martes, 22 de enero de 2013

El purgatorio del doctor Atkins



A pesar de ser primavera, el martes 8 de abril del año 2003 parecía un día de invierno en Nueva York. Una tormenta de nieve  había caído la noche anterior convirtiendo a la ciudad en una peligrosa pista de patinaje. Sin embargo, el médico nutricionista Robert Atkins, de 72 años, salió esa mañana a trabajar: si el hambre es una calamidad en el resto del mundo, el sobrepeso lo es en los Estados Unidos y quedaban millones de kilos por derrotar. El autor del popular libro “La revolución dietética del Dr. Atkins”, afirmaba que la mejor manera de rebajar peso era reduciendo carbohidratos como pastas, arroz y pan; sintiéndonos libres de matar el hambre con proteínas como huevos, carnes y quesos. Esa fría mañana de abril, el famoso doctor, quizás distraído meditando sobre los reveses de una rebana de pan, o sobre la dosis exacta de carbohidratos necesaria para sobrevivir sin perder la cordura, dio un mal paso en el hielo, resbaló, quedando inconsciente en el pavimento.
Una semana después, Atkins murió. Cuando llegó a las puertas del cielo, san Pedro, que había intentando inútilmente seguir su dieta, lo reconoció de inmediato y enojado le preguntó a la Parca: “¿Qué hace éste aquí, si a él no le tocaba morirse todavía?” .
El Ángel de la Muerte que con tanta delincuencia, guerra y fusilamientos había estado muy ocupado, cuando revisó su Palm Pilot, abochornado le confesó a san Pedro: “¡Qué metida de pata! ¡Me tenía que llevar al viejito del cuarto de al lado! Jefe, necesito tomar vacaciones”. 
De eso hablarían después, primero tenían que ver qué hacer con el doctor porque hasta en el cielo todo trámite necesita pasar por una serie de papeleos. Tras mucho buscar, san Pedro encontró vacante temporal en una sucursal del purgatorio llamada Caracas.
 “¿Caracas? ¿Esa no era una sucursal del cielo?”- preguntó la Parca extrañado.
San Pedro lo sacó de su error:  “ Sí, pero en el año 1999 cambió de administración”. 
Así el doctor Atkins llegó a Caracas para empezar a pagar karma por haber sido en su vida anterior el gran gurú de las dietas.
Cuando este tipo de errores celestiales pasan, san Pedro no escatima en viáticos, por eso el célebre doctor, desmemoriado y con un perfecto dominio del español, fue alojado en un cómodo apartamento atendido por una señora que le preparaba los más deliciosos platillos de la cocina venezolana: arepas de chicharrón, perico, pabellón, pastel de polvorosas, cascos de guayaba, natilla; y aquel que en su otra vida fuera enemigo de los carbohidratos, en su regreso terrenal se volvió adicto a ellos. 
Pero purgatorio al fin, en Venezuela desde hacía meses había precios regulados y un estricto control de cambios, poco a poco los pequeños placeres del doctor Atkins empezaron a escasear: “Doctor: no hay huevo pal perico; doctor: se acabó la Harina Pan; doctor: no se consigue arroz, no hay aceite pa freir los plátanos y esas caraotas chinas son un horror; doctor: no hay pollo ni harina pal pastel de polvorosas; doctor: sin azúcar no se pueden hacer los cascos de guayaba y para la natilla hace falta leche también”. 
La buena señora hizo de todo para encontrar los alimentos que faltaban, hasta fue a eso que llaman Mercal, el mercado del pueblo soberano, para ver si en los barrios hay lo que no se consigue en las urbanizaciones, pero sus estanterías estaban tan vacías como las de los supermercados del este. Sólo encontró sin problemas frutas y hortalizas, porque con tanto desempleo desde obreros hasta ingenieros las venden en la calle para poder subsistir. Ni modo, se dijo la buena mujer, vamos a tener que hacer una dieta como la que hacía la señora con la que trabajaba antes, ésa que no probaba ni pan y arepa y vivía a punta de repollo.
Mientras tanto en el cielo la Parca apuraba a san Pedro: “ Agilice esos papeles, mi jefe, porque el doctorcito se nos va a volver a morir antes de tiempo, pero esta vez de inanición”.

