lunes, 9 de agosto de 2021

Un comienzo

 
Mis amigos me echan broma que el pase de viuda valía por un año, y ya pasó un año de la inesperada muerte de mi marido de un paro cardíaco, a veces siento que fue ayer, a veces siento que fue en otra vida, pero ya el pase caducó, los amigos me piden que vuelva a retomar mi vida que es lo mismo que vuelva a escribir. 
Recién enviudé muchos esquivaban el tema de cómo me sentía más allá del "ahí, llevándola",  pero había quienes indagaban mi dolor más íntimamente y me preguntaban sin rubor cómo me sentía esos primeros días, esas primeras semanas, después de recibir la noticia que Oscar había muerto. 
"¿Qué piensas cuando apagas la luz?" me preguntaba mi prima María Elvira. 
Las primeras semanas era poco lo que pensaba, caía dormida apenas ponía la cabeza en la almohada, el dolor cansa, por lo menos a mí me dejaba agotada. A veces extendía el brazo, como durante tantos años lo hice para constatar que tenía a mi marido al lado, encontrando el lado derecho de la cama frío, vacío. Joyce Carol Oates en su recuento de los primeros meses de viudez habla de insomnio, en cambio yo llegaba a la cama exhausta no solo del duelo sino también apagando incendios producto de la súbita partida de un marido que en treinta años de matrimonio nunca delegó las finanzas de la familia. Si alguna palabra me describía esos primeros días, esas primeras semanas, era agobiada, no solo agobiada de la pena, agobiada de tener que resolver problemas prácticos como descubrir la clave para poder pagar Internet o buscar a un mecánico que arreglara el arranque del carro. 
 La mejor metáfora que encontré para describir la intensidad del golpe de esos primeros días, de esas primeras semanas, de esos primeros meses, era que me sentía como si hubiera recibido un sartenazo en la cara, o un choque de frente con un tren, como los que recibía Will E. Coyote tratando de atrapar al Correcaminos. Un golpe seco que si no te pulveriza te deja viendo estrellitas, aunque fisicamente estaba bien, la sensación corporal era similar a la que queda tras sufrir un accidente. 
Muchas personas que pasan por pérdidas similares lo que desean es estar a solas con su duelo, a mí me gustaba tener compañía, a pesar de la tristeza, buscaba con la familia y los amigos alguna razón para reír. Encontraba cierto consuelo al sentirme acompañada, mientras la tristeza se alimentaba de la soledad. Netflix el mejor bálsamo para no pensar, veía maratones de Modern Family y de una telenovela colombiana titulada La Venganza de Analía. Mi hijo a veces me acompañaba a ver televisión. La noche de un sábado, como dos semanas después de muerto Oscar, pasadas las diez, tras horas de ver como zombies Modern Family, teníamos hambre pero no teníamos ánimo para prepararnos algo de comer, hasta que saqué fuerzas para pararme del sofá frente al televisor y cocinar una pastina con mantequilla, queso y crema como las que le preparaba de bebé. De haber estado sola me habría ido a la cama con el estómago vacío. 
 Una comadre que quedara viuda años atrás con niños pequeños me dio el mismo consejo que le dieron a ella recién muerto su marido: "Tus hijos van a estar como tu estés, tu eres quien da la pauta, si te ven destrozada, ellos estarán destrozados, si te ven fuerte, ellos se sentirán protegidos", tras ese consejo aunque mis hijos ya no son niños, procuré encontrar reservas de fuerza que no sabía que tenía, reservas que me dieron fuerza aquella noche para preparar una  sencilla pastina, lo que en ese momento de inmensurable tristeza fue una labor titánica. 
Para lo que no encontré fuerzas fue para contestar muchas de las incontables notas de condolencia recibidas por whatsapp, por mensaje directo en Facebook o por Instagram, tenía la intención de hacerlo, de responder a la gentileza de cada una de las personas que me escribió para solidarizarse con mi pérdida, pero no lo logré, todavía encuentro en mi celular notas de condolencia sin contestar. Hoy encontré un mensaje de pésame de un número que no tengo registrado, su avatar es un paisaje, un año después de escritas me da pena agradecer esas amables palabras de consuelo antes de preguntar ¿Y tú quién eres? 
