solo le interesan al cumpleañero, y yo como voyeur, entre triste y divertida, seguía leyendo: "Que este año venga cargado de alegrías y sabias decisiones", "Pásala estupendo", "Qué cumplas muchos mas", "Espero que tengas un día lleno de sorpresas", "Happy B-Day"... hasta que la misma amiga volvió a clamar, esta vez en mayúsculas, como un grito, para que terminara la fiesta de una vez: "¡¡¡GONZALO SE MURIÓ!!!". 
En ese momento se acabó la fiesta, más nadie volvió a felicitar a Gonzalo ni a desearle que lo consintieran mucho, solo una amiga que le había mandado un apurruño bien fuerte, se atrevió a preguntar: "¿Cómo murió?". No obtuvo respuesta. 
La fiesta de Gonzalo había terminado. 

jueves, 27 de octubre de 2011

Raymond Carver


 Cuando la mamá de Gabriel García Márquez leía las novelas de su hijo quedaba espantada, cómo se le ocurría a ese muchacho contar los chismes y escándalos de su pueblo, sin embargo para el lector común la obra del Nobel colombiano es uno de los universos más originales de la historia de la Literatura, tan original que a pesar de que le han salido cientos de imitadores, por lo menos en el idioma español, nadie ha logrado hacernos creer como el Gabo en invasiones de mariposas amarillas o en doncellas que ascienden al cielo levitando.
Si el molde que rompió García Marquéz es el del Realismo Mágico, Raymond Carver hizo lo mismo con algo parecido al hiperrealismo, término usado en las artes plásticas para describir lienzos que captan un instante de manera fotográfica. Eso precisamente fue lo que logró Carver con sus cuentos, intensos episodios de parejas descritos con la minuciosidad y los claros oscuros de una polaroid.
Siendo opuestos en estilo, el colombiano florido y el norteamericano minimalista (palabra que odiaba Carver porque le parecía una reducción de su obra), se asemejan -como tantos autores- en que se valieron sin disimulo en eventos de sus vidas y en las de familiares o amigos a la hora de encontrar inspiración. La diferencia estriba en que el Gabo narraba historias diluidas con el tiempo, y Carver narraba momentos recientes de su vida familiar donde los conflictos conyugales, la pobreza y el alcoholismo estaban presentes.
Proveniente de una larga línea de trabajadores cuello azul que no lograba alcanzar el sueño americano de la Clase Media, Raymond Jr nació en Oregón en el año 1938, aunque vivió la mayor parte de su infancia en Yakima, Washington. Su madre, Elle, apenas nacer su hijo mayor le escribió una carta con una profecía que habría de cumplirse: "En algún momento en la historia de toda familia nace alguien destinado a la grandeza, y ese serás tú hijo mío".
En la minuciosa biografía de Raymond Carver que le tomó diez años a Carol Skelenicka escribir, cuenta que en la familia Carver (tanto de niño como adulto) nunca faltó cariño, tampoco faltó comida, pero vivían con privaciones. El mayor peso del mantenimiento lo llevaban las mujeres trabajando donde fuera y en lo que encontraran (Elle primero, y luego la esposa de Ray, Maryaan), mientras ambos Raymond (padre e hijo) eran más relajados a la hora de buscar trabajo, dejándose ganar por el alcoholismo.
Cuenta Sklenicka que a pesar de que en la casa de los Carver el único libro que había era La Biblia, el joven Ray supo desde la adolescencia que quería ser escritor, y tuvo la suerte de casarse con la mujer perfecta para ello, Maryann, quien hizo cualquier tipo de sacrificios para que su esposo escribiera, ella también sabía que Ray estaba destinado a la grandeza.
El principal problema de los Carver fue que se casaron muy jóvenes, cuando Ray tenía 19 años y Maryaan 18. Dos años después ya tenían dos bebés que criar, Christine y Vance, y a pesar de que Maryaan era capaz de trabajar doble turno para que su esposo pudiera escribir sin preocuparse por nimiedades como el sustento familiar, las  necesidades económicas, la presión de ser papá saliendo de la adolescencia y el ejemplo del alcoholismo de su padre, influyeron para que Ray se abrazara a la botella con la misma intensidad paternal.
