martes, 22 de mayo de 2012

Caribeo (It gets better)


Los niños venezolanos de los años 70 lo llamábamos "caribeo", hasta hace poco se le conoció como "chalequeo", y desde hace un tiempo ha adoptado el anglicismo de "bullying", de la forma que lo llamen pocos trances peores en la infancia y en la adolescencia que sentirte víctima fácil de tus compañeros.
Una chica de quinto año de una pequeña escuela privada hizo la tesis sobre el bullying en su colegio, pasó una encuesta en los recreos y los resultaron dieron que el sesenta por ciento de los encuestados en algún momento se sintieron víctimas de algún tipo de chalequeo. Los jurados se  indignaron, cómo iba a asegurar que en este idílico colegio donde desde pequeños se les fomenta a los estudiantes valores como la tolerancia, el compañerismo y el respeto, era un nido de víboras donde los más débiles terminaban sucumbiendo.
Quizás el problema de la tesis fue la amplitud de la definición de chalequeo que abarcaba desde "me miraron feo" hasta formas más graves como denigrar a la víctima vía Internet, lo que se conoce como Cyber-Bully.  No cabe duda es que el chalequeo se ha magnificado gracias a las redes sociales, quiero pensar que en mi adolescencia no éramos tan malos, por lo menos esta niña distraída nunca se sintió caribeada, tampoco caribeó a nadie, ni le rió las caribeadas a los demás.
¿Los chamos de antes éramos mejores personas que los de ahora? Eso podía haber jurado hasta la noche en la que me senté a conversar con Carlos Alfredo.
Carlos Alfredo estaba como cuatro años por encima mío en el colegio, no compartimos recreo pero claro que sabía quién era él: los maestros, los bedeles, las secretarias, los estudiantes mayores, los estudiantes menores, no había en la escuela quien ignorara su nombre. Sin ser el más buenmozo ni el más inteligente era líder de naturaleza. No me he vuelto a topar a alguien con un aura de atracción similar. Cuando en cuarto año de bachillerato lo expulsaron del colegio, su brillo lejos de extinguirse, creció llegando al nivel de leyenda.
Nadie podía ser más cool que Carlos Alfredo.
Nunca le perdí la pista al rock star del colegio, cuando crecí orbitamos en el mismo círculo social, a pesar del traspiés en bachillerato, se gradúo sin problemas en la universidad, ha tenido una vida profesional respetable, se casó, tuvo hijos, se divorció; pero en términos generales su potente estrella sigue iluminándolo, es el mismo tipo con ángel al que recuerdo en mi infancia, por eso esa Semana Santa en la que coincidimos en Margarita, una noche mi esposo y yo lo invitamos a compartir un pargo en la casita de Guacuco.
 Carlos Alfredo llegó puntual, vino vestido con camisa hawaina, acompañado de su novia y una botella de vino blanco. Tras agotar el tema del país y en qué andan los muchachos, para gran fastidio de nuestra parejas, caímos en la nostalgia escolar. El pana ya hacía tiempo había celebrado 30 años de la promoción con la que no se llegó a graduar, y yo estaba por celebrarlos. Compartimos detalles tipo: "y qué fue de la vida de...", hasta que inevitablemente salió a colación Guil: si Carlos Alfredo era el chico con más encanto en el colegio, Guil demostró ser la estrella que más brilló fuera de sus fronteras, ha tenido una carrera artística  meritoria, su nombre es reconocido tanto nacional como internacionalmente.
"Y yo que lo tenía a monte", me reconoció Carlos Alfredo.
"¿Cómo así?", le pregunté.
"Lo llamaba "pargo" en sus narices...".
 It gets better  fue bautizado un proyecto en la web en los Estados Unidos para subirle el autoestima a los adolescentes chalequeados, sobre todo por su sexualidad. A algunos chamos el bullying los quiebra tanto que terminan suicidándose, por eso quienes ya superaron tan odiosa edad insisten por medio de esta página web a los chamos que hoy se sienten infelices: "It gets better".
Y sí, la vida de adultos suele ser mejor que la adolescencia del estudiante chalequeado, por lo menos lo fue para Guil. Cuenta Carlos Alfredo que un sábado en la noche estaba en su casa viendo televisión cuando pasaron un programa especial por Globovisión dedicado a su antiguo condiscípulo. Lo vio completo y se le removió la adolescencia, cómo lo había martirizado, cómo se burlaba de él, y cómo a pesar de tanto chalequeo, hoy Guil era un tipo exitoso que no se permitió hundir por el implacable trato de algunos compañeros en el colegio.
 En este caso si funcionó el lugar común que lo que no te mata te hace más fuerte.
Tanto fue el remordimiento de conciencia que atacó a Carlos Alfredo, que a las 11 de la noche se averiguó el teléfono de Guil para llamarlo y pedirle perdón. A la segunda repicada la llamada fue atendida:
"Aló"
"Aló Guil".
"¿Carlos Alfredo acaso no te cansas de molestarme?".
 Carlos se quedó frío: más de 30 años sin hablar, y Guil le reconoció inmediatamente la voz. Dudó si colgar, respiró hondo y siguió:
"Precisamente pana, te estoy llamando para pedirte perdón, es que acabo de ver el programa de televisión dedicado a tus logros profesionales, y se me removió la conciencia de todo lo que te hice en el colegio, es que era carajito, te veía distinto, no sabía cómo tratarte, hoy me doy cuenta que fui un cretino no porque seas famoso sino porque lo fui, y por eso te llamo a pedirte disculpas".
Me dijo Carlos Alfredo que esa noche él y Guil pasaron dos horas hablando por teléfono, hicieron catarsis, lloraron, rieron y aunque no se puede exagerar diciendo que hoy son mejores amigos, esta historia es un ejemplo Caribe de que It gets better, vaya que para Guil lo fue.


