miércoles, 12 de noviembre de 2014

No money, no picture



La crónica del viaje a Berlín quedó muy formal, faltaron anécdotas, como por ejemplo la infortunada visita a Checkpoint Charlie, antiguo punto fronterizo entre las zonas soviética y estadounidense de Berlín por donde no estaba permitido el paso a ciudadanos alemanes. Derribado en el año 1990, vuelto a recrear en el año 2000,  por ese punto de acceso antes del derrumbe del muro solo se le permitía el paso a extranjeros, militares y burócratas de ambas Alemanias. 

Ese domingo Camila y yo ya estábamos lo suficiente ubicadas en la ciudad como para que con la ayuda de Google map, aprovechando uno de los días más azules que recuerde, caminar hasta algunos sitios de interés a los que no nos dio tiempo de bajar en el autobús turístico. 
Como de una mañana tan hermosa no se podía desperdiciar ni un minuto, nos saltamos el buffet de desayuno del hotel y desayunamos brëzels (pretzel) en una panadería cercana. Llegar a Checkpoint Charlie fue un paseo como de media hora, y porque me distraigo fácil tomando fotos de detalles que me llaman la atención: edificios interesantes, arte de calle, un rayo de luz inesperado... Nada que ver con las típicas fotos postales. Por eso cuando por fin llegamos al célebre punto de frontera entre las dos Alemanias, me pareció divertido tomarle una foto a los supuestos soldados norteamericanos, portando orgullosos sus banderas de barras y estrellas, al mismo tiempo que posaban con turistas para el lente de un soldado soviético. 
Lo que sucedió después jamás me habría pasado cuando usaba cámara con rollo, porque antes de tomar una foto, una fotógrafo regularzona como yo, lo pensaba dos veces ya que el revelado era costoso y no se desperdiciaban fotos con nimiedades que solían ser, en la mayoría de los casos, fotos perdidas. Hoy con la facilidad de la fotografía digital se le toma fotos a cualquier tontería, por eso me pareció simpático retratar al rosado soldado soviético, tomando fotos a los turistas posando con sus adversarios americanos, ¿en qué tipo de guachafita terminó esto de Checkpoint Charlie?
Inesperadamente el soldado soviético se volteó hacía mi y en un inglés con fuerte acento nórdico me increpó: "Are you taking my picture?! Why are you taking my picture?!".
Mi mamá siempre me lo dice, que no le esté tomando fotos a la gente en la calle que a nadie le gusta que los retraten sin su consentimiento, y le suelo hacer caso, pero bueno, estábamos en uno de los sitios turísticos por excelencia en Berlín, con decenas de personas con cámaras y teléfonos en la mano: click, click, click... quien me increpaba agresivo estaba uniformado de soldado soviético décadas después de que los rusos dejaron de tener injerencia en Alemania. Por eso ante la mirada gélida del que segundos antes había sido mi modelo involuntario, pensé: "¡rayos, caí como una zoqueta en un show turístico!".
Qué se le iba a hacer, le seguiría la corriente a este Pluto soviético. Como no me destaco por un rápido ingenio, lo único que se me ocurrió fue contestarle con un coqueto:
"Because you're cute".
Aunque este "oficial ruso" tenía de "cute" lo que podía tener de lindo el rollizo tío en las películas de Harry Potter.
Lo que siguió fue lo que debió ser un par de minutos de grito y grito que me resultaron largos como horas: que yo no tenía ningún derecho a tomarle fotos, que estaba invadiendo su intimidad, que si muéstreme la cámara, que si borre la foto, que si no la borró, que si le digo que la borre, que siga pasando fotos que quiero ver si hay otra... 
Jamás me habían gritado de manera tan déspota, al principio en medio de los gritos esperaba alguna señal, un guiño, una sonrisa, un "esto es parte del show". Pero el guiño no llegó,  y eso que me negué a bajar la mirada ante sus fríos ojos azules. Cuando por fin me cayó la locha que como que no era parte de un show, mi mirada pasó del "vamos a seguirle el juego" al más puro desprecio caraqueño - que quema como candela- aunque por dentro estaba temblando agradecida de que el tipo llevara gorra en vez de casco porque me sentía a punto de revivir el oprobioso incidente de la soldado venezolana que le entró a cascazos a la muchacha que se atrevió a tomarle una foto en una manifestación. 
Cuando borré las fotos ante sus ojos, sin insultarlo ni pedirle disculpas, el soldado soviético dejó de gritarme para seguir en lo suyo: retratar a los marines posando con los turistas, como si nada hubiera pasado. 
