lunes, 26 de noviembre de 2018

La Hedda Gabler de cuero negro

La Escuela de Arte en los años 80, no sé porqué la recuerdo sin la s, era un privilegio a pesar de que como era la Escuela más reciente de la UCV no tenía sede -se barajaban varias posibles sedes- pero estábamos de prestado en las aulas de la Escuela de Estadísticas, antiguas residencias estudiantiles que apenas funcionaron como tal. En el año 2018 la Escuela de Artes sigue sin sede. Algunos criticaban que la Escuela, fundada por Inocente Palacios, era más teórica que práctica, lo que era verdad, pero lo especial de esos primeros años era que sus profesores formaban un dream team: Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas, Victoria de Stefano, Leonardo Azparren, Eduardo Gil, Gustavo Tambascio, Nicolás Curiel, Bélgica Rodríguez, José Balza, Iván Feo, Adriano Gonzalez León, Enrique Porte... artistas e intelectuales que entonces estaban en plena ebullición creativa, prestaban unas horas de sus tiempos cada semana para darnos clases. Uno de estos profesores privilegio fue Ugo Ulive, dramaturgo y director de teatro uruguayo que hizo su carrera en Venezuela, entonces estaba recién llegado de Londres, poco le faltaba por montar La Máquina Hamlet con Mariano Álvarez, montaje que haría historia en el teatro venezolano. No recuerdo bien qué materia nos dio Ulive, solo recuerdo que saqué una excelente nota y sentía que el profesor me tenía en alta estima, de vez en cuando conversábamos y había simpatía mutua. Él tenía una conversación inteligente, seductora, incisiva, un tanto cínica pero sin rayar en la petulancia. Por eso cuando Ulive convocó entre los estudiantes de la Escuela a un casting para ver quienes formarían parte de un taller de actuación con el que tenía grandes proyectos, dije, este es el momento de cumplir mi sueño de ser una estrella en las tablas ya que mi querido Enrique Porte me había desahuciado como actriz desde el principio.
Para demostrarle al maestro Ulive mis incipientes dotes histriónicas decidí asumir el papel de Hedda Gabler, creo que en ese momento Enrique Porte estaba trabajando con esta obra en su Taller de Dirección, o no sé si andábamos con la fiebre de Henrik Ibsen, el hecho es que yo amaba el personaje de esta señora burguesa que es mala de lo puro aburrida que está. Le pedí a mi amigo Erasmo Colón que fuera mi compañero de escena en el papel de Tesman, y no sé porqué recuerdo a Cesar Alonzo como el taimado juez Brack, pero a lo mejor es la escena que montó Enrique para su taller. Lo que si recuerdo perfecto es cómo trabajé para crear mi personaje, esta sería una Hedda moderna, de los 80, emponderada, de lo más Kathleen Turner en Body Heat, para lograr el papel no se me ocurrió nada mejor que enfundarme una apretada falda de cuero negra.
Cuando por fin llegó el día del casting en el auditorio de Humanidades, me sentía de una seguridad stanilavskiana dentro de mi personaje, la falda de cuero negra era la clave de mi Hedda, una dominatrix, pero quienes me conozcan bien y sepan que en el fondo de tanta evitadera de intensidades se esconde una profunda timidez que por supuesto se traslada a las tablas, se podrán imaginar el horror que debió haber sido mi Hedda Gabler, lejos de manipuladora y seductora, titubeante y semi paralizada por el miedo escénico. Sin embargo yo sentí que de cierta forma no lo había hecho tan mal. La falda, la falda, tendrían que verme las piernas en esa falda, si el resto del cuerpo no dieron con el personaje, seguro que el sutil movimiento de mis piernas habrían logrado que el maestro Ulive encontrara un destello de actuación, quizás después de todo, la Villanueva podría llegar a ser actriz.
La verdad es que yo nunca quise ser actriz, cero vocación, ni de niña, qué pereza tantas horas de ensayos y aprenderse tantas líneas, lo hice por frasquitera, de todas maneras estaba ilusionada en quedar en el grupo de actores que serían formados por Ugo Ulive, no porque pensaba hacer carrera como actriz, pero me parecía una excelente formación para una posible dramaturgo. Inmensa fue mi desilusión cuando al día siguiente tras leer dos veces la lista de los seleccionados, me cercioré que yo no estaba en ella. ¿Cómo era posible si en medio de mis titubeos sentí que me la había comido?