Este crónica la escribí en el año, 2003, y o sorpresa, 10 años después sigue vigente.

lunes, 21 de enero de 2013

Perjurio


La culpa la tiene el Imperio, de tanto ver The West Wing tengo una idea preconcebida de lo que debería ser un gobierno ideal, aún cuando solo existía en el imaginario de Aaron Sorkin, quien durante los años de mando de George W. Bush creó un gobierno paralelo en la tv, demócrata en lugar de republicano, en el que Josiah "Jed" Bartlet  era el presidente ecuánime con el que muchos soñamos. 
Sin embargo el presidente Bartlet no era perfecto, su mayor error (o pecadillo político) fue haber sido electo presidente de los Estados Unidos ocultando que sufría Esclerosis Múltiple, enfermedad degenerativa que en su caso se manifestaba en esporádicos ataques, pero que era una bomba de tiempo porque en cualquier momento podría coger fuerza imposibilitándolo para ejercer la presidencia. A mitad de serie se descubre el mal del presidente, quienes dan el pitazo son sus fieles colaboradores en el ala oeste de la Casa Blanca, sabiendo que de no develar la enfermedad eran cómplices de perjurio porque el pueblo norteamericano tenía derecho de estar informado de los problemas de salud de su presidente. Al diablo la privacidad del enfermo, no se trataba de un John Doe cualquiera sino del hombre en cuyas manos estaba el timón del país. 
Cómo no recordar esos capítulos de la serie de Sorkin en momentos en los que el presidente de Venezuela convalece en Cuba desde hace 44 días sin más parte médica que los escuetos reportes que dan Ernesto Villegas, el actual Ministro de Información, y Nicolás Maduro, el actual vicepresidente y heredero ungido en la última aparición pública del presidente Chávez. 
Los venezolanos con el cuento de que hay que respetar la privacidad del enfermo no tenemos  diagnóstico del mal que aqueja a nuestro presidente más allá de "Un tumor en la zona pélvica" o "Complicaciones post-operatorias". Ningún médico autorizado se ha parado frente a las cámaras a explicarle a la opinión pública el alcance de la enfermedad del hombre que el pasado mes de octubre fue reelecto por seis años más para llevar las riendas de Venezuela. 
Algo está podrido en la República Bolivariana de Venezuela, y no es un mal chiste de Willy Colón, la enfermedad del Presidente no ha hecho sino develar que vivir en democracia es mucho más que ganar elecciones, vivir en Democracia es respetar las normas del juego escritas en la Constitución y tener confianza en la  independencia de los poderes públicos que garanticen un juego limpio. 
¿Dónde comienzan los abusos en torno a la enfermedad del Presidente? Para empezar en que no hubo poder (ni la Asamblea Nacional, ni el Consejo Nacional Electoral, ni el Tribunal Supremo de Justicia) que antes de lanzarse Hugo Chávez a unas nuevas elecciones -a los pocos meses de haber confesado  publicamente sufrir de un misterioso cáncer en la zona pélvica- le dijera al presidente candidato: "Espérese un momentico, antes de lanzarse hace falta serle claro al país con respecto a su enfermedad"  y exigir un debido y confiable parte médico que fuera más allá de la palabra del Candidato de que el mal rato había sido superado. Alabado sea Dios.
O puede que algunos si contaban con ese parte médico porque el Consejo Nacional Electoral decidió adelantar las elecciones presidenciales para octubre 2012, quizás de manera no tan casual, porque desde principios de Diciembre, fecha aproximada en la que se suelen realizar las elecciones presidenciales en Venezuela, el presidente reelecto convalece en La Habana sin una fotico, siquiera una llamada telefónica que de fé de vida. 
Ahí es donde entran nuestros distinguidos asambleístas y los no menos distinguidos miembros del Tribunal Supremo de Justicia: el 10 de enero de 2013, fecha de juramentación del presidente reelecto, sin más noticias de él que lo que dicen sus sigüís, que van y vienen de La Habana como la corte de Gómez iba y venía de Maracay; tanto el ala oficialista de la Asamblea -sin disidencia alguna- como el Tribunal Supremo de Justicia, deciden estirar la arruga dictaminando que el presidente ausente no está ausente hasta que no se determine lo contrario pero puede estar ausente por el tiempo que sea.
 A quienes nos sentimos en una Dictadura, sin poder público que nos defienda, de manos atadas en esta Venezuela donde hoy el insulto prevalece sobre la razón, nos queda vivir en el Incilio, encerrados en nuestras casas, viendo series como The West Wing, ni soñar hacerlas, porque una telenovela de denuncia como fue Por estas calles en la IV República, en esta Revolución se pagaría con el cierre de la emisora y probablemente la cárcel. 

