sábado, 29 de noviembre de 2008

Invasión metalera en CSI

El sábado 29 de noviembre, en la tienda Esperanto del Centro Comercial San Ignacio,  comenzó la preventa de las entradas al concierto de Iron Maiden que se realizará el 5 de marzo de 2009 en Caracas, y a pesar de que la legendaria banda Heavy Metal británica se presentará en el Estadio de Béisbol que tiene una capacidad de 25 mil espectadores, y que faltan más de 3 meses para ello, la cola de metaleros que querían asegurar desde temprano sus entradas le daba la vuelta al centro comercial.
En Evitando Intensidades logramos captar estas imágenes, testimonio de los metaleros más fiebrudos de Caracas.

La mecha del descontento


En una visita de rutina en febrero de 1989, el dentista me encontró una mancha bajo la lengua. No quiso alarmarme, pero debía vérmela con un médico cuanto antes. Mi mamá al día siguiente me llevó al Centro Médico de San Bernardino para que el doctor Armando Márquez Reverón, un excelente cirujano oncólogo, me revisara el lunar.
Para una consulta con el doctor Márquez había que armarse de paciencia, venían a verlo de todas partes de Venezuela pacientes que hacían cola desde tempranas horas de la mañana para ser recibidos por el doctor en la tarde. Cuando mi mamá y yo llegamos al mediodía, teníamos decenas de personas por delante.
Entonces el descontento social en Caracas estaba caldeado, supimos por la radio que había disturbios en Guarenas por el aumento del pasaje, pero no nos angustiamos, era al otro lado de la ciudad. Cuando a las 5 de la tarde oímos un barullo y nos asomamos por las ventanas, vimos con asombro una poblada corriendo calle abajo con carritos de supermercados llenos de comida. Como en 1989 casi nadie tenía teléfono celular, quienes esperábamos en el lúgubre pasillo del consultorio estábamos completamente en la luna, hasta que la secretaria prendió un pequeño televisor y así fue como nos enteramos que había disturbios y saqueos por toda la ciudad.
El doctor Márquez me atendió a las 9 de la noche, me operó semanas después y la mancha resultó ser una tatuaje de amalgama, pero el verdadero susto lo pasamos mi mamá y yo regresando a casa ese 27 de febrero entre humo y barricadas. Me sentía como en una película extranjera, esta no podía ser mi ciudad. Pero sí lo era, el comienzo de una nueva Caracas.
Casi 20 años después, en noviembre de 2008, recordé el Caracazo cuando llevé a mi hija a un traumatólogo en el Centro Médico, que al igual que con el doctor Márquez (quien falleció hace un par de años), es necesario esperar horas porque es visitado por pacientes de toda Venezuela. Ese lluvioso miércoles no había revueltas populares sino altas expectativas ante las elecciones regionales que se avecinaban. El pasillo del consultorio resultó un foro político donde quienes ahí esperaban esgrimían sus razones para votar. Y ninguna favorecía a la actual dirigencia revolucionaria. “¿Dónde está su Alcalde Metropolitano Juan Barreto?”, nos preguntaba un señor de La Grita, estado Táchira. “¿Es verdad que se dedicó a viajar?”.
Al día siguiente Caracas volvió a estar en emergencia, esta vez por las lluvias, cayó sobre la ciudad más agua en una tarde de lo que suele caer en noviembre completo. Mientras el presidente Chávez acaparaba en cadena los medios de comunicación social recibiendo a su homólogo de Vietnam, el alcalde Enrique Capriles Radonski (a quien hace dos semanas le achaqué una calle llena de huecos que no era de su jurisdicción) auxiliaba a los vecinos de Baruta. Su contrincante por la Gobernación de Miranda, el entonces gobernador Diosdado Cabello, también estuvo presente en las zonas más afectadas. El Alcalde Metropolitano de esta gran Caracas inundada, no figuró.
Ante los resultados de las elecciones regionales en la ciudad capital en la que la oposición ganó 5 de 6 alcaldías -incluyendo la metropolitana- en una Venezuela que sigue siendo en gran parte roja, rojita; no está de más recordarles a quienes hoy desestiman a los caraqueños como burguesitos, que la mecha del descontento suele prenderse al pie del Ávila.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Vista por casualidad


La película la compré por carambola en los pasillos de la UCV, me gustó el título: “Cartas de París”, además nunca había visto una película ambientada en Georgia, un pequeño país euroasiático que a partir  del siglo XIX formó parte del Imperio Ruso, hasta que la Revolución Bolchevique le concedió la independencia en 1917, para volvérsela a quitar en 1922. En 1991 Georgia por fin logró la autonomía.

Lo investigado en Wikipedia me cuenta menos de Georgia que “Depuis qu’Otar est parti”, título original de la ópera prima de la directora Julie Bertuccelli, premio de la crítica en el festival de Cannes del año 2003. Hasta entonces directora de documentales, Bertuccelli se estrenó en la ficción con la historia de tres mujeres: una anciana, su hija y su nieta; sólo rompen la rutina en sus tediosas vidas   las   cartas y llamadas desde París del único hombre de la familia, Otar, médico que decidió que mejor le iría como obrero ilegal en la capital francesa.

Eka, Marina y Ada viven en Tbilisi, una ciudad que ni que mi vida dependiera de ello habría sabido identificar como capital de Georgia (gracias Wikipedia), ciudad más europea que asiática, pero europea del este, fría, de calles de piedra, constantes apagones, y suculentas pastelerías, habitada por gente sencilla, medio tristona, quienes no viven en opulencia, pero comida no les falta en la mesa.

Eka (Esther Gorintin), la abuela, es una belleza de  viejita de 90 años, consentida y consentidora, golosa, coqueta con su pelo blanco   adornado de peinetas, algo malcriada, siempre pelea con su hija Marina que la acusa de Stalinista. “A mucha honra”, contesta la anciana. Marina (Nino Khomasuridze) es una sensual mujer que bordea los cincuenta años, resignada a las limitaciones de su vida, no sólo económicas sino también emocionales: su actual pareja es un hombre bueno del que desearía estar enamorada, pero la divierte sólo en la cama y la aburre en lo demás. Lo que más parece afectarle a Marina es que su madre no disimula la preferencia por su hijo varón. Y por último está Ada(Dinara Drukarova), apenas saliendo de la adolescencia, tan sombría que no parece una mujer joven; sus debilidades son la cultura francesa y su abuela.

La monótona pero tranquila vida de estas tres mujeres cambia no con una carta de París sino con una llamada de Niko, un amigo de Otar quien les informa que éste tuvo un grave accidente en el trabajo, no se atreve a investigar más porque él también está ilegal. Tras un trámite burocrático, Marina y Ada se enteran de que Otar  no sobrevivió y  fue sepultado en un cementerio de indigentes en París.

¿Cómo decírselo a Eka?

Ni Marina ni Ada se atreven, y así comienza el engaño, Ada falsifica la letra de su tío para que su amada abuela siga recibiendo cartas de París, en ellas explica que su actual trabajo le hace imposible seguir llamando. Eka se lo cree, o parece creérselo, pensaba yo, supuse que estaba ante una versión francesa-georgiana del famoso cuento de Julio Cortázar: La salud de los enfermos. Pero aunque la premisa es la misma: ocultarle con cartas forjadas a una anciana la muerte de su hijo consentido; el desenlace es diferente al cuento de Cortázar, pero igual de conmovedor.

Cartas de París es una hermosa película sobre la relación de una familia matriarcal y sobre las consecuencias de tratar de sostener una mentira. No es para todo público, es una película más de silencios que de palabras,  que me alegra haber visto por casualidad.

martes, 25 de noviembre de 2008

La infelicidad de ver Los Sopranos


Recientemente leí en Internet un estudio que asegura que mientras más disfrutamos viendo televisión, más infelices somos. Aquellos que perdemos nuestro tiempo libre sentados frente a la caja maldita, no somos ni la mitad de felices que aquellos que lo usan en otros menesteres como visitar amigos, ir a la iglesia o jugar cartas. Del placer de la lectura no habla este estudio.

Para celebrar mi gran infelicidad por la enorme felicidad que me da ver una buena historia en la pantalla pequeña -así como quien reserva un buen vino para una gran ocasión- elegí ver la tercera temporada de Los Sopranos este fin semana electoral, y mi feliz infelicidad se hizo completa con un genial cuarto capítulo de la serie de los mafiosos en Nueva Jersey titulado: “El empleado del mes”.

