sábado, 11 de diciembre de 2021

El pastel de Chucho a la manera de Oscar

 


 

     Hay quienes dicen que escribir sobre muertos famosos en perfiles de las redes sociales son ejercicios de ego, textos más para hablar de uno mismo que del difunto. Puede que tengan razón, pero también son ejercicios de memoria colectiva, nos unen en torno a un ser admirado que de cierta forma marcó tantas vidas. Así que los voy a fastidiar con un ejercicio de memoria emocional sobre Rubén Santiago, otro ídolo de la gastronomía venezolana que muriera este diciembre de 2021, horas antes que se fuera de este mundo don Armando Scannone. 

    El año pasado, meses después de que murió mi esposo Oscar, haciendo mis hijos y yo un balance de nuestra vida familiar en medio de una tristeza tan grande, coincidimos en que nuestros momentos más felices como familia fueron en la isla de Margarita, donde durante mucho tiempo íbamos por lo menos tres veces al año a pasar las vacaciones escolares: en Navidades, Semana Santa y dos o tres semanas entre agosto/septiembre. 

      Mis hijos recuerdan esos días en la casita familiar en Terrazas de Guacuco como los momentos en los que tenían a su papá al cien por ciento: no había trabajo, ni amigos, ni golf... siempre con nosotros, feliz inventando el plato del día, porque más allá de comernos una cachapa con cocada en la carretera de regreso de Playa El Agua, pocas veces íbamos a restaurantes: cuando el cocinero se cansaba y exigía una noche libre, lo que no era muy frecuente porque Oscar disfrutaba mucho cocinar, íbamos a comer a la Trattoría del Porto en el Tirano, a El Faro en la 4 de Mayo, o a comer pizzas en Positano en Porlamar. 

      Oscar y yo a veces nos despertábamos más temprano que los niños, casi de madrugada, y nos escapábamos a desayunar al Mercado de Conejero, hasta que descubrimos a los Hermanos Moya, y después de comer arepas de cazón con queso pecorino (él) y  arepa con huevo y chorizo (yo), nos íbamos a las Bahías de Pampatar o del Tirano a comprar la pesca fresca del día. 

      Conocíamos de fama la Casa de Rubén pero nunca habíamos ido porque el popular restaurante en Porlamar abría solo para el almuerzo, cerraba como a las cuatro, cinco de la tarde. Creo haber ido a almorzar hace años cuando todavía estaba soltera, una vez que llegué a Porlamar con una amiga, recuerdo haber probado el pastel de chucho, solo pudo haber sido allí porque tan famoso plato de la gastronomía margariteña es creación de Rubén Santiago, pero con la familia nunca fui, no sacrificábamos un día de playa ni por el más exquisito manjar. 

     Hasta que un día aterrizamos en Margarita como a las 3 pm, la tarde estaba nublada, como estábamos muertos de hambre, se nos ocurrió ir con las maletas en el carro a La Casa de Rubén (entonces en Margarita a cada rato robaban las maletas a quienes venían del aeropuerto y se detenían a hacer compras) nos arriesgamos porque eran como las cuatro de la tarde, no daba tiempo de dejar las maletas en Guacuco, el legendario restaurante estaría a punto de cerrar. Rubén magnánimo accedió a que a esta hambrienta familia fuéramos los últimos comensales del día. 

    Yo no había vuelto a comer pastel de chucho en mi vida, mi paladar con los años se volvió menos aventurero, la combinación de plátano maduro con crema bechamel, guiso de pescado, ají margariteño y queso no me apetecía, prefería pescado, de esos tan frescos parecieran estar a punto de saltar en el plato. Los niños también optaron por pedir pescado. Oscar fue el único que se fue por la especialidad de la casa: el pastel de chucho, plato que no había probado en su vida,  para él fue como la experiencia del crítico de  gastronomía Anton Ego cuando probó la ratatouille de la rata Remy, en su caso no lo remitió a la infancia pero si a un mundo de sabores que tenía que adoptar en nuestras vidas, así que se llevó la receta del pastel de chucho de Rubén, la metió dentro del libro rojo de Scannone que teníamos en la casita de Guacuco, y entre los platos que nunca volvieron a faltar en nuestros viajes a Margarita, fue el pastel de chucho, aunque Oscar usaba el pescado que sobrara del día anterior, no solo chucho o cazón, como dice la receta de Rubén. 

     A la casa de Rubén no volvimos en familia, un día que amaneció lluvioso mis hijas y yo decidimos ir al cine en Sambil, Oscar odiaba el barullo del Sambil, decía que lo atormentaba, de una dijo que se quedaría con el compinche en plan de padre e hijo, y se lo llevó a almorzar a la Casa de Rubén. De haber sabido las chicas de la familia que semejante opción estaba en la mesa, nos habríamos anotado en el plan gastronómico en lugar de ir a ver Papita, maní, tostón.

  Oscar lo compensó con su propia versión de pastel de chucho, que no sería la de Rubén Santiago, pero tampoco desmerecía. 


Comparto la receta de Rubén Santiago que publicó mi amiga Larissa en su perfil de Facebook. 



viernes, 24 de septiembre de 2021

Las Cosas Sencillas

  


Hace poco más de un año Milagros Socorro convocó a varios alumnos de sus talleres de Memoria y Periodismo de la Fundación Polar para estrenarse como profesora on line. Como estaba probando esta plataforma para dar clases, escogió a un grupo pequeño, el taller no tendría mayor costo, según la profe, que sufrir la novatada de estar dirigido por quien se inicia en la enseñanza virtual, entonces en auge con el comienzo de la inusitada pandemia. 

Quién nos habría dicho a quienes alguna vez compartimos la cómoda sala de conferencias de la Fundación Polar en los Cortijos, que años después no solo estaríamos aislados en nuestros hogares debido a un virus muy contagioso que podía ser mortal, sino que también estaríamos dispersos por el mundo. Pero como canta Diana Ross: "Ain´t no Mountain High enough" Milagros volvió a reunir a sus alumnos, y una tarde de finales del pasado julio se encendieron en torno a la pantalla de Milagros en una pequeña ciudad escandinava, pantallas desde Caracas, Panamá, Nueva York, Miami, Paris, Maracaibo, Bogotá, Madrid, Medellín... El tema elegido por Milagros para estrenarse en este Taller Virtual fue Literatura Venezolana, cuatro sesiones para trabajar el tema del confinamiento primero en el cuento "La hora menguada" de Rómulo Gallegos, y después en la novela Ifigenia, de Teresa de la Parra. 

  Cuando Milagros me convocó a esta experiencia virtual a finales de Julio de 2021, yo todavía estaba aturdida ante mi reciente viudez, ella no sabía si me sentiría de ánimo. Para mi fue un: "Santo ¿quieres misa?”, qué mejor manera de engavetar por unas horas tanta tristeza que participando de nuevo en una Taller de Literatura con Milagros. 

