domingo, 19 de junio de 2016

Tras una "pálida"


"¡¡¡Coññoooo eeetuuu maaadreee!!!"- me gritó el taxista mientras en su destartalado carro trataba de esquivar a mi no menos destartalado carro. 
Si alguna vez merecí un coño etu madre tan sentido fue la otra tarde cuando en la avenida Los Mangos, tras verificar por el retrovisor que no venían carros, cambié de canal. Juro que vi la vía libre. Al oír el frenazo fue que me di cuenta que venía un taxi. La verdad no lo vi, quizás un punto ciego en el retrovisor no me permitió verlo.
Ante el cornetazo-frenazo me preparé para el impacto y el posible ruido de vidrios rotos que precede el choque entre dos carros. Pero ni impacto ni vidrios rotos, solo una indignada mentada de madre. Por experiencia propia -en casa tenemos meses con un carro accidentado- me consta que de haber chocado aunque mi seguro de responsabilidad civil asumiera los gastos de reparación del vehículo, el pobre hombre se habría quedado sin su taxi por tiempo indefinido porque en la Venezuela de Maduro, repuestos #nohay.
No sé si la teoría del punto ciego sea cierta o simplemente venía distraída tras dejar a mi hija en la parada del Metro para ir a la universidad. Venía deshojando la margarita de si comprar camarones o no, el precio de los camarones está por el cielo, son un lujo, pero nuestra familia se merecía un consentimiento después de los terribles momentos vividos días atrás cuando precisamente esperando a que la universitaria llegara a casa para comer un pescado que le había comprado su papá para celebrar que esa noche estaba de cumpleaños, recibimos la llamada que toda familia venezolana teme y espera como una especie de sino de país: sin usar la palabra secuestro, la muchacha avisó que ella y su prima-compañera de estudios estaban en una situación "delicada". 
"Situación país" se justificaron quienes las ruletearon por la ciudad mientras llegaban a un acuerdo con la familia (o sea, con nosotros). No hace falta entrar en detalles de lo que fue otro de tantos secuestros express caraqueños más allá de que me tocó llamar a mi prima para decirle que lo que tanto hemos temido desde hace cuatro años cada vez que las muchachas llegaban más de dos minutos tarde a casa, sucedió. Reunirnos para romper las alcancías, llamar a unos amigos para ver cuánto dinero tenían en casa, ustedes saben, lo que tantas otras familias venezolanas han sufrido como parte del peaje de insistir seguir viviendo en Venezuela. 
En medio de la intensa rabia de haber tenido que pasar por esta "situación país", o "pálida" como la llaman ellas, al abrazar a nuestras muchachas recién liberadas prevalece el alivio que no les hicieron daño, que las tenemos de vuelta en casa, que fue rápido, que muchas familias no tuvieron esa suerte, por eso no obstante estar corta de efectivo -como ustedes comprenderán ante las circunstancias- y con deudas por pagar, además de agradecida por no haber chocado al pobre taxista, opté por volver a celebrar los 22 años de mi hija y comprar los camarones, a pesar de que ya había soplado sus velitas rodeada de llorosos pero felices familiares y amigos, con rabia de país, pero agradecidos a la vida de tener a nuestras niñas de vuelta en casa.  

