martes, 8 de diciembre de 2015

El mensaje que Maduro se niega a aceptar


Por primera vez en los 34 años que tengo votando, voté con la certeza de que esta vez mi opción en el tarjetón ganaría, tanto que puse a enfriar en la tarde una botella de proseco medio chimbo que me regalaron en mi cumpleaños. De haber imaginado la magnitud del triunfo, habría ido a Prolicor a comprar una botella mejor. Porque la única inquietud que tenía era la diferencia del triunfo de la tarjeta de esquina a la izquierda la de la manito, pero de que la opción de la MUD se impondría frente a las del oficialismo en la Asamblea, no me quedaba duda. 
El de la oposición en estas elecciones para elegir a los miembros de la Asamblea era un triunfo tan anunciado como lo fueron todos los triunfos electorales de Hugo Chávez. Para evitar la barrida de la oposición sus herederos trataron de revivir al Comandante como recurso electoral, de evocar su imagen como candidato a todos los curules de la Asamblea poniendo los ojitos vigilantes en sus múltiples opciones en el tarjetón, pero no les funcionó. 
No hay que ser politólogo para sospechar que el recurso de los ojitos de Chávez, ante semejante crisis, no iba a dar mayores dividendos. Me cayó la locha cuando cinco días antes de las elecciones me tocó el triste momento de ir al cementerio para dar el pésame por otra víctima de la violencia. En el trayecto de ida y vuelta de La Florida a La Guairita pasé por enfrente de Bicentenario, Gamma Express, Plaza, Luvebras, Locatel, Lux, Farmatodo... y en todos los establecimientos para comprar cualquier producto regulado que hubiese llegado, quienes tuvieran número de cédula correspondiente a comprar ese día, las colas salían a la calle y hasta daban la vuelta a la cuadra en algunos casos. 
No podía ser normal, me negaba a creer que el venezolano se hubiese acostumbrado sumiso, y hasta agradecido, que para comprar los productos de la cesta básica, aquello que en cualquier país que no esté en guerra sería entrar y salir del abasto sin mayor sacrificio ni de tiempo ni de bolsillo, para el venezolano común era un calvario que tomaba horas sin garantizar que se conseguiría lo que hiciera falta, y si alcanzaría el bolsillo para comprar lo demás.
La guinda de la torta fue cuando hace unas semanas el vicepresidente Arreaza decidió de repente regular el cartón de huevos, y los huevos desaparecieron, que era la única proteína que se estaba consiguiendo fácil en Venezuela ante la escasez de carne, pollo y el alto costo del pescado. Ahora para conseguir huevos hay que tener paciencia, suerte, o dinero de más para comprarlos a precio de mercado negro. 
Así que estaba segura que la oposición, o más bien el malestar de país, ganaría estas elecciones, pero asumía que muchos chavistas de corazón indignados por la actual crisis económica, sencillamente no saldrían a votar y las elecciones se ganarían con el voto de la oposición resteada. Ni en mi momento más optimista imaginé que la derrota del oficialismo para mandar de nuevo en la Asamblea iba ser tan avasalladora (67-33 y ese poco de votos nulos): no fue que el chavista light y el niní no fueron a votar, porque la abstención fue bajísima, muchos fueron y en lugar de apretar la opción de los ojitos, apretaron la de la manito. Sin quitarle mérito a la intachable dirigencia de la oposición este último año, pareciera ser un voto castigo en contra del actual estado de Venezuela donde reina la escasez, la corrupción, la represión y la violencia sin ningún tipo de mea culpa de aquellos que hoy gobiernan.  
La mayoría de los opinadores en Aporrea hacen un reclamo postelectoral ante el pésimo gobierno del heredero ungido y la corrupción que ha permitido, pero el discurso presidencial de reconocimiento de la derrota  la medianoche del domingo, y las patadas de ahogado de aquellos altos dirigentes ante la perdida de capital político acusando a la oposición de "ventajismo", de una futura "falta de equilibrio de poderes..."  como si el ventajismo y el desequilibrio de poderes no hubiesen sido característicos de los jerarcas de estos últimos 17 años; da pie a pensar que de Maduro y su combo no se podrá esperar ningún propósito enmienda.
Al oír como el presidente desencajado ante el aplastante resultado electoral que ha servido como un plebiscito de su gobierno, Maduro insiste en responsabilizar a la "guerra económica", como si él fuera la víctima y no el gran responsable de la crisis que hoy vivimos en Venezuela, queda claro que el otrora canciller no leyó el mensaje que dio el pueblo venezolano el domingo 6 de diciembre (o que prefiere hacerse el loco): no quiso leer que hace falta un cambio, señor Presidente, y ese cambio no está en la profundización de la revolución según ofrecen los ya añosos líderes de la cúpula roja, en aspirar profundizar políticas que tienen al país en la absoluta miseria, no queremos más conflictos; ese cambio está en volver a buscar el camino para regresar a una Venezuela demócrata, honesta, productiva, unida y en paz. 
Ese mensaje también lo debe leer la oposición, y administrar esta recién ganada cuota de poder en la Asamblea que abre el camino a una mejor Venezuela de manera inteligente: hay que mantener la unidad por un bien mayor, trabajar con pluralidad de ideas y opiniones, para nunca jamás regresar al desequilibrio de poderes en el que hasta este año 2015 vivimos, y que millones de venezolanos esperamos que en el año 2016 ya sea parte del pasado. 

