domingo, 12 de junio de 2016

"Hi Mr Martin, I'm from Venezuela"

                                                                 
                               

                                        
                                                                     I

Antes de Chávez, cuando se visitaba una ciudad cosmopolita, digamos Nueva York, cada vez que nos identificábamos como venezolanos notábamos cómo nuestro interlocutor hacía un breve ejercicio mental para recordar algo sobre tan exótico gentilicio. Sabían que Venezuela quedaba en Suramérica, tan ignorantes no son, pero como cuando a un latinoamericano que no sea internacionalista le hablan de los países africanos, no tenían muy claras las diferencias geopolíticas del continente con ligeras excepciones (la Cuba de Castro, el Chile de Pinochet). Había quienes mencionaban a un amigo en Guayaquil, o en Barranquilla, a quien quizás conociéramos. No faltaban quienes repetían el cliché de las hermosas playas, mujeres bellas y grandes peloteros. Y quienes seguían nuestras telenovelas.
Pocos pasaban de ahí. 
En tiempos de Chávez nuestra patria se hizo famosa como suele pasar con las naciones donde se instalan gobiernos de hombres fuertes, bien sea de Izquierda o de Derecha, aunque quienes se proclaman antiimperialistas y revolucionarios usualmente llegan a ser aplaudidos por la imaginería popular y la izquierda caviar que les gusta apoyar revoluciones lejos de sus fronteras. Cuando una se identificaba como venezolana, tenía que estar preparada para oír todo tipo de alabanzas en torno al hombre que muchos venezolanos pensábamos estaba llevando nuestro país a la ruina. 
Eso se acabó, después de Chávez ya pocos se atreven regodearse de simpatía revolucionaria ante lo que vivimos en la Venezuela de Maduro. Si antes inspirábamos indiferencia, luego admiración en ciertos círculos, hoy lo que inspira la patria de Bolívar es lástima. Cada vez que nos identificamos como venezolanos la respuesta es inmediata: ¿está Venezuela tan mal de verdad? ¿Es cierto lo de las colas, los políticos presos, la escasez de alimentos y medicinas? ¿qué nos pasó? ¿cómo se puede seguir viviendo en un país donde la escasez y la violencia parecen ser política de gobierno? ¿Cómo puedo seguir viviendo allí?
"Menos mal que todavía les queda el Sistema de Orquesta", suspiran los más optimistas. 
Comentan amigos que siguen teniendo panas de esa izquierda incondicional -muchos ni siquiera han pisado esta tierra en sus vidas,  menos en la gloria de Nicolás- que insisten en defender el descalabro que hoy vivimos los venezolanos por ser un descalabro de izquierda. En mi reciente viaje a Nueva York no me topé con ninguno de estos fieles apologistas revolucionarios, solo me topé con lástima, una intensa lástima a Venezuela, considerada hoy el país más miserable del continente. 

                                                                             II

Para bajarle dos a las intensidades cambio de tema a uno de mis lugares favoritos donde no fue necesario identificarme como venezolana, Strand, ubicada en la calle 12 con Broadway, a dos cuadras de Union Square, la legendaria librería que se promociona como "18 millas de libros", visita obligada en Nueva York.
Voy a Strand como el creyente va a un templo en peregrinación, a rendir pleitesía junto con otros feligreses del culto al libro, y salgo cargada con justo los suficientes para no pagar exceso de equipaje, sobre todo ahora que una tiene que regresar a Venezuela cargada de desodorante, champús y toallas sanitarias.  La selección de estas 18 millas de libros es pura calidad, y los precios varían entre el PVP, y libros en remate en los tablones de descuento. 
Desde hace algún tiempo sigo la cuenta de la mítica librería en Instagram y veo como es visitada por celebridades como Tom Hanks y Ewan Mc Gregor, decían que David Bowie se la pasaba metido allí, pero yo nunca me he encontrado con una celebridad entre los estrechos pasillos de Strand, o quizás ni pendiente porque lo que estoy es buscando libros que no conseguiría en Venezuela.
Además me acusan mis hijos de tener cierta tendencia a alucinar celebridades, como el día que juré haberme cruzado con el futbolista Iker Casillas en el aeropuerto de Berlín cuando se suponía tenía juego en Madrid. Por eso cuando me crucé en el área central de Strand con ese inmenso y desaliñado señor que tenía un indudable parecido con George R.R. Martin, después de que se me detuvo el corazón por un instante ante la posibilidad, me dije: "noooo, no puede ser". 
Y no podía ser porque el señor gordo estaba solo con su mujer deambulando como cualquier hijo de vecina por los pasillos de Strand. Más allá de esta venezolanita, nadie parecía darle una segunda mirada a este casi anciano de enorme humanidad, un Robert Baratheon moderno, vestido de negro, con tirantes que le sujetaban los pantalones, no se le fueran a caer ante su descomunal abdomen. 
"¡Ay pero es que es igualito!", pensé cuando me lo volví a tropezar en el tablón de los libros recomendados por el personal de Strand, pero no podía ser el autor de la saga de Game of Thrones, el  que lleva casi diez mil páginas anunciando que se aproxima el invierno, el creador de los Lannister y de los Starks, de la madre de los dragones, del otro lado del muro, de los salvajes, de los white walkers; de todo un universo que lo ha convertido en uno de los autores de fantasía más importantes a la par de Tolkien. Una leyenda viviente. Y ahí solito, sin perro que le ladre, sin nadie que lo perturbe en su búsqueda de libros. No puede ser.
Además, no llevaba puesto su gorra habitual. 
Así que decreté que todos los gordos inmensos como que eran igualitos, y subí al segundo piso donde habría de encontrarme un libro de Calder at Home, que me hizo olvidar al señor que se parecía a George R.R. Martín. 
No lo estaría contando de no ser porque esa noche estaba la foto del hombre con tirantes en la cuenta de Instagram de Strand celebrando otra visita de una celebridad:  "The one and only George R.R. Martin, y no nos pasó el dato de cuándo #Thewindsofwinter será publicado".
¡No lo podía creer! Había respirado el mismo aire de una leyenda literaria contemporánea y tras reconocerlo, de pendeja me desdije, y lo decreté un gordo cualquiera. 
Hoy pienso que mejor así, porque qué habría hecho: ¿molestar su privacidad para agradecerle que revivieran a Jon Snow? ¿Decirle un lugar común como Winter is coming o Valar Morghulis o The night is dark and full of terrors?, o peor aún: "Hi mr. Martin, I'm from Venezuela". 

                                                   

2 comentarios:

Ancapi dijo...

Menos mal que no pierdes el sentido del humor...

Eso sí... lo de “a la par de Tolkien” es una barbaridad...

Adriana Villanueva dijo...

Ja Andrés, cómo te conozco, sabía que ibas a hacer la aclaratoria que como Tolkien no hay.