sábado, 27 de septiembre de 2008

Adiós a mi primer amor.


¡Qué Brad Pitt ni qué Brad Pitt! ¡Qué Matthew McConaughey ni qué Matthew McConaughey!¡Quién dijo Leonardo Di Caprio! Hasta ayer, 26 de septiembre de 2008, el hombre más guapo de la industria del cine era Paul Newman, quien anoche murió en su casa en Connecticut a los 83 años rodeado de su familia, y que hasta el final de su vida, fue un papito rico.
Paul Newman me despertó la líbido, y además, el condenado sabía actuar.
Fueron pocas sus películas que vi en cine, quizás Butch Cassidy & the Sundance Kid, El Golpe, Infierno en la torre, y El Color del Dinero, con la cual finalmente ganó el Oscar (aunque dista de ser su mejor actuación); las grandes películas de Paul Newman las vi en la televisión venezolana de los años 70, repetidas veces, porque a cada rato las pasaban, y a pesar de no ser las más apropiadas para una niña que no llegaba a los doce años, no sólo me despertaron el gusto por los galanes de pectorales definidos e intensos ojos azules, sino también por el buen cine: Un largo y ardiente verano, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Hud, The Hustler, entre tantas.
La segunda mitad de su vida la dedicó a su familia, a correr carros y a comercializar aderezos para ensaladas, pero yo siempre recordaré a Paul Newman como el forastero de sonrisa seductora que llega a un pueblo en medio de una ola de calor para terminarlo de incendiar con su sensualidad, o como el bandolero que una mañana de verano llevó a la chica de su mejor amigo a pasear en bicicleta.

jueves, 25 de septiembre de 2008

El cloncito de Ted Williams



Señores de Televen: les escribe una mujer desesperada rogándoles, implorándoles, suplicándoles que cambien el horario de la telenovela El clon de las nueve de la noche por el de las tres de la tarde para que mi marido no la pueda ver, porque está a punto de perder la razón a causa de esta serie brasileña. Quizá debí haberle hecho caso a mi madre cuando me decía que no dejara a mi familia ver telenovelas porque envenenan la mente, pero son la perfecta catarsis al día a día de esta inquietante revolución bolivariana.

No es la primera vez que nuestra familia se vuelve adicta a una telenovela, primero lo hicimos con Mis tres hermanas que pasaban en RCTV y después nos pegamos a La Guerra de las Mujeres en Venevisión; y aparte de uno que otro suspiro de mi marido por la belleza de las protagonistas, los culebrones cumplían su función de abandonarnos a los tentáculos románticos de la trama. Pero tuvieron que salir los brasileños, con ese afán de innovar el lenguaje de la telenovela, y no se les ocurrió mejor idea que escribir una historia en la que se entrelazan dos grandes temas: la clonación humana y el mundo islámico. Y yo dándomelas de culta en vez de ver Juana la Virgen o Las González, decidí enchufarme a El clon.
Lo admito, no toda la culpa es de ustedes, tengo un marido fanático del beisbol que desde que supo que iba a ser padre de un varón no ha hecho sino soñar con verlo jugar en la gran carpa, y los dos primeros años de vida del pequeño Ozzie parecían pronosticar que el sueño de mi marido se haría realidad, pero después del Mundial Corea-Japón nuestro niño no quiere saber nada del bate y la pelota y sólo acepta jugar con el balón. Si le preguntan cómo se llama en vez de contestar orgulloso: "Ozzie" como el legendario campo corto de los gloriosos Tiburones de La Guaira, contesta: "Olivecan" como el arquero alemán.

Su padre no se logra recuperar de semejante decepción porque él sólo sabe de fútbol cada cuatro años cuando se celebra el Mundial. El pequeño Ozzie todavía no tiene tres años y la brecha generacional ya está zanjada.
Por eso mi marido hasta hace algunas semanas andaba cabizbajo, yo trataba de consolarlo: "Ya se le pasará, no te deprimas, y no veas tanto Globovisión que te pones muy nervioso, vamos a ver esta novela brasileña que dicen que es muy buena".

¿Cómo podía imaginarme que la vida iba a superar a la ficción cuando en algún lugar recóndito de Estados Unidos, un hijo, en lugar de llorar la muerte de su padre, se robó su cadáver para criogenizarlo y vender el ADN? Este morboso problema doméstico no habría afectado a nuestra familia de no ser porque el cadáver robado se trata de Ted Williams... y porque paralelamente estábamos viendo El clon.
A lo mejor yo también tengo la culpa, no sólo interesé al fanático de mi marido en genética telenovelera, sino que también lo puse a remover estadísticas al preguntarle quién era Ted Williams la noche del 5 de julio cuando llegó conmocionado anunciándome su muerte: "¡Por eso es que el niño prefiere el fútbol! ¡Tus genes beisbolisticos son muy débiles!".

Sí, lo confieso, mi cultura grandes ligas se remite de David Concepción para acá, por eso yo ni idea de quién era Ted Williams y mi marido me lo tuvo que explicar: "¡Una leyenda! ¡Una gloria del beisbol! A la altura de Babe Ruth y Hank Aaron, y cuidado si no más grande. Uno de los mejores bateadores de la historia: su promedio de vida fue ..344, y en la temporada de 1941 logró superar la marca de .400. Se retiró del beisbol en 1960 a los 42 años y en su último turno al bate la sacó del Fenway Park, su jonrón 521. ¡Y tú todavía preguntas quién era Ted Williams!".

La cosa habría quedado ahí de no haber sido porque Bobby Jo Williams, hija mayor de la leyenda, desistió del pleito judicial en el que se había enfrascado con su medio hermano John Henry para recuperar el cuerpo de su padre, incinerarlo como éste lo especificó en su testamento y esparcir sus cenizas sobre el mar.

