lunes, 18 de noviembre de 2013

Una necesidad llamada El Tijerazo


"Qué Literatura venezolana, ni qué espíritus afines, en esta ciudad de locos nada salva", iba pensando en el carro tras una hora en el tráfico el pasado sábado para cruzar la ciudad de norte a sur de Sebucán a Paseo Las Mercedes. Unos amigos me habían invitado a una parrilla tardezona, y después de tomar una cerveza, me fui prometiendo: "no tardo, hoy a las 5 pm le entregan el Premio de la Crítica a Eduardo Sánchez Rugeles por su novela Liubliana, en una hora estoy aquí". 
En una hora seguía en la cola, más o menos en la tranca frente al Locatel en Las Mercedes, al diablo la Literatura venezolana, me habría devuelto a la parrilla con los panas de haber encontrado dónde devolverme, pero ese sábado Caracas parecía un gran estacionamiento. 
Un día de semana cualquiera llegar en carro ese mismo trayecto puede tardar hasta dos horas, un sábado de noviembre no debería ser más de veinte minutos. Olvidaba que este noviembre de 2013 Nicolás Maduro decretó que  la navidad en Venezuela comenzaría más temprano, y una de sus primeras medidas para lograrlo fue obligar a los comerciantes, y no solo a los que venden electrodomésticos, a vender toda su mercancía a dólar preferencial a 6, 30; o al dólar SICAD a 10 Bs que el Gobierno otorgó a ciertas importaciones. El Black Friday del capitalismo gringo (remate de mercancía en noviembre) en este socialismo del siglo XXI comenzó un viernes rojo cuando Maduro mandó en cadena nacional a:  "que no quedaran anaqueles vacíos". 
Lo que parecen negados a aceptar Maduro y su tren ejecutivo, por lo menos públicamente, es que ante el control de cambios y la dificultad para conseguir dólares por la vía oficial, quien determina la economía nacional es un dólar paralelo. No sé si obligar a tumbar los precios a los comerciantes es una medida populista preelectoral asumiendo que de esta manera el chavismo arrasará en la elecciones municipales en diciembre, o si realmente Maduro cree que negando su existencia, forzando al comerciante a vender al precio que le imponen los inspectores de INDEPAVI, el dólar "fantasma" dejará de existir, bajará la inflación, y a Venezuela por fin llegará la Suprema Felicidad que prometió Maduro creando un Viceministerio con tal fin. 
Viendo la cola de gente esperando para poder entrar a la tienda El Tijerazo en Paseo Las Mercedes, es fácil darse cuenta que la única confianza de país que han dado estas medidas económicas es que en Diciembre en Venezuela no se conseguirá ni una lima con qué afilarse las uñas para defenderse ante lo que nos viene: la peor escasez de la que los venezolanos de varias generaciones tengamos historia. 
El sábado 16 de noviembre Paseo Las Mercedes parecía un 24 de diciembre en la tarde, hasta el valet parking estaba copado. El centro comercial lleno de personas no precisamente celebrando a la Literatura venezolana (aunque Sánchez Rugeles tiene su público), en El Tijerazo la cola para entrar tomaba la mitad del pasillo. Ahí no se veía lumpenproletariado dispuesto a llevarse la pantalla plasma que prometió Nicolás debe tener cada hogar venezolano, en esa cola se veía familias clase media pacientemente esperando su turno para raspar la olla de adornitos de navidad, enseres del hogar, de ropa etiquetada GAP made in China, de juguetes de esos con los que los niños juegan la mañana de Navidad, y al ratico dejan de lado. Ustedes entienden, corotos, peroles, chécheres, "el Socialcorotismo" como lo bautizó Gisela Kozak.
Esa tarde, como reflejo de la actual Venezuela, decenas de hombres, mujeres y niños esperaban para entrar al Tijerazo y comprar a "precios justos", cuando si algo tenía El Tijerazo, era, precisamente, precios solidarios.
"Qué humillación tener que hacer cola para raspar la olla de una tienda como El Tijerazo" al principio pensé, después decidí no ser tan dura juzgando a los demás, recordé durante el paro de diciembre de 2002 quienes entonces teníamos niños pequeños y nos encontramos que ese sería un diciembre sin regalos bajo el árbolito. 
De regreso de la presentación del premio de la crítica a Sánchez Rugeles, me tocó hacer la cola para pagar el ticket del estacionamiento frente al Tijerazo. En la tienda todavía había decenas de clientes llevándose lo que quedaba de mercancía.  Quién sabe cuándo podrán sentir de nuevo semejante éxtasis consumista. Ya no había nadie haciendo cola para entrar y hasta me dieron ganas de ver si encontraba esos vasos azules tan bonitos que compré en esa misma tienda hace unos meses. Fue entonces que me di cuenta de dos avisos en las vidrieras, en el primero se leía que solo dejarían entrar clientes hasta las 6 pm. Y al segundo aviso le tomé una foto con mi celular, pensando: ¡Viva el socialcorotismo del Siglo XXI caraj!