 Tan novata era Milagros en esto de la educación virtual que no sabía cuánto cobrar, no quería estafar a sus incautos alumnos siendo esta su primera experiencia, sugirió que  donáramos lo que pudieran nuestros bolsillos, o lo que dictara nuestro corazón, a la causa Prepara Familia quienes trabajan con las uñas para ayudar a las madres de los pacientes del Hospital J.M de los Ríos. La profe describió la causa como tender una mano a: "mujeres confinadas por la enfermedad de sus hijos".  

Y aunque Milagros asegurara que ya sus años de profesora estricta e implacable habían pasado, que ahora era una dulce viejecita incapaz de fustigar a sus alumnos cuando no cumplían con las lecturas requeridas, cumplí con mi deber y la primera sesión ya había leído el cuento de Gallegos, además de ver por You Tube el unitario de RCTV de los años ochenta con Marina Baura y Doris Wells como las dos hermanas que viven juntas en un pequeño pueblo en la Venezuela Gomecista, pesado confinamiento de por vida. 

 A pesar de mi tristeza de viuda reciente, estaba muy emocionada de ver caras queridas y poder participar en discusiones literarias, así fuera por pantalla. Ese martes de finales de julio 2021 cuando empezaron a aparecer en el salón de chat pantalla tras pantalla en mi computadora, solo vi una cara del taller de Memoria y Periodismo del año 2002: la periodista Vicglamar Torres (más adelante se incorporó Andreína Mujica). A algunos participantes los conocía de las vueltas que da la vida, a otros no. A muchos les gustó La Hora Menguada, otros preferimos Ifigenia. En lo que casi todos coincidimos fue que la pasamos tan bien esos cuatro encuentros virtuales que Milagros decidió extender el Taller, pero girando el timón de aguas turbias a aguas más felices para trabajar con al autor que mejor representa la alegría de vivir del venezolano: Aquiles Nazoa, aprovechando que en el año 2021, se celebraron cien años de su nacimiento. 

Para esta nueva etapa del Taller, Milagros invitó al director y actor de teatro Basilio Álvarez, e inesperadamente pasamos de ser un taller de Literatura a un Taller Virtual de Teatro, trabajando desde tan diversas ciudades del mundo la esencia y el corazón venezolano con piezas de don Aquiles como “Ay amor cuando yo muera”, su "Credo", "La ratita presumida”, “Las Muñoz Marin”, y otras obras cuyos títulos mi escasa memoria no da para recordar.

De estos encuentros salió una grabación cortesía del Basilio y del grupo teatral Skena que se encuentra en You Tube: Aquiles Nazoa: Las Cosas más Sencillas-100 años.  Confieso que meses después de montada hoy fue que la vi, sufro de miedo escénico, peor aún: de vergüenza escénica, terror a verme en pantalla.  

Me gustó mucho como quedó esta lectura dirigida por Basilio, agradecí que me tocaran pocas líneas, porque mis compañeros de Taller: locutores, escritores y periodistas, tan seriecitos que se veían, asombraron con su talento para las tablas, aunque fueran virtuales. Robándose la escena "Las Muñoz Marín”, entre quienes  destacaba Vicglamar.

Viendo hoy en el montaje a la dulce Vicglamar se me arruga el corazón: tras lidiar una dura batalla, su enfermedad ayer se la llevó. En pantalla hace un año se veía delicada de salud, sin embargo estuvo en casi todas las citas teatrales/literarias desde su hogar en Nueva York, con tan buena vibra y energía como cuando la conocí en el primer Taller de Memoria y Periodismo hace casi veinte años cuando era una joven periodista.

 En la repartición de roles, Basilio como buen director no se equivocó en ver en Vicglamar la inteligencia, chispa y humor para interpretar a una de las safriscas señoras que se encuentran en la tienda Sears, como decía Carola Espada, el equivalente hoy a un bodegón. Una de los momentos más divertidos en el video es cuando uno de los hijos de Vicgalamar aparece photo booming la interpretación de su mamá justo cuando recomienda a su amiga comprar: "La Novela de Beethoven".


Hace unas semanas murió otra querida compañera de nuestro primer taller virtual: Juli Carbonell. A Juli la veíamos por pantalla en su cuarto acostada en su cama, mitad la cara de Juli, mitad el techo, decía que estaba encerrada huyendo "de ese gentío” que era su casa. Con Juli no me tocó la suerte de compartir algún taller presencial, pero la conocía porque era pariente de unos parientes, y a menudo me la encontraba en alguna presentación literaria. Cuando salió publicado: "Margot una caraqueña del Siglo XX", que nació en el primer taller que dio Milagros en la Fundación Polar, sobre las vivencias de mi abuela, Juli me jaló las orejas porque debí haberle dado mayor protagonismo en el capítulo de los artistas al escultor venezolano Francisco Narváez, y tenía razón.  


En la tercera etapa del Taller se trabajó otra novela venezolana muy apropiada por el tema del confinamiento y el éxodo, sabiéndonos repartidos en tantas ciudades del mundo: Casas Muertas de Miguel Otero Silva. Carolina Espada tomó las riendas del proyecto que habría de volverse bastante ambicioso: una lectura dirigida y dramatizada por Carolina a presentarse cuando estuviera en su punto. En este trayecto no participé, emocionalmente no podía darle el tiempo y la seriedad que requería este proyecto, tomaría una dedicación de meses, así que me salí del grupo.  Hace unos días me escribió Carolina para invitarme a la presentación de Casas Muertas por You Tube a beneficio de @preparafamilia, 25 de septiembre, 5 pm, hora de Venezuela.

 

Si yo me rendí a la lectura dirigida de Casas Muertas, Vicglamar no se rindió, trabajó creo que hasta el final en el rol de doña Carmelita. En su honor y en el de Juli, los invito mañana a la lectura dramatizada de Casas Muertas, abajo dejo la invitación, no olviden su aporte a Prepara Familia, ¿Cuánto? Lo que sus bolsillos o su corazón les puedan dar a las luchadoras madres del Hospital J.M de los Ríos.