Fui directo a hablar con el Maestro Ulive, debía haber un error, yo no estaba en la lista, creo recordar que Erasmo sí, si el maestro aplaudió nuestra escena, hasta se rió. Tuvo que explicarme para que entendiera: "Me reí y aplaudí porque me pareció muy divertida tu versión de Hedda Gabler de falda de cuero, pero Hedda Gabler no es una comedia, es un drama, y tu no eres actriz, tu escribes, dedícate a lo tuyo, y deja de andar inventando".
La que sí tuvo su debut en las tablas fue mi falda negra de cuero_ Enrique Porte me la pidió prestada para el vestuario de una de las actrices del montaje de Suicido en Sí Bemol de Sam Shepard en la sala Juana Sujo.
A lo largo de los años me crucé poco con el Maestro Ulive, pero cada vez que lo hacía se burlaba de mi Hedda Gabler: "Ahí viene la Hedda Gabbler de cuero negro". Menos mal que no soy intensa y me reía con él. Hoy lamento su muerte, y valoro su enseñanza. Y los invito a ver su obra Prueba de Fuego, montaje de Vilma Ramia con la actuación de mi amigo Alfredo Sánchez y Federico Moleiro, que recién estrenan en los Teatros del Trasnocho Cultural, y dicen que está muy bien.

jueves, 8 de noviembre de 2018

El Antepenúltimo concierto de Paul Simon

En septiembre pasado caminaba por la parte alta de la Tercera Avenida en Nueva York cuando a mi lado pasó una muchacha apurada, casi corriendo, hablaba por teléfono: "Run, run, Paul McCartney is in Grand Central". Estuve a punto de agarrar un taxi para ver si llegaba a ver al más lindo de los Beatles aunque fuera de lejos, pero asumí que de ahí a que llegara a la estación de tren, ya sir Paul se habría ido. Me pareció surrealista que un Beatle deambulara por la estación de tren en hora pico, pensé que como mi inglés no es el mejor, seguro inventé la conversación. En el noticiero de las once supe que en efecto Paul McCartney había estado esa tarde en la concurrida estación de tren en un concierto sorpresa para presentar su último disco. Aunque hubiese agarrado un taxi y llegado a Grand Central en menos de diez minutos, quizás lo habría podido oír pero no lo habría visto: el ex Beatle cantó tras un paral ante un selecto público de V.I.P s newyorkinos.
Paul McCartney y Stevie Wonder son las barajitas que me faltan para decir que he visto en concierto a mis grandes ídolos. La última barajita que conseguí fue justo en este viaje a Nueva York, cuando sin saber que sería su antepenúltimo concierto (no me percaté que la gira se llamaba The Farrewell Tour) conseguí una entrada a muy buen precio para ver cantar en vivo a Paul Simon. Fue en el Madison Square Garden en NYC, compré la entrada por Internet sin saber que Simon, nacido en New Jersey en octubre del año 1941 pero críado en Queens, anunciara que esta sería su última gira. Como a Sir Elton John, en el 2018 sintió que ya le había llegado la hora de despedirse de los grandes escenarios. En el concierto Simon aclaró que su despedida no era como artista porque seguiría componiendo, tampoco descartaba que volvería tocar su música en público, pero se quería dedicar a disfrutar lo que le quedaba de vida en asuntos más importantes que en el ajetreo de una gira.
El verdadero último concierto de despedida de Paul Simon fue en Flushing Meadows Park en Corona, Queens, ante un público aproximado de treinta mil espectadores, el mismo lugar al que le canta en su famosa canción: "Me and Julio down by the school yard", que es de las primeras canciones que aprendí a cantar siendo niña cuando todavía no hablaba nada de inglés. Paul Simon es un músico fundamental de la banda sonora de mi vida, verlo en concierto fue un sueño hecho realidad, abrió en el MSG sin telonero, guitarra en mano, una guitarra casi más grande que él, acompañado por una magnífica banda en la que había músicos jóvenes y veteranos por igual, de diversas partes del mundo incluyendo a un guitarrista africano a quien Simon presentó como en su primera visita a los Estados Unidos. En tiempos tumultuosos políticamente, abrió con un tema de la época del duo Simon & Garfunkel: America, sobre la complejidad de alcanzar el llamado Sueño Americano. A pesar de que evitó tocar las canciones que hicieron famoso al duo a fines de los años 60, se refirió a esa popular época de su vida sin mencionar a Art Garfunkel, como una etapa de la cual prefería saltarse a favor de temas más personales, rescató de ese maravilloso lote, como a un hijo pródigo del que se tienen sentimientos encontrados, Puente sobre aguas turbulentas. Momento mágico en el concierto, una de las canciones más aplaudidas de la noche.