Los mensajes más frecuentes que recibí me prometían que el tiempo sería el mejor aliado para sanar semejante golpe de la vida. Lo que no sabían era que esos primeros días, esas primeras semanas, el tiempo para mi era una abstracción, no era tangible, mi reloj se paró la mañana de ese sábado cuatro de julio cuando me tocaron la puerta para avisarme que mi marido había muerto de un infarto subiendo el Ávila con unos amigos. Pero tenían razón quienes hablaban a favor del tiempo como el mejor aliado, eventualmente mi reloj arrancó, y a pesar del profundo dolor, la vida siguió su curso. 
Durante las primeras semanas no tuve fuerzas para retomar la hora de caminata diaria que me impuse como ejercicio comenzando la pandemia, me obligué a caminar otra vez a pesar que sentía que iba cargando con un pesado yunque de hierro en el pecho. Hasta que poco a poco volví a mi ritmo habitual, el yunque en el pecho fue desapareciendo, a excepción de la tarde de un domingo como ocho meses después de muerto Oscar que caminando por la áreas comunes del edificio, en la planta baja unos vecinos bailaban Jerusalema, canción que me llevó de inmediato al final de la etapa de cuarentena más radical y a aquellos primeros días de duelo por la pérdida de mi marido. Al reconocer las notas el pesado yunque volvió a mi pecho. 
Nunca me gustó Jerusalema, baile que obligaba a fingir felicidad en medio de la etapa más cruenta de la pandemia. 
Me di un año para retomar la escritura pero no dejé de leer, con menos concentración que mi ritmo habitual de lectura, me cobijé en libros de escritores que hicieron de sus duelos literatura como Joan Didion, Fernando Savater y C.S. Lewis. No tardé en regresar a las lecturas de novelas y biografías, aunque todavía carezco de concentración para enfrascarme en lecturas muy profundas. 
Con lo que no logré sentirme identificada fueron con los cinco estados del duelo según Elizabeth Kübler-Ross: por lo menos me salté el estado de negación, si sentí mucha rabia pero sobre todo depresión, o mas bien una enorme tristeza, antes de pasar al estado de aceptación, incluyendo un sexto estado del duelo del que no trata Kübler-Ross, estado que no supe definir hasta que encontré el libro: "Anxiety: the missing stage of grief" de la psicóloga Claire Bidwell Smith. No me había dado cuenta que estos últimos trece meses he vivido con una incontrolable ansiedad tras la inesperada muerte de mi marido, en un año de incertidumbres ante la pandemia del Covid19, en un país donde la zozobra política- social-económica se instaló desde hace más de veinte años... no digo yo ansiedad tengo que sufrir... ansiedad de alto voltaje. Ansiedad radioactiva. 
Al cumplirse el primer año de la muerte de Oscar sus amigos conmemoraron las grandes pasiones al final de su vida, a las que dedicó la mayor parte de su tiempo y de su corazón: el golf y la Fundación Blandín. Fue develada una placa con su nombre en el Driving Range del club, me fotografié rodeada de sus amigos, como estoy vestida de morado bromeo: "La viuda alegre".
"Desde el día uno"- contesta su amigo Fernando, que también es mi amigo. Esa percepción de la viuda alegre, que nada tiene que ver con la alegría de una viuda enamoradiza, se la debo a una lección que me inculcara mi madre desde niña: "nunca dejes que te digan pobrecita", por eso cuando alguien se me acercaba a darme el pésame con una carga de lástima, buscaba bajarle dos a la intensidad, ya saben, la procesión se lleva por dentro, un lugar común que en mi caso encaja perfectamente, y así un año después de la muerte de mi marido comienzo a bailar en público en pequeñas reuniones -que en privado la música nunca me abandonó-, lo que no me hace extrañar menos a Oscar y pensar que la muerte nos robó envejecer juntos. 
El fin de semana pasado fui a la playa a celebrar el cumpleaños de mi amiga Sabrina, no éramos muchos, no más de diez amigos, conmigo once, pero gozamos como si estuviéramos en una fiesta en los años 80, antes del "por ahora", mucho antes de la pandemia, antes de los problemas naturales de ser adultos y del paso de los años... Nos divertimos barato, unas cornetas y un micrófono, bailamos como bailan los millenials, en grupo, sin pareja. De repente suena "Decisiones": "La ex señorita no ha decidido qué hacer" me apodero del micrófono para acompañar de manera desafinada al gran Rubén Blades : "En su clase de geografía la maestra habla de Turquía mientras que la susodicha solo piensa en su desdicha y en su dilema, ¡ay qué problema!". 