viernes, 15 de noviembre de 2013

Pequeño antídoto contra la barbarie


Me obligué a ir al Festival del Libro de Baruta, la verdad es que los ánimos no están para mucho, pero a veces hay que obligarse a salir, la alternativa es hundirse en la depresión de país, y ayer esa depresión tocaba piso porque los venezolanos sabíamos que esa tarde la Asamblea Nacional le daría a Nicolás Maduro la Habilitante para gobernar por Decreto durante seis meses, es decir, la potestad de ser un Dictador. 
Si viene el fin del mundo uno quiere esperarlo con su familia, pero este patadón a la ya tantas veces pateada Democracia venezolana, es bueno recibirla -mientras se pueda- entre pensamientos afines, por eso me dispuse a atravesar la ciudad de norte a sur, que ya es un acto heroico, e ir a la presentación a cargo de Gisela Kozak de la novela El Buen Esposo de Federico Vegas.  
Es mi primera visita a Lecturarte en Baruta, soy del otro lado de la ciudad, por la dimensión de la Plaza Alfredo Sadel, y por la cada vez más complicada situación editorial en Venezuela; me di cuenta que esta fiesta del libro es una fiesta íntima. En ella encontré a una industria editorial cada vez más escuálida, en el sentido literal y no político de la palabra, pero también a una Venezuela intelectual que se resiste a hundirse, y entre sus limitaciones -como la escasez de divisas para importar papel- sigue produciendo libros de calidad con tesón, y por eso esa aciaga tarde azul de noviembre se celebraba la publicación de El buen esposo de Federico Vegas; el sábado presentan La escribana del viento de Ana Teresa Torres (ambas novelas de Editorial Alfa) y Mañana matarás de Fedosy Santaella (Alfaguara). En la Editorial Planeta estaba Simpatía por King Kong de Ibsen Martínez; en el stand de El Nacional el libro de la sabrosa conversa de Boris Izaguirre con Elizabeth Fuentes, y Los héroes son villanos tímidos de mi admirado José Pulido. En el stand de Líder Editores El Arca Criolla: relatos sobre animales de Venezuela de mi pana Alejandro Luy. Extrañé a Ediciones B en la Feria de Baruta, que entre otras novelas ha publicado recientemente Sábanas Negras de Sonia Chocrón y Jezabel de Eduardo Sánchez Rugeles. 
A pesar de ser esta fiesta del libro y del arte una minúscula ventana que se nos abría para sentir que en Caracas todavía podemos llevar una pizca de vida ciudadana, de reunirnos en las plazas y conversar sobre libros y sobre cualquier pendejada, como en cualquier otra ciudad del mundo; en la Plaza Alfredo Sadel ayer se sentía una atmósfera pesada de derrota, casi casi que de velorio, costaba sonreír, solo Salvador Fleján lograba evitar intensidades con su sentido de humor a prueba de saqueos y Habilitantes. 
"¿Para que sirve escribir novelas (o leerlas)?" se preguntaba Federico Vegas cuando le tocó agradecer a Gisela su estupenda lectura de El Buen Esposo, quizás no para mucho, como concluyó quien decía que se es más autobiográfico en la ficción que en la no-ficción y que este Buen Esposo puede ser más histórica que sus novelas históricas porque es una historia contemporánea en esta ciudad herida llamada Caracas. 
Ayer rodeada de mis amigos escritores y de sus esfuerzos literarios en un país que desde hace tiempo a muchos nos cuesta tanto entender, creo que esos esfuerzos de no dejarnos derrotar por la barbarie, son, junto con nuestros afectos, la tablita del naufragio que permite seguir a flote en esta tormenta revolucionaria alimentada de odio que ya va para 15 años, y promete arreciar más fuerte. 
Me fui contenta de Lecturarte, pero no había terminado de salir del estacionamiento de la Plaza Alfredo Sadel, cuando entró la señal de radio en mi carro y se oyó la voz del actual Dictador despotricando en cadena nacional contra "la burguesía parasitaria". 
Me niego a dejarme aplastar por los bárbaros, que acaben con mi espíritu así de fácil, y si el país lo permite, me pienso dar otro antídoto contra la barbarie, celebrando el sábado la entrega del Premio de la Crítica a Liubliana de Eduardo Sánchez Rugeles en la Librería Alejandría II a las 5 pm, y la presentación de La Escribana del Viento de Ana Teresa Torres en Lecturarte de Baruta dos horas después.  

