martes, 2 de mayo de 2017

Prohibido entrar en pánico



Llegamos al mediodía a la marcha del primero de mayo que supuestamente se dirigía al Tribunal Supremo de Justicia. Le entramos por Chacao en el punto de vuelvan caras donde la multitud en lugar de dirigirse hacía el oeste, como se tenía planificado, se devolvía hacía el este, casi todos los pasos trancados por la Guardia Nacional Bolivariana. Llegamos aparentemente justo en el momento en el que se tomaba la decisión de por cuál camino agarrar, lo que debía ser una marcha ese mediodía era una multitudinaria concentración de impotencia de país.
Mi esposo, mis hijas y yo nos fuimos adentrando en la multitud pegados a la pared de un edificio en construcción en la avenida Francisco de Miranda. A pocos metros de la tarima, los líderes de la oposición hablando. No se veía quiénes estaban, tampoco se oía mucho de sus discursos políticos, lo que se oía era el rumor de los cientos de miles de venezolanos que salimos ese día a gritar nuestra inconformidad a un TSJ parcializado con una Dictadura, recordarles que: "Y no, y no, y no nos quitarán el derecho a protestar".
Tenemos como 16 años cantando ese mismo estribillo, y aquí seguimos en la lucha.
Mi familia no había avanzado ni media cuadra dentro de la multitud cuando me entró un súbito ataque de claustrofobia bordeando al pánico, saber que no podía avanzar ni retroceder presa entre miles de personas, que si desfallecía no tendría espacio donde caer, que tendrían que cargar conmigo como si fuera un bacalao, que en esos largos minutos antes de encontrar un desahogo no había escapatoria, solo guapear y seguir para adelante. Por lo visto no era la única, varios grupos familiares se agarraban tipo trencito buscando cualquier mínima brecha para abrirse paso. Dos señoras que marchaban solas se unieron a nuestro trencito, una de ellas se agarró de mi cintura como si nos conociéramos de toda la vida
Como la canción de moda: "Pasito a pasito, suave suavecito", nos fuimos abriendo paso hasta cruzar a la izquierda en la principal de La Castellana, donde la entrada de un edificio nos dio albergue para sosegar la claustrofobia.
Ese fue el momento que los vi, decenas de muchachos se alistaban para encabezar la marcha, chicos entre los 15 y los 22 años, poco más que unos niños. A uno de ellos lo acompañaba su mamá quien se cercioró de que su muchacho tuviera la máscara antigas bien puesta, antes de darle un beso en la frente y la bendición. La imagen de una madre que despide a un hijo que se va a la guerra.
En ese momento me volví la señora que llora en las marchas.
Me di cuenta que la marcha seguiría el camino que tomaran esos valientes muchachos, quienes no estaban armados más que con su determinación de abrir paso ante la Dictadura que tiene secuestrados el presente y el futuro de Venezuela.
Como lo que soy es una confesa guerrera del teclado, me quedé en el albergue improvisado donde vi miles y miles de personas pasar, algunos cargando sentidas consignas, otros tomando una breve pausa para un selfie, pero ya el ambiente de las marchas no es de verbena sino de Resistencia activa. Casi dos horas vi pasar ríos de gente rumbo a la Cota Mil, provenientes del sur y del este de Caracas, la marcha que salía desde el oeste estaba siendo reprimida con más fuerza aún. Quienes eran parte de la marea humana caminaban con determinación a pesar de estar conscientes de que como ya se ha vuelto costumbre en la Venezuela de Maduro, la represión sería fuerte, probablemente les tocaría enfrentarse a las tanquetas que reparten, como si fuera confetti, perdigones y bombas lacrimógenas entre la multitud que no se cansa de marchar por retomar el hilo constitucional.
De la narrativa que se leían en los cientos de carteles la que más me conmovió fue la del señor que marchaba con un mensaje en marcador escrito en cartulina: "Hija si logras ver esto hoy marcho por ti para que puedas volver a nuestro país".
Muchachos que se van de Venezuela buscando un futuro, muchachos que se enfrentan como Davids a tanquetas militares para recuperar ese futuro. Uno esperaría que en momentos tan álgidos de la Historia de Venezuela, cuando ya a pocos les queda la duda que vivimos en Dictadura, el gobierno abriría una válvula de escape para aliviar un poco la tensión política del país, pero lejos de hacerlo lo que hace es cerrar el cerco tiránico: anoche Maduro decretó abrir paso a una constituyente comunal que habría de quitarle el poder a cualquier ente que no estuviera de acuerdo con su tiranía. Un golpe a la constitución que con tanto orgullo esgrimía su padre espiritual y antecesor. Aquella que llamaban con cariño: "La bicha".
Las fuerzas armadas, supuestas garantes de la constitución y que hoy solo parecen servir para reprimir muchachitos, contra la abierta violación constitucional todavía no se han manifestado.
Anoche al tratar de dormir daba vueltas en la cama, aturdida por la cantidad de marchas acumuladas estos últimos días, estos últimos dieciséis años, me sentía casi tan claustrofóbica como los minutos atrapada entre la multitud en la avenida Francisco de Miranda: con el presente paralizado por una tiranía, sin salida a la vista... pero lo vamos a lograr, pasito a pasito, dudo que suave suavecito, prohibido entrar en pánico, no podemos flaquear, que más temprano que tarde, con la determinación de millones de venezolanos de no rendirnos, saldremos de esta tiranía, se lo debemos a nuestros muchachos.

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