martes, 14 de junio de 2016

49 muchachos que solo querían ser felices


No tardaron en rodar los chistes homofóbicos relacionando el tiroteo el pasado sábado en la discoteca en Orlando, y cómo se salvaron algunos personeros de la política nacional. Imagino que habrá versiones en los dos bandos de la esfera política venezolana, así como chistes similares en otros países de nuestro hemisferio. No resulta casual que gran parte de las cuarenta y nueve víctimas del odio de Omar Mateen tuvieran nombres hispanos. Después de todo por este lado del continente vivimos en una cultura donde el amor entre personas del mismo sexo, cuando no se encuentra con abierto oprobio, sigue siendo objeto de risas y chalequeos. 
No extraña que la mayoría de los muchachos que esa noche bailaban salsa, alegres, con quien les diera la gana, no solo se fueron de sus países natales huyendo de precarias situaciones económicas y políticas, sino que también lo hicieron al no sentir su sexualidad plenamente aceptada por la sociedad que los rodea. 
Resulta paradójico que en lugar de encontrar el sueño americano, las cuarenta y nueve víctimas en "the land of the free and the brave" se encontraron fue con la muerte a manos de un joven como ellos,  que no llegaba a los treinta años, nacido en los Estados Unidos, hijo de inmigrantes oriundos de Afganistán, que buscaron asimilarse a su país de acogida sin prescindir de su cultura.
 Pero mientras las  cuarenta y nueve víctimas y los cincuenta y un heridos, y todos los que se encontraban esa noche en la Discoteca Pulse en Orlando no prescindían de su cultura bailando y pasándola bien sin perjudicar a nadie, mientras abrazaban la libertad de decidir a quien amar y con quien bailar, Omar Mateen abrazó la libertad que se dispone en los Estados Unidos de portar armas, y así llevar hasta las últimas consecuencias su herencia de abominar a la homosexualidad.  
 Omar Mateen dejó como último legado una llamada a la policía identificándose con el grupo terrorista Isis, lo que restó fuerza al llamado del presidente Barack Obama para un necesario control de armas en los Estados Unidos. Creyó torpemente Donald Trump que podría usar la asociación con el Isis para su beneficio político tuiteando una fanfarronería en cuanto a su posición: "con el terrorismo islamico radical, no quiero felicitaciones, quiero mano dura y vigilancia".
Viendo los toros detrás de la barrera, no creo que esta sea una acción premeditada del grupo islamista Isis, pero si parte de su siembra de odio, así como muchos malandros venezolanos se identificaban con la gesta revolucionaria a la hora de robar. 
Lo que si está claro es que no es Isis, ni ningún grupo terrorista, quien da libre acceso a las armas en los Estados Unidos, sino la constitución norteamericana la que permite una indiscriminada venta de armas que facilita que cualquier psicópata mate impulsivamente a veinte niños y seis maestras, o a catorce feligreses en una iglesia bautista, o a cuarenta y nueve jóvenes que solo quería ser felices


domingo, 12 de junio de 2016

"Hi Mr Martin, I'm from Venezuela"

                                                                 
                               

                                        
                                                                     I

Antes de Chávez, cuando se visitaba una ciudad cosmopolita, digamos Nueva York, cada vez que nos identificábamos como venezolanos notábamos cómo nuestro interlocutor hacía un breve ejercicio mental para recordar algo sobre tan exótico gentilicio. Sabían que Venezuela quedaba en Suramérica, tan ignorantes no son, pero como cuando a un latinoamericano que no sea internacionalista le hablan de los países africanos, no tenían muy claras las diferencias geopolíticas del continente con ligeras excepciones (la Cuba de Castro, el Chile de Pinochet). Había quienes mencionaban a un amigo en Guayaquil, o en Barranquilla, a quien quizás conociéramos. No faltaban quienes repetían el cliché de las hermosas playas, mujeres bellas y grandes peloteros. Y quienes seguían nuestras telenovelas.
Pocos pasaban de ahí. 
En tiempos de Chávez nuestra patria se hizo famosa como suele pasar con las naciones donde se instalan gobiernos de hombres fuertes, bien sea de Izquierda o de Derecha, aunque quienes se proclaman antiimperialistas y revolucionarios usualmente llegan a ser aplaudidos por la imaginería popular y la izquierda caviar que les gusta apoyar revoluciones lejos de sus fronteras. Cuando una se identificaba como venezolana, tenía que estar preparada para oír todo tipo de alabanzas en torno al hombre que muchos venezolanos pensábamos estaba llevando nuestro país a la ruina. 
Eso se acabó, después de Chávez ya pocos se atreven regodearse de simpatía revolucionaria ante lo que vivimos en la Venezuela de Maduro. Si antes inspirábamos indiferencia, luego admiración en ciertos círculos, hoy lo que inspira la patria de Bolívar es lástima. Cada vez que nos identificamos como venezolanos la respuesta es inmediata: ¿está Venezuela tan mal de verdad? ¿Es cierto lo de las colas, los políticos presos, la escasez de alimentos y medicinas? ¿qué nos pasó? ¿cómo se puede seguir viviendo en un país donde la escasez y la violencia parecen ser política de gobierno? ¿Cómo puedo seguir viviendo allí?
"Menos mal que todavía les queda el Sistema de Orquesta", suspiran los más optimistas. 
Comentan amigos que siguen teniendo panas de esa izquierda incondicional -muchos ni siquiera han pisado esta tierra en sus vidas,  menos en la gloria de Nicolás- que insisten en defender el descalabro que hoy vivimos los venezolanos por ser un descalabro de izquierda. En mi reciente viaje a Nueva York no me topé con ninguno de estos fieles apologistas revolucionarios, solo me topé con lástima, una intensa lástima a Venezuela, considerada hoy el país más miserable del continente. 