Mi hija y yo quedamos perturbadas durante el resto del día tras un momento tan desagradable, no entendíamos lo que acabábamos de vivir, era como si en un acto en Disney World el Capitán Garfio se saliera de personaje para caerte a gritos por tomarle una foto. Llegué a la conclusión que después de todo tenía que ser parte del show, una manera de revivir lo que debió haber sido la República Democrática Alemania de ruda y represiva. Nadie le grita a un turista así, seguro que el energúmeno no podía permitir salirse fuera de personaje. Sí, tenía que ser parte del show, me convencí para no amargarme lo que quedaba del viaje, pero qué manera de no romper con la cuarta pared. Cónchale que con un guiño habría bastado.
Menos de un mes después, gracias a las celebraciones del derrumbe del Muro de Berlín, me vengo a enterar lo que realmente sucedió esa mañana gracias a la foto que una amiga montó en Facebook posando en Checkpoint Charlie. Cuando le comenté que me armaron un lío por tomarle una foto al que hacía de soldado soviético, me explicó que se podía posar en la antigua alcabala con soldados americanos, rusos, franceses o británicos, eso sí, previo desembolso de dos euros por persona que quisiera salir en la foto. "No money, no picture". 
Cuando se lo conté a Camila, me dijo: "Por eso el hombre gritaba que si querías su foto tenías que pagarle primero". Inmersa en mi papel de caraqueñita que no se amilana ante ninguna autoridad déspota, no me percaté que la ironía era aún mayor: lo que realmente exigía el soldado soviético no era que se le respetase su intimidad, sino su tajada capitalista.
En medio del gentío esa mañana azul en Berlín no me fijé que la otrora alcabala militar hoy servía como caja registradora donde se cobra el derecho a posar con cualquiera de las dos Alemanias, que todavía hay quienes simpatizan con la antigua parte comunista. 
Qué iba a imaginar yo que tomarle una foto a un tipo poco agraciado disfrazado de soldado soviético había que pagarse. 
Revisando imágenes similares por Google, me fijé que algunos soldados en Checkpoint Charlie llevan guindados en el uniforme su tarifa por posar. No hay gran diferencia con los Elmos, Hello Kittys y Spidermans que circulan por Times Square en Nueva York, esos que amedrentan a los turistas que no les dan la propina esperada por tomar sus fotos. Solo que esto de cobrar por posar con los falsos soldados en Berlín es un negocio tan legal como cobrar por posar con San Nicolás en cualquier centro comercial. 
Solo entonces comprendí que que este soldadito soviético de utilería me cayera a gritos en plena plaza pública, lo que para mi fue uno de los momentos más bochornosos de mi vida, para el muy desgraciado fue: "Business as usual". 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Good Bye Berlín, Hello Caracas



Este domingo 9 de noviembre en Alemania se celebrarán en grande los 25 años del derrumbe del muro de Berlín y el fin de la República Democrática Alemana, casualmente en octubre de 2014 realicé el sueño de visitar esta espléndida ciudad, sueño reciente ya que solo de unos añitos para acá todo el que visita el antiguo epicentro del Third Reich, que desde agosto 1961 hasta noviembre de 1989 estuvo divida por el conocido como "muro de la vergüenza", regresa enamorado de su actual efervescencia. Quienes la visitaron cuando estaba partida en dos, y desde entonces no han regresado, se sorprenden cuando les describen tan drástico cambio: la Berlín dividida era una ciudad "triste" y "fría", un lado muchísimo más triste que el otro. 
Fría sigue siendo, triste ya no. 
Mi visita fue corta, cuatro noches y cinco días, pero logré ver los puntos turísticos más importantes de la ciudad, estadía que coincidió con "El Festival de Luces" que desde hace diez años se celebra durante tres semanas en octubre, iluminando todas las noches sus principales edificios y monumentos. El Scandic Berlín Postdamerplatz fue el hotel donde mi hija y yo nos alojamos, parte de una cadena escandinava que se ofrece como "ecofriendly", lo que significó: económico, minimalista, bonito pero sin lujos, con trino de pajaritos dentro del ascensor, moderno y limpio, copiosos desayunos, mini bar gratis con bieres incluidas, y sobre todo, muy bien situado, en una zona tranquila a pocas cuadras de Postdamerplatz, aquella plaza que los ángeles de Wim Wenders tenían tomada, y que hoy es sinónimo de lo mejor de la modernidad. 