John Henry ahora sólo espera con el valioso cadáver congelado en Arizona a que en Estados Unidos se levante el veto a la clonación humana para vender su ADN. Y ustedes, señores de Televen, con esa telenovela sobre una exitosa clonación, metiéndole ideas en la cabeza al fanático de mi marido de tal forma que ha decidido anotarse en la lista de espera para ser padre putativo de un cloncito de Ted Williams, y con el mayor descaro me confesó: "Tengo que buscar una segunda esposa. La madre de mi pequeño Teddy no debe superar los treinta años para asegurar el éxito de la clonación. No te acongojes gacela, que tú seguirás siendo la primera esposa". Gracias a El clon mi marido descubrió que al otro lado del mundo, los hombres de una civilización sabia y milenaria tienen como sana costumbre tener varias esposas.
La segunda esposa de mi marido debe traer consigo una buena dote para poder pagar el pedacito de célula jonronera, él lo tiene todo calculado: "Buscaré a una joven visionaria que aporte su óvulo, su vientre y el capital, y yo aporto el know-how para que el cloncito logre alcanzar su potencial pelotero".

Todas las noches, después de ver El clon, mi marido sale rumbo a bares y discotecas buscando alguna adinerada chica que se quiera sumar a su aventura. Mi cuñada Elisa, hermana menor del moderno Frankestein, me llamó desesperada: "¡Qué vergüenza! Amarra a tu loco que todas mis amigas han sido víctimas de sus proposiciones descabelladas".

Y créanme que he hecho lo posible por alejarlo del culebrón genético, hasta puse en su mesa de noche una copia de Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, clásico de la literatura sobre los horrores de un futuro en el que la industria suplanta al sexo como método de reproducción, pero todo ha sido inútil, el fanático de mi marido sigue pegado a El clon porque está decidido a criar un Ted Williams. Por eso señores de Televen, les ruego, les imploro, les suplico que tomen cartas en el asunto antes de que me convierta en la madrastra del clon.

Publicado en El Nacional el 27 de octubre de 2002. Ilustración para Nojile de Rogelio Chovet.

Hawking predice Gattaca para el siglo XXII


Stephen Hawking predijo entre los cambios para el próximo siglo que la humanidad podrá descifrar todo el genoma humano y modificar, a partir de ahí, aspectos como la inteligencia, los instintos o la duración de la vida. "Una vez que aparezcan tales superhumanos, habrá problemas políticos graves con los humanos no mejorados, que serán incapaces de competir. Presumiblemente morirán o se convertirán en irrelevantes".

Esta predicción científica formó parte de la rueda de prensa en Santiago de Compostela que el físico inglés dio tras ser galardonado con el I Premio Fonseca 2008. Como Hawkings, de 66 años, sufre esclerósis lateral amiotrófica (ELA) desde los 21 años y tiene paralizado casi todo el cuerpo, las preguntas le fueron envíadas con semanas de antelación para poderlas responder a razón de dos palabras por minuto. Sufrir de ELA: "Me enseñó a no compadecerme y seguir con lo que todavía podía hacer", aseguró. "Soy más feliz ahora que antes de desarrollar mi enfermedad".


Fuente: María Fábregas, El País de España.-

martes, 23 de septiembre de 2008

No sólo contra Bush se rebela Neil Young



..."El CD fue un desastre pero todo empeoró con el MP3. Es una tragedia que la gente escuche música en los ordenadores o en esos aparatitos. No dan sonido real, son como esos juguetes de plástico que venden en los supermercados. Hemos dejado que las empresas informáticas definan lo que es buen sonido y han demostrado que no tienen ni idea de alta fidelidad. Hacen máquinas muy bonitas pero suenan a mierda. ¿Sabes una cosa? Estuve en casa de Steve Jobs, el jefe de Apple. Y en su salón tenía elepés y un giradiscos".


Entrevista realizada por Diego Manrique publicada en El País de España el 23 de septiembre de 2008.

lunes, 22 de septiembre de 2008

EMMYS 2008


Anoche fue la entrega de los premios Emmy, ceremonia tan fastidiosa como suele ser este tipo de eventos, pero yo me la pegué igualito. Aunque no fue tan soporífera como la ceremonia de la entrega de los Oscar, que se hace interminable porque se reparten una serie de estatuillas técnicas que para la industria del cine son importantes, pero que al público televidente le interesan un rábano.

En el espectáculo de la Academia de la Televisión sólo se premian actores, directores, escritores y producciones de la televisión norteamericana. Al igual que en la entrega de los Oscar y de los Golden Globe, lo mejor de la ceremonia es cuando todavía no comienza: el desfile de las estrellas por la alfombra roja, ocasión que los amantes de la moda tenemos para disfrutar de lo qué se está llevando en Alta Costura. Este año, al igual que Dayana Mendoza al ganar el Miss Universo, la más bella de la noche fue la ama de casa desesperada Tery Hatcher luciendo un vaporoso vestido amarillo. Christina Hendricks, la secretaria de la serie Mad Men, también robó cámara con un ceñido vestido verde que la hacía recordar a Anne Margret en su mejor momento. El smoking en los caballeros es cosa del pasado, pocos lo usaron, prefirieron traje oscuro con camisa blanca y corbata de seda negra. Los más audaces prescindieron de la corbata, llevando blazer negro y camisa del mismo color. Al insistirle a mi marido que cambiara su look, gruñó como única respuesta.

A las 7.30 en punto (hora de Venezuela) al correrse el telón apareció Ophra Winfrey vestida de rojo tras un típico collage de inolvidables momentos televisivos. La mujer mejor pagada de la industria de la televisión recordó las palabras de Groucho Marx: "nada mejor para la cultura que la televisión: cada vez que alguien la prende en el salón de mi casa, agarro un libro y me voy a leer a otro lado". Mi marido siguió el ejemplo Marxista: tomó su libro de Sudoku y se fue para el cuarto, pero también sucumbió al encanto de la televisión: estaban pasando el último juego en el Yankee Stadium antes de ser demolido.

Ophra solo presentó el inicio del espectáculo, tras la ingeniosa cita de Marx, la nada modesta actriz y animadora recordó el club de lectura en su programa vespertino: "Gracias a la televisión, también se leen muchos libros", antes de darle paso a los cinco nominados a mejor conductor de Reality Show, que este año compartieron la responsabilidad de conducir la ceremonia de entrega de los premios Emmy ante el fracaso de los animadores de años anteriores. La experiencia fue peor, no hubo química en la animación compartida.

Un mal intencionado crítico se preguntaba: "¿Acaso volvió la huelga de escritores y no nos enteramos? ¿O habrá sido un homenaje a ella?".