lunes, 9 de agosto de 2021

Un comienzo

 
Mis amigos me echan broma que el pase de viuda valía por un año, y ya pasó un año de la inesperada muerte de mi marido de un paro cardíaco, a veces siento que fue ayer, a veces siento que fue en otra vida, pero ya el pase caducó, los amigos me piden que vuelva a retomar mi vida que es lo mismo que vuelva a escribir. 
Recién enviudé muchos esquivaban el tema de cómo me sentía más allá del "ahí, llevándola",  pero había quienes indagaban mi dolor más íntimamente y me preguntaban sin rubor cómo me sentía esos primeros días, esas primeras semanas, después de recibir la noticia que Oscar había muerto. 
"¿Qué piensas cuando apagas la luz?" me preguntaba mi prima María Elvira. 
Las primeras semanas era poco lo que pensaba, caía dormida apenas ponía la cabeza en la almohada, el dolor cansa, por lo menos a mí me dejaba agotada. A veces extendía el brazo, como durante tantos años lo hice para constatar que tenía a mi marido al lado, encontrando el lado derecho de la cama frío, vacío. Joyce Carol Oates en su recuento de los primeros meses de viudez habla de insomnio, en cambio yo llegaba a la cama exhausta no solo del duelo sino también apagando incendios producto de la súbita partida de un marido que en treinta años de matrimonio nunca delegó las finanzas de la familia. Si alguna palabra me describía esos primeros días, esas primeras semanas, era agobiada, no solo agobiada de la pena, agobiada de tener que resolver problemas prácticos como descubrir la clave para poder pagar Internet o buscar a un mecánico que arreglara el arranque del carro. 
 La mejor metáfora que encontré para describir la intensidad del golpe de esos primeros días, de esas primeras semanas, de esos primeros meses, era que me sentía como si hubiera recibido un sartenazo en la cara, o un choque de frente con un tren, como los que recibía Will E. Coyote tratando de atrapar al Correcaminos. Un golpe seco que si no te pulveriza te deja viendo estrellitas, aunque fisicamente estaba bien, la sensación corporal era similar a la que queda tras sufrir un accidente. 
Muchas personas que pasan por pérdidas similares lo que desean es estar a solas con su duelo, a mí me gustaba tener compañía, a pesar de la tristeza, buscaba con la familia y los amigos alguna razón para reír. Encontraba cierto consuelo al sentirme acompañada, mientras la tristeza se alimentaba de la soledad. Netflix el mejor bálsamo para no pensar, veía maratones de Modern Family y de una telenovela colombiana titulada La Venganza de Analía. Mi hijo a veces me acompañaba a ver televisión. La noche de un sábado, como dos semanas después de muerto Oscar, pasadas las diez, tras horas de ver como zombies Modern Family, teníamos hambre pero no teníamos ánimo para prepararnos algo de comer, hasta que saqué fuerzas para pararme del sofá frente al televisor y cocinar una pastina con mantequilla, queso y crema como las que le preparaba de bebé. De haber estado sola me habría ido a la cama con el estómago vacío. 
 Una comadre que quedara viuda años atrás con niños pequeños me dio el mismo consejo que le dieron a ella recién muerto su marido: "Tus hijos van a estar como tu estés, tu eres quien da la pauta, si te ven destrozada, ellos estarán destrozados, si te ven fuerte, ellos se sentirán protegidos", tras ese consejo aunque mis hijos ya no son niños, procuré encontrar reservas de fuerza que no sabía que tenía, reservas que me dieron fuerza aquella noche para preparar una  sencilla pastina, lo que en ese momento de inmensurable tristeza fue una labor titánica. 
Para lo que no encontré fuerzas fue para contestar muchas de las incontables notas de condolencia recibidas por whatsapp, por mensaje directo en Facebook o por Instagram, tenía la intención de hacerlo, de responder a la gentileza de cada una de las personas que me escribió para solidarizarse con mi pérdida, pero no lo logré, todavía encuentro en mi celular notas de condolencia sin contestar. Hoy encontré un mensaje de pésame de un número que no tengo registrado, su avatar es un paisaje, un año después de escritas me da pena agradecer esas amables palabras de consuelo antes de preguntar ¿Y tú quién eres? 
Los mensajes más frecuentes que recibí me prometían que el tiempo sería el mejor aliado para sanar semejante golpe de la vida. Lo que no sabían era que esos primeros días, esas primeras semanas, el tiempo para mi era una abstracción, no era tangible, mi reloj se paró la mañana de ese sábado cuatro de julio cuando me tocaron la puerta para avisarme que mi marido había muerto de un infarto subiendo el Ávila con unos amigos. Pero tenían razón quienes hablaban a favor del tiempo como el mejor aliado, eventualmente mi reloj arrancó, y a pesar del profundo dolor, la vida siguió su curso. 
Durante las primeras semanas no tuve fuerzas para retomar la hora de caminata diaria que me impuse como ejercicio comenzando la pandemia, me obligué a caminar otra vez a pesar que sentía que iba cargando con un pesado yunque de hierro en el pecho. Hasta que poco a poco volví a mi ritmo habitual, el yunque en el pecho fue desapareciendo, a excepción de la tarde de un domingo como ocho meses después de muerto Oscar que caminando por la áreas comunes del edificio, en la planta baja unos vecinos bailaban Jerusalema, canción que me llevó de inmediato al final de la etapa de cuarentena más radical y a aquellos primeros días de duelo por la pérdida de mi marido. Al reconocer las notas el pesado yunque volvió a mi pecho. 
Nunca me gustó Jerusalema, baile que obligaba a fingir felicidad en medio de la etapa más cruenta de la pandemia. 
Me di un año para retomar la escritura pero no dejé de leer, con menos concentración que mi ritmo habitual de lectura, me cobijé en libros de escritores que hicieron de sus duelos literatura como Joan Didion, Fernando Savater y C.S. Lewis. No tardé en regresar a las lecturas de novelas y biografías, aunque todavía carezco de concentración para enfrascarme en lecturas muy profundas. 
Con lo que no logré sentirme identificada fueron con los cinco estados del duelo según Elizabeth Kübler-Ross: por lo menos me salté el estado de negación, si sentí mucha rabia pero sobre todo depresión, o mas bien una enorme tristeza, antes de pasar al estado de aceptación, incluyendo un sexto estado del duelo del que no trata Kübler-Ross, estado que no supe definir hasta que encontré el libro: "Anxiety: the missing stage of grief" de la psicóloga Claire Bidwell Smith. No me había dado cuenta que estos últimos trece meses he vivido con una incontrolable ansiedad tras la inesperada muerte de mi marido, en un año de incertidumbres ante la pandemia del Covid19, en un país donde la zozobra política- social-económica se instaló desde hace más de veinte años... no digo yo ansiedad tengo que sufrir... ansiedad de alto voltaje. Ansiedad radioactiva. 
Al cumplirse el primer año de la muerte de Oscar sus amigos conmemoraron las grandes pasiones al final de su vida, a las que dedicó la mayor parte de su tiempo y de su corazón: el golf y la Fundación Blandín. Fue develada una placa con su nombre en el Driving Range del club, me fotografié rodeada de sus amigos, como estoy vestida de morado bromeo: "La viuda alegre".
"Desde el día uno"- contesta su amigo Fernando, que también es mi amigo. Esa percepción de la viuda alegre, que nada tiene que ver con la alegría de una viuda enamoradiza, se la debo a una lección que me inculcara mi madre desde niña: "nunca dejes que te digan pobrecita", por eso cuando alguien se me acercaba a darme el pésame con una carga de lástima, buscaba bajarle dos a la intensidad, ya saben, la procesión se lleva por dentro, un lugar común que en mi caso encaja perfectamente, y así un año después de la muerte de mi marido comienzo a bailar en público en pequeñas reuniones -que en privado la música nunca me abandonó-, lo que no me hace extrañar menos a Oscar y pensar que la muerte nos robó envejecer juntos. 
El fin de semana pasado fui a la playa a celebrar el cumpleaños de mi amiga Sabrina, no éramos muchos, no más de diez amigos, conmigo once, pero gozamos como si estuviéramos en una fiesta en los años 80, antes del "por ahora", mucho antes de la pandemia, antes de los problemas naturales de ser adultos y del paso de los años... Nos divertimos barato, unas cornetas y un micrófono, bailamos como bailan los millenials, en grupo, sin pareja. De repente suena "Decisiones": "La ex señorita no ha decidido qué hacer" me apodero del micrófono para acompañar de manera desafinada al gran Rubén Blades : "En su clase de geografía la maestra habla de Turquía mientras que la susodicha solo piensa en su desdicha y en su dilema, ¡ay qué problema!". 