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La foto de la señora Clotilde


Cuando escribí la entrada "Yo, saqueadora", dudé si ilustrarla con la foto de la señora eufórica cargando una plancha eléctrica, un Blu-Ray y una licuadora; esa imagen se había vuelto viral en las redes sociales y ya estaba demasiado vista. Sobre todo dudé al enterarme que la foto (o fotos que no fue una, fueron varias de la misma señora) no fue tomada en el saqueo en Daka Valencia sino de la rebatiña en Daka Boleíta, tras la orden de Nicolás Maduro en cadena nacional de dejar vacíos los estantes de las tiendas de electrodomésticos acusadas de especulación. 
Por fin decidí irme por la foto de la señora eufórica, hay instantes capturados por la cámara que ni millones de palabras, ni mil fotografías, podrían describir mejor el momento histórico por el que pasa una sociedad. Por ejemplo, la famosa foto del soldado caído de Robert Cappa -a pesar de que hay quienes aseguran que fue un montaje del fotógrafo húngaro- que el soldado republicano cayera muerto en el instante exacto en el que Cappa hizo click a su cámara, no es lo importante, lo importante es que para la imaginería colectiva, esa foto logró representar como ningún otro testimonio el horror de la Guerra Civil Española. 
El actual momento histórico venezolano tiene muchos vértices que de alguna manera están en la foto de la señora eufórica con su cargamento de electrodomésticos. Vértices que desnudan tanto a quienes todavía insisten en aplaudir a esto que llaman la Revolución Bolivariana, como a quienes renegamos de ella.
No es que ahora me las vaya a dar de niní, pero es que hay que ser más inteligentes en la oposición, no irse de bruces ante el primer mango bajito que creemos encontrar. La foto fue divulgada como imagen de los saqueos, cuando en realidad la señora Clotilde, como días después fue identificada por el diario oficialista El Correo del Orinoco, simplemente se regocijaba por la fiesta de precios "que no volverán" que había decretado la noche anterior Nicolás Maduro. Clotilde ladrona no era, ni saqueadora, ella hizo su cola de una noche y pagó por su plancha, su Blu-Ray y su batidora. Viendo la sonrisa de oreja a oreja de Clotilde con su carga, me pregunto si yo no tendría una sonrisa similar cuando conseguí reponer mi batidora dañada a mitad del precio marcado. 
Es lamentable pero esa foto de la señora Clotilde también sirve como evidencia que a pesar de quince años de dura lección que Venezuela es muchísimo más grande que sus urbanizaciones, pareciera que un buen porcentaje de venezolanos no ha aprendido nada. Sigue habiendo un enorme desprecio clasista, desprecio del que obviamente, ni pendejos que fueran, se alimentan los dirigentes de la hegemonía revolucionaria. Quizás ese desprecio no sería tan evidente de no ser por las redes sociales, pero la realidad es que me cansé de ver a esa señora humilde cargando sus chécheres eléctricos etiquetada como ladrona, saqueadora, y no podía faltar el adjetivo: "chavista". 
Pero el Oficialismo tampoco se atrevería a hacer de la foto de la alegría de la señora Clotilde su bandera, porque el gobierno sabe que la de Clotilde es una alegría de tísico, un instante auspiciado por las promesas pre-electorales: "En Venezuela habrá televisiones pantallas planas hasta para el más humilde de los hogares", oí a alguien ofrecer en una cadena de Maduro.
Televisiones HD ofrecidas irresponsablemente a millones de familias venezolanas en un país donde si la señora Clotilde quiere hacerle una torta de cumpleaños a su hijo, se va a encontrar que el cartón de huevos sobrepasa los 100 Bs, que la harina está escasa, tan escasa como el azúcar, y que si tiene suerte de encontrar los productos de la canasta básica regulados por el gobierno, tendrá que hacer horas de cola para pagarlos, como horas de cola hizo para obtener esos artefactos eléctricos a precios de dólar a 6,30. Lo que Nicolás Maduro llama "precio justo", obviando que hay un dólar paralelo a ocho veces el dólar oficial al que tienen que acudir la mayoría de los comerciantes para reponer inventario. 
Y ese es hoy... y desde hace ya varios años... y cada vez se va poniendo peor... el día a día de los venezolanos, no que una noche el actual capataz del gobierno revolucionario mande a rematar unas cuantas televisiones y artefactos eléctricos a precio de dólar preferencial.  
Euforias parecidas a la de la señora Clotilde las veo cada vez que aparece leche en el abasto, o papel toilet, o azúcar; pequeños milagros que a veces se nos dan a los ciudadanos venezolanos en un momento en el que hasta a los más duros chavistas, se les está prendiendo la alarma por el despeñadero por el que parece ir en caída nuestra economía. 
Si seguimos así, paracaídas es lo que van a tener que rematar.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Yo, saqueadora