Pero durante muchos años la urgencia de escribir de Ray fue más grande que la de ingerir alcohol, y como tantos escritores hoy de renombre, formó parte del famoso Writers Workshop en Iowa (1958-60), siendo alumno dilecto de John Gardner quien, entre otras cosas, le enseñó a preferir las palabras comunes a las seudopoéticas y a reducir a quince palabras lo que había escrito en veinticinco.
 Gardner (1933-1982), poco años mayor que sus alumnos, les tachaba los textos con un lapicero rojo cuestionando palabras y frases superfluas y discutiendo sobre la necesidad de una coma como si fuera un problema de vida o muerte. Cuenta Sklenicka: "Gardner aplicaba un principio sencillo: 'si escribimos sobre algo que no nos importa o en lo que no creemos, tampoco a nadie le va a interesar leerlo".
Y qué podía importarle más a Raymond que las carencias y el amor de su familia, qué tema podría conocer mejor, y a la hora de escribir sus historias narraba momentos íntimos sin maquillajes, sin adornos, con una pizca de humor, asomando apenas la punta del iceberg, como aconsejaba su héroe Hemingway, de una manera concisa que raya con la poesía.
Siempre cuentos o poesías, algunos ensayos, Carver nunca logró terminar la ansiada novela, a pesar de que recibió un adelanto de un editor de cinco mil dólares para escribir una épica sobre la II Guerra Mundial. No tardó el escritor en darse cuenta de que una épica histórica jamás sería su tema, si escribía una novela debía ser intima, describiendo un universo familiar. Después de más de 40 páginas escritas, Carver abandonó el proyecto, era escritor de aliento corto, se fastidiaba rápido. Un amigo intentó que diera el salto: "Una novela no es sino una serie de cuentos bien entrelazados". Ni siquiera visto de esa manera.
Tampoco le hizo falta a Carver escribir una novela, sus cuentos comenzaron a ser reconocidos en los años 70 como parte de la mejor ficción norteamericana escrita en la segunda mitad del siglo XX. Con la publicación de colecciones como "Will you please be quiet, please" (1976), "What we talk about when we talk about love" (1981) y "Catedral" (1983), Carver logró erigirse como uno de los grandes escritores contemporáneos, el mejor autor de cuentos de los últimos tiempos.
A Maryaan, la esposa ideal de un escritor, no pareció importarle ver su intimidad conyugal calcada en los cuentos de su marido, episodios de infidelidad, alcoholismo, frustración, violencia doméstica... sabía que la esencia de todo buen escritor es ser vampiro y que cualquier tema es válido para alimentarse. No sucedió lo mismo con sus hijos: Christine no le perdonó que le escribiera un poema "a mi hija alcohólica" y Vance resintió cuando su padre publicó el cuento Compartments sobre la historia de un hombre que viaja a Europa con el objetivo de visitar a su hijo universitario, cuando en realidad le fastidia verlo; al igual que Elle resintió la publicación de Boxes, la historia de una anciana insatisfecha con su vida que a cada rato se está mudando.
Murió joven Carver, a los 50 años, víctima de cáncer en el pulmón. Ya hacía años había dejado el alcohol, los cigarros y la marihuana no pudo dejarlos, también dejó a Maryaan, o ambos se dejaron, eran co-dependientes en el alcoholismo, pero su amistad duró hasta el final. Las vacas gordas de Carver le tocaron a la poeta Tess Gallagher (1943), con quien vivió los últimos nueve años de su vida, cuando ya era un escritor reconocido y viajado, al lado de ella por fin pudo abandonar el alcohol. En esos últimos años el principal peso de su obra no fueron cuentos sino poesía en los que destilaba la tranquilidad de saberse exitoso, tratado por sus iguales como un gran escritor, sin problemas económicos, alejado de la botella y con un nuevo y plácido amor.
Al morir Carver en el año 1988 legó todo a su segunda mujer, quien hoy disfruta sin compartir los dividendos de esas instantáneas de la vida de la primera mujer, los hijos y la madre, a quien Carver, como última estocada de cruel vampiro, más allá de una insignificante cantidad en efectivo, obvió en su testamento.