miércoles, 16 de enero de 2013

Para lo que quedó la Constitución


El chiste más repetido la semana pasada por las redes sociales ante la indignación del fallo de Tribunal Supremo de Justicia que el presidente ausente no estaba ausente pero podía ausentarse por el tiempo que fuera necesario, era que la constitución de la República Bolivariana de Venezuela de ahora en adelante solo serviría para suplantar el papel toilet, que las primeras semanas de enero de 2013, no se conseguía por ningún lado en Caracas.
La escasez de papel higiénico comenzó a sentirse en nuestro país ya hace varios años, no era una ausencia absoluta, pero si los caraqueños estábamos acostumbrados a comprar por marca y calidad, de acuerdo a nuestros gustos y presupuesto, de hace como seis años para acá, la marca obligada del venezolano en materia de papel higiénico se convirtió en: "La que haya". 
El Gobierno para justificar semejante ausencia aseguró que no era sino síntoma del buen camino por el que anda esta Patria Nueva ya que la capacidad de consumo ha aumentado, por ende cierta escasez de productos tan variados como el papel higiénico.
Princesa después de todo, acostumbrada a la suavidad del papel Sutil, en una ocasión le pregunté a un familiar vinculado con la industria papelera si el oficialismo tenía razón y el nivel de consumo en nuestro país había subido considerablemente y ese era el motivo de tan engorrosa escasez.  
El primo me contestó que en efecto el nivel de consumo había aumentado, y además había que tomar en cuenta que en Venezuela, sobre todo en Caracas, la población creció mucho en diez años. 
 Cómo no preguntar lo que parecería obvio en cualquier país industrializado: "Entonces si hay mayor demanda ¿por qué no aumentar la producción?".
El primo me contestó que por la sencilla razón de que en esta V República quién sería el loco de hacer una enorme inversión industrial arriesgándose en un futuro cercano a ser expropiado, regulado o víctima de las leoninas leyes de trabajo que han hecho emigrar o cerrar a más de una empresa en nuestro país. Así que fabricantes de papel higiénico, como tantos otros industriales, optaban por ser cautelosos en lugar de arriesgados a la hora de invertir capital en esta economía del Socialismo del Siglo XXI.
Un par de años después de esta conversación, un decreto presidencial dio la razón a tanta cautela: el precio del papel higiénico fue regulado en Venezuela. Inamovilidad laboral, aumentos de sueldo, aguinaldos y prestaciones, aumento en costos de distribución, materia prima, maquinarias y repuestos;  tendrían que afrontar los productores, pero el producto debía quedar estancado en el mismo precio por quién sabe cuánto tiempo. 
No hay que ser economista para saber una regla básica de Economía: las estrictas regulaciones de precios suelen traer escasez porque no hay industrial que, por lo menos conscientemente, invierta y produzca a perdida.
El resultado es que si bien la regulación del papel higiénico pareciera una medida que agradece el bolsillo del consumidor venezolano que afronta una gran inflación en tantos otros productos, es una regulación ficticia, hoy en Venezuela un rollo de papel toilet tiene la mitad de volúmen de antes de la regulación, y un paquete de 12 rollos como los que venden en los mercados, no dura mucho más que un paquete de cuatro rollos de antaño. 
 Las primeras semanas del año 2013, además de la ausencia de azúcar, harina, aceite, y otros productos regulados, se notó la ausencia de papel higiénico en los anaqueles de farmacias y supermercados. Las compras nerviosas abarcaron a los Kleenex, que no están regulados. ¿Pero cuántos consumidores venezolanos pueden costearse ese lujo? 
Ante semejante escasez, ¿todavía hay quienes consideran un irrespeto usar las hojas de la hoy obsoleta constitución para solventar necesidades mayores?