En esta tercera temporada que data del año 2001, los ataques de pánico del jefe de la mafia, Tony Soprano, regresan, y no es para menos: su hija Meadow llega de visita de la universidad de Columbia con un novio afro-americano-judío, ¿acaso la niña no entiende que descendiente de italianos se enamora de descendientes de italianos?, que cada oveja con su pareja:  “Yo no me meto con sus hijos, ellos que no se metan con los míos”; el preadolescente Anthony Jr. no da pie con bola en el colegio; su anciana madre Livia, una Medea del siglo XXI, por fin estira la pata; y su hermana Janice regresa a New Jersey para  robarle la pierna de prótesis a la cuidadora ucraniana de su madre, la única manera que encuentra de obligarla a que le devuelva una colección de discos de crooners italianos que atesoraba la vieja Livia.

Menos mal que Tony cuenta con el desahogo de las sesiones semanales con su psicoanalista, la reflexiva doctora Menfi, quien trata de ayudarlo a comprender que a pesar de la muerte de su madre, sus conflictos distan de estar resueltos, ahora es que le queda psicoterapia por delante. La doctora también tiene conflictos por resolver: le confiesa a su  psicoanalista que no está segura si debe seguir tratando a Tony Soprano, comienza a simpatizar con las prácticas del gran capo.

Hasta que un día la doctora cancela su cita semanal por teléfono, le dice a Carmela, la esposa de Tony, que sufrió un accidente de tránsito. El espectador sabe que dicho accidente fue una espantosa violación en las escaleras de un desierto estacionamiento,  que la doctora parece tomarse con toda la calma posible porque el violador ha sido atrapado por la justicia y pagará su crimen. Pero cuando ante un tecnicismo el desgraciado sale en libertad, la hasta entonces racional doctora Menfi, confronta la posibilidad de aprovecharse de su relación con Tony Soprano. Es el único hombre en su vida que sería capaz de hacer que el  violador pague lo que le hizo, sabe que su marido  gastando en abogados 300 dólares la hora, no conseguirá que el canalla vaya a la cárcel; y que con sólo una mención a su paciente el mafioso este se encargará de que César Rossi, empleado del mes en un local de comida rápida, termine con el mosquero en la boca.

Pero la razón, la civilización, la ética, qué se yo, al final triunfan y la doctora Menfi calla.

Tony siente en la terapia que algo anda mal con su admirada doctora, y ¡ay si supiera qué! En cambio de lo más molesto debe encargarse de los rusos que golpearon a su hermana Janice por robarle la pierna falsa a la ucraniana.

Cómo no hacer empatía con la doctora Menfi, en situaciones extremas: ¿quiénes tendríamos la fortaleza de prescindir del uso de la violencia, en caso de tener a Tony Soprano de nuestro lado, tras ser víctimas de semejante canallada como lo es una violación?

Este maravilloso capítulo, “El empleado del mes”, le mereció a sus escritores Robin Green y Mitchell Burgess el premio Emmy al mejor capítulo de televisión del año 2001,  en él está todo lo que  hace a una buena historia: guión, dirección y actuaciones como hace años no se ven en el cine. Lorraine Bracco, en el papel de la reprimida doctora Menfi, está sencillamente genial.

Así que será de infelices esto de ver televisión, pero gracias a series como Los Sopranos, ¡cómo estoy gozando mi infelicidad! 

lunes, 24 de noviembre de 2008

Con el meñique manchado

Hay tres tipos de electores: los que madrugan para votar, quienes votan cuando mejor les acomode, y los que no votan porque les da fastidio o son indiferentes. Pertenezco a la segunda categoría, aunque en ninguna elección he dejado de votar, prefiero tomármelo con calma: desayuno, leo el periódico, me baño, me visto, y hasta me maquillo, y a golpe del mediodía, estoy lista para  darle mi voto a quienes considero deberían llevar las riendas de mi municipio, de mi estado, o de mi país.

Este domingo 23 de noviembre no sería la excepción, pero a las 10 de la mañana ya me estaba llamando mi mamá a preguntarme si había votado. Ella pasó después de votar en la Casa de la Cultura de Chapellín frente al Liceo Jesús Enrique Losada, donde yo voto desde que tengo 18 años, y estaba vacío. Decidí apresurarme, no se fuera a llenar de rezagados al mediodía.

Llegué a las 11 de la mañana a mi centro de votación, y en efecto, no había mucha gente, quizás porque el CNE lo ha descongestionado enviando a parte de los inscritos ahí a otros centros electorales cercanos.

Esperando por la máquina captahuellas sólo tenía dos personas por delante, pensé que al igual que en las dos elecciones anteriores, tardaría unos minutos en votar, pero me tocó la mesa lenta, la que se le echó a perder la máquina porque una señora haló la boleta de votación cuando no era, se trabó y fue necesario llamar al técnico; me tocó la cola en la que hubo un conato de altercado porque alguien quiso hacer campaña política in situ; en la que hubo hasta un infartado a quien fue necesario llevárselo con la ayuda de paramédicos sin lograr ejercer su derecho al voto. Los viejitos y las mujeres embarazadas también abundaban en mi cola; y mientras en las aledañas mesas 3 y 4 los electores no tardaban más de los seis minutos reglamentarios en votar, a mí me tocó hacer más de dos horas de cola.

Corrí con suerte, la mayoría de los electores en otros municipios tardaron un promedio de 4 horas en votar. Es que las máquinas asustan, ¿y si uno le da a donde no es? Y yo que pensaba que esa era una paranoia personal porque soy torpe en cuanto a tecnología se refiere, me consolé al leer ayer domingo en la mañana en el artículo de Milagros Socorro que ella teme lo mismo. Tanta paranoia no resulta infundada, en la mesa en el Municipio El Hatillo donde votó mi marido, una señora se confundió y votó por Diosdado Cabello, al darse cuenta de su error, pidió ayuda, pero ya era muy tarde. Una vez que le das al ovalito, no hay marcha atrás. Lo mismo le ocurrió al actual Gobernador del estado Barinas, el maestro Hugo de Los Reyes Chávez, se equivocó de candidato y no votó por su hijo Adán como sucesor, fue necesario anular su voto.

En el Municipio Libertador la cosa no parecía tan difícil, apenas había que darle a cuatro ovalitos en la computadora: gobernador, alcalde, cabildo metropolitano y qué se yo más. En otros municipios como Sucre había que marcar hasta diez. La señora frente a mí en la cola estaba angustiada, se le quedó la chuleta, si su hija se enteraba, la mataba, ¿y ahora cómo era? Quise ayudarla, pero imposible adivinar si su voto sería rojo, blanco o amarillo. Le aconsejé que se acercara a los tarjetones que estaban pegados en una cartelera para que identificara dónde estaban ubicados los candidatos de su preferencia. Llegó a los pocos minutos toda sonrisas: “Esto no necesita chuleta”. Al rato se volteó para decirme en susurro cómplice: “Los de enfrente mío son chavistas”.

Eso es lo divertido de votar en el  Liceo Jesús Enrique Losada, ahí votan ricos, clase media, clase obrera. Hacemos juntos la cola chavistas radicales, la oposición que no falla una marcha, arrepentidos de ambos lados y los eternos indecisos; pero después del conato de altercado, nadie discutía de política, lo que si parecía estar presente era el béisbol nacional, demasiados caraquistas en esa cola para mi gusto, pavoneándose con su gorra leonina, ¡ay sí gatitos! pero los aficionados a los Tiburones pronto nos manifestamos, mientras que los magallaneros prefirieron mantenerse en la clandestinidad. También se discutió del tiempo, si llovería o no; y que el 27 de noviembre serían los festejos de la virgen de La Milagrosa.

Antes de la una de la tarde ya yo había votado. Luego fui a una reunión familiar en El Hatillo. Ahí todos tenían su cuento, si votaron en la madrugada, o si prefirieron esperar a la tarde. Si fue rápido, o si tardaron horas en la cola. A diferencia de pasada elecciones, la abstención, por lo menos en mi familia, no fue una opción. Todos los mayores de 18 años tenían sus meñiques derechos manchados de tinta. Los más chamos no estaban   interesados en política, preferían saltar en la colchoneta o jugar fútbol. Las mujeres de la familia acordamos la fecha de la elaboración de las hallacas, y antes de las seis de la tarde prendimos la televisión para ver cómo estaba la cosa. En Globovisión se veían imágenes de motorizados vestidos de rojo dando vueltas a la escuela Jesús Enrique Losada  en actitud amedrentadora. Nada tenía que ver ese ambiente con el que viví al mediodía.