En mi artículo "A un tris de la Suprema Felicidad" publicado el pasado sábado en El Nacional, traté de describir lo que se ha vuelto un día cualquiera en un mercado venezolano: la aparición sorpresiva de un producto regulado, y su desaparición en cuestión de minutos como si se tratara de un venadito entre las fauces de una manada de hienas. 
En la tarde descrita en mi crónica apareció en el abasto de La Florida papel higiénico tras una prolongada ausencia. La semana pasada se hizo viral en las redes sociales el video de cuando llegó leche en polvo a un mercado caraqueño, parecía el escenario de una piñata, en esa ocasión no hubo golpes ni malas caras, sino decenas de venezolanos formando parte de un jolgorio general. Ahí nadie parecía bravo, ni siquiera molesto, mas bien todos tenían una sonrisa emocionada de : "¡Qué suerte, encontré leche!¡Aquí, aquí!".
Imaginen si esa piñata ya no es por una lata de leche, sino por costosos electrodomésticos, como pasó tras el mensaje presidencial el viernes pasado cuando Nicolás Maduro en cadena nacional señaló a varias tiendas como especuladoras ante una realidad que el Gobierno se niega a afrontar: que hoy el dólar paralelo está diez veces por arriba del valor del dólar oficial. 
Este es un tema delicado y nada fácil, en un país donde hay control de cambios, donde pareciera que hace años se favorece a la especulación y se castiga a la producción, se han hecho grandes fortunas con eso que llaman el dólar preferencial: la disponibilidad de dólares al valor oficial, o muy por debajo del dólar del mercado negro, para ciertas importaciones. Hay quienes aseguran que entre esas fortunas cambiarias, y no es una fortuna reciente sino desde hace varios años, precisamente está la de quienes el viernes pasado fueron señalados por el dedo acusador de Maduro como especuladores, los propietarios de las tiendas de electrodomésticos Daka, cuya sucursal de Valencia fue saqueada el sábado.
Hay que estar claros que el saqueo en Naguanagua no fue hambre ni necesidad, sino sed de una televisión pantalla plasma gratis. 
Para no pecar de alarmista, Daka Valencia fue la excepción, ese sábado solo en ese local hubo saqueos y la foto de la señora eufórica cargada de electrodomésticos no fueron productos saqueados sino comprados en la rebatiña de Daka Boleíta, donde al igual que otras tiendas de electrodomésticos cuestionadas como especuladoras, cientos de personas se dejaron enumerar la mano con tinta para comprar Blue-Rays, licuadoras y televisores pantalla planas "a precio justo", es decir, muy por debajo de su valor de reposición.
Pero Daka Valencia es el reflejo de la Venezuela que estamos a punto de ser: una tierra de caníbales donde no hay ley sino la de la piñata, esa que aprendemos los venezolanos desde nuestra más tierna infancia cuando nos dan un palo para que le demos a un muñeco hecho de cartón, esperando que se esparza un botín que favorecerá a los niños más fuertes, o a los más vivos, o a los que tengan una mamá o una cargadora que recojan chucherías por ellos sin importarles llevarse a otros chamitos por delante. Lo que importa es acumular el botín de nimiedades. 
Esa mentalidad de piñata es la que parece haber puesto este fin de semana Maduro en el tapete, y uno viendo las colas de venezolanos aspirando conseguir sus artefactos eléctricos a "precios que no volverán", y la licuadora de la casa que decide morirse justo ese sábado. Muerta, muertica, más muerta que eso que alguna vez se atrevieron a llamar el Bolívar Fuerte. 
No nos damos cuenta de lo importante que es la licuadora hasta que nos falla, sobre todo en un país donde quizás no se encuentre ni leche, ni azúcar, ni arroz, ni café; pero hasta ahora, ni verduras ni frutas nos faltan. Por supuesto que volvieron a combatir las dos Adriana: la con halo y alitas, la voz de la conciencia que se resiste a formar parte de una histeria colectiva de aprovechar los artefactos eléctricos a precio de gallina flaca; y la rojita de cachos que me hundía el trinquete, la voz de la razón, recordando los principios básicos de Economía, sobre todo de vivir en Economía Socialista: "no seas boba y aprovecha mientras todavía haya electrodomésticos en Venezuela, que si no se garantiza el valor de reposición de la mercancía, qué incentivo puede tener el comerciante para reponerla".
Así que decidí hacerle caso al diablito y salir a comprar una licuadora sintiéndome parte de las saqueadoras de la rebatiña de precios congelados por el Gobierno Revolucionario. Quizás por eso me fui al Bicentenario de Terrazas del Ávila, ejemplo del Mercado Socialista, que si lo que pasó en Daka Valencia fue el reflejo de la Venezuela caníbal que podemos llegar a ser, Bicentenario es el reflejo de la actual Venezuela: sucia, militarizada, resignada a largas colas para pagar y marcada por la escasez. 
Las redes sociales que no dejan pasar una, tras el saqueo en Daka Valencia, compararon este fin de semana los precios de los electrodomésticos y la línea blanca en Bicentenario con los de Amazon, y era fácil darse cuenta que hasta en la economía socialista el dólar estaba calculado a 60. Habrán hecho sus ajustes tras ser monitoreados por facebookzuela porque este lunes en Bicentenario no quedaban sino cafeteras y sandwicheras. Por lo menos de marca reconocida. La única licuadora que ofrecían a la venta era de una marca desconocida de esas que deben canjear por petróleo a países amigos. Olvídense de televisoras, neveras, lavadoras, secadoras y mucho menos Blu-Ray. De ninguna marca.
En la radio decían que las tiendas de electrodomésticos en distintas ciudades de Venezuela amanecieron abarrotadas de gente comprando artefactos eléctricos. Yo no estaba dispuesta a dejarme marcar como ganado para comprar una licuadora, así que se me ocurrió ir a un supermercado donde sé que venden ciertos electrodomésticos. Y en efecto, al mercado que fui no había ni arroz, ni azúcar, ni leche, ni harina, ni aceite, ni papel toilet; pero si tenían vodka Absolut a 1600 bs, y le quedaban tres licuadoras, de las más básicas, base de plástico y dos velocidades.
La licuadora de marca reconocida estaba bajo un cartel que la anunciaba al mismo precio del vodka importado, pero cuando pasó por caja me cobraron casi la mitad. Era obvio que en esta cadena de supermercados el remarcaje iba paralelo con el dólar negro, y el precio de la licuadora habría estado calculado a 60 Bs. por dólar si Maduro no se hubiese puesto el viernes las espuelas y obligara a los comerciantes a vender a precio de octubre de 2013, cuando la cotización del dólar en el mercado negro era otra. 
No sé si hice bien o si hice mal, pero por supuesto que compré la licuadora sospechando que en menos de una semana, en esta Venezuela de la suprema felicidad, no se va a conseguir ni una plancha. 
Lástima que no me alcanzó para llevarme una caja de vodka. 