miércoles, 26 de octubre de 2011

Carolina



No hubo revelación celestial, ni siquiera un presagio, nada podía prever que la tranquila tarde del domingo 29 de junio de 1919 el bondadoso doctor José Gregorio Hernández abandonaría el reino de los vivos para convertirse en el primer santo no oficial de Venezuela.
Esa tarde, después de almuerzo, el doctor Hernández trató de robarle unos minutos a sus pacientes para dormir una merecida siesta al vaivén de su mecedora. A la 1:30 lo despertaron para avisarle que una humilde anciana estaba grave, tomó su maletín y su sombrero y fue a socorrer a la enferma. Tras auscultarla, aprisa fue a la botica que se encontraba cruzando la populosa esquina de Amadores para comprarle un remedio. Tan aprisa iba el distraído doctor que de regreso no se molestó en pararse junto al tranvía que estaba estacionado a un lado de la calle para verificar que no vinieran carros, con la mala suerte de que el orgulloso e inexperto conductor de uno de los escasos automóviles de Caracas lucía su flamante nave a la poco prudente velocidad de 30 kilómetros por hora, ocurriendo el primer accidente fatal de tránsito de la historia de nuestro entonces provinciano país.
84 años después, en los primeros 15 días de este fatídico mes de septiembre, han ocurrido 166 muertes en diversos accidentes de tránsito en Venezuela.
Las causas siguen siendo las mismas que ocasionaron la muerte del doctor Hernández: imprudencia y exceso de velocidad. Leemos el trágico saldo en el periódico y en medio del horror pensamos que las carreteras venezolanas son unas ruletas rusas... y salimos a la calle en máquinas -tan incautos como el Siervo del Señor- a velocidades supersónicas, mientras atendemos distraídos el celular, nos comemos las luces rojas, no nos paramos en las esquinas, esquivamos los huecos del pavimento o a peatones que cruzan temerarios las autopistas. 
Los muertos en letras impresas suelen ser abstracciones por eso preferimos no quejarnos a los choferes de los autobuses cuando van a exceso de velocidad, nos acostumbramos a la oscuridad de los túneles, estamos seguros de que ese trago de más no afectará nuestros reflejos, que el hombrillo de las autopistas es vía expresa, pero supersticiosos nos persignamos cada vez que cruzamos frente a un altar improvisado. 
En el periódico los accidentes de tránsito parecen historias como las que contaba Sherezade, lejanas a nuestra realidad politizada, polarizada, deshumanizada.
Carolina Herrera quizás no llegaba a santa pero era una excelente persona: 35 años, casada y sin hijos, su instinto maternal era compensado por el afecto de los niños del preescolar donde trabajaba como coordinadora. Buena y echada pa' lante -como la describen sus amigos-, a Carolina era raro encontrarla en su oficina porque siempre estaba de aula en aula atenta a sus niñitos y a los proyectos que se le iban ocurriendo para estimularles la imaginación.
También era muy paciente, cuando los atribulados padres acudíamos a ella porque nuestros geniecitos todavía no sabían leer o no hablaban perfecto inglés como en otros preescolares, Carolina nos preguntaba: "¿Para qué?", porque para ella lo fundamental era que los niños pasaran sus primeros años en un ambiente estimulante y rodeados de amor.
Este año escolar el colegio amaneció sin Carolina: "Educadora entre las víctimas fatales de accidente ocasionado por una gandola en la autopista Caracas-Guarenas", decían los fríos titulares en medio de otras noticias de interés nacional como la lucha por el derecho al referéndum revocatorio. A los que conocimos a Carolina nos queda recordarla con alegría y con la certeza de que personas como ella son las que hacen grande a un país.

Publicado en El Nacional el 27 de septiembre de 2003 

lunes, 24 de octubre de 2011

A miles de kilómetros de su preescolar


Leyendo en El Nacional sobre la muestra "El último en irse que apague la luz" de Facundo Bustos, retratos de familias afectadas por la ola de emigración en Venezuela, me sentí identificada con el vacío que trata el artista en su obra porque además de los hermanos, primos y sobrinos que se me han ido a vivir fuera de Venezuela -sería necesario un ábaco para contarlos-, este año mi hija Isabel se gradúa de bachiller y uno de los regalos que los papás le queremos hacer a los muchachos de la promoción es un libro de fotos que recorra su camino desde preescolar hasta bachillerato. Buscando entre álbumes viejos de cuando todavía la fotografía era Kodachrome, encuentro fotos como la de arriba, tomada en el año 2000, cuando los niños que salen en ella tenían entre 5 y 6 años. De los pequeños en la imagen me doy cuenta con dolor que tres viven en Estados Unidos, dos en España, una en Inglaterra, otro en México, y los del fondo en Panamá y Canadá.  Así que aparte de la maestra, hoy solo Isabel vive en Venezuela.
  Ojo, no estoy hablando de un colegio internacional para hijos de diplomáticos y empleados de transnacionales, que tienen alta rotación, ni tampoco uno de esos colegios con doble pensum, me refiero a un colegio venezolanito, venezolanito.
Los primeros niños en emigrar se fueron poco tiempo después de tomada la foto, cuando Venezuela cambió de constitución y pasó a llamarse La República Bolivariana de Venezuela, sus familias se despidieron sin quemar barcos, se fueron porque encontraron buenas oportunidades de trabajo en el exterior y el panorama inmediato en el país no estaba nada claro. Muchas de estas familias aspiraban regresar, máximo, en cinco años, asumiendo que los vientos serían más propicios, querían que los niños pasaran la adolescencia en Caracas. Once años después los vientos están aún más huracanados. Si algunos regresaron, solo fue de visita, muchos ni siquiera. Ya perdieron sus lazos emocionales con sus primeros compañeros de escuela.
A medida que en Venezuela la inseguridad política, económica y ciudadana se fue acentuando, otras familias del colegio afinaron su plan B, recurriendo a las nacionalidades de los abuelos, a distintas oportunidades de trabajo, a vender todo aquí para hacer negocios donde sea, y fueron levando anclas a los Estados Unidos, a España, a Canadá, a Centro América; ya no se despiden "Hasta la vista", ahora la despedida es más definitiva, como pasó el año pasado: ocho compañeros de Isabel emigraron cuando apenas les faltaba dos años para graduarse. Sobre el tema escribí la crónica Pupitres Vacíos. Han llegado compañeros nuevos, muchos del interior, pero más son los que han emigrado.