"Ya pasó más de un año, ya cantas, ya bailas, ¿Y escribir para cuándo?", me pregunta El Grillo. 

Este es un comienzo. 

El Cangurito


La otra noche soñé que un cangurito me rondaba, un canguro tipo duende, así como el hada Campanita ronda a Peter Pan, cuando me desperté pensé mira qué raro soñar con un canguro, animal que se asocia con Australia, destino que, por lo lejos de Venezuela, nunca he estado tentada en visitar. 

Al rato recordé haber visto hace poco el capítulo en Modern Family donde la familia Dunphy/Pritchett -con la excepción del pequeño Joe Fulgencio- viaja a Australia, y mientras Jay Pritchett y su hija Claire tratan de escabullirse del resto de la familia para ganar una licitación, Phil Dunphy -esposo de Claire- intenta vivir la experiencia del viaje con la intensidad que lo caracteriza, ganándose el golpe de un canguro al que imprudentemente, se acerca demasiado.

Así como Friends fue mi serie de principios de pandemia, cuando la angustia del confinamiento obligado ante el surgimiento de un poderoso virus con alto índice de mortalidad no daban para concentrarme en series más profundas, Modern Family fue mi serie de reciente viudez, cuando el peso de la pena ante la inesperada muerte de mi marido no me daba más que para estar sentada como una zombie frente al televisor siguiendo las peripecias de la familia californiana.
Podía pasar horas viendo Modern Family por Netflix, riéndome a veces y otras veces se me arrugaba el corazón pensando que ya en mi vida no había padre: mi papá murió en enero de 2019, y Oscar, el padre de mis hijos, va a cumplir un año de muerto.
El duelo va mutando, ya no paso horas frente al televisor viendo Modern Family, voy por la sexta de once temporadas, de vez en cuando veo un capítulo, a veces dos. Todavía me rio, y se me arruga el corazón.
Hoy pienso que quizás la selección de serie de duelo no fue casual, llámese masoquismo o catarsis, aunque la figura materna está presente en los personajes de Claire Dunphy y Gloria Pritchett, Modern Family gira en especial alrededor de las figuras paternas, quienes a pesar de sus diferentes personalidades, tratan cada una a su manera quizás no ser "los mejores papás del mundo" sino el mejor papá posible.
Trato de pensar en qué padre de Modern Family puedo identificar a mi papá, o a Oscar, y no lo consigo, mi papá quizás un poco con Jay, el patriarca, Oscar también tiene mucho de Jay, pero también de Phil, el padre que tanto hace reír a sus hijos con sus sueños y locuras; veo algo de ellos en la ternura de Cam, y un toque de las neurosis de Mitch, los dos papás de la pequeña Lily. 
En Modern Family no falta la figura paterna ausente, en el caso del papá de Manny, hijastro de Jay, su papá aparece y desaparece de su vida con la frecuencia de un cometa, rompiéndole a cada rato el corazón, hasta que Manny va asumiendo al esposo de su madre, como su verdadero padre, el que lo abraza y lo conforta en su primer despecho.

Hoy, mi primer Día del Padre sin padre a mi alrededor, ante tantos "el mejor papá del mundo" en las redes sociales, algunos presentes y otros que ya no están, quiero darle gracias a la vida porque yo que no creo en "el mejor papá del mundo" sino en buenos papás, y que cada uno en su estilo, tuve la inmensa suerte de haber tenido un buen padre, y un buen padre para mis hijos.

lunes, 28 de junio de 2021

Que la abuela espere a que le toque

 

En los Estados Unidos y en Europa, no sé cómo será el proceso en el resto de países latinoamericanos que no son Venezuela, el criterio de vacunación contra el Covid-19 la prioridad fue la edad, personas de alto riesgo y trabajadores de primera fila. Comenzaron vacunando a los mayores de ochenta años, bajando gradualmente de década para asegurarse que los ancianos, que son los más vulnerables a fallecer de Covid19-, no se quedaran sin vacunar. 

Cuando en los Estados Unidos comenzó el proceso de vacunación, muchos viejitos hacían la cita y después no iban, como las vacunas se echan a perder poco después de ser descongeladas, había quienes esperaban en fila en los centros de vacunación a ver si les ponían una que sobrara, así muchos jóvenes salieron vacunados antes de que le tocara su turno por edad. 

Hoy en los Estados Unidos se vacuna sin necesidad de hacer cita, sin criterio ni de edad ni de riesgo. La vacuna de Johnson & Johnson, de una sola dosis, está disponible para los turistas. Como todavía falta mucha gente por vacunar, por lo menos en Nueva York donde viven mis hijas, incentivan la vacunación rifando pasajes aéreos, ofreciendo tickets de eventos deportivos, boletos de Metro válidos por una semana, donas, galletas con trocitos de chocolate, y hay quienes dicen que tabacos de marihuana en el parque de Union Square si muestras tu tarjeta de recién vacunado.

    Como en Venezuela somos como somos, en muchos centros de vacunación alargaron los treinta días de espera entre dosis de la vacuna Sputnik a noventa días, y es más fácil conseguir la primera dosis de la vacuna que la segunda, por lo menos a quienes fueron vacunados con la vacuna rusa,  que es la que están poniendo en Venezuela a los mayores de sesenta años. 