Lo que si no faltó fue la indispensable mención a la política: "Voten", rogó el ex-presidente Martin Sheen desde el Oval Office de la recordada serie The West Wing: "Por quien sea el candidato de su preferencia, pero voten". Sheen, como la mayoría de los actores hollywoodenses, es demócrata, y sabe que si gana el titubeo y la indiferencia, el republicano McCain será el próximo presidente de los Estados Unidos.

A parte del desfile de modas, lo mejor de la noche fue la expectativa por las series nominadas: estamos viviendo una era dorada de la televisión. En especial un gran momento para las mujeres comediantes en el que reinó Tina Fey, ganando con su serie 30 rock: mejor actriz de comedia, mejor escritora y mejor serie cómica. Además del premio a Alec Baldwin como mejor actor. Este divertidísimo sitcom de NBC que ganó su segundo Emmy consecutivo como mejor comedia, y que trata sobre los entretelones de un canal de televisión, desde su primer año ha estado a punto de salir del aire por baja sintonía. Pero la calidad ha privado sobre los números, una anomalía en una industria caníval.

La victoria en la mejor serie de drama estaba cantada: Mad Men, una serie nueva en un canal de cable con poco público: AMC. Mad Men trata sobre el mundo de la publicidad en Madison Avenue en los años 60. Tan sólo he visto dos capítulos (uno de ellos ganó el premio al mejor escritor) y tanto los dialógos como la ambientación de la época son excepcionales. Mad Men se llevó por los cachos a mis dos series favoritas: Boston Legal y House.
Tampoco fue una sorpresa que Glenn Close se ganará el premio como mejor actriz drámatica por la serie Damages, ni que John Adams de HBO con Paul Giamatti arrasara en los premios a la mejor miniserie. Lo que si fue una sorpresa fue el EMMY al mejor actor a Bryan Cranston por el papel de maestro desauciado en Breaking Bad, otra serie de AMC con escasa audiencia. En la encuesta de favoritos de Yahoo para ganar este renglón, Hugh Laurie, protagonista de House, contaba con el 65 % de los votos de los cibernautas, mientras que quien se llevó la estatuilla a casa, contaba sólo con el 2.

Cerrando la noche, recuerdo un consejo dado en los Emmy 2008, aunque no logro recordar quien lo dio: "más televisión y menos Internet". Las palabras de Groucho Marx: "toma un libro y ponte a leer", parecen haber quedado obsoletas con la tecnología.

Uno prestado


Daniel Ortega persigue a Ernesto Cardenal

BENJAMÍN PRADO 22/09/2008

Hay países cuya historia es una sucesión de pesadillas, y para comprobarlo sólo hace falta visitar Nicaragua y ver que allí se vive igual que si todos los días fueran el día siguiente del terremoto que devastó Managua en 1972, entre ruinas, edificios a punto de caer y saqueadores que roban cualquier cosa que se les ponga por delante. Aquel seísmo que arrasó la ciudad la noche del 23 de diciembre, y que fue descrito como un ensayo en 30 segundos del Juicio Final, causó 10.000 muertos y entregó las calles a la oscuridad y el fuego. Las iglesias del Cristo de Rosario, El Carmen, El Calvario y El Redentor se desplomaron y en los muros de la imponente Catedral Metropolitana se abrieron grietas que no han sido reparadas y que mantienen el templo en un equilibrio milagroso. Por desgracia, a ese medio minuto lo han seguido 36 años funestos, porque aunque Nicaragua no ha sufrido un tercer terremoto después de los de 1931 y 1972, tampoco ha podido salir de entre los escombros, a causa de los sucesivos Gobiernos rapaces que desangraron un país que no ha tenido presidentes, sino carteristas, algo que vale para toda la dinastía Somoza, sirve para el infausto Arnoldo Alemán, condenado a 20 años de cárcel tras expoliar 250 millones de dólares al Estado entre 1997 y 2002, y parece irle como anillo al dedo a su actual mandatario, Daniel Ortega, el antiguo rebelde que cristalizó en autócrata y sobre el que recaen sospechas y acusaciones terribles que le atribuyen actos de corrupción, abuso de poder y violación, esto último por parte de su hijastra, Zoilamérica Narváez, que ha denunciado ante los tribunales la forma salvaje en que abusó de ella desde que tenía 11 años y la forzó sistemáticamente a partir de los 15. En un artículo publicado en EL PAÍS, Mario Vargas Llosa definió su drama como "la historia de una violación impune; de un movimiento hecho trizas, el sandinismo, y de una espuria alianza entre el ex revolucionario Ortega y el corrupto ex presidente derechista Arnoldo Alemán que evitó la rendición de cuentas de ambos ante la justicia y abrió paso a una suerte de autoritarismo institucional en Nicaragua". El terremoto de 1972 dejó la Casa Presidencial deshecha, pero en pie. Sus sucesivos inquilinos la han transformado en una guarida.El comandante Ortega, de quien hoy se declaran enemigos irreconciliables casi todos los dirigentes históricos del FSLN, ha dado su última muestra de despotismo con la cacería a la que somete al poeta Ernesto Cardenal, a quien persigue con la justicia en la mano hasta el punto de haber hecho que se reabriera de forma arbitraria un caso contra él que había sido archivado hacía años y que se congelen sus cuentas bancarias. Todo ello, para vengarse del sacerdote, que desde hace años lo critica sin miedo. Si digo que Ortega lo persigue con la justicia en la mano, no es porque sus actos se ajusten a la ley, sino porque tiene a la mayoría de los magistrados de su país metidos en un puño. Ese control lo usó para que la Corte Suprema declarase prescritos los cargos que su hijastra hizo contra él y lo utiliza ahora para silenciar a sus opositores con la colaboración de los magistrados serviles a los que maneja desde las alturas.El supuesto delito de Cardenal, que ha esquivado la cárcel por su edad pero está bajo arresto domiciliario, fue un artículo en el que imputaba al empresario alemán Immanuel Zerger numerosas anomalías en torno al hotel que regenta en la isla Mancarrón, en Solentiname, el archipiélago donde el escritor fundó hace casi medio siglo una comunidad en la que se enseñaba a leer y escribir poemas a los campesinos. Zerger le puso una demanda y el autor de El estrecho dudoso fue sancionado con una multa simbólica de 20.000 córdobas, unos 700 euros. Pero ésa es la coartada y la realidad es que Ortega intenta silenciar a Cardenal por atreverse a censurarlo, cosa que hizo por última vez en Asunción, mientras asistía a la toma de posesión del presidente de Paraguay, a la que no fue el tirano por las protestas de diversas organizaciones feministas del país y de la propia ministra de la Mujer, que aseguró que si el presunto violador asistía al acto, ella presentaría su renuncia. Cardenal fue recibido como un héroe, y cuando le preguntaron qué pensaba de Ortega contestó: "Es un ladrón".La protesta internacional por el ataque al poeta la encabezan autores como Mario Benedetti, Nélida Piñón, José Saramago, Gioconda Belli, Tomás Eloy Martínez, Eduardo Galeano, Ángeles Mastretta, José Emilio Pacheco, Eugeni Evtuchenko, Laura Restrepo, Antonio Skármeta, Sergio Ramírez o Mario Vargas Llosa. Para los que aún tienen dificultades a la hora de distinguir a un inquisidor de un libertador y se preguntan si este caso "favorece a los enemigos de los procesos emancipadores de Latinoamérica", como ha hecho la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el propio Cardenal, que como se sabe fue durante 10 años ministro de Cultura de Nicaragua, ha dejado escrita la respuesta: "Ortega no es el sandinismo, sino su traición".
Benjamín Prado es escritor.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Mininos