 Y aquí sigo buscando fotos del recorrido de la Promo X, y me encuentro con esta foto de grupo de los entonces pichurros de Kinder, de los veinte niños de la foto un amiguito cambió de colegio, otra amiguita se fue a vivir a Mérida, cinco, Dios mediante, recibirán en el año 2012 sus diplomas de bachiller del colegio donde estudian desde chamitos, y el resto lo hará a miles de kilómetros del país donde nacieron.

sábado, 22 de octubre de 2011

Al aire libre



Al caminar por centros comerciales abiertos a la ciudad como El Marqués y Chacaíto, construidos en los años 60, difícil no sentirse en la Caracas que pudimos ser y no fuimos: una ciudad verde cuyos habitantes disfrutan plenamente la bendición de contar con uno de los mejores climas del mundo. El concepto de espacios públicos que se fusionan con la urbe se había perdido desde hace años, nos convertimos en una inhóspita acumulación de ghettos, tráfico infernal, el verde asfixiado entre el concreto de grandes edificios de oficinas y centros comerciales tipo Mall. En vez de naturaleza: aire acondicionado e iluminación artificial. Casetas de vigilancia por doquier. Los jardines que delimitaban nuestras viviendas con arbustos de azaleas y cayenas, fueron sustituidos por murallas para protegernos del avance de la delincuencia.
Pero de hace un tiempo para acá los caraqueños parecemos ansiosos por recuperar aunque sea un ápice de calidad de vida urbana, qué mejor ejemplo que un evento como “Por el medio de la calle” en el Municipio Chacao, donde una noche al año se encapsula lo que hasta la década del 90 vivíamos a diario en Sabana Grande: una concentración de los movimientos urbanos más interesantes del momento.  El problema de “Por el medio de la calle”  fue que superó las expectativas de público y ante semejante aglomeración de gente, no fue mucho lo que se pudo disfrutar.
Dos espacios culturales nacidos del impulso de rescatar el disfrute cívico de nuestro privilegiado clima son Los Galpones en los Chorros y los Secadores en La Hacienda La Trinidad, que aprovechando jardines como el que describe Oscar Wilde en el cuento El Gigante Egoísta, reúnen pequeñas galerías de arte, librería, y se realizan eventos como talleres infantiles, exposiciones, recitales de poesía, y cine al aire libre, cuyo éxito ha sido tal que la noche que proyectaron Io Sono l’Amore, como doscientos espectadores se reunieron en el jardín de los Secaderos para ver bajo las estrellas la intensa película italiana. Aparentemente esa noche uno de los vecinos tenía una fiesta y la zona colapsó.
Yo no estaba pero semanas después, un domingo, cuando fui a ver la muestra fotográfica “Desde adentro para afuera” de las artistas María Ángeles Octavio y Kanako Noda, me topé con una pequeña protesta vecinal impidiendo el paso de carros a la cerrada urbanización ante lo que consideraban “la perturbación de la calidad de vida de una zona residencial”. Una señora clamaba: “¡Los Secaderos de la Hacienda La Trinidad son patrimonio!” y pensé en la gran cantidad de patrimonios culturales en ruinas abandonados en Caracas. 
Para quienes no los conocen, los Secaderos son como silos de ladrillo construidos en los años 50 en la Hacienda La Trinidad, se llaman así porque fueron hechos con el propósito de secar tabaco, poco tiempo funcionaron como tales, aunque la estructura quedó intacta.
Tengo entendido que la protesta no es masiva, que hay muchos vecinos dichosos de tener un parque cultural a pocos metros de sus casas, ¿qué destino mejor para esos silos intocables en su arquitectura tras haber sido decretados, como parte de La Hacienda La Trinidad, patrimonio cultural? También comprendo que cualquier cambio en un tranquilo vecindario no es fácil. Ojalá se haya logrado una conciliación porque si hay algo que necesitamos en Caracas son lugares que nos hagan mejor ciudad. 