A un tris de la Suprema Felicidad


Una tarde cualquiera,  un mes después del abrupto adiós de Leopoldo Castillo de su programa vespertino Aló Ciudadano, casi como un reflejo condicionado, al llegar a casa prendí el televisor y sintonicé Globovisión. Pero en lugar del Citizen conversando con algún invitado sobre las noticias del día, o un programa  medianamente similar que ocupara su lugar, me encontré con un noticiario deportivo, como si hubiese sintonizado Meridiano TV. El resto del bloque que solía ocupar Leopoldo Castillo, por lo menos esa tarde, fue igual de estirilizado contra cualquier comentario adverso a la gesta revolucionaria: un noticiero tecnológico, y un programa sobre la crisis política en Egipto.
Mientras tanto en VTV, el canal del Estado,  “el canal de todos los venezolanos”, como una muestra del equilibrio informativo en el que hoy vivimos, en el programa Dando y Dando una periodista - que no era Tania Díaz cuyo nombre se me escapa- conversaba con un economista. Ambos con rostros circunspectos advertían sobre la actual escasez en Venezuela como parte de una “guerra económica” inducida por la “Derecha desestabilizadora”  y “los medios de comunicación golpistas”.
 Ninguna mención a cualquier posible falla de la política económica de Chávez para acá.
 Close-up de la periodista viendo fijamente a la cámara, decía algo así como: “en manos del pueblo revolucionario está vencer esta despiadada guerra: amigo, amiga, compre solo lo que necesite, deje para los demás, que el presidente Maduro y su gabinete económico están controlando la situación pero requieren de la ayuda del Pueblo para lograrlo”.
 Dos meses después del llamado al Pueblo Revolucionario a formar parte de la  infantería cívica contra la Guerra Económica, los anaqueles de los mercados venezolanos siguen carentes de artículos básicos. Hoy es casi un milagro, por ejemplo, entrar a un mercado y encontrar papel higiénico, porque apenas llega un cargamento, se corre la voz y en cuestión de minutos el local se convierte en una réplica de un capítulo de The Walking Dead: personas sin alma con el objetivo de hacerse del preciado bien.  
Una tarde de octubre en el mercado de mi zona, donde compra barrio y urbanización por igual, había llegado un cargamento de papel higiénico y lo estaban vendiendo hasta por bulto, que por lo menos en mi casa donde vivimos 6 personas, podría durar poco más de un mes. Esperando mi turno para pagar pensé que en momentos como este es que debería trabajar un buen encuestador para medir el nivel de confianza de país. Así como antes se preguntaba a las salidas de los mercados: “¿Qué marca de papel higiénico prefiere?”, hoy se debería preguntar: “¿Desde cuándo no conseguía Papel Higiénico?” , “Si tiene en su casa y lo encuentra en el mercado, ¿igual compraría aunque tuviera que hacer cola?”.
 Esa tarde la confianza de país parecía tan escasa como la leche, el arroz y la harina;  todos en la cola para pagar llevaban su bulto de papel al hombro como si de una presa de caza se tratara. Solo una mujer vestida de taller rosado apenas se llevaba cuatro rollitos. Su mirada desafiante frente al jolgorio general ante la cotizada carga, la delataban como una de aquellas venezolanas que  creen que en verdad, verdad, estamos a un tris, es decir, a un viceministerio, de la Suprema Felicidad Social.