Ustedes dirán que con tantas cosas que pasan en Venezuela y a esta columnista que le dio por escribir sobre animales, pero cómo olvidar la impactante foto de la más de una docena de cadáveres de gatos en las Residencias Sans Souci en Chacaíto en junio pasado. ¿Quién podría tener corazón para cometer semejante masacre? Esa misma imagen me vino a la memoria hace algunas semanas cuando mi amiga María Teresa me invitó a almorzar en su casa. Como vive a unas cuadras de donde yo vivo, me fui caminando, lo que me tomó aproximadamente 20 minutos a paso lento y observador hasta esta zona modelo de la Caracas de los años 50, de edificios de no más de 5 pisos y amplios apartamentos rodeados de verde, y en esas estaba, admirando mi alrededor, cuando me crucé con el primer gato, que lejos de comportarse como un lindo gatito, me recibió con un intimidante “miaaauu”.
No me dejé amedrentar, le contesté: “¡Sale gato!” y las palabras surtieron más efecto del que yo habría deseado porque decenas de mininos comenzaron a salir por debajo de los carros, por detrás de los pipotes de basura, bajando de los árboles… en cuestión de segundos estaba rodeada de felinos en actitud poco amistosa, me habría sentido menos amenazada entre una manada de Doberman. No me malinterpreten, no odio a los gatos, mas bien simpatizo con ellos, pero en ese momento me sentí protagonista de un cuento del libro de Patricia Highsmith: “Crímenes bestiales”, donde los seres humanos terminan sucumbiendo ante la ira animal.
Afortunadamente, de amedrentarme los mininos no pasaron. Cuando por fin me sentí segura en el apartamento de María Teresa con una cerveza fría en la mano, le pregunté si acaso su calle la habían tomado los gatos, nunca había visto tanto felino junto. Mi amiga me contestó que una vecina les daba de comer adoptándolos como suyos, y lo que comenzó como unos cuantos animalitos de Dios, terminó en proporciones de epidemia bíblica. Los vecinos están desesperados, los gatos deambulan por los apartamentos haciendo destrozos, dejando olor a orina rancia por doquier, sin contar los inconvenientes de quienes son alérgicos a los animales.
Por eso a pesar de que no conozco detalles de la masacre gatuna en Sans Souci más allá de lo leído en la prensa, no sólo recordando la calle de María Teresa invadida de gatos, sino también un incidente en mi edificio hace algunos años cuando a una vecina le dio por alimentar palomas y en cuestión de semanas parecíamos el set de la película “Los Pájaros” de Alfred Hitchcock, con más aves ruculando en nuestros balcones que en la Plaza San Marcos de Venecia (esta historia tampoco tuvo final feliz desembocando en una masacre ecológica), es lógico preguntarse dónde terminan los derechos de quienes aman apasionadamente a los animales y dónde comienzan los de quienes no los adoran tanto, ¿acaso se puede encontrar una solución justa para este tipo de conflicto?
Menos mal que a veces la naturaleza es sabia y sólo hay que dejarla seguir su curso, como en el caso de las hermanitas que adoptaron a un arisco gato callejero sin tomar en cuenta que su vecina compraba alpiste para darle de comer a los pajaritos. El canto de las aves silvestres era la alegría de la buena señora, hasta la mañana en la que Vicente Felino se dio un festín en jardín ajeno y de los pajaritos no quedó ni el huesito.
El gato feroz hoy sigue siendo el rey indiscutible de su vecindario.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Recordando a Doris Wells


Hoy leí en El Nacional que se están cumpliendo veinte años de la muerte de Doris Wells. A la generación de Gaby Espino para acá, no les dirá mucho ese nombre, pero para quienes crecimos viendo televisión en blanco y negro, Doris Wells con Lupita Ferrer y Marina Baura, cada una en su estilo, fueron responsables de nuestra educación sentimental.

Era una época donde para ser protagonista de telenovelas no había que ser miss, ni medir más de un metro 75, ni tener cocos de silicona; aunque ser bonita hacía falta (no vamos a caernos a coba). Pero los principales requerimientos para un estrellato novelero en los años 60 y 70 era parecer tan vulnerable como Lupita Ferrer, o ser buena actriz como lo sigue siendo Marina Baura, o tener talento y encanto como el que derrochaba Doris Wells.

Cuando comencé a los 18 años la Escuela de Artes en la UCV en 1982, la alumna más famosa de la Escuela, junto con el primer actor Carlos Márquez, era Doris Buonafina; mejor conocida como Doris Wells. No estaba retirada de la televisión, todavía hacía participaciones especiales como en La Hora Menguada en el ciclo de cuentos de Rómulo Gallegos, pero hacía años que había pasado su etapa de dama joven.