miércoles, 16 de mayo de 2012

La bandera del triunfo


La verdad es que una quiere alegrarse con el triunfo de Pastor Maldonado en el Gran Premio de España de la Fórmula-1, fue emocionante verlo llegar de primero frente a Fernando Alonso y Raikkonen, ver como dos campeones del elitista circuito de carreras alzaban sobre sus hombros a este muchacho maracayero. 
Obviemos la discusión ética de lo que le costó a PDVSA mantener a un piloto en el circuito más exigente de carreras -66 millones de dólares según dicen, el 22 % de la escudería inglesa Williams- que sobre este punto nadie se va a poner de acuerdo que si qué falta le harían esos reales a los hospitales y a las escuelas en nuestro desasistido país... o que si la gloria deportiva y el orgullo de ver la bandera de Venezuela en alto no tiene precio, o que si es una inversión publicitaria que ya se pagó al triunfar Maldonado y llevar el  logo de PDVSA a millones de televisores del mundo entero.  
De verdad que me alegré del triunfo de Pastor porque en esta familia sí somos fanáticos de la Fórmula 1, no creo que emocionarse al oír el "Gloria al bravo pueblo" en Barcelona nos condene a ser patrioteros, y quería seguir alegrándome para ligar al compatriota en las próximas carreras, pero es que el hombre no ayuda, Maldonado lejos de unir al país -como el ejemplo de la Vino Tinto- no hace amagos en intensificar la brecha polarizadora con detalles como impedir que una periodista de Globovisión formara parte de la  Video-conferencia ante su triunfo, o no atenderle la llamada a César Miguel Rondón, periodista que siempre apoyó su carrera. 
Cada quien tiene derecho a sentir la simpatía política de su preferencia, puede gritar las veces que quiera la consigna: "Patria, socialismo o muerte", pero al alzar la bandera de Venezuela, este piloto triunfador, debería aspirar estar representando a un solo pueblo no solo a quienes hoy le sonríen al Gobierno. 
Entonces una se pregunta: ¿el triunfo representado por la bandera de siete estrellas que alzó con orgullo  Pastor Maldonado en Barcelona, como bien lo dijo a los pocos minutos de atravesar de primero la meta, estaba dedicado a Venezuela, o solo a la Venezuela rojita?