martes, 8 de enero de 2013

El quiebre en la Escuela de Artes




Cuando en el año 1982 entré en la Escuela de Arte, ni siquiera había salido la primera promoción en la que se graduaron el actual Director de la Escuela de Artes: Juan Francisco Sanz, y su esposa, María Antonia Palacios. Entonces el director era su fundador, Inocente Palacios (abuelo de María Antonia) y Arte, después de comenzar en unos galpones, tenía como sede temporal unas aulas prestadas de la Escuela de Estadísticas, donde quedaban los antiguos dormitorios estudiantiles que casi no se usaron con esa función. 
Tanto Inocente Palacios como los alumnos y profesores soñábamos que la Escuela más temprano que tarde tendría sede propia, entonces se hablaba de un edificio anexo a la hoy sede de la Galería de Arte Nacional, que en los años 80 estaba en proyecto. 
No recuerdo a nadie de mis compañeros que no amara nuestra Escuela, y no hablo de su infraestructura porque Estadísticas dista de ser de los mejores edificios de la Ciudad Universitaria, sino del feeling que teníamos tanto estudiantes como profesores. Inocente Palacios había procurado como docentes a un Dream Team de la cultura venezolana de la época: Isaac Chocrón, Juan Carlos Gené, José Ignacio Cabrujas, Victoria de Stefano, Leonardo Azparren Jiménez, Nicolás Curiel, Ugo Ulive, Iván Feo, José Balza, Adriano González León, Enrique Porte, Eduardo Gil... Con muchos de estos profesores sus alumnos tuvimos la suerte de hacer amistad fuera de las aulas. 
La mayor crítica que le teníamos sus alumnos a la Escuela de Arte, y se debía a que era una Escuela recién nacida, es que entonces era teórica, no había espacio para la práctica. Por ejemplo, las tesis de grado tenían que ser 100 % teoría. 
Otro grave problema era la falta de equipos, Iván Feo, que era profesor de Introducción al Cine, una mañana a la semana contaba con el espacio de la Cinemateca Nacional en Los Caobos para darle clase a sus muchachos. Ahí vimos desde Intolerancia de Griffith hasta La Noche Americana de Truffaut, además de clásicos nacionales como El Pez que Fuma y País Portátil.
Pero si otro profesor requería apoyo audiovisual para una de sus clases, tenía que procurar tanto la tv como el betamax (película y aparato), como fue caso del profesor de Sicología del Arte, Mauro Parra, cuando nos dio una electiva a los alumnos de la mención Artes Escénicas en la que todas las semanas leíamos una obra de Tenesse Williams, y después nos reuníamos en clase a ver su versión filmica, que era un trabajón conseguir. 
Aunque su sede sigue siendo los otrora dormitorios, tengo entendido que ha cambiado mucho la Escuela de Artes (además de la s de más). De sus viejos profesores hasta hace poco solo quedaban Iván Feo y Nicolás Curiel como los últimos de los mohicanos. Muchos de los actuales profesores fueron mis compañeros de clases o nos cruzamos por el pasillo, quienes han trabajado duro para que la Escuela de Artes sea la que soñábamos en los años 80.
Por ejemplo, las tesis ya no tienen que ser exclusivamente teóricas, Federica Porte Arcaya presentó hace un par de años como trabajo de tesis un hermoso documental donde entrevista a amigos y alumnos de su padre, mi querido profesor Enrique Porte, para que le contaran cómo era su papá, sobre todo su faceta como maestro de actores, ya que el joven director de teatro murió de un infarto a los 42 años, cuando Federica apenas tenía cinco años. 
Otro enorme logro de esta nueva generación de alumnos y docentes de la Escuela de Arte fue la Videoteca Margot Benacerraf, y digo fue porque inaugurada hace tan solo dos meses, en diciembre resultó víctima del vandalismo que corroe a la UCV: abrieron un boquete en la pared y se llevaron 16 monitores pantalla plana. 
Cuenta el director de la Escuela, Juan Francisco Sanz, que los ladrones trataron de violentar las ventanas que tienen instalados mecanismos de seguridad, y al no lograr abrirlas, abrieron un hueco en la pared. 
No fue el único robo ocurrido en el asueto navideño en la UCV, además de varias computadoras robadas de la Escuela de Estadísticas, se metieron en la Dirección de Deportes, el Comedor Universitario, Faces, en la Escuela de Historia y en la Facultad de Ciencias. En algunos casos destrozaron las puertas de seguridad a mandarriazos. ¿Qué le importa a los malandros que la Ciudad Universitaria haya sido declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad? 
No se tienen fecha exacta de cuándo sucedieron estos actos delictivos en la Ciudad Universitaria, se calcula que entre el 28 de diciembre y el 2 de enero, estos robos solo fueron descubiertos cuando se preparaba el regreso a clases. Cómo no preguntarse: ¿qué pasó con la vigilancia?
Se lamenta Sanz en un comunicado público: "El estado de indefensión que sentimos es total, ya que no bastaron las diversas y numerosas medidas de seguridad tomadas para evitarlo. Estamos meditando las acciones a tomar, ya que sin duda esto representa un quiebre en la situación de inseguridad creciente dentro de nuestra institución".
Un quiebre que no es sino una réplica más del terremoto de la inseguridad en la que parece nos hemos acostumbrado a vivir los venezolanos. 