"Ya pasó más de un año, ya cantas, ya bailas, ¿Y escribir para cuándo?", me pregunta El Grillo. 

Este es un comienzo. 

El Cangurito


La otra noche soñé que un cangurito me rondaba, un canguro tipo duende, así como el hada Campanita ronda a Peter Pan, cuando me desperté pensé mira qué raro soñar con un canguro, animal que se asocia con Australia, destino que, por lo lejos de Venezuela, nunca he estado tentada en visitar. 

Al rato recordé haber visto hace poco el capítulo en Modern Family donde la familia Dunphy/Pritchett -con la excepción del pequeño Joe Fulgencio- viaja a Australia, y mientras Jay Pritchett y su hija Claire tratan de escabullirse del resto de la familia para ganar una licitación, Phil Dunphy -esposo de Claire- intenta vivir la experiencia del viaje con la intensidad que lo caracteriza, ganándose el golpe de un canguro al que imprudentemente, se acerca demasiado.

Así como Friends fue mi serie de principios de pandemia, cuando la angustia del confinamiento obligado ante el surgimiento de un poderoso virus con alto índice de mortalidad no daban para concentrarme en series más profundas, Modern Family fue mi serie de reciente viudez, cuando el peso de la pena ante la inesperada muerte de mi marido no me daba más que para estar sentada como una zombie frente al televisor siguiendo las peripecias de la familia californiana.
Podía pasar horas viendo Modern Family por Netflix, riéndome a veces y otras veces se me arrugaba el corazón pensando que ya en mi vida no había padre: mi papá murió en enero de 2019, y Oscar, el padre de mis hijos, va a cumplir un año de muerto.
El duelo va mutando, ya no paso horas frente al televisor viendo Modern Family, voy por la sexta de once temporadas, de vez en cuando veo un capítulo, a veces dos. Todavía me rio, y se me arruga el corazón.
Hoy pienso que quizás la selección de serie de duelo no fue casual, llámese masoquismo o catarsis, aunque la figura materna está presente en los personajes de Claire Dunphy y Gloria Pritchett, Modern Family gira en especial alrededor de las figuras paternas, quienes a pesar de sus diferentes personalidades, tratan cada una a su manera quizás no ser "los mejores papás del mundo" sino el mejor papá posible.
Trato de pensar en qué padre de Modern Family puedo identificar a mi papá, o a Oscar, y no lo consigo, mi papá quizás un poco con Jay, el patriarca, Oscar también tiene mucho de Jay, pero también de Phil, el padre que tanto hace reír a sus hijos con sus sueños y locuras; veo algo de ellos en la ternura de Cam, y un toque de las neurosis de Mitch, los dos papás de la pequeña Lily. 
En Modern Family no falta la figura paterna ausente, en el caso del papá de Manny, hijastro de Jay, su papá aparece y desaparece de su vida con la frecuencia de un cometa, rompiéndole a cada rato el corazón, hasta que Manny va asumiendo al esposo de su madre, como su verdadero padre, el que lo abraza y lo conforta en su primer despecho.

Hoy, mi primer Día del Padre sin padre a mi alrededor, ante tantos "el mejor papá del mundo" en las redes sociales, algunos presentes y otros que ya no están, quiero darle gracias a la vida porque yo que no creo en "el mejor papá del mundo" sino en buenos papás, y que cada uno en su estilo, tuve la inmensa suerte de haber tenido un buen padre, y un buen padre para mis hijos.