Antes de la 8 ya estaba en mi casa y a las 10 durmiendo. No me quise trasnochar como en pasadas ocasiones esperando que la rectora Tibisay Lucena diera los primeros resultados oficiales, el día había sido largo. A las 12 de la medianoche me desperté exaltada, prendí el televisor y ya habían dado los primeros cálculos: Venezuela seguía pintada en gran parte de su territorio de rojo; pero con la excepción de los vecinos del Municipio Libertador, Caracas rechazó la monocromía.

Algunos fuegos artificiales se dejaron oír a lo lejos, no sé si por el triunfo de Jorge Rodríguez como Alcalde del Libertador, o si por el triunfo de alguno de los candidatos que se identifican como oposición en el resto de Caracas. Qué importaba. Esta noche la democracia triunfó, y por lo menos en mi ciudad, podríamos dormir tranquilos.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Tras una semana de aguaceros

Ayer, jueves 20 de noviembre a las 5 de la tarde, para realizar un trayecto en carro que usualmente no toma ni 10 minutos, bajo un chaparrón tardé casi una hora.
No me puedo quejar, venía oyendo Andrés Calamaro, con el aire acondicionado prendido y ni me enteré que el presidente Chávez  había encadenado los medios de comunicación social -que tanta falta hacen en este tipo de circunstancias- para recibir a su homólogo de Vietnam, mientras Caracas se estaba desbordando de norte a sur y de este a oeste. 
Después de pasar por geishers, ríos y lagunas, mentarle la madre a más de un coleado, y casi llevarme por delante a  varios motorizados;  llegué a mi casa antes de las seis de la tarde. Para relajar la tensión del tráfico, me puse a jugar Guitar Hero III en el Wii. Desde el televisor de la vecina se oía al presidente de Venezuela hablar y hablar de la importancia de la alianza venezolana-vietnamita, y apenas unos minutos sobre el caos que se estaba viviendo en Caracas debido a los aguaceros vespertinos que ya van para su quinto día. 
Después de comida, y de ver un rato de tv por cable, cuando por fin me conecté a la realidad nacional, tanto en Globovisión como en VTV  transmitían imágenes de mi ciudad inundada e intransitable: por la Cota Mil no se podía pasar, mucho menos por la Autopista del Este, centenares de caraqueños estaban todavía encerrados en el tráfico pasadas las 10 de la noche. Hubo quienes  prefirieron abandonar los transportes públicos y caminar horas  bajo la lluvia; y esos eran los afortunados, dolor causaba  las familias que veían con desespero cómo se venían sus viviendas para abajo por los desprendimientos de tierra.  
Este viernes al mediodía el cielo está nublado, pero unos claros azules nos permiten  esperar que san Isidro oirá los ruegos de los caraqueños, y que no seguirá diluviando sobre nuestro valle.

martes, 18 de noviembre de 2008

El poder de las soccer moms


Muchos responsabilizan de la rotunda derrota republicana a la decisión del candidato John McCain de escoger como compañera de fórmula a la gobernadora de Alaska, Sarah Palin. ¿A quién se le ocurría que una futura vicepresidente de los Estados Unidos podía ser una vulgar Hockey mom? Porque Palin no sólo era gobernadora del estado más deshabitado, antigua miss Alaska, cazadora de renos, activista de  causas conservadoras; para sus detractores el mayor pecado de esta madre de 44 años -5 hijos entre ellos un marine, un bebé con Síndrome de Down y una adolescente embarazada- era precisamente que fuera una tradicional mamá clase media, lo que en la mayor parte de Estados Unidos llaman: "Soccer Moms", pero como viene del estado más frío de norteamerica, a Palin se le achacó el despectivo:  "Hockey mom".
Pondría mis manos en el fuego que en el momento en el que McCain y su equipo se debatían sobre quién escoger como compañero de fórmula, debió ser la noche de la gran final de American Idol, cuando Ryan Seacrest develó el nombre ganador entre David Cook y David Archuleta. 
  “Archi” de 17 años residente de Utah, era el niño consentido del jurado -el mordaz Simon Cowell lo decretó vencedor por knock out la noche del concierto final- pero el estadio de Salt Lake City se quedó con los fuegos artificiales fríos: la esperada victoria no fue para su hijo predilecto sino para David Cook, el bartender de Kansas City, de 25 años, con una cifra récord de más de 12 millones de votos de diferencia.
Este año 2008 el favorito del jurado, la prensa y los apostadores profesionales fue desde el principio el joven Archuleta con su carita angelical y el star quality de un vástago de Michael Jackson con Celine Dion. No para mí, si a lo largo del programa reconocí el indudable talento y la dulzura del chamo David, me costaba imaginarlo como uno de esos ídolos por los que las mujeres de todas las edades nos abrimos las venas. A Archi lo vislumbraba como a un chico bueno que canta canciones melosas estilo los temas de las películas Disney pero que no inspira sexualmente ni un estremecimiento. Por eso mi favorito, desde un principio, fue el roquero David Cook.
Y aparentemente no sólo el mío, según las estadísticas de este tipo de programas, quienes coronaron al despeinado Cook como el nuevo ídolo americano fueron millones de mujeres que viven en los suburbios norteamericanos, aproximándose o pasando los cuarenta años, que andan en una minivan llena de muchachitos para llevarlos y traerlos de sus prácticas de fútbol, de hockey, o de ballet. Las “soccer moms” por las que apostó McCain, cuya voluntad dominó la séptima edición de American Idol, siendo la edad promedio del espectador del programa más popular de los Estados Unidos 42 años, y de sexo femenino.
Vamos a estar claros: si una mujer de 42 años tiene fantasías eróticas con el futuro bachiller David Archuleta, debería ir inmediatamente a un siquiatra ante el riesgo de padecer un impulsivo ataque de pedofilia. En cambio soñar con un bartender de barba desordenada, chaqueta de cuero y jeanes raídos, con guitarra al hombro, que nos rescate de la aburrida cotidianidad hogareña para serenatearnos una noche de luna llena, más que perversión o vicio, es señal de que no perdiendo la capacidad de soñar, las soccer moms mantenemos la cordura. 8 años entre uno y otro David, el poder imaginarse al futuro ídolo en plan de escapada romántica, o verlo como a un niño de los que se llevan en la parte de atrás de la camioneta, representaron esos 12 millones de votos de diferencia.
No pasó lo mismo con Sarah Palin,  nadie quiere a una Hockey mom en la vicepresidencia, pero el triunfo de David Cook logró este año 2008 por las Soccer moms lo que Elvis Presley hizo por los adolescentes en los años 50: descubrir el poder de un sector demográfico que hasta entonces era considerado por la opinión pública como intrascendente. 
Por eso las Soccer Moms del mundo entero te aclamamos David Cook: “¡Bravo Papito!”.

 