Artículo publicado hoy en El Nacional

domingo, 16 de octubre de 2011

La biblioteca de mi infancia


Fui una niña lectora, desde que arranqué a leer a los cuatro años todas las semanas mamá me llevaba a la librería Lectura o a la Librería Lea y me dejaba escoger un libro. Comencé a armar mi biblioteca con la colección de cuentos de autores como Hans Christian Andersen, Charles Perrault y los hermanos Grimm que vendían en el Círculo de Lectura. Después pasé a los libros de Enid Blyton, de Louisa May Alcott y a Pipa Mediaslargas de la autora sueca Astrid Lindgren. También tenía la enciclopedia El Tesoro de la Juventud, herencia de mi abuela paterna, quien la cedió a sus nietos mayores cuando sus hijos menores perdieron interés por los veinte tomos de lomo verde que contenían cuentos de hadas, curiosidades y avances de la tecnología como el telégrafo.
Otra donación recibida en la infancia fue un mueble de caoba tipo biblioteca que pertenecía a una prima hermana de papá, María Fuensanta, ávida lectora, 13 años mayor que yo. Cuando Fuensanta se quitó el María y se fue a vivir a Europa sin intenciones de regresar (no regresó), su biblioteca fue a parar a mi cuarto con un tomo de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez y otro de Memorias de Mamá Blanca de Teresa de la Parra.
Poco a poco la biblioteca infantil se llenó de libros que leía y releía, El Tesoro de la Juventud y los libros de Fuensanta no perdieron su lugar, pero a medida que las aventuras de Enid Blyton y otras novelas infantiles dejaron de interesarme, los fui sacando de la biblioteca, arrumbándolos en la parte alta del closet para dar paso a Agatha Christie, Taylor Caldwell y a las hermanas Brönte. 
A veces, cuando iba a guardar un libro en la parte alta del closet, otro caía sobre mi cabeza y lo volvía a leer, pero cada vez menos, hasta que un día mamá, de manera inconsulta porque sabía que le habría dicho que no, metió los libros de mi infancia en cajas mandándolos con papá a un depósito familiar. Necesitaba espacio en el closet para guardar los adornos de navidad. 
Al saber el destino de mis primeros libros no me importó mucho, a los 13 años mis tiempos de Pipa Mediaslargas, la niña más fuerte del mundo, habían pasado, y pensé que guardados en cajas en el depósito en el edificio Mata de Coco estarían seguros para ser compartidos a largo plazo por mis futuros hijos, a quienes asumía tan ávidos lectores como su madre y la prima Fuensanta. 
Meses después, papá llegó a casa con la terrible noticia que en el depósito familiar uno de mis tíos decidió hacer limpieza, y entre las primeras cajas en botar, estuvieron las de libros infantiles. Mi historia literaria había sido borrada, ya no tenía que legarle a mis futuros hijos, me había quedado sin nada.
Lloré mi biblioteca infantil como se llora a un amigo, no durante meses sino durante años, no me conformaba haberla perdido. De mi patrimonio en libros solo quedaba El Tesoro de la Juventud y el par de libros de Fuensanta, y ni siquiera por mucho tiempo, en mi adolescencia la abuela me pidió que le devolviera El Tesoro de la Juventud porque decía que le gustaba regresar a sus cuentos de infancia. 
Pasaron los años y cuando comenzaron a nacer mis hijos (tres para ser exactos: Camila, Isabel y Oscar) a la hora de hacerles su biblioteca junto con los libros modernos que se conseguían en las librerías: ediciones Ekaré, los cuentos de Anthony Browne, y la serie Teresa de Armando Sequera; escarbé en las ventas de ocasión para rescatar mis libros de infancia. Conseguí varios tomos de las aventuras de los hermanos Hollister, de Puck detective, de las andanzas de las chicas de Torres de Mallory. Mi abuela me regresó El tesoro de la Juventud para que se lo leyera a sus bisnietos, y todavía estaban Platero y yo y Las Memorias de Mamá Blanca en la vieja biblioteca de caoba que fue a parar al cuarto de las niñas. 
Pero a medida que mis chamos crecieron aprendí una de esas duras lecciones de la vida: nuestros hijos son entes independientes, ni su realidad histórica es igual a la nuestra ni sus gustos tienen que ser los mismos.
Fueron pasando los años y me di cuenta con tristeza que en mi hogar, a diferencia de en el que crecí, no mandaban los libros sino la tecnología: computadora, videojuegos, Ipods, más de quinientos canales de televisión. Para mis hijos Facebook ha sido lo que para mí fue El Tesoro de la Juventud. Los libros que tanto añoré  y que compré para ellos en ventas de ocasión, jamás fueron abiertos, ni siquiera por mi nostalgia. Qué pre-adolescente tras las aventuras eróticas de las Gossips Girls se va asombrar con las guerras de almohadas de las internas de Torres de Mallory. Ellos tienen sus propias sagas como la serie Escalofríos, Harry Potter y Percy Jackson. Cómo habría disfrutado yo de las andanzas de los chicos-brujos de Hoghworths en mi niñez, pero tengo demasiados libros en la lista de libros por leer como para estar leyendo o releyendo literatura infantil.
Décadas después de desaparecidas la cajas con los libros de mi niñez, pienso que quizás fue lo mejor que pudo suceder, quiero creer que esos libros que tanto placer me dieron de niña no terminaron siendo pulpa de papel sino en las manos de uno, o varios niños, que aún conservaban la inocencia de asombrarse con una pequeña de trenzas color zanahoria capaz de cargar a un caballo con una mano. 
Hoy comienzo a hacer lo que hace décadas hizo mi madre, guardo en cajas aquellos libros que sé que mis hijos no volverán a leer, no para meterlos en un depósito familiar sino para donarlos a niños que sí los van a querer. No hay que ser visionario para saber que el legado de Guttenberg está en vías de extinción y mis futuros nietos, si acaso algún día los tengo, serán consumados lectores digitales. Solo espero que los niños del presente, últimos sobrevivientes del libro impreso, al abrir las cajas no aspiren a Harry Potters, que esos se quedan aquí, en la vieja biblioteca de caoba con El Tesoro de la Juventud.