lunes, 7 de enero de 2013

La favorita del Señor


Me persigno cuando despega el avión.  No soy devota ni beata pero cada vez que la nave en la que salgo de viaje alza el vuelo, hago la señal de la cruz y me aferro a una medallita de La Milagrosa hasta que el piloto alcanza la altitud deseada. Me gusta ver que a mi alrededor se persignan, mientras más gente encomendada, mejor, pero la señora que tenía sentada al lado, con las palmas alzadas como invocando al espíritu santo, me inquietó, era como si en la energía irradiada por sus manos, en lugar de en la destreza del piloto de Laser, estuvieran los mandos del avión.
 Cuando sonó la campanita que indica que ya podía comenzar el servicio de vuelo, mi vecina de asiento bajó las palmas y se relajó. Me debió haber visto aferrada a la medallita porque sonrió con complicidad: "Si hija, hay que orar, pedirle a la sagrada providencia que nos envuelva en su manto divino y nos lleve   con bien a nuestro destino".
 En materia de religión no paso de preescolar, no sé que contestarle, con tal de que no me tome la mano como en una ceremonia carismática. El marido ni le hace caso, contempla distraído como el avión se aleja de la costa de Naiguatá. La señora se da cuenta que la miro con escepticismo, por eso comienza a contarme su historia, no precisamente el tipo de historia que a alguien que se persigna al despegar el avión le gusta oír a 13 mil pies de altura:
"Hace unos años, bastantes porque te estoy hablando de cuando Avensa volaba a Nueva York, por razones de trabajo me tocaba agarrar ese vuelo casi todas las semanas. Me iba un lunes y regresaba un miércoles. Se me hizo tan normal viajar en avión que ninguna turbulencia me inmutaba, hasta que una vez, cruzando El Triángulo de las Bermudas, se presentó una turbulencia tan fuerte como inesperada, tan fuerte e inesperada que una de las aeromozas, que servía agua a un pasajero, se cayó en el suelo con jarra y todo. Muchas personas se dieron golpes en la cabeza por no estar con el cinturón de seguridad amarrado. La turbulencia era brava, y así estuvo por más de media hora, sacudón tras sacudón tras sacudón, en los que sentíamos que el avión se iba a precipitar en el mar. La gente gritaba, lloraba, más de uno se hizo sus necesidades encima. Yo lo que hice fue rezar".
Mi termómetro del miedo en las turbulencias aéreas es el personal de vuelo, cuando el piloto los manda a sentar y ajustarse los cinturones de seguridad, si conversan tranquilos entre sí, o hojean una revista como si nada estuviera pasando, me medio tranquilizo, por eso interrumpí el cuento para preguntarle a la señora: "¿Y la tripulación? ¿Mantuvo la sangre fría?".
"Noooo, mi amor, las aeromozas eran las que más lloraban. Había una que no dejaba de gemir. Ahí el único que parecía mantener la sangre fría era el piloto que de vez en cuando tomaba el micrófono para decirnos que tranquilos, que íbamos a salir de esta. Hasta que por fin salimos de la turbulencia, entonces el piloto volvió a hablar pidiendo disculpas por el mal rato vivido, fue una turbulencia inesperada, de esos fenómenos que pasan una vez en un millón de vuelos, algo de un enfrentamiento de vientos calientes con corrientes frías, qué sé yo. Salimos de esta por la intercesión de Dios y porque el piloto era este muchacho Boulton, que era un excelente piloto (ya se retiró), luchó como un gladiador por no perder el control del avión. Y para más colmo, llegando a Nueva York había una tormenta, tuvimos que sobrevolar el aeropuerto más de una hora esperando que pasara, y como tú comprenderás, todos en ese avión desesperados por tocar tierra".