martes, 15 de mayo de 2012

De por qué Antonio se fue demasiado


Los muchachos que participaron en el video "Caracas ciudad de despedidas" fueron acusados de sifrinitos por temerle a la noche, por admitir ser del Este del Este de la ciudad y por "quererse ir demasiado". Si acaso pecaron de algo estos chamos fue de sinceridad, a su manera concretaron tres grandes problemáticas de la Venezuela de los últimos años: el miedo a la delincuencia, el estar obligados a vivir en ghettos, y cómo muchos profesionales, y futuros profesionales, se sienten en este momento en un país con  escasas posibilidades de desarrollo. Lo que extraña es que todavía haya quienes se niegan admitir que estas inquietudes son válidas.
Hace unos años escribí la crónica "El padre" inspirada en una ola de secuestros express a jóvenes universitarios. Varios amigos pasaron por el rato amargo de recibir la llamada de un extraño para informarles que tenían a sus hijos en su poder, si los querían de regreso con vida, debían reunir en pocas horas una suma millonaria por sus rescates. El artículo trataba sobre el terror de un padre cada vez que su hijo sale de casa. 
"Padre nuestro que estás en el cielo, aleja los malandros del camino de mi muchacho". 
Cuando "El padre" salió publicado en El Nacional, un amigo le mandó el artículo a su hijo que vive en los Estados Unidos. El joven arquitecto -que emigró por sentir que en su país el techo profesional era muy bajo- le contestó a su papá que dejara la paranoia, sus amigos salían a rumbear en Caracas y nunca les había pasado nada.
Poco tiempo después el joven escéptico vino de vacaciones y se fue en autobús a visitar a su mamá en Mérida. Dormitaba por la autopista Caracas-Valencia cuando lo despertó un fuerte impacto. El parabrisas del autobús estaba hecho trizas. El chofer en lugar de detenerse, apretó el acelerador y no paró hasta llegar a una bomba de gasolina donde pudieran socorrerlo. Le explicó a los pasajeros que la última modalidad de atraco era que los malandros lanzaban un peñasco a los autobuses en la autopista para que los conductores se detuvieran en el hombrillo, y así despojar de sus pertenencias a quienes iban en él.
Me entró un fresquito tras oír esta historia, quién le manda al escéptico arquitecto a desestimar la inseguridad en Venezuela. Pero no lo culpo, hasta que a uno no le toca de cerca queremos pensar que las cosas no son tan así... pero sí son tan así. ¿Qué familia venezolana ha sido inmune a la delincuencia? Hace meses narré el atraco a mis padres, y la semana pasada cómo se metieron en el apartamento de mis tíos, sobre lo que no había escrito todavía fue sobre la terrible experiencia cuando un sobrino vivió un secuestro express, tres años después de esa pesadilla, es que me animo a compartirla. 
Temprano una noche a principios de semana sonó el teléfono, al contestar mi esposo dio el grito más estremecedor que le he oído en más de veinte años de casados: "¡¡¡¡Antonio!!!!".
Fue tan escalofriante como nombró al sobrino -entonces de 19 años- que temí que había pasado lo peor. Casi fue un alivio cuando colgó el teléfono y dijo que acababan de secuestrar al muchacho. Su cuñado y su hermana se preparaban para negociar el rescate. De inmediato reunió el efectivo que teníamos en casa, que no era mucho, y se fue al al sur del sur de la ciudad: Oripoto, donde entonces vivía la familia.
Me quedé en casa con mis hijos que estaban muy nerviosos tras el secuestro del primo y no se querían quedar solos. La noche sería larga.
Menos de una hora después me llamó mi esposo a contarme lo que sabía: Antonio jugaba fútbol con unos antiguos compañeros de colegio cuando a las siete de la noche se despidió porque tenía que estudiar. Los panas al salir de la práctica vieron su carro estacionado frente al Farmatodo de La Boyera, lo buscaron para echarle broma: "No y que tenías que estudiar", pero no encontraron a Antonio, se preocuparon y llamaron a su mamá: "No te asustes, pero...",  al mismo tiempo que sonaba el celular del cuñado: "¿Usted es el papá de Antonio? Tenemos a su hijo...".
Una noche con su madrugada pasó secuestrado el sobrino. 
Cuenta Antonio cómo fue: saliendo del fútbol se acordó que tenía que comprar un libro en la universidad, por eso se paró en el centrico comercial en La Boyera para sacar dinero del cajero automático que está afuera de Farmatodo. Como tenía los zapatos embarrados, se fue descalzo hasta el cajero aprovechando que era de noche, nadie se iba a dar cuenta. Al regresar a su carro dos hombres lo interceptaron, instintivamente se echó para atrás, pero se topó con otros dos hombres encañonándolo.