viernes, 7 de octubre de 2011

La vida de un escritor

Tenía tiempo coqueteando con La Vida de un Escritor de Gay Talese, pero a casi 300 bolívares, no me decidía, un poco cariñosa. Ni siquiera en las ferias de libros bajaba de precio esta edición de Aguilar. Por eso cuando lo encontré en Nueva York en su versión original de la editorial Random House a 11 dólares, no dudé en llevármelo ansiosa de saber detalles sobre la vida y el "cómo lo hace" de uno de los escritores más importantes que ha dado el género de Literatura de No-Ficción.
Se dice que a los periodistas de profesión les cuesta mucho escribir sobre sí mismos, y el caso de este periodista hijo de inmigrantes italianos nacido en el año 1932 en las afueras de Atlantic City, New Jersey, no es la excepción. Si el lector lo que aspira en La vida de un escritor es saber cómo se forjó la carrera de uno de los precursores del llamado Nuevo Periodismo, pronto se dará cuenta de que detalles íntimos de la vida del escritor como el gran amor que se tenían sus padres del que los hijos se sentían excluidos, que fue un estudiante mediocre tanto en la escuela como en la universidad, sus primeros años como cronista deportivo del New York Times, y su matrimonio con una importante editora, son apenas telón de fondo para entrelazar la historia de cuatro temas que durante años obsesionaron a Talese y a los cuales por diversas razones, no lograba ponerles punto final.
Estas cuatro historias son el qué habrá sido de Liu Ying, la futbolista china a la que le atraparon el penal que costó el triunfo a China ante los Estados Unidos en la final del Mundial de Fútbol Femenino 1999; la historia de un edificio empavado en Nueva York que restaurante que abre en él está destinado a cerrar; un pueblo en el Sur de los Estados Unidos víctima de atrocidades racistas; y la historia de la inmigrante ecuatoriana, Lorena Bobbitt, que cercenó gran parte del pene de su marido.
Entre lo que deja Talese dar un atisbo en su vida de escritor es cuando en sus años de estudiante de periodismo en la Universidad de Alabama, sus profesores, periodistas tradicionales de la escuela de las W (who, what, where, when) no entendían el afán del hijo del sastre en aplicar en sus notas de prensa elementos literarios como crear ambiente y usar diálogos, pero sobre todo, ¿acaso este muchacho ignoraba que un periodista jamás debía formar parte de lo redactado?  Pero cuando el joven Talese leyó las crónicas de George Orwell "Down and out in Paris and London" narradas en primera persona, siendo Orwell el personaje principal de sus crónicas, supo que ese era el tipo de periodismo que él pensaba emular, y qué mejor manera para empezar que con la crónica deportiva, que tantas pasiones levanta.
Sin embargo en La Vida de un Escritor, el protagonista, Gay Talese, cede protagonismo a sus historias, o más bien a su infatigable búsqueda de que lo que los editores llaman "historias sin interés" encuentren su manera de despertarlo a la hora de ser contadas.
 ¿Qué mejor descripción de lo que debe ser la vida de un escritor?