Lo mejor del vuelo a Margarita es que apenas dura media hora, lo que duró la señora contándome su  aterradora experiencia. Cuando el piloto de Laser anunció que comenzaba el descenso al aeropuerto Santiago Mariño, la señora volvió a alzar las palmas no sin antes decirme: "Oremos, hay que ponerse en manos de Dios, sobre todo a la hora del aterrizaje, que es cuando suceden más accidentes".
Menos mal que pasaría en la isla diez días antes del pánico de volverme a montar en un avión tras semejante cuento. O por lo menos eso pensé, porque al día siguiente estaba de nuevo persignándome en un avión de Laser, esta vez al lado de un desconocido indiferente a cualquier misticismo aéreo.
 Qué importa, cuando una se regresa ante una emergencia familiar, hasta pierde el miedo a volar. En la tarde del miércoles 20 de diciembre me avisaron que a mi papá lo habían hospitalizado en Caracas por una repentina pulmonía. Como no era asunto de vida o muerte, les dije a mi esposo e hijos que no tenía sentido arruinarles sus vacaciones, no nos íbamos a encerrar todos en una clínica, así que tomé sola el primer avión que me llevó de vuelta a Maiquetía sin mucha esperanza de regresar en el 2012 a Margarita, no tanto por la salud de mi padre sino porque los vuelos a la isla ese diciembre estaban copados, eso nos constaba, nosotros encontramos porque reservamos en septiembre pero semanas atrás tratamos de buscarle pasaje a mi suegra jugando con varias fechas, y fue inútil, la flota aérea comercial venezolana se ha visto drasticamente reducida de unos años para acá.
La pulmonía de mi padre fue controlada y el lunes 24 de diciembre ya los glóbulos blancos le habían bajado lo suficiente para que el doctor lo diera de alta y pudiera pasar las navidades en casa. Esa misma mañana leí en el periódico que algunas aerolíneas nacionales abrieron vuelos especiales para satisfacer la demanda vacacional. Solventada la emergencia médica y aprovechando que uno de mis hermanos se quedaba en Caracas acompañando a mis padres, entré en la página web de Laser y vi que el martes 25 de diciembre habían abierto otro vuelo a Margarita. Como no pude pagar por Internet, fui al stand de Laser en CCCT y a las cuatro de la tarde salía del bullicioso centro comercial con un pan de jamón para pasar la Noche Buena con mis padres, y un pasaje para pasar la Navidad con mi esposo e hijos. 
Puntual a las nueve de la mañana de Navidad me estaba esperando el taxi frente al edificio. Mi esposo me había advertido que lo pedí demasiado temprano, mi vuelo no saldría hasta la 1.30 de la tarde. Tenía la esperanza de como volaba sola y sin equipaje, quizás me lograría montar en un avión más temprano porque ¿a quién se le ocurre volar en Navidad? Aparentemente a media Caracas, la cola para chequearse en Laser, que seis días atrás había sido insignificante, la mañana de Navidad era kilométrica porque salían aviones a Margarita a cada hora, además de vuelos a otros destinos nacionales como  Maracaibo, El Vigía y San Antonio del Táchira. 