A mi madre le tocaba hoy recibir la segunda dosis de la Sputnik, y le dijeron que no se molestara en hacer la cola que no tenían segundas dosis, ni sabían cuándo tendrían. Muchas personas en Caracas se quedaron por tiempo indefinido con esa solitaria primera dosis de Sputnik. Una sola dosis de vacuna es como protegerse con un condón roto. Protegidos a medias un incontable número de venezolanos a menos que se procuren la segunda dosis en el mercado de negro, otra forma en esta Venezuela revolucionaria para hacer dinero de manera inescrupulosa.


Hasta nuevo aviso los ancianos en Venezuela siguen siendo casi tan vulnerables al Covid como cuando empezó la pandemia. Como ya deberíamos estar acostumbrados tras más de dos décadas en manos de este proceso revolucionario, en Venezuela el principal criterio para la vacunación parece ser la filiación política y no el factor riesgo. Los allegados al régimen fueron los primeros en ser vacunados en servicio V.I.P. Los ciudadanos con carnet de la patria hoy tienen que esperar a recibir un mensaje de texto al celular que los convoque para vacunarse en algún operativo masivo de vacunación. El criterio es aleatorio, pueden convocar a un zagaletón de treinta años mientras su abuelita de ochenta se queda esperando. 


En algunos de estos operativos más improvisados, previa cola de varias horas, se han vacunado muchos venezolanos sin cita y sin carnet de la patria, como fue el caso de mi madre, mientras que en otros operativos más politizados se ha tratado con desprecio a quienes no porten carnet de la Patria: "Váyanse a vacunar a Miami". Rico o pobre, con carnet o sin él, quien se lleve a su abuela para ver si la vacunan en un operativo con previa convocatoria "no se me vaya a morir la vieja", corre el riesgo que la devuelvan sin miramientos porque: "Aquí no hay prioridades, la doña que espere a ser convocada". 


 No falta quien tanta ineficacia para vacunar se la responsabilice a las sanciones, como si la falta de criterio no priorizando a los ancianos fuera culpa de ellas. No podemos compararnos con los Estados Unidos, país con el poder  para conseguir millones de vacunas para asegurarles a todos sus habitantes ser vacunados con la premura posible, por eso lleva la delantera mundial a la hora de la vacunación, pero por lo menos podemos emular el sentido común de tantos otros países con una gota de criterio de priorizar las vacunas que les van llegando para la población más vulnerable.  

martes, 19 de enero de 2021

El porvenir


 La otra tarde hablaba con mi hija Isabel cómo el año 2020 me dejó la lección de no hacer planes ni a mediano ni a largo plazo, más que una lección un trauma, el Covid-19 derribó casi todos los planes que podía tener para el año 2020, y la inesperada muerte de mi marido derribó cómo asumía sería mi vida en los próximos diez o veinte años. Después pensé que esa no era una conversación para llevar con una muchacha de 26 años, a esa edad la hoja de vida está casi en blanco, es necesario hacer planes, tener metas, e irlas cumpliendo. A los cincuenta y siete años los planes son a corto plazo, hay que pensarlos y ejecutarlos con rapidez antes de que la vida se ría de ellos. Y esperar a ver qué sorpresas nos depara el destino. 

Casualmente termino de leer In Five Years (En cinco años), de Rebecca Serle, novela de fácil lectura publicada en el año 2020: Danni a los 28 años ya tiene su proyecto de vida encaminado: a punto de conseguir trabajo en una prestigiosa firma de abogados corporativos, esa noche espera una propuesta de matrimonio de su novio, un joven experto en finanzas tan ambicioso como ella. En la entrevista de trabajo a Danni le hacen la pregunta que no suele faltar: ¿Cómo te ves en cinco años? Danni contesta que se ve trabajando en la firma ascendida a Junior Partner, en el plano personal se ve casada con su novio viviendo en un apartamento en Grammercy Park, todavía sin hijos. Como esperaba, esa noche su novio le propone matrimonio en el Rainbow Room en el Rockefeller Center, con una de las mejores vistas en Manhattan, mezclan vino con champaña, toman de más. Al día siguiente Danni se despierta cinco años después en un moderno loft en Brooklyn en la cama con un desconocido que la trata con la familiaridad. ¿Quién es ese señor? Guapo es, pero ¿Qué pasó con su vida? ¿Dónde está su prometido? ¿Qué pasó en esos cinco años que literalmente pasaron de la noche a la mañana? 

En el capítulo siguiente Danni vuelve a despertar en brazos de su prometido, descartado el sueño como lo que es: un sueño. La vida sigue su curso según lo planeado, hasta que Danni se topa inesperadamente con "el hombre de sus sueños", y es el novio de su mejor amiga. El resto se los dejo para cuando hagan la película, porque es típico libro que no tardaremos en ver en pantalla protagonizado por Elle Fanning o Emma Stone. 

La directora francesa Mía Hansen-Love de 39 años, no sería mucho mayor que la Danni de la novela norteamericana cuando en el año 2016 se le ocurrió tratar con mayor profundidad  el tema del paso del tiempo, o del porvenir, en la película "L'avenir", que vi ayer por casualidad en la plataforma de streaming Criterion. Basada en la vida de su madre, Nathalie es una profesora de filosofía, hermosa e inteligente mujer -interpretada por Isabelle Huppert- quien pasados los sesenta años pierde en corto tiempo y de distintas maneras las principales anclas de su vida: su madre, su marido, su trabajo, sus hijos. Su fe en dogmas existenciales como el marxismo, la había perdido hacía tiempo. 

La película comienza con Nathalie rompiendo un piquete de una huelga para dar clases en la universidad, los jóvenes que protestan le reclaman si no se da cuenta que en están luchando por ella, por su derecho a una jubilación más temprana: 

-¿Acaso quiere seguir trabajando hasta los 67 años?

-¿Quién dijo que yo me quiero retirar?

Nathalie no cae en intensidades, no se hunde en depresiones, tampoco se va a bailar y aturdirse en discotecas de adultos como la Gloria chilena o la Gloria de Julianne Moore, quizás porque la profesora de Filosofía no tiene que filosofar mucho para darse cuenta que nunca se ha sentido más libre en su vida. 

La escena final en su pequeño apartamento parisino nos encontramos con una Nathalie sola, si no feliz,  tranquila, saboreando una taza de té -o quizás una copa de vino- esperando lo que está Por Venir. Los créditos finales los acompaña una versión de La Melodía Desencadenada de Los Righteous Brothers:

 "As time goes by 

so slowly 

and time can do so much".

          ¿Quién dijo que después de cierta edad no se puede esperar con ilusión l'avenir?

 


lunes, 4 de enero de 2021

¿Cuál es el atore?


