martes, 23 de mayo de 2017

Postales de San Telmo




El viaje a Buenos Aires lo planeamos cuando el tiempo en Madurolandia parecía congelado, días antes de que el rocanrol que hoy vivimos en Venezuela entre protestas y represión comenzara. Pensamos en posponerlo, además de por compromiso con el país, porque da miedo dejar a la familia en medio de tanta turbulencia, pero conscientes de que este momento histórico quizás vaya para largo, mi esposo y yo optamos por tocar taima y salir en el primer viaje que hacemos solos en 27 años de casados. 

(Así estaremos de mal en Venezuela que hasta para viajar una semana sentimos que hay que dar una explicación).

Corrimos con suerte, no tocó tráfico para llegar al aeropuerto, ese sábado la GNB no trancó la autopista, y solo nos tocó presenciar una triste despedida de las decenas de tristes despedidas que en Maiquetía se ven a diario: papá, mamá, despedían a una hija consentida, lo suficientemente grande para irse a vivir sola a un país lejano, lo suficientemente muchachita para llevar un conejo de peluche abrazado. En el último amapuche familiar donde se mezclaban las lágrimas, reconocí al papá como un evitador de intensidades, cuando entre jipitos le dijo a su muchacha: "¿A quién le voy a martillar cigarros?". Minutos después en la cola de revisión de pasaportes, las lágrimas de la chica todavía humedecían sus ojos, pero en el rostro no podía disimular una sonrisa, como diciendo: "Salgo de esta pesadilla, ahora es que empieza mi vida". 

(Quién quita que un raído conejo de largas orejas blancas quedara olvidado en una incómoda silla de Maiquetía).

En el frío piso yacían decenas de pasajeros de Conviasa varados en el aeropuerto Simón Bolívar. Ese sábado 13 de mayo, ya tenían seis días de campamento más de 85 pasajeros en espera de un avión que los llevara bien lejos a España o Argentina, "sin contar los que prefirieron aceptar la oferta del hotel o regresar a Caracas mientras se encuentra una solución ante el problema de la falta de aviones de la compañía aérea nacional". Los que optaron por quedarse a pesar de no tener ni cama donde dormir, no se querían ir porque temían que al abandonar el terminal perderían el reclamo a viajar.  Viajé a Buenos Aires, regresé, y los pasajeros de Conviasa siguen en Maiquetía como en aquel cuento de Mario Benedetti de unos pasajeros varados eternamente en un aeropuerto cuando en realidad están en el limbo. 

(Menos mal que no reservamos en Conviasa). 

Bastó que una amiga, cuando le dije que me iba una semana a Buenos Aires, me cantara eso de "mándame una postal de San Telmo" para que durante todo el viaje se me pegara la bendita canción de Joaquín Sabina. La primera visita aprovechando que era domingo fue precisamente al famoso mercado de anticuarios y artesanos, donde el primer stand en el que me detuve era de una señora que junto con recuerdos de Eva Perón, ofrecía recuerdos con la imagen de uno de mis escritores preferidos: Julio Cortazar. Le compré un bolso con la foto del autor de Bestiario. Trató sin éxito de venderme un souvenir con la imagen de Evita. Terminamos hablando de Tomás Eloy Martínez, cuenta que fue su amiga, compañeros en un taller: "Era un gran seductor". Hasta se sonrojó. Le dije que no tuve la oportunidad de conocer a Martínez, pero en Venezuela se le apreciaba mucho como maestro de periodistas gracias a su paso como Jefe de redacción del Diario de Caracas.  

("¿Y, es cierto que están tan mal en Venezuela?", pregunta que se repitió y repitió a lo largo de nuestra estadía). 

En el ranking de souvenirs en Buenos Aires domina la imagen de Mafalda y sus amigos, que me perdone Mafalda pero está hasta en la sopa. De cerca le sigue Evita. No muy lejos el Che Guevara. Me sorprendió la presencia de Frida Kahlo en Buenos Aires, pareciera hasta más popular que el papa Francisco, Maradona y Gardel, y ni se diga que Borges o Cortazar, entre los gustos más intelectualosos. Tras tantas veces Frida no pude evitar preguntarle a un vendedor que insistía en encasquetarme una franela con la imagen de la artista mexicana que por qué era tan popular entre los souvenirs en Argentina. La respuesta no pudo ser más obvia: "Porque Frida vende". 

(Dahhhh). 

Ese domingo -día del clásico Boca/River- en un más desierto atardecer de lo usual en San Telmo nos cruzamos con nuestras primeras paisanas: un par de muchachas vendiendo arepas que llevaban en una cava. Nos contaron que apenas habían llegado a Buenos Aires hace tres semanas pero estaban contentas y les iba bien. A lo largo de nuestra estadía nos cruzamos en cada esquina con el acento venezolano, casi siempre de muchachos que no llegan a los treinta años, nos deteníamos a conversar con ellos, a preguntarles de dónde eran (de diversas ciudades de Venezuela). Estaban en todos lados: dependientes, mesoneros, hasta un vigilante en la famosa librería del Ateneo. Si algo tenían en común, además de su juventud, es que eran emigrantes recientes, huyeron del estancamiento y la violencia de la Venezuela de Maduro. De todos me despedía deseándoles lo mismo: "Suerte en Buenos Aires". 