En la cola frente a mí había una joven pareja con unos morochos que acababan de cumplir un año. "Ya el varón está caminando y no aguanta mucho tiempo el coche", comentaban angustiados sus padres, "y cuando a los bebés les da hambre, les entra un berrinche y hay que alimentarlos a los dos a la vez". La mamá no podía hacerlo sola y el papá se tenía que encargar de las maletas en la cola, por eso le pidieron a un empleado de Laser si los podían pasar por delante por viajar con dos niños pequeños. El empleado, ocupado en pasar a quienes estaban en riesgo de perder el avión, les dijo que en Navidad no hay bebé ni viejito que valga. 
Afortunadamente a los morochos no les dio el berrinche del hambre y cuando su vuelo a San Antonio   estaba a punto de despegar, por el fin el empleado se dignó a dejarlos chequear. Por lo visto llegar temprano no paga, yo que llegué cuatro horas antes de la hora de salida de mi avión, tuve que hacer más de dos horas de cola para chequearme mientras a quienes llegaban tarde, los pasaban de inmediato para no perder sus vuelos. 
Eran casi las doce del mediodía cuando por fin pasé el control de seguridad del aeropuerto, tras engullir un golfeado y un nestea como recompensa por más de dos horas de cola, me senté en la puerta de salida, acompañada de un buen libro, a esperar que llamaran a abordar. Poco a poco fue llegando gente, vi interrumpida la paz de la lectura cuando una doña, de edad indefinida, se sentó a mi lado con ganas de hablar. La doña también compró el pasaje el día anterior, o más bien, se lo compraron, por eso no estaba segura si el vuelo era a las 11.30 de la mañana o  la 1.30 de la tarde. Ante la duda se metió cuando llamaron a adelantarse a los del vuelo de las 11.30 am. y aunque el empleado de Laser se dio cuenta del error, la dejaron chequearse con los del vuelo más temprano y: "¡Alabado sea Dios! No tuve que hacer cola. Es que el Señor me quiere, el Señor me ama, él siempre es bueno conmigo y por eso permitió que me colearan". 
No seré muy versada en teología pero me pareció una extraña lectura del amor de Dios, porque una cosa es pedir ingerencia divina para llegar con bien tras despegar un avión, y otra muy distinta agradecerla por colearse. La doña seguía jactándose a voz en cuello el ser la favorita del Señor, antes de que la interrumpiera un anuncio del personal de tierra de Laser: "señores pasajeros: el vuelo de la 1.30 a Margarita saldrá a las 3". 
Habría que armarse de paciencia, podía ser un día largo: el día anterior me encontré con una vecina del edificio quien me comentó que su vuelo de Laser de regreso de Margarita el día anterior, tuvo una demora de 13 horas. 
A la doña le sonó el teléfono y comenzó a contarle a su interlocutor de cómo Diosito la amaba tanto que la había librado de hacer cola para chequearse. Del retraso del avión no habló. Por mi parte, evitando otro cuento místico-religioso, cerré mi libro, dejé a la favorita del Señor regodeándoselas por teléfono, anhelando que esta cristiana pudiera conseguir en el Terminal Nacional un Gin Tonic decente un mediodía de Navidad. 