Sacando cuentas el cambio comenzó recién cumplidos los cincuenta años, quizás un poco después,  entrando la sexta década Oscar era un gordito feliz, si yo le decía que estaba subiendo de peso, que debía hacer ejercicio y mejorar su alimentación, me contestaba que cuál era el problema. Como yo tampoco hacía ejercicio y  podía perder unos kilos para verme mejor, no tenía moral para insistir. Fue nuestro amigo Fernando quien logró el cambio, desconozco que argumentos usó, quizás enseñando con el ejemplo, durante varios meses se reunían temprano todas las mañanas en el gimnasio del club donde Fernando, en forma toda su vida, diseñó un entrenamiento para Oscar en la caminadora que intercalaba trote con caminata, además de pesas y abdominales.
El cambio se comenzó a ver a las pocas semanas, mi esposo adelgazó no solo por el ejercicio, también entró en una dieta estricta de no cenar, con una fuerza de voluntad admirable para un glotón que cocinaba casi todas las noches para la familia. Desde que comenzó el entrenamiento nuestro chef particular en la noche se negaba a comer nada más allá de un plato de sopa, ni una empanada, ni una arepita, si acaso un vodka porque tampoco era un mártir. 
Yo estaba contenta por él porque su sobrepeso comenzaba a rayar con la obesidad, pero ni loca me unía a  semejante dieta, mucho menos a su ritmo de ejercicios, soy de la filosofía de Oscar Wilde de "haría cualquier cosa por mantenerme joven menos hacer ejercicio", no soy flaca, tampoco soy gorda, pero para qué negarlo tres kilos menos no me sentarían mal. Sobre todo si mi marido, en cuestión de meses, había perdido más diez kilos o dos tallas de pantalón. La ropa le quedaba colgando, a los pocos meses después de comenzada su rutina de ejercicios, se compró un par de blue jeans, un par de pantalones para vestir, y regaló los pantalones que le quedaban grandes. Traté de convencerlo que dejara por lo menos un blue jean de los viejos guardado, quién quita. Se puso furioso: después de tanto sacrificio ni loco volvía a engordar, jamás en su vida se había sentido mejor. 
Y aunque la dieta estricta no duró mucho, el afán de hacer ejercicio lo acompañó hasta su último suspiro, literal. Murió subiendo el Ávila recién cumplidos los 58 años, pero ese punto es el final de la historia. 
Oscar siempre fue un fusuco, acelerado, yo soy de temperamento tranquilo, pausado, de cierta manera nos complementábamos, o por lo menos lo hacíamos antes que le diera por hacer tanto ejercicio, hasta entonces cuando caminábamos juntos nos las arreglábamos para acoplarnos yendo al mismo ritmo, pero cuando comenzó a trotar a diario, siempre iba varios pasos delante de mi, por más que yo apurara el paso, no lograba alcanzarlo, por eso vivía diciéndole: ¿"Cuál es el atore?".
Hace pocos años, viajamos a Buenos Aires y a Bogotá, ciudades a las cuales primera vez que íbamos, Oscar me esperaba en las esquinas viendo el celular o fumando un cigarrillo porque decía que no podía ir a mi paso, que yo caminaba demasiado lento, y es verdad, me doy cuenta en Nueva York donde caminar rápido es una característica de la ciudad,  que hasta las viejitas en andaderas me pasan. En Buenos Aires y Bogotá tenía la justificación de estar conociéndolas, absorbiendo cada detalle, poco a poco, "¿Cuál es el atore?". El siempre me contestaba: "Es que tú caminas demasiado lento", y yo le contestaba "eres tú el que camina demasiado rápido".  En nuestros viajes anteriores eso no pasaba. 
Hasta para ir al edificio de mi mamá que queda al lado de nuestro edificio, Oscar iba varios pasos adelante de mí. Durante el principio del confinamiento, cuando seguimos una cuarentena estricta aterrados por el contagio al Covid-19, ni mi mamá, ni mi hijo ni yo salimos durante más de dos meses. Oscar era quien se encargaba de buscar los alimentos y preparar el almuerzo para la familia. Al principio iba en carro, cuando comenzó la escasez de gasolina en Venezuela, decidió que qué mejor ejercicio que ir al Mercado de Chacao trotando. Se iba cargando con dos bolsas vacías, y se regresaba trotando con los ingredientes del almuerzo del día. El único inconveniente fue un perro realengo que lo atacó. Oscar le tenía terror a los perros, este incidente no lo paró de regresar al Mercado de Chacao trotando, solo cambió de ruta para no volver a enfrentarse con la fiera.
Por mi parte comenzando la cuarentena decidí que procuraría hacer ejercicio todos los días, jamás con la intensidad de Oscar, caminaría todas las mañanas por el edificio una hora, a mi paso, oyendo un audiolibro, no era un plan de ejercicio para adelgazar, sino para moverme un poco, no quedarme encerrada leyendo, armando un rompecabezas o viendo Netflix. Oscar, que había pasado de la caminadora del gimnasio del Club a correr maratones, a participar en carreras nocturnas subiendo al Ávila con linterna en la frente, y hasta llegó a irse trotando con su grupo de amigos corredores a las playas de Todasana; veía mi disciplina de caminar por el edificio como un inútil divertimento: "Eso no es ejercicio, si no sudas, si no te late el corazón como un caballo desbocado, estás perdiendo el tiempo". Yo no me dejé desmoralizar,  "¿Cuál es el atore?" para quien el mayor ejercicio era ir del cuarto a la computadora, o arreglar la biblioteca, esa caminata diaria era un gran avance. Caminata que sigo hasta hoy. 
Cuando el confinamiento comenzó a hacer mella en almas claustrofóbicas como la de Oscar, como en mayo, no tardó en conseguir compañeros de ejercicios que lograban burlar la cuarentena primero subiendo un cerro por El Cafetal, después por entradas más clandestinas al Ávila que la subida de Sabas Nieves, que estuvo cerrada varios meses. No los conocía a todos, por las fotos que compartía en Instagram veía que era un grupo heterógeneo de corredores, hombres y mujeres, muchos no llegaban a los cuarenta años, otros ya pasaban los setenta.  A menudo le decía que no se excediera, él no tenía cuarenta años. No me hizo caso. El padre y el abuelo de Oscar habían muerto antes de los cincuenta años de un infarto, era lógico que se debió haber chequeado regularmente con un cardiólogo, pero para él su certificado de salud era saber que seguía con facilidad el ritmo de corredores veinte años menores. 
Oscar era "un duro", le decían sus amigos deportistas sabiendo que había empezado semejante nivel de ejercicio después de los cincuenta.
Cuando Oscar comenzó a trotar, antes y después de la cuarentena más estricta, yo me despertaba como a las siete de la mañana, ya él se había ido hacía rato. Rara vez me daba las coordenadas de sus planes de ejercicios, ese sábado cuatro de julio el día amaneció como cualquier otro de los últimos meses de la era del Covid-19, el cielo azul intenso, sin una nube, me desperté a la hora de siempre, ya Oscar no estaba en la casa, tendí la cama, me vestí con ropa de ejercicio, estaba en la cocina pensando qué me iba a preparar de desayuno antes de salir a caminar, apenas pasaban las ocho de la mañana cuando sonó el timbre. Me asomé a la puerta y vi con grata sorpresa que eran mis tíos, inocente de mí, pensé que pasaban por el vecindario y decidieron visitarme para que les brindara un café. Esa ingenua alegría duró breves segundos al ver sus rostros pálidos, balbuceando, intentando buscar las palabras para iniciar la conversación. María Elisa me dijo que entráramos que teníamos que hablar, Gonzalo continuo que tenían que darme una mala noticia. Yo no pude moverme de la puerta, necesitaba saberlo ya: "¿Qué pasó?". María Elisa dijo: "Oscar, un infarto". No hizo falta decir más, en ese momento supe que después de treinta años de matrimonio, me había quedado viuda.
De las primeras llamadas que hice fue a los amigos con los que estaba subiendo a un sector de la montaña  conocido como El Bombillo. Hablé con Fernando, me contó que Oscar se sintió mal a medio camino, fue rápido, apenas un mareo, dijo que quería regresar a casa, dando la vuelta se desmayó, un infarto fulminante, hicieron lo que pudieron,  una doctora que estaba pasando por casualidad intentó revivirlo dandole masajes cardíacos, pero fue inútil. 
Traté de ser fuerte, le dije que Oscar había muerto haciendo lo que le había llenado la vida los últimos años, rodeado de amigos.
El resto es parte de la intimidad del dolor que no viene al cuento, demasiada intensidad, solo que hoy se están cumpliendo seis meses de que a Oscar se le paró el corazón, todavía en las mañanas cuando me despierto, extiendo el brazo al lado derecho de la cama, y al sentirlo vacío, pregunto: "¿Pero cuál era el atore?".