sábado, 15 de noviembre de 2008

Es inminente


Mi marido ha resultado un optimista, de un tiempo para acá, después de pasar un promedio de dos horas en el tráfico, llega del trabajo para servirse un trago y repetir: “Tú vas a ver, es inminente, en menos de un año el tráfico en Caracas se acaba”.
El padre de mis hijos no cree que a corto plazo el gobierno decida aumentar el precio de la gasolina, ni sueña con que el transporte público mejore, ni siquiera tiene la esperanza que regrese el plan “pico y placa” en el que los carros, según el final de sus placas, tendrán horario restringido durante un día a la semana. No, para mi marido la disminución del tránsito automotor se deberá a un conjunto de razones más sencillas.
Pone por ejemplo nuestro vecino Chacao, el lomito de las alcaldías, poca densidad de población, buena recolección de impuestos, y un fiscal en cada esquina asegurándose de que las leyes de tránsito se cumplan. Pero en este municipio construyeron unos policías acostados del tamaño de murallas, que nadie sabe cómo atravesarlos: si de ladito, si apenas pisando el acelerador; del modo que lo hagamos nuestros carros siempre sonarán: “¡Klang, klang!”, como si algo se desprendiera del chasis.
El Municipio Libertador, donde resido, no tiene el problema de los gigantescos policías acostados, pero los huecos en las calles se han vuelto unas troneras, y a pesar de que estamos en vísperas de elecciones municipales, a quienes les corresponde el mantenimiento de las vías, ni pendientes. Los huecos son tan grandes, pero tan grandes, no por lo profundo sino por lo erosionados, que los vecinos que no tenemos camionetas 4X4, estamos pensando seriamente cambiar nuestros ya desbaratados carritos, por mulas.
El pésimo estado de la vialidad no es sufrimiento exclusivo de los vecinos de Libertador, en  El Hatillo la están pasando peor: el camino en La Guairita vía al Cementerio del Este se ha vuelto intransitable de la cantidad de huecos quizás originados por el paso de camiones de carga pesada para la construcción de una ciudadela de edificios a un lado de la Cueva del Indio. Cuando llueve de noche, un guía improvisado, con un farol en una mano y una lata de leche para las propinas en la otra, ayuda a los conductores que regresan del cementerio a encontrar un espacio por donde pasar entre el lodazal. 
Cuando a consecuencia de tantos huecos y enormes policías acostados por fin se nos echa a perder el carro, o si chocamos, costará Dios y su ayuda encontrar repuestos porque no hay dólares para eso. Si terminamos desahuciando nuestros pobres carritos, o si pasamos por el mal rato de que nos los roben, aunque pague el seguro, si queremos comprar uno nuevo y llamamos a una agencia, no hay carros disponibles. Es necesario anotarse en una lista de espera que puede durar años antes de conseguir un carro cero kilómetro. Tampoco faltan los vivos anotados en varias listas que logran comprar los carros a precio de agencia, para luego revenderlos con un sobreprecio de treinta por ciento.
Y si tras mucho sacrificio por fin compramos un carrito, nuevo o usado, ¿para qué? para que tarde o temprano se desbarate en un policía acostado de Chacao, o caiga en un hueco en  El Hatillo, o en una tronera en Libertador, o nos los roben. ¿Y cuánto tiempo nos costará reemplazarlo o pasará en el taller esperando repuesto? Por eso el optimista de mi marido dice que el tráfico de Caracas, de que se acaba, se acaba. 


Publicado el 15 de noviembre en El Nacional. 

viernes, 14 de noviembre de 2008

Crónica de un poeta en el parque


La decisión no fue fácil, me debatía entre disfrutar de la X Feria de Libro o tomar a pecho que este año 2003 existe una clasificación de escritores afectos al proceso y escritores de la oposición. Deshojaba la margarita cuando Marsolaire Quintana, de la Fundación para la Cultura Urbana, como parte del programa de la Feria Literaria, invitó a los participantes del taller El escritor y la ciudad a una clase abierta de Armando Rojas Guardia el domingo en la mañana en la Cinemateca Nacional, y no me la podía perder.

La mañana de ese domingo, por primera vez en muchos años, regresé al parque Los Caobos. Es fácil olvidar que en Caracas quedan zonas verdes donde deportistas trotan, los niños montan bicicleta, muchos sacan sus perros a pasear, y hasta hay una fuente prendida, lo que es un verdadero acto de fe porque no termina de llover y las represas están vacías. Como llegué temprano, traté de darle primero un vistazo a la Feria Literaria, pero los expositores todavía no habían abierto. Decenas de jóvenes con franelas anaranjadas haciendo juego con los módulos verde y naranja diseñados por Juan Pedro Posani, iban de aquí para allá preparándose para un intenso día de feria. Esta fresca mañana de junio casi me sentí reconciliada con Caracas. Pero no había tiempo que perder con sentimentalismos, en la Cinemateca Nacional, donde fuimos citados sus alumnos, debía estar esperando el poeta.

Las puertas de la GAN todavía estaban cerradas. Armando apareció tras las rejas y abrió una puertica que dio acceso a las escalinatas del museo. Todos los alumnos de su Taller nos reunimos bajo el tríptico de Miranda en la Carraca que anuncia la exposición: "Obras Maestras del Arte Venezolano". No estábamos solos, decenas de visitantes ansiosos por ver Reverones, Michelenas y Titos Salas, inquietos preguntaban: "¿A qué hora abre la GAN?".

La GAN abrió puntual a las 10 y el poeta y sus talleristas seguimos parados en la escalinata esperando que la Cinemateca también abriera cuando apareció Marsolaire con la mala noticia de que al CENAL se le olvidó reservarla, y ya la sala estaba tomada para una función de cine infantil. Pero de peores entuertos ha logrado salir la cultura venezolana, los amigos del CENAL prometieron que con Cinemateca o sin ella, la clase iba, podía ser en el Ateneo (no se pudo), entonces bajo un toldito frente a la fuente de Maragall, y allí terminamos el poeta vestido de blanco, sus discípulos, la fotógrafa con su cámara, y aficionados a la poesía que madrugaron, porque domingo a las diez de la mañana es madrugar, todo para tener el placer de oír conversar al autor del Dios de la interperie.

La espera se hizo larga a pesar de que contábamos con lo más importante que era el poeta. Sus alumnos nos sentamos a esperar en un claro del parque, al que por la hora, los árboles no le daban sombra, y mientras sudábamos la gota gorda, un par de muchachos de camisa anaranjada trataban de hacer magia para que bajo el toldito un micrófono funcionara porque el poste al que estaba conectado no tenía corriente.

Cuando ya había requetepasado la hora a la que se había citado la clase abierta de Rojas Guardia, Marsolaire decidió que ya basta, hasta los poetas venezolanos tienen dignidad y en estas condiciones era mejor suspender el evento. Abandonamos el lugar cabizbajos con ese sentimiento de derrota cultural que se nos ha vuelto tan familiar a los venezolanos. Saliendo del parque, Marsolaire reconoció a una de las organizadoras del CENAL, quien no estaba para quejas: "Después de todo les estábamos haciendo un favor".

En esta Feria Literaria, presentar a uno de los grandes poetas del país, era un favor.

Pero la mañana no estaba perdida, un pequeño grupo de sus alumnos nos reunimos en el cafetín del Museo de Ciencias. Rojas Guardia leyó los breves textos que había preparado para la ocasión. Después pasamos a la conversa: Mariahé Pabón y Alberto Márquez contaban sobre la idolatría en Colombia a sus poetas, y oyéndolos yo pensaba que sí, en Venezuela actualmente la literatura es tratada con desdén, pero sentada en el cafetín del Museo de Ciencias con el poeta Rojas Guardia y ese grupo tan maravilloso de amantes de la poesía, es posible sentir que no todo está perdido.

Este artículo fue publicado en El Nacional en Junio de 2003. Lo corregí en este año 2008 para publicarlo en Evitando Intensidades sintiendo que 5 años después, las Ferias Literarias en nuestro país han ido de mal en peor.

La ilustración para Nojile es de Rogelio Chovet.

Y mientras tanto en Nicaragua (otro artículo prestado)


   EL REINO DE LOS CERDOS

     -JOHN CARLIN- 

Un libro que debería ser de lectura obligatoria para todos los políticos, pero especialmente para aquellos que pretenden verse como liberadores, es Rebelión en la granja, de George Orwell. Parábola por excelencia de los autoritarismos del siglo XX, el libro trata de una sublevación de animales contra granjeros y el establecimiento de un nuevo modelo político basado en la igualdad y la justicia. Al final del libro, los dirigentes de la revolución, los cerdos, se han vuelto como sus antiguos amos humanos. Comparten un festín, mientras el resto de los animales les miran por la ventana, incapaces de distinguir entre los unos y los otros.

       

      Daniel Ortega y el resto de los dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) seguramente no hayan leído la obra de Orwell, pero lo que sí han hecho es escenificarla en la vida real. Cuando el FSLN llegó al poder en Nicaragua en 1979, tras dirigir la insurrección contra el dictador Anastasio Somoza Debayle, se ganó la admiración de toda la izquierda mundial. Eran jóvenes, románticos, idealistas. Pese a la guerra contrarrevolucionaria que financió y dirigió "el imperialismo yanqui", en versión Ronald Reagan, Managua fue durante los años ochenta una ciudad de juerga en la que no era inusual toparse a la medianoche con dirigentes revolucionarios que en plan poético, tras unos cuantos Nica libres, confesaban el sueño sandinista de convertir el espíritu de París del 68 en realidad, de perfeccionar el modelo socialista que el estalinismo había traicionado.

      Hoy en Nicaragua, dos años después de la vuelta al poder del sandinismo, no hay ni ideales, ni poesía, ni romance. El régimen que preside Ortega es un himno al cinismo. El indisimulado pirateo de las elecciones municipales que se acaban de celebrar es nada más que la expresión más reciente de un modus operandi que se define por la cara dura y cuyo primer y único objetivo es el poder.