domingo, 6 de enero de 2013

El arbolito




Al mediodía del lunes 31 de diciembre Caracas parecía un pueblo fantasma, no  se veían carros en las calles ni peatones en las aceras.  La ilusión de estar en una ciudad desierta se derrumbaba apenas entrar en un automercado donde hordas de clientes batallaban por recibir el año con las alacenas de sus hogares medianamente abastecidas. Mera ilusión de las fiestas decembrinas: por ningún lado de esta desolada ciudad se encontraban productos como azúcar, aceite, harina de trigo o de maíz. Lo que si había era uvas para recibir el año nuevo. Pero de esta deliciosa fruta, que hoy se vende a más de 160 bolívares el kilo, pocos fueron los caraqueños que pudieron darse el lujo de comer una por cada mes del 2013.
Y aunque en la Caracas de hoy las grandes farmacias abren 365 días del año, el último lunes de 2012 Locatel también era un sálvese quien pueda. En la sección donde alquilan equipos médicos se encontraban un par de clientes buscando muletas. Menos mal que estas no escasean, así que mientras un señor trataba de calcular la medida de su hijo (de 1,40) de la axila a los pies, una mujer enyesada lo seguía en la cola clamando el típico: “metí la pata”. Pero no todas las emergencias eran traumatológicas, el más joven de los empleados trataba de entender lo que quería una señora: “Mira mijo, es un conector de oxígeno, déjame ver si me explico, es un “bichito” así (intentó dibujarlo),  como un conito. Tengo un familiar hospitalizado y esa pieza hace falta para nebulizarlo. Me pidieron que la buscara por todos lados”. 
El dependiente no terminaba de entender a qué “bichito” se refería la señora, así que tuvo que consultar con una compañera de trabajo quien al instante supo de qué se trataba: “¡Ah sí, ya sé! La pieza a la que se refiere se llama ‘arbolito’, pero esa hace tiempo que aquí no nos llega”.  
Y por lo visto a ningún otro lado de esta desabastecida Caracas, la señora había visitado por lo menos cinco farmacias buscando el bendito arbolito, y en todas la respuesta fue la misma: “No hay”.
Arbolitos de navidad, esos sí que no faltaron en Caracas, aunque muchos se quedaron represados en el puerto de La Guaira.
Yo que andaba por ahí como quien no quiere la cosa, me atreví a intervenir con la única idea que se me ocurrió, y que por lo menos a mí, más de una vez me ha resuelto un problema: “Trate las redes sociales, señora, seguro que sus hijos o sobrinos por Facebook o Twitter le consiguen el arbolito”.
Lancé esa precaria idea porque no pude dejar de pensar en la cantidad de veces que en años recientes he visitado distintas farmacias con diferentes emergencias, y la respuesta del farmaceuta, entre apenada y resignada, ha sido: “No hay, y ni  se moleste en buscar porque no se consigue”.
Por eso en la actual Venezuela ya no es falta de educación adelantarse en las colas de las farmacias preguntando si se tienen los medicamentos que se andan buscando, para no perder tiempo por un  artículo que está agotado o desaparecido.
A veces –con la ayuda del farmaceuta o una rápida llamada al médico tratante- una se las arregla y consigue medicamentos similares, pero otras veces, como el caso de la señora que buscaba ese indispensable arbolito un 31 de diciembre, son momentos de gran angustia, como cuando faltan tratamientos para la diálisis o para batallar un cáncer.
No hay que ser paranoico ni enemigo del régimen para sentir que si ni siquiera en las clínicas y hospitales se encuentran medicamentos o equipos indispensables, qué nos queda a los venezolanos a la hora de enfrentar  una emergencia médica.

Artículo publicado en El Nacional el sábado 5 de enero de 2013.