                                                                             II

Para bajarle dos a las intensidades cambio de tema a uno de mis lugares favoritos donde no fue necesario identificarme como venezolana, Strand, ubicada en la calle 12 con Broadway, a dos cuadras de Union Square, la legendaria librería que se promociona como "18 millas de libros", visita obligada en Nueva York.
Voy a Strand como el creyente va a un templo en peregrinación, a rendir pleitesía junto con otros feligreses del culto al libro, y salgo cargada con justo los suficientes para no pagar exceso de equipaje, sobre todo ahora que una tiene que regresar a Venezuela cargada de desodorante, champús y toallas sanitarias.  La selección de estas 18 millas de libros es pura calidad, y los precios varían entre el PVP, y libros en remate en los tablones de descuento. 
Desde hace algún tiempo sigo la cuenta de la mítica librería en Instagram y veo como es visitada por celebridades como Tom Hanks y Ewan Mc Gregor, decían que David Bowie se la pasaba metido allí, pero yo nunca me he encontrado con una celebridad entre los estrechos pasillos de Strand, o quizás ni pendiente porque lo que estoy es buscando libros que no conseguiría en Venezuela.
Además me acusan mis hijos de tener cierta tendencia a alucinar celebridades, como el día que juré haberme cruzado con el futbolista Iker Casillas en el aeropuerto de Berlín cuando se suponía tenía juego en Madrid. Por eso cuando me crucé en el área central de Strand con ese inmenso y desaliñado señor que tenía un indudable parecido con George R.R. Martin, después de que se me detuvo el corazón por un instante ante la posibilidad, me dije: "noooo, no puede ser". 
Y no podía ser porque el señor gordo estaba solo con su mujer deambulando como cualquier hijo de vecina por los pasillos de Strand. Más allá de esta venezolanita, nadie parecía darle una segunda mirada a este casi anciano de enorme humanidad, un Robert Baratheon moderno, vestido de negro, con tirantes que le sujetaban los pantalones, no se le fueran a caer ante su descomunal abdomen. 
"¡Ay pero es que es igualito!", pensé cuando me lo volví a tropezar en el tablón de los libros recomendados por el personal de Strand, pero no podía ser el autor de la saga de Game of Thrones, el  que lleva casi diez mil páginas anunciando que se aproxima el invierno, el creador de los Lannister y de los Starks, de la madre de los dragones, del otro lado del muro, de los salvajes, de los white walkers; de todo un universo que lo ha convertido en uno de los autores de fantasía más importantes a la par de Tolkien. Una leyenda viviente. Y ahí solito, sin perro que le ladre, sin nadie que lo perturbe en su búsqueda de libros. No puede ser.
Además, no llevaba puesto su gorra habitual. 
Así que decreté que todos los gordos inmensos como que eran igualitos, y subí al segundo piso donde habría de encontrarme un libro de Calder at Home, que me hizo olvidar al señor que se parecía a George R.R. Martín. 
No lo estaría contando de no ser porque esa noche estaba la foto del hombre con tirantes en la cuenta de Instagram de Strand celebrando otra visita de una celebridad:  "The one and only George R.R. Martin, y no nos pasó el dato de cuándo #Thewindsofwinter será publicado".
¡No lo podía creer! Había respirado el mismo aire de una leyenda literaria contemporánea y tras reconocerlo, de pendeja me desdije, y lo decreté un gordo cualquiera. 
Hoy pienso que mejor así, porque qué habría hecho: ¿molestar su privacidad para agradecerle que revivieran a Jon Snow? ¿Decirle un lugar común como Winter is coming o Valar Morghulis o The night is dark and full of terrors?, o peor aún: "Hi mr. Martin, I'm from Venezuela". 