jueves, 29 de septiembre de 2011

El pequeño Darth



Cuando lo vi llegar supe que no debí dejarlo solo con sus hermanas. El pequeño Ozzie apenas tiene cinco años, una esponja para absorber todo tipo de influencias perniciosas. No velar por él en una de las piñatas anuales que realiza la tía Paulina para celebrar la visita de sus nietos franceses, más que una imprudencia, era una temeridad. Pero después de un mes de vacaciones escolares, una tarde libre de niños me caía de perlas. Y aunque a mi instinto maternal le sonaba una inquietante alarma, vestí a mis tres muchachitos para que no deslucieran, los monté en el carro y a las cuatro de la tarde los dejé bajo un arco de globos negros y blancos, rogándoles:
-  Pórtense bien, saluden, cuando se despidan den las gracias, y no le quiten el ojo de encima a su hermano.
Evocando aquella tarde en perspectiva, nunca imaginé que las ocurrencias de la tía Paulina tuvieran un brazo de tan largo alcance. ¿Por qué mi tía no puede ser como el resto de las abuelas modernas que le celebran a sus nietos piñatas con colchones, payasitas y carritos de perros calientes? ¿De dónde habrá sacado teorías subversivas como regresar a la sencillez de las piñatas tradicionales con merienda y cotillón hechos en casa? Sobre todo, ¡oh Zeus!, ¿quién le habrá metido en la cabeza eso de dejar volar la imaginación infantil? 
Y si suspiran nostálgicos dándole a mi excéntrica tía la razón, es porque no mandaron a un tierno niño a una piñata, recibiendo tres horas después a un enano sucio con voz ronca, respiración entrecortada y una bolsa negra de basura fungiendo de capa, clamando con una vara agarrada firmemente con las dos manos:
- No soy Ozzie, soy Darth Vader.  
 ¡Nooo! Mi dulce criatura se contagió esa tarde azul de agosto de la fiebre  de La Guerra de la Galaxias y optó por el lado oscuro de la fuerza.
Llamadme ingenua, ignorante, optimista, pero hasta entonces pensé que mi familia era inmune a semejante mal. Confiaba que tal aberración intergaláctica debía ser  genética o hereditaria, hasta ahora mis hijas mayores habían sido indiferentes a las aventuras de  la familia Skywalker. No tenían de dónde heredarlo, su padre tiró la toalla hace 28 años con la primera  película:
Demasiado  enredada.
Y aunque yo traté de ser consecuente con la saga de ciencia ficción, me perdí la última entrega: La venganza del Sith, porque duró poco en cartelera nacional. Por eso pensé que esta fiebre galáctica era un fenómeno geopolítico: en Venezuela la serie de George Lucas nunca tuvo el éxito de los Estados Unidos donde sus fans hacían días de cola vestidos de personajes de cualquiera de las dos trilogías para asistir al estreno.  
Así que cada vez que el pequeño Darth le daba con la vara a una de sus hermanas como si fuera un potente halo de luz roja, les pedía paciencia, esta extraña afección pronto se le pasaría. Pero cuando pasaron los días y el pequeño Darth no se quitaba su capa negra ni para dormir, decidí tomar  cartas en el asunto, cortar el problema  de raíz, y fui a video Color Yamín a alquilar la primera de las trilogías. 
Compréndame, estaba desesperada, pensé que una sobre dosis de batallas galácticas en pantalla chica harían que el niño se fastidiara de defender el Imperio. Recordé que mi primer acercamiento con la trilogía de Lucas, aunque memorable, no fue afortunado, y si lo recuerdo como si hubiera sido ayer no es por los efectos especiales, ni por el debut como galán de Harrison Ford, sino porque con La Guerra de las Galaxias entró la tecnología en mi vida.

