Hasta hace pocos años, como cuatro o cinco años a lo más, si a alguien se le ocurría preguntarme “¿Tercera edad?”, contestaba algo así como: “¡¿Tú me ves cara de vieja?!”, semejante ofensa me dejaba un incómodo malestar durante semanas pensando: “Estoy acabada”, luego me consolaba a sabiendas que para la gente joven, cualquier persona que pasara de los cuarenta años, era de la tercera edad a menos que demostrara lo contrario.
Un extraño fenómeno ocurre apenas cumplimos los sesenta, edad que para muchos efectos comienza la tercera edad, de inmediato abrazamos eso de ser sexagenarios y no nos perdemos ni una ventaja ni un descuento.
Y si nos dicen que la tercera edad se aplica después de los sesenta y cinco años, lejos de alegrarnos por ser considerados demasiado jóvenes para merecer el tratamiento, nos lamentamos de no haber logrado el corte, porque no es solo asunto de ahorrarse un veinte por ciento en la entrada al Cine, también por ventajas como el nuevo reglamento del Saime que a partir de los sesenta años quienes necesiten sacar cédula, se podrán presentar en la oficina de su preferencia sin previa cita.
Así que cobijándome en la ley que como sexagenaria me ampara, hace unas semanas me presenté en la oficina del Saime en San Bernardino a las once de la mañana para sacarme cédula nueva.
Recordando colas pasadas, me impresionó que había poca gente en el patio de la pequeña casa donde queda la oficina de cedulación, entregué la copia de mi cédula a la funcionaria en la entrada:
- ¿Cita?
- Soy tercera edad.
- ¿Qué edad tiene usted?- me preguntó con desconfianza.
- Sesenta y dos años- contesté con orgullo de abuelita bien conservada.
No hubo un ¡niña estás estupenda!, me dijo que hiciera la cola, cuando terminaran con la cedulación de los niños pasaban a la tercera edad.
¡Málditos chiquillos que son prioridad antes que las abuelitas!
La cola era corta, pero lenta, esta viejita no fue preparada para el intenso sol del mediodía, a pocos metros de donde empezaba la fila había un murito donde podría sentarme protegida del sol por la sombra de un árbol. La fila comienza a moverse en la entrada a la oficina, quienes está sentados bajo la sombra, se hacen los locos para no perderla. Ahí es que se me sale el vieja loca:
-¡Epa, epa, epa, la fila está avanzando, que todos queremos sombra, habemos personas de la tercera edad esperando!
Los vivas, o las vivas porque eran unas mujeres jóvenes, se ven obligadas a avanzar y ceder el puesto preferencial desde donde veo llegar a una abuelita, la funcionaria de inmediato le toma el brazo y la hace pasar a la oficina.
Sentada bajo la sombra veo entrar a la abuelita sin quejarme, pensando que apenas estoy aterrizando en la tercera edad, habrá que esperar con paciencia al Premium de la Cuarta.
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