      Se vio venir durante la campaña electoral de 2006 cuando a Ortega, un declarado ateo durante los años revolucionarios, se le dio por aparecer en primera fila en las misas de su antiguo archienemigo, el cardenal Obando y Bravo, ante quien se casó con su compañera sentimental y compinche política de muchos años, Rosario Murillo, cuya hija fue objetivo de acoso sexual del mismo Ortega desde su niñez.

      Hoy los que le critican en los medios viven amenazados, primero entre ellos Carlos Fernando Chamorro, ex militante sandinista cuyo padre, antiguo director del opositor diario La Prensa, fue asesinado por Somoza. El círculo orwelliano se ha cerrado. El discurso es diferente, y más hipócrita, pero los métodos son los mismos y, mientras el presidente y sus acólitos se enriquecen, Nicaragua sigue siendo el país más pobre de América Latina. El sandinismo de Ortega ha convertido a Nicaragua en el reino de los cerdos de Orwell, aquel donde "todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros

      jueves, 13 de noviembre de 2008

      Eleanor Rigby


      Todavía se discute con ahínco si el personaje Eleanor Rigby, la famosa canción de Los Beatles compuesta en 1966 por Paul McCartney con ciertos toques de Lennon, existió o no existió. Un charlatán de apellido McKenzie así lo asegura retratándose al lado de la tumba de una Eleanor Rigby fallecida en 1939. El tal McKenzie dice haber sido quien inspiró la canción. Pero ni el padre McKenzie, ni la solitaria Eleanor Rigby son más que homónimos casuales, McCartney insiste que Eleanor Rigby nació de la combinación  del nombre de una actriz con el de una tienda; y el apellido del reverendo que escribe sermones que nadie oirá, lo sacó de un libreto de teléfonos.  En la primera versión  era father McCartney, pero Paul temió que su padre, católico converso, se lo pudiera tomar a mal, después de todo, fue él quien lo enseñó a preocuparse por los menos afortunados, por los abandonados, como lo declaró a The Guardian: " Tuve la suerte de contar con  un padre maravilloso, un caballero de la clase trabajadora que  nos decía que cediéramos el asiento en el autobús a las personas mayores. Eso me llevó a visitar casas de jubilados. En una de esas casas había un par de ancianas a quienes  solía preguntarles si necesitaban que les hiciera la compra.  A pesar de ser un muchacho, era consciente  de su soledad. De eso trata Eleanor Rigby, del hecho de que alguien muriera y nadie se enterara".

      martes, 11 de noviembre de 2008

      Filven 2008


      De la IV edición de Filven no salí sino con un libro. Quizás porque llegué tarde al Parque Los Caobos donde se realiza la Feria Internacional del Libro este año, y tarde en Caracas ahora significa pasadas las 4 pm. Eso quiere decir que apenas tuve una hora de luz para recorrer la amplia Feria donde la editorial de El Nacional, a último momento, no tuvo cabida y que: "Por problemas de espacio".
      La primera mitad de la Feria del Libro, la que pude recorrer con la luz del atardecer, era una feria proselitista sin ningún rubor, los grandes protagonistas no eran ni siquiera escritores como Eduardo Galeano, Mario Benedetti, o José Saramago, sino Hugo Chávez Frías: no había un metro en el que su rostro no estuviera presente. En todas sus versiones: Camisa roja, flux bien cortado, o chaqueta militar. Para la megalomanía y la jaladera si que no hubo problemas de espacio.


      Al son de las canciones de Ali Primera, que algunos cantaban de corazón, los visitantes de la Feria del Libro recorríamos stand tras stand donde se nos regalaban pasquines revolucionarios, afiches del presidente Chávez y hasta el libro de Luis Britto García: "La dictadura mediática en Venezuela", el único libro que me llevé de esta feria literaria tan poco literaria, y no porque lo compré, sino porque pasaba por ese stand justo en el momento que los estaban regalando.
      Lástima que no tuve la misma suerte en años anteriores cuando los libros repartidos fueron Los Miserables de Victor Hugo o El Quijote de Cervantes.

      Aunque el libro de Britto García en cuestión de minutos se agotó, en Filven parecen muy bien surtidos de los afiches del presidente y su orgullo bolivariano para que durante los 10 días que dure el evento, nadie se quede sin él.



      También a los visitantes de la Feria se nos trató de convencer sobre la fortaleza del bolívar, sobre la importancia de la unión cívico-militar, que la revolución en los Estados Unidos es inminente, y no gracias a Barack Obama, y que tras el recién lanzado satélite, en Venezuela ya tenemos soberanía en el espacio

      Cuando por fin llegué como a las 5 y media de la noche a territorio amigo, es decir, a donde la literatura es la verdadera protagonista, ante el gentío que se daba codazos por conseguir un buen descuento -a novedades literarias nadie aspira- decidí irme, porque para buenos descuentos los libreros de la acera frente a la Plaza de los Museos, y ellos recogen su mercancía apenas oscurece por la inseguridad de la zona.
      Quizás regrese con calma y con luz, para apoyar a quienes insisten en ofrecer literatura en un medio tan hostil para ella.


      lunes, 10 de noviembre de 2008

      Miriam Makeba murió cantando


      ...y no podía ser otra canción que el Pata Pata con la que esta abuela sudafricana de 76 años se hizo famosa alrededor del mundo en los años 60. Pero Miriam Makeba era mucho más que el Pata Pata, era una cantante que decía no ser política, sino que cantaba sobre su vida como lo hacen los sudafricanos, pero su vida estuvo marcada por el apartheid que durante años segregó a los ciudadanos negros a favor de los blancos, y ante su abierta postura de rebeldía por vivir entre tanta injusticia, el gobierno le anuló el pasaporte, quedando apátrida.
      Durante más de 30 años Miriam Makeba estuvo sin regresar a Sudáfrica, fue necesario que Nelson Mandela llegara a ser presidente en 1990, para que la cantante también conocida como "Mamá África", pudiera regresar.
      Makeba decía no ser política, pero murió en un concierto en solidaridad con el escritor Roberto Saviano, hoy sentenciado a muerte por la mafia, y aunque Makeba colapsó tras cantar por millonésima vez el Pata Pata, en Evitando Intensidades queremos recordarla junto al gran Paul Simon, cantándole a la magia del cielo africano.

      jueves, 6 de noviembre de 2008

      Y mientras tanto en Venezuela



      Para aquellos que cada vez que ven una camioneta Hummer en la calle se la achacan a un guiso de alguien conectado al gobierno, o cuando ven pagar en las tiendas en dinero en efectivo billete sobre billete una televisión pantalla plana o una computadora, dicen: "¡ay papá, he aquí a un militar!"; o cuando se encuentran en una tasca un almuerzo de funcionarios de chaqueta roja rocíado de whisky de 18 años piensan  es el erario nacional el que está pagando. Para quienes creen, tan mal pensados, que la maleta de los 800 mil dólares del Gordo Antonini con la que lo pillaron en Argentina bajándose de un avión de PDVSA, no fue sino una vil trampa para enlodar la revolución. Para ustedes detractores de la honra revolucionaria, sí, esto es con ustedes, lean hoy el títular de El Nacional: "Sólo ocho delitos descubrió la Contraloría en 2007".
      Sí señores, sólo 8 dolos se comprobaron el año pasado en nuestro país, y ustedes creyendo que tanto boato que se ve en Caracas era parte del derroche revolucionario. Lean, desubicados, lo que dice el digno e intachable Contralor Clodosbaldo Russián:
      "Por primera vez en la historía política y de la vida administrativa de nuestro país, la alta conducción del Estado venezolano, representada en el Presidente de la República, los títulares de los poderes públicos, sus más cercanos colaboradores, una amplia franja de la gerencia pública y la gran mayoría de los servicios públicos, mantienen un marcado pérfil ético en el desempeño de sus delicadas responsabilidades. Sería un error imperdonable con la historia desdeñar esta verdad. Este es un juicio no sólo al márgen de la diatriba política, sino imbuído de la convicción personal de que la conducta automáticamente revolucionaria es contraria a la pillería, al robo y al dolo".