En el año 2014 para quien se medio maneje en inglés el idioma no es una barrera en Berlín, por lo menos en las partes donde abundan los turistas no hay quien no lo hable, sin embargo el berlinés es de trato seco con el turista que raya casi en lo descortés. Y eso éramos mi hija y yo en Berlín, las propias turistas, tanto que por primera vez en mi vida compré tickets para los autobuses de dos pisos que gracias a audífonos con varios idiomas a elegir, se puede seguir la historia de la ciudad a medida que se recorren diversos puntos de interés, teniendo el pasajero la oportunidad de subir y bajar a su gusto en distintas paradas. 
Gracias a la narración que iba escuchando en el tráfico de Berlín, mucho más leve que el de Caracas, me enteré que aproximadamente el 70 por ciento de la ciudad quedó en ruinas tras la Segunda Guerra Mundial,  y para terminar de hundirla en la miseria se le añadió la división entre la Berlín Oriental y la Occidental: una Berlín estancada en el comunismo y otra abierta al progreso. Por eso lo que más me impresionó gratamente en mi breve visita no fue haber tenido la suerte de coincidir con un programa de Strauss y Mozart en la Filarmónica de Berlín, ni la Branderburg Thor iluminada con variados diseños de luces, ni la sobria belleza del Homenaje a las víctimas del Holocausto; ni siquiera la deslumbrante arquitectura moderna de la ciudad, ni los orígenes de la civilización exhibidos en el Museo Pergamon, o la variedad de salchichas y cervezas que sin duda aumentaron mi nivel de triglicéridos; como caraqueña viviendo en una ciudad desvencijada y dividida ideológicamente, lo que más agradecí de mi visita a Berlín, salvando las distancias, fue constatar cómo fue reconstruída en menos de dos décadas tras semejante devastación física y moral. 
De regreso a Caracas, entre la oferta de películas del vuelo de Air France estaba la alemana Goodbye, Lenin!, que no veía desde su estreno en el año 2003, la disfruté aún más que la primera vez que la vi, fue otra lectura ver esta película de Wolfang Becker tras mi visita a Berlín y ante el difícil momento que vivimos en Venezuela, donde quizás no estemos divididos por un muro cubierto de alambres de púas, ni fieros guardias armados de rifles evitando deserciones de un lado a otro, pero si hay una división ideológica que parece infranqueable, una obligada homogeneidad de pensamiento de quienes ostentan poder, y una escasez de productos de primera necesidad que casi se iguala con la situación de un país en postguerra.
Contar de qué va Goodbye, Lenin! es como contar de qué va El mago de Oz, ¿quién no la ha visto? (y si no la has visto vela ya), once años después de estrenada y 25 años después de derribado el muro, pareciera que no ha cambiado mucho Alexanderplatz, principal escenario de la película, como sí cambió radicalmente en cuestión de meses (ocho son los que pasa la madre en coma perdiéndose el derrumbe del muro de Berlín) la dinámica de la parte de la ciudad que quedó en manos soviéticas, tanto que el hijo temiendo terminar de romperle el corazoncito comunista a su madre convaleciente, al no poder ocultarle más la unificación de las dos Alemanias, hace lo posible por hacerle creer que en la batalla de las ideas, el comunismo triunfó y son los antiguos capitalistas quienes derrumbaron el muro para abrazar las austeras costumbres de la República Democrática Alemana. 
Sí Luis.
La hermana del hijo abnegado lo secunda en la farsa, pero todo sacrificio, hasta por amor a la madre enferma, tiene su punto de quiebre, el de la hija es volver a ponerle a su bebé pantaletas plásticas. 
Tras tres semanas fuera (el resto del viaje en París de visita a mi hermano y su familia), de regreso en Venezuela no tardé en entrar en la dinámica de las colas y la escasez que lejos de mejorar cada día se torna peor. Esta semana llegaron pañales a diversos Farmatodos, daba dolor de país ver las largas colas que salían a la calle de madres con sus bebés cargados para demostrar que el niño existía, que no eran bachaqueras. En algunas farmacias piden las partidas de nacimientos de los niños antes de vender pañales, en otras el número de cédula de la madre para venderles dos paquetes por semana, no importa que sea madre de morochos o que el bebé tenga diarrea. Sin excepciones.
Pantaletas de plástico para su bebé fue el punto de quiebre de la hija sacrificada para mantener vivo el sueño político de su madre... nosotros en Venezuela lejos de evolucionar con este sueño revolucionario pareciera que estamos involucionando, cada vez más parecidos a esa represiva República Democrática Alemana que este domingo a todo trapo se celebrarán los 25 años de su desaparición.
¿Cuál será el punto de quiebre del pueblo venezolano?