Yo la veía como a una señora, tendría la misma edad de mi mamá, llegando a los 40, menos de la edad que tengo yo ahora; sin embargo no había cambiado mucho de cuando era la protagonista de Raquel: rubia, menuda, ojos enormes y expresivos, pómulos envidiables, pero lo más especial en ella , además de su voz ronca, era la buena energía que emanaba. Y aunque Doris estudiaba dos o tres años por encima de mi, y sus amistades en la Escuela era un grupo de mujeres entre 30 y 40 años, todas casadas, o divorciadas, y madres de familia, por alguna extraña razón, simpatizó conmigo, como lo hace una tía por una sobrina adolescente, y siempre que nos cruzábamos me preguntaba cómo iban mis estudios, qué era lo que quería hacer, cuál era mi proyecto de vida.

Quizás trataba igual a la mayoría de mis compañeros, quizás era cordial de naturaleza, pensaba yo, porque nunca me sentí particular, pero una mañana, saliendo de clases, Doris me entregó tres sobres manila: "Toma, son para tí, recortes sobre artículos de teatro que fui acumulando en mi vida, te van a servir más que a mí".

Entonces yo pensaba que lo mío eran las Artes Escénicas, Doris se había ido por la Mención Cine en la Escuela. Consideraba el teatro parte de su pasado.

Me conmovió mucho el gesto y todavía tengo guardado los recortes, pero nunca le pregunté su proyecto de vida, los adolescentes no pueden creer que alguien que llega a los cuarenta años pueda tener proyectos de vida. Tampoco le hablé de lo mucho que disfruté su actuación en La Fiera de Julio César Mármol con José Bardina, novela basada en Los Hermanos Karamazov de Dostoievski; ni su interpretación de Victoria Guanipa en la primera versión telenovera de La Trepadora de Gallegos. Aunque la actuación con la que Doris hizo historia en la televisión venezolana fue La señora de Cárdenas de José Ignacio Cabrujas. Pero para ser sincera: poco me importaba a los 18 años las vicisitudes de una mujer a quien el marido le era infiel. Además, pensé, ya habría tiempo para que mi pana Doris me contara sobre su paso por la televisión...

Pero no lo hubo. De repente no la ví más en la universidad, no me extrañó, estaría haciendo la tesis, en 1985 ´fue protagonista de la película Oriana de Fina Torres, en 1986 moderó el programa Concurso Millonario, después me enteré de que estaba enferma, y en 1988, murió.

Hoy, leyendo en el periódico que Doris no había cumplido 45 años al morir (mi edad y ahora es que yo siento que tengo proyectos de vida), lamento tanto estos veinte años con los que mi amiga no contó y que seguro los habría sabido aprovechar como la gran mujer que era.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Ave María


Soñaba con regresar a Madrid no tanto por su insuperable gastronomía o por el milagro de volver a ver los Velásquez y los Goya del Museo del Prado, sino para deleitarme en las librerías de la capital española como niño en dulcería saboreando la  opípara oferta literaria que difícilmente llegará a nuestro país. Por eso cuando después de quince años sin visitar a Madrid, por fin estaba en la Casa del Libro cual hambrienta mariposilla de mesón en mesón, abriendo libros, oliéndolos, saboreando primeros párrafos, decidiéndome éste si éste no porque tampoco me los puedo llevar todos, en lugar del silencio sagrado de templo que espero en una librería, desde la calle se oían gritos y suspiros, me asomé molesta a los enormes ventanales que dan al Corte Inglés.
A pesar de la lluvia y de las ráfagas de viento que azotaban a Madrid esa tarde otoñal, cientos de jóvenes hacían impacientes una larga cola alrededor de la gigantesca tienda por departamentos.
"¿Qué pasa?"- pregunté nerviosa a los indiferentes empleados de la librería que iban de acá para allá cargados de montañas de libros que no se cansan de arreglar, pero a los eficientes libreros programados para contestar cualquier pregunta sobre Pessoa, Plá o el Siglo de Oro Español, no se les puede preguntar algo que tenga que ver con sus vecinos del Corte Inglés, porque te miran con un desprecio capaz de convertirte en una estatua de hielo.
No aguanté más, con tanto barullo no se puede estar en una librería,  por eso hice lo que cualquier mujer que siente que la adolescencia no se quedó atrás habría hecho en mi lugar: dejar la literatura para otro día y unirme al tumulto femenino porque “alguien” estaba por llegar.
Todavía el príncipe Felipe no había salido con la cuchillada trapera de anunciar compromiso, ante tanta muchacha delirante, pensé que el cotizado soltero había proclamado entre las jóvenes casaderas del reino que tenía una zapatilla de cristal marca Loewe, y que esa misma tarde, en El Corte Inglés de Preciados, la afortunada a quien le calzara sería la futura reina de España. Pero no, la monarquía nada tenía que ver con esto, cuando le pregunté a una niña que suspiraba a quién diablos estábamos esperando, la muchacha, con ojos anegados de ilusión, me contestó con voz chillona y entrecortada: “¡Pues a quién va a ser, a Rosa !”
¡Joder! Rosa de España, la ganadora de la primera edición de esa simpática lotería musical que es Operación Triunfo. Sabía de ella por la revista ¡Hola! Rosa, gordita, risueña, sufrida, querendona, dada a las lágrimas, melodramática, con problemas en las cuerdas vocales... la famosa Rosa.
Grité frustrada: "¡Por qué el encuentro no es con Miguel Bosé!", alarido que pasó inadvertido entre las adolescentes voces que coreaban: “Rosa, con lluvia, sin lluvia, eres cojonuda”.
¡Vaya, que ni a los Beatles los recibieron así!
Extraña vida esta que me da la oportunidad de presenciar la multitudinaria presentación del segundo disco de Rosa cuando ni siquiera he oído una canción del primero.
 Quién soy yo para cuestionar al destino, así que esperé por un largo rato a la famosa joven granadina,  hasta que el frío me venció, entonces decidí entrar en el Corte Inglés, me bañé de perfumes, me probé un par de pantalones que no me quedaron, soñé comprarle a mis niñas unos vestiditos nido de abeja que jamás se pondrían, y regresé para ver si Rosa ya había llegado, y ahí seguían ellas, sus fans, coreando como si no hubiera pasado un minuto, a pesar de que ya era de noche: “Rosa, con lluvia, sin lluvia, eres cojonuda”. Pero de la Rosa, nada.
Si llegó, no sé, esta venezolana no la esperó más, quizás porque no seguí la primera edición de Operación Triunfo, no creía que Rosa de España ameritaba una pulmonía.
De regreso a Caracas leí en el periódico que el príncipe Felipe anunció compromiso con una periodista de la Televisión Española llamada Letizia Ortiz, y que David Bisbal, el guapo competidor de Rosa en Operación Triunfo que quedó como primer finalista, estaba de visita en Venezuela. Pero yo no estaba para nimiedades ni mucho menos cantantes de rizos dorados, mi mente la ocupaban temas más profundos como la relación del sueño con la obra creativa, decidí acudir con este surrealista dilema a mi padre espiritual, Isaac Chocrón, para ver si me daba una luz al respecto.
Isaac, dramaturgo, novelista, ensayista, ha sido mi guía desde los años ochenta cuando era mi profesor en la Escuela de Artes, yo recordaba que alguna vez en clases tocó el tema onírico en la creación y no dudé en pedirle que disertara al respecto ante un grupo de escritores convocados por la periodista Milagros Socorro, para una matinal charla en la Fundación Polar.
Chocrón trató de responder mi inquietud, de verás que trató, comenzó hablándonos de los fantasmas que atacan en la noche, pero de repente, cuando los nóveles escritores lápiz en mano y libretica abierta copiábamos su interesante disertación,  hizo una confesión que logró que a más de uno se nos cayera el lápiz al piso: “El sábado fui a ver a David Bisbal en el Teatro Teresa Carreño”.
Primero se hizo un silencio tan denso que pudo haber sido cortado con un cuchillo, después se oyeron risas entre nerviosas y divertidas, a mí lo que me dio fue un ataque de pánico: "¡no, Isaac no, mi venerado maestro no puede estar infectado por la fiebre de Operación Triunfo!".
Como buena moderadora, Milagros puso orden entre los murmullos y las risas pidiéndonos que dejáramos a Isaac explicarse, y el maestro continuó: “A mi casa llegaron la semana pasada dos entradas para el concierto de Bisbal en la sala Ríos Reyna. Qué cosa tan rara, pensé, ¿qué tengo que ver yo con Bisbal? Aunque como fui Director del Teresa Carreño, todavía me llegan todo tipo de entradas. No quise desperdiciarlas, me acordé de que mi amiga Miriam Dembo seguía Operación Triunfo desde sus comienzos, y la llamé para que fuera con su nieta. Miriam se emocionó muchísimo pero me dijo: ‘con mi nieta no, Isaac, quiero ir contigo’. ¡Miriam tú estás loca!, le contesté, pero a Miriam no hay quien le diga que no y tres días después, me vi rodeado de adolescentes delirantes que pasaron todo el concierto paradas, cantando a voz en cuello, moviendo los brazos en vaivén, ¡y Miriam era una de ellas! Hasta que aturdido le dije: ‘ya no aguanto más, vámonos de aquí’. Miriam, como regañada, accedió, cuando casi llegábamos a la salida, sonaron los acordes de una canción que hizo que la niña se me rebelara: ‘Ah no, yo no me voy hasta que no termine Ave María’. Y ahí la dejé, moviendo las caderas y cantando como una quinceañera: ‘Ave María, cuándo serás mía’, mientras yo me iba a hacer pipí”.
Como cada vez que Isaac narra una anécdota, las risas se volvieron carcajadas, pero yo no estaba conforme, algo faltaba:
"Isaac ¿y los sueños? ".
"Para allá voy", me contestó mi maestro. "Esa noche tuve una pesadilla horrible, soñé que corría por estrechas callejuelas y que cientos de niñas corrían detrás de mí. ¡Yo era David Bisbal!".
Que les puedo decir, la clase se acabó, no sé si en la anécdota de Isaac estaba la respuesta a mi dilema creativo y no la supe descifrar, o como diría Segismundo si los sueños sueños son, a la única conclusión que llegué es que de ahora en adelante, los lunes a las diez de la noche en el canal de la Televisión Española no me pierdo Operación Triunfo.


