sábado, 26 de diciembre de 2020

It's a wonderful life



 Hace como seis años mi prima Eugenia decidió ver las cien mejores películas norteamericanas según el American Film Institute (AFI), la primera lista, la de 1998, seleccionada por una encuesta en la que participaron más de 1500 personas relacionadas a la industria del cine. Eugenia las vería de atrás para adelante, comenzando por la película cien: Yankee Dooddle Dandy, terminando por la primera: Citizen Kane de Orson Welles. Mi prima invitó a un heterogéneo grupo de sus amigos a quienes nos unía el amor por el cine, aunque no siempre por las mismas películas, con el tiempo descubrimos que también nos unía un similar temperamento existencial. No era una cita obligada, nos dijo Eugenia, quincenalmente -exceptuando la época de vacaciones escolares- ella se sentaría con su perro Bebo en la terraza de su casa a ver una película, quien quisiera venir que viniera, con una botella bajo del brazo, o con algo para picar. Por una razón o por otra me salté varias películas, como después del secuestro express de mi hija Isabel que agarré terror a salir de noche durante varios meses, hasta que Annie Hall logró sacarme de la cueva. Algunas películas, creo que entre ellas Intolerancia de Griffith, Eugenia las vio sola acompañada del fiel Bebo, nadie del club se entusiasmó a ver una película muda de más de tres horas de duración, en mi defensa: yo la había visto en la cátedra de cine de Iván Feo en la Escuela de Artes. 

Cuando empezamos a reunirnos llegar a la meta nos parecía muy lejos, a principios del 2020, tras ver Sunset Boulevard de Billy Wilder, una de mis películas favoritas, nuestra mayor angustia existencial como grupo -país aparte- era que la próxima película It´s a Wonderful Life, ya era la número once en la lista, estábamos a pocos metros de la recta final, ¿qué sería de nuestras vidas? Cómo imaginar que ese virus bautizado científicamente como Covid-19 que los políticamente incorrectos llaman "la gripe china" supuestamente originado por un campesino que se comió un murciélago infectado en la provincia de Wuhan, virus que comenzaba a hacer estragos al otro lado del mundo en febrero por la velocidad de contagio, en menos de un mes se convertiría en la primera pandemia desde la gripe española cien años atrás. 

 Así en este año de prohibido hacer planes el clásico navideño del año 1946 dirigido por Frank Capra sobre un ángel sin alas con la misión de bajar a la tierra para convencer al desolado George Bayley (James Stewart)  que su vida sí tiene sentido, se quedó en pausa hasta quién sabe cuando porque si algo respetó la organizadora de la veladas cinematográficas, fue la cuarentena que se extendió indefinidamente. It's a wonderful Life se convirtió como en la maldición del hada mala de la Bella Durmiente, la película en una pausa prolongada que ya va para diez meses. Cuidado con lo que deseas, pensar que a principios de años estábamos de lo más tristes jurando que a mediados de 2020 con el Ciudadano Kane cerraríamos este primer ciclo de AFI Movie Club. 

 Hasta que ayer decidí serle infiel a mi querido grupo de cine y ver It´s a wonderful Life acompañada de mis hijas, después de todo qué mejor día para ver un clásico de navidad que un aburrido 25 de diciembre. Yo la había visto hace años, pero no en Navidad, y era poco de lo que me acordaba, más allá de la crisis existencial del protagonista. Qué año para decidir regresar a ella, año en el que perdimos a nuestro George Bailey, mi esposo Oscar, quien como escribió mi hija Isabel en su crónica "El Ministro de la Felicidad" vivió su vida en una Caracas que tantos desertaron, no tratando de arreglar el país, que bien sabía que era una proeza que se escapaba de sus manos, sino buscando hacer una diferencia en su pequeña comunidad.  Oscar murió de un infarto fulminante, no sé si en esos segundos finales tuvo el recuento que el ángel Clarence le hizo a George Bailey para que viera la importancia de su vida en los pequeños/grandes aportes que un hombre/mujer cualquiera va dejando por el camino. Quizás este recuento nos queda a los familiares y a los amigos, y vaya que Oscar tenía amigos, le salen amigos bajo las piedras que me cuentan algún detalle en el que Oscar los ayudó que él ni siquiera se molestó en comentarme. 

Yo no soy tan colaboradora y práctica como era Oscar, pero si agradezco tanto a la vida mis amigos, en este año de pandemia, de distancia obligada, no sé que habría sido de mi sin la ayuda de tanta gente querida que a pesar de la cuarentena me ofrecieron un hombro para llorar, o me tendieron una mano para ayudarme en las cosas prácticas del hogar de las que se ocupaba Oscar, desde enseñarme a pagar las cuentas hasta encender el calentador de gas. 

Por eso se me aguó el guarapo en el final de It´s a Wonderful life, voy a cometer la temeridad de hacer un spoiler de la película que es el mayor pecado de nuestro club de cine, por lo menos para Eugenia, corro el riesgo de ser expulsada de las últimas diez películas que me quedan por ver cuando pase la Pandemia, que algún día ha de pasar 

(OJO: SPOILER EN CAMINO) : 

cuando George Bailey entiende que vaya qué valió la pena haber nacido y vivido en ese pequeño pueblo  -aunque bajo la sombra de un tirano que le quiere echar el guante a todo- rodeado por el afecto de su familia y tantos amigos, recibe un regalo sorpresa, un libro del ángel Clarence, dedicado:

 

"Querido George: 

        Recuerda ningun hombre que tenga amigos es un fracaso

                     ¡Gracias por las alas!

                                                 Love 

                                                         Clarence.