                                                   

miércoles, 8 de junio de 2016

Once a princess



En el primer capítulo de Game of Thrones, cuando el invierno apenas comenzaba a asomar, conocemos a dos hermanas diametralmente distintas: la pequeña Arya Stark, guerrera y luchadora, quien pretende dominar las armas como se le exige a sus hermanos varones, su posesión más preciada es una espada que le regaló su hermanastro Jon Snow a la que bautiza Needle (aguja), no le interesan ni trapos ni joyas, ni intentar ser bonita, ni aprender a recitar, coser o bailar, y mucho menos le interesa la idea de un príncipe azul en su futuro. En cambio Sansa Stark,  entrando en la adolescencia, es romántica y soñadora del estilo romántico y soñador cuya idea de "vivieron felices para siempre" es un buen matrimonio con un guapo y galante príncipe que la adore, la llene de joyas y vestidos, para siempre verse como una futura reina debe lucir. 
Es decir, una Susanita en potencia. 
De los tantos hilos narrativos de la serie basada en la saga de George R.R. Martin, uno de mis preferidos es el de esta princesa devaluada quien abandona su hogar en Winterfell al ser prometida en matrimonio con el joven príncipe Joffrey Baratheon, que ante los ojos de la hija de Ned Stark, es el mejor prometido que la vida le puede brindar: rubio, de ojos azules, heredero de un poderoso trono, y que ante ella se muestra encantador. 
Distaba la púber Sansa imaginar las calamidades que el futuro le deparaba, calamidades que al principio afronta ingenua e indefensa, y que poco a poco empezó a afrontar con valor pero sin perder su delicada feminidad. Los seguidores de la serie de HBO hemos aprendido a querer a la malcriada adolescente, que tras ser comprometida con un novio sádico, sufrir las humillaciones de su posible suegra, ver diezmada a su familia, enamorarse de un chulo para después ser entregada por él en matrimonio a otro sádico quien habría de violarla la noche de bodas, y maltratarla consecuente en cualquiera parte del cuerpo que no impidiera darle un heredero; la otrora frívola Sansa se ha ido creciendo como personaje por el cual el espectador lejos de sentir fastidio y antipatía, siente empatía por la dignidad con la que afronta el descarrilamiento de lo que ella asumía sería su vida perfecta. 
Al principio de GOT nadie daba medio por Sansa Stark, hoy todos le tenemos ternura, aspiramos que en algún momento se le tuerza la suerte y le comiencen a salir bien las cosas, ya se le torció un poquito, logró huir de Winterfell con la ayuda de Theon Greyjoy, ahora está bajo la protección de Lady Brianne de Tarth, se reencontró con su supuesto hermanastro Jon Snow e hizo las paces con él tras una antipatía mutua que marcara su infancia, y a estas alturas de la serie es una pichón de estratega que busca armar con Jon un ejercito para rescatar a su hermano Rickon de las garras del sicópata Ramsay. 
Díganme, ¿quién ha crecido emocionalmente en el transcurso  de Game Of Thrones tanto como Sansa Stark?
Sin embargo en el capítulo del domingo pasado, titulado The Broken Man, nos dimos cuenta que todavía queda en ella esa esencia de la niña para quien entre los principales atributos de una mujer está ser bella y femenina, cuando a la hora de procurarse aliados para armar un ejército para rescatar a Rickon y batallar a los White Walkers, Sansa y Jon Snow recurren a un nuevo personaje en la serie, Lady Lyanna Morton, una reina de apenas diez años, quien los recibe en su corte rodeada de sus ancianos consejeros. Se equivoca Sansa al ver reflejada en la pequeña reina una imagen de si misma a su edad, en lugar de reconocer en la niña el espíritu combativo de su hermana Arya. Por eso trata de adularla en su estilo particular: 
"Es usted tan bella como lo era su madre".
 La niña será niña pero no es tonta, por eso la precisa:
"Mi madre era todo menos bella, mi madre era una guerrera". 
Con este breve intercambio de palabras Sansa demostró aquel lema que dice, "Once a princess, allways a princess", pero no por eso dejaremos de quererla.