martes, 1 de diciembre de 2015

Pochi y las Dancing Queens

Al ritmo de Do I Do de Stevie Wonder, María Elisa y yo nos arreglábamos para salir esa noche, no era una ocasión especial, pero cada vez que la tía y la sobrina contemporáneas salíamos juntas a rumbear, nos esmerábamos en ser las Dancing Queens por partida doble. No recuerdo la pinta, lo que si recuerdo clarito es que a los 19 años nos felicitamos ante nuestro mutuo reflejo en el espejo: no haría falta voltear el San Antonio, esa noche arrasaríamos, no cabía duda.
De pronto se oyeron pasos atolondrados aproximándose al cuarto, sin tocar la puerta asomó su carita Pochi, como era costumbre entró sin saludar, seguro maquinando qué nueva travesura podía hacerle a estas primas no de sangre sino de cariño. 
Entonces Pochi tendría como seis años, trece menos que nosotras, nuestra relación era de afecto juguetón, ni María Elisa ni yo éramos del tipo pavitas consentidoras, ni Pochi era del tipo niñito mimosín; por eso cuando el pequeño príncipe se sentó en la cama viéndonos fijamente sin emitir palabra, pensamos: "nos la comimos", esa noche cortaríamos rabo y oreja, habíamos pasado el filtro del crítico más exigente. Jurábamos que el diablillo acostumbrado a vernos sin maquillaje, en blue jeans y zapatos de goma, se había quedado sin habla admirado al encontrarnos tan arregladas.  
Se tomó su tiempo y nosotras infladas de vanidad, hasta que el muchachito por fin se decidió a hablar, sin quitarnos la vista de encima suspiró una verdad que le salió del alma: "¡Hay qué ver lo feas que son las dos!". 
Nos desinflamos de inmediato, no tanto por el orgullo herido sino por las carcajadas, se nos corrió el rimmel de las lágrimas de tanto reír. No recuerdo cómo la pasamos esa noche, María Elisa tampoco, pero un momento que jamás olvidaremos por lo divertido que fue es tan espontáneo arrebato de sinceridad infantil. 
Pochi era hijo de Minouche, de esas amigas de mi mamá a quien sentía como familia, desde pequeñita mi mamá me llevaba a su boutique en el Centro Comercial Chacaíto, donde Minouche -de origen francés- traía la última moda de París, frase que podrá sonar a cliché pero que en su caso era la pura verdad: viajaba un par de veces al año a Francia a los desfiles de moda y sus dos tiendas en Caracas (la primera en el Hotel Tamanaco) estaban abastecidas que ni una boutique en la Avenue Montaigne. 
La semana pasada, casualmente, paseaba por el Centro Comercial Chacaíto, antes integrado a la ciudad, hoy enrejado por miedo a la delincuencia. Con mercancía poca surtida, las santamarías de las tiendas apunto de cerrar antes de las cinco de la tarde. Cola frente a FarmaAhorro porque habían llegado toallas sanitarias. Cómo no evocar al sofisticado y moderno Centro Comercial Chacaíto en los años 70 que reunía comercios como Minouche, Ponte Vechio, Drugstore, Le Club, Lectura, la Fuente de Soda El Papagayo, los Cinemás...  Cuando íbamos a Chacaíto mi mamá primero le daba una vuelta a Lectura para ver qué había llegado de nuevo, me regalaba un libro infantil, y después cruzábamos a saludar a Minouche en su tienda, entonces era de las pocas amigas de mi mamá que no tenía hijos.