Paul Simon cantó una a una casi todas mis canciones preferidas de su repertorio, incluida Me & Julio down by the Schoolyard. En el concierto en Queens en el famoso silbido lo acompañó su esposa, la cantante Eddie Brickell, en el MSG silbó el viejo Paul acompañado de miles de improvisados silbadores. Entre tantos temas que el público coreo con su ídolo en MSG: Still Crazy after all this years, Fifty ways to leave your lover, You can call me Al, Diamonds on The Sole of her shoes de Graceland, una de mis canciones preferidas de uno de mis discos favoritos, además de un tema que no es tan conocido pero que a mi me encanta: René and Georgette Magritte with their dog after the war; que está incluido en su más reciente producción: In the blue Light; disco bastante jazz con diez canciones que están en discos anteriores que no fueron populares en su momento pero que Simon decidió que merecían otra oportunidad con nuevos arreglos.
Fui sola, ir sola a conciertos da para conseguir entradas a buen precio, mi puesto estaba bien pero distaba ser de los mejores, como en la mitad de la mitad del MSG. Casi todo el público pasaba de largo los cincuenta años, yo hasta me sentía una pava. Había señoras que llegaban en andadera. Chateando antes de que comenzara el concierto mis amigos me aconsejaban que me apresurara en salir una vez finalizado el show porque la cola en la escalera iba a ser bárbara entre andaderas, operaciones de cadera y rodillas maltrechas. Por hacerles caso me perdí Kodachrome, no esperaba un tercer encore.
No me puedo quejar, estaba bien sentada y el concierto alcanzó mis expectativas, pero me habría gustado estar más cerca del escenario. O por lo menos eso pensaba hasta que Paul Simon a mitad del espectáculo hizo una pausa para saludar a una amiga muy querida que esa noche lo acompañaba desde el público: Joan Baez.La audiencia aplaudió con fuerza con la esperanza de que la famosa cantante símbolo del inconformismo de los años 60, subiera al escenario a acompañar a su viejo amigo Paul. Supe que no sería así cuando Simon al no ver a su pana Joan entre las primeras filas de los VIP donde la suponía sentada, le pidió que se parara donde fuera que estuviera en el enorme Madison Square Garden para que un foco de luz la iluminara y así poder saludarla. Pasaron varios segundos tensos antes de que el foco de luz por fin encontrara a la legendaria artista folk, estaba sentada en el culo (me perdonan la expresión, pero realmente era el culo) del MSG. La leyenda de la música folk estaba sentada en la última fila del último balcón.
Y yo que me quejaba que mi puesto podría ser mejor.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Por qué lloramos como lloramos a Teodoro Petkoff


La noticia de la muerte de Teodoro Petkoff a muchos nos cayó como garrote de cochinero, aunque Teodoro tuviera 86 años, aunque no era ningún secreto que tenía tiempo delicado de salud, que su memoria comenzaba a divagar, que la tristeza de país se había apoderado de él teniendo a "Venezuela por cárcel", como declaró en el 2015 al recibir en su casa de manos de Felipe González el Premio Ortega y Gasset de periodismo, imposibilitado de viajar a España a recibirlo porque en el año 2014 le fuera dictado prohibición de salida del país cuando se atrevió a reproducir en Tal Cual un artículo de Wall Street Journal que vinculaba a Diosdado Cabello con el narcotráfico. 
Y sobre todo el dolor de pensar que en sus últimos días más que  la tristeza de tener a "Venezuela por cárcel", el enorme desasosiego que debió sentir este luchador de izquierda de arraigados principios demócratas, de saber que moriría antes de que este capítulo de horror en la Historia de Venezuela, llegara a su final. 
Muchos dolientes por las redes exaltaron distintas facetas de Petkoff: su etapa en la lucha armada, su par de fugas como de película del Cuartel San Carlos, cómo a pesar de nunca dejar de considerarse un hombre de Izquierda tuvo la honestidad política de señalar los desmanes de los regímenes comunistas, como criticar la invasión soviética a Checoslovaquia, publicando un libro sobre el tema, cortando pajita no solo con la Unión Soviética, sino también con el Partido Comunista de Venezuela.
Que más que un político, fuera un intelectual, un hombre de ideas, honesto y cabal.