                                                            II

Debió ser el año 1977,  todavía no había cumplido catorce años aquel  atardecer en el que papá apareció en casa acompañado de un joven flacuchento llamado Jorge cargando entre los dos una gran caja. Papá esperó a que estuviera toda la familia reunida para anunciar:
   - Esto es un Betamax. De ahora en adelante se acabaron las novelas y las comiquitas en esta casa. Aquí sólo se verán estrenos.
Celebramos entusiastas como se celebran las sorpresas, aunque mamá, mis tres hermanos y yo no comprendíamos muy bien las virtudes del aparato ese. Y mientras Jorge se sumergía en un nudo de cables para conectar el Betamax al televisor, en nuestro estudio iban apareciendo familiares, amigos y vecinos avisados que en casa de los Villanueva llegó el progreso.
Quizás tanta alharaca por un video reproductor hoy suene exagerado, pero aquellos que nacieron viendo televisión en colores y con el mundo al alcance del control remoto no pueden imaginar lo que representó para la generación que crecimos viendo Perdidos en el Espacio en blanco y negro, aquel extraño artefacto, parecido a un gigantesco grabador,  donde cabía el pasado, el presente y el futuro del cine.
 A las siete y media en punto, Jorge anunció la segunda sorpresa de la noche: estrenaríamos  nuestro Betamax con la película más taquillera del momento en los Estados Unidos. Uno de esos filmes que dentro de treinta años todavía daría de que hablar: Star Wars, o como  se le empezaba a llamar en español: La guerra de las galaxias.
Preparadas las cotufas, servidas las coca colas, apagadas las luces, aproximadamente veinte corazones palpitaban acelerados cuando el joven técnico, cual prestidigitador, le dio a un botoncito que decía Play, y a los pocos segundos en nuestra Sony de 25 pulgadas se oyó la banda sonora más espectacular de la historia del cine presentando el capítulo IV,  en el  que las fuerzas rebeldes dan un rudo golpe al Imperio. 
A pesar de que la película estaba en inglés, y ninguno de los niños presentes lo hablábamos,  se oyeron vítores y aplausos. ¿Cuánto inglés se  necesita para entender que la princesa Leia estaba en problemas y sólo contaba con los androides C-3PO y R2-D2 para ayudarla? Pero  al poco rato comenzaron los cuchicheos, risitas, bostezos y hasta algún ronquido. Antes de las nueve de la noche, agotada la novedad, nuestros invitados se fueron despidiendo: mañana hay colegio, tenían trabajo, no se podían perder “La señora de Cárdenas”. Cualquier excusa era buena:  Star Wars era un fastidio.
Meses después, viéndola en el cine Florida, La Guerra de las Galaxias se reivindicó en mi corazón adolescente. Con subtítulos y en pantalla grande, la película de Lucas fue  una de las experiencias cinematográficas más emocionantes de mi vida. Hoy, en el año 2005, recordando la diferencia entre verla en cine y verla en televisión, pensé que  el pequeño Darth si se enfrentaba a La Guerra de las Galaxias en pantalla chica, guindaría su capa antes del tercer “la fuerza esté contigo”.
 ¡Qué equivocada estaba! No sólo el pequeño Darth, sino también el resto de la familia  nos enganchamos con la  trilogía de Lucas con la misma emoción de si la estuviéramos viendo en pantalla gigante por primera vez. ¿Qué diablos pasó? Mi televisor no es pantalla plana ni mucho más grande que el que tenían mis padres. ¿Cómo La Guerra de las Galaxias lejos de verse obsoleta se ve mejor  que hace 28 años?
 La respuesta me llegó violenta como una visión en la escena final del Retorno del Jedi, el capítulo VI,  cuando los fantasmas de  Yoda, Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker celebran el triunfo del bien. ¿Cómo explicar la presencia del joven actor Hayden Christensen (Anakin),  protagonista de los capítulos I, II y III,  nacido en 1981, en una película estrenada en 1983? A menos que realmente creamos en el poder de la fuerza, sólo una respuesta era posible:  ¡El viejo zorro George Lucas le metió la mano a la versión para DVD! 
Lucas no sólo usó los avances en la tecnología digital modernizando los efectos especiales de la versión para DVD, sino que además modificó el guión original para que hubiera  concordancia dramática entre las dos trilogías. Semejante sacrilegio no se lo perdonan los puristas de La Guerra de las Galaxias, ¿cómo se le ocurre a Lucas retocar una obra maestra? Pero ese no es el caso de nuestra familia, como hace 28 años, bienvenido sea el progreso. 
 Así que  queda pequeño Darth para rato. Y  dos princesas Leias... por lo menos hasta la próxima piñata de  la tía Paulina.


Esta crónica la escribí en el 2005, publicada en Nojile con ilustración de Rogelio Chovet, desde entonces, el Pequeño Darth colgó la capa negra.