Artículo publicado en El Nacional, noviembre 2013

viernes, 8 de noviembre de 2013

Y tan buenecitos que se ven


Leyendo Jezabel (2013) de Eduardo Sánchez Rugeles, me quedó la certeza que en mi adolescencia fui senda galla, tan galla que a los 16 años conseguí en betamax la película La Naranja Mecánica, esperé a una noche en la que mis papás no estuvieran en casa para verla, y la escena de la violación me pareció tan fuerte, que la tuve que apagar y pasarían más de 30 años para que por fin me decidiera a ver el clásico de Stanley Kubrick.
Fui tan galla que la primera vez que me prendieron al lado un tabaco de marihuana,  tenía yo 17 años y ni siquiera me ofrecieron, quizás por temor a corromperme. La verdad tampoco lo pedí. Al día siguiente en el colegio, cuando le conté a una amiga que había salido con un fumador de monte y solo me quedó dolor de cabeza, me dijo una verdad no sé si científica, que el efecto del humo al no fumador, en el caso de la marihuana, era tremendo ratón... pero no les seguiré contando mis cuentos zanahoria porque si algo he aprendido leyendo a Eduardo, es que a nadie le interesa las historias de los chicos buenos, son los chicos malos sobre quienes queremos leer. 
Liubliana (2012), que acaba de ganar el Premio de la Crítica en Venezuela, es materia pendiente, tengo tantos libros por leer que lo he ido postergando, pero en el caso de Jezabel, como se la mandaron a mi hija en la universidad, y temía que después se la pasara a las amigas y se fuera a perder, la agarré y la leí de una sentada, como se leen las novelas negras. 
Eduardo, y me perdonan lo confianzuda pero es mi pana y esto es un blog, en su aporte a la colección Vértigo de Ediciones B regresa a las historias de jóvenes descarriados de la clase media venezolana, y hablo de la nacionalidad porque en Jezabel se repite una tesis que está en Blue Label: ¿En qué momento se jodió esta juventud? En el mismo momento en el que sus padres los concibieron para que nacieran en un Apocalipsis llamado Venezuela.
Pero a diferencia de la patota de Blue Label que en medio de sus excesos era romántica y por la cual cualquiera era capaz de sentir empatía, los protagonistas de Jezabel son unos hedonistas sin límites de conciencia, pareciera que Eduardo no busca en este caso la empatía con el lector, más bien pegarle una patada en la barriga. Lo que si comparten los jóvenes protagonistas de ambas novelas es la seguridad de que en la actual Venezuela no parece haber más salida que huir lo más lejos posible. Tontos aquellos que crean en revoluciones comandadas por militares o en que "hay un camino" para salir de ellas.
Tampoco es ninguna novedad las historias de adolescentes psicópatas, entendiéndose la psicopatía como un trastorno de la personalidad donde se es incapaz de sentir ni empatía ni remordimiento. No es que la vida los hizo así, no es que sus papás les pegaban de chiquitos, o que un tío se los violó, o que por el contrario, los consintieron demasiado. No, los psicópatas simplemente nacen sin el gen de la conciencia, ahí no hay Pepe Grillo que valga. ¿Qué mejor ejemplo que la misma novela La Naranja Mecánica (1962) de Anthony Burgess? Distopía sobre un grupo de jóvenes clase media inglesa que bajo los efectos de la droga del momento, patean mendigos y borrachos, violan, matan, se linchan entre sí, y ayyy de quien sienta algo parecido a remordimiento. 
En el caso de las novelas de Eduardo, el punto de visto narrativo hasta ahora ha sido el del adolescente, o del joven adulto que rememora, por eso se ha vuelto un escritor culto para los chamos venezolanos, quienes sienten al leer sus novelas que en sus vidas pasan muchas cosas que los tontos de sus padres seríamos incapaces de entender. 
Casualmente, tras leer Jezabel, sin saber que de cierta forma estaba repitiendo el tema de adolescentes psicópatas, comencé a leer La Cena (2009), del escritor holandés Herman Koch, novela donde la perspectiva narrativa ya no es del muchacho sin límites morales, sino del adulto, del padre, ¿cómo se maneja en familia el hecho que un par de querubines quinceañeros fueran capaces de un acto de violencia abominable?
La Cena hay que leerla sin saber mucho en las turbias aguas donde nos estamos metiendo, es como una versión moderna de las novelas de Patricia Highsmith, se consigue la empatía con el lector en pequeños detalles mundanos, para hacernos testigos cómplices del horror.
Tras leer Jezabel y La Cena, veo a mis hijos adolescentes haciendo tarea, y no puedo dejar de pensar: "¡Y tan buenecitos que se ven!". 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Le tocó a Elba