      miércoles, 5 de noviembre de 2008

      Y sí se pudo


      Valió la pena trasnocharse para esperar los resultados de las elecciones en los Estados Unidos, a pesar de que desde hace semanas el ganador estaba más que cantado. Pero cuando a las 11 y 30 de la noche, hora de Venezuela, gracias a la antena parabólica de mi edificio vi al periodista Charles Gibbson de la cadena ABC anunciando el cierre de las mesas electorales en los estados del oeste y que ya podían dar su primera proyección: Barack Obama sería el 44 presidente de los Estados Unidos, ante los actos de celebración masiva en ciudades como Nueva York, Atlanta, y Chicago, imposible no sentir, tan cerca pero tan lejos, que estábamos ante la historia en vivo y directo.
      Hasta hace unos días oí muchos comentaristas improvisados asegurar que el racismo en los Estados Unidos seguía vigente y más de un elector se resistiría a votar por un candidato a presidente negro. Moisés Naím en su artículo publicado en El País el domingo pasado, lo dice muy bien, quienes así pensaban en su mayoría eran europeos que no vivían en los Estados Unidos y que estaban reflejando las propias imposibilidades que sentían en sus países, algo así como que un inglés le costaba imaginar a un ciudadano de origen pakistaní como primer ministro del Reino Unido. Pero no sólo quienes no viven en los Estados Unidos llegaron a pensar que el racismo norteamericano terminaría siendo un freno para las aspiraciones presidenciales de Obama, también publicaciones como el New York Magazine, pusieron en duda las posibilidades de un candidato negro frente al factor racismo de closet.
      Nunca dudé de la victoria de Obama, sobre todo desde que estalló la crisis económica con el derrumbe del sistema financiero, más que por que las encuestas así lo aseguraban, sabía que Obama ganaría por eso que llaman “la intención de voto”. Quizás muchos se abstendrían el 4 de noviembre de votar porque McCain no los convencía y sus prejuicios no les permitirían votar por un presidente negro; pero muchos más, en especial los electores jóvenes, parecían dispuestos a votar contra viento y marea por ese nuevo líder que no tenía más de cuatro años en la palestra pública y que ofrecía un giro de timón bajo el lema: “Sí se puede”.
      Y sí se pudo, fue muy emotivo ver en la televisión decenas de testimonios de hombres y mujeres negros, ni siquiera viejos, que decían que jamás habrían soñado que llegarían a ver a un presidente negro como Comandante en Jefe de los Estados Unidos. Ese detalle lo celebró John McCain en el discurso de derrota en Arizona -ante la pita de sus seguidores cada vez que nombraba al ganador- estaba orgulloso de participar en un momento histórico donde por fin parecía demostrarse que en los Estados Unidos, como dice la famosa frase de la declaración del Acta de la Independencia redactada por Thomas Jefferson: “All men are created equal”. Hasta parecía que McCain votó por Obama.
      Uno de los senadores republicanos que perdió su peldaño en el senado ante un demócrata aseguró: “Nadie podía contra este tsunami electoral”, y eso fue Obama, un verdadero fenómeno electoral quien aprovechando la baja popularidad del presidente Bush, manejó de manera impecable su campaña, sin perder la compostura ante los ataques primero de los Clinton, y después del partido Republicano; le sobró aplomo, carisma, confianza en los complejos temas que trataba, además de contar con casi mil millones de dólares para invertir en su campaña electoral gracias al apoyo de quienes le donaban 10 dólares hasta de quienes podían hacerlo de la mayor cantidad de dinero legalmente permitida.
      Pero lo que más me conmovió del discurso de la victoria de Obama, como venezolana que vive en un país donde nuestro máximo dirigente se alimenta políticamente del enfrentamiento entre aquellos que lo apoyan y aquellos que no creen en él, fue cuando Obama ofreció ser el Presidente de todos los estadounidenses, sólo así se podrá.
      Las expectativas son altas, como en diciembre de 1998 lo fueron cuando el recién electo Hugo Chávez Frías fue aclamado como nuevo presidente de Venezuela ante un discurso conciliador. Al contrario de lo que ha hecho nuestro todavía carismático mandatario en sus casi 10 años de gobierno, Obama prometió con humildad oír con especial atención a las voces opositoras.
      Y yo que desde hace tiempo ni creo en políticos iluminados ni en presidentes que se sienten infalibles, pido a Dios que Barack Obama esté a la altura de quienes hoy creemos que sí se puede.

      (Cómo le podía ganar el pobre McCain a Obama con este tipo de campaña a lo GAP que recuerda al We are the world de los años 80)

      martes, 4 de noviembre de 2008

      Unidos corremos



      Los visitantes a la gran manzana después del atentado a las Torres Gemelas el pasado 11 de septiembre aseguran que Nueva York ha perdido su energía, ya los neoyorquinos no caminan por la 5ta Avenida sintiendo que el mundo les pertenece.
      Gracias al cuarto juego de la Serie Mundial, el espíritu de Nueva York se empezó a levantar. El martes 30 de octubre del año 2002 los ojos del mundo estaban puestos en el Yankee Stadium: el lanzamiento inicial lo haría el presidente de los Estados Unidos, George W.Bush, un día después de que el F.B.I. advirtiera a los estadounidenses que esperaran fuertes ataques terroristas. ¿Qué lugar más dramático para terminar de quebrar el espíritu norteamericano? Los ataques no se produjeron y la serie regresó a Arizona. Y aunque los Cascabeles picaron fatalmente al final, los Yankees le regalaron a su ciudad una de las mejores series mundiales de la historia.
      Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, acompañaba a su equipo cuando les tocó ir a Phoenix. “¿Cómo es posible?” -vociferaba el fanático de mi marido quien no oculta su antipatía por los Yankees-, “¿Qué hace Giuliani en Arizona si este fin de semana es el Maratón de Nueva York?” .
      Muchos pensaron que el anual evento maratonista sería suspendido ante los rumores que se corrieron de que el puente Verrazano-Narrows, en Staten Island, iba a ser el próximo blanco terrorista. A pesar de que la paranoia ante un nuevo ataque estaba a millón, el domingo cuatro de noviembre, contra viento y marea, ese sería el punto de partida del Maratón de Nueva York.
      Treinta mil deportistas suelen correr anualmente el circuito de 42 kilómetros que arranca del puente Verrazano y termina en el Central Park; este año corrieron poco más de veinticuatro mil. Esta cifra representó un gran éxito porque los eternos pesimistas apostaban que pocos serían los valientes que se atreverían a participar. Corredores de veinticuatro países se unieron para este maratón histórico al que bautizaron United we run.
      Venezuela no podía faltar a la cita. Cuenta mi amigo Julio -músico y corredor- que doce semanas antes del Maratón de Nueva York muchos caraqueños empezaron a entrenar. Según Julio, el mundo de nuestros corredores urbanos es una logia que tiene como sede el Parque del Este, todas las madrugadas las mismas caras se saludan con un exagerado: “¿Quiubo pana? ¿treintaicinco en diez?”. Hombres y mujeres de todas las edades y profesiones, que utilizan entre ellos un argot indescifrable: "¿Tu pronas o supinas?", intercambian hazañas que bordean en la mitomanía, y son tan fanáticos que por mantener el paso de su entrenamiento, trotan al amanecer por la avenida Casanova ante los comentarios burlones de las trabajadoras de la noche.
      Sin embargo, el cupo de los trescientos corredores venezolanos al Maratón de Nueva York no se llenó este año. Hasta último momento los asiduos corredores del Parque del Este al cruzarse durante su entrenamiento, se preguntaban entre ellos: “¿Por fin vas?”.
      Muchos temieron arriesgarse a un ataque terrorista, pero doscientos seis venezolanos decidieron jugarse la carta de que nada iba a pasar, se uniformaron de amarillo con la bandera de Venezuela en el pecho, y a correr se ha dicho.
      Marco Tulio -biólogo-corredor- dice que al argot maratonista venezolano se agregó el verbo: “talibanear”. Marco Tulio confiaba que a los maratonistas no los iban a talibanear.
      Juan Carlos Escotet y Lorenzo Mendoza estaban entre los maratonistas venezolanos que se atrevieron a participar a pesar de la paranoia ante un posible "talibaneo". Sus compatriotas bromeaban: “Si nos vuelan nuestras muertes serán anónimas porque en los titulares de los periódicos nacionales aparecerá: ‘ entre las víctimas presidentes de Banesco y de la Polar, y 204 huevones más”.
      María Elvira -abogada y corredora- y María Angélica su mamá, también estaban en la lista de venezolanos que se levantaron una hermosa y cálida mañana de noviembre en la ciudad de Nueva York dispuestas a asumir el reto del Maratón. Su papá y marido, que es Ingeniero Civil, al despedirse de ellas les hizo una última recomendación: “Si explotan el puente, se agarran de una guaya y de ahí no se sueltan hasta que las vayan a rescatar”.
      Las medidas de seguridad se hicieron sentir: buzos inspeccionaron que las bases del puente no estuvieran minadas, y a los participantes se les prohibió aceptar refrigerios del público. Marco Tulio confiesa que desobedeció esta indicación: “En el Bronxs un niño como de cuatro años me ofreció un cambur, y yo me lo comí”.
      A pesar de que en el horizonte se sentía el vacío que habían dejado las Torres Gemelas, en el ambiente había una emoción compartida de estamos aquí, lo logramos. El alcalde Rudy Giuliani, quien había estado la noche anterior en Arizona, ya estaba de regreso en Nueva York, y fue el encargado de darle la bienvenida a los participantes del maratón. Una bandada de palomas voló por el cielo mientras un policía tenor cantó Dios salve América.
      María Elvira narra su experiencia: “Todo me parecía emocionantísimo. Con los ojos llenos de lágrimas, esperando la salida, estábamos por cruzar el amenazado puente Verrazano, vi a dos amigos venezolanos: ‘¿No les dan ganas de llorar?’, les pregunté. Se me quedaron mirando con cara de loca ¡hombres al fin! En un momento tan emocionante ve a saber tú qué estarían pensando: ‘¿Lograré bajar las cuatro horas?".
      Después de una pausa indignada por la insensibilidad masculina, María Elvira siguió con su relato: "Cuando el tradicional cañonazo anunció el inicio de la carrera a las 10.50 a.m, se oyó a todo volumen la voz de Frank Sinatra cantando New York, New York. La gente gritaba, bailaba, cantaba, y yo lloraba. Después se me fue pasando. Cuando salí de Queens por Queensborrough Bridge, y entré a Manhattan por la calle 61, ante la multitud de personas que se agolpaban en las aceras para darle ánimo a los maratonistas, me volví a emocionar hasta las lágrimas”.
      Se calcula que dos millones de espectadores apoyaron a los participantes a lo largo de recorrido. Marco Tulio continúa el relato: “A uno le gritaban desde el público: ‘go, go Venezuela’ y eso te daba fuerzas para seguir pero lo más emocionante que me pasó fue cuando apenas dos millas antes de llegar, estaba que no podía más cuando de repente oí cantar: 'Viva Venezuela, mi patria querida'; y eso me dio un nuevo empuje para terminar”.
      Sarino -administrador y corredor- confiesa que cuando ya llevaba dos horas corriendo y todavía no iba ni por la mitad, le dio arrechera pensar: “En estos momentos los desgraciados que siempre ganan ya deben de estar llegando”.
      Tenía razón: Tesfaye Jifar, de Etiopía, alcanzó la meta de Central Park en 2:07:43 y fue el ganador de los hombres; Margaret Okayo, una keniana de 25 años, fue la ganadora de las mujeres al alcanzar la meta en 2:24:21. Pedro Orasma, de 40 años, el venezolano que mejor corrió, llegó a la meta en 2:53:48.
      Hoy se cumplen 6 años del que debió ser el maratón más emotivo que se ha corrido en Nueva York. Este artículo fue publicado en la sección Juego de palabras de El Nacional.