viernes, 1 de enero de 2021

Cuando el tiempo se paró y otras lecturas de 2020



 

2020 fue un año terrible en muchos aspectos pero un buen año en lecturas, el confinamiento favorece en ese sentido, por lo menos a mi me favoreció, muchos amigos me cuentan que en este obligado encierro por la pandemia carecían de atención para leer. También fue un año en el que desarrollé el hábito de caminar por mi edificio acompañada de un audiolibro, eligiendo memorias narradas por sus autores, así caminé con Woody Allen, Elton John, Phil Collins, Roger Daltrey y Trevor Noah, entre otros; además de regresar a un par de clásicos de la literatura inglesa: "Grandes esperanzas" de Charles Dickens, y "Frankestein" de Mary Shelley, también en audiolibros. Traté Emma de Jane Austen, pero la narración no me gustó. 

Este loco año 2020 sirvió para desempolvar mi biblioteca, gracias a los talleres en zoom de Milagros Socorro, con la participación de Basilio Alvarez, regresé a clásicos de la literatura venezolana como Ifigenia de Teresa de la Parra, el cuento La Hora Menguada de Rómulo Gallegos, una selección de poesía y obra humorística de Aquiles Nazoa y Casas Muertas de Miguel Otero Silva. 

Fue un año en el que descuidé un poco uno de mis géneros favoritos: la novela policial leyendo apenas "Un Destello de Luz" de Louise Penny, "En el nombre del hijo" de Donna Leon, "Muerte en Estambul" de Prietos Markaris,  "Las alas de la esfinge "de Andrea Camilleri, "La transparencia del tiempo" de Leonardo Padura y "El alemán de Atacama" del chileno Roberto Ampuero. Todos por Kindle. 

 Tras la muerte de mi esposo Oscar a mediados de año, intenté un libro de autoayuda escrito por una tanatólogo mexicana sobre cómo afrontar tan inesperada pérdida, a las pocas páginas me di cuenta que para mi la mejor ayuda solo podía venir de maestros de la literatura que han pasado situaciones similares y volví a "The year of Magical Thinking" de Joan Didion,  en la versión de teatro interpretada por Vanessa Redgrave, "La Historia de una viuda" de Joyce Carol Oates, "La peor parte: Memorias de Amor" de Fernando Savater, y "Grief Observed" de C.S Lewis; todas obras dedicadas a la muerte de la pareja, además de "Lo que no tiene nombre" de Piedad Bonnet y "Patrimonio" de Philip Roth; dedicados a la muerte de su hijo en el caso de la autora colombiana, y la muerte del padre en caso del escritor norteamericano. 

2020  fue un año de leer ficción y no ficción por igual, con una extraña tendencia a obras dedicadas a la figura del padre, tema al que dedicaré una intensidad, mientras tanto dejo un recuento de veinte libros que me ayudaron a ser más llevadero este desafortunado año de pandemia y viudez: 

1) "Lost Children Archives" de Valeria Luiselli (2019)- la joven autora mexicana cambia el español por el inglés para narrar la historia de una pareja en medio de una crisis matrimonial se embarca en un road trip de Nueva York a Arizona con sus dos pequeños hijos, rumbo a la tierra de la diezmada tribu de los indios apaches. El esposo trabaja grabando sonidos, la esposa investiga la desaparición de niños mexicanos en la frontera. Una de las mejores novelas leídas este año. 

2)- "2666" de Roberto Bolaño (2004)-  le tenía miedo a este libro de más de mil páginas, como tres novelas en una, qué mejor momento de entrarle que en un encierro obligado, mi parte favorita fue la primera parte "de los cuatro académicos en busca de un enigmático escritor alemán" como se lee en la contraportada, la segunda parte dedicada a la investigación de las desapariciones de cientos de mujeres en México a lo largo de los años, sin mayor afán de la justicia de encontrar a los responsables, es desoladora.

3)- "Tus pasos en la escalera" de Antonio Muñoz Molina (2019); esta novela que comencé a leer recién empezada la pandemia es como mandada a hacer para el obligado encierro que caracterizó el 2020,  la historia del confinamiento de un hombre con su perro en un pequeño apartamento en Lisboa en espera de  su mujer que tarda más que Godot en llegar. 

4)- "The memory police" de Yoko Owaga (1994): Distopía japonesa recién traducida al inglés cuenta la  obligada desaparición de la memoria de una sociedad bajo un régimen totalitario.
Cualquier parecido a la realidad...


 

5)- "Ifigenia" de Teresa de la Parra: ¿Pueden creer que es la primera vez que leo Ifigenia? hay quienes les parece una lata de novela sin encontrar que el sacrificio de esta damisela caraqueña es una historia que sigue describiendo a esta Venezuela donde las cándidas niñas de la Sociedad no se enamoran de trompetistas sino de enchufados. 