Esta crónica fue escrita en el año 2003, publicada en Ficción Breve y en Nojile. El viernes pasado me encontré con mi querido Isaac en los 50 años del grupo editorial Santillana, y ayer vi a David Bisbal cantar Ave María en el Miss Venezuela. Lo tomé como señales divinas que debía rescatar esta crónica en Evitando Intensidades.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Margarita 2008.



Creí que este año se salvarían de mi tradicional artículo vacacional en Margarita. A mediados de agosto no teníamos reservación para viajar a la isla. Aspirar que a estas alturas de las vacaciones se conseguiría pasajes para una familia de cinco era un ejercicio de optimismo, pero por no dejar, llamamos a Aeropostal, y ¡oh milagro! había cupo en el vuelo que deseáramos para el destino vacacional más cotizado en Venezuela.
En diciembre de 2007 se pensaba que Aeropostal no sobreviviría ocho meses, la cancelación de vuelos y las largas esperas en los aeropuertos que fueron noticia en la prensa, lograron que mi familia buscara otra vía para llegar a Margarita. Pero en agosto decidimos probar de nuevo con “la línea aérea de Venezuela”, que para sobrevivir se redujo a tres naves, un pequeño stand en Maiquetía, la emisión manual de los pasajes y pocos destinos. Les está funcionando: servicio impecable (nos aceptaron los pasajes de diciembre que no usamos) y puntualidad espartana. La demora para despegar del aeropuerto Simón Bolívar el piloto la justificó con resignación: “A un acto protocolar de nuestro Presidente”.
El avión venía medio lleno o medio vacío –según sea su actitud ante la vida- que atribuí a la mala fama de Aerospostal. Aunque la realidad es que este año la temporada turística en Margarita ha estado floja, así me aseguraron mis amigos los orfebres de Playa Guacuco: la isla no fue tan visitada como en años anteriores, quiera la virgen del Valle que la primera semana de septiembre se levanten un poco las ventas.
Ayudando la economía de Nueva Esparta compro varias prenditas, que ya no me parecen tan económicas como en años anteriores cuando más de una caraqueña se llevaba zarcillos, collares y pulseras para venderlos entre sus amigas como alta joyería. Pero no sólo la orfebrería margariteña ha subido de precio, ser Zona Libre de Impuestos hoy apenas rinde para llevar licor, alguna crema y los quesos de bola duros importados de Holanda que no se consiguen en Caracas. De resto tanto comida como ropa son más costosos que en tierra firme.
El centro comercial Sambil de Margarita también está medio lleno o medio vacío, ni siquiera la prensa se consigue como antes: ya no la venden ni en la panadería ni en la Parada Inteligente. Sólo llega a un minúsculo local donde surgen espontáneos mítines políticos mientras los clientes leen en voz alta los titulares. Ante la amenaza del presidente Chávez de “clavarnos 26 leyes más”, un señor vocifera que si siguen las cosas así los venezolanos vamos a regresar a la época del pilón y a cultivar maíz si queremos comer arepas. El dueño del local recibe sus dos bolívares cada vez menos fuertes y le advierte riendo: “No se meta con nuestro presidente”. En Sigo también hay una pequeña concentración, no porque estén rematando whisky 18 años, sino por la visita de la actriz Ruddy Rodríguez quien sonriente accede a retratarse con los empleados del bodegón.
En la playa las obleas, las empanadas, los helados, los vuelve a la vida, han subido de precio, el gasto cada vez es mayor y el consumo menor. Pero no pienso en eso, estoy de vacaciones, o por lo menos así suponía cuando suena el celular para avisar que hay un apagón a nivel nacional. El segundo de lo que ya se vislumbra como muchos. Fiel a mis vacaciones, apago el celular prometiéndome no perderme al día siguiente el mitin político en el revistero de Sambil.