(Aunque en realidad lo que les deseo a todos los jóvenes venezolanos es que pronto puedan sentir que en Venezuela tienen futuro). 

El lunes quisimos conocer Palermo, mala elección porque es un día lento en una de las zonas con más vida en Buenos Aires, descubrimos que los lunes gran parte de los restaurantes de la ciudad están cerrados. Terminamos almorzando en uno donde éramos los únicos comensales, siendo atendidos por un simpático barquisimetano que nos contó su historia: "Mi novia y yo tenemos los dos 27 años, nos vinimos a vivir a Buenos Aires hace tres meses porque a pesar de que como profesionales ganábamos buenos sueldos en bolívares, no nos daba para vivir juntos como pareja. Aquí trabajamos como mesoneros, nos da para alquilar un apartamento, vivimos cómodos, y hasta alcanza para mandarle dinero a nuestras familias. Pero ¡hermano qué frío puede hacer aquí! Para un barquisimetano es difícil acostumbrarse, y eso que apenas estamos en otoño. Todos los días rezo para que las cosas se medio arreglen en Venezuela para poder regresar, tenemos el apartamento lleno de velitas a la Divina Pastora para que suceda rápido". 

(Amén).

No podía faltar la visita al famoso cementerio de Recoleta, aprovechamos que un guía daba un tour a un grupo de colegiales para oír algunos mitos e historias que recuerdan tantas leyendas venezolanas como la novia en la carretera, o la leyenda de María Francia, patrona de estudiantes. Al pasar frente al panteón donde yacen los restos de Raúl Alfonsín, el guía les recordó a los muchachos que en Argentina cuando sus padres eran chicos se vivía en Dictadura militar. Al presidente Alfonsín se le conoce popularmente como "el padre de la Democracia" porque fue el primer presidente demócrata tras esos años de fuerte represión. A estos jóvenes argentinos les parecerá tiempos tan lejanos como la leyenda de la Dama de Blanco. Suspiro preguntándome a quién le corresponderá en Venezuela el honor de ser recordado como el nuevo padre de la Democracia ¿cuánto tiempo habrá de pasar? ¿Días, meses o años? El guía manda a los chicos a la tumba de Evita en un estrecho pasillo del cementerio: "A pesar de su sencillez se reconoce porque es la única que siempre está llena de flores". Aprovecha que los niños se van para encender un pucho y yo para conversar con él, identificándome como venezolana. 

("Déjeme decirle una cosa desde la voz de la experiencia, señora, cuando al fin pase lo que hoy viven en su país, no pasará del todo, tardan muchos años en sanarse las heridas que deja una Dictadura").

Es inmensa Buenos Aires, quizás la ciudad más grande que haya tenido la suerte de visitar, por lo menos la de avenidas más amplias. La caminé como hoy solo se camina en Caracas para marchar. Los porteños muy amables, de lo poco que no me gustó de la ciudad es que en la relación carros-peatones, los autos parecen tener prioridad. Buenos Aires es una ciudad que vibra hasta tarde en la noche, lo que hace rato perdimos en nuestra sufrida Caracas. Seis días no dan para mucho, no pude ver sino a uno de los tantos amigos que hoy viven allá, logré conocer el Museo de Bellas Artes pero no el de Arte Contemporáneo, no fui al teatro, pero si a la Biela a tomar un café sentada al lado de la mesa de eterna tertulia de Borges y Bioy Casares. Llegué al último día de la Feria del Libro, pude visitar algunas de las tantas librerías de la ciudad, además de a los vendedores de libros de ocasión. Quedó bastante por conocer, buena razón para querer regresar, el último día tocó el peregrinaje que a todo venezolano en tiempos de Maduro le toca hacer si sale de viaje: visitar una farmacia para conseguir medicinas desaparecidas en nuestro país. Ya los farmaceutas de otras naciones latinoamericanas cuando aparece un cliente venezolano ni preguntan porqué compramos tantos medicamentos de tan variada índole, ellos saben por lo que estamos pasando, te ayudan como mejor pueden en conseguir los distintos nombres de acuerdo a su componente acompañado del récipe de un médico venezolano. Discretos como buenos profesionales, solo el dependiente en una óptica, lamentando que mi prescripción de lentes de contacto no sea fácil de conseguir y no llegaría a tiempo, se atrevió a preguntarme: "¿Por qué se va regresar a un país donde se está pasando tantas necesidades?".
"Porque es mi país".