Conozco muy de pasada a la actriz Elba Escobar, ella no debe saber quien soy yo, hace muchos años, en la época del Taller del Actor dirigido por Enrique Porte, Lila, como la llaman sus amigos, iba a menudo de visita y siempre llenaba con sus cuentos de alegría el Taller. Como yo era tímida, me quedaba callada oyendo la sabrosa conversación entre el director de teatro y la actriz de televisión, quien ya en los años 80, a pesar de su juventud, era considerada como una de las mejores actrices venezolanas del momento.
Si de algo no queda duda es que Elba ha fijado una posición crítica frente al status quo revolucionario, sin medias tintas, una clara posición política (bien sea progobierno u oposición) que muchos artistas han preferido hacerse los suecos por temor a la intolerancia en la que estamos viviendo los venezolanos. Pero Elba Escobar no se hizo la sueca, ella estaba en primera fila en el acto en el Teatro en la Fundación Chacao donde decenas de artistas nacionales apoyaron la candidatura de Henrique Capriles Radonski.
Por eso para muchos fue un baño de agua fría ver a nuestra admirada Elba Escobar, rodeada de artistas que históricamente apoyan al actual régimen, pregonando en el Teatro Teresa Carreño, que, por decreto presidencial, en el país de la suprema felicidad, la Navidad este año comenzaría el primero de noviembre.
Ya hasta en los mercados, a pesar de que no hay azúcar ni leche ni harina Pan, salieron los cochinitos hambrientos de aguinaldos y se empieza a oír a los Cardenales del Éxito cantando: "una gaita aquí otra más allá".
En esta euforia navideña por decreto, en una Venezuela con semejante índice de escasez e inflación, a muchos los indignó más la presencia de Elba Escobar en lo que resultó un descarado acto gobiernero, sirviendo de pregonera de la navidad a un régimen al que dice adversar. 
Tan sólo hace unos días, tras haber sido víctima de un atraco, la actriz y locutora en su cuenta de twitter y en su programa de radio comparaba al Gobierno con un "Padre irresponsable", por eso, muchos se preguntaron indignados, qué hacía nuestra guerrera Elba Escobar en un acto, donde, con la presencia de Nicolás Maduro, se daba inicio oficial a la Navidad. 
No se hicieron esperar los insultos en twitter de quienes se sintieron traicionados por lo que consideraron un cambio de timón en la visión de país que tenía la actriz. Dolorosos e hirientes insultos a una mujer  que siempre ha asumido una posición crítica al gobierno, que siendo artista, está más expuesta a cualquier represalia que cualquier twittero desconocido, que se las dé de adalid de la moral de la oposición. 
 Tras la ola de insultos recibidos por Elba en las redes sociales, la actriz decidió escribir un comunicado, no disculpándose, sino explicando su presencia en lo que ella consideró sería un pregón navideño invitada por su amigo Juan Manuel Laguardia, que aunque auspiciado por el Gobierno, jamás pensó que formaría parte de una obvia campaña oficialista, y asegura que cuando se dio cuenta en el tipo de acto en el que estaba metida, fue demasiado tarde para huir por la izquierda. 
Me recordó esas anécdotas que contaba en el Taller del Actor, de antihéroe, en la que todos terminábamos muertos de la risa. 
Queda demostrado que para una figura pública, en esta Venezuela bolivariana, es imposible pasar agachado a la hora de participar en un acto del oficialismo. Quizás pecó de ingenua, quizás no tanto, pero la razón que fuera para que Elba Escobar estuviera en ese acto con la presencia de Maduro, me disculpan los más talibanes de la oposición, no se merece  esa carga de odio, porque Elba ha sido una venezolana que hasta ahora había demostrado compromiso por un cambio en el país. Y aun a pesar de la catajarra de insultos recibidos por las redes sociales, sé que Elba Escobar seguirá apostando por ese cambio. 
 La actriz en su carta a los medios de comunicación social, habla del miedo, miedo que sintió al sentirse violentada el jueves, junto con una amiga, por un par de motorizados que las encañonaron cuando regresaban a sus casas. Pero también miedo a la Venezuela que hoy somos, no solo a la Venezuela a juro que nos quiere imponer el Gobierno Revolucionario, también aquella que en pos de un viraje de rumbo político, a veces se le despierta el Torquemada y sería capaz de inmolar a cualquier sospechoso de sucumbir a la herejía chavista.
 Por eso brindo mi solidaridad a Elba Escobar, terrible cualquier tipo de caza de brujas, no creo que esa sea la forma para captar simpatizantes para volver a encarrilar a la Venezuela que tantos soñamos. 