viernes, 5 de septiembre de 2008

De Londres a Kabul, pasando por La Habana, sin salir de Margarita.


Las vacaciones en Margarita son perfectas para ponerme al día con varias lecturas atrasadas, escojo tres libros muy diferentes entre sí para llevármelos a la isla: la autobiografía de Eric Clapton, Chiquita del cubano Antonio Orlando Rodríguez (premio Alfaguara 2008), y El librero de Kabul de la periodista noruega Asne Seierstad.
Arranco con las memorias de Clapton publicadas en el año 2007 cuando el famoso guitarrista inglés ya tiene 62 años y vive en un castillo en las afueras de Londres con su joven esposa Melia y sus tres niñas: Julie, Ella y Sophie. Aunque sigue dando conciertos a casa llena con la misma energía de sus contemporáneos los Rolling Stones, entre el muchachito de clase media baja que comienza el libro criado por sus abuelos creyendo que eran sus padres, que compró su primera guitarra a los trece años, que antes de los 20 sus admiradores ya juraban que era Dios, tan entregado a lo que él pensaba debía ser la buena música que disolvió varias bandas cuando sentía que se estaban vendiendo al Pop, enamorado de la esposa de uno de sus mejores amigos (George Harrison), y que terminó por conseguirse una novia aristócrata con la que se metía hasta gasolina de avión; y el hoy esplendido padre de familia que compra un enorme yate para que sus niñitas puedan disfrutar las vacaciones en Marbella, alcohólico y drogadicto que tiene años sin consumir, propietario de un centro de rehabilitación en una isla del Caribe, cristiano, amante esposo, y cazador confeso de tiernas tortolitas y venados desprevenidos… hay una intensa travesía de eso que los medios publicitan como el glamoroso mundo del sexo, las drogas y el rocanrol.

Quizás el salto de un guitarrista de blues a una alegre cantante de vaudeville fue demasiado, tanto como la diferencia de tamaño entre Clapton y Chiquita, es decir, Espiridiona Cenda, una consentida niña cubana de fines del siglo XIX que apenas supera las 20 pulgadas, y que al verse huérfana y arruinada, se va a probar fortuna a la ciudad de Nueva York donde apadrinada por la legendaria actriz Sarah Berharndt, se convierte en una gran estrella del espectáculo musical. El narrador cubano Antonio Orlando Rodríguez, residente en los Estados Unidos y quien ha hecho carrera escribiendo libros infantiles, dice que aunque la historia de Chiquita es verídica y la liliputiense vivió muchas de las aventuras descritas en su novela, como autor de ficción se sirve descaradamente de su imaginación para inventarle peripecias a Espiridiona, jugando a sus anchas con eventos y personajes históricos como la anarquista Emma Goldman, la Bella Otero y Francis Scott Fitzgerald.
Entre el jurado que otorgó el premio Alfaguara a la Chiquita de Rodríguez se encontraban Jorge Volpi y Ray Lóriga; cuesta entender cómo estos escritores tan exigentes con el lenguaje como Clapton lo es con las notas que salen de su guitarra, premiaron una novela que si bien puede ser entretenida y bien construida, está escrita en un español sobrecargado de adjetivos y clichés que a menudo la hacen de un kitch subido.
Termino mis vacaciones en Afganistán, lugar poco propicio para que una chica del occidente pase una temporada como lo corroboró la periodista noruega Asne Seierstad, quien en febrero de 2002 se mudó con una familia afgana durante varias semanas para conocer desde adentro su dinámica. Asne, quien ya había reportado más de una guerra antes de inmiscuirse en esta batalla doméstica, pensó que la familia del librero Sultan Kahn no sería una familia afgana tradicional porque el patriarca era un hombre rico, culto y que se asumía como liberal dentro de las estrictas leyes musulmanas. Pero bajo el techo de Sultan, siguiendo las reglas de la casa, conviviendo con sus dos esposas, sus hijos, sus tres hermanas solteras y su madre; Asne se encontró dentro de un estado tan tiránico como los distintos regimenes que han asumido el poder en la historia reciente de Afganistán.
Con “El librero de Kabul” refresqué lo aprendido en el Taller de Memoria y Periodismo dictado por Milagros Socorro, en este caso, cómo usar herramientas de la narrativa de ficción en la no ficción. Seierstad emula al antropólogo Oscar Lewis en 1979 cuando escribió “Los hijos de Sánchez”, infiltrándose en la intimidad de un hogar cuya cultura le es ajena para luego servir como narrador omnisciente de la vida de sus miembros. La periodista noruega asegura que no interviene en los vaivenes de los Kahn sino como expositora de las vivencias de la familia. Pero en cada uno de sus capítulos donde los sueños y las frustraciones de los distintos miembros se exponen como pequeños relatos bien acabados, se siente su juicio occidental de desconcierto feminista al encontrarse en una sociedad donde las mujeres están a la merced de los hombres, y pueden llegar al punto de ser asesinadas por un desliz romántico, siempre obligadas a matrimonios de conveniencia, y en la cual hasta para ser maestra de escuela necesitan el permiso del hombre que rige sus vidas (padre, esposo o hermano mayor), y el visto bueno de la ineficiente burocracia.
A pesar de que el régimen talibán ya fue derrocado y las leyes en Afganistán no son tan estrictas como cuando se les prohibía a las mujeres salir sin el burka que las cubre por completo, Seierstad asegura en el epitafio de su libro que en Kabul aún se vive en un mundo antiguo donde las mujeres dependen de la voluntad masculina y donde el nacimiento de una niña, suele ser considerada una desgracia familiar.
Clapton (Random House) lo leí en la versión tapa blanda en inglés, aunque ya se consigue en español, por supuesto, no ha llegado a Venezuela. Chiquita (Alfaguara) y El librero de Kabul(Maeva) si se consiguen con facilidad en nuestras librerías.

jueves, 4 de septiembre de 2008

El surfista cuarentón.