 Su carro quedó en el estacionamiento, a Antonio se lo llevaron en otro carro para interrogarlo: "¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿Dónde estudias? ¿A qué se dedican tus padres?", golpes y patadas para ablandarlo. Estaba en el piso del carro, no veía a dónde lo llevaban, podría asegurar que fue al litoral porque sintió el paso de los tres túneles y se le taparon los oídos. Este trayecto para él fue lo más duro de la noche, en algún momento le pusieron un revólver en la cabeza y amenazaron con disparar. El muchacho les gritó: "Mátenme pues". Los malandros se rieron: "Nos tocó un arrechito", pero bajaron la guardia, le dijeron que lo que tenía era mala suerte, él no era el objetivo, se iban a llevar al tipo de la camionetota que estaba estacionado al lado de su carro, tardaba mucho en salir, se impacientaron, y agarraron al primero que se les atravesó, y ese fue él. 
Antonio les dijo que su mamá era maestra (lo que es verdad, mi cuñada estudió Educación aunque hoy no ejerce), que su papá estaba en reposo porque lo acababan de operar de la clavícula. De esta manera logró bajarle las expectativas de lucro a los secuestradores.
Por más que se bajen las expectativas, el negocio del secuestro express es una ganancia rápida especulando cuánto están dispuestos a ofrecer unos padres desesperados a cambio de que le regresen con vida a su muchacho. Pocos se atreven a apelar a la policía, ni siquiera un alto funcionario del oficialismo aceptó injerencia policial cuando el secuestrado fue un familiar suyo. Afortunadamente mis cuñados tienen un amigo experto en lidiar con este tipo de situaciones quien los guió, de puro pana, bajando el monto del rescate, y ayudándolos a mantener la sangre fría. Los secuestradores exigían que el papá acudiera solo a entregar el rescate. Como ya Antonio les había dicho que su papá estaba imposibilitado de manejar, aceptaron que lo acompañara un "cuñado" quien en realidad era el amigo negociador. Pero en estas circunstancias nadie se las va a dar de Rambo.
Según Antonio cuando los secuestradores lo dejaron en un cuarto de un motel de mala muerte comenzó a sentir que saldría de esto con vida, quienes se quedaron con él a vigilarlo no fueron los hombres agresivos que se lo llevaron sino un par de muchachones que le ofrecieron perro caliente y pepsi tibia, y le  sintonizaron en la tele Meridiano TV para que se distrajera viendo fútbol. Ni siquiera se molestaron en amarrarlo. Tan tranquilos estaban los muchachones que se quedaron dormidos. Dice Antonio que "viéndolos guindados" pensó en escapar, no lo hizo porque temió que en la recepción del motel estuvieran en la movida, además ¿dónde habría de salir?
Mientras tanto la familia y los amigos hacían una vaca recolectando dinero en efectivo, prendas, computadoras, cámaras digitales, Ipods, a cambio de que les regresaran vivo al muchacho. Cuando lograron reunir un monto equivalente a lo acordado, mi cuñado y su amigo salieron con la carga en un maletín y por celular les fueron indicando el camino a seguir, de modo que pasaran por varias alcabalas compuestas por perro calenteros, taxistas, borrachitos... encargados de cerciorarse de que no los seguía la policia, antes de dejar el botín en una escalinata en San Agustín como a las tres de la mañana.
"¿Y si nos atracan llevando el maletín con el rescate?"
"Tranquilos, que no les va a pasar nada, eso ya está cuadrado". 
Si para mi sobrino el momento menos angustiante de la noche fue en el hotel viendo fútbol y tomando Pepsi, para mis cuñados el peor momento fue cuando una vez pagado el rescate, perdieron contacto con los secuestradores. Como tres horas duró el silencio, hasta que a las seis de la mañana el teléfono volvió a sonar con otro:  "¿Usted es el papá de Antonio?". Los malandros lo dejaron en una calle en El Paraiso, un señor se asomó a la ventana y se encontró a un muchacho descalzo y sucio gritando que había sido secuestrado, que si por favor podía llamar a su familia para que lo fuera a buscar.
El señor no le abrió la puerta de su casa, estamos en Caracas, pero si llamó a la familia, y mi cuñado y su amigo, que no habían querido regresar a casa sin Antonio, enseguida fueron a buscarlo dándole fin la noche más larga de sus vidas.
Pasaron meses para que Antonio volviera a ser el mismo muchacho desenfadado y reilón al que estamos acostumbrados. Cuando se pudo ir del país, se fue demasiado. Se mudó con un tío que emigró hace años a los Estados Unidos. Antonio hoy estudia en una universidad pública, su mayor preocupación es sacar buenas notas y no tomar alcohol cuando maneja. De resto, se puede dedicar a ser muchacho. 