      domingo, 2 de noviembre de 2008

      El Factor X de El Deseo


      La banda californiana Grateful Dead, liderada por el desaparecido Jerry García, era famosa por sus fieles seguidores conocidos como los Deadheads, a quienes sin importarles en qué distante ciudad de los Estados Unidos estuviera tocando la ecléctica banda de rock, se las arreglaban para ir a cuantos conciertos les fuera posible. Grateful Dead logró semejante fenómeno porque no se repetía, las canciones que sonaban en un espectáculo, rara vez eran incluidas en el próximo concierto, o no sonaban igual. Los Deadheads hasta tenían un término para diferenciar un toque sublime de uno cualquiera, lo llamaban “Factor X”, cuando esto sucedía, la banda había sonado como nunca.
      No se puede decir que llego a tales extremos con Yordano, no lo sigo en sus giras, pero me acerco bastante al fenómeno de ser una Yordanohead y podría jurar que nadie, por lo menos en Caracas, ha ido a tantos conciertos de Yordano como yo. Así que con toda autoridad, puedo asegurar que a su concierto El deseo realizado el pasado viernes en el Teatro Teresa Carreño, le sobró Factor X.
      Soy seguidora de Yordano desde que pegó en radio la canción No queda nada en 1984. Entonces lo iba a ver en el Estudio Mata de Coco. Para su primera presentación solo en el Teresa Carreño en el año 1987, Yordano contactó al director teatral Enrique Porte para que hiciera la puesta en escena. De ahí nació La Noche, donde alrededor de las canciones de los dos primeros discos de Yordano se contaron historias urbanas bajo el encanto de la luna llena. También nació una entrañable amistad entre el músico y el teatrero quienes no se conocían a pesar de que eran contemporáneos, vivieron en Londres en la misma época, tenían un gusto musical más que compatible, y algunos amigos en común.
      Y si mal no recuerdo, de ese año 1987 o 88 también es la canción Locos de amor, tema que compuso Yordano en torno a una obra de Sam Shepard que en el Taller del Actor habíamos traducido, pero no llegamos a montar.
      Para crear la imaginería ideal del concierto, Enrique le pidió a Yordano estar presente junto a su equipo del Taller del Actor en los ensayos que hacía el cantante con su banda en el Teatro 8 en Las Mercedes, y como yo era parte del “equipo teatrero”, durante varias semanas me senté en primera fila disfrutando del brainstorming de montar un espectáculo musical.
      Los conciertos de Yordano en la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño dirigidos por Enrique, y en los que trabajaron juntos en el Poliedro y en el Estadio Universitario, tuvieron ese Factor X del que hablaban los Deadheads. Lamentablemente, Enrique murió de un infarto en agosto de 1990 y el Taller del Actor desapareció poco después, pero yo seguí fiel a la música de Yordano y desde entonces cada vez que da un concierto en Caracas, hago lo imposible por ir, y el concierto en el Teresa Carreño el pasado 31 de octubre no sería la excepción: quería disfrutar en vivo de su nuevo disco que de hace unos meses para acá suena constantemente en mi IPod. Fui con mi esposo y una pareja amiga, y yo que me las doy de Yordanohead, les aposté: “Seguro comienza con La última piedra, el primer tema del CD que tiene bastante fuerza”.
      Pero me equivoqué, porque Yordano, al igual que a Grateful Dead, no le gusta lo obvio y tras cantar en italiano Oh sole mío, comenzó el concierto armado de su guitarra con una canción con la que acostumbra cerrar: Otra cara bonita. Le siguieron temas que sonaron distinto a como fueron grabados como Vivir en Caracas (con armónica a lo Bob Dylan) y No voy a mover un dedo. También se oyeron Chatarra de amor, Perla Negra y Lejos, canción que según Yordano no estaba originalmente en el programa, un momento íntimo solos Yordano, el guitarrista Eddie Pérez, un foco de luz y un par de guitarras. Al culminar la canción desde el público se oyó el grito: “¡Yordano te la estás comiendo!”. Y yo me preguntaba: “¿Y el disco nuevo qué?”.
      Como a la mitad del primer set, Yordano advirtió que el concierto iba para largo porque ahora era que empezaría a tocar su nuevo disco, y arrancó con El Deseo, seguida por varios de sus temas más recientes como La mujer equivocada y Niña mala. Con el primer invitado de la noche, Jorge Spiteri, Yordano cerró la primera parte del concierto al recordar sus años en Londres interpretando versiones en español de Sexy Sadie, Wild Horses y Stand by me.
      Tras un breve intermedio, siguieron las canciones nuevas como En mi vida otra vez, antes de que Yordano llamara a escena a un par de invitados especiales, primero a Roque Valero, con quien cantó una canción del último disco de Valero, y después a Arístides Barbeia del grupo Malanga, con quien interpretó a dúo el sabrosísimo Puja.
      Me sorprendió que antes de que Yordano regresara a sus éxitos de siempre como Manantial de Corazones, Días de Junio, Madera Fina y Aquel Lugar Secreto; su nuevo disco era coreado por buena parte del público con el mismo fervor de sus temas clásicos. Al lado de nosotros estaba sentado otro Yordanohead que se sabía las letras de las nuevas canciones hasta el último suspiro y podría jurar que lloró cantando: “ahora tengo un dilema, si echar a perder otra historia de amor…”. La cantó con tanto sentimiento, que la muchacha que andaba con él lo miraba de reojo preocupadísima.
      No todos los presentes se sabían los temas nuevos de Yordano, pero quienes fueron al concierto sólo para oír las canciones viejas, salieron con el CD El Deseo bajo del brazo comprado en la antesala del teatro.
      ¿Qué extrañé? Mi pana Yordano en más de 20 años de carrera artística ha compuesto tantas canciones que es imposible que para una Yordanohead como yo, en un concierto cualquiera, salir sin sentir que se quedaron varias por fuera. En esta ocasión extrañé Media Luna; además de temas que quizás no fueron tan populares pero que están entre mis favoritos como Finales de siglo, La balada de Pedro Matute y su versión de Flores Muertas de los Rolling Stones. Entre los temas nuevos me faltaron Larga despedida y Ella es.
      La banda sonaba con fuerza, como sigue cantando Yordano porque Bailando tan cerca sí que no faltó, además de mi amigo Eddie Pérez en la guitarra y del indispensable Carlos “Nené” Quintero en la percusión; la banda de la noche estaba formada por una nueva generación de músicos. Las hijas mayores de Yordano también metieron la mano: Adela participó en el diseño gráfico del Cd El Deseo, y Camila fue co-responsable del montaje audiovisual que acompañó a su papá en el concierto.
      Le aposté a mis acompañantes que Yordano cerraría con una nueva canción: El Yoyoman, pero me volví a equivocar, el telón se cerró con los últimos acordes de Por estas calles, y al abrirse ante los aplausos del público que llenó el teatro esa noche de brujas, el ovacionado regresó a escena acompañado de sus invitados para cerrar con mi canción favorita, aquella con la que selló su vínculo de amistad con el Taller del Actor: Locos de Amor.
      Pasadas las 11 de la noche, mientras bajábamos las escaleras oscuras del Teatro Teresa Carreño, sintiendo la energía del público después de casi tres horas de concierto, supe que no había que ser una Yordanohead para salir embriagado de tanto Factor X emanado por El Deseo.