El año 2001 no estaba terminando bien: “Adriana, prohibido ir de tiendas y toparse con magallaneros”. De nuevo los Tiburones de la Guaira quedaban descalificados en el round robin del béisbol profesional. Menos mal que pasaríamos el fin de año en Margarita donde esperaba que las pasiones beisbolísticas del fanático de mi marido se mitigaran con el salitre y las olas del mar. La verdad sea dicha, las vacaciones no se vislumbraban muy prometedoras: los días lluviosos, la terrible situación económica y política del país, la derrota de los Tiburones de La Guaira, y la llegada del 2002 -año en que el fanático de mi marido entraba en la temible década de los cuarenta-, me prometían a un marido más cascarrabias que de costumbre.
Nuestras vacaciones margariteñas comenzaron con la rutina de siempre: alimentar a los muchachos a punta de empanadas de cazón, protegerlos bien del sol, y a descansar. Por eso cuando se corrió la voz en Playa Guacuco de que a pocos metros de donde siempre nos bañamos en el mar se estaban impartiendo unas clases de surf, las niñitas inmediatamente nos rogaron que las lleváramos. Yo estaba un poco escéptica, la caminata era muy larga para el bebé, pero insistieron e insistieron tanto que su papá, buscando un cambio en nuestra rutina playera, aceptó llevarlas.
Me quedé con los peroles y el pequeño Ozzie, y mi marido se llevó a las niñas a practicar un deporte que nunca había tenido nada que ver con él: “Ya venimos”. Pero los minutos se fueron convirtiendo en horas y me empecé a preocupar; en la playa sólo quedaban esos rezagados que les gusta disfrutar de la puesta de sol metidos dentro del mar, y como yo me congelo apenas el sol se empieza ocultar, no quise dejar pasar más tiempo y arrastrando las sillas, la cava, el paraguas, la cartera y el bebé, me fui en busca de mi familia perdida.
Confieso que quizás estoy demasiado influenciada por Sony Enterteinament Televisión, porque imaginaba a una escuela de surf al mejor estilo californiano dirigida por un guapo a lo Don Jonhson -el mismo de Miami Vice- rodeado de hermosas chicas Baywatch, enseñando a rubios niños y esculturales adolescentes a surfear, pero no, me tuve que adaptar a la realidad nacional y debajo de una palmera, enfrente a un tinglado que dice Coco frío, estaba el profesor de surf, un contemporáneo agotado quien al preguntarle por su alumnado, me señaló con un dedo mi última gran sorpresa del 2001: en vez de encontrarme con mi marido peleando para que las niñas se salieran de una buena vez del mar, me encontré a mis niñas, titiritando de frío, implorando: “Ya está bueno papá” y al augusto padre de familia, recuperando los años perdidos, en la tabla de surf tratándose de parar.
Ahora si me acomodé yo con un surfista cuarentón: “¡Bájate de ahí que te vas a ahogar!” Pero no me oía, tan abstraído estaba tratando de lograr el equilibrio en la delgada tabla azul. “Déjalo, déjalo, que todavía le quedan diez minutos de sol”, me dijo el profesor de la academia marítima. Madre al fin, me senté paciente a esperar que mi niñito precuarentón terminara de matar la fiebre de correr olas.
-Playa Guacuco es ideal para aprender a surfear porque sus olas no son muy grandes- trató educadamente de sacar conversación el maestro surfista- Las chamas se pararon, pero el papá no ha podido.
Contemplando los esfuerzos desesperados de mi marido por pararse en la tabla y deslizarse por las olas, quise justificarlo:
-La derrota de los Tiburones ha sido demasiado dura para su espíritu, está buscando nuevos caminos para alcanzar la felicidad deportiva. Pero a su edad no creo que el surf sea el deporte para él.
El profesor es de los que creen que el surf no tiene fecha en el calendario.
- La alumna más vieja que he tenido fue una señora alemana de setenta años, ¡esa vieja si estaba dura! Se paró. En temporadas de vacaciones esto se llena de niños y adolescentes pero en temporada baja la mayoría de mis alumnos son parejas como tú y tu marido que a pesar de los años quieren aprender a surfear.
¡Qué grosero! ¡A pesar de los años su abuela! ¡Es qué no se ha visto en un espejo! ¡Si a leguas se nota que es de los que veía Perdidos en el espacio en blanco y negro! El surfista contemporáneo sigue su charla sin darse cuenta de que hirió lo más profundo de mis sentimientos.
- En Venezuela todo es fútbol o béisbol, no se le da importancia al surf.
¡Lo único que me faltaba! ¡ Un surfista incomprendido! Melancólico se sincera: de esta escuela, nadie sale graduado.
-La verdad es que yo lo que hago es alquilar el equipo, la tabla con una camisa para que no se raspen la barriga, siete mil bolívares la media hora, y con ese precio vienen incluidas unas breves instrucciones para principiantes.
El profe, muy profesional, mira el reloj, y suena el pito avisándole al nuevo surfista que ya es hora de guardar la tabla. Mi marido sale del mar rejuvenecido, con una sonrisa de oreja a oreja, su filosofía ante la vida ha cambiado y olvidando la derrota de los Tiburones y su orden inicial de cero compras en Margarita, me anunció festivo:
-Chama, vamos pa’ Sambil, a ver que tablas encontramos allá.


Publicado en El Nacional en enero de 2002
Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.