La "bola" venezolana


Tras leer en El País el artículo de Santiago Roncagliolo donde el escritor peruano acusa a los líderes políticos venezolanos de homofóbicos, entre ellos a Henrique Capriles a quien llama “troglodita” por usar la expresión “Echarle bolas”, compartí una crónica en el portal web Prodavinci intentando explicar a quien no habla venezolano, que dicha expresión es usada en nuestro país con regularidad, y aunque dista de ser elegante, es perfecta para describir la intención de hacer un gran esfuerzo para lograr una meta. En Venezuela los hombres y mujeres le echamos bola por igual, sin que se nos venga a la mente una relación directa con las gónadas masculinas.
Entre los comentarios recibidos en Prodavinci, no faltaron quienes trataron de hacerme entender que estaba excusando lo inexcusable: el “échale bola Nicolás” de Capriles Radonski no tenía que ver con la pesada bola con la que se demolían las casas en la vieja Caracas –como me explicó Daniel Álvarez que se originó la frase-  sino con el tener “cojones”, palabra muy popular en otros países de habla hispana poco usada en Venezuela.
“No expliques, no desdeñes, no te quejes”, me enseñó mi amiga Carolina Espada antes los comentarios de los lectores cuando comencé a escribir en El Nacional. Para no desdeñar: ¿estaría defendiendo lo indefendible, el líder de la oposición se nos estaba volviendo un troglodita como quienes lo insultan en la Asamblea, y una justificándolo?
Días después, conversando con unos amigos, enumerábamos los distintos usos de la palabra “bola” en Venezuela (más allá de “cuerpo esférico de cualquier materia” como lo define la RAE), y nos dimos cuenta cómo la mayoría de las veces no son sinónimos de testículos, aunque a veces sí puede serlo, como por ejemplo, si alguien indignado expresa: “Este tipo tiene las bolas cuadradas”,  o “se pisó una bola”, imaginamos a qué bolas se refiere.   
Una expresión que tiene múltiples lecturas y que se aplica a hombres y mujeres por igual es “pelar bola”. Se es “pela bola” cuando no se tiene dinero ni para un café, se “pela bola” cuando no se tiene éxito en la conquista amorosa, se “pela bola” cuando cuesta alcanzar un objetivo, y “pelaste bola conmigo” cuando caímos en un grave error al tratar a una persona.
 El  filólogo Angel Rosenblat dedica un capítulo de sus Buenas y Malas Palabras al modismo “loco de bola” tratando sobre la multi-referencia de la palabra “bola” en Venezuela: “Aunque habitantes de otras tierras la sientan como grosera, en realidad no lo es”. 
Rosenblat opinaba que debía provenir del español antiguo refiriéndose al juego de bolos.
En venezolano moderno decimos “¡Booolaaa!” cuando nos negamos a hacer algo;  “Este tipo no tiene nada en la bola” sobre alguien escaso de neuronas; “Cuesta una bola” cuando un producto es muy caro; “Se está corriendo una bola” se refiere a un rumor; “Pesa una bola” como si estuviéramos cargando una bola de hierro; “¡De bolas!” reafirmación; "se echó las bolas al hombro" no hizo ningún esfuerzo en el trabajo; “párame bola” un llamado a prestarnos atención; “no doy pie con bola” cuando todo sale al revés… y tantas otras alusiones a la palabra bola, que sí, en muchos casos también son referentes a las gónadas masculinas, como por ejemplo el sinónimo de “jalamecate”.

Bola es una palabra muy arraigada en el habla venezolana, y tanto la corrección política internacional, como la neo-lengua revolucionaria, tendrían que echarle bola para erradicarla de nuestra habla diaria.

Este artículo fue publicado en El Nacional la primera semana de octubre 2013. Al día siguiente recibí la carta de un lector explicando el uso y abuso de la palabra "bola" en Venezuela:

Estimada Adriana:

Me gustó mucho su artículo publicado en El Nacional este sábado 5 de Octubre.

Quiero compartir esta anécdota que nos contó el Profesor Pedro Larrañaga del IESA sobre las expresiones con la palabra "bola"

Las expresiones con la palabra "bola" vienen del juego de las bolas criollas: "Echarle bola" es concentrarse en el juego. "Paren bolas" detengan el juego, para anunciar algo importante. "Jala bolas" para etiquetar al sirviente, quien mentía en la medida de las bolas al mingo para agradar a su patrón. "Pelo bola" no bochó la bola. Igualmente otra como "Se echaron las bolas al hombro" el juego terminó ya recogieron las bolas ya no se puede hacer más. "Cuesta una bola" es que se podía perder un punto en el juego.

Según Larrañaga, las expresiones con la palabra "bola", inicialmente no estuvieron relacionadas con los testículos. Sin embargo, como todos sabemos luego se degeneró el término y se fue asociando con las gonadas masculinas.

Con todo es respeto espero que ud continue "echandole bolas" con el excelente trabajo que hace como columnista y escritora.

Atentamente

Juan Carlos Moreno