      sábado, 1 de noviembre de 2008

      Evitando Intensidades cumple su primer año

      Mad men


      Este año cuando tanto el premio Emmy como el Golden Globe al mejor programa dramático de televisión los ganó Mad Men, muchos se preguntaron ¿y esta serie de donde salió? ¿Cómo era posible que la historia de una agencia publicitaria en Nueva York que transcurre en el año l960, trasmitida en televisión por cable en el canal de películas clásicas AMC, que en la mejor de sus noches no alcanzó una audiencia de dos millones de espectadores, se impusiera sobre series tan populares como House o Lost?

      Así que conseguí Mad Men en DVD y me enganché a la historia del misterioso creativo Don Draper (Jon Hamm), como tiempo atrás lo hiciera con el mafioso Tony Soprano(James Gandolfini), y aunque estos protagonistas son muy distintos entre sí, ambas series tienen en común que son historias donde se destaca el detalle, la atmósfera, los diálogos, y sobre todo, el afán de sus creadores por romper esquemas, como el humo, mucho humo, Mad Men es humo de cigarrillos, lo que la actual generación de telespectadores considerará casi pornográfico, porque el tabaco visto en TV hoy es más tabú que el sexo. Pero en Mad Men les importa un comino y todos los personajes fuman y fuman; hasta las mujeres embarazadas fuman, precisamente la serie empieza cuando a la agencia Sterling-Cooper se enfrenta con una crisis que superar de cómo lidiar con la cuenta de Lucky Strike y los informes médicos que comenzaban a hacerse públicos que el cigarrillo era nocivo para la salud.

      La cuenta de Lucky Strike no es el principal dolor de cabeza para los creativos de Sterling-Cooper, ni fumar lo único que en el año 2008 es considerado políticamente incorrecto y que en Mad Men explotan gracias a un excelente guión y a una impecable puesta en escena que retrata al equipo de ejecutivos publicitarios como hombres blancos felizmente sexistas, homofóbicos, racistas, y lo que hoy se consideraría más vergonzoso de todo: orgullosos republicanos.

      Por eso la cuenta de Dick Nixon les está dando tantos dolores de cabeza a los chicos de Sterling-Cooper, un futuro presidente también es un producto que vender, y ni el publicista más ingenioso lograría que un desangelado candidato que habla de lo mismo que hablan los viejos políticos (Nixon es el vicepresidente de EEUU desde 1953), se imponga al producto rival: un carismático joven senador llamado John F. Kennedy y su glamorosa esposa Jackie, quienes ofrecen ser un aire fresco en la Casablanca. Los demócratas tienen, en cuanto a campaña publicitaria se trata, todo a su favor: ¿Cómo superar a la linda Jackie, y su sombrerito tan chic, que invita en televisión en correcto español a votar?

      La historia de esos Mad Men de 1960 parece reflejar este noviembre de 2008 cuando se enfrentan por el derecho a dirigir los Estados Unidos de Norteamericana un candidato representante de una fórmula vencida y muy desacreditada con la crisis económica actual, y un candidato con ángel que habla de unión y ofrece un positivo “Sí podemos” , además de una imagen nueva de lo que debe ser un presidente norteamericano.
      Barack Obama, en cuya campaña publicitaria se ha invertido tres veces más de lo gastado en la de su rival republicano John McCain, parece un triunfo seguro en las elecciones del 4 de noviembre. Apostamos a él, porque lo que pasa en los Estados Unidos, nos guste o no, repercute en todo el mundo. Ojalá que Barack Obama no termine siendo otra oferta engañosa.

      Publicado hoy en El Nacional.

      Uno prestado, pero que viene al caso.


      OBAMA ACTOR Y GUIONISTA
      LLUÍS BASSETS 31/10/2008


      Estamos ante un excelente narrador. Un hombre que sabe contar historias. Que lo hace con énfasis y pasión. Pero sin desbordarse ni desafinar con una nota excesiva. La contención y la moderación forman parte también de su estilo. Durante esta larga campaña, la más larga de la historia, no ha cesado en ningún momento de contar historias, apólogos sacados de la vida real con los que transmite sus ideas y propuestas. Ha contado con una materia prima excelente, escrita de su propia mano hace 15 años, cuando todavía ni siquiera soñaba en una carrera política tan fulgurante. Su libro Los sueños de mi padre, en el que cuenta su búsqueda de las raíces paternas, es ante todo una excelente narración, que se convirtió en best seller.
      Una buena historia y mucho dinero es la fórmula que ha hecho grande al cine. Con el lenguaje cinematográfico a su disposición, su actuación como narrador y su testimonio personal, Obama ha dado un golpe sensacional a cinco días del decisivo martes 4 de noviembre. Ha contado con el dinero, más de tres millones de euros, para comprar media hora en las principales cadenas, donde sus narraciones apenas han llegado a su público millonario.
      Su rostro sonriente y tranquilo y su voz de tenor, redonda y bien modulada, ha entrado casi por primera vez en muchos hogares donde imperan las diatribas de los jiménezlosantos americanos. Y lo ha hecho con historias de la vida real, difíciles pero esperanzadas, sin asomo de ataque alguno a su rival.
      Constituye todo un hito en la propaganda política y electoral, sin duda. El objetivo es que la gran mayoría, esos votantes indecisos o reticentes, perciban de forma plástica la naturalidad de una situación en la que Obama sea el presidente. Juega para ello con el lenguaje de las emociones y de los sentimientos más que con arduos argumentos, todo con un subrayado musical lleno de lirismo y una iconografía de banderas, campos de trigo, suburbios y coches, totalmente americana. El remate es el engarce entre el montaje cinematográfico y la realidad: los últimos minutos son de conexión en directo con su mitin en Orlando. Lo que en España hacen las televisiones públicas en sus espacios informativos aquí lo admiten algunas privadas, previo pago de 775.000 dólares.
      Obama se puede permitir esto, y más. Es una demostración de poderío financiero y de confianza en la conducción de su propia campaña. Para llegar hasta aquí ha tenido que arriesgar en dos momentos. El primero, cuando renunció a la financiación pública de la campaña, que sitúa el límite en 84 millones de dólares, desatendiendo sus propias ideas acerca de los dineros electorales. El segundo, cuando decidió comprar espacio publicitario en prime time como sólo había hecho el multimillonario Ross Perot en 1992. Todavía no hay traducción visible en los sondeos, pero el propósito es ensanchar la diferencia que le separa de McCain en un momento tan próximo a la jornada electoral que no permita reaccionar a su rival. Además de buen narrador, tiene dinero y es astuto. Nada puede deducirse de todo ello. Pero merece ganar.