No faltaron quienes recordaron que Teodoro fue fundador del Movimiento al Socialismo, el partido MAS, del cual el primer candidato fue José Vicente Rangel, y luego Petkoff fuera el candidato presidencial en las dos elecciones de los años 80 llegando en un distante tercer lugar. Eventualmente  renunciaría al partido del cual fuera fundador cuando la nueva generación de masistas decidiera  apoyar al Chavismo. 
También se resaltó que Teodoro habría sido el candidato ideal, el presidente ideal, para sustituir a Hugo Chávez en 2007, pero como nunca fue un político popular, el consenso decidió por el gobernador Manuel Rosales para enfrentarse con Chávez, decisión que Petkoff aceptara con humildad. 
Tampoco faltaron quienes recordaron otra de las causas perdidas de Teodoro, su militancia incondicional por los Gloriosos Tiburones de la Guaira, militancia que desde los noventa temporada tras temporada dejara con el corazón roto a la fanaticada escuala. Ni faltaron las mujeres que resaltaron que junto con Américo Martín, Teodoro fue el político más guapo de su generación, guapura que cual Paul Newman el catire del mostacho poblado conservara hasta el final de sus días. Hace pocos años, ya en la era de las redes sociales,  se creo en twitter el hashtag  #Teoessexy, del cual admito ser una de las más activas participantes como la fan enamorada de Teodoro que siempre fui. 
También muchos resaltaron su etapa como ministro de Cordiplan durante el gobierno de Rafael Caldera, dividiéndose las opiniones de si con éxito, o no, a pesar de que le tocara encargarse de las finanzas en uno de los momentos económicos más críticos para el país por la baja del precio barril del petróleo, obligado a tomar decisiones que fueron controversiales. 
No todos los venezolanos lloraron la muerte de Teodoro, muchos lo llamaron "comunista", sin derecho a redención por haber sido un hombre de Izquierda, tampoco faltaron quienes recordaron su supuesta participación en la masacre en el tren del Encanto, aunque estaba aclarado que Teodoro no participó en este ataque guerrillero donde murieron varios soldados. 
Había quienes no apreciaban su verbo cascarrabias, ni que se atreviera a denunciar que en el 2002 con el Carmonazo hubo un golpe de estado, una ruptura del hilo constitucional. 
También muchas fueron las voces que destacaron que Teodoro siempre fue solidario con las denuncias que llegaban a él en su oficina como director de Tal Cual, por ejemplo fue el primero en prestar las páginas de su periódico para relatar la huelga de hambre de la cual finalmente moriría Franklin Brito. 
Pero los detractores de Petkoff, por lo menos entre mis contactos en las redes sociales, son una minoría, lo que sentí por las redes fue una inmensa pena, como si nos quedáramos huérfanos más que por todo lo antes señalado, que ya es bastante, porque desde el año 2000 sus editoriales en la primera página de Tal Cual de lunes a jueves, incluyendo las notas de su alter ego Simón Boccanegra, más que un faro de opinión sobre los desmanes autoritarios que fueron en incremento desde que Hugo Chávez llegara al poder, hoy se podría considerar un histórico dossier que explica detalladamente los abusos del chavismo. 
Durante más de una década millones de venezolanos estábamos pendientes de que diría Teodoro ante la más reciente patraña de un gobierno que se volvía cada vez más autoritario hasta desembocar en la Dictadura en la que hoy vivimos. 
Lloramos a Teodoro no solo sabiendo que murió un gran hombre, un hombre de ideales, que algún día dijo "solo los estúpidos no cambian de opinión", que vivió una vida plena y productiva, luchando hasta el final por el regreso de la Democracia a Venezuela, no solo lloramos por quien fuera un guía intelectual para muchos, con la muerte de Teodoro, tanto los que lo admiramos como los que de cierta forma lo responsabilizan por sus ideales de izquierda como cómplice de la catástrofe revolucionaria, lloramos porque en estos últimos veinte años la lucha demócrata se nos ha vuelto como la piedra de Sísifo, que por más que nos esforcemos en llevarla cuesta arriba en la montaña, cuando ya parecemos llegar,  termina rodando otra vez hacía abajo.
Pero por la memoria de Teodoro Petkoff y tantos otros luchadores que han muerto sin ver el final de esta pesadilla revolucionaria que ya va para dos décadas, no debemos rendirnos hasta lograr que Venezuela vuelva a  regresar a la Democracia.