domingo, 6 de mayo de 2012

El robo



Dicen que vivir en apartamento es más seguro que vivir en casa, porque cuando te ausentas por cierto tiempo solo cierras la puerta y te vas. Así que confiados mis tíos Maciá y Paulina, en octubre de 2011, un sábado por la mañana cerraron con triple vuelta la cerradura de la puerta y se fueron de viaje, asumiendo que su apartamento quedaba a buen resguardo en un edificio con decenas de vecinos, y un vigilante de confianza que controla entradas y salidas de visitantes. Menos de 24 horas después de que despegara el avión, a plena luz del día, robaron el apartamento de mis tíos.
De la noticia me enteré vía el grupo de primas en Blackberry, Cristina dio el tubazo: “Se metieron en el apartamento de tía Paulina”. No sabía muchos detalles, sólo que del edificio contactaron al tío Carlos quien ya estaba ahí con la policía. Lo llamé para que me contara: el robo fue al mediodía, hora en que los vecinos entran y salen por las típicas diligencias dominicales, pero nadie vio cuando cuatro hombres se bajaron de una camioneta y sometieron al vigilante.
La operación tipo comando no duró ni diez minutos, tres de los ladrones subieron directo al apartamento de Paulina mientras el cuarto se quedó apuntando al vigilante para que abriera la puerta eléctrica a los vecinos como si nada estuviera pasando. Los choros forzaron la entrada del apartamento con una “pata e’cabra”, se llevaron lo que habían ido a buscar y se fueron. Nada estaba desordenado, no cargaron ni con televisor ni con computadora, ni jurungaron armarios y gavetas. Ni siquiera se llevaron los potes de Mazeite que Paulina atesora en la despensa. Pareciera que sólo se llevaron un objeto pesado, evidente por las rayas dejadas en el piso. Quizás una caja fuerte, pero hasta que no localizaran a Maciá y a Paulina, imposible determinar de qué se trataba.
Las especulaciones crecieron entre las primas: ¿qué habría en el arca perdida?, sabíamos que ni joyas ni un tesoro tradicional. Como una hora después del primer mensaje de BB, la hija única de la tía Paulina, Pali, que vive con su familia en París, se enteró vía el grupo de primas que robaron el apartamento de su mamá. Imagino a la pobre leyendo de atrás para adelante lo sucedido, como una novela posmoderna en micro capítulos. Acto seguido localizó a su mamá quien de inmediato llamó a Caracas para hacer inventario de lo robado. No pude con la curiosidad, a los pocos minutos llamé a mi tía madrina quien conmocionada me descargó su impotencia y conjeturas. El misterio mayor tardaba mi tía en revelarlo, quizás porque era dolorosa la respuesta. Insistí: “pero dime, Paulina, ¿qué se llevaron?”.
“Una caja fuerte antigua que compré en una venta de ocasión para usarla de mesa de noche”.
“¿Y qué guardabas ahí?”.
“Un frasco lleno de fuertes que empezó a coleccionar Maciá cuando era niño con su abuela, el anillo de graduación de Pepe de Arquitecto en la ULA (su querido hermano que murió hace 18 años) y la medalla del Premio Nacional de Arquitectura otorgado a mi papá en 1963, eso era lo único que había dentro de la caja fuerte”.
Tras la indignación de saber que bienes de gran valor sentimental para la familia se los habían robado, no pude dejar de reír pensando en los ladrones, tan cronometrados, tan directo al objetivo, una vez en su madriguera, ante el botín por develar, esperando joyas, dólares, lingotes de oro… un tesoro digno de Jack Sparrow, y al abrir la caja en lugar de dólares encontraron fuertes, en lugar de joyas un viejo anillo de graduación, y en lugar de lingotes una medalla reconociendo a un tal arquitecto Carlos Raúl Villanueva, que vayan a saber ustedes si los malandros tendrían idea de quién fue ese señor.

Artículo publicado el sábado 5 de mayo de 2012 en El Nacional, el detalle del Mazeite es adicional, fue ayer que me contó Paulina que esos ladrones eran: "tan cusurros que ni el Mazeite se llevaron".