Me parecía una lástima que no los tuviera no porque yo fuera una Susanita en potencia de las que asumían que todas las mujeres debían tener hijos, sino porque con instinto de niña, sentía que a Minouche le gustaría mucho tenerlos. Por eso cuando por fin salió en estado sus amigos estaban felices por ella, sobre todo porque cuando nació Patrick, o Pochi como le decían desde pequeño, en Minouche se desbordó el inmenso amor acumulado que tenía guardado para su bebé, y se le sentía la madre más dichosa del mundo. 
Eventualmente la boutique de Minouche cerró, como también cerraron Lectura y todos los negocios en Chacaíto antes mencionados. Se volvió imposible el tráfico en la ciudad haciéndonos a los caraqueños cada vez más territoriales. María Elisa y yo abdicamos al trono de Dancing Queens, nos casamos y tuvimos nuestros propios diablitos. Muchos años después del nacimiento de Pochi, a Minouche y a su esposo Karl les llegó una nueva bendición, una niña llamada Maya. Mi mamá y Minouche ya casi no se ven aunque están en contacto permanente por teléfono, yo estoy en contacto con Minouche gracias a Facebook, por ese medio he visto crecer a sus hijos: a Maya en una linda universitaria y a Pochi, que ya no es Pochi sino Patrick, de un travieso duende al guapo papá de un mini Pochi de tres años idéntico a él. 
No conocí a Patrick de adulto, viviendo en la misma ciudad esperaba algún día encontrarnos para jalarle las orejas y decirle cómo se te ocurre, carricito, decirnos feas en semejante derroche de físico, eso no se le hace a las Dancing Queens. Pero no se pudo, la vida no lo permitió, el pasado sábado al mediodía llegando a casa de mi mamá me recibió con la noticia de lo ocurrido, ahí mismo sonó el teléfono, era María Elisa que se acababa de enterar: la noche anterior, a los 39 años, Pochi fue una nueva víctima de esta desalmada ciudad: saliendo a comprar pizza varios tiros impactaron su camioneta, uno de estos tiros le dio en la cabeza, se presume que trató de esquivar un intento de secuestro. No se sabe. Patrick murió al día siguiente sin recobrar el conocimiento. Antes de llamar a Minouche a darle el pésame confirmamos la noticia por Facebook, los mensajes de condolencia comenzaban a llegar, la mayoría con una frase repetida que me encontré escribiendo también: "No hay palabras...".  
No hay palabras que describan tanto dolor como no hay palabras que describan el horror de vivir en una Venezuela con semejantes niveles de violencia. 
Aunque sí, también se encuentran palabras, una palabra aislada como un grito desgarrador incluyó la familia en la papeleta de entierro de su hijo, hermano y padre, una palabra a la que parecen hacer oídos sordos quienes han permitido que Caracas sea una de las ciudades más violentas del mundo: Justicia.