6)- "Grandes Esperanzas" de Charles Dickens: no sé si leí de niña o si creí haberla leído de tantas versiones cinematográficas que he visto  desde la de David Lean hasta la de Alfonso Cuarón. La intercalé entre un bien narrado audiolibro y la vieja edición que tengo en casa. Una novela tan inmensa y rica en situaciones, atmósfera y personajes que no hay versión cinematográfica que pueda hacerle justicia, aunque la de Lean que vi en YouTube está muy bien, tendría que volver a ver la de Cuarón.

7)- "Alegría"- Manuel Vilas (2019), lo que se quedó por fuera en Ordessa, larga carta de amor al padre, a los recuerdos, a los hijos que van haciendo sus propios caminos, a lo que va quedando de la familia, a la memoria que se niega a rendirse. 

8)- "My Dark Vanessa" de Kate Elizabeth Russell (2020)- Vanessa Rye entrados los treinta años regresa al recuerdo de un romance de adolescencia con un profesor de bachillerato, tarda en decidir si ese idílico amor fue real o un caso más de abuso de menores. 

9)-"Stoner" de John Williams (1965)-  la vida  gris de un académico muy bien narrada en sus distintas etapas desde la decisión del joven Stoner de dejar la agricultura por las letras, hasta la negativa de dejarse chantajear por la mediocridad de un estudiante y de una facultad. 

10)- "Rodham" de Curtis Sittenfeld (2020):  Un "What if?", qué habría pasado si la brillante abogado Hillary Rodham habría dejado a su carismático y ambicioso novio, el joven político Bill Clinton por sus continuas infidelidades. ¿hasta dónde pudo haber llegado?


No Ficción:

1)- "De vidas ajenas" de Emmanuel Carrere (2009):  difícil ponerle un límite entre la ficción y la no-ficción en la obra de Carrere, tanto que su ex esposa lo demandó prohibiéndole que escribiera sobre ella y su hija, esta novela de no ficción escrita en tiempos más felices para la pareja se inicia cuando la familia pasa lo que comienza como unas plácidas vacaciones en Sri Lanka cuando un tsunami arrasa el pequeño pueblo costero donde vacacionaban,  ese es solo el principio, antes de adentrarse en la intimidad de su familia política que vive el dolor de una hija con cáncer incurable. 

2)"Born a Crime"- Trevor Noah es de las mejores narraciones en Audiobooks que oí este año, el comentador político sudafricano radicado en los Estados Unidos, narra su infancia en una Sur Africa todavía viviendo en el sistema de Apartheid, hijo de un suizo con una mujer negra, el color de su piel más claro que el del resto de su familia materna, le da cierto privilegios pero también la sensación de no terminar de pertenecer en ningún lado. Narrado con humor y ternura,  el libro solo abarca la vida de Noah en SurAfrica. 

3)"Me"- Elton John (2019)- ¿Quién no quiere ser amigo de Elton John y oírle sus cuentos? Mucho mejor que ver Rocket Man. 

4)-"Unquiet"- Linn Ullman (2015)- la hija de Ingmar Bergman y Liv Ullman narra su infancia entre Färo, la isla donde el director sueco pasó el final de su vida; y la volátil vida con su madre quien tenía la teoría que lo único que hacía falta para la crianza de un niño era que vivir cerca de un jardín con un árbol donde poder encaramarse. 

5)-"Educated" de Tara Westover (2018)- otra infancia irregular la de una familia mormona cuyos padres no creen ni en el sistema de educación ni en el de salud, infecciones y accidentes se curaban con los ungüentos de la madre,  y la educación de la numerosa prole fue autodidacta, pero lo suficientemente buena para que varios de los hijos lograran, en contra de los deseos del padre, graduarse en universidades.

6)- "Una Odisea: un padre, un hijo, una epopeya" de Daniel Mendelsohn (2017): ¿Qué mejor manera la de un jubilado padre de vincularse con un hijo a quien le cuesta tanto entender, que uniéndose como oyente a las clases universitarias que da sobre la Odisea de Homero?

7)- "When Time Stopped"- Ariana Neumann (2020)-  tras vivir una infancia idílica rodeada de verde en una casa sin nombre en el la urbanización Country Club de Caracas, Ariana siente que fueron muchos los misterios que se llevó su papá, el empresario Hans Neumann, a la tumba. Ariana, radicada en Londres, con la ayuda de familiares sobrevivientes del holocausto y de sus descendientes, desentraña esta historia de sobrevivencia en la Europa tomada por los nazis. 

8)-""Life isn´t everything: Mike Nichols as remembered by 150 of his closest friends" de Ash Carter (2019)- bien hilados testimonios que dan una idea de la vida y método de Mike Nichols, nacido Mikail Igor Peschkowsky, otro sobreviviente de la Europa Nazi que rehace su vida, en su caso en los Estados Unidos como uno de los directores de Cine y de Teatro más importantes del espectáculo norteamericano.

9)- "La lengua Salvada" y "La antorcha al oído"  de Elías Canetti- gracias a que Canetti escribió diarios buena parte de su vida, sus memorias están muy bien detalladas, comienzan de niño en Bulgaria en el seno de una familia judía que conserva el español como idioma, antes de su paso a lo largo de su infancia y adolescencia por varios países europeos como un niño  pedante intelectualmente con una enfermiza relación con su madre tras la súbita muerte de su padre. La familia logra salvarse de los Nazis emigrando a Suiza durante los años de la guerra.  

10)-"Chasing the light: Writing, directing and surviving Platoon, Midnight Express, Scarface, Salvador and the movie game"- de Oliver Stone (2020)

y ""Apropos of Nothing de Woody Allen (2020)- 

la corrección política me hace temer confesar que me encantaron ambos libros, a Oliver Stone porque ha sido un cretino en su apoyo incondicional con la dictadura en Venezuela, lo que no le quita que sus memorias de infancia y juventud y sus primeros pasos en el cine sean entretenidas y muy bien escritas. Y en el caso de Allen, señalado por su pareja Mia Farrow de  pedofilia, acusación que no se ha podido demostrar en corte a la que Allen dedica como veinte páginas tratando de convencer también al lector de su inocencia, el  encanto del libro no está en los detalles sórdidos de semejante escándalo sino en las anécdotas de su niñez que recuerda Radio Days, y en su tránsito por una carrera de más de sesenta años desde sus comienzos como guionista y en stand up, hasta su última película: "A Rainy Day in New York", que no logró ser estrenada, porque en los tiempos del #metoo Allen es un hierro caliente al que pocos se arriesgan a tocar. 

Bono: la portada de este post: Secondhand Time de Svetlana Alexievich, otra historia oral escrita por la premio Nobel sobre la vida en Rusia tras la caída de la Unión Soviética antes que Putin amenazara en asomar sus dientes.