(Y porque hay que seguir luchando para que nuestros muchachos que se han ido, quieran regresar). 


















martes, 2 de mayo de 2017

Prohibido entrar en pánico



Llegamos al mediodía a la marcha del primero de mayo que supuestamente se dirigía al Tribunal Supremo de Justicia. Le entramos por Chacao en el punto de vuelvan caras donde la multitud en lugar de dirigirse hacía el oeste, como se tenía planificado, se devolvía hacía el este, casi todos los pasos trancados por la Guardia Nacional Bolivariana. Llegamos aparentemente justo en el momento en el que se tomaba la decisión de por cuál camino agarrar, lo que debía ser una marcha ese mediodía era una multitudinaria concentración de impotencia de país.
Mi esposo, mis hijas y yo nos fuimos adentrando en la multitud pegados a la pared de un edificio en construcción en la avenida Francisco de Miranda. A pocos metros de la tarima, los líderes de la oposición hablando. No se veía quiénes estaban, tampoco se oía mucho de sus discursos políticos, lo que se oía era el rumor de los cientos de miles de venezolanos que salimos ese día a gritar nuestra inconformidad a un TSJ parcializado con una Dictadura, recordarles que: "Y no, y no, y no nos quitarán el derecho a protestar".
Tenemos como 16 años cantando ese mismo estribillo, y aquí seguimos en la lucha.
Mi familia no había avanzado ni media cuadra dentro de la multitud cuando me entró un súbito ataque de claustrofobia bordeando al pánico, saber que no podía avanzar ni retroceder presa entre miles de personas, que si desfallecía no tendría espacio donde caer, que tendrían que cargar conmigo como si fuera un bacalao, que en esos largos minutos antes de encontrar un desahogo no había escapatoria, solo guapear y seguir para adelante. Por lo visto no era la única, varios grupos familiares se agarraban tipo trencito buscando cualquier mínima brecha para abrirse paso. Dos señoras que marchaban solas se unieron a nuestro trencito, una de ellas se agarró de mi cintura como si nos conociéramos de toda la vida
Como la canción de moda: "Pasito a pasito, suave suavecito", nos fuimos abriendo paso hasta cruzar a la izquierda en la principal de La Castellana, donde la entrada de un edificio nos dio albergue para sosegar la claustrofobia.
Ese fue el momento que los vi, decenas de muchachos se alistaban para encabezar la marcha, chicos entre los 15 y los 22 años, poco más que unos niños. A uno de ellos lo acompañaba su mamá quien se cercioró de que su muchacho tuviera la máscara antigas bien puesta, antes de darle un beso en la frente y la bendición. La imagen de una madre que despide a un hijo que se va a la guerra.
En ese momento me volví la señora que llora en las marchas.
Me di cuenta que la marcha seguiría el camino que tomaran esos valientes muchachos, quienes no estaban armados más que con su determinación de abrir paso ante la Dictadura que tiene secuestrados el presente y el futuro de Venezuela.
Como lo que soy es una confesa guerrera del teclado, me quedé en el albergue improvisado donde vi miles y miles de personas pasar, algunos cargando sentidas consignas, otros tomando una breve pausa para un selfie, pero ya el ambiente de las marchas no es de verbena sino de Resistencia activa. Casi dos horas vi pasar ríos de gente rumbo a la Cota Mil, provenientes del sur y del este de Caracas, la marcha que salía desde el oeste estaba siendo reprimida con más fuerza aún. Quienes eran parte de la marea humana caminaban con determinación a pesar de estar conscientes de que como ya se ha vuelto costumbre en la Venezuela de Maduro, la represión sería fuerte, probablemente les tocaría enfrentarse a las tanquetas que reparten, como si fuera confetti, perdigones y bombas lacrimógenas entre la multitud que no se cansa de marchar por retomar el hilo constitucional.
De la narrativa que se leían en los cientos de carteles la que más me conmovió fue la del señor que marchaba con un mensaje en marcador escrito en cartulina: "Hija si logras ver esto hoy marcho por ti para que puedas volver a nuestro país".
Muchachos que se van de Venezuela buscando un futuro, muchachos que se enfrentan como Davids a tanquetas militares para recuperar ese futuro. Uno esperaría que en momentos tan álgidos de la Historia de Venezuela, cuando ya a pocos les queda la duda que vivimos en Dictadura, el gobierno abriría una válvula de escape para aliviar un poco la tensión política del país, pero lejos de hacerlo lo que hace es cerrar el cerco tiránico: anoche Maduro decretó abrir paso a una constituyente comunal que habría de quitarle el poder a cualquier ente que no estuviera de acuerdo con su tiranía. Un golpe a la constitución que con tanto orgullo esgrimía su padre espiritual y antecesor. Aquella que llamaban con cariño: "La bicha".
Las fuerzas armadas, supuestas garantes de la constitución y que hoy solo parecen servir para reprimir muchachitos, contra la abierta violación constitucional todavía no se han manifestado.
Anoche al tratar de dormir daba vueltas en la cama, aturdida por la cantidad de marchas acumuladas estos últimos días, estos últimos dieciséis años, me sentía casi tan claustrofóbica como los minutos atrapada entre la multitud en la avenida Francisco de Miranda: con el presente paralizado por una tiranía, sin salida a la vista... pero lo vamos a lograr, pasito a pasito, dudo que suave suavecito, prohibido entrar en pánico, no podemos flaquear, que más temprano que tarde, con la determinación de millones de venezolanos de no rendirnos, saldremos de esta tiranía, se